República de Costa Rica - Siglo XIX (1848-1902)

Ejercieron el poder durante este periodo:

En el desarrollo político de la segunda mitad del siglo XIX, destacan los gobiernos de José María Castro Madriz (ver página anterior), Juan Rafael Mora Porras, Jesús Jiménez Zamora, Tomás Guardia Gutiérrez, Próspero Fernández Oreamuno, Bernardo Soto Alfaro y Rafael Iglesias Castro. A continuación se trascriben algunos extractos del historiador Carlos Monge Alfaro (1974) que ilustran el carácter de estos gobernantes y el peso que tuvieron sus gobiernos en el desarrollo del país.

Juan Rafael Mora Porras

El primer gobierno de don Juan Rafael Mora abarcó un período que va de 1849 a 1853. Desde su llegada al Poder comprendió que era necesario rodear al Estado de seguridades; sabía que los militares eran los amos de la política. Como viera que la existencia de un solo cuartel facilitaba a su Comandante ponerse de acuerdo con las poderosas familias y mandar de paseo al presidente, resolvió crear otro (ob. cit., p. 187). A pesar de que el gobierno de Mora era cada vez más impopular, este se reeligió para el periodo siguiente.

La guerra contra William Walker, aventurero norteamericano con ambiciones expansionistas que llegó a Nicaragua en 1855, proporcionó a Mora la oportunidad de demostrar su heroísmo: "Don Juan Rafael Mora estuvo, indiscutiblemente, a la altura de las circunstancias; con energía y visión clara de los hechos dio acertadas medidas en defensa de Centro América y Costa Rica" (ob. cit., p. 188). Tras una larga campaña que se extendió desde el 4 de marzo de 1856 hasta el 1º de mayo de 1857, vencieron los centroamericanos y Juan Mora Porras se convirtió en héroe nacional. Sin embargo, el entusiasmo fue decayendo:

Pasaron los días y el frenesí iba en descenso hasta que las cosas volvieron a su cauce normal. Los enemigos de Mora no dormían. Para desgracia de Costa Rica, su Presidente, que había actuado con rapidez y energía cuando la Patria estaba en peligro, que mediante su decidida actuación la democracia escribió una de las páginas más brillantes de la historia americana, tenía defectos que lo llevaron a ejercer el mando a veces con mano de hierro. Mora tenía enemigos que aun cuando a causa de la guerra nacional habían callado, ahora estaban pendientes de sus actos para levantarse en armas o hacerle una hábil jugada. Le cobraban arbitrariedades cometidas en sus dos administraciones, entre ellas la de haber disuelto en 1852 el Congreso, pasando por encima de las leyes, y la de hacer gobierno de círculo en beneficio de sus amigos y parientes. (...)

Juan Rafael Mora, al imponer su nombre en las citadas elecciones [1859], dio motivo para que sus enemigos, que eran muchos y poderosos, porque formaban parte de las familias más ricas del país, se decidieran a lanzarlo fuera del poder. Después de 10 años de ejercer el mando y de haber unido su nombre a la historia con letras de oro por haber puesto al país en pie de lucha y dirigir la defensa de la libertad, no comprendió que le había llegado la hora de marcharse para su casa. Conocía de sobra el terreno en que estaba parado, pero tal vez confiaba demasiado en su buena estrella, en su habilidad o en su energía. (Ob. cit., p. 194)

Finalmente, el 14 de agosto de 1859, Mora fue destronado mediante un golpe militar; los autores del golpe instalaron en el poder a José María Montealegre, representante de la oligarquía cafetalera. Cuando Mora Porras, que se hallaba exiliado en El Salvador, regresó a Costa Rica en setiembre de 1860 con intenciones de volver a tomar el poder, el gobierno lo enfrentó y aniquiló su movimiento revolucionario. El 30 de setiembre de 1860 Juan Mora Porras fue fusilado en Puntarenas.

Jesús Jiménez Zamora

Gobernó durante dos periodos, del 63 al 66 y del 68 al 70. Para su segundo gobierno, se le reconocen los siguientes logros: "abolición del monopolio del tabaco; fundación de una oficina de estadística; organización de la enseñanza primaria, que de aquí en adelante empezó su línea ascendente" (ob. cit., p. 201), entre otros. A pesar de que Jesús Jiménez había llegado al poder con el apoyo de la oligarquía, esta misma se organizó para darle un golpe de estado, escogiendo para tal acción a un militar de experiencia, el coronel Tomás Guardia. El golpe se efectuó el 27 de abril de 1870.

