algodonales: un nuevo dos de mayo

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ALGODONALES

Como en el caso de la ocupación francesa en la Villa de Montellano, con la consiguiente destrucción e incendio, tratada en el capítulo XII del libro “Las Villas de Montellano y Algodonales en la Guerra de la Independencia”, que figura en esta página Web, insertamos seguidamente el capítulo XIII del mismo, referido a la Puebla de Algodonales.

En una y otra se hace memoria del estado de ambas poblaciones reproduciendo el relato íntegro del citado libro, aunque en el caso de Algodonales, a la espera de una revisión del texto con la incorporación de nuevo documentos, se ha añadido, desde las fuentes francesas, el testimonio de un soldado francés que participó en la matanza de los 239 vecinos algodonaleños, dando a conocer con detalles los suceso de los días 1 y 2 de mayo de 1810, en las que se escribió, sin duda, el capítulo más memorable y trascendental de la historia de estas dos villas serranas.

CAPÍTULO XIII

ALGODONALES: UN NUEVO DOS DE MAYO

“...y fue traído con su familia a esta villa [Algodonales], que le ha recibido con el mayor júbilo, gloriándose de abrigar a tan acendrado patriota” (64).

Un relato fabulado pero que, sin embargo, se ajusta en lo esencial al hecho histórico, describe cómo pudo ser el recibimiento de Romero Álvarez en Algodonales:

“-¡Bravos vecinos de Algodonales, -dijo- Aquí tenéis a vuestro huésped, deseoso de pagar con su sangre la noble hospitalidad que me habéis dispensado hasta hoy!

-Viva Romero -gritaron los vecinos electrizados, apareciendo por todas las aberturas de las casas- ¡Viva nuestro capitán! ¡Queremos que nos mandes, que nos guíe por el camino de la victoria...!

-¡Viva la Independencia española, debéis decir, amigos! –gritó Romero empuñando un espadón y levantando un estandarte que le daban.

Y a los gritos de ¡Guerra, guerra; viva el pendón de España!, aquella muchedumbre de patriotas capitaneados por Romero, fue engrosando, engrosando, a medida que recorrían las calles de la población. Niños y mujeres y hombres salían por todas partes y era grande el estrépito...” (65).

Una demostración de la estima de las autoridades y villa de Algodonales para con Romero Álvarez, y de la que sería una muestra el señalado recibimiento, fue un comunicado remitido el 24 de abril al comandante general del Campo de Gibraltar, don Adrián Jácome, firmado por los alcaldes pedáneos, Juan Ximénez de la Barrera y Bartolomé Sánchez Troya, en el que después de una relación de los hechos acaecidos en Montellano los días 14 y 22 del referido mes, transcrito parcialmente en el capítulo anterior, manifestaban lo siguiente:

“Este hombre, con la salida de casa, con tan dilatada familia, y los muchos gastos en el servicio, ha quedado en el estado más deplorable, pues vivía a expensas de su madre, a quienes los franceses despedazaron, robándole y destruyéndole su casa. Lo hacemos presente a V. E. -concluía el escrito- para que sirva disponer que de los fondos que haya lugar, se le señale un salario para subvenir a la subsistencia de tan honrada familia, pues se ha hecho acreedor a quanto favor quiera V. E. dispensarle”.

La respuesta a este comunicado, como el comunicado mismo, se encuentra publicado en la Gazeta de la Regencia de 5 de junio e inserta el oficio dirigido por el mencionado comandante general al ministro interino del despacho de la Guerra, don Eusebio de Bardaxi, y dice así:

“Excmo. Sr.: Paso a manos de V. E. Para conocimiento de S. M. la adjunta copia de la brillante acción que sostuvo el alcalde de Montellano D. José Romero, a quien he concedido, hasta que S. M. delibere lo conveniente, 15 reales vellón diarios y dos libras de pan de los fondos públicos de aquel pueblo, y además la gratificación de 300 rs. Por una sola vez, pues un servicio tan heroico ha creído debía ser recompensado extraordinariamente, para que sirva de estímulo y ejemplo a los demás serranos que tan gloriosamente se defienden de los enemigos. Dios guarde a V. E. muchos años. Campo de Gibraltar 4 de mayo de 1810, Adrián Jácome”.

Pensión que fue confirmada por el Consejo Supremo de Regencia, establecido en Cádiz, que “queriendo dar una prueba del aprecio que le merece la conducta y valor del alcalde de Montellano D. José Romero, ha venido en concederle la gratificación y el diario acordado interinamente por el comandante general del Campo de Gibraltar”.

Una medida ésta, que hubiera representado para Romero Álvarez, más que el asegurarse una retribución de por vida, y de la que hemos dejado entrever el escaso apego que tenía el dinero, el reconocimiento oficial al desempeño de su labor en la defensa de los intereses patrios; pero que en ningún caso llegó a conocer, puesto que ya Romero había muerto cuando aquella se dictó.

Por otro lado no le hacía falta a nuestro héroe de estímulos y premios para luchar contra los invasores, toda vez el deseo casi vehemente que le animaba desde el comienzo de la revolución, agudizado con la muerte de su hijo Diego en 1809 y el cúmulo de desventuras padecidas hacía tan sólo unos días.

La presencia de Romero Álvarez en Algodonales durante los escasos días que sobrevivió a la acción de Montellano, hace suponer que éste actuara al frente de la partida de guerrilla creada por don Gaspar Tardío (66), probablemente incrementada por la fama que le aportara a raíz de los triunfos contra los franceses los días 14 y 22 del pasado mes de abril.

Algodonales, como Montellano, había demostrado un gran celo patriótico desde el comienzo de la insurrección proporcionando un centenar de jóvenes para la guerra, debidamente equipados y armados. Y Tardío, al igual que Romero Álvarez, era un hombre de carácter decidido y valiente, que en febrero de 1810 fue aclamado comandante de las partidas de caballería e infantería.

En un reciente trabajo sobre el personaje (67), Francisco Sotomayor expone en el apéndice documental el testimonio de don Gaspar Tardío en el curso de una de sus actuaciones. Dice así: “En uno de estos casos [se refiere a sus expediciones guerrilleras] supe que el enemigo había intentado extraer del monasterio [de los jerónimos] de la villa de Bornos toda la plata ritual del mismo y otras alhajas; y deseando evitar esta rapacidad me dirixí con dicha partida a la insinuada villa y me traxe a ésta la insinuada plata y alajas, toda la que en los mismo términos que se recogió fue entregada al Señor Cura Párroco de esta villa [Algodonales], precedido inventario [que se ha perdido] para que con el respeto debido fueran guardados los basos sagrados en la Iglesia Parroquial, y haviendo consultado este hecho con D. Andrés Ortiz de Zárate, Comandante General que se titulaba del Exército Patriótico de la Serranía, lo aprobó en todas sus partes y mandó quedara dicha plata guardada en sitio oportuno y capaz de evitarse su gran rapacidad”.

De este suceso se hará eco el brigadier don Francisco González Peinado, que en su manifiesto, ampliamente citado en un capítulo anterior, dice que “a Algodonales llegaron el propio día 16 de Marzo dos cargas de plata, y una porción de caballos que aquellos vecinos habían cogido a los franceses en Bornos” (68).

Para las autoridades de Algodonales, dos Gaspar Tardío, que en 1810 contaba 42 años de edad, era un “hombre de acendrado valor y patriotismo”, y si no se halló presente en la acción de esta población durante los días 1 y 2 de mayo, que seguidamente voy a reseñar, es por que, inmediatamente a los sucesos de Montellano se ausentó de su pueblo, y, según su propia manifestación, se encontraba “comprando armas y municiones en Gibraltar”. Razón, sin duda, para que se librara de engrosar la trágica nómina de muertos que originó la defensa de Algodonales, y cuya relación nominal se incluye como apéndice al final de este capítulo.

