Las enseñanzas de la Santa Sede sobre las escuelas católicas
por el arzobispo J. Michael Miller
The Solidarity Association. Atlanta, Georgia, E.U.A.
Publicado por
Solidarity Association
5 Concourse Parkway, Suite 200
Atlanta, Georgia 30328, E.U.A.
Por
Sophia Institute Press®
Box 5284, Manchester NH 03108. E.U.A.
1-800-888-9344
www.sophiainstitute.com
Copyright © 2012 Solidarity Association
Library of Congress
Cataloging-in-Publication Data
Miller, J. Michael
The Holy See´s teaching on Catholic schools / by Michael J. Miller.
p. cm.
Incluye referencias bibliográficas.
Original en inglés ISBN-13: 978-1-933184-20-3
(pbk. :alk. paper)
1. Catholic schools – United States
2. Education. Papal documents. I. Title.
LC501.M477 2006
371.071’273—dc22 2006006326
Traducción al español hecha por Eduardo Grandío
Contenidos
Introducción…………………………………..iv
I. La situación actual de las escuelas católicas en los Estados Unidos…….1
II. Responsabilidades compartidas……....10
III. Cinco características esenciales de las escuelas católicas………20
Conclusión……………………………………77
Notas………………………………………….81
Introducción
El 15 de septiembre de 2005, la Asociación Solidaridad patrocinó una conferencia en Washington que reunió a líderes con un apasionado interés por el futuro de la educación católica en nuestra nación. Después de un intenso debate, llegaron a la conclusión de que, cuarenta años después de la promulgación de la Declaración del Concilio Ecuménico Vaticano II sobre la Educación Cristiana, Gravissimum Educationis, el tiempo actual requiere que el vino nuevo se vierta en los cueros de las escuelas católicas de Estados Unidos. Afirmando la declaración de los obispos americanos de junio de 2005: “Renovando nuestro compromiso con las escuelas católicas de primaria y secundaria en el tercer milenio”, los participantes se comprometieron a asegurar que escuelas primarias y secundarias "verdaderamente católicas” fueran "asequibles y accesibles a todos los padres de familia católicos y a sus hijos".
La reunión reconoció el papel insustituible que desempeñan las escuelas católicas en la nueva evangelización de América y buscó fomentar la cooperación de todos los involucrados en este trabajo apostólico. El deber de educar a los jóvenes es una responsabilidad eclesial compartida por todos los miembros del Cuerpo de Cristo: obispos, maestros, padres y líderes laicos interesados.
Por su misma naturaleza, la Iglesia tiene el derecho y la obligación de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mat. 28:20). En las palabras de Gravissimum Educationis del Vaticano II:
Para cumplir con el mandato que ha recibido de su divino Fundador de anunciar el misterio de la salvación a todos los hombres y de la restauración de todas las cosas en Cristo, la Santa Madre Iglesia debe ocuparse de la totalidad de la vida del hombre, incluso de la parte secular, en la medida que tiene que ver con su llamado celestial. Por lo tanto, tiene un papel en el progreso y el desarrollo de la educación.
Las escuelas católicas participan en la misión evangelizadora de la Iglesia de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En particular, son lugares para la evangelización de los jóvenes. Como las instituciones eclesiales, son "el ambiente privilegiado en el que se lleva a cabo la educación cristiana". Al igual que las universidades católicas, las escuelas católicas proceden ex corde Ecclesiae, del corazón mismo de la Iglesia. Las escuelas católicas de Estados Unidos, si se quiere que sean auténticamente católicas, deben integrarse en el programa orgánico pastoral de la parroquia, de la diócesis y de la Iglesia universal.
Desde su primera aparición en los Estados Unidos, las escuelas católicas han servido generosamente a las necesidades de las personas social y económicamente desfavorecidas. El sistema de escuelas parroquiales ha integrado a millones de jóvenes católicos en la vida eclesial y social. La Asociación Solidaridad, cuyo nombre recuerda la herencia de nuestro querido papa Juan Pablo II, sigue en la larga tradición de Santa Ángela Merici, Santa Elizabeth Ann Seton, Santa Margarita Bourgeoys, San Juan Bautista de la Salle, San Juan Bosco y un sinnúmero de otras personas religiosas y laicas que se dedican generosamente al amor de Cristo por los pobres, los desfavorecidos y los marginados, así como por los católicos de clase económica media y alta.
Este escrito, basado en mi intervención en la conferencia patrocinada por la Asociación Solidaridad, habla de las enseñanzas de la Santa Sede sobre la educación católica. Aunque este tema es demasiado vasto para ser adecuadamente resumido en unas pocas páginas, voy a introducir las preocupaciones principales sobre el tema que se encuentran en las publicaciones post-conciliares del Vaticano. Estas incluyen diversas intervenciones papales, la sección sobre escuelas del Código de Derecho Canónico de 1983 y los cinco documentos principales publicados por la Congregación para la Educación Católica desde el Concilio Vaticano II: La escuela católica (1977), El laico católico testigo de la fe en las escuelas ( 1982), La dimensión religiosa de la educación en una escuela católica (1988), La escuela católica en los umbrales del tercer milenio (1997) y Personas consagradas y su misión en la escuela: reflexiones y orientaciones (2002). Entre estos documentos, en particular recomiendo para su estudio La escuela católica y La dimensión religiosa de la educación en una escuela católica.
Después de echar un vistazo al resumen estadístico de la situación actual, hablaré de los derechos de los padres y el Gobierno en educación y de los cinco puntos de referencia que pueden ser utilizados para juzgar la identidad católica de la escuela y así tomar las medidas necesarias para fortalecerla.
I. La situación actual de las escuelas católicas en los Estados Unidos
ESTADÍSTICAS SOBRIAS
Ciertamente hay mucho que aplaudir al sistema escolar católico estadounidense que actualmente inscribe a casi 2.5 millones de estudiantes en sus escuelas primarias y secundarias. Desde cualquier punto de vista se trata de un testimonio excepcional del vigor de la vida católica en los Estados Unidos.
Aun así, no podemos ocultar el hecho de que el número de estudiantes en las escuelas católicas sigue disminuyendo. El máximo se alcanzó en 1965, cuando 5.5 millones de estudiantes estaban inscritos en las escuelas primarias y secundarias católicas. En 1930, había más escuelas primarias católicas (7,225), con 2.5 millones de estudiantes, que en 2004 (6,574), con 1.78 millones de estudiantes. Por otra parte, en el mismo plazo de setenta y cinco años, la población católica se triplicó: de 20.2 millones en 1930 a más de 66 millones en 2004.
Desde 1990, más de 400 nuevas escuelas católicas se han abierto en los Estados Unidos. Sin embargo, durante ese período ha habido una pérdida neta de más de 760 escuelas católicas. La mayor parte de las pérdidas se ha concentrado en el centro de las ciudades y zonas urbanas, y en las zonas rurales.
Es evidente que la Iglesia en los Estados Unidos se enfrenta a un grave problema con relación al servicio a sus niños y jóvenes, un problema que no se puede ocultar o esconder como resultado inevitable de una sociedad cada vez más secularizada.
DEL LIDERAZGO RELIGIOSO
AL LIDERAZGO SEGLAR
En los últimos cuarenta años, no solo en los Estados Unidos sino también en la mayor parte del mundo desarrollado, las vocaciones religiosas se han desplomado. En 1965 había 180,000 religiosas en los Estados Unidos, hoy hay menos de 75,000, de las cuales más del cincuenta por ciento tienen más de setenta años de edad. Por otra parte, en 1965 había 3.95 hermanas religiosas por cada 1,000 católicos, en 2002 se redujo a 1.16.
Desde el Concilio Vaticano II, las escuelas primarias y secundarias católicas han demostrado una disminución constante en el número de religiosos y sacerdotes, que son directores y maestros, y un aumento en el número de laicos en esas posiciones. Hoy en día las religiosas constituyen menos del cuatro por ciento del personal profesional de tiempo completo de las escuelas católicas, mientras que el 95 por ciento de los profesores son laicos.
