MÍRAME CON LOS OJOS CERRADOS:
UN GRAN LIBRO
Dra. Salomé Guadalupe Ingelmo
En su disertación de 1978, Borges recordaba a Emerson y Montaigne, y coincidía con ambos en que debemos leer sólo lo que nos agrada; en que un libro tiene que ser una forma de felicidad. Si consideramos éste el canon con el que medir la calidad de una obra, el libro de José Víctor Martínez Gil, Mírame con los ojos cerrados −que reúne sus dos libros digitales, La línea entre el agua y el aire y La solidez de lo invisible, y algunos cuentos hiperbreves inéditos− es, sin duda alguna, un gran libro. Lo es porque se lee con gran fluidez y regocijo interior; pero también porque deja, además, un poso de confianza en el ser humano.
En una época como la que nos toca vivir, cultivar la esperanza, creer en una fuerza de la voluntad que todo hace posible, se revela el don más precioso que un semejante pueda hacernos. José Víctor se convierte así en la madre del caballito de mar de su cuento “Alas marinas”, recordándonos que cada uno de nosotros puede llegar a volar. Su prosa algo tiene de inusualmente ligero que nos da alas. No es que el autor no sea consciente de la crudeza que le rodea, o que la obvie voluntariamente, o que desdramatice a la ligera e irresponsablemente. Sencillamente, desde el pleno ejercicio de la consciencia y la responsabilidad, ha decidido mostrarnos otra vía, una incluso más difícil aunque mucho más satisfactoria: la de la superación. A veces, mediante el humor. Otras veces, mediante la ternura. Pero siempre se advierte al otro lado, opte por lo cómico o lo dramático −que en su caso no pocas veces se mezclan−, a un autor reflexivo y agudo −a veces, incluso mordaz−. En ocasiones, marcado por una pincelada de melancolía que refleja hasta qué punto su opción es voluntaria y batallada. Imposible no dejarse cautivar por el creador brillante; por su lucidez, su agilidad mental y verbal, por sus juegos de palabras. Imposible no dejarse cautivar por el autor tierno. Incluso, por el ocasionalmente melancólico y desencantado. Imposible no empatizar con el individuo experimentado: el que, pese a la decepción, ha decidido no tirar la toalla. Porque él sabe que existe otra realidad, una que no todos saben ver. Y así queda patente en casi todos sus textos. Aunque creo que, muy especialmente, en “Gravitación”:
Aquel hombre de repente empezó a caer para arriba, cuando al instante otro hombre lo sujetó con fuerza para que no cayera, y se incorporó otro, y luego una mujer, y otra, y otros más. Había ya varias personas sujetándolo con fuerza, pero poco a poco se veía que el esfuerzo sería inútil. Hasta que todos cedieron. Cuando lo soltaron, en medio de un grito aterrador, el planeta entero cayó al vacío infinito. Todos empezaron a caer para abajo, menos el hombre que caía para arriba, y que se quedó flotando para siempre en el universo.
Y es que para José Víctor, por mucho que se juegue con las palabras, existe una esencia y fuerza creadora dentro de ellas, una verdad irrenunciable a la que no se puede traicionar. Su conclusión y su enseñanza se afirma con rotundidad e increíble belleza plástica en el hiperbreve “La fuerza de la verdad”: Le dijo “te amo” a través del colador. Éste se desintegró.
Entiendo que con el propio título de la obra José Víctor declara su intención de buscar la esencia; que ruega a su lector que no se quede en la superficie. Y es que este libro tan encantador permite también una lectura exigente, profundamente analítica. Los microtextos que lo componen rezuman mensajes más o menos disimulados, elegantemente sugeridos mediante agudos juegos de palabras que exigen una considerable atención y agilidad mental, tanto mayor cuanto más breve es el cuento. Y en este sentido se acercan mucho a la vivacidad de lo verbal, a la lograda en determinados cuentos que por ejemplo, quienes hemos tenido la fortuna de oírle narrar, le hemos escuchado sobre un escenario. Es en apariencia una creación muy espontánea, casi una improvisación. Pero, no nos engañemos, nos encontramos ante una delicada construcción que se asienta sobre un exquisito uso del lenguaje, sobre una meticulosa selección del léxico, jugando a menudo con la polisemia.
Borges, en esa conferencia de 1978, realizaba una afirmación con la que estoy plenamente de acuerdo: “Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído”. A lo largo de mi vida he releído muchas obras, todas aquellas que de verdad merecía la pena haber leído la primera vez. Pues bien, los relatos de José Víctor invitan al regreso. Cada nueva lectura es otra puerta que se abre, una nueva interpretación que se nos escapó en un primer momento, ése en el que quizá nos limitamos a mirarlos con los ojos abiertos.
Celebramos hoy la presentación de este libro porque la lectura nos hace más libres. No hay mejor invitación a ella que la realizada por José Víctor en su cuento “Bendita mosca muerta”, del que paso a leer unos fragmentos:
En ese lugar, como en muchos otros, como en casi todos, todo estaba prohibido. […]. Aquel hombre tenía por obligación ordenar, clasificar, limpiar los libros de la biblioteca. Solamente. […]. Porque en ese lugar, como en muchos otros, como en casi todos, estaba prohibido leer. Porque leer podía poner en peligro a ese lugar, como a muchos otros, como a casi todos. Tanto a aquel hombre, como a muchos otros, como a casi todos, se les saciaba el hambre. […]. Ah! Pero aquel hombre… Cuando es el corazón el que tiene hambre, entonces en cualquier lugar, como en muchos otros, como en casi todos, no hay quien lo detenga. Por eso el corazón de aquel hombre buscó el aliado perfecto. El aliado con el que todos los días sería vencedor en ese lugar, en muchos otros y en casi todos. Su corazón se alió con su razón. Corazón y cerebro. Cerebro y corazón. El hombre, tan sabio como todos los libros de aquella perfecta e intocable biblioteca, asumió el riesgo de leer para saciar su propia, verdadera hambre. […]