***

Algodonales, como Montellano, se encontraba entre “los pueblos de más fácil tránsito, y por consiguiente, los más frecuentados por los franceses” en su paso de Utrera a Ronda, donde se dirigían para despejar de insurrectos aquella Serranía.

Todo hace pensar que Romero, con los guerrilleros algodonaleños, se dedicaran a hostigar a cuantas tropas francesas transitaban por aquellos caminos. Así lo afirma la Gazeta de Sevilla que decía a este propósito: “Hacía más de un mes que los vecinos de Algodonales estaban en estado de insurrección, habiéndose resistido a las insinuaciones pacíficas que se les hacía a fin que se sometieran a S. M. Católica. Un tal Romero, vecino de Montellano, era el que capitaneaba a estos miserables a quienes protegía la gruesa partida que el mismo Romero había reunido y formado... así que, se atrincheraron en su pueblo [Algodonales] y fortificaron sus casas, persuadidos que podían de esta manera evitar el justo castigo que merecían, y aún tuvieron la temeridad de ir a atacar a una columna de tropas imperiales que pasaba cerca de Algodonales...” (69).

Aunque Gómez de Arteche no admite la hipótesis de la fortificación de Algodonales, pero sin aportar ningún testimonio en su contra, es de suponer que para precaver los vecinos las consecuencias que le podía acarrear la técnica de hostigamiento a los invasores, buscaran aquellos una fórmula posible para impedir la agresión.

Para Domingo Sánchez del Arco, autor de una historia inédita de Algodonales fechada en el último tercio del siglo XIX, y que bien pudiera haber sido receptor de los testimonios de la tradición oral, escribe que la resistencia se organizó “levantando trincheras en El Calvario, Arrabalera y los puertos Cruz y Blanco, y estableciendo un vigía en los tajos de la Ladera de la Grana [para], que comunicase los movimientos y fuerzas del enemigo, ocupándose en preparar varias casas para la defensa, haciendo de cada casa un castillo. Fueron éstas -añade seguidamente- la que hospedaba a Romero, que era la de Don Marcos Martel, y estaba en la Plaza [la del número 15], propia hoy de Don Gaspar Merencio; la de Roldán, en lo más elevado de la calle Cuesta Alta número 1; las de Acuña, en la Plaza, números 3 y 5, y las de todo el resto del pueblo, pues todos querían ser los primeros en hacer holocausto a la Patria de sus vidas y haciendas” (70).

En Algodonales “no existía más fuerza que la de los vecinos, eso sí -escribe Gómez de Arteche- resueltos a defenderse animados con la presencia del héroe de Montellano”, aunque con la oposición del cura párroco, don Alonso de Herrera, que, siguiendo el ejemplo de su homólogo de Pruna, como recordará el lector, trató de disuadir a los algodonaleños reprehendiéndoles y juzgando inútil aquel esfuerzo. Pero tomándolo los vecinos por afrancesado tuvo que apelar a la fuga, encargándose de la iglesia el colector de la misma, don Bartolomé Vázquez.

No existe unanimidad a la hora de señalar el número de soldados franceses que componían la división al mando del general Maransin que atacó Algodonales. Para Gómez de Arteche, según los historiadores franceses, de 3 a 4.000, y según los españoles, de 6.000 hasta 10.000. Pascual Madoz (71) da la cifra de 7.000, y el autor de la relación nominal de fallecidos, existente en el Archivo Parroquial de Algodonales, lo eleva a 7.500. Aún considerando la de menor cuantía, ésta era siempre superior a las escasas tres mil personas de que se componía en 1810 la aldea de Algodonales. Respecto a los regimientos, Madoz señala los números 3, 13 y 43, y en el manuscrito de Sánchez de Arco, se apuntan el 3, 17, 43 y 47.

Las primeras bajas de los franceses, según el autor ahora citado, se producen al atravesar los soldados imperiales el río Guadalete por la pasada de Las Navas, de Pedro Ortiz y Madrigueras. Y una vez en Algodonales, Maransin, siguiendo las normas de comportamientos en otros pueblos de la Serranía, invita a la población a la rendición antes de iniciar la destrucción del pueblo y pasar por las armas a sus habitantes. Los algodonaleños responden a esta invitación colocando una bandera roja en la torre de la Iglesia. Sería este instante, según señala la Gazeta ya citada, refiriéndose a Romero, “el postrero de su existencia, pues el pueblo fue cercado y el feroz Romero, que no quiso entregarse antes de ver perecer hasta el último de aquellos crédulos habitantes que se había dejado seducir de sus pérfidos consejos... [murió junto a los demás] cuando él sólo era quien debía expiar sus delitos”.

La acción de Algodonales se desarrolló desde horas muy tempranas del martes día 1º de mayo hasta las nueve de la mañana del día 2. “Pronto comenzó a aterrar cuantos obstáculos encontraba el número de invasores, y pronto también fueron los ingenios y las llamas arrojando a los moradores de sus casas... La noche había pasado sin que cesase un momento la pelea, alumbrada por siniestro fulgor del incendio, que hacían a cada punto más lúgubre y por la mortandad y violencias que en ellos ejercían los invasores en los arrebatos de ira que la resistencia producía en ellos, huyeron a favor de la oscuridad a los montes y pueblos próximos...” (72).

En un momento de la lucha, escribe Pascual Madoz en su reseña histórica citada, “animado este general [Maransin] de sentimientos de humanidad, y respetando tanto valor, intentó evitar el recurso del incendio, proponiendo una capitulación honrosa; ya se hallaba casi generalmente firmada en las distintas manzanas de casas que se habían fortificado, cuando recibió un tiro mortal uno de los gefes más apreciados por sus tropas, y al instante el fuego, el degüello y el saco se derramaron por todas partes” (73). Sánchez del Arco que hace mención de este episodio facilita, incluso, el nombre de quien disparó. Este fue Guillermo Macías.

Francisco Sotomayor que ha realizado una minuciosa búsqueda en libros y censos parroquiales, no lo ha hallado como tal vecino de Algodonales; lo que no quiere decir que no existiera, pues podía tratarse de un individuo procedente de otra población. Pero en todos los casos, el hecho en sí nos parece de dudosa veracidad, porque no creemos en ese gesto de magnanimidad que le atribuye Madoz al general francés; toda vez la humillación que esta acción debería representar para el orgullo del militar, el que unos pocos labriegos mal armados trajeran en jaque por espacio de más de veinticuatro horas al ejército más poderoso de Europa.

“Solo Romero persistía en la defensa -escribe Gómez de Arteche- y su casa era en la mañana del 2 el objetivo único de los franceses y el blanco de sus proyectiles y de las teas y mixtos incendiarios con que se había decidido castigar la afrenta que recibían”. Y concluye: “Ni las súplicas de sus deudos ni las propuestas de sus vecinos, ni las amenazas e intimaciones de los enemigos lograron reducir aquel corazón de hierro, abrasado en el fuego de la patria” (74).

Y en este mismo sentido, su sobrino, don José Romero Valdés, en el memorial que en páginas precedentes llevamos hecho mención, escribe: “Después de haber capitulado el pueblo prosiguió obstinado en su defensa, causando un grande destrozo a los Enemigos hasta perecer con tres hijas suyas abrasado por el fuego que pusieron a la casa los Enemigos, que no pudieron de otro modo vencer la constancia de este varón digno de mejor suerte”.

