Vida religiosa

Los europeos del final de la Edad Media convivieron cotidianamente con los cuatro jinetes del Apocalipsis : Hambre (durante la primera mitad del siglo XIV las pérdidas de cosechas fueron frecuentes), Epidemia (la Peste Negra), Guerra (conflictos armados incesantes, caso de la guerra de los Cien Años) y Muerte (consecuencia lógica a todos los males referidos). A ello hay que añadir la terrible crisis espiritual que supuso para los católicos el Cisma de la Iglesia. En los momentos álgidos del Cisma llegó a haber hasta tres papas al mismo tiempo, cada uno con sus países aliados y enemigos todos ellos entre sí, excomulgando (negación de los sacramentos a los fieles y su participación en los oficios religiosos) a los que siguieran a su contrario. Navarra se alineó con el papa de Aviñón, Clemente VII. En este contexto es normal que se desarrollara una psicología del miedo que tuvo su plasmación en el arte (gusto por lo macabro), en la literatura (Danzas de la muerte, libros de bien morir,...), en las relaciones intergeneracionales (rechazo de la ancianidad),..., y en la religiosidad popular (supersticiones, herejías o brujería). Obviamente los vascos no fueron ajenos a este contexto.

Supersticiones

Los vascos de finales de la Edad Media, al igual que el resto de europeos, carecían de los conocimientos científicos necesarios para interpretar adecuadamente, por ejemplo, los fenómenos de la Naturaleza y los sustituían por una explicación teológica, según la cual Dios era el origen de todo lo que acontecía y las catástrofes (un granizo que destruye las cosechas) eran un castigo por los pecados de los hombres. Así, no resulta extraño entender que se recurriera a todo tipo de estrategias para evitar que ocurriera cualquier mal, desde una enfermedad hasta una sequía. Algunas de estas estrategias contaban con el apoyo de la Iglesia, indicando la forma de llevarlas a la práctica, y otras no, considerándolas supersticiosas. De entre todas ellas destacamos tres.

Conjuros climáticos

Todas las villas vascas (se documentan especialmente los casos de Bilbao, Orduña y Vitoria) disponían de una persona encargada de evitar cualquier climatología adversa que pudiera dar al traste con la cosecha de los campos circundantes, poniendo de este modo en peligro la alimentación de sus vecinos. Estaban contratadas por los ayuntamientos y normalmente recaía sobre uno de los sacerdotes de la localidad. Ejercía su misión desde lo alto del campanario, desde donde podía divisar cuándo llegaban unas nubes amenazantes y para evitar que descargaran su tormenta tocaba las campanas con un ritmo especial. En algunas localidades alavesas actuales todavía persiste esta tradición y el toque se denomina tente nublo . Caso que las lluvias llegaran antes de tiempo o tuviera lugar una sequía que pusieran en peligro la cosecha, podría optarse por realizar procesiones rogativas . Los vecinos salían en procesión con la imagen de un santo para rogarle que les ayudara ante esa situación intercediendo por ellos ante Dios.

Saludadores

Se creía que existían personas con ciertos poderes curativos en su saliva estando en ayunas, capaces de erradicar problemas de sarnas, lamparones o mordeduras de perros rabiosos. Se les denominaba saludadores porque durante el ritual de aplicación de la saliva sobre la parte afectada realizaban ciertas deprecaciones o ruegos en los que intervenían bendiciones. La práctica ausencia de médicos en aquellos tiempos, saber muchas veces en manos de judíos (por ejemplo, Vitoria se quedó sin médico tras la expulsión de los judíos en 1492 y tuvo que rogar a Antonio de Tornay, médico, judío y vitoriano, que permaneciera hasta que se encontrara quien le sustituyera), hacía que cobraran un papel destacado las denominadas herboleras : mujeres con conocimientos de la botánica de los bosques vascos y sus propiedades farmacológicas para preparar ungüentos curativos de todo tipo.

Nóminas

Para evitar los dolores de muelas o de parto, fiebre, problemas de lombrices,..., se escribían en un papel unas palabras y se dibujaban unos símbolos, se doblaba, se introducía en una bolsita y se colgaba del cuello. Sólo se autorizaban las nóminas realizadas por personas devotas, sacerdotes especialmente, que ponían en ellas palabras de los Evangelios y el signo de la cruz.

