SOBRE MÍRAME CON LOS OJOS CERRADOS:
EL AUTOR ES UN CIRUJANO EXPERTO,
TRABAJA CON PRECISIÓN MILIMÉTRICA
Fátima Martínez Cortijo
Leer "Mírame con los ojos cerrados", de José Víctor Martínez Gil es depurar los sentidos para dejarse envolver en un derroche de sensibilidad y tersura.
Hay vida y fuerza ya en los títulos, son promesas que cumple: “Gravitación”, “Imprevisión”, “El cuento del cuento”, “Fuerza centrípeta”…, cada uno de ellos avanza sin descubrir, propone sin bloquear.
Es inevitable sentir cada palabra, selecta, plena, cargada de pasión de escritor, cuando nos hallamos ante "La línea entre el agua y el aire"; o sonreír con "La solidez de lo invisible"; o sorprendernos con "Ella es como el día". Y cuando acabamos, tal vez deseemos releer los textos porque con un solo trago no podemos paladear la amalgama de texturas y sabores. El narrador, como un mago, es capaz de elevar lo real a ensueño, y, al tiempo, depositar en nuestro imaginario cualquier elemento material que él tome del entorno más cercano. Nos seduce con una actualización concisa del realismo mágico. Pero no solo eso, también hay en "Sencillos modos de barrer con todo", por ejemplo, diseños surrealistas que Dalí hubiera deseado para sí mismo. Es un hallazgo tras otro.
Personalmente, cansada tal vez de tantas palabras inútiles y de la agitación de nuestro siglo, agradezco degustar, ignorando los números de las páginas, las hiperbrevedades de Víctor, sus píldoras de humanidad e ingenio. Consigue toda una historia solo con el título y unos puntos suspensivos como todo contenido, en "Enmudeció". Y corriendo este riesgo logra excelencias. ¿Quién encontrará un cuento con menos letras? La medida es un don en el autor, el don de quien conoce perfectamente el valor de la palabra. Pero sabe extender más su percepción de la vida y las personalidades, sobre todo las femeninas, como buen observador que es, en "Mujeres con piel de arena". De un modo u otro, es un cirujano experto, trabaja con precisión milimétrica para decirnos lo que quiere, para curar la vulgaridad con sobres monodosis llenas de su encanto.
Dentro del libro hay una gama de emociones que Víctor nos regala. Así dota de sensualidad los movimientos de sus imágenes, de aparente fragilidad los personajes, en las escenas de "Amores" o de "Gotas saladas". Conmueve la visión cuidada y respetuosa de la mariposa, la mujer, la flor, el espejo… "Ja por diez" y "Afiladurías" llevan en cambio la carga crítica que también está presente en el libro, con un cuidado inteligentísimo. Incluso ironía, en “Cordial saludo”. No podemos sustraernos a la sonrisa cómplice en "Je o metrías" porque el humor es tan sutil y elegante que descubrimos tras él la ternura que hay en lo cotidiano en un alarde de personificaciones. Tantas sensaciones generan inevitablemente complicidad entre quien lee los textos y el autor, tras un cuento deseamos otro, atrapados por la voz de José Víctor, y otro más, y nunca nos defrauda.
Me agrada sobremanera la fusión de elementos naturales que hay en algunos textos: cómo maneja el cielo, el agua, la burbuja, el aire… la gravedad. El narrador combina todo con una sabiduría admirable, convierte el conjunto en símbolos que el lector debe interpretar, ¿o no? Tal vez su pureza de líneas sea el resultado de la capacidad que posee de descubrir imágenes que nunca habíamos apreciado, de darles el valor justo con la mirada profesional del que domina los elementos y los espacios.