Durante generaciones, las religiosas fueron la columna vertebral del sistema de escuelas parroquiales en los Estados Unidos, contribuyendo a su establecimiento y permitiendo que floreciera por su generoso y sacrificado apostolado. En sus documentos, la Santa Sede ensalza con frecuencia la contribución específica de los religiosos al apostolado de la educación de la Iglesia:
Debido a su consagración especial, por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo por el propio Instituto, así como por su profundo conocimiento de la verdad espiritual [cf. Ef. 2:17], consagrados y consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción particularmente eficaz en el campo educativo y de ofrecer una contribución específica a la labor de otros educadores.
Sin duda, durante años, la presencia de los religiosos en la mayoría de las escuelas parroquiales y secundarias sirvió como una garantía interna de su identidad católica, que los padres de familia y los párrocos dieron por hecho. Y la vasta red de escuelas establecidas proporcionó, en efecto, una sana educación religiosa y académica, sobre todo para los hijos de inmigrantes católicos. El cambio al liderazgo laico en las escuelas católicas, seguido a la escasez de religiosos, presenta un conjunto propio de desafíos.
De ninguna manera quiero sugerir que los laicos son, en cierta forma, la segunda opción de educadores católicos. Sin embargo, tienen una nueva responsabilidad que presenta una oportunidad llena de promesa y esperanza para la Iglesia. Ellos también tienen una "vocación sobrenatural" como educadores.
Sin embargo, para ser portadores efectivos de la tradición educativa de la Iglesia, los laicos que enseñan en las escuelas católicas necesitan una "formación religiosa que sea igual a su cultura general y, muy especialmente, a su formación profesional". Corresponde a la comunidad eclesial velar por que dicha formación sea requerida y puesta a disposición de todos los educadores católicos de la escuela, aquellos que ya están en el sistema y los que se preparan para entrar en él. En este sentido, las universidades católicas tienen una responsabilidad especial para ayudar a las escuelas católicas, proporcionando cursos de formación y programas que respondan a esta necesidad.
Algunos maestros católicos aportan a su apostolado de la educación el carisma de un instituto religioso en particular, con todo lo que implica en términos de una espiritualidad específica y el enfoque de la pedagogía. Esto es muy loable. Pero más importante que la entrega de elementos de un carisma particular a ciertos miembros laicos, es la protección y la promoción del carácter distintivo (ethos) del colegio católico. No podemos olvidar que la escuela primeramente es católica antes de que pueda ser moldeada según el carisma específico de un instituto religioso.
A la luz de la enseñanza del Concilio Ecuménico Vaticano II que "los laicos tienen su propia competencia en la construcción de la Iglesia", yo creo que los hombres y las mujeres, precisamente por ser miembros laicos de los fieles, tienen su carisma propio de la enseñanza, independientemente del carisma de una congregación religiosa en particular.
En un futuro no muy lejano, las comunidades religiosas individuales podrían morir o podrían florecer una vez más –esto no lo sabemos. Sin embargo, lo que sí sabemos, es que la Iglesia misma sobrevivirá y deberá tener escuelas que sean reconocidas por ser católicas.
II. Responsabilidades Compartidas
DERECHOS DE LOS PADRES DE FAMILIA
Y LA SUBSIDIARIDAD
Una clara enseñanza de la Iglesia, constantemente reiterada por la Santa Sede, afirma que los padres de familia son los primeros educadores de sus hijos. Los padres tienen el derecho primero, original e inalienable de educar a sus hijos de acuerdo con las convicciones morales y religiosas de la familia. Ellos son educadores por ser padres. Al mismo tiempo, la gran mayoría de los padres de familia comparten sus responsabilidades educativas con otros individuos e instituciones, principalmente con la escuela.
La educación primaria es, pues, "una extensión de la educación de los padres; es una extensión y cooperación a la educación del hogar" . En un sentido verdadero las escuelas son una extensión del hogar. Los padres - y no las escuelas, ya sean del estado o de la Iglesia - tienen la responsabilidad moral primordial de educar a los niños hasta su edad adulta. Como una buena madre, la Iglesia ofrece su ayuda a las familias mediante el establecimiento de escuelas católicas que aseguran la formación integral de sus hijos.
De acuerdo con un principio básico de la doctrina social católica, el principio de subsidiariedad siempre debe regir las relaciones entre las familias, la Iglesia y el Estado. Como el papa Juan Pablo II escribió en 1994 en su Carta a las familias:
Así, la subsidiariedad complementa el amor paterno y materno, ratificando su naturaleza fundamental, ya que todos los demás participantes en el proceso de la educación solo son capaces de llevar a cabo sus responsabilidades en nombre de los padres, con su consentimiento y, hasta cierto punto, con su autorización.
Para que la subsidiariedad sea efectiva, las familias deben gozar de verdadera libertad para decidir cómo deben ser educados sus hijos. Esto significa que "en principio, un monopolio estatal de la educación no es permisible, y que solo un pluralismo de los sistemas escolares respetará el derecho fundamental y la libertad de las personas - aunque el ejercicio de este derecho puede depender de una multitud de factores, de acuerdo con las realidades sociales de cada país" . Por lo tanto, la Iglesia Católica defiende "el principio de una pluralidad de los sistemas escolares a fin de salvaguardar sus objetivos (los de la Iglesia)".
DERECHO A LA ASISTENCIA ECONÓMICA DEL GOBIERNO
Un problema acuciante para las escuelas católicas en los Estados Unidos es la falta de asistencia económica del Gobierno. La autoridad magisterial de la Iglesia ha tratado con frecuencia los derechos de los padres a este tipo de ayuda en el cumplimiento de su obligación de educar a sus hijos. En el Vaticano II, los Padres declararon que "el poder público, que tiene la obligación de proteger y defender los derechos de los ciudadanos, debe velar por que, en su preocupación por la justicia distributiva, los subsidios públicos se paguen de tal manera que los padres, de acuerdo a su conciencia, sean verdaderamente libres para elegir las escuelas que desean para sus hijos".
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2005) afirma lacónicamente que "la negativa a proporcionar apoyo económico público a escuelas no públicas que necesitan ayuda y que prestan un servicio a la sociedad civil debe ser considerada una injusticia". Por otra parte, el Estado está obligado a proporcionar dichos subsidios públicos a causa de la enorme contribución que las escuelas católicas hacen a la sociedad al servir al bien común.
La mayoría de los países con importantes mayorías cristianas aceptan esta obligación en materia de justicia: Australia, Bélgica, Canadá, Inglaterra, Francia, Alemania, Irlanda, los Países Bajos, España y Escocia, por nombrar algunos. Sus gobiernos dan asistencia económica a las escuelas católicas, algunos hasta el 100 por ciento. Italia, México, China, Cuba, Corea del Norte y Estados Unidos son la excepción a esta asistencia.
Para muchas familias, especialmente las de clase media y trabajadora, el agobio económico para proporcionar una educación católica para sus hijos es considerable y, a menudo, demasiado grande. Desde 1990, el promedio de colegiatura en las escuelas primarias y secundarias católicas se ha duplicado. En 2004, el promedio de colegiatura era de $2,432 dólares anuales para las primarias y de $5,870 dólares anuales para las secundarias.
Los obispos americanos declararon recientemente que no hay otra manera de abordar esta cuestión de los costos más que "abogar por la libre elección de escuela por parte de los padres, y de los créditos fiscales personales y corporativos". Abogar por algún tipo de financiamiento del gobierno para la educación católica, sin condiciones inaceptables que la restrinjan, es responsabilidad no solo de los padres de los niños en edad escolar, sino de todos los católicos en búsqueda de la justicia. Con demasiada frecuencia, los estadounidenses católicos no se dan cuenta de que tienen derecho a subsidios para sus escuelas debido a que estas instituciones prestan un servicio a la sociedad. De ninguna manera esa asistencia compromete la separación constitucional entre Iglesia y Estado. Por el contrario, garantiza el derecho fundamental de los padres a elegir una escuela para sus hijos.