De los horrores que padeció la valerosa y leal Villa de Algodonales, y el final del héroe en aquellas memorables y trágicas jornadas del 1 y 2 de mayo de 1810, existen dos testimonios sobrecogedores de personas presentes en aquella acción. Uno de ello es el de la propia viuda de don José Romero Álvarez, doña Ana Dorado, y consiste en unas cartas dirigida por ésta al pintor de cámara de Fernando VII, don José Madrazo, el que, al parecer, tuvo el encargo de pintar un cuadro que rememorara la heroica gesta de Algodonales. Del hijo del pintor pasaron estas cartas a manos del historiador Gómez de Arteche, quien la inserta en su obra de “Nieblas de la Historia Patria” (75). El dibujo que ilustra la portada de este libro, obra de Joaquín Diéguez, [año 1887] y que sirvió como ilustración para la referida obra de Arteche, pudiera representar un bosquejo aproximativo de lo que pudo ser aquella obra pictórica.

El otro testimonio corresponde a don Joaquín de Uriarte y Landa, comisionado por el gobierno del rey Intruso a la Serranía de Ronda con la misión de apaciguar la zona, y se halla en un manifiesto impreso donde éste justificaba su conducta como colaborador del expresado gobierno.

Uno y otro testimonio, cuyos textos transcribo íntegramente, además de representar unos documentos fundamentales para el conocimiento histórico que narramos, poseen el valor emocional de los hechos que describimos contado por testigos presenciales del aquel suceso. Por eso, aunque extensos, bien merecen la pena su reproducción por cuanto sintetiza la heroica gesta de la Villa de Algodonales, vencida, pero no rendida; y el final del héroe de Montellano, José Romero Álvarez.

He aquí el relato de doña Ana Dorado, centrado, particularmente, en la defensa de la casa de Romero y su familia:

“En la villa de Algodonales -dice- a donde se fue con su familia, fue atacado por todo el pueblo por más de cuatro a cinco mil hombres de infantería; él [Romero] estaba en casa de D. Marcos Martel, que da frente al Norte, en una calle ancha que llaman la Plaza [hoy Plaza de Andalucía]. Duró la acción desde la mañana temprano del 1º de mayo hasta las nueve de la mañana del día 2. En el primer día fue tomado todo el pueblo, y desde la tarde del 1º hasta la hora de las nueve, sólo atacaban su casa; le prendieron fuego y continuaba la más vigorosa resistencia, hasta que por la ventana principal de la pieza interior que baja al jardín, fue herido de muerte, que espiró en los brazos de su mujer, quedando la defensa de la casa sólo al cargo de Dª Gerónima Romero, su hija, de 17 años, y al de su hermano, don José María, de 12; ellos dos se batieron por más de una hora en la misma pieza y ventanas donde fue muerto el padre, hasta que cayó doña Gerónima herida de bala por un Quadril; entonces, desplomándose ya la casa, salieron las tropas y se apoderaron de ésta. Habían ya muerto antes Antonio Arenilla, su criado, D. Francisco Ascanio, que le acompañaba, de 70 años, la hija mayor de Romero, la 3ª y una pequeñita de pecho; quedaron vivos: Dª Ana Dorado, su mujer, gruesa, de 42 años, de estatura regular; Dª Gerónima, de estatura mediana, rubia, delgada; Dª María del Rosario, de 7 años, morena, y su hijo D. José María, de 12 años, de buena estatura. D. José Romero, que era de edad de 45 años, grueso, redondo de cara, de 5 pies y dos o tres pulgadas, buen color, pero tomado, y ojos azules. La pérdida de los franceses en esta acción fue grande, pero no se sabe fijo; pero arrastraron muchos muertos de la casa de Romero. El cadáver de Romero fue echado en una porción de trigo, que ardía, por la mujer e hijos, para que no lograsen tomarlo los franceses”.

En la actualidad, una lápida colocada en la fachada, recuerda a vecinos y visitantes, la casa donde murió Romero Álvarez defendiendo la independencia nacional. Dice así:

EN HOMENAJE Y RECUERDO

DE D. JOSE ROMERO

QUE LUCHO Y MURIO HEROICAMENTE

EN ESTA CASA EL 2 DE MAYO 1810

Y DE LOS MUCHOS VECINOS QUE DIERON SU VIDA

EN LA RESISTENCIA DE LA INVICTA ALGODONALES

INCENDIADA ANTES QUE RENDIDA

EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

PARA HONRAR SU MEMORIA LES DEDICA

ESTA LAPIDA EL AYUNTAMIENTO DE ALGODONALES

A 2 DE MAYO 1967

Veamos seguidamente la descripción de don Joaquín Uriarte y Landa. A diferencia de la que hace la viuda de Romero Álvarez, éste expone una más amplia perspectiva de la heroica resistencia y su desgraciado resultado, y donde el autor se manifiesta, creemos que con sincera emoción, sobrecogido por las escenas que allí contempló.

“Llegué a principios de Mayo a Algodonales -escribe Uriarte-, el primer pueblo del territorio que se me había demarcado; al que acababan de incendiar los franceses por la heroica resistencia que le había hecho. Arrebatado de furor el enemigo con la pérdida que había recibido en sus huestes, saciaba su atroz y bárbara venganza en aquellos valerosos y desgraciados habitantes. La ferocidad del soldado se cebaba en el saqueo e incendio de las casas, en la sangre humeante de los tristes que pasaban a cuchillo, y sobre todo en la violación de las mujeres, a quienes por una confianza mal entendida habían dexado sus padres y maridos en las huertas cercanas al pueblo. Había jurado el general Maransin no dexar piedra sobre piedra, ni habitante ninguno vivo.

Presentéme inmediatamente al general, y le expuse que habiéndome nombrado el gobierno para defender a los pueblos de semejantes horrores, no podía permanecer allí un instante, si en aquel en que le hablaba, no revocaba su orden, y hacía cesar la devastación y el incendio, y que en el caso de insistir en el exterminio del pueblo me diese un testimonio de los oficios que había yo practicado, para hacer de él el uso que me conviniese. Aunque mi firmeza le irritó en el primer momento, progresivamente se fue calmando, y al cabo de un cuarto de hora llevaron sus edecanes la orden para reunir la tropa desbandada, e intimarle la revocación del primer decreto. Cesaron de todo punto las hostilidades, menos en la casa que defendía el inmortal Romero de Montellano, que continuó haciendo fuego a los franceses, hasta que fue muerto de un balazo.

Mi primer cuidado, luego que los vecinos quedaron seguros en sus casas, fue reunir en dos de ellas a las mugeres, y ponerles una guardia para su seguridad. Había quarenta y ocho horas que las infelices no comían; ni tenían para ello, porque los soldados en el saqueo todo lo habían consumido. Distribuí entre ellas toda mi provisión, quedándonos yo y mis criados sin cenar aquella noche, y sin comer el día siguiente. Sufrimos todos ciertamente los rigores del hambre, y en especial un secretario mío, que adolecía del estómago.

Salvóse la mayor parte de Algodonales; pero no estaba satisfecha la saña del general, que prendió a ciento veinte y uno de sus vecinos, y los conduxo a Ronda, donde decretó fusilarlos. Más yo estaba resuelto a perder la vida por conservar las de aquellos héroes. Mis primeras palabras de intercesión fueron interrumpidas con insultos y oprobios y aun con amenazas; pero lejos de intimarme, repliqué firme y sereno al general, que respetase en mi persona el carácter de que me había revestido el Soberano. Volví luego a mi tono de súplica, y acompañando los ruegos con mi entereza, logré al fin la salvación de los ciento veinte y un patriotas”.

***

Y para describir los hechos acaecidos en Algodonales desde las fuentes francesas, contamos con el testimonio excepcional de las memorias del sargento francés, Francisco Lavaux (1774-1839), en un libro titulado “Mémoires de campagne”, publicada por editorial Arléa (París 2004), y cuyo texto ha sido traducido del francés para este trabajo por el profesor José Luis Sánchez Mesa, a quien expresamos desde estas líneas nuestra sincera gratitud. El hallazgo de este libro es fruto de la investigación con la que continué a raíz de la publicación de “Las villas de Montellano y Algodonales en la Guerra de la Independencia”, (Sevilla 2000) y que, junto a una abundante documentación, me va a permitir, o al menos este es mi propósito, realizar una profunda revisión del mismo; incorporándolo hoy como novedad en este relato.

