Cuando las personas hablamos o escribimos, hacemos determinadas “cosas” con las palabras. Al hablar o al escribir utilizamos el mosaico de textos de la lengua para informar, convencer, ordenar, argumentar, seducir, narrar, describir, aconsejar... a otras personas. De ahí que la lingüística del texto haya mostrado el mayor interés por seleccionar y clasificar de forma exhaustiva los diferentes textos utilizados por las personas en sus interacciones.
En el ámbito educativo la tipología textual elaborada por Jean Michel Adam ha gozado de una especial fortuna, convirtiéndose en su referente teórico. Adam parte de los cinco tipos esenciales de texto (narrativo, descriptivo, expositivo, argumentativo e instructivo). El criterio de selección de estos tipos de texto tiene que ver con la finalidad del texto en cada caso concreto. Así, por ejemplo, un texto es argumentativo si desea convencer e instructivo si su finalidad es que el receptor aprenda a hacer una cosa. Si un texto cumple varias finalidades, a la hora de clasificarlo en un tipo específico, se elige la finalidad dominante.
Para realizar la descrición de los contenidos de reflexión lingüística asociados a cada tipo de textual se han elegido los tres tipos de texto básicos:
Texto argumentativo: su finalidad es defender y/o rebatir opiniones e ideas para convencer y persuadir.
Texto expositivo: su finalidad es informar con el fin de hacer entender algo a alguien (una idea, un concepto, un hecho...) con una intención didáctica.
Texto narrativo: su finalidad es informar sobre acciones o hechos reales o imaginarios.