Cuando el gobierno coopere con su parte justa de la carga económica, las escuelas católicas podrán florecer. Tomemos el ejemplo de Melbourne, Australia. Melbourne es aproximadamente del tamaño de Houston, ambas ciudades tienen alrededor de cuatro millones de habitantes y los católicos más de un millón. Para atender a sus niños católicos, Melbourne tiene 256 escuelas primarias de la arquidiócesis y sesenta y cinco escuelas secundarias, en comparación con cincuenta y dos de primaria y nueve secundarias de la Arquidiócesis de Houston. ¿Por qué la diferencia? Sin duda, la respuesta está en la generosa financiación pública a disposición de las escuelas católicas de Melbourne.
Sin algún tipo de ayuda del Gobierno o por lo menos la desgravación fiscal, es difícil ver cómo la educación católica puede seguir siendo asequible y accesible, especialmente para el creciente número de niños inmigrantes, principalmente hispanos. En menos de una generación, los hispanos constituyen más del 50 por ciento de los católicos de Estados Unidos y una proporción aún mayor de nuestros niños católicos.
Todos los niños católicos, no solo aquellos cuyas familias tienen los medios económicos, tienen derecho a una educación católica. Documentos del Vaticano subrayan que la opción preferencial de la Iglesia por los pobres significa que ella ofrezca su ministerio educativo, en primer lugar a "los que son pobres en los bienes de este mundo" . La Santa Sede apoya la preocupación de los obispos estadounidenses de proporcionar a los pobres y aquellos que podrían no estar suficientemente preparados para el alto rendimiento académico: la escuela católica "es una escuela para todos, con especial atención a los más débiles" . Garantizar que sea "para todos" requerirá una nueva política de financiamiento de la educación en los Estados Unidos.
III. Cinco características esenciales de las escuelas católicas
Intervenciones papales y documentos de Roma hacen hincapié repetidamente en que ciertas características deben estar presentes para que una escuela sea considerada auténticamente católica. Como las características de la Iglesia proclamadas en el Credo - una, santa, católica y apostólica -, así también la Santa Sede identifica las características principales de una escuela católica: una escuela católica debe inspirarse en una visión sobrenatural, fundada en la antropología cristiana, animada por la comunión y la comunidad, imbuida de una visión del mundo católico a través de todo su plan de estudios y sostenida por testigos del Evangelio. Estos puntos de referencia ayudarán a responder una pregunta crítica: De acuerdo con lo que piensa la Iglesia ¿esta es una escuela católica?
El papa Juan Pablo II, durante su visita ad limina en 2004, recordó a un grupo de obispos americanos:
Es de suma importancia, por lo tanto, que las instituciones de la Iglesia sean genuinamente católicas: católicas en su entendimiento de sí mismas y católicas en su identidad.
Es precisamente debido a su identidad católica, que es todo menos sectaria, que una escuela deriva la originalidad que le permite ser un instrumento verdadero de la misión evangelizadora de la Iglesia. Michael Guerra, expresidente de la Asociación Nacional de Educación Católica, propuso el reto de manera sucinta: "Para las escuelas católicas la primera tarea y la más importante es la de mantener y reforzar continuamente su identidad católica".
Los cinco elementos que necesariamente pertenecen a la identidad católica de la escuela son los principios propuestos por la Santa Sede que justifican la fuerte inversión de la Iglesia en la educación. Por otra parte, son puntos de referencia medibles, formando la columna vertebral e inspirando la misión de cada escuela católica.
Veamos ahora cada una de las características que dan a una escuela una identidad católica.
1. INSPIRADA POR UNA VISIÓN SOBRENATURAL
La Iglesia ve la educación como un proceso que, a la luz del destino trascendente del hombre, forma integralmente al niño y a la niña y busca fijar sus ojos en el cielo. El propósito específico de la educación católica es la formación de niños y niñas que serán buenos ciudadanos de este mundo, amando a Dios y al prójimo y enriqueciendo la sociedad con la levadura del Evangelio, y quienes también serán ciudadanos del mundo futuro, cumpliendo así con su destino para ser santos.
En un discurso dirigido a los educadores católicos norteamericanos en Nueva Orleans, el papa Juan Pablo II les entregó
el urgente reto de identificar claramente los objetivos de la educación católica, y la aplicación de métodos adecuados en la educación católica de primaria y secundaria. . . Es el desafío de comprender plenamente el proyecto educativo, de evaluar de manera adecuada su contenido y de transmitir toda la verdad sobre la persona humana, creada a imagen de Dios y llamada a la vida en Cristo por el Espíritu Santo.
El énfasis en la dignidad inalienable de la persona humana - sobre todo en su dimensión espiritual - es especialmente necesario hoy en día. Lamentablemente, demasiados en el gobierno, los negocios, los medios de comunicación, e incluso el establecimiento educativo, perciben la educación como un mero instrumento para la adquisición de información que mejorará las posibilidades de éxito en el mundo y un nivel más cómodo de vida. Esta visión empobrecida de la educación no es católica.
Si los educadores católicos, los padres de familia y otras personas que se dedican a este apostolado no tienen en cuenta una alta visión sobrenatural, todo su discurso sobre las escuelas católicas no será más que "bronce que resuena o címbalo que retiñe” (1 Cor 13: 1).
2. FUNDADA EN UNA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA
El énfasis en el destino sobrenatural de los estudiantes trae consigo una profunda apreciación de la necesidad de perfeccionar a los niños y niñas en todas sus dimensiones como imágenes de Dios (cf. Gen 1:26-27). La teología católica enseña que la gracia supone la naturaleza. Debido a esta complementariedad de lo natural y lo sobrenatural, los educadores católicos deben tener una sólida comprensión de la persona humana que responda a las necesidades tanto de la perfección natural como sobrenatural de los niños y niñas confiados a su cuidado.
Repetidamente los documentos de la Santa Sede enfatizan la necesidad de una filosofía educativa basada en una comprensión correcta de quién es la persona humana. ¿Cómo describen dicha visión antropológica?
En El laico católico testigo de la fe en la escuela, el Vaticano propone una respuesta:
En el mundo pluralista de hoy, el educador católico debe inspirar conscientemente su actividad con el concepto cristiano de la persona, en comunión con el Magisterio de la Iglesia. Es un concepto que incluye la defensa de los derechos humanos y también que atribuye a la persona humana la dignidad de hijo de Dios. . . Hace un llamamiento para el pleno desarrollo de todo lo que es humano, porque hemos sido hechos los amos del mundo por su Creador. Por último, propone a Cristo, el Hijo encarnado de Dios y Hombre perfecto, tanto como modelo como medio; imitarlo es, para todos los hombres y mujeres, la fuente inagotable de la perfección personal y comunitaria.
Todo esto no dice nada más que las palabras de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, tan frecuentemente citada por el papa Juan Pablo II: "Es solo en el misterio del Verbo hecho carne que el misterio del hombre es verdaderamente claro".
Una escuela católica, por lo tanto, no puede ser una fábrica para el aprendizaje de varias habilidades y competencias diseñadas para satisfacer los escalones del comercio y de la industria. Tampoco lo es para los "clientes" y "consumidores" en un mercado competitivo que valora el rendimiento académico. La educación no es una mercancía, incluso si las escuelas católicas dotan a sus graduados con habilidades envidiables. Por el contrario, "la escuela católica se propone ser una escuela para la persona humana y de la persona humana".