Tomás Guardia Gutiérrez

Monge Alfaro describe el ambiente político que imperaba en el país antes de la dictadura de Tomás Guardia:

Las poderosas familias que crearon capitales a la sombra de la exportación de café, necesitaban ejercer amplio y absoluto dominio en el gobierno de la república; todo debía marchar de tal manera que nada obstaculizara el desarrollo de sus negocios. Por otro lado, hubo en el siglo pasado [XIX] la circunstancia especial de que las familias dedicadas al cultivo y exportación del café eran, desde los primeros años de vida independiente, las de mayor estimación social y política. Así, los asuntos de gobierno vinieron a ser asuntos privados de las principales familias; cuando éstas peleaban entre sí o se distanciaban se producía una crisis política, cambios de Jefes de Estado o de Presidente, movimientos en los cuarteles, golpes de Estado, etc. Si un político joven o viejo con cultura o sin ella quería escalar posiciones, debía ante todo estar bien con esos círculos de cuyas reuniones salieron, no pocas veces, los nombres de las personas que debían ocupar la Presidencia de la República. (Ob. cit., p. 208)

Los siguientes extractos muestran con claridad el carácter del hombre que gobernaría férreamente a Costa Rica hasta su muerte en 1882.

Don Tomás en forma hábil ganó los factores que necesitaba un político para mantenerse en el poder y afirmarse en él. Como viera que la Asamblea quería seguirle juicio de residencia a don Jesús [Jiménez], entonces lo defendió con tenacidad, y de esa manera cumplió con la palabra que le diera de que gozaría de seguridades y garantías. Este hecho produjo un distanciamiento entre Guardia y la Asamblea, y por consiguiente la clausura de ésta y la elección de otra más dócil que no se opusiera al dictador. Una vez en el poder, numerosos enemigos conspiraron noche y día para botarlo. Sin embargo, hombre acostumbrado a pelear posiciones a como hubiera lugar no iba a dejarse vencer muy fácilmente. Si en épocas pasadas los comandantes de los cuarteles sirvieron los intereses de poderosas familias, él no estaba dispuesto a convertirse en instrumento de los Montealegres. Tenía suficiente personalidad y garbo como para conformarse con ser simple instrumento de oligarquías. (Ob. cit., pp. 209-10)

Guardia convocó a una Asamblea Constituyente que redactó la Constitución que entraría en vigencia el 7 de diciembre de 1871 y a la cual, por decreto del propio Guardia, se le incorporó en 1882 un artículo que abolía la pena de muerte. Monge Alfaro resume del siguiente modo el impacto político de Tomás Guardia:

El aspecto positivo de la obra de Guardia consistió en sustraer al Estado de las manos de los grupos pretorianos (que decía don Cleto González Víquez), y de la de ciertos personajes de campanillas. Desgraciadamente, cuando el gobernante —por necesidad o por simple capricho— se decide a no respetar las libertades, a imponer su modo de pensar, guste o no al mayor número, no sabe cuándo debe detenerse ni hasta dónde puede llegar. Eso le ocurrió al Presidente Guardia. Para eliminar el dominio político que ejercían las familias económicamente poderosas y los militares, acomodó la Constitución a sus intereses políticos y administrativos; segó la libertad; poco aprecio le mereció a veces el Poder Legislativo; acalló con medidas drásticas las críticas que pudieran provocar movimientos de opinión desfavorables; desoyó los consejos de personas ilustradas que deseaban un régimen republicano basado en el ejercicio de las libertades ciudadanas. De este modo, durante el gobierno de Guardia se apagó la vida política democrática. Sin embargo, al calor de la acción educativa de la Universidad de Santo Tomás se formaba un grupo de jóvenes que seguían de cerca —con algún retraso en el tiempo— el progreso de las ciencias, el adelanto de las naciones, y conocían con más exactitud y claridad las ideas en que descansaba el régimen republicano. Durante los doce años de imperio político de Guardia germinaron espíritus que vieron repelidas por el Dictador sus primeras actuaciones, pero que, una vez muerto éste, irrumpieron en el escenario de la historia nacional, rodearon en buena medida los comienzos de la república liberal que poco a poco se organizaba de uno a otro confín de Costa Rica. (Ob. cit., p. 212)

Próspero Fernández Oreamuno

El extracto anterior describe el contexto en que llega al poder Fernández Oreamuno, un liberal que cuenta entre sus aciertos:

...el nombramiento de comisiones encargadas de redactar los nuevos códigos, civil, —en que intervinieron don Ricardo Jiménez y don Cleto González Víquez— militar y fiscal. Mediante un arreglo llevado a efecto entre el Ministro de Hacienda Bernardo Soto y el empresario norteamericano Mr. Minor Cooper Keith el 5 de abril de 1884, se continuó la construcción del ferrocarril al Atlántico. (...)