El sargento Lavaux, destinado al 103 regimiento de infantería de línea, en el libro cuarto de sus memorias, páginas 153 a 157, después de señalar su presencia en el sitio de Zaragoza, Cataluña, cerco de Mérida, batalla de Ocaña y en el ataque de Sierra Morena a comienzos de enero de 1810, y una vez en expedición por las montañas de Ronda, escribe lo siguiente:

“Fuimos a atacar a los bandoleros [léase siempre guerrilleros] en un pequeño pueblo [Algodonales] donde se habían hecho fuertes. Al primer ataque, perdimos a veinticuatro voltigeurs. Habíamos entrado al pueblo, pero debimos salir de allí porque los bandoleros se habían refugiado en las casas y disparaban por las encrucijadas.

”El general nos situó en los jardines [entiéndase las huertas] ordenando no perdonar a nadie, mujeres o niños. ¡Había que ver qué carnicería horrible hicimos! La mayor parte de los habitantes se había escondido allí y, en mi camino, es decir en el puesto donde estuve colocado, encontré a varias señoras y señoritas a las que, por piedad, conservé la vida. Pero otros volatineros llegaron tras de mí, y las pasaron a todas por el filo de la bayoneta. Más lejos, encontré a otras que escondían a sus maridos; se acostaban en tierra con sus hombres bajo ellas. Me apercibí que escondían algo; les ordené levantarse; ellas se negaron. Les presenté el cañón de mi fusil fingiendo querer matarlas; me pidieron perdón tan patéticamente que no pude negárselo. Varios de mis compañeros que perseguían también a estos bandoleros me dijeron: “¿qué haces ahí? –nada, les respondí. –Creo que hay ahí algo escondido: ¿quieres decirnos qué es? Veámoslo. “Descubrieron a las desgraciadas que continuaban estando acostadas, y, sin piedad, las sacaron tirando de sus piernas. Vieron entonces a los hombres que todavía tenían sus fusiles entre sus brazos. No vivieron mucho tiempo. Todos fueron pasados por el filo de la bayoneta. “No hay que tener lástima de estos bandoleros, me dijeron mis compañeros; fingen pedirnos gracia, y luego nos degüellan si no somos los más fuertes”.

”Más lejos, entré en una barraca de jardinero [léase de hortelano] donde encontré más de ciento cincuenta mujeres, muchachas y niños; pero no les hicimos daño ninguno, porque no había hombres con ellas.

”Por fin conseguimos entrar en el pueblo. Quemábamos, degollábamos todo lo que encontrábamos. Unas mujeres disparaban por las encrucijadas, otras les llevaban cartuchos a sus maridos.

”El espectáculo más dramático que vi, fue en un molino. Había dieciocho personas asesinadas en el patio. Había un pobre niño con tres o cuatro años de edad, acostado sobre los brazos de su madre la cual había recibido varios golpes de bayoneta y había muerto. Este niño no lloraba en absoluto y no consentía que nadie lo quitara de encima de su madre.

”Es imposible contar todas las atrocidades que ocurrieron en estas montañas. Esta narración asustaría hasta a los más intrépidos. Prefiero cortar aquí. Sin embargo, quiero acabar de contar lo que pasó en nuestra expedición.

”El jefe de estos bandoleros se había retirado a una gran casa en la plaza [hoy Plaza de Andalucía]. Nos decidimos atacarlo. Pero nadie podía acercarse sin exponerse a ser matado o herido. Porque disparaba y hacía fuego por todas partes. Resolvimos prender fuego a la casa. Nuestro coronel hizo traer estopas en cantidad hechas con madera muy seca. Nos deslizamos a lo largo de las paredes, y conseguimos acercarnos a la fortaleza. Lanzamos sobre los balcones toda esta estopa y madera, y prendimos fuego a la casa. La llama prendió las puertas y las encrucijadas, y penetró en la casa que pronto fue abrasada. El fuego prendió un almacén de aceite, y se produjo un incendio que devoró pronto una parte del pueblo. Había allí cuarenta bandoleros. Aunque estaban a punto de morir, no querían rendirse. Unos se arrojaban desde lo alto de las encrucijadas y los balcones. Los fusilamos al instante. El jefe quedó encerrado con toda su familia. La casa estaba casi totalmente calcinada y él no hablaba de rendirse. Todos ellos se metieron en una troj de grano para no ser asfixiados por el humo. Nosotros no podíamos entrar, porque aquello era como un infierno. La hija del bandolero apareció sobre el balcón, agitando un pañuelo blanco en señal de capitulación. Aceptamos la capitulación.

”Esta chica ya había aparecido una vez antes de capitular; había recibido un balazo en el seno derecho. Su madre apareció también sobre el balcón, y de un disparo de carabina mató a uno de nuestros soldados...

”El primero que apareció después de la capitulación y que vino para pedir gracia, fue el hijo del bandolero. Preguntó donde estaba su hermana y qué daño tenía; le dijimos que no, que tenía solamente un herida ligera...

”Nos fuimos de este lugar para ir a otro, a dos leguas de allí, llamado Grazalema, que también era insurrecto. Fuimos atacados varias veces en el camino. Cuando íbamos llegando a este lugar, los bandoleros, que habían apostado sobre las cumbres de las montañas más altas, nos atacaron. Saqueamos el pueblo, matamos y quemamos todo lo que encontrábamos por delante...” (75 a).

***

Concluida la espantosa y cruel jornada del 1 y 2 de mayo, cuál es el trágico balance que se puede hacer de Algodonales a la vista de la información que ofrece la documentación de referencia. El propio don Gaspar Tardío, que una vez retornado a su pueblo tendría aún la oportunidad de apreciar el miserable estado en el que quedó, escribirá sobre “la fuerza tan horrorosa que arrasó el lugar de Algodonales”. Y Creemos que debía ser objetivo en su valoración, porque acabamos de leer que la intención del general Maransin era “no dexar piedra sobre piedra, ni habitante ninguno vivo”. Y en una y otra cuestión se excedió con largueza en su propósito.

Aunque Francisco Sotomayor a través del estudio de los censos parroquiales ha contabilizado hasta un total de 76 casas destruidas (76), queremos creer que esta cifra es sólo una mínima parte de las que, por las mismas razones que en Montellano, debieron de sucumbir. Toda vez la fragilidad de su construcción y ser el pasto y las ramas los materiales profusamente utilizados e ideales para la difusión del fuego. El estado que debía ofrecer la villa hizo escribir en un comunicado de la Gazeta de Sevilla, del día 10 de mayo, al duque de Dalmacia: “Ya no se ven sino ruinas donde antes existía Algodonales”. Y en el mismo periódico llegó a escribir Blas de Aranza, prefecto de Sevilla: “En adelante en el mapa de este hermoso reino se verá señalado como desierto el lugar que ocupaba la fértil villa de Algodonales”.

Al igual que en Montellano, la Iglesia Parroquial sufrió con especial radicalidad las embestidas y la furia de los invasores, aunque, a diferencia de aquella, en esta de Algodonales, la fábrica no padeció desperfectos notables; sino que se ciñeron al saqueo y a la mutilación de imágenes y mobiliarios. Del inventario de actos sacrílegos cometidos en el templo escribe Sánchez de Arco en su historia inédita citada:

“Mucho sufrió esta Iglesia cuando Algodónales fue tomada por los franceses el 1º de mayo de 1810, pues la saquearon y la convirtieron en cuartel. Sirviéndoles de leña para preparar los ranchos el monumento [empleado por la Hermandad Sacramental en la festividad del Corpus Christi], precioso diseño de Jiménez con escultura de Ramos.