Los documentos de la Santa Sede insisten en que, para ser digna de su nombre, una escuela católica debe fundarse en Jesucristo, el Redentor. Es él quien, a través de su encarnación, se une con cada estudiante. Cristo no es una pensamiento secundario o una adición a la filosofía educativa católica; él es el centro y el fulcro de toda la iniciativa, la luz que ilumina a cada niño y niña que entra en una escuela católica (cf. Juan 1:9). En su documento La escuela católica, la Sagrada Congregación para la Educación Católica afirma:
La escuela católica está comprometida con el desarrollo integral del hombre, ya que en Cristo, el hombre perfecto, todos los valores humanos encuentran su cumplimiento y unidad. En esto radica el carácter específicamente católico de la escuela. Su deber de cultivar los valores humanos en su propio derecho legítimo de acuerdo con su misión específica de servir a todos los hombres tiene su origen en la figura de Cristo. Él es el que dignifica al hombre, le da sentido a la vida humana y es el modelo que la escuela católica ofrece a sus alumnos.
El evangelio de Jesucristo y su misma persona deben inspirar y guiar a la escuela católica en todos los aspectos de su vida y actividad - su filosofía educativa, su currículo, su vida comunitaria, su selección de profesores e incluso su entorno físico.
Cristo es el Maestro en las escuelas católicas. Sin embargo, esta convicción, en su misma sencillez, a veces puede pasarse por alto. Las escuelas católicas tienen la tarea de ser la memoria viva y provocativa de Cristo. Demasiadas escuelas católicas caen en la trampa de una cultura de éxito académico secular, poniendo su enfoque cristológico acompañado por su entendimiento de la persona humana en segundo lugar. Cristo es "metido" en vez de ser el principio vital de la escuela.
Como escribió Juan Pablo II en su mensaje de 1979 a la Asociación Nacional de Educación Católica: "La educación católica es ante todo una cuestión de comunicar a Cristo, de ayudar a formar a Cristo en las vidas de los demás". Los auténticos educadores católicos reconocen a Cristo y su entendimiento de la persona humana como la medida de la catolicidad de la escuela. Él es "el fundamento de toda la empresa educativa en una escuela católica", y los principios de su Evangelio son los que guían las normas educativas:
En una escuela católica, todos deben ser conscientes de la presencia viva de Jesús, el "Maestro", quien, hoy como siempre, está con nosotros en nuestro viaje por la vida como un verdadero "Maestro", el Hombre perfecto en quien todos los valores humanos encuentran el máximo de su perfección. La inspiración de Jesús debe ser traducida de lo ideal a lo real. El espíritu del Evangelio debe ser evidente en una forma cristiana de pensamiento y de vida que impregna todas las facetas del clima educativo.
3. ANIMADA POR LA COMUNIÓN Y POR LA COMUNIDAD
Una tercera característica de la catolicidad es el énfasis en la escuela como una comunidad - una comunidad de personas y, aún más exactamente, “una verdadera comunidad de fe". Este énfasis propone un modelo alternativo para las escuelas católicas al propuesto por la sociedad individualista. Esta dimensión comunitaria tiene sus raíces tanto en la naturaleza social de la persona humana como en la realidad de la Iglesia como "hogar y escuela de comunión". Que la escuela católica sea una comunidad educativa "es uno de los acontecimientos más enriquecedores de la escuela contemporánea". La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica de la Congregación resume este nuevo énfasis:
La declaración Gravissimum Educationis observa un avance importante en la forma en que se piensa de una escuela católica: la transición de la escuela como una institución a la escuela como una comunidad. Esta dimensión de la comunidad es, quizás, uno de los resultados de la nueva conciencia de la naturaleza de la Iglesia, como fue elaborada por el Concilio. En los textos del Concilio, la dimensión comunitaria es ante todo un concepto teológico más que una categoría sociológica.
La Santa Sede describe a la escuela como una comunidad en cuatro áreas: el trabajo en equipo entre todos los implicados, la cooperación entre los educadores y los obispos, la interacción de los estudiantes con los profesores y el medio ambiente físico de la escuela.
Trabajo en equipo
Las escuelas primarias "deben tratar de crear un clima escolar comunitario que reproduzca, en la medida de lo posible, la atmósfera cálida e íntima de la vida familiar. Los responsables de estas escuelas, por lo tanto, deben hacer todo lo posible para promover un espíritu común de confianza y espontaneidad". Esto significa que los educadores deben desarrollar una voluntad para colaborar entre sí. Los maestros, tanto religiosos como laicos, junto con los padres y miembros del consejo escolar, deben trabajar en equipo por el bien común de la escuela. Su comunión fomenta la apreciación de los diversos carismas y vocaciones que forman una comunidad genuina en la escuela y fortalecen la solidaridad escolástica. Los educadores, administradores, padres de familia y obispos guían a la escuela para tomar decisiones que promuevan "superar la propia promoción individualista, la solidaridad en lugar de la competencia, la ayuda al débil en lugar de la marginación, la participación responsable en lugar de la indiferencia".
Por otra parte, la Santa Sede siempre está atenta para garantizar la adecuada participación de los padres de familia en las escuelas católicas:
La estrecha cooperación con la familia es especialmente importante en el tratamiento de temas sensibles como la educación religiosa, moral o sexual, la orientación hacia una profesión o la elección de la propia vocación en la vida. No es una cuestión de conveniencia, sino una asociación basada en la fe.
Ahora, más que en el pasado, los maestros y directores deben fomentar la participación de los padres en la misión y vida de la escuela. Esta asociación está dirigida no solo para la resolución de problemas académicos, sino también hacia la planificación y la evaluación de la eficacia de la misión de la escuela.
A pesar de que ahora los consagrados y consagradas son pocos en las escuelas, el testimonio de su colaboración con los laicos enriquece el valor eclesial de las comunidades educativas. Como "expertos en comunión", debido a su experiencia en la vida comunitaria, los religiosos fomentan esos "lazos humanos y espirituales que promueven el intercambio recíproco de dones" con todos los demás involucrados en la escuela. En palabras de un documento reciente del Vaticano:
Las personas consagradas son, por tanto, levadura que es capaz de crear relaciones de comunión profunda que son educativas por sí mismas. Ellos promueven la solidaridad, el enriquecimiento mutuo y la corresponsabilidad en el proyecto educativo y, sobre todo, dan un explícito testimonio cristiano.
La cooperación entre los educadores y los obispos
La catolicidad de las escuelas americanas también depende en gran medida de los vínculos de comunión eclesial entre obispos y educadores católicos. Deben ayudarse unos a otros en la realización de la tarea a la que se obligan mutuamente. Las relaciones personales marcadas por una confianza mutua, la cooperación estrecha y un diálogo permanente son necesarias para un auténtico espíritu de comunión.
En primer lugar, la confianza. Esto va más allá de las relaciones personales de los involucrados. Estas pueden o no estar marcadas por la calidez y la amistad, dependiendo de la situación concreta. El fundamento más profundo de esa confianza es la adhesión compartida a la persona de Jesucristo. La confianza es impulsada al escucharse uno al otro, al respetar los diferentes dones de cada uno y mediante el reconocimiento de las responsabilidades específicas de cada quien. Con la confianza viene el diálogo. Ambos, obispos y educadores, ya sea individualmente o en asociaciones, deberán hacer uso de un diálogo abierto, sincero y regular en sus esfuerzos conjuntos en favor de las escuelas católicas.
Los educadores y las autoridades eclesiales deben cooperar estrechamente en la promoción de la catolicidad de la escuela. Esta colaboración no es solo un ideal, sino también una práctica de larga tradición eclesial en los Estados Unidos. Una espiritualidad de comunión debe ser el principio rector de la educación católica. Sin este camino espiritual, todas las estructuras externas de cooperación de poco servirían, serían meros mecanismos sin alma.
Los educadores católicos reconocen que el liderazgo pastoral del obispo es fundamental para apoyar el establecimiento y la garantía de la catolicidad de las escuelas bajo su cuidado pastoral. De hecho, "solo el obispo puede fijar el tono, garantizar la prioridad y presentar de manera efectiva la importancia de la causa al pueblo católico". Su responsabilidad para las escuelas católicas se deriva del munus docendi, el oficio de enseñar, que recibe en su ordenación. Como lo establece el Código de Derecho Canónico: "Los pastores de almas tienen el deber de poner todos los medios posibles para que todos los fieles puedan recibir una educación católica".
Con respecto a las escuelas católicas, la responsabilidad episcopal es doble. En primer lugar, el obispo debe integrar las escuelas en el programa pastoral de su diócesis, y, en segundo lugar, debe supervisar la enseñanza dentro de ellas. Como Juan Pablo II afirmó sin rodeos: "Los obispos deben apoyar y promover la labor de las escuelas católicas".
El obispo debe velar para que la educación en sus escuelas se base en los principios de la doctrina católica. Esta vigilancia incluye también a las escuelas creadas o dirigidas por miembros de institutos religiosos. Las responsabilidades particulares del obispo incluyen garantizar que los profesores sean sólidos en su doctrina y sobresalientes en la integridad de su vida. Es él quien debe juzgar si los niños en las escuelas católicas de su diócesis reciben la plenitud de la fe de la Iglesia en su formación catequética y religiosa.
Es importante que el obispo participe en las escuelas católicas, no solo mediante el ejercicio de poder de veto –ya sea sobre los textos, currículo, o los maestros -, sino también al tomar un papel activo en el fomento del carácter distintivo (ethos) específicamente católico de las escuelas bajo su jurisdicción. En un discurso ad limina a un grupo de obispos estadounidenses en junio de 2004, el papa Juan Pablo II resumió este punto: "La presencia de la Iglesia en la educación primaria y secundaria debe... ser objeto de su especial atención como pastores del Pueblo de Dios". En particular, los pastores deben poner en marcha "programas específicos de formación" que permitan a los laicos asumir responsabilidades para la enseñanza en las escuelas católicas.
La interacción de los estudiantes con los profesores
La filosofía educativa católica siempre ha prestado especial atención a la calidad de las relaciones interpersonales en la comunidad escolar, especialmente entre profesores y alumnos. Esta preocupación se asegura de que el estudiante sea visto como una persona cuyo crecimiento intelectual se armoniza con el crecimiento espiritual, religioso, emocional y social. Porque, como dijo San Juan Bosco, "la educación es cosa del corazón" , la auténtica formación de los jóvenes requiere el acompañamiento personalizado de un profesor. "Durante la infancia y la adolescencia un estudiante necesita experimentar relaciones personales con educadores destacados, y lo que se enseña tiene una mayor influencia en la formación del estudiante cuando se coloca en un contexto de compromiso personal, de auténtica reciprocidad, coherencia de actitudes, estilo de vida y el comportamiento de día a día" . El contacto directo y personal entre profesores y alumnos es uno de los sellos de calidad de la escuela católica. Un ambiente de aprendizaje que fomenta la amistad de los estudiantes está muy lejos de la caricatura del disciplinario remoto apreciada por los medios de comunicación.
En otros términos, el documento de la Congregación titulado El laico católico, testigo de la fe en la escuela describe la relación entre el estudiante y el docente:
Una relación personal es siempre un diálogo y no un monólogo y el profesor debe estar convencido de que constituye un mutuo enriquecimiento. Pero la misión nunca debe perderse de vista: el educador nunca debe olvidar que el alumno necesita de compañía y guía durante el periodo de crecimiento; precisa ayuda de otros para superar sus dudas y desorientaciones. También, la relación con los estudiantes debe de darse con una combinación prudente de familiaridad y distancia; y esto debe de adaptarse a las necesidades de cada estudiante. La familiaridad hará una relación personal más sencilla, pero también es necesaria cierta distancia.
Las escuelas católicas, entonces, salvaguardan la prioridad de la persona, tanto la del estudiante como la del profesor. Promueven la amistad adecuada entre ellos, ya que "un proceso auténtico de formación solo puede iniciarse a través de una relación personal".
El medio ambiente físico
El medio ambiente físico de una escuela es también un elemento integral que incorpora los valores auténticos de la comunidad de la tradición católica. Dado que la escuela es justamente considerada una extensión del hogar, debe tener "algunas de las comodidades que pueden crear un ambiente agradable y familiar". Esto incluye una planta física adecuada y equipo adecuado.
Es especialmente importante que esta "escuela-hogar" sea inmediatamente reconocible como católica:
Desde el primer momento que el estudiante pone un pie en una escuela católica, debe tener la impresión de entrar en un nuevo ambiente, uno iluminado por la luz de la fe, y con características peculiares.
La Encarnación, que hace hincapié en la venida al mundo del Hijo de Dios, en cuerpo, deja su sello en todos los aspectos de la vida cristiana. El hecho mismo de la Encarnación nos dice que el mundo creado es el medio que Dios eligió para comunicarnos su vida. Lo que es humano y visible puede sostener lo divino.
Si las escuelas católicas han de ser fieles a su identidad, impregnarán el ambiente con un deleite en lo sacramental. Por lo tanto, deben expresar física y visiblemente los signos externos de la cultura católica, a través de imágenes, símbolos, iconos y otros objetos de devoción tradicional. Una capilla, crucifijos en el aula, estatuas, las celebraciones litúrgicas y otros recuerdos sacramentales de la vida católica, incluyendo arte de buen gusto que no es explícitamente religioso en su tema, deben ser evidentes. Todos estos signos encarnan el espíritu de la comunidad del catolicismo.
La oración debe ser una parte normal de la jornada escolar, para que los estudiantes aprendan a orar en momentos de tristeza y alegría, de decepción y de celebración, de dificultad y de éxito. Tal oración enseña a los estudiantes que pertenecen a la comunión de los santos, una comunidad que no tiene límites. En particular, los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación deben marcar el ritmo de vida de la escuela católica. La misa debe celebrarse periódicamente, con la participación adecuada de estudiantes y profesores. También deben incluirse otras devociones tradicionales católicas como rezar el rosario, la decoración de altares en mayo, el canto de himnos religiosos, la lectura de la Biblia, el recuento de las vidas de los santos y la celebración del año litúrgico de la Iglesia. La vitalidad sacramental de la fe católica se expresa en estos y otros actos de la religión que pertenecen a la vida eclesial cotidiana y deben ser evidentes en todas las escuelas.
4. IMBUIDA DE UNA VISIÓN CATÓLICA DEL MUNDO A TRAVÉS DE TODO EL CURRÍCULO
Una cuarta característica distintiva de las escuelas católicas es que el "espíritu de catolicismo" debe impregnar todo el currículo.
La educación católica se "dirige intencionalmente al crecimiento integral de toda la persona". Una educación integral tiene como objetivo desarrollar gradualmente todas las capacidades de cada alumno: sus capacidades intelectuales, físicas, psicológicas, morales y religiosas. Los documentos del Vaticano hablan de una educación que responda a todas las necesidades de la persona humana:
La formación integral de la persona humana, que es el propósito de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades humanas de los estudiantes, junto con la preparación para la vida profesional, la formación de la conciencia ética y social, la conciencia de lo trascendental y la educación religiosa. Cada escuela y cada educador en la escuela, debe hacer un esfuerzo "para formar personas fuertes y responsables, que sean capaces de tomar decisiones libres y correctas", por lo tanto, preparando a los jóvenes "para abrirse más y más a la realidad y formarse una idea clara del significado de la vida". [La escuela católica, 31]
Para ser integral o completa, la escuela católica debe ser constantemente inspirada y guiada por el Evangelio. Como hemos visto, la escuela católica traicionaría su objetivo si no se encontrara a sí misma en la persona de Cristo y sus enseñanzas: “Deriva de él toda la energía necesaria". [La escuela católica]
Debido al papel iluminador del evangelio en una escuela católica, uno podría estar tentado a pensar que el carácter distintivo de la escuela se encuentra solo en la calidad de su instrucción religiosa, la catequesis y las actividades pastorales. Y no existe nada más lejano de la posición de la Santa Sede. Por el contrario, la escuela católica debe incorporar su catolicidad auténtica incluso al margen de dichos programas y proyectos. Es católica porque se compromete a educar al niño en su totalidad, tomando en cuenta las exigencias de su perfección natural y sobrenatural. Es católica, ya que proporciona una educación en las virtudes intelectuales y morales. Es católica porque prepara para una vida plenamente humana al servicio de los demás y para la vida del mundo futuro. Toda la instrucción, por lo tanto, debe ser auténticamente católica en el contenido y la metodología a través de todo el programa de estudios.
El catolicismo es un “camino de vida comprensivo” que debe animar todos los aspectos de sus actividades y de su plan de estudios. A pesar de que los documentos del Vaticano sobre la educación no cubren la planeación de lecciones, el orden de la enseñanza de diversas materias o el mérito relativo de los diferentes métodos pedagógicos, la Santa Sede sí proporciona directrices destinadas a inspirar el contenido del currículo. Para que una escuela católica cumpla con su promesa de proporcionar a los estudiantes una educación integral, debe fomentar el amor por la sabiduría y la verdad, y debe integrar la fe, la cultura y la vida.
El amor por la sabiduría y la pasión por la verdad
En una era de sobrecarga de información, las escuelas católicas deben prestar especial atención para asegurar un equilibrio delicado en su instrucción entre la experiencia y el entendimiento humano. Los educadores católicos no quieren que sus alumnos digan: "Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido".
El conocimiento y la comprensión son mucho más que la acumulación de información. T.S. Eliot presenta esto de la manera correcta: "¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?" Las escuelas católicas hacen mucho más que transmitir información a los estudiantes. Aspiran a enseñar el amor a la sabiduría, habituando a cada estudiante "al deseo de aprender tanto que se deleitará en convertirse en un autodidacta".
Otra idea intrínsecamente relacionada con la búsqueda de la sabiduría que se repite con frecuencia en la enseñanza del Vaticano es la confianza de que la mente humana, aunque limitada en sus facultades, puede llegar a un conocimiento de la verdad. Esta convicción acerca de la naturaleza de la verdad es demasiado importante para los católicos como para ser confundida. A diferencia de los escépticos y relativistas, los educadores católicos comparten una creencia específica acerca de la verdad: que, en una medida limitada, pero real, se puede alcanzar y comunicar a los demás. Las escuelas católicas asumen la difícil tarea de liberar a los niños y niñas de las consecuencias insidiosas de lo que el papa Benedicto XVI ha llamado la "dictadura del relativismo" - una dictadura que mutila toda educación genuina. Los profesores católicos deben cultivar en sí mismos y desarrollar en otros una pasión por la verdad que vence el relativismo moral y cultural. Se trata de educar "en la verdad".
En un discurso ad limina a un grupo de obispos estadounidenses, el papa Juan Pablo II señaló la importancia de tener una comprensión correcta de la verdad, si los esfuerzos educativos de la Iglesia Católica han de dar frutos:
El mayor desafío hoy en día para la educación católica en los Estados Unidos, y la mayor contribución que la educación auténticamente católica puede hacer a la cultura estadounidense, es restaurar a esa cultura la convicción de que los seres humanos pueden comprender la verdad de las cosas y, al comprender esa verdad, pueden conocer sus deberes para con Dios, con su prójimo y consigo mismos… El mundo contemporáneo necesita con urgencia el servicio de las instituciones educativas que sostienen y enseñan que la verdad es "ese valor fundamental sin el cual se extingue la libertad, la justicia y la dignidad humana". [Veritatis Splendor, 4]
Siguiendo de cerca la enseñanza pontificia, los documentos de la Santa Sede sobre las escuelas insisten en que la educación es acerca de la verdad –en ambas de sus dimensiones, la natural y la sobrenatural:
La escuela considera al conocimiento humano como una verdad por descubrir. En la medida en que las asignaturas se imparten por una persona que a sabiendas y sin restricción busca la verdad, en ese sentido son cristianas. El descubrimiento y el conocimiento de la verdad llevan al hombre al descubrimiento de la Verdad total.
Mientras que las escuelas católicas por mandato se ajustan a los programas del Gobierno, implementan sus programas con una orientación religiosa en general. Esta perspectiva incluye criterios tales como "la confianza en nuestra capacidad para alcanzar la verdad, al menos, de una manera limitada - una confianza que no está basada en el sentimiento sino en la fe... [y] la capacidad de hacer juicios sobre lo que es verdadero y lo es falso". Un firme compromiso con la verdad se encuentra en casa en una escuela auténticamente católica.
Fe, cultura y vida
Un segundo principio que se deriva de la comunicación a los estudiantes de una visión del mundo católica es la idea de que deben aprender a transformar la cultura a la luz del Evangelio. Las escuelas preparan a los estudiantes a relacionar la fe católica a su cultura particular y de vivir la fe en la práctica.
En La escuela católica en el umbral del tercer milenio, la Congregación para la Educación Católica comentó:
De la naturaleza de la escuela católica se deriva también uno de los elementos más significativos de su proyecto educativo: la síntesis entre cultura y fe. El esfuerzo para conjugar la razón y la fe, que ha llegado a ser el alma de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y coordina, haciendo emerger en el interior del saber escolar la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia.
Las escuelas forman a los estudiantes dentro de su propia cultura, enseñándoles a apreciar sus elementos positivos y fomentando una integración más profunda del Evangelio en su situación particular. La fe y la cultura están íntimamente relacionadas, y los estudiantes deben ser guiados, en las formas más adecuadas al nivel de su desarrollo intelectual, para captar la importancia de esta relación. "Siempre debemos recordar que, mientras que la fe no debe ser identificada con ninguna cultura y es independiente de todas las culturas, debe inspirar a todas las culturas".
Por otra parte, los jóvenes católicos, de una manera apropiada a su edad, también deben aprender a hacer juicios basados en las verdades religiosas y morales. Deben aprender a ser críticos y evaluativos. Y es la fe católica la que ofrece a los jóvenes los principios fundamentales para la crítica y la evaluación.
La filosofía educativa que guía a las escuelas católicas también busca asegurarse de que son lugares donde "la fe, la cultura y la vida son presentadas en armonía". La misión de santidad es central a la escuela católica, es decir, la misión de hacer santos. Consciente de la redención en Cristo, la escuela católica tiene como objetivo formar en sus alumnos las virtudes particulares que les permitan vivir una vida nueva en Cristo y ayudarles a desempeñar su papel en el servicio a la sociedad y la Iglesia. Se esfuerza por desarrollar la virtud "por la integración de la cultura con la fe y de la fe con la vida". La Congregación para la Educación Católica ha escrito que "la escuela católica trata de crear dentro de sus muros un clima en el que la fe del alumno madure gradualmente y le permita asumir la responsabilidad puesta en él por el Bautismo".
Una forma primordial de ayudar a los estudiantes católicos a ser más comprometidos con su fe es a través de una sólida instrucción religiosa. Sin duda, "la educación en la fe es parte de la finalidad de una escuela católica". Para los jóvenes católicos, esa instrucción abarca tanto la enseñanza de las verdades de la fe como el fomentar su práctica. Sin embargo, siempre hay que tener un cuidado especial para evitar el error de pensar que el carácter distintivo de la escuela católica recae únicamente en su programa de educación religiosa. Esa posición sería fomentar el malentendido de que la fe y la vida se pueden divorciar, que la religión es un asunto meramente privado, sin contenido doctrinal u obligaciones morales.
5. SOSTENIDA CON TESTIGOS DEL EVANGELIO
Un último indicador de la catolicidad auténtica de la escuela es el testimonio de vida de sus maestros y directores. En ellos recae la responsabilidad de crear un clima escolar cristiano, como individuos y como comunidad. De hecho, "depende principalmente de ellos que la escuela católica logre su propósito". Por lo mismo, los documentos de la Santa Sede prestan mucha atención a la vocación de los profesores y su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia. La suya es una vocación sobrenatural, y no simplemente el ejercicio de una profesión. "La nobleza de la tarea a la que han sido llamados reclama que, a imitación de Cristo, el único Maestro, revelen el misterio cristiano no solo de palabra sino también en cada gesto de su comportamiento".