Brujería

Las herboleras no confeccionaban tan sólo ungüentos curativos, también podían realizar pócimas venenosas, anticonceptivas o abortivas e incluso filtros de amor y otras cosas que estaban cercanas al mundo de la magia y la superstición, como la práctica de la adivinación. Estas mujeres, generalmente viejas y pobres, servían de "cabeza de turco" ante las calamidades que padeciera la comunidad, acusándolas de envenenar campos, actos de infanticidio,..., e incluso de pactos con el demonio. Entonces dejaban de ser simples herboleras para convertirse en peligrosas hechiceras . Por ello no resulta extraño que en 1330 y 1342, por ejemplo, fueran condenadas a la hoguera en Ultrapuertos Jurdana de Irisarri, la señora de la casa de Aurteguia y la de Gabat por practicar sortilegios. El siguiente paso era convertirse en bruja , lo que significa adorar al Diablo, renegar de Dios, realizar cultos satánicos colectivos y maleficios a la comunidad. En 1466 ya se habla de que en la provincia de Guipúzcoa había " brujas e sorguiñas ". Pero hasta entrado el siglo XVI no se desatará la caza de brujas en tierras vascas, que tendrá su punto culminante en los sucesos de Zugarramurdi de 1610.

Herejía

En la primera mitad del siglo XV la comarca vizcaína del Duranguesado conoció un brote herético que tuvo como principal instigador al franciscano fray Alonso de Mella. A su surgimiento contribuyeron el contexto de miedo, la crisis socio-económica bajomedieval, una mala asimilación del cristianismo y aspiraciones sociales y económicas "igualitarias" a través de la experiencia milenarista (creencia en que Jesucristo reinaría en la tierra durante mil años antes del Juicio Final y durante ese tiempo la vida sería sin complicación alguna) por parte de los excluidos del sistema (marginados, segundones de los mayorazgos, jornaleros,...). A los seguidores de Mella se les acusó de blasfemos, de pecar contra el sexo, de negar la jerarquía eclesiástica, de reinterpretar a su modo las Sagradas Escrituras, etc. En 1442 comenzó la persecución. Muchos escaparon, entre ellos el propio Mella y otros cabecillas del movimiento, que huyeron al reino moro de Granada, desde donde escribió al rey de Castilla para abogar en defensa de su causa. Finalmente fue ajusticiado por los propios musulmanes. Entre los que no escaparon, hubo quienes consiguieron salvar la vida renunciando a la doctrina herética de Mella y quienes no, terminando en la hoguera.

¿Qué contribuyó, además del contexto de miedo ya expresado, al desarrollo de esa religiosidad popular alejada de la ortodoxia marcada por Roma?

La introducción del cristianismo fue más tardía y no todo lo correcta que debiera en las zonas montañosas vascas, donde además predominaba una densidad demográfica pequeña y un hábitat muy disperso. Estas circunstancias posibilitaron un sincretismo con el sustrato pagano ancestral que había pervivido tanto tiempo; es decir, se fusionaron ciertos elementos del cristianismo con otros de la cultura pagana anterior (la creencia en Mari, en el akerbeltz, etc.), dando lugar a una vivencia religiosa no en sintonía con la ortodoxia marcada desde Roma.

Por otro lado, la dirección espiritual de estas gentes tampoco fue adecuada y ello por dos razones. En primer lugar, porque el clero de las iglesias rurales, y de muchas urbanas, carecía de formación (no había seminarios para cursar estudios) y vocación (en las iglesias de patronato laico el pariente mayor nombraba a los clérigos entre los miembros de su familia que quedaban excluidos de la herencia), participaba de las mismas vivencias que sus feligreses (siempre había vivido en su cultura cotidiana), entendía el sacerdocio únicamente como una forma de alcanzar ciertos privilegios sociales y económicos, etc. Y en segundo lugar, porque, como en el caso de Vizcaya, el obispo de Calahorra tenía prohibida por ley foral la entrada en el Señorío, con lo cual no podía efectuar las visitas canónicas a las parroquias en las que inspeccionaba el nivel espiritual de los feligreses y corregía los defectos detectados. Así las cosas, se entiende que la práctica del cristianismo no discurriera por los cauces adecuados y estuviera contaminada por creencias supersticiosas.