”Mutilaron las imágenes que estimaron en más -prosigue el citado autor- cortando las manos y cabeza de la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la cabeza de Nuestra Señora de la Soledad, la del Cristo de la Vera Cruz, la de San Juan, la de San Francisco de Asís, la de San José, a la cual también quitaron las manos. Robaron la custodia, la pértiga, el lábaro, la corona de la Virgen, los candeleros y otras alhajas”. Y el plomo del órgano fue utilizado por los vecinos para la fabricación de balas en la lucha contra los franceses.

Al saqueo de la Iglesia Parroquial hay que agregar el robo de la plata y alhajas del monasterio de los jerónimos de Bornos, rescatada a los franceses por el guerrillero Gaspar Tardío, como hemos ya indicado, y que “se escondió en las cóncavas de dicha Iglesia”. Pero dejemos que sea el testimonio del propio sacristán y colector don Bartolomé Vázquez, quien describa los pormenores del mismo.

Declara el mencionado sacristán, “que el día primero de mayo del año de mil ochocientos diez, haviendo cometido los enemigos Franceses a esta Villa y hecho en ella varios excesos con los vezinos, tanto de muertos como robos y quemas y saqueos de casas, últimamente se introduxeron en la Iglesia Parroquial de esta Villa, en donde estaba el testigo y su compañero, Don Juan Miguel Sánchez, y haviendo ya anochecido sintieron que los franceses rompían una parez, según los gorpes que daban, y haviéndose ido huyendo por los tejados de los enemigos que se hallaban en lo alto de las bóbedas de la Iglesia, según los habían sentido y en ella encontraron según se vió al día siguiente después de haberse retirado dichos enemigos, se vió haberse llevado toda la plata de dicho monasterio y partes de las de esta Parroquial...”

Pero el repertorio de atrocidades de los franceses en Algodonales se incrementa de manera desdichada y luctuosa con el fatídico registro de 239 muertos. “Ningún pueblo y ciudad de España -ha escrito Sotomayor Flores- ofreció, proporcionalmente a la patria, tal cantidad de víctimas en la Guerra de la Independencia”.

La sola lectura de esta infausta nómina puede producir una sacudida emocional a cuantos repasen con detenimiento su contenido. En ésta encontramos criaturas reciennacidas, ancianos, familias completas y multitud de mujeres, lo que da una idea que no fueron muertos en combate, sino efecto de la matanza indiscriminada y salvaje contra un pueblo, aunque valiente, indefenso. Si el general Maransin llegó a sentir en algún momento del resto de su vida escrúpulos de conciencia, debió de obsesionarle Algodonales y sentir por sí mismo una gran repugnancia de su condición humana y militar.

Al final de este capítulo y como apéndice documental, insertamos en homenaje a la memoria de aquellas personas, la triste relación de nombres, y de la que ha escrito Francisco Sotomayor, que “cualquier vecino de Algodonales está vinculado con algunas de las 239 personas incluidas en la trágica relación de muertos, conservada en el Archivo Parroquial de Algodonales”.

En relación al número de bajas en las filas francesas, Pascual Madoz da la cifra de 1.500. Una cantidad a todas luces exagerada que multiplica por cinco la de los algodonaleños, máxime considerando que los soldados franceses eran hombres experimentados en los combates, y sus rivales, además de inferior en número, con toda probabilidad peor armados y sin capacidad defensiva para la lucha.

Doña Ana Dorado, que hace mención al tema en la carta transcrita anteriormente, escribe lo siguiente: “La pérdida de los franceses en esta acción, fue grande, pero no se sabe fijo; pero arrastraron muchos muertos de la casa de Romero”. Por tanto, en principio y mientras se verifica el dato con los resultados de la investigación en la que me encuentro, hay que descartar la expresada cifra de 1.500 muertos franceses en la acción de Algodonales durante los días 1 y 2 de mayo de 1810.

Y como siempre que se producen situaciones extremas como la que historiamos, surgen hombres que llegan a protagonizar algún hecho valeroso, y en el caso que nos ocupa, al menos, sabemos de un vecino que contribuyó al aumento de los muertos franceses. El episodio, cuya autoría está ratificada por la investigación de Francisco Sotomayor, lo cita en su obra Sánchez de Arco, y dice así:

El templo, saqueado y sirviendo ya de cuartel fue teatro de un hecho patriótico.

Cristóbal Torres, viudo de Isabel Merencio, sentía en su alma el santo amor de la patria y en su corazón ardía el odio a los invasores, que al vencer a los de Algodonales, había sacrificado no sólo a los que con las armas le hacían frente sino a débiles y a tiernos infantes, al impedido y a las madres, que horrorizadas con la muerte de su esposo, cobijaban en los brazos a sus hijo, pereciendo con ellos, heridos por el mismo acero y por el mismo golpe.

Tantas desdichas necesitaban un vengador, y Torres lega en su pensamiento; y llevando a cabo su propósito, en su pecho únicamente el temor de ser detenido por los centinelas, antes de encontrarse rodeado de invasores, tomó unos frutos y acercóse a la Iglesia, bajando por el Callejón de las Piedras.

Fácilmente penetró en el templo y ya en él esgrimió el acero y su vigoroso brazo mató e hirió a muchos; hasta pagar su temeridad con la vida, muerto a bayonetazos en la puerta de la sacristía. (76 a).

***

Consiguiente a la concesión por parte del comandante general del Campo de Gibraltar, don Adrián Jácome, de una pensión de 15 reales diarios y 2 libras de pan a Romero Álvarez, por su “brillante acción” en Montellano, y de la que hemos hecho mención al comienzo de este capítulo; una vez conocida la muerte de Romero en Algodonales se anulaba la señalada distinción y, en su lugar, el ministro de la Guerra, con fecha 29 de julio de 1810 comunicaba al Inspector General de Caballería la real orden siguiente:

“Enterado el Consejo de Regencia del Reyno de lo que V. S. expone en su oficio de ayer, se ha servido resolber que mientras Dª Ana Dorado, viuda del Alcalde de Montellano Dn. José Romero, permanezca vajo la dominación de los Franceses en el Pueblo de Algodonales, se satisfaga a su hijo Dn. Juan, Alférez del Regimiento de Caballería de Santiago, en el paraje donde esté dicho cuerpo, la pensión de ocho reales vellón diarios concedidos a su madre, cuidando el hijo de embiarle el referido socorro”.

No obstante el reproche del historiador Gómez de Arteche por la falta de publicación en la Gazeta de la Regencia de los sucesos en la acción de Algodonales, estos sí llegaron a conocimiento del Supremo Consejo de Regencia, que una vez conocido los detalles de la intrépida defensa llevada a cabo por la familia de Romero Álvarez, al subsidio asignado a la viuda se añadía por una real orden de 10 de septiembre del mismo año uno de igual cantidad a cada uno de los miembros supervivientes de la expresada familia.

Dice así la real orden:

Cuando en 29 de julio dije a V. E. que S. M. se había servido conceder la pensión de ocho reales diarios a Dª Ana Dorado, viuda de D. José Romero, alcalde que fue de Montellano, no estaba informado el Consejo de Regencia, individualmente, de los particulares rasgos de heroicidad que concurrieron en la acción posterior de Algodonales; pero habiendo visto después por los documentos justificativos que se han presentado, que en aquella memorable acción excedió esta ilustre familia de héroes cuanto la historia nos refiere de sublime de las edades pasadas; ha resuelto S. M. que sin perjuicio de derramar sucesivamente en su seno cuantos auxilios sean posibles para suavizar la amargura de sus desgracias, se entiende concedida a cada uno de sus hijos e hijas que han quedado, la misma pensión de ocho reales que a la viuda, incluyéndose en dicha gracia a D. Juan Romero, Alférez del Regimiento de Caballería de Santiago, a quien S. M. concede además el grado de Teniente.

La real orden fue comunicada por el presidente de la Junta Superior de Cádiz al general en jefe de la Serranía, don José Serrano Valdenebro, con el encargo de “que con toda precaución se comunique y llegue a noticia de los interesados que residirán en Puerto Serrano o Montellano, para que le sirva de satisfacción”. Misión que fue cumplimentada por don Gregorio Fernández, coronel del escuadrón de Cazadores de Ubrique, quien la entregó en manos a la viuda de Romero.

APÉNDICE DOCUMENTAL

Noticias de las personas que fallecieron en la defenza que esta Villa hiso contra una divición de enemigos Franseces compuesta de siete mil y quinientos a el mando del General Marancí, en el día primero y dos de Mayo del año de mil ochosientos dies, y murieron en dicha defenza las personas siguientes:

Gonzalo de Troya, Moso soltero de setenta años.

Juan de Toro, Moso demás de sesenta y ocho años.

Dn. Francisco Leo Márquez, Viudo de Dª Ana de Mesa.

Francisco de Toro, casado con María de los Dolores Rondán.

Dn. Esteban Ganivet. Presvítero. Natural de Granada.

Dn. Juan Ximénez, Moso demás de sinquenta años, Médico y Alcalde.

Dn. Francisco Macías, Moso de veinte años, hijo de Dn. Antonio Macías.

Dn. Josef Romero, casado con Dª Ana Dorado, natural de Montellano.

Dª María del Socorro, hija de los antedichos.

Dª Consolación, hija de los dichos.

Dª María del Carmen, hija de los dichos.

Antonio Arenillas, Viejo que acompaña a Romero.

Pedro Muños, moso de veinte años, hijo de Andrés Muños.

Pedro Amado, casado con María Nabarro.

Josef Marchena, casado con María de Jesús Básques.

Dn. Juan Nadales chico casado con Dª Marina Bernal.

Dn. Francisco Ascanio, viudo de Dª María de Dios Sánches.

Martín Domínguez, Moso, hijo de Juan Domínguez.

Francisca Madroñal, Mosa, hija de Gonzalo Madroñal.

Juana Cueto, viuda de Gonzalo de Castro.

Marina Riaños, casada con Juan Carretero.

Dn. Simón Rondán, casado con Dª María de Bulnes.

Dn. Domingo Ábila, casado con Dª Ana Madroñal.

Fernando Rodríguez, casado con Catalina Madroñal.

Josef Rodríguez Domínguez, casado con María Cortés.

Francisco Álbares, casado con Ynés Romero.

Francisco Nadales, casado con Catalina Gonzáles.

Antonio Méndes, de doce años, hijo de Juan Méndes.

Diego Barrera, casado con María Bernal.

María Solano, casada con Francisco Medina.

Antonio López Borrego, Moso, hijo de Juan López.

Dn. Juan Bienbenía, casado con Dª María Monasterio.

Juan de Toro, Moso, hijo de Andrés de Toro.

María Amado Leonicia, mosa siega demás de 50 años.

Juan Beleño, casado con Leonor Madroñal Berejeno.

Francisco Romero Morato, casado con Catalina Álbares.

Miguel Básques, casado con Ana Madroñal Berejeno.

Andrés Morilla, casado con Isabel de Luna.

Francisco Marchena, casado con María Cueto.

Pedro Lebrón, casado con Isabel Gomero.

Gregorio Nabarro, Moso, hijo de Pedro Nabarro.

Pedro Escorza, de doce años, hijo de Gregorio Escorza.

Dn. Francisco Salcedo, viudo de Dª Francisca Escorza.

Nicolás, Francisco y Francisco Salcedo, hijo de los antedichos.

Sebastián Balaes, Moso, y Juan Balaes, Moso, hijo de Diego Balaes.

Dn. Blas de Bulnes, Presvítero, Natural de las Montañas.

Benito Sánches Heredia, casado con Ana Básques.

Francisco Rodríguez Domínguez, Viudo de María Sánches.

Juan Ruiz, Moso, hijo de Josef Ruiz.

Matías Bernal, casado con María Guerrero.

Andrés de Toro, viudo de Josefa Domínguez.

Juan Beleño, su muger María de Toro, y Catalina, su hija, de 3 días.

Antonio Sánches, Moso, hijo de Antonio Sánches.

Lorenso Aumada, Moso, hijo de Antonio Aumada.

Francisco José Contreras, Casado con Ana Monasterio.

Juan Romero, casado con Ana de Toro.

Inés de Castro, casada con Juan López Millán.

Juan Contreras Monasterio, casado con Ysabel Leo.

Juan de Castro, casado con Juana Básques.

Juan de Mesa, Puerto Serrano, casado con María Ximénes.

Juan Eugenio, viudo de Isabel Calle.

Ygnacio de Salas, casado con María Cano.

Juan Pabo, viudo de María Sánches Alexos.

Juan Pabo, Moso, hijo del antedichos.

Rafael Rubiales, casado con Catalina Gonzáles.

Cristóbal Marchena, casado con Leonor de Castro.

Antonio Marchena, hijo de los antedichos.

Andrés Gonzáles Candelario, casado con Josefa Cueto.

Bartolomé Corso, casado con Catalina Básques.

Rodrigo Serrada, viudo de María Benítes.

Antonio de Castro, casado con Ysabel de Luna.

Francisco de Castro, Moso, hijo de Antonio de Castro.

Simón Millán, Ana Cueto, su muger, Juan Bartolomé e Ynés, hijos de los Antedichos, pequeñitos.

Alonso Álbares, casado con María Moreno.

Josef Cordero Heredia, casado con María Gonzáles.

Josef Savallos, Moso, hijo natural, de Pamplona.

Diego Ximénes, casado con Ysabel de Carretero.

Diego Román, casado con Ysabel López Santos.

Marselina, mosa; Francisco, de ocho años, hijos de los antedichos.

Leonor Carabajal, Mosa, hija de Juan Carabajal.

Dn. Gerónimo Rondán, casado con Dª Catalina López.

Catalina Padilla, Mosa, hija de Pedro Padilla.

Juan Valle, casado con Leonor Sánches.

Dn. Josef Gago, casado con Dª Ysabel Rondán.

Ysabel de Salas, viuda de Juan Morato.

Antonio Guerrero, casado con Ysabel Almario.

Martín Sánches Ramos, casado con Catalina Rondán.

Juan Domínguez Carreño, casado con María Malo.

Sebastián Marín, casado con María López Madroñal.

Juan Domínguez, casado con María Gómes.

Francisco Moreno, casado con María Galván.

Francisco Moreno, Moso, hijo de los antedichos.

Juan Mariscal, casado con Juana Moreno.

Antonia Corrales, viuda de Juan Domínguez Carreño.

Catalina Domínguez, Mosa, hija de los antedichos.

Francisco López Siles, casado con Ysabel Marchena.

Juan Santano, casado con Juana Calero.

Andrés Santano, de quatro años, hijo de los antedichos.

Catalina Básques, Mosa, hija de Juan Básques.

Francisco Matheo y su muger Gertrudis Ramíres.

Andrés Hornillo, casado con Blacina Matheos.

Josef García Hurtado y Ana Monasterio, su muger.

Ysabel García, de dos años, hija de los antedichos.

Ysabel Lobo, casada con Alonso García Hurtado.

Josef Rodríguez, casado con María de Calle.

Juan Nadales Grande, casado con Catalina Matheos.

Antonio Guerrero, casado con Marina Cano, y también la dicha.

Marina, Francisco,, Josef María y Antonio, hijos de los dichos.

Ysabel Capilla, casada con Benito Millán.

Juan Bautista Villaul, casado con María Cano.

Juan Guerrero y su muger, Josefa Carpio.

Christóbal Ramíres, su muger, Catalina Capilla, Christóbal de seis años y María de dos años, hijos de los dichos.

Ana Marchena, Mosa, hija de Josef Marchena.

Juan García Losano, casado con Ana María Ramíres.

Brígida Marchena, casada de Fernando de Toro.

Andrés Rubiales, de doce años, hijo de Salbador Rubiales.

Dn. Francisco Amado Valde Rama, casado con María Borrego.

Rodrigo Valle, Moso, hijo de Pedro Valles.

Juan Conejo Ramos, Moso, de la Muela.

Josef y Antonio Marín, Mosos, hijos de Francisco Marín.

Bartolomé García, casado con María Péres Sambrana.

Josef Galván, Moso, hijo de Josef Galván.

Dn. Bernardo Péres del Río, casado con Dª María Sánches.

Dn. Pablo Márquez, Moso, hijo de Dn. Francisco Márquez.

Josef Marín, Casado con Francisca Puerto.

Juan Durán, Moso, hijo de Bartolomé Durán.

Nicolás Mardonao, Moso, hijo de Bartolomé Mardonao.

Juan López, de doce años, hijo de Juan López.

Juan Miguel Sánches, casado con Ysabel Albendaño.

Francisca Rodríguez, Mosa, hija de Josef Rodríguez.

Martín Barrera, casado con Ysabel López.

Juan Borrego, casado con Ysabel Borrego.

Domingo y Juan Bulnes, Mosos, hijos de Dn. Domingo.

Francisco Orosco, Casado con Ysabel Rodríguez.

Diego Carabajal, casado con María de Luna.

Diego de Luna, Moso, hijo de Diego de Luna.

Dn. Juan de Troya, viudo de Dª Sebastiana de Ribera.

Pedro López, Moso, hijo de Juan López.

Francisco Amado Vivás, casado con Ynés Merencio.

Juan Josef Román, casado con Josefa Nadales.

Juan Domínguez, casado con Ysabel Martago.

Francisco Jaro, casado con María Monasterio.

Marcos Albendaño, casado con Ysabel Beregeno.

Ynés Albendaño, Mosa, hija de los antedichos.

Francisco Álbares, casado con María Berejeno.

Josef Duchen Carderero, Moso, demás de 78 años.

Dn. Lorenzo Gago, Moso, hijo de Dn. Gregorio Gago.

Pedro Márquez, casado con Gertrudis Moreno.

Dn. Bartolomé Macías, casado con María Merencio.

Juan Merencio, Moso, hijo de Gonzalo Merencio.

Fernando Carabajal, viudo de Ysabel Valle.

Bartolomé Carabajal, Moso, hijo de Diego Carabajal.

Diego Macho, casado con María Álbares.

Simón Féliz, Moso, Salgento de Cavallería, hijo de Juan.

Luiz Heredia, viudo de.

Francisco Reyes Heredia, Moso, hijo de Luiz Heredia.

Christóbal de Torres, viudo de Ysabel Merencio.

Francisco Rodríguez, Moso, hijo de Christóbal.

Ysabel López, Mosa, hija de Francisco López.

Mariana Marín, viuda de Andrés Guerrero.

Leonor y Antonio, uno de 12 años y otro de 4 años, hijos de Juan Martín Cano.

Antonia Barrera, Mosa, demás de sesenta años, hija de María Millán, viuda de Juan Medina.

Juan Péres, casado con María Santos.

Marcos García, casado con Margarita Capilla.

Francisco Santos, Moso de veinte años, hijo de Francisco Santos.

Christóbal Solano, casado con Ysabel Péres.

Juan de Salas, Moso de 18 años, hijo de Juan de Salas.

Juan Medina, casado con Ysabel Domínguez Carreño.

Josef de Salas, casado con María Trinidad Benítes.

Antonio Lebrón, viudo, natural de Setenil.

Josef Ramíres, casado con Catalina Capilla.

Antonio Ramíres, moso demás de 20 años, hijo de los antedichos.

Juana de Contreras, casada con Benito Borrego.

Alonso Borrego y Juana, mosos, hijos de los antedichos.

Gabriel Contreras, casado con Ysabel de Luna.

Martín Campanario, Moso, hijo de Martín Campanario.

Bartolomé Aguilera, casado con Ysabel Bernal.

Ysabel Miranda, viuda de Juan de Toro.

María Lobato, viuda de.

Juan Horosco, casado con Marina Carretero.

Lorenso Gómes, Moso demás de 60 años, hijo de Diego Gómes.

Josef Bernal, Moso, hijo de Juan Bernal Palma.

Francisco Martel, Casado con Leonor Galván.

Sebastián de Salas, casado con Beatris Nabarro.

Pedro Nabarro, viudo de María de Toro.

Simón de Luna, Moso, hijo de Christóbal de Luna.

Francisco Galiano, casado con María Cortés.

María Bernal, viuda de Diego Cortés.

Juan Suáres, Moso, hijo de Francisco Suáres.

Andrés Álbares, Moso, hijo de Martín Álbares.

Dn. Christóbal López, viudo de Marina Moreno.

Dn. Diego Benítes, viuda de Dª Ysabel Cortés.

Diego Fernández, viudo de Juana Durán.

Rodrigo Merencio, casado con María de Luna.

Juan de Luna, Moso, hijo de Bartolomé de Luna.

Andrés Martago y Ynés Romero, su muger.

Dn. Bartolomé de Mesa, casado con Catalina Camacho.

Francisco Márques, Moso, hijo de Dn. Alonso Márquez.

Pedro Amuedo, casado con Ysabel Lobillo.

Juan Ramírez, Moso, hijo de Gonzalo Ramíres.

Dn. Rodrigo Cortés, hijo de Dn. Christóbal Cortés.

Christóbal Péres, casado con María de Salas.

Ynés Péres del Río, casada con Juan de Mesa.

Juan Péres del Río, moso, hijo de Antonio Péres.

Catalina Péres, viuda de Pedro Román.

María Román, Mosa, hija de los antedichos.

Bartolomé de Troya, casado con Ysabel Benítes.

María García Lobillo, viuda de Lorenzo de Troya.

María Román, viuda de Francisco de Sierra.

Francisco de Sierra, de 12 años, hijo de los antedichos.

Ana Nabarro, viuda de Pedro Valle.

Francisco Asiego, hijo de Christóbal Asiego.

Todo lo contenido en esta apuntación es verdadero y para que conste donde conbenga lo firmo como Colector que soi en esta Villa de Algodonales, en dos días del Mes de Mayo del año de mil ochosientos y catorse. Bartolomé Básques.

Fuente: Archivo Iglesia Parroquial de Algodonales. Tomo D-9. Años 1802 al 1827.

(PÁGINAS 145 A 161 DEL LIBRO “LAS VILLAS DE MONTELLANO Y ALGODONALES EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA”).

NOTAS:

(64). Gazeta de la Regencia citada, pág. 285.

(65). N. O. El Alcalde de Montellano: Héroe de la Guerra de la Independencia. Págs. 27-28. Aunque editado en un opúsculo independiente por Editorial Bauza (Barcelona), sin fecha de edición, éste corresponde a un volumen de relatos sobre acontecimientos de la Guerra de la Independencia, probablemente de finales del XIX o principios del XX.

(66). Según investigación de Francisco Sotomayor Flores, don Gaspar Tardío Peñalver era hijo de Cristóbal y María Gaspara, había nacido y bautizado en Algodonales en 25 de febrero de 1768.

(67). Francisco Sotomayor Flores. Algodonales: Mayo de 1810 [(Nuevos documentos]. En Revista de Feria. Algodonales 1996. Pág. 12.

(68). Francisco González Peinado. Ob. cit. Pág. 66.

(69). Gazeta extraordinaria de Sevilla del jueves 10 de mayo de 1810.