Más que un maestro que enseña, un educador católico es una persona que da testimonio con su vida. Poco después de su elección, el papa Benedicto XVI habló sobre el tipo de testimonio requerido de los maestros de la fe, incluidos los de las escuelas católicas:
La figura central en la labor de educar... es precisamente el testimonio... El testigo nunca se refiere a sí mismo, sino a algo, o mejor dicho, a Alguien mayor que él, a quien ha encontrado y cuya gran bondad ha probado. De este modo, todo educador y testigo encuentra su modelo insuperable en Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada acerca de sí mismo, sino que hablaba como el Padre le había enseñado [cf. Juan 8:28].
La contratación de católicos comprometidos
Para cumplir con su responsabilidad de hablar del Padre, los educadores en las escuelas católicas, con muy pocas excepciones, deben ser católicos practicantes que estén comprometidos con la Iglesia y con vivir su vida sacramental. A pesar de las dificultades involucradas, los responsables de la contratación de los docentes deben velar por que se cumplan estos criterios. Al dirigirse a los directores de escuelas católicas en el Directorio Nacional para la Catequesis (2005), los obispos americanos dieron una dirección inequívoca al respecto: "Contraten solo a maestros que son católicos practicantes, que pueden entender y aceptar las enseñanzas de la Iglesia Católica y las exigencias morales del Evangelio, y que puedan contribuir a la consecución de la identidad católica de la escuela y sus objetivos apostólicos". Los obispos también afirmaron: "Si bien algunas situaciones podría presentar razones de peso para que los miembros de otras tradiciones religiosas enseñen en una escuela católica, en cuanto sea posible, todos los maestros en una escuela católica deben ser católicos practicantes".
Cuando esta política se ignora, es inevitable que los niños absorban, incluso si no se enseña explícitamente, un suave indiferentismo que no sostendrá ni su práctica de la fe, ni su capacidad para impregnar la sociedad con los valores cristianos. Los directores, los pastores, los miembros del consejo escolar, los padres de familia y los obispos comparten el grave deber de contratar a los maestros que cumplan con las normas de la doctrina y la integridad de vida esenciales para una escuela católica floreciente.
La Santa Sede comparte la solicitud de los obispos norteamericanos sobre el empleo de los maestros con una clara comprensión y el compromiso con la educación católica. La principal manera de fomentar la catolicidad de la escuela es la contratación cuidadosa de hombres y mujeres que apoyan con entusiasmo su espíritu distintivo, pues la educación católica se ve reforzada por los testigos del Evangelio.
Testigos transparentes de vida
Además de fomentar una visión católica del mundo a través del currículo, incluso en las llamadas disciplinas seculares, "si los estudiantes de las escuelas católicas deben de tener una experiencia genuina de la Iglesia, el ejemplo de los profesores y otros responsables de su formación es crucial: el testimonio de los adultos en la comunidad escolar es una parte vital de la identidad de la escuela".
Los niños aprenderán mucho más por el ejemplo de sus educadores que por técnicas pedagógicas maestras, especialmente en la práctica de las virtudes cristianas. En palabras del papa Benedicto XVI:
La figura central en la labor de educar, y sobre todo en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y es su horizonte más adecuado, es precisamente el testimonio. Este testimonio se convierte en un punto de referencia adecuado en la medida en que la persona puede dar cuenta de la esperanza que alimenta su vida [cf. 1 Ped.3: 15] y está involucrado personalmente en la verdad que propone.
Las palabras proféticas del papa Pablo VI suenan tan ciertas hoy como lo hicieron hace más de treinta años: "El hombre contemporáneo escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos". Lo que los educadores hacen y cómo actúan es más importante que lo que dicen - dentro y fuera del aula. Así es como la Iglesia evangeliza. "Cuanto más viva el educador el modelo de hombre que presenta como ideal [Cristo] a los estudiantes, tanto más será este creíble e imitable".
La hipocresía apaga a los estudiantes de hoy en día. Mientras que sus exigencias son altas, e incluso a veces irracionales, si los profesores no son capaces de modelar la fidelidad a la verdad y la conducta virtuosa, entonces incluso el mejor de los planes de estudio no podrá encarnar con éxito el carácter distintivo (ethos) de la escuela católica. Por ejemplo, si los maestros y directores demuestran una ética individualista y competitiva, que ahora reina tanto en la educación pública, dejará de inspirar a los estudiantes con los valores de solidaridad y de comunidad, aunque de palabra alaben estos valores. Lo mismo puede decirse del fracaso para dar un testimonio claro de la doctrina de la Iglesia sobre la santidad del matrimonio y la inviolabilidad de la vida humana.
Se espera que los educadores católicos sean modelos para sus estudiantes, dando testimonio transparente de Cristo y de la belleza del Evangelio. Si los niños y las niñas han de experimentar el esplendor de la Iglesia, el ejemplo cristiano de los profesores y otros responsables de su formación es indispensable, y no se deben escatimar esfuerzos para garantizar la presencia de dichos testigos en todas las escuelas católicas.
Conclusión
La Santa Sede, a través de intervenciones papales y los documentos de la Congregación para la Educación Católica, reconoce el tesoro inestimable de la escuela católica como instrumento indispensable de la evangelización. Asegurar su identidad genuinamente católica es el reto educativo más grande de la Iglesia.
Como complemento de la función primordial de los padres en la educación de sus hijos, las escuelas, que deberían ser accesibles, asequibles y al alcance de todos, construyen la comunidad de los creyentes, evangelizan la cultura, y sirven al bien común de la sociedad.
Me gustaría concluir este ensayo con una sugerencia que podría ayudar a fortalecer la identidad católica de las escuelas primarias y secundarias americanas. En los Estados Unidos, varias agencias de acreditación monitorizan la eficacia institucional de las actividades educativas. Observan resultados que se pueden medir, utilizando una amplia variedad de medios, y piden a las escuelas demostrar que utilizan los resultados de su evaluación para mejorar su eficacia en el cumplimiento de su misión. En pocas palabras, los acreditadores preguntan: ¿Cómo saben que están logrando lo que dicen que son? ¿Qué medidas están tomando para mejorar su eficacia?
¿No deberían las escuelas católicas, precisamente en la medida en que dicen que son reconocidas por su catolicidad, hacer algo en la misma línea? Las escuelas católicas también podrían involucrarse en el aseguramiento de la calidad - es decir, la garantía de su identidad católica. ¿Cómo puede una escuela católica saber si está cumpliendo su misión específica? ¿Qué medidas está tomando para fomentar su catolicidad? Este proceso de acreditación "católica" implicaría una revisión interna de los cinco indicadores de referencia - así como otros que se podrían desarrollar. Los maestros, directores, obispos, padres de familia y miembros del consejo escolar tomarían parte en la revisión. Este ejercicio sistemático y colaborativo de evaluación de la catolicidad de la escuela serviría para identificar, clarificar y reforzar su eficacia en su servicio a Cristo y a la Iglesia.
+ J. Michael Miller, CSB
Secretario
Congregación para la Educación Católica
Notas
1. Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), Renewing Our Commitment to Catholic Elementary and Secondary Schools in the Third Millennium.(Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2005), introducción.
2. Concilio Ecuménico Vaticano II, Gravissimum Educationis, introducción; cf. Código de Derecho Canónico, canon 794 § 1.
3. Congregación para la Educación Católica. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 11; cf. Sagrada Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, 9; Congregación para la Educación Católica. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 33.
4. Cf. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 44.
5. Cf. Renewing Our Commitment to Catholic Elementary and Secondary Schools in the Third Millennium, 5.
6. Kenneth C. Jones, Index of Leading Catholic Indicators: The Church Since Vatican II (St. Louis: Oriens Publishing Company, 2003), 36.
7. Cf. Idem.
8. Juan Pablo II, Vita Consecrata, 96; cf. Congregación para la Educación Católica, Las personas consagradas y su misión en la escuela: reflexiones y orientaciones, 29.