Por decreto de 18 de julio de 1884 fueron expulsados del territorio de la República los jesuitas radicados en Cartago y el señor Obispo don Bernardo Augusto Thiel. Para esa medida se dieron razones de orden político. (p. 214)

Próspero Fernández murió en ejercicio del poder en 1885, cuando el presidente de Guatemala Justo Rufino Barrios se aprestaba a levantarse en armas con la intención de someter a su dominio a los países centroamericanos.

Bernardo Soto Alfaro

A la muerte de don Próspero Fernández tomó posesión de la Presidencia don Bernardo Soto, a quien le correspondía la primera magistratura por ser primer designado. Mientras tanto, Barrios invadió con sus ejércitos a El Salvador, los cuales cayeron vencidos en Chalchuapa.

Zanjado ese capítulo de política centroamericana, el gobierno presidido por don Bernardo Soto, quien por las elecciones efectuadas en abril de 1886 obtuvo la presidencia con carácter definitivo, se dedicó con todas sus fuerzas al desenvolvimiento cultural y material de Costa Rica. El ministro de Educación don Mauro Fernández realizó una meritoria labor. El 22 de febrero se decretó la fundación de una Escuela Normal destinada a mejorar el personal docente. El 26 del mismo mes fue dictada una Ley General de Educación Común que reproducía en parte las disposiciones del reglamento escolar de 1869. Dio comienzo a la organización de la Segunda Enseñanza, y para ese efecto se fundaron en 1887 el Liceo de Costa Rica, el Instituto de Alajuela, y al año siguiente el Colegio Superior de Señoritas. En cambio propuso al Congreso en 1888 la suspensión de la Universidad de Santo Tomás, creada en 1843 en tiempo de José María Alfaro. (Ob. cit., p. 215)

Rafael Iglesias Castro

Dotado de una gran capacidad de trabajo, de extraordinaria imaginación y talento, de un dinamismo poco común, de una audacia sin límites, de obstinada perseverancia, de una voluntad de hierro, de grandes dotes de orador popular, don Rafael Yglesias fue un gran caudillo. Su sensibilidad, su deseo de llevar a Costa Rica hacia un gran progreso material, tropezó con el espíritu conservador y timorato, apegado a la letra de la ley, a una cierta indecisión y falta de sentido práctico del costarricense. Luchó en sus labores gubernativas con la misma abnegación y dominio de sí mismo que la de sus años mozos, cuando se dedicaba a sus empresas particulares. Olvidó, sí, que era Gobernante de un país democrático; ejerció una tremenda dictadura durante ocho años para hacer realidad sus sueños. (Ob. cit., p. 224-5)

***

En el siguiente resumen que hace Monge Alfaro del estado político en que se hallaba Costa Rica al terminar el siglo XIX, destaca su admiración por el hombre que trasformó el Estado de Costa Rica en República y fue su primer Presidente Constitucional, el Dr. José María Castro Madriz:

Hasta la muerte de Guardia las actividades políticas en Costa Rica estuvieron sujetas y dirigidas en unos casos por poderosas familias que adquirieron posiciones sociales a causa de los negocios hechos con la exportación del café; en otros por Presidentes de voluntad de hierro que lograron mantener sosegados a los círculos políticos. Sólo encontramos un hombre que luchó por perfeccionar las instituciones de orden político, y educar a los ciudadanos para el mejor ejercicio de sus derechos y libertades. Esa gran personalidad fue el Doctor José María Castro, pero su voz no tuvo eco en una sociedad que no había salido aún de la modorra colonial. En realidad, a las personas de significación social poco les interesaba el perfeccionamiento de las instituciones y el desarrollo de cultura cívica. Cualquier avance había que imponerlo con mano fuerte. Respetar o asegurar la vigencia de las libertades era signo de debilidad, aprovechado por los enemigos para hacer más fáciles los golpes de Estado.