(70). Domingo Sánchez del Arco. Algodonales. Colección de monografías de los pueblos de la provincia de Cádiz, manuscrito procedente del Archivo Histórico de Cáceres, investigado por Francisco Sotomayor Flores, a cuya generosidad debe el autor esta información.

(71). Pascual Madoz. Reseña histórica del Artículo “Algodonales”, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico, Vol. Correspondiente a Cádiz. Ed. facsimilar pág. 35 (1986).

(72). Gómez de Arteche. Nieblas de la Historia Patria. Pág. 60.

(73). P. Madoz, ob. cit.

(74). Gómez de Arteche. Ibidem.

(75). De este modo describe Gómez de Arteche el descubrimiento de las cartas de la viuda de Romero Álvarez: “El rey D. Fernando VII debió encargar a sus pintores de cámara la representación en el lienzo de los más notables hechos de la guerra de la Independencia. De ahí los cuadros, de mayor o menor mérito, que el pueblo de Madrid corre a contemplar en el Museo Real como en recuerdo de su propia hazaña del Dos de Mayo y de las que ejecutaron las demás provincias a imitación suya.

Don José Madrazo, jefe de esa dinastía de pintores que es una verdadera gloria en la España artística, hubo, sin duda, de pensar en un cuadro que representase la familia del Alcalde de Montellano, D. José Romero, en los momentos en que era asaltada por los Franceses la casa que ocupaba en Algodonales, villa próxima a la en que ejercía su jurisdicción. Porque de sus manos y por las de su hijo D. Federico han pasado a las nuestras varias cartas de la viuda de Romero, con la descripción de los actos de heroísmo llevados a cabo por su marido y con las amargas quejas del olvido y del abandono en que yacía”.

(75a). En relación al tema de la ocupación francesa, centrada en el entorno de lo que será las Serranías de Cádiz y Ronda, donde se ubicaban las poblaciones de Montellano y Algodonales a comienzos del siglo XIX, objeto de este relato, es obligado mencionar, en el marco bibliográfico de lo que ha representado el segundo centenario de la ocupación napoleónica, el notable trabajo colectivo bajo el título “Estudios sobre la Guerra de la Independencia española en la Sierra de Cádiz” (2012), muy particularmente el capítulo perteneciente al historiador Luis Javier Guerrero Misa, que en cinco de sus epígrafes expone el resultado de su investigación, con lo que se obtiene un mayor conocimiento del asunto que tratamos.

(76). Con ocasión de la declaración de fiesta local en la villa de Algodonales, el 1º de mayo de 1997, el ayuntamiento de aquella población colocó una cerámica con la inscripción que recuerda que las casas que la poseen ardieron durante la invasión napoleónica el 1y 2 de mayo de 1810.

(76a). Este vecino figura en la relación de los asesinados en Algodonales, y se inserta como Apéndice Documental expuesto más arriba, con la siguiente nomenclatura: “Christóbal de Torres, viudo de Ysabel Merencio”.

Algodonales 1

Perspectiva de Algodonales en una fotografía de la segunda década del siglo XX, que

por el heroico comportamiento de sus vecinos realizaron el capítulo más importante de

su historia y una página más, memorable y brillante, de la Guerra de la Independencia.

Algodonales 2

Vista insólita de la Iglesia Parroquial de Algodonales a comienzos del siglo XX, circundada

por un modesto caserío que recuerda, remotamente, el aspecto que podía ofrecer en

tiempo de la Guerra de la Independencia. Foto cedida por Francisco Sotomayor Flores.

Algodonales 3

Calle de entrada a la Villa de Algodonales que da acceso a la calle Plaza [hoy Plaza de

Andalucía], a la que probablemente debe referirse las memorias citadas del soldado

francés cuando dice: ”Por fin conseguimos entrar en el pueblo. Quemábamos,

degollábamos todo lo que encontrábamos...”. Foto de la segunda década del siglo XX.

Algodonales 4

Calle Plaza, en una de cuyas casas se defendió Romero Álvarez de los franceses, y de

la que dice al autor de las memorias antes citada: “...se había retirado a una gran casa

en la plaza [hoy Plaza de Andalucía]. Nos decidimos atacarlo. Pero nadie podía acercarse

sin exponerse a ser matado o herido. Porque disparaba y hacía fuego por todas partes.

Resolvimos prender fuego a la casa...”.

Algodonales 5

La fuente y el lavadero, y el espacio que la circunda, ha constituido históricamente

un lugar destacado de Algodonales, y, aunque con diferentes formas, ya existían

durante la Guerra de la Independencia. Foto de la segunda década del siglo XX.

Algodonales 6

Calle Plaza y, al fondo, la Iglesia Parroquial de Santa Ana, un espacio urbano que fue

escenario de terribles sucesos durante la Guerra de la Independencia. Foto de la segunda

década del siglo XX.

Algodonales 7

Concurrencia del pueblo de Algodonales en un acto procesional a comienzos del siglo XX.

La religiosidad popular fue uno de los más importantes incentivos en la lucha contra los

franceses durante la Guerra de la Independencia. Foto Cedida por Francisco Sotomayor Flores.

Algodonales 8

Desfile de guerrilleros durante la Guerra de la Independencia.

Algodonales 9

Grabado de Joaquín Diéguez [1887] en la que se representa idealizada la casa en

Algodonales donde se defendió Romero Álvarez y su familia y algunos vecinos

algodonaleños de los ataques del ejército francés los días 1 y 2 de mayo de 1810.

Algodonales 10

Placa conmemorativa en calle Plaza en recuerdo de José Romero Álvarez y de los 239 vecinos

algodonaleños muertos por los franceses durante la Guerra de la Independencia.

Algodonales 11

Pintura de doña Ana Bernal, de Algodonales, alusiva a la resistencia de aquella población

durante la Guerra de la Independencia y presentada conjuntamente con la bandera

de la localidad, el 2 de mayo de 1997.

Algodonales 12

Monumento erigido a los pies del atrio de la Iglesia Parroquial en la que se combinan

algunos elementos del grabado de Joaquín Diéguez [1887], inaugurado el 2 de mayo

de 2010 con ocasión del segundo centenario de la destrucción de Algodonales y muerte

de los 239 vecinos algodonaleños por los franceses, y con una leyenda que reza:

ALGODONALES A SUS HÉROES / POR LA INDEPENDENCIA NACIONAL / 2 DE MAYO 1810 – 2010.

Obra del escultor rondeño Francisco Valcárcel. F.A.

Algodonales 13

Perspectiva de la Iglesia Parroquial con vista del monumento. F.A.

Algodonales 14

Panorámica de Algodonales con la torre de la Iglesia Parroquial de Santa Ana clavada como

una espiga en el paisaje, y como telón de fondo la Sierra de Líjar precedida por las huertas,

donde según los testimonios expuestos en el texto, se refugiaron las mujeres que fueron

asesinadas por los soldados franceses. F.A.

Algodonales 15

Calle de entrada por el camino de Ronda que da acceso a la Plaza, escenario

del enfrentamiento contra las tropas francesas. Foto Manuel Santos.

Algodonales 16
Algodonales 17
Algodonales 18

En las tres últimas imágenes del fotógrafo Manuel Santos

(2013) escenas de la recreación histórica, que desde hace

unos años celebra la Villa de Algodonales con gran concurrencia

de vecinos y visitantes.

Algodonales 19

Jean Pierre Maransin, general francés que ordenó el ataque de

la Puebla de Algodonales los días 1 y 2 de mayo de 1810, y responsable

por tanto de los 239 muertos vecinos algodonaleños. Si el general Maransin

llegó a sentir en algún momento del restos de sus días escrúpulos de conciencia,

debió de obsesionarle Algodonales y sentir por sí mismo una gran repugnancia

de su condición humana y militar. Retrato pintado por Chéry.