9. Sagrada Congregación para la Educación Católica, El laico católico testigo de la fe en la escuela, 37.
10. Ibid., 60.
11. Concilio Ecuménico Vaticano II, Apostolicam Actuositatem, 25.
12. Cf. Gravissimum Educationis, 3, 6; Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 36; El laico católico testigo de la fe en la escuela, 12; Consejo Pontificio para la Familia, Carta de los derechos de la familia (22 de octubre de 1983), 1-3; Código de Derecho Canónico, canon 793; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2229; Juan Pablo II, Carta a las familias, 16; Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Ciudad del Vaticano: Prensa vaticana, 2005), n. 239.
13. Peter Redpath, prólogo en Curtis L. Hancock, Recovering a Catholic Philosophy of Elementary Education (Mount Pocono, Pennsylvania: Newman House Press, 2005), 19.
14. Cf. Código de Derecho Canónico, canon 796, La escuela católica, 8.
15. Juan Pablo II, Carta a las familias, 16; cf. Benedicto XVI, Ángelus (28 de octubre de 2005): L'Osservatore Romano, edición en inglés (2 de noviembre de 2005), 1: “Parents are the primary and principal educators and are assisted by civil society in accordance with the principle of subsidiarity (cf. Gravissimum Educationis, 3)”.
16. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 14; cf. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 16.
17. La escuela católica, 13.
18. Gravissimum Educationis, 6; cf. Código de Derecho Canónico, canon 793 § 2.
19. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 241.
20. Cf. Código de Derecho Canónico, canon 797; Boffetti Jason, All Schools Are Public Schools: A Case for State Aid to Private Education and Homeschooling Parents (Washington, DC: Faith and Reason Institute, 2001).
21. Cf. Cf. Renewing Our Commitment to Catholic Elementary and Secondary Schools in the Third Millennium, 12.
22. Gravissimum Educationis, 9; cf. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 69-72.
23. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, el 15; La escuela católica, 58; Las personas consagradas y su misión en la escuela, 70: “Sometimes, however, it is Catholic educational institutions themselves that have strayed from such a preferential option (for the poor), which characterized the beginnings of the majority of institutes of consecrated life devoted to teaching”.
24. Juan Pablo II, Discurso Ad Limina a los obispos estadounidenses de las provincias eclesiásticas de Portland en Oregón, Seattle y Anchorage (24 de junio de 2004), 1: Origins, 34:14 (16 de septiembre de 2004), 220-221.
25. Cf. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 11.
26. Michael J. Guerra, “Catholic Schools in the United States: A Gift to the Church and a Gift to the nation,” Seminarium, ½ (2004), 105.
27. Cf. La escuela católica, 29.
28. Cf. Gravissimum Educationis, 8.
29. Juan Pablo II, Discurso a los educadores católicos (12 de septiembre de 1987), 7: Origins, 17:15 (1 de octubre de 1987), 270.
30. Cf. Hancock, Recovering A Catholic Philosophy of Education, 34.
31. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 18; cf. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 63, Las personas consagradas y su misión en la escuela, 35.
32. Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et Spes, 22; cf. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 9.
33. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 9; cf. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 18.
34. La escuela católica, 35.
35. Juan Pablo II, Message to the National Catholic Educational Association of the United States (16 April 1979) Insegnamenti, 2 (1979): 919-920.
36. La escuela católica, 34.
37. Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 25.
38. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 22.
39. Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 43.
40. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 22.
41. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 78.
42. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 40.
43. Cf. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 78.
44. Cf. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 16.
45. Ibid., 46.
46. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 42: cf. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 34.
47. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 17, cf. 41.
48. Ibid., 46.
49. Cf. Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 43.
50. Juan Pablo II, Discurso Ad Limina a los obispos de Estados Unidos (28 de octubre de 1983), Insegnamenti, 6/2 (1983), 891.
51. Cf. Código de Derecho Canónico, canon 375.
52. Canon 794.
53. Juan Pablo II, Pastores Gregis, 52.
54. Cf. Código de Derecho Canónico, canon 806 § 1, cf. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 42.
55. Cf. Código de Derecho Canónico, canon 803 § 2.
56. Juan Pablo II, Discurso Ad Limina a los obispos americanos de las provincias eclesiásticas de Portland en Oregon, Seatle, y Archorange (24 de junio de 2004), 3: Origins, 34:14 (16 de septiembre de 2004), 221.
57. Cf. Juan Pablo II, Pastores Gregis, 51.
58. Cf. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 61.
59. Citado en Las personas consagradas y su misión en la escuela, 62.
60. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 18.
61. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 33.
62. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 62.
63. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 27.
64. Ibid., 25.
65. Ibid., 29.
66. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 17, cf. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 99.
67. La escuela católica, 55.
68. R. Scott Appleby, “Catholicism as a Comprehensive Way of life,” Origins, 32:22 (7 November 2002), 370.
69. "Dry Salvages ".
70. "Choruses from 'The Rock' 1934".
71. Hancock, Recovering a Catholic Philosophy of Elementary Education, 77.
72. Joseph Ratzinger, Homilía para la misa Pro Eligendo Romano Pontific (18 de abril de 2005): Origins, 34:45 (28 de abril de 2005), 720.
73. Juan Pablo II, Discurso Ad Limina a los obispos de Ilinois, Indiana y Wisconsin (30 de mayo de 1998), 3: Origins, 28:5 (18 junio 1998), 76.
74. La escuela católica, 41.
75. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 57.
76. Cf. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 14.
77. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 53.
78. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 20.
79. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 34; cf. La escuela católica, 44.
80. La escuela católica, 49; cf. 36.
81. La escuela católica, 47; cf. Gravissimum Educationis, 8.
82. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 43.
83. Cf. La escuela católica, 50-51; La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 66-69.
84. Cf. La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 26, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 19.
85. Gravissimum Educationis, 8.
86. Cf. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 37, cf. La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 19.
87. La escuela católica, 43.
88. Benedicto XVI, Address to the Participants in the Ecclesial Diocesan Convention of Rome (6 de junio de 2005): L'Osservatore Romano, edición en inglés (15 de junio de 2005), 7.
89. Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, National Directory for Catechesis (Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2005), 231.
90. Ibid., 233.
91. Juan Pablo II, Discurso Ad Limina a los obispos de Ilinois, Indiana y Wisconsin (30 de mayo de 1998), 4: Origins, 28:5 (18 de junio de 1998), 77; cf. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 32, 40.
92. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma (6 de junio de 2005): L'Ossevatore Romano, edición en inglés (15 de junio de 2005), 7.
93. Paulo VI, Evangelii Nuntiandi, 41.
94. El laico católico testigo de la fe en la escuela, 32.
La Asociación Solidaridad (The Solidarity Association).
La Asociación Solidaridad está fundada en el amor por Jesucristo y por su Iglesia. Creemos que “el menor de nuestros actos hechos con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 953).
Nosotros aceptamos las verdades y los retos a los laicos expresados en los documentos del Concilio Vaticano II y, en particular, en Apostolicam Actuositatem (Decreto en el apostolado del laico) en donde somos llamados a “involucrarnos en el apostolado a través de la fe, esperanza y caridad que el Espíritu Santo difunde en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. En efecto, por el precepto de la caridad, que es el más grande de los mandamientos del Señor, todos los fieles son impulsados a promover la gloria de Dios a través de la venida de su reino y a obtener la vida eterna para todos los hombres – de manera que conozcan al único Dios verdadero, y Aquél a quien Él envió, Jesucristo [cf. Juan 17:3]. Entonces, en todos los cristianos se establece la responsabilidad preeminente de trabajar para dar a conocer el mensaje divino de salvación y para que sea aceptado por todos los hombres a lo largo del mundo”. También tomamos nuestra inspiración de la sabiduría expuesta en Christifideles Laici (En la vocación y en la misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo).
La Asociación es una asociación privada de los fieles cristianos, con aprobación canónica y personalidad jurídica. Somos fieles y obedientes al Santo Padre y nos acogemos y rogamos por la ayuda y la protección de la Santísima Virgen María.