Sin embargo, conforme avanzaba el siglo XIX, la Universidad de Santo Tomás mejoraba sus gabinetes y laboratorios, planes de estudio y profesorado, y se convertía en un plantel educativo en el que germinaban los futuros conductores de la nación. Ya en tiempo de Guardia el número de ciudadanos ilustrados había aumentado en comparación con el reducido grupo que existía en décadas anteriores. No pocos de ellos eran de tendencia liberal. Las Administraciones de Fernández y de Soto, aun cuando desde el punto de vista de los procedimientos democráticos y de la verdadera libertad de sufragio guardaban no pocos vicios en años anteriores, sin embargo dieron oportunidad a que jóvenes graduados en la Universidad de Santo Tomás hicieran sus primeras experiencias políticas y administrativas y ejercitaran sus dotes de estadistas y de conductores de la Patria. Tres actividades recibieron la influencia de esa clase intelectual que poco a poco se formaba: la política, la administración pública y el periodismo. La primera encontró magníficas condiciones porque los sucesores de Guardia garantizaron la difusión de las ideas, los debates por la prensa. El periodismo fue ejercido por las más destacadas personalidades costarricenses y extranjeras. Así, de una época de poco vigor intelectual como fue la que caracterizó a Costa Rica hasta el golpe de Estado del 27 de abril de 1870 se pasó —después del imperio político de Guardia— a una extraordinaria vitalidad, de constante confrontación de ideas. En el desenvolvimiento de este fuerte movimiento cultural participaron los profesores españoles (como los Fernández Ferraz) que impartían lecciones en el Colegio San Luis Gonzaga, y personalidades como Cleto González Víquez, Ascensión Esquivel, Ricardo Jiménez, Carlos Durán, Manuel de Jesús Jiménez, Ricardo Fernández Guardia, Mauro Fernández, José Astúa Aguilar, además de escritores y científicos extranjeros traídos por el gobierno de Bernardo Soto, como Henri Pittier, Juan Rudín, Pablo Biolley y muchos más. Los liberales sostuvieron memorables luchas en el Congreso y en la prensa con el propósito de que el Estado se organizara de acuerdo con las ideas más avanzadas de la segunda mitad del siglo XIX. Esto fructificó con las leyes emitidas en tiempo de Prosperó Fernández y mantenidas con altos y bajos durante las de Soto, Durán etc.; con la fundación de importantes instituciones de enseñanza y de investigación científica como los Colegios de Segunda Enseñanza, el Museo Nacional, el Instituto Físico-Geográfico, etc.

Es indudable que las reformas aludidas constituyeron una empresa y un triunfo de los intelectuales liberales que aprovecharon su presencia en las esferas del gobierno. Hay que abonarles, cuando menos, dos virtudes: decisión y sinceridad. El pueblo poco contó en este paso de la República Patriarcal a la Liberal; no hubo movimientos populares. Así, la dirección política, que estuvo en manos de poderosas familias interesadas en la agricultura del café y el comercio, pasó a las de un grupo de intelectuales que aspiraban a poner al día (valga la expresión) a la democracia costarricense; les movía un interés ideológico pero no organizaron grupos políticos permanentes, ni adoctrinaron al pueblo en las ideas y principios liberales.

Se concretaron a escribir en los periódicos, a criticar las instituciones, a pedir el voto de los ciudadanos. De esta manera, poco a poco surgieron en la política nacional los llamados partidos personalistas.

En otras partes de América se formaron los llamados partidos tradicionales, de los que formaban parte familias enteras por generaciones de generaciones. Los países estaban divididos en dos bandos. Cuando uno subía al poder el otro estaba excluido de él; y en muchas ocasiones sus miembros tenían que buscar asilo en naciones hermanas.

En Costa Rica las cosas ocurrieron de distinta manera. No podríamos decir que don Próspero y don Bernardo fueran llevados a la presidencia por un Partido Liberal doctrinario, ni que don José Joaquín Rodríguez hubiera sido electo por un Partido Conservador. En realidad no existieron ni con esos ni con otros nombres. Se seguía al hombre casi sin tomar en cuenta sus ideas y defectos.

En resumen: en el último tercio del siglo XIX nacieron a la vida política costarricense partidos alrededor de grandes figuras. Lo novedoso, que tomó cuerpo desde 1889 en adelante, fueron las campañas electorales que convirtieron al pueblo en una fuerza de importancia; se pronunciaban discursos a la salida de misa, circulaban periódicos y hojas sueltas con caricaturas, se organizaban manifestaciones, etc. De este modo a la política de los círculos de familia y de los hombres fuertes, siguió la de los partidos personalistas. Ya no serán los militares y las oligarquías los encargados de escoger a los gobernantes de Costa Rica. (Ob. cit., pp. 227-9)

Fuentes:Monge Alfaro, Carlos.1974. Historia de Costa Rica. 13ª ed. San José: Librería Trejos.Obregón, Clotilde. 1999. Nuestros Gobernantes. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica.