1. Sistemas y estructuras económicas
2. De las primeras sociedades al dominio imperial europeo
3. De las revoluciones industriales a la hegemonía de Estados Unidos
4. Las experiencias de centralización económica
5. Los debates sobre el post-capitalismo
1. Sistemas y estructuras económicas
La población dispone en la actualidad en promedio de cerca de 10 veces más ingresos y riqueza material por habitante que en 1870 (De Long, 2022). El crecimiento económico a largo plazo es la suma del crecimiento de la fuerza laboral y sus capacidades, de los equipamientos productivos y del crecimiento de la productividad, es decir de la producción por hora trabajada, junto al tipo de especialización e inserción en el sistema mundial. Esto tiene múltiples factores determinantes, que están al alcance de los gobiernos de modo limitado e infrecuentemente simultáneo, sin perjuicio de que sea recomendable que hagan lo que esté a su alcance en cada etapa, reconociendo que nadie sabe exactamente cómo lograr grandes aceleraciones inmediatas del crecimiento y, por tanto, sin basar sus planes económicos en la suposición de que sus políticas preferidas -y sus escuelas inspiradoras- producirán milagros, lo que los hechos suelen desmentir con frecuencia.
Una medición que aproxima la evolución de la productividad es la de la producción por hora trabajada. Se ha producido desde la primera revolución industrial un aumento sostenido de esta relación, con variaciones significativas entre regiones, períodos y sectores. La producción por hora trabajada aumentó aproximadamente 23 veces entre 1800 y 2025, pero se mantienen diferencias significativas: la productividad por hora es 14-15 veces menor en el África subsahariana que en Estados Unidos, Suecia, Alemania o Francia (Andreescu et al., 2025). En los últimos dos siglos, las horas de trabajo promedio han caído en un tercio, pasando de unas 3,2 mil horas anuales (equivalentes a unas 60-65 horas semanales) a alrededor de 2,1 mil (unas 40 horas semanales), también con grandes variaciones según las regiones. Aproximadamente entre el 35 % y el 40 % del aumento de la productividad se utilizó para reducir las horas de trabajo y obtener más tiempo libre, y entre el 60 % y el 65 % para aumentar la producción. Los sindicatos y los partidos políticos de clase trabajadora desempeñaron un papel en la reducción de la jornada laboral a través de movilizaciones colectivas, cambios institucionales y transformaciones en las normas sociales.
En la historia han existido distintas formas de organización de la producción material y de apropiación de los excedentes generados que han incidido en la dinámica de la población y de sus condiciones de vida, con diversas finalidades y modalidades de asignación y distribución de los recursos existentes para la producción de bienes y sus insumos intermedios. Los modos de producción y de distribución de los ingresos y del consumo de los bienes finales conforman los sistemas económicos, con elementos constitutivos y dinámicas de funcionamiento que les son específicos y que son moldeados por sus instituciones. En palabras de Bernard Chavance (1999):
"Un sistema económico es un conjunto articulado de instituciones; las instituciones son reglas generales para las interacciones de los individuos y las organizaciones; las organizaciones son conjuntos jerárquicos de reglas con un fin determinado. Las reglas institucionales y organizacionales enmarcan las interacciones sociales y se dividen, por un lado, en reglas constitutivas y ordinarias, y por otro, en reglas formales e informales. La evolución o la transformación sistémica tienen como base el cambio gradual o discontinuo de las configuraciones de reglas institucionales y organizacionales".
En la era moderna, los sistemas económicos están conformados por conjuntos de relaciones interdependientes de coordinación económica y asignación de recursos, de distribución de la propiedad del capital productivo y financiero y sus excedentes, de uso de la fuerza de trabajo y de innovación y apropiación tecnológica. Los sistemas económicos se articulan en estructuras locales, nacionales y globales con diversos mecanismos de interacción entre los agentes económicos, frecuentemente asimétricas. Así, en las estructuras económicas y de producción material de las diversas sociedades coexisten y se articulan sistemas económicos moldeados por las dinámicas culturales, institucionales, demográficas y tecnológicas, y con variadas repercusiones de la presión demográfica y productiva sobre el medio natural en que se desenvuelven. Por ello las usualmente llamadas "economías de mercado" son en realidad "economías mixtas" en materia de coordinación económica y de combinación de formas de propiedad de los recursos, de reglas y de mercados de distinto tipo. Interactúan empresas privadas con o sin fines de lucro o con fines mixtos, empresas estatales o con participación estatal, así como unidades de producción familiar o social fuera de mercado, en contante evolución. Cabe tener en mente la definición de Jean Piaget (1960):
“una estructura es un sistema de transformaciones que comporta leyes en tanto sistema (por oposición a las propiedades de los elementos) y que se conserva o enriquece por el juego mismo de sus transformaciones, sin que éstas culminen fuera de sus fronteras o recurra a elementos exteriores. En una palabra, una estructura incluye así los tres caracteres de totalidad, de transformación y de autoregulación (autoréglage)”.
Las variadas estructuras económicas han estado influenciadas por intercambios y migraciones desde tiempos inmemoriales. La población humana pasó desde unos pocos millones de personas al iniciarse la agricultura hace unos 12 mil años a cerca de 200 millones al inicio de la era común. Luego alcanzó a cerca de 500 millones de personas hacia el año 1500, con un muy lento aumento de menos de 0,1% al año, para más tarde experimentar una primera aceleración y alcanzar mil millones en 1800. A partir de entonces, el cambio demográfico se aceleró al punto que la población se duplicó en poco más de un siglo, con una evolución que cambió sustancialmente a partir del siglo XIX, llegando a sumar dos mil millones de personas en la tercera década del siglo XX. La anterior duplicación había demorado tres siglos y la ante anterior casi diez siglos. La población humana se multiplicó unas 6 veces entre 1870 y 2024 y llegó en esta última fecha a 8,2 mil millones de personas, con un significativo aumento del número de personas que sobreviven hasta llegar a la edad reproductiva y el incremento gradual de la duración de la vida humana (Roser & Ritchie, 2023).
Como subraya el historiador Fernand Braudel (1986), “desde siempre, todas las técnicas, todos los elementos de la ciencia, se intercambian y viajan alrededor del mundo”, contribuyendo a cambios y transformaciones desde las sociedades tradicionales cazadoras-recolectoras, basadas en pequeños grupos en territorios poco poblados, hasta las sociedades modernas de base industrial y digital que conglomeran en ciudades a más de la mitad de las 8 mil millones de personas que habitan el planeta. La conformación contemporánea de las economías resulta así de transiciones diversas desde las primeras sociedades cazadoras-recolectoras a las sociedades agrarias jerarquizadas, a las de tipo esclavista y feudal, a las dominadas por los imperios conquistadores, a las basadas en la expansión comercial y más tarde a los sistemas capitalistas impulsados por las sucesivas revoluciones industriales y tecnológicas y a experiencias de centralización económica en el siglo XX. Cada transición ha implicado pasar a distintos tipos de relaciones sociales, de división del trabajo y de gobernanza en cada sociedad, y ha tenido consecuencias variadas en el nivel y distribución del bienestar de las poblaciones y en la resiliencia de los ecosistemas. Han implicado cambios en las formas de propiedad de los medios de producción y de cambio y en las modalidades de subordinación de la fuerza de trabajo y de coordinación económica. Con las primeras ciudades-Estado y los imperios y la posterior consolidación de los Estados-nación, hizo su aparición la moneda y luego su acuñación metálica. Edmund Phelps (1986) plantea el tema del vínculo entre Estado y mercados e intercambios descentralizados del siguiente modo:
“¿Quién fue primero: el Estado o el mercado? Ya en la Edad de Bronce se observa una gran burocracia estatal, de la que es un notable ejemplo el Estado de los faraones del antiguo Egipto. Por otra parte, es posible encontrar rastros de la existencia de mercados incluso en la Edad de Piedra. Sin embargo, resulta difícil imaginar el crecimiento de un volumen de comercio amplio y regular sin la protección de la ley. Lo que debió de ocurrir fue que el desarrollo del mercado y el del Estado ocurrieron simultáneamente. Los mercados, tras un cierto número de fases, no pudieron continuar desarrollándose, en respuesta por ejemplo a una innovación, sin una mayor expansión del Estado. Una vez que tuvo lugar esta expansión, los mercados fueron capaces de culminar la siguiente etapa de crecimiento. Del mismo modo, la mejora de la administración del Estado, pudo dar lugar a un mayor desarrollo del mercado. Afortunadamente, lo mismo que podemos comprender que la gallina procede del huevo y que el huevo procede de la gallina, sin conocer quien fue antes, no es necesario considerar el Estado como una respuesta al mercado ni viceversa, para tener una idea del modo en que el Estado necesita del mercado y el mercado del Estado”.
Las estructuras económicas se constituyen históricamente en medio de la interacción entre sistemas económicos, predominantes o secundarios, en base a relaciones de poder y dominio sobre los recursos y territorios y entre las categorías y grupos que conforman las sociedades. En ellas, han tenido un rol significativo -de mayor o menor magnitud- los gobiernos y administraciones que enmarcan los intercambios, en medio de relaciones con otros Estados y territorios también sujetos a relaciones de poder. Cabe agregar que los mercados como espacios de intercambio han sido históricamente, a su vez, heterogéneos, con diversos grados de concentración de oferentes y demandantes y de incidencia de las regulaciones administrativas de tasas y medidas y de autorización de participantes.
2. De las primeras sociedades al dominio imperial europeo
Las primeras sociedades
Hace tres millones de años, solo existía un género de antecesores de los humanos en la tierra, el de los Australopithecus en África. Hace 2,5 millones de años ya había tres, por adaptaciones a diferentes nichos ecológicos: Australopithecus, Paranthropus y Homo, la denominación científica para los humanos. Los actuales Homo sapiens estamos vinculados a las especies Homo erectus, la primera que abandonó África caminando ya sobre dos piernas, y Homo habilis, ambas clasificadas en el género Homo. Los restos más antiguos de Homo habilis datan con cierta certeza de unos 1,8 millones de años. Su denominación ("hombre hábil") se debe a que se le adjudica la elaboración de útiles de piedra en tanto primeras herramientas conocidas. Su aparición coincidió con cambios climáticos que fragmentaron bosques y favorecieron hábitats más abiertos y coexistió con otras especies tempranas en el marco de ramificaciones evolutivas. Homo habilis es el primer homínino -agrupación de varios géneros emparentados, entre ellos Homo- que combina bipedestación avanzada, aumento cerebral moderado y fabricación sistemática de herramientas, rasgos que inauguran la trayectoria evolutiva que dará lugar a la especie Homo sapiens. El origen de Homo sapiens, y su divergencia desde los otros humanos arcaicos, se sitúa en un intervalo estimado entre 200 y 350 mil años atrás (Bergström et.al, 2021). Su capacidad para sobrevivir y dejar descendientes se atribuye a unas relaciones sociales basadas en mayores capacidades cognitivas y de cooperación.
El uso controlado del fuego por especies humanas se sitúa hace alrededor de un millón de años, las que pudieron haber constatado que luego de los fuegos naturales encendidos por rayos o volcanes podían recoger brasas. Probablemente también observaron fuegos resultantes de la combustión espontánea de gases al aire libre. La utilización del fuego se habría iniciado al llevar esos rescoldos a sus lugares de asentamiento. Luego, el iniciador de fuego más antiguo conocido data de 400 mil años. El control del fuego fue un paso mayor, pues permitió a especies de homíninos cocinar alimentos, aumentar su valor energético en la absorción de proteínas e hidratos de carbono y reducir el consumo de energía necesaria para la digestión. La cocción eliminó parásitos y agentes patógenos y también toxinas de vegetales crudos. Los humanos pudieron así dar lugar a la última etapa del crecimiento de su cerebro, el órgano del cuerpo que consume más energía, y se favoreció el destete temprano de los infantes, permitiendo a las madres tener más hijos. El control del fuego probablemente ocasionó cambios en el comportamiento, con una actividad menos restringida a las horas diurnas, y proporcionó más protección ante los depredadores. Se han encontrado hojas de silex o pedernal calentadas por fuego hace unos 300 mil años cerca de los fósiles de Homo sapiens más antiguos en Marruecos. El fuego fue utilizado de forma regular para tratar con calor la piedra de sílice y aumentar su capacidad de astillado para la fabricación de herramientas al menos desde hace unos 164 mil años, según muestra el sitio sudafricano de Pinnacle Point.
La consolidación progresiva de la especie Homo sapiens y la búsqueda de lugares más aptos para la supervivencia llevó a las primeras migraciones desde África, donde se originó. Estas migraciones se produjeron en varias oleadas. Un fragmento de cráneo hallado en la cueva de Apidima en Grecia se ha fechado en más de 210 mil años antes del presente y es el fósil de Homo sapiens más antiguo fuera de África. Hay evidencia de otras migraciones hacia el Levante hace unos 185 mil años y hace unos 115 mil años, sin colonizaciones estables. La salida que origina todas las poblaciones no africanas actuales tuvo lugar hace unos 70–50 mil años atrás: la conjetura histórica es que un pequeño grupo de pobladores cruzó el Mar Rojo o avanzó por la península del Sinaí y se diseminó luego a lo largo de la costa surasiática hasta Oceanía. Las fluctuaciones climáticas (períodos interglaciares, bajas del nivel del mar) abrieron corredores por el Sinaí, el Estrecho de Bab el‑Mandeb o la costa surasiática y facilitaron los movimientos migratorios. Los estudios de ADN apoyan una colonización “fuera de África” principal hace unos 60–65 mil años, seguida de subdivisiones en poblaciones europeas, asiáticas y oceánicas. Existe evidencia de una dispersión costera hasta Australia hace unos 65 mil años. Los análisis muestran que el conjunto de piedras de moler de Madjedbebe en Australia presenta la evidencia más antigua conocida de molienda de semillas y uso intensivo de plantas, así como la producción y uso más tempranos de hachas de piedra con filo rebajado, junto al uso intensivo más antiguo de pigmentos de ocre molido. Este conjunto revela innovaciones tecnológicas y simbólicas ejemplares de la plasticidad fenotípica de Homo sapiens al dispersarse fuera de África.
La fecha de llegada de grupos humanos hacia la actual América es objeto de debate. La mayoría de las poblaciones habría entrado por el corredor de Beringia entre Siberia y Alaska, aprovechando niveles del mar más bajos durante el Último Máximo Glacial, y luego dispersándose hacia el sur por las costas del Pacífico y corredores interiores. Un pequeño grupo habría ingresado hacia Alaska en el período de la glaciación, que después marchó hacia el sur a través de un corredor libre de hielo al este de las Montañas Rocosas, el valle del río Mackenzie, en la zona oeste de la actual Canadá, a medida que el glaciar retrocedía. Se constituyó la cultura Clovis, en el actual territorio de Nuevo México (Estados Unidos), de la cual se suponía hasta hace un tiempo que descienden todas las demás culturas originarias americanas. La base de la "teoría del poblamiento tardío" son los yacimientos excavados desde la década de 1930, que constituyen la bien estudiada cultura Clovis. Estimaciones más recientes basadas en el fechado de huellas humanas en White Sands (Nuevo México), sitúan la llegada de humanos hace 22,4-20,7 mil años atrás, en contraste con los 12-14 mil años establecidos previamente con la hipótesis Clovis como población primigenia.
En Sudamérica, el asentamiento humano más antiguo sería el yacimiento de Monte Verde II (sur de Chile), fechado en unos 14,5 mil años antes del presente, junto al cercano de Pilauco Bajo. Las evidencias en Monte Verde I (una capa previa), sugieren hasta 18,5 mil años, pero carecen de consenso científico por no encontrarse artefactos. A su vez, restos de huesos de megafauna con marcas posiblemente humanas se han descubierto en Uruguay fechados en torno a 33 mil y a 21 mil años atrás. Esta nueva evidencia de traumas óseos sugiere que humanos podrían haber estado cazando megafauna en el sur de Sudamérica antes del Último Máximo Glacial (26,5 mil-19 mil años atrás), pero la atribución a una acción humana ―y no a procesos geológicos o a animales carnívoros― no ha alcanzado consenso. Estos nuevos yacimientos han dado pie a la teoría de la ruta costera de migración como vía complementaria del puente entre Siberia y Alaska. La evidencia que emerge sugiere que gente con botes se movió a lo largo de la costa pacífica en Alaska y el noroccidente del Canadá hasta Perú y Chile desde hace 12 500 años y quizás mucho antes. Investigaciones arqueológicas en Australia, Melanesia y Japón indican que los botes estaban en uso allí en época tan lejana como hace 25 000 a 40 000 años. Las rutas de mar habrían proporcionado recursos alimenticios abundantes y tal vez un movimiento más fácil y rápido que las rutas terrestres, pues muchas áreas costeras estuvieron libres de hielo en este tiempo. Sin embargo, muchos sitios costeros potenciales están ahora sumergidos, lo cual dificulta la investigación.
Así, a partir de la interrelación con la biosfera en África y luego en el espacio euroasiático, oceánico y americano, la principal actividad económica de los Homo sapiens, agrupados en clanes nómades compuestos por algunas decenas de personas, fue la caza de animales y la recolección de alimentos y materiales mediante el uso temprano de herramientas y del fuego. Esto habría permitido ingestas de alimentos cocinados, primero accidentalmente y luego mediante su traslado al consumo elaborado de carnes, granos y vegetales, acompañado de la confección de herramientas e instrumentos perfeccionados sucesivamente para estos fines. Algunas sociedades lograron ya en la edad de piedra, en el período largo de gestación de la historia de la humanidad en que se desarrollaron las primeras tecnologías y se sentaron las bases para las sociedades futuras, sistemas de vida de cierta abundancia (Sahlins, 1983) al lograr construir una capacidad de alimentación, abrigo y crianza con grados de seguridad y reservas básicos para su población.
La historia posterior de las sociedades humanas muestra que hubo dos grandes puntos de quiebre en su capacidad de producción material y de sostener expansiones demográficas: la aparición de la agricultura y el paso a las primeras sedentarizaciones hace unos 10 a 12 mil años, con entonces unos pocos millones de habitantes en el globo, y mucho más tarde la revolución industrial iniciada hacia 1770, con ya cerca de mil millones de habitantes, que permitió con el tiempo un gigantesco salto en la capacidad productiva de las sociedades humanas para sostener una población que supera hoy los 8 mil millones.
Un cambio decisivo en la organización y reproducción de las sociedades compuestas por Homo sapiens fue la introducción de la agricultura y la ganadería, favorecida por la estabilización del clima y el aumento de las temperaturas promedio, en el contexto de la revolución neolítica, es decir el paso de la piedra tallada a la piedra pulida que permitió fabricar mejores herramientas. Esto ocurrió al terminar un período de glaciación que comenzó hace 115 mil años y terminó hace unos 11,7 mil años, al iniciarse la época geológica conocida como Holoceno. Una parte de las primeras sociedades humanas inició procesos de asentamiento estable de manera simultánea en diversas partes del mundo.
Estos procesos llevaron a que hace unos 9 mil años emergieran las primeras sociedades rurales asentadas dotadas de centros urbanos y de estructuras estables de poder político y simbólico en base a jerarquías sociales. Estas sociedades ampliaron el uso intensivo de instrumentos de producción creados por el hombre y dieron lugar en distintas etapas a formas de subordinación y explotación de la fuerza de trabajo, incluyendo la esclavitud y la apropiación señorial de tierras y minas por parte de los grupos sociales y etnias dominantes. Lograron excedentes económicos que permitieron con el tiempo construir importantes infraestructuras productivas y una edificación religiosa y política monumental, mientras la mayoría de la población permaneció por siglos en un consumo de subsistencia. Las primeras ciudades, es decir asentamientos permanentes, aunque en ocasiones interrumpidos, que alcanzan varios miles de habitantes y presentan una densidad poblacional con casas contiguas o superpuestas, surgieron alrededor de entre 9 mil y 2,5 mil años antes de la era común, en lugares como Çatalhöyük en Turquía, Jericó en Palestina, Fayoum en Egipto, Byblos en Líbano, Damasco en Siria, Alep en Irak, Plovdiv en Bulgaria, Argos y Atenas en Grecia, otras en el Valle del Hindu o en China y Japón. El primer urbanismo a gran escala nace en Uruk (Mesopotamia) hacia el 4000 a. e. c., con hasta 40-50 mil habitantes. Más tarde emergieron ciudades en el este y centro de Europa, en la Britania prerromana y en los Andes y Mesoamérica. Peñico, de la civilización Caral, en el Valle del Supe al norte de Lima, fue la primera aglomeración conocida y significativa del continente americano, fundada hace unos 3,8 mil años. Esta ciudad se abastecía a través de una sofisticada agricultura de regadío, además de obtener bienes mediante el comercio, utilizando la hematita, un mineral con importancia simbólica, como principal recurso de intercambio.
Hace unos 5 mil años aumentaron las interrelaciones de los pueblos en el valle del Nilo, en Medio Oriente, Anatolia, Transcaucasia, Mesopotamia, Persia, el valle del Indo y partes del Asia central. Por su parte, luego de su poblamiento inicial desde Asia, América se mantuvo desconectada de los amplios intercambios en el espacio Euro-Asiático-Africano, aunque también dio lugar a sociedades e imperios con alto dominio de conocimientos y tecnologías tanto en México-Centroamérica como en la Zona Andina.
La evolución de las sociedades humanas supuso el paso del lenguaje oral a la escritura y a la construcción de sistemas simbólicos, incluyendo las diversas representaciones mentales y culturales y los de tipo lógico y matemático, con múltiples aplicaciones en la producción de bienes, la conformación de espacios, la arquitectura y el transporte. Se sucedieron progresos tecnológicos desde el uso del fuego y de herramientas cada vez más elaboradas. En la producción de alimentos avanzó la selección de semillas y el cultivo de cereales como trigo, cebada, centeno y avena hace unos 9 mil años en Oriente Medio; el mijo y el arroz en China hace unos 7 mil años; el maíz en Mesoamérica y la quinoa (aunque no es propiamente un cereal) en los Andes Centrales hace unos 5 mil años, y el sorgo y mijo en África hace unos 4 mil años. También se desarrolló el cultivo de legumbres como lentejas, garbanzos, arvejas o guisantes y habas hace unos 10 mil años en Oriente Próximo (casi al mismo tiempo que los cereales), así como de frijoles, que se cultivaban junto con maíz y calabaza en el sistema de “las tres hermanas” hace unos 7 mil años en Mesoamérica, y de frijoles andinos y el tarwi o chocho hace unos 6 mil años en los Andes; junto a la soya hace unos 3 mil años en China y el mungo, frijol negro y lenteja roja hace unos 2 mil años en India. El cultivo de frutos varió según cada ecosistema y sus evoluciones climáticas. El cultivo de tubérculos como la papa hizo su aparición hace unos 8 mil años en los Andes y el camote en Mesoamérica hace unos 5 mil años.
Esta fue la base de las sociedades agrarias, que lograron sucesivamente la producción y elaboración de alimentos y fibras, el uso del arado, la domesticación de animales, la tracción animal y el desarrollo de la alfarería para mantener reservas, junto al mejoramiento de las herramientas e instrumentos de piedra y hueso y la aparición de la metalurgia hace unos 9 mil años en Eurasia y el uso de la rueda, cuyos primeros vestigios se sitúan hace unos 5,5 mil años en Mesopotamia. El conocimiento siguió avanzando con el invento del papel, la imprenta, la brújula, el timón y la pólvora. Muchos de los grandes avances del conocimiento en el mundo previas a la revolución industrial del siglo XIX fueron de origen asiático, pero las primeras aplicaciones productivas significativas se produjeron en Occidente y luego en sus extensiones.
El uso de diversos metales y aleaciones y del hierro para clavos en las construcciones y la confección de armas, contribuyó a la creación de villas y ciudades y al uso de arados que perfeccionaron la agricultura: un hito tecnológico de importancia fue la introducción de la metalurgia. Esta permitió la obtención y tratamiento de metales nativos de las rocas por medio del fuego, en ocasiones en estado casi puro. El cobre, el oro y la plata tuvieron un primer uso en la orfebrería y se utilizaron desde finales del Neolítico, golpeándolos hasta dejarlos en láminas. Los metales sustituyeron en parte a la piedra y la madera, aunque se usaron primero como pigmentos, después como adornos y más tarde como instrumentos productivos y como armas. El perfeccionamiento de las técnicas cerámicas permitió fundirlos en hornos y vaciarlos en moldes, lo que llevó a fabricar mejores herramientas y en mayor cantidad. Las evidencias más antiguas de fundición del plomo y el cobre son de unos 9 mil años, en Anatolia y Kurdistán. En Norteamérica y Mesoamérica se han encontrado herramientas de cobre elaboradas hace unos 7 mil años y se han descubierto artefactos de oro en la región de los Andes que datan de unos 4 mil años. La clasificación actual señala que a la "edad del cobre" le siguió, hacia 2,5 mil y 3 mil años antes de la era común, la transformación y aleación de metales que dio lugar a la "edad del bronce", elaborado a partir de cobre y arsénico-estaño, y a la "edad del hierro" entre los años 1.000 y 500 a.e.c, basada en materiales confeccionados a partir de hierro y carbón de madera, que requiere de altas temperaturas para su fundición y moldeado y es más maleable, duro y resistente que el cobre. El hierro habría comenzado a trabajarse en Anatolia hace unos 5 mil años, mientras se ha encontrado en África evidencia de metal fundido de hierro hace unos 4 mil años. En China, las primeras fundiciones conocidas son de hace poco más de 2 mil años. Llegaron a Europa hacia el siglo XIII, cuando aparecieron los primeros altos hornos.
Junto a las ciudades-Estado de mayor o menor duración en el tiempo, la irrigación y su organización dieron origen a las primeras formas estatales de mayor escala en el actual Medio Oriente y norte de África y en diversas partes de Asia, en los llamados "imperios hidráulicos" (Estados o conjuntos de Estados sometidos a la autoridad absoluta de un soberano). Los primeros imperios como forma de poder político geográficamente extendido emergieron alrededor de las grandes vías fluviales en Mesopotamia y Egipto, o en territorios como los de Anatolia, Babilonia y Persia y más tarde de Roma y Bizancia y partes de India y de China en el espacio euroasiático. Los más importantes en la América pre-colombina fueron los imperios Maya, Mexica, Tiwanacu, Huari e Inca.
De las sociedades agrarias al feudalismo
En las primeras ciudades y asentamientos se producirían las primeras acumulaciones de excedentes más allá del consumo de subsistencia, y el inicio tanto de las diferenciaciones entre clases como la emergencia de los primeros Estados.
Las sociedades agrarias europeas anteriores a los viajes transoceánicos, experimentaron un lento crecimiento económico que solo empezó a cambiar hacia el siglo XI. El aumento progresivo de las competencias tecnológicas y de adaptación al medio natural no era aún suficiente para sostener una población en expansión permanente. Desde el fin de la etapa cazadora-recolectora y la aparición de las primeras ciudades estables, se consolidó una división social del trabajo jerarquizada, la subordinación del género femenino y la apropiación de recursos y excedentes por categorías sociales que lograron hacerse dominantes, con la mayoría de la población evolucionando con un nivel de vida apenas cercano a la subsistencia y con una alta prevalencia de muertes prematuras. La mayoría de las sociedades agrarias del pasado se pueden caracterizar, siguiendo siempre a DeLong (2022), como sociedades de dominación. Simplificando, en palabras de Paul Krugman (2024), comentando a Brad DeLong (2022),
"la única forma en que un individuo podía salir de la pobreza era siendo un aristócrata, es decir, un miembro de una banda depredadora que usaba la violencia o la amenaza de violencia para extraer recursos de los campesinos. Esta cruda verdad podía ser enmascarada con herramientas de propaganda como la alta cultura y, sí, la religión, pero siempre se trataba de explotación. Lo que era cierto para los individuos también lo era para los Estados. La única manera en que un Estado, ya fuera una monarquía o una república, podía enriquecerse era apoderándose de territorios y recursos de otros Estados".
En las diversas zonas del mundo en que se formaron los primeros asentamientos humanos estables, hizo su aparición la jerarquización social, en contextos de subordinación del trabajo por parte de minorías masculinas dominantes que lograron construir y reproducir un poder político, religioso y militar por sobre el resto de la población. En estas sociedades que dejaron de ser nómades, se acentuó la división sexual del trabajo. Se reforzó el que la actividad de cuidado estuviera a cargo de las mujeres y que la fuerza de trabajo disponible para el resto de la actividad productiva fuera predominantemente masculina. Esta forma de división social del trabajo posee dos principios organizadores (Kergoat, 2001): el de separación (existen trabajos de hombres y trabajos de mujeres) y el de jerarquía (un trabajo de hombre "vale" más que un trabajo de mujer). Otra constante en la mayoría de las sociedades agrarias fue la sujeción de una parte importante de la fuerza de trabajo a través de la esclavitud y/o la servidumbre feudal por parte de las oligarquías propietarias de la tierra. En estas sociedades, los grupos que lograron situarse en posiciones dominantes y dirigir y/o beneficiarse de la inteligencia y esfuerzos colectivos, se apropiaban del orden de un tercio de lo que los productores generaban. Con frecuencia justificaron esta apropiación con alguna versión espiritual y religiosa del orden social.
La desigualdad en la riqueza y el ingreso tiene una larga prehistoria, pero también muestra una gran variabilidad según las sociedades, según un estudio del tamaño de unas 53.000 casas de más de 1.000 yacimientos arqueológicos de los últimos 10.000 años (Kohler, Bogaard & Ortman, 2025), considerando que las variaciones en el tamaño de las casas son un indicador consistente del grado de desigualdad económica, aunque no reflejen toda la magnitud de las diferencias de riqueza e ingreso. Las mayores diferencias aparecen en los asentamientos humanos más longevos, cuando la gobernanza era menos colectiva y el principal factor limitante de la producción agrícola era la disponibilidad de tierras. Las sociedades complejas como Roma, Pompeya y la Britania romana fueron muy desiguales, mientras en muchos de los yacimientos más antiguos, el coeficiente de Gini -que va de 0 a 1 para medir el grado de desigualdad de una variable- era más parejo. En las ciudades que emergieron en el valle del Indo, como Mohenjo-Daro, que tenía unos 35.000 habitantes hace algo menos de 5.000 años, tenían un coeficiente de Gini de las viviendas muy bajo. Otro ejemplo de poca desigualdad son las ciudades de Tripilia, una cultura neolítica surgida en la actual Ucrania hace cerca de 7.000 años. Por otro lado, la aparición de la desigualdad se tomó su tiempo. Aunque hay algunos casos en los que emergió casi a la par que la aparición de la agricultura y de las ciudades, en la mayoría del registro arqueológico tuvo que pasar más de un milenio, lo que tiene que ver con la dinámica entre población y métodos agrícolas. Cuando las poblaciones eran reducidas y la principal limitación para la producción era la mano de obra disponible, las desigualdades no fueron mayores. Con el paso del tiempo, la población aumentó en relación a la tierra disponible y hubo más conflictos por la apropiación de recursos en las sociedades humanas. También jugó un rol el que las normas culturales de las sociedades más igualitarias de cazadores-recolectores pudieron no desaparecer de inmediato, por lo que se conjetura que los primeros agricultores contaron con mecanismos de nivelación heredados que retardaron el surgimiento de grados elevados de desigualdad social.
La economía precolonial latinoamericana, con una población de estimación incierta -con un rango que va desde unos 20 a unos 100 millones de habitantes a la llegada de los españoles- estuvo conformada tanto por sociedades que estaban en condiciones de generar excedentes importantes más allá de las necesidades de reproducción, como por otras que lo intercambiaban entre grupos o entre sus miembros, especialmente las de menor densidad en los espacios rurales (Carmagnani, 1976). Además de múltiples sociedades agrarias y cazadoras-recolectoras en la diversidad de territorios, la economía precolonial latinoamericana tuvo expresiones de envergadura en los sistemas imperiales. Entre ellos destacaron el mexica, que floreció entre el siglo XIV y el siglo XVI, con una población de unos 20-25 millones, y el inca, que lo hizo entre el siglo XV y el XVI y reunía entre 10 y 15 millones de personas. Algunas culturas precolombinas de importancia colapsaron antes de la llegada de los conquistadores europeos. Un modelo extremo de extracción de excedentes a la población por parte del grupo dominante provocó, según algunas hipótesis, un colapso de los recursos en México y Centroamérica bajo los Mayas (Diamond, 2006). A la llegada de los conquistadores, varios ecosistemas ya presentaban transformaciones sustantivas, como el bosque seco tropical.
Las sociedades estamentales y excedentarias en la América Latina precolonial tenían niveles de vida y sistemas de abastecimiento de alimentos que variaban según el medio ambiente y el grado de desarrollo estatal, pero compartían rasgos comunes. La economía estaba condicionado por sistemas agrícolas adaptados al entorno —chinampas, terrazas, milpas— y por redes de trueque y tributo que distribuían alimentos entre ciudades y aldeas. De acuerdo a Carmagnani (1976) la agricultura era:
"tecnológicamente muy diversificada y compleja, desarrollada en un ambiente natural que, si bien en extremo variado, se caracterizaba por necesidades de tipo hídrico, que era necesario obviar con obras de riego. Gracias a estas obras fue posible asegurar las cosechas y aumentar el rendimiento de las tierras, único modo de alimentar la ingente población. Son estas exigencias las que permiten comprender como pudo afirmarse un Estado que, sin destruir el mecanismo básico de la comunidad -la reciprocidad- acabó por apropiarse una parte notable de excedentes ...y le permitieron en un momento posterior aumentar la producción más de lo que aumentaba la población, reforzándose ulteriormente y apropiándose una cantidad siempre mayor de excedente."
Aunque existían fuertes desigualdades entre las élites políticas y religiosas y los campesinos en los sistemas imperiales, los sistemas de riego, la diversidad de cultivos, los almacenes estatales y el comercio regional tendían a permitir un suministro razonablemente estable y nutritivo para la mayoría de la población hasta la llegada de los españoles. A su vez, un entramado de rutas que unían alta montaña, costa y selva con cargadores transportaban el maíz, los tejidos y la sal, mientras existieron en Mesoamérica y Andinoamérica espacios regulares de intercambio de excedentes agrícolas y artesanías, con monedas de cuenta y cambio como el cacao u otras, y sistemas de trueque de sal, obsidiana, plumas, conchas y productos del bosque, incluyendo intercambios de bienes de lujo y materias primas. En imperios como el mexica o el inca, los tributos en especie (grano, papas, vaina de cacao, tejidos) eran recolectados y redistribuidos en festividades, grandes obras públicas o como auxilio en situaciones de crisis.
El maíz, frijol y calabaza constituía la “tríada mesoamericana” en materia de alimentación y se cultivaba simultáneamente (milpa), lo que mejoraba la fertilidad del suelo y reducía el riesgo de hambrunas. En el Valle de México, islotes artificiales en lagos, con suelos muy fértiles, permitían varias cosechas al año y garantizaban un suministro estable de verduras, flores y ajíes. En regiones secas se construían canales, presas y terrazas para retener agua y cultivar en suelos pobres. El imperio mexica incluyó un sistema de tributos en especie aplicados a las ciudades-Estado bajo su dominio en grano, algodón, plumas, metales y cacao, que nutría a la capital. El Valle de México estaba habitado por diversas civilizaciones y al conquistar muchas de estas proto ciudades‑estado, los mexicas lograron obligarlas a pagar tributo a Tenochtitlan. La ciudad creció en tamaño e importancia a medida que la cultura mexica llegó a dominar la región, al punto que a principios del siglo XVI se calcula que ocupaba entre ocho a trece kilómetros cuadrados y albergaba entre 200 y 300 mil habitantes. Se trataba de la urbe más poblada que superaba a cualquier ciudad europea de entonces. En su apogeo, el Imperio mexica se había extendido mucho más allá del Valle de México, lo que implicó la conquista y sometimiento de numerosos pueblos mesoamericanos. A las ciudades sometidas se les permitía conservar a sus gobernantes y sus cultos locales siempre que cumplieran requisitos como apoyar al Imperio mexica y al tlatoani de Tenochtitlan, pagar tributo a la capital e incorporar al dios mexica Huitzilopochtli en sus creencias y ceremonias. Este sistema de tributos proporcionaba al Imperio y a Tenochtitlan un flujo constante de productos y personas procedentes de todo el centro de México. Las ciudades-Estados (altepetl) conquistados enviaban soldados y esclavos a la capital. Los mercados abastecían a la población con alimentos y artesanías, transportados a lomo de persona, pues los mexicas carecían de animales de carga mayores. Las vías acuáticas —sobre todo las calzadas y los canales de la cuenca de México— resultaban fundamentales para el comercio. Los comerciantes de largo recorrido organizaban las rutas comerciales y tenían un estatus social elevado.
Por su parte, en los valles interandinos se construyeron sistemas de andenes y terrazas para aprovechar productivamente las laderas, controlar la erosión, regar por gravedad y cultivar tubérculos y granos como la papa, oca, mashua, quinoa y kiwicha, resistentes al frío y fáciles de almacenar, incluyendo el trabajo coordinado por el Estado inca, que construyó amplias infraestructuras hidráulicas y almacenaba excedentes en colcas (graneros estatales) para épocas de sequía o conflicto. Los incas establecieron la mita, un impuesto en forma de trabajo obligatorio para construcción de andenes, caminos, obras hidráulicas y explotación de minas. Los estudios de John Murra (2002) sobre la economía incaica muestran que el Tawantinsuyu organizó tanto la producción agraria, textil, minera y metalúrgica como la constitución de reservas de alimentos y la extracción y redistribución de recursos y excedentes económicos en pisos ecológicos de la cordillera al mar en una escala considerable. Este sistema se extendió desde el norte de Ecuador hasta el río Maule en Chile, con una territorializacion vertical de las cordilleras andinas para asegurar el acceso de cada comunidad a una variedad de pisos térmicos y ecológicos. Los incas involucraron a millones de personas en un sistema económico integrado que combinó múltiples formas de intercambio y trueque sin moneda, basándose en un sistema estatal y religioso a la vez coercitivo y cooperativo, con un impuesto en trabajo que coordinó por dos siglos a múltiples poderes étnicos y señoriales locales y que parece haber asegurado la subsistencia de la población, junto a la realización de magníficas obras urbanas, de infraestructura de riego y transporte, de canalización del agua y de tipo ceremonial. La ausencia de animales de tiro y de metal para arados hacía depender casi por completo la producción y el transporte del trabajo humano, más allá del uso de llamas, lo que no impidió a los incas construir un sistema de rutas estimado en decenas de miles de kilómetros.
Un ejemplo de economía comunitaria no excedentaria es la mapuche pre-hispánica, en la que el trabajo se organizaba en comunidades familiares patrilineales (lof), con mecanismos de intercambios recíprocos con otros lof, especialmente en rituales y celebraciones (nguillatún, mingas) en que se compartían alimentos y trabajo (Dillehay, 2017). No existía acumulación de excedentes a gran escala ni jerarquías estatales, sin nobleza o clero por encima de las jerarquías familiares y espirituales de las comunidades. Tampoco existían mayores obras de riego ni construcción de envergadura, salvo montículos ceremoniales, o habitacional de material perenne, como la piedra, en un medio con frecuentes terremotos, lo que la diferenciaba de sociedades como la azteca o la inca. La organización económica combinaba una agricultura en los márgenes de los ríos con técnicas simples, incluyendo palas de hueso de ballena y piedras horadadas, plataformas de cultivo elevadas en ciénagas y drenaje para el cultivo en espacios amplios libres de vegetación boscosa de quinoa, papa, porotos, zapallo, ají y gramíneas, así como maíz introducido desde las culturas andinas (Silva Díaz, 2017); la recolección de piñones del árbol pehuén y de frutos silvestres (maqui, avellanas, peumo, frutilla silvestre, murtilla), hierbas medicinales y raíces comestibles; la caza de guanacos, ñandúes, huemules y aves y la extracción de mariscos y pesca, con una ganadería limitada a cuyes y algunas aves. El trueque con pueblos andinos permitía a algunas comunidades acceder a camélidos como las llamas. La elaboración de tejidos se realizaba en base a fibras vegetales provenientes de la chilca, ortiga y quila, entre otras plantas, que además se usaban para hilar cuerdas y redes y elaborar bolsos, ponchos y elementos de uso cotidiano. Y también en base a fibra animal de camélidos andinos obtenida a través del trueque de lana de llama y alpaca para prendas más finas, junto a plumas, cuero y pelo animal. Los cueros curtidos de animales de caza (guanacos, zorros) servían para mantas y capas más pesadas. Los tintes naturales provenían de raíces, cortezas y frutos (boldo, maqui, quila) o bien de arcillas y óxidos. Las viviendas estaban hechas a partir de horcones enterrados en la tierra que servían de soporte y troncos y varas, techumbre de paja o colihue trenzado (quilas, juncos, totora o colihue), dispuesta en varias capas para impermeabilizar, paredes de entramado de varas recubiertas con barro y pasto o directamente de entramado vegetal (colihue, ramas, quila) que en zonas más lluviosas podían reforzarse con barro o cuero, y un fogón central para cocinar y calefaccionar, con salida de humo por una abertura en el techo. Los materiales aseguraban aislamiento, resistencia a la lluvia y calor interno en espacios comunitarios y, a la vez, ceremoniales.
El feudalismo fue el sistema político, social y económico dominante en gran parte de Europa Occidental entre los siglos IX y XV, emparentado con organizaciones socio-económicas similares en otras partes del mundo, en especial en los otros espacios más poblados constituidos por los actuales China e India. Este sistema se constituyó como la combinación de la vida rural basada en señoríos y relaciones de vasallaje y trabajo servil y una economía de mercado urbana incipiente, con un lento entrelazamiento espacial. El feudalismo articuló un orden basado en la posesión de la tierra como principal fuente de poder y riqueza. El rey o un gran señor concedía tierras (feudos) a los vasallos a cambio de lealtad y servicios, principalmente militares. El vasallo juraba fidelidad (“homenaje”) y se comprometía a auxiliar al señor con tropas o consejería; a cambio recibía la posesión —aunque no la propiedad absoluta— de un feudo. La organización social del feudalismo era estamental: la nobleza (señores y caballeros), el clero (altos jerarcas eclesiásticos) y el campesinado (siervos y villanos). Los siervos trabajaban la tierra del feudo y entregaban parte de su producción al señor, quedando atados sin posibilidad de libre circulación, lo que fue objeto de tensiones y rebeliones, especialmente después de las pestes que limitaron la oferta de fierza de trabajo. El feudalismo se caracterizó por un poder fragmentado entre monarcas que entregaban territorios a sus grandes nobles, quienes a su vez podían sub-infeudalizar a su propia clientela de vasallos. Cada señor ejercía jurisdicción dentro de su dominio, con gran autonomía frente al rey. Las jurisdicciones y derechos (justicia, cobro de impuestos, monopolios de caza o molino) variaban de un feudo a otro.
El feudo fue una unidad económica con altos grados de autonomía para la producción de cereales y legumbres y la crianza de ganado, combinados con mercados de excedentes e intercambios de insumos y artesanías básicas. El comercio de larga distancia se concentraba en bienes de lujo y productos como especias y textiles en ferias y puertos. La economía señorial se configuró en Europa a partir de la división de la tierra (de cultivo, pastos y bosques) en reservas señoriales, que eran trabajadas por campesinos (siervos o villanos más libres pero con más cargas económicas) que prestaban días de trabajo obligatorio y otros servicios. El señor noble concedía tierras en feudo a los vasallos a cambio de servicios militares y políticos, los que debían acudir con tropas y rescates económicos en caso de necesidad. El resto de la tierra se segmentaba en parcelas asignadas a familias campesinas a cambio de una renta fija o una porción de la cosecha. El dominio señorial se extendía a la obligación de usar molinos, hornos o prensas del señor, pagando un peaje y eventuales contribuciones extraordinarias. El castillo o mansión era el núcleo de administración del dominio, donde se recogían rentas, se coordinaba la explotación, se almacenaban los granos, se distribuían los recursos y se gestionaban los conflictos entre colonos. El siervo o colono estaba ligado a la tierra: no podía venderla ni abandonarla sin permiso. Existía un sistema de justicia que garantizaba el poder económico del señor.
El conjunto campesino casa–tierra–familia formaba una unidad de producción para el autoconsumo, con excedentes limitados que se llevaban a ferias y mercados cercanos, reforzando la economía de trueque y moneda de cuenta, siempre bajo control señorial (peajes en caminos, pesos y medidas). Se produjo una lenta integración con una economía de mercado naciente por la necesidad de comprar insumos como la sal y herramientas o de vender pequeños excedentes, lo que obligaba a los campesinos a acudir a mercados con incipientes redes comerciales. Con el tiempo, el crecimiento demográfico, el renacimiento del comercio (siglos XI–XIII) y la aparición de monarquías más centralizadas (Francia, Castilla, Castilla-León, Inglaterra) erosionaron el sistema feudal. La peste negra (siglo XIV) y las guerras (Guerra de los Cien Años) aceleraron el paso hacia ejércitos profesionales y Estados-nación.
En China, el régimen señorial (fengjian) tuvo como base la distribución de la tierra a nobles y parientes del soberano imperial, con población sujeta a tributos y obligaciones semejantes a las servidumbres europeas, pero sin una estructura de vasallaje plenamente hereditaria y universal. Los campesinos pagaban rentas en grano, seda o ganado, y aportaban mano de obra forzada para obras hidráulicas y militares. Los señores ejercían justicia y su poder de recaudación, sin un estrato intermedio de príncipes territoriales tan fuerte como en Europa. A partir de las dinastías Han y Tang, surgieron ciudades‑mercado donde se intercambiaban excedentes agrícolas y artesanías. A diferencia de Europa, China desarrolló pronto un sistema monetario imperial (cobre y luego plata), que facilitó el trueque y la movilidad de capital. En las dinastías Song y Ming, los clanes mercantiles y gremios urbanos de comerciantes y prestamistas desarrollaron redes de crédito, letras de cambio y comercio a larga distancia de seda, té y sal. Con el tiempo se reinvirtieron beneficios en tecnología textil y metalúrgica en talleres familiares y grandes fábricas estatales en cantones manufactureros.
En la sociedad feudal china, la relación con el poder central estaba basada en el parentesco y su naturaleza contractual no era precisa, mientras en el modelo europeo el señor y el vasallo tenían obligaciones y deberes específicos. El feudalismo medieval europeo utilizó el concepto clásico de «señor noble» mientras que, en las fases media y tardía de la sociedad feudal china, funcionaba un sistema de terratenientes. En Europa occidental, los señoríos feudales eran hereditarios e irrevocables y pasaban de generación en generación, mientras que los señoríos en China no eran hereditarios, requerían renombramiento y podían ser revocados (lo mismo ocurría en la Rusia medieval). El siervo medieval estaba ligado a la tierra y no podía dejarla o disponer de ella, mientras que el campesino chino era libre de irse o, si tenía los medios suficientes, de comprar la tierra en pequeñas parcelas.
En la Europa feudal los señores estaban en lo más alto de la estructura social, seguidos por los vasallos y finalmente por los campesino ligados a la tierra y eran responsables de la producción. La clase mercantil tuvo un desarrollo en las ciudades, que estaban bajo la autoridad del rey y podían crecer fuera del sistema feudal en lugar de estar integradas en él, mientras los aristócratas estaban asentados en los feudos. En China, el rey y sus oficiales dependían en gran medida de la burguesía terrateniente. Así, no había ningún poder político que fomentara el crecimiento de la clase mercante de forma independiente. Las ciudades y los pueblos eran un sistema integrado y los mercaderes permanecían bajo el control de la nobleza en lugar de establecer un comercio y economía independientes.
En suma, la “economía feudal china” combinó un régimen señorial flexible (feudos no plenamente hereditarios y campesinos relativamente móviles) con mercados y finanzas avanzadas desde etapas tempranas, junto a un nivel rural de autosuficiencia y tributo, un nivel de intercambios monetarios regionales y un nivel de comercio capitalista que, entre los siglos XI a XVII, rivalizó con Europa. Esta larga continuidad explica por qué China permaneció como la más grande de las economías-mundo antes de la hegemonía europea.
Para Fernand Braudel (1986), la salida del feudalismo en Europa fue inicialmente muy lenta:
"hasta el siglo XVIII el sistema de vida se encuentra encerrado dentro de un círculo casi intangible. En cuanto se alcanza la circunferencia, se produce casi inmediatamente una retracción, un retroceso. No faltan las maneras y ocasiones de restablecer el equilibrio: penurias, escaseces, carestías, duras condiciones de la vida diaria, guerras y, finalmente, una larga sucesión de enfermedades. Actualmente aún están presentes; ayer eran auténticas plagas apocalípticas: la peste con sus epidemias regulares, que no abandonará Europa hasta el siglo XVIII; el tifus que, con la llegada del invierno, bloqueará a Napoleón con su ejército en pleno corazón de Rusia; la fiebre tifoidea y la viruela, enfermedades endémicas; la tuberculosis, que pronto hará acto de presencia en el campo y que, en el siglo XIX, inunda las ciudades y se convierte en el mal romántico por excelencia; y, finalmente, las enfermedades venéreas, la sífilis que renace o, mejor dicho, que se propaga debido a la combinación de diferentes especies microbianas tras el descubrimiento de América. Las deficiencias de la higiene y la mala calidad del agua potable harán el resto. ¿Cómo podía el hombre, desde el momento de su frágil nacimiento, escapar a todas estas agresiones?".
El dominio señorial formó un régimen agrario de autosuficiencia y dependencia personal, que perdurará superpuesto a los primeros circuitos mercantiles hasta bien entrado el siglo XV. Solo cuando la presión de los excedentes comerciales y el crédito urbano creció lo suficiente, la economía señorial comenzó a ceder terreno frente a formas de producción y mercado de dimensiones más amplias. La burguesía de ciudadanos libres surgió con el crecimiento de los puestos de mercado y la autonomía urbana, presagiando la transición al capitalismo.
El feudalismo incluyó la mencionada convivencia prolongada de la vida rural servil y una economía de mercado incipiente, pero de carácter local, con un lento entrelazamiento espacial que se prolongó desde el siglo XI hasta el XV. El paso al capitalismo comercial se aceleró cuando los negociantes urbanos traspasaron en mayor escala las barreras locales y crearon un comercio de larga distancia de especias, telas y metales, utilizando instrumentos financieros como letras de cambio. Se crearon las primeras sociedades por acciones para financiar expediciones, mientras se expandió la manufacturas en talleres fuera del marco estrictamente rural en base a oficios especializados, levantándose progresivamente las bases de la industria. Esto no erradicó de golpe el feudalismo —las señas de vida tradicional persistieron de manera prolongada— pero el dinamismo de los mercaderes y banqueros primero y de los industriales después, fue creando desde el siglo XVI un piso capitalista cada vez más dominante, en una superposición de temporalidades que acaba por relegar la economía señorial bajo el empuje de las nuevas redes mercantiles y del crédito global.
El sistema feudal empezó a descomponerse luego de los episodios de peste negra, originada en Asia Central, que mermaron entre un tercio y la mitad de la población en el siglo XIV. Más tarde, los mejoramientos de la producción por hectárea, la extensión de la frontera agrícola y la diversificación de la alimentación por la profundización de los intercambios entre continentes, permitieron progresivamente que la población de Europa Occidental pasara de unos 60 millones en 1500 a unos 130 millones en 1820, lo que contribuyó a que a inicios del siglo XIX la población del mundo llegara a los 1.000 millones de seres humanos, aunque siempre con un mayor peso demográfico del Asia, que pasó de 280 a 710 millones de habitantes en el mismo período.
Los capitalistas mercantiles formaron centros urbanos (Venecia, Amberes, Amsterdam, Londres) que funcionaron como lo que Braudel denomina "economías-mundo", jerarquizando las economías regionales. Braudel identifica ciclos de largo plazo en los que el centro de gravedad del capitalismo se desplaza de un lugar a otro, reflejo de un “modo de acumulación” específico. Siempre de acuerdo a Fernand Braudel (1986), el capitalismo es un sector distinto de la mera economía de mercado, caracterizado por la concentración y el uso del capital para generar más riqueza, más que por el simple intercambio de bienes. El capitalismo surge por encima de esa capa y es un sector que no abarca toda la actividad económica, sino que se nutre de ella y la domina desde arriba. El capitalista busca diversificar y dominar varios ámbitos, opera activamente en los mercados de crédito y de capital, buscando ganancias a través de deudas, créditos e instrumentos financieros y, en lugar de competir en precios, impone barreras de entrada y controla el mercado, asegurándose rendimientos extraordinarios.
Se produjo con el tiempo, en su visión, la superposición de tres niveles de actividad económica. El primero fue la subsistencia material de la mayoría de la población basada en la agricultura familiar, con campesinos que trabajaban parcelas pequeñas para autoconsumo y entregaban tributos en especie al señor dueño de la tierra, que se apropiaba del gureso del excedente económico, sujetos a los ciclos agrícolas y con espacios de desplazamiento acotados a villas y aldea. El segundo fue la “economía de mercado” rudimentaria, que surgió con el trueque y el intercambio de excedentes a nivel regional en ferias, mercados de proximidad y comercio de productos básicos, en la que predominan monedas locales, aún sin grandes redes comerciales. El tercero apareció con comerciantes y banqueros urbanos, en especial en Italia y Flandes, que desarrollaron redes de crédito y cámaras de compensación y comercio a larga distancia y reinvirtieron sus ganancias en nuevos negocios que culminaron en las revoluciones industriales.
La expansión europea
Hasta el año 1000, la producción por habitante promedio en el mundo se mantuvo prácticamente estancada, valorada en unos 900 dólares anuales de 2017, según las estimaciones disponibles (Roser et al., 2023). Este monto subió a 1.100 dólares hacia el año 1500, a 1.300 dólares hacia el año 1820 y a 1.800 dólares hacia 1870, con los primeros efectos de la primera fase de la revolución industrial iniciada más de un siglo antes, basada en innovaciones tecnológicas y en la organización de la producción en empresas con asalariados. Esto dio inicio a un camino de aceleración del aumento de la productividad por trabajador y del ingreso medio por habitante. La segunda fase de la revolución industrial posterior a 1870 implicó no solo a Europa Occidental sino que se extendió a Estados Unidos y más tarde a Japón, con el perfeccionamiento de la fabricación de acero (1856), nuevos medios de transporte terrestres y marítimos con uso de carbón, el telégrafo, la electricidad (1880), los primeros forajes de petróleo (1858) y luego los motores a combustión. El gran salto de productividad e ingresos a que dio lugar llevó a un promedio de 3 mil dólares por habitante hacia 1920. Luego de la segunda guerra mundial, se llegó a 4 mil dólares por habitante en 1950 y se entró en las dos décadas de mayor dinamismo productivo mundial conocido hasta ahora, alcanzándose un promedio de 7,1 mil dólares por habitante en 1970. En el "largo siglo XX" entre 1870 y 2010, el crecimiento económico por habitante fue del orden de 2% anual promedio y se produjo una impresionante multiplicación por casi 22 veces de la capacidad de producción en el mundo (DeLong, 2022). El ingreso por habitante se multiplicó por más de 8 veces en el mismo período. Se pasó de un promedio de 9,7 mil dólares por habitante en 1990 a 13,9 mil en 2010 y a 17,5 mil en 2022. Entre 2010 y 2024, el ingreso por habitante global se incrementó en otro 28% (Banco Mundial, 2025), al 1,8% anual promedio, con una mayor incidencia de países asiáticos como China e India, los países más poblados del mundo.
La población humana pasó desde unos pocos millones de habitantes distribuidos por el globo en la etapa previa al Neolítico (último período de la edad de piedra entre 12 mil a 5 mil años atrás) hasta unos 170 millones hacia el inicio de la era común. En el largo período que va entre los años 3000 antes de la era común (con unos 15 millones de habitantes en el globo) al 1500 (cuando se alcanzó una población de unos 480 millones de habitantes), el crecimiento por persona de la producción fue del orden de solo 0,03% al año, según los cálculos de DeLong (2022). La mayoría de la población sobrevivió en esos milenios en niveles materiales precarios, con deficiencias de nutrición a lo largo de la vida y una esperanza de vida al nacer que oscilaba entre 25 y 35 años, con fuertes caídas en épocas de epidemias o crisis. De acuerdo a los estándares actuales, la casi totalidad de la población era pobre, con la excepción de los grupos dominantes.
Estos procesos tienen un antes y un después luego de que Colón llegara al Caribe en 1492 en nombre de la corona de Castilla y que los navegantes enviados por la corona de Portugal ocuparon el estrecho de Malacca en 1511. Se abrió así la navegación europea en las vastedades del océano pacífico y en el océano índico. Esto incluyó el ancestral espacio comercial malayo, indonesio y chino, antecediendo las expediciones holandesas e inglesas y desplazando a la ciudad-Estado de Venecia y su conexión terrestre con la ruta de la seda y los caminos interiores asiáticos. Se reforzó así la interconexión de economías diferentes y distantes, en una época en que China ostentaba aún una mayor productividad agrícola que Europa y diversas ventajas tecnológicas.
El resultado es un desarrollo de los medios de navegación por los conquistadores europeos que permitió conformar extendidos imperios coloniales, en competencia entre sí, en especial el español, el portugués, el británico y el holandés, en base a expansiones comerciales y redes de suministro de bienes y riqueza en medio de la ocupación por la fuerza de vastos y lejanos territorios. La actividad económica europea se aceleró desde el siglo XVI en los espacios dominantes constituidos por ciudades-Estado e imperios ampliados con periferias coloniales sometidas mediante la violencia. El "nuevo mundo" fue moldeado bajo el influjo de los imperios español, portugués, británico, holandés, francés (y ruso en Europa del Este y Oriental), con poca conexión inicial con los imperios de origen mongol y chino y los cuasi-imperios indios. Los imperios europeos se beneficiaron de los avances en la navegación, cuya base fueron inventos chinos como la brújula y el timón, con posteriores mejoramientos en Occidente. En contraste, el imperio conducido por la dinastía Ming decidió concentrarse en la consolidación de su extendido, y con alguna frecuencia convulsionado, espacio territorial interior, marcado por conflictos con los pueblos de las estepas. La jerarquía imperial China puso fin a la expansión de sus capacidades de navegación, luego de haber realizado siete expediciones desde 1405 hasta 1433, las que fueron de mayor envergadura que las de Colón y llegaron hasta Africa del Este.
Las conquistas europeas y el mercantilismo de los siglos XVI al XVIII organizaron, a escala mundial, una economía de depredación basada en la fuerza colonizadora y en una vasta empresa naval y militar de apropiación de recursos y mercados sobre bases monopolísticas. El modelo de expansión europeo fue relativamente simple: gracias a un desarrollo sin precedentes de los arsenales y las marinas de guerra, una fuerza naval pública proveniente de un poderoso Estado-nación y, en ocasiones, privada, se apoderó de territorios y/o mercados anteriormente controlados por sociedades autóctonas. La fuerza naval se estructuró bajo la forma de una única compañía por zona geográfica o por producto. El dominio colonial estableció fuertes, puestos comerciales, zonas de comercio y rutas comerciales y luego alimentó y fue alimentada por fábricas y manufacturas «reales», «privilegiadas» o «patentadas» en la metrópoli, dotadas de un monopolio de fabricación y comercialización. Estas compañías privadas de comercio y manufactura, pero bajo control del poder público, no aceptaban la competencia interna y se oponían por la fuerza a instituciones similares de potencias rivales. Dotadas de bases accionarias reducidas, mantuvieron oligarquías mercantiles en los grandes puertos atlánticos y en algunos centros industriales europeos de manufacturas monopolísticas. Fueron dueñas de vastos conglomerados que organizaron la extracción, elaboración, transporte y comercialización -en una economía triangular que incluía a partes de Europa, África y América- de esclavos y mercancías (café, tabaco, algodón, telas, cacao, índigo, azúcar, especias, pieles, metales, porcelana). Buscaron y lograron una balanza comercial positiva arrebatando a otros los mercados y recursos que poseían.
La expansión europea (Beckert, 2015) tuvo un sello "intensivo en tierra y trabajo, sustentado en la violenta expropiación de la tierra y el trabajo en África y las Américas”. Este autor concluye que de esas expropiaciones provino una gran riqueza y nuevo conocimiento, las que a su vez fortalecieron las instituciones y los Estados europeos. Se produjo una ampliación progresiva de la articulación de los espacios de comercio y acumulación de capital en buena parte de Europa y de la América colonizada, lo que incluyó a las partes de África sometidas a una colonización europea que buscaba la extracción de esclavos y el abastecimiento de alimentos y minerales (Norel, 2009). Se constituyeron de ese modo las primeras “economías-mundo” (en la expresión de Fernand Braudel), es decir de amplios espacios económicos relativamente integrados en sus recursos e intercambios internos que se expandieron en grandes zonas geográficas y que se estructuraron con formas propias de división del trabajo, de intercambios de bienes y flujos de capital y de sumisión de la fuerza de trabajo.
Las sociedades pre-coloniales fueron conquistadas mediante la violencia para lograr la extracción y explotación de recursos naturales y la subordinación por diversos medios de su fuerza de trabajo, cuyo efecto demográfico fue devastador. Entretanto, la economía colonial desarticuló los modos de producción construidos durante siglos, que incluían el cuidado de la fertilidad de la tiera y la constitución de reservas, rompiendo con frecuencia la relación entre culturas originarias y naturaleza, en medio de la incomprensión y desinterés por sus mecanismos de funcionamiento previo. En el siglo XVI, tras la llegada de los europeos, la población indígena en América Latina colapsó en un 80–90 % debido a las nuevas enfermedades (viruela, sarampión, gripe), la violencia conquistadora y los trabajos forzados. México pasó de unos 20 millones en 1500 a menos de 2 millones en 1600. El área andina perdió también entre un 70 a 80 % de su población en un siglo.
La economía colonial ibérica en América se constituyó para el beneficio de los conquistadores mediante la ocupación militar de territorios y el establecimiento de un sistema de "mercedes de tierras" con trabajo indígena forzado. Los colonos se transformaron en la clase terrateniente criolla, en base a la conformación gratuita de haciendas como unidades extensivas de producción agraria y, según Ruggiero Romano (2004), “la concesión, igualmente gratuita, del derecho a reclutar mano de obra forzada (esclavitud india, encomienda, indio de repartimiento)” y excepcionalmente trabajo libre con “no pocos límites (retención pura y simple del salario, deuda de los trabajadores, salarios pagados en especies)”. Esto ocurría en el contexto de un “carácter monopolista del comercio con la metrópoli” y la carencia generalizada de moneda metálica, la que estaba orientada a la exportación. La extracción de metales preciosos se produjo en gran escala. Potosí (fundada en 1545) llegó a proveer más del 60 % de la plata mundial en el siglo XVI. La Casa de Contratación en Sevilla regulaba el comercio con América y el Galeón de Manila conectó la plata americana con bienes provenientes de China. Así, la economía colonial española funcionó con una mezcla de dominio señorial y de circuitos financieros y comerciales articulados con el capitalismo comercial europeo y asiático, que se alimentó de los flujos de plata y de la red de crédito que financió galeras, compañías mercantiles y banqueros. La economía colonial brasileña, por su parte, se integró en el sistema de comercio triangular, donde África suministraba esclavos, Brasil producía bienes como oro y azúcar (junto a diversas economías caribeñas) mientras Europa constituía el mercado consumidor.
Este sistema triangular estructuró una economía colonial orientada hacia la exportación que proveyó -en base al sometimiento de las poblaciones originarias y la esclavización de poblaciones secuestradas en África- tanto oro y plata como azúcar de caña, patatas, cacao y otros alimentos. El comercio desde México, a partir de cuya costa del Pacífico los galeones españoles trasladaron incluso plata a Filipinas (donde los españoles adquirían especias y manufacturas chinas), contribuyó a la circulación monetaria asiática. Desde diversas economías de Asia se proveyó especies, lacas, sedas y porcelanas. Se produjo con el tiempo la transposición de los restos de la economía precolonial, transformada en una economía señorial, articulada con los mercados externos en una incipiente "economía‑mundo" alimentada por la plata de Potosí y las rutas atlántica y pacífica. La herencia actual de las economías basadas en el dominio colonial sobre los recursos mineros y agrícolas y la apropiación depredadora de los espacios por oligarquías explica en importante medida que algunos de los países con mayor desigualdad en la distribución de los ingresos en el mundo se encuentran hasta hoy en América Latina. No puede interpretarse la constitución de las primeras “economías-mundo” como una suerte de acoplamiento armónico de las “sociedades primitivas y subdesarrolladas” a las “sociedades avanzadas” occidentales.
Las diferencias del ingreso por habitante en las grandes regiones del mundo eran leves hacia el año mil, según los cálculos de Maddison (2004). El auge de Europa occidental, según este autor, comenzó en torno al año 1000. Luego la formación de los grandes imperios marítimos consagró el creciente dominio europeo sobre el mundo. Los imperios europeos ocuparon o influenciaron a casi todo el globo y ampliaron los intercambios y la monetización de sus economías. El progreso en las técnicas de navegación llevó a que el comercio se multiplicara por 20 entre 1500 y 1820, período en el que el proceso de interacción global, medido como proporción del comercio en la producción total, fue más importante que entre 1820 y los inicios del siglo XXI, siempre según Maddison (2004). Entre los años 1000 y 1820, la población de Europa occidental se multiplicó por cinco, mientras que la del resto del mundo lo hizo por cuatro.
El crecimiento económico fue de carácter extensivo, aumentando la presión sobre las tierras arables, aunque en Asia y Europa Occidental se experimentó algún cambio de carácter intensivo. Asia como conjunto representaba la mayor parte de la población y del producto mundial hasta la revolución industrial. En el siglo XIV, Europa occidental alcanzó el mismo nivel de ingreso por habitante de China, a pesar de la estabilidad de sus dinastías imperiales y una disciplinada y meritocrática burocracia estatal, iniciando la llamada "gran divergencia" entre Occidente y Asia y el resto del mundo. No favoreció su dinamismo productivo el que existiera en China una distancia considerable entre las zonas costeras manufactureras, con el correspondiente abastecimiento marítimo, y las de extracción de carbón, que en el Reino Unido, por ejemplo, son geográficamente muy cercanas. Agrega Maddison que
“en el año 1000 la esperanza de vida de un niño al nacer era de 24 años. Un tercio solía morir durante su primer año, y los que sobrevivían se enfrentaban después al hambre y a enfermedades epidémicas. En 1820 la esperanza de vida en Occidente llegó a los 36 años, pero en el resto del mundo apenas había mejorado”.
La conflictiva división política de Europa y su carrera de conquistas coloniales, tuvo como resultado, de acuerdo a Maddison (2004), que “entre los años 1000 y 1820, el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante de Europa Occidental se multiplicó por tres, frente a un crecimiento medio de sólo el 33 por 100 en el resto del mundo”. Según sus cálculos, “en el siglo XI la renta media de Occidente estaba por debajo de la del resto del mundo, pero en 1820 era ya dos veces mayor".
El capitalismo y las revoluciones industriales
El capitalismo es el sistema económico basado en la acumulación privada de capital (Wallerstein, 1979; Braudel, 1986) y en el que empresas usan bienes de capital de propiedad privada bajo el control de un dueño o un conjunto de dueños, o de sus administradores asalariados, para producir bienes destinados a la venta en mercados con la finalidad de obtener ganancias (Bowles & Carlin, 2019). La producción previamente financiada da lugar a las remuneraciones del trabajo asalariado que la hacen posible, al pago del resto de los costos fijos y de los insumos y eventualmente a un excedente que permite la reinversión o la distribución de utilidades que remuneran el capital utilizado. Las empresas capitalistas contratan fuerza de trabajo, que procuran remunerar con salarios de un nivel inferior al valor monetario que aporta a la producción, bajo la forma de trabajo asalariado que combina el pago monetario periódico al trabajador y su subordinación jerárquica a los propietarios de los medios de producción, o a quienes los administran, y presupone el carácter monetario de la economía. En los procesos económicos cuyo objeto es obtener ganancias privadas, las empresas, además de contratar fuerza de trabajo, adquieren bienes intermedios necesarios para la producción al mínimo costo en los respectivos mercados en los que se abastecen de insumos y materias primas, incluyendo desde el exterior, creando un efecto de arrastre sobre la economía en su conjunto. Por su parte, Branko Milanovic (2019) define el capitalismo como
"el sistema donde la mayor parte de la producción es realizada con medios de producción de propiedad privada, el capital contrata trabajo legalmente libre y la coordinación es descentralizada. Adicionalmente, para agregar el requisito de Joseph Schumpeter, la mayor parte de las decisiones de inversión son hechas por compañías privadas o empresarios individuales".
No obstante, Immanuel Wallerstein subraya que el capitalismo no es la mera existencia de personas o empresas produciendo para la venta en el mercado con la intención de obtener una ganancia ni la existencia de personas asalariadas, fenómenos que han existido por miles de años, sino que el sistema capitalista es aquel que da prioridad a la acumulación de capital. En efecto, el capitalismo suele asimilarse a la existencia de mercados, de unidades económicas con fines de lucro y de remuneraciones salariales de la fuerza de trabajo. Estos mecanismos existen desde tiempos ancestrales y son muy anteriores al capitalismo. Los mercados tienen sus orígenes en la primeras sociedades agrícolas y urbanas, primero en base al trueque y luego utilizando distintos tipos de moneda como vehículos de intercambio.
Brad Delong (2022) resume, por su parte, del siguiente modo las distintas etapas de la conformación del capitalismo:
la "imperial-comercial" desde los años 1500 hasta entrado el siglo XIX, posterior a las sociedades agrarias y a las sociedades feudales;
la de la "mecanización en base al vapor" en el siglo XIX hasta 1870;
la de la "ciencia aplicada" desde 1930 (en 1870 el progreso tecnológico alcanzó una nivel que permitió un importante salto productivo; a partir de entonces, la destreza tecnológica humana se duplicó en cada generación);
la de la "producción de masa" en líneas de montaje industrial en la posguerra y
la de las "cadenas globales de valor" actuales.
Paul Baran y Paul Sweezy (1966) subrayaron que
"hoy en día, la unidad económica típica en el mundo capitalista no es la pequeña empresa que produce una fracción insignificante de un producto homogéneo para un mercado anónimo, sino una empresa a gran escala que produce una parte significativa de la producción de una industria, o incluso de varias industrias, y que es capaz de controlar sus precios, el volumen de su producción y los tipos y cantidades de sus inversiones. En otras palabras, la unidad económica típica tiene los atributos que antes se pensaba que solo poseían los monopolios. Por lo tanto, no es permisible ignorar el monopolio al construir nuestro modelo de la economía y continuar tratando la competencia como el caso general. En un intento de entender el capitalismo en su etapa de monopolio, no podemos abstraernos del monopolio o introducirlo como un mero factor modificador; debemos ponerlo en el centro del esfuerzo analítico".
Una característica central del capitalismo como sistema económico es su tendencia generalizada a la concentración de la oferta productiva en los mercados, lo que incide en la generación y distribución del excedente económico y en la determinación de los precios de los bienes que son objeto de transacciones (Piketty, 2013). La lógica de la acumulación de capital y de maximización de su rentabilización lleva a que en los mercados dominados por pocos actores la determinación de los precios de los bienes y servicios que son objeto de transacciones se realice en condiciones de asimetría de poder económico que facilitan la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su aporte a la producción y la extracción de valor desde las empresas proveedoras de menor tamaño.
Si el rendimiento -neto de impuestos- sobre la riqueza aumenta con el nivel de ésta, entonces el proceso de acumulación de riqueza se vuelve explosivo: la distribución de la riqueza no admite un equilibrio estacionario, lo que ocurre cuando los individuos más acaudalados obtienen en promedio altos rendimientos antes de impuestos y el sistema fiscal no compensa esta diferencia de rentabilidad mediante un régimen suficientemente progresivo. También sucederá si todos los individuos tienen la misma tasa de rendimiento antes de impuestos, pero el sistema impositivo sobre el capital es regresivo con respecto a la riqueza. Siempre que la tasa neta de impuestos sea positiva para los individuos más ricos, la distribución de la riqueza será no estacionaria: la concentración de la riqueza seguirá aumentando con el paso del tiempo (Zucman, 2024).
Por ello en el capitalismo contemporáneo predominan grandes corporaciones propietarias del capital industrial, comercial y financiero, entrelazadas con los dueños tradicionales o emergentes de la mayor parte de la tierra productiva y de los recursos mineros y pesqueros. Las corporaciones capitalistas acumulan el capital, que se reproduce y amplía mediante la apropiación de los excedentes generados en los procesos productivos mediante la innovación tecnológica y la frecuente remuneración de la fuerza de trabajo y de los bienes naturales por debajo de su aporte. Para Thomas Piketty (2013) existe una tendencia al crecimiento de las utilidades a un ritmo superior a de la producción. Si los ingresos del capital crecen más rápido que los ingresos del trabajo, en el largo plazo el retorno promedio sobre el capital superará la tasa de crecimiento de la economía, lo cual implica que los propietarios del capital son cada vez más ricos en relación al resto de la población. Cuando la tasa de acumulación de capital crece más rápido que la economía, la desigualdad aumenta. Para este autor, la evolución estructural del capitalismo moderno implica que
“dado que la tasa de rendimiento del capital supera de modo duradero la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso, lo que era el caso hasta el siglo XIX, y existe el fuerte riesgo de que vuelva a ser la norma en el siglo XXI, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que ponen en cuestión radicalmente los valores meritocráticos sobre los cuales se fundan nuestras sociedades democráticas”.
Lo propio del capitalismo es la dinámica maximizadora que induce la concentración de los mercados y la restricción de la competencia en la mayoría de los sectores de producción, con una oferta limitada a uno o pocos agentes que suelen lograr abusos de posición dominante o colusiones de precios a su favor en la compra de insumos (monopsonios y oligopsonios) y de venta de bienes finales al consumidor (monopolios u oligopolios, incluyendo los de red cuando el formato de una empresa se vuelve dominante, especialmente en los bienes tecnológicos), lo que alimenta sus márgenes entre precio de venta y costos. Para procurar controlar en su beneficio las condiciones de acceso al financiamiento, contratación de la fuerza de trabajo y de compras en los mercados de insumos, así como las de venta de los bienes intermedios o finales producidos, las colusiones entre empresas se proponen lograr posiciones dominantes para influir sobre los precios. Esto incluye intervenir sobre el sistema político para minimizar impuestos y regulaciones y procurar crear trabas a la competencia de tipo legal, cuando tal o cual interés particular influye suficientemente en la toma de decisiones públicas, además de proteger las innovaciones tecnológicas con patentes estatales (las que empezaron a ser habituales ya en la Venecia de 1450), que han mantenido y ampliado los Estados modernos. También contribuyen a establecer barreras a la entrada de nuevos competidores en los mercados las ventajas en el acceso a un financiamiento de menor costo relativo en los sistemas de crédito y de emisión de bonos y acciones y en los mercados internacionales de capitales, frente a las empresas desprovistas de esas ventajas, especialmente si los costos fijos de inicio de una actividad son muy altos.
El capitalismo combina históricamente la maximización de "utilidades normales" y la obtención de "rentas" económicas, o "utilidades no ganadas". Se obtienen por posesión de propiedad sin aportar trabajo, esfuerzo empresarial o creación de valor agregado en el proceso productivo. "Utilidades no ganadas" son las que reciben los accionistas por el mero hecho de poseer títulos de propiedad (acciones), los rendimientos que obtienen los acreedores sin implicarse en la actividad productiva o la intermediación, los ingresos que cobra el propietario de un bien inmobiliario o de capital (maquinaria, patentes) por cederlo a terceros sin necesidad de operar ese activo, los beneficios resultantes de la revalorización de un activo (inmueble, acciones, obra de arte) cuando se vende por un precio superior al de compra original y las rentas de monopolio, es decir los márgenes adicionales o cuotas de mercado que obtienen empresas cuando su posición de poder (monopolio, oligopolio, licencias exclusivas) les permite fijar precios por encima del costo competitivo. Las utilidades no ganadas suelen concentrarse en una pequeña parte de la población que posee la mayor parte del capital y suelen justificarse por el hecho que provienen de activos que asumen riesgos o que no se traducen en consumo inmediato, lo que tiene un valor económico de mercado. En resumen, las utilidades no ganadas son los ingresos que provienen simplemente de la propiedad o del poder de mercado de un activo, y no de la creación activa de valor a través del trabajo o la gestión empresarial.
En la acumulación de capital, las "utilidades normales" son aquellas obtenidas maximizando márgenes entre los ingresos por venta de productos y los costos de producción (contratación de fuerza de trabajo, compra de insumos y diversos otros costos fijos y variables) en condiciones de competencia entre múltiples oferentes y demandantes. Pero dada la motivación de maximización de las utilidades y de la valorización del capital invertido, las empresas capitalistas procuran sistemáticamente minimizar sus costos de capital y sus costos laborales (aunque con la eventual paradoja de comprimir la demanda interna de consumo de los bienes que ofrecen). Al mismo tiempo, se proponen lograr innovaciones tecnológicas en productos y procesos que les permiten vender, al menos por un tiempo (lo que es reforzado por la existencia legal de patentes), a un costo inferior al costo medio de la industria respectiva. En este caso logran utilidades adicionales, que la economía neoclásica de la producción denomina "rentas intramarginales", que disminuyen o desaparecen una vez que se hacen más homogéneas las condiciones de producción.
Determinadas empresas logran trabas a la competencia en los mercados para obtener rentas monopólicas, o bien de competencia monopólica cuando realizan diferenciaciones de productos y de marcas. En efecto, los dueños del capital procuran obtener rentas por sobre las utilidades normales competitivas a partir de posiciones de monopolio legal (patentes y aranceles), económico (barreras a la entrada y economías de escala) o "natural" (por costos marginales decrecientes a escala y altos costos fijos iniciales). Y también procuran apropiarse de las rentas que provienen del acceso en condiciones favorables a recursos físicos de mayor rendimiento que el promedio (tierra de mayor fertilidad, yacimientos y minas más productivos o espacios de localización favorable de la actividad económica por externalidades positivas o ventajas de aglomeración), así como de extracción no renovable (minerales) y de oferta más limitada, al menos en el corto plazo. Esta "renta diferencial" de tierras, minas y yacimientos será tanto más amplia para los productores como lo sea la diferencia de costos y alta la demanda de los bienes de oferta inelástica.
Los ingresos rentistas distintos de las utilidades obtenidas en condiciones de competencia, se han visto impulsados por el incremento de la concentración de empresas en muchos sectores económicos, por rentas financieras y por la acción gubernamental de reforzamiento de los derechos de propiedad intelectual y de subvenciones a las grandes corporaciones en nombre del estímulo de la inversión. El análisis histórico indica, siempre de acuerdo a Piketty, que se rompe la relación entre esfuerzo y enriquecimiento y aparecen oligarquías que se consolidan mediante la herencia, de no mediar políticas que la contengan, como las posteriores a la primera guerra mundial y hasta los años 1980 del siglo XX en Europa y Estados Unidos. El incremento de las utilidades corporativas es paralelo a la concentración de los mercados, lo que se expresa en que la oferta se va limitando en las diversas industrias a pocos agentes, que operan con precios no competitivos de compra de insumos y de venta de bienes intermedios a otras empresas o de bienes finales al consumidor y alimenta sus márgenes (De Loecker, Eeckhout & Lunger, 2020). Los datos recopilados por Kwon, Ma & Zimmermann (2024) muestran que la concentración en ventas y activos se ha incrementado persistentemente en el último siglo en Estados Unidos. Este aumento fue mayor en la manufactura y la minería antes de los años 1970 y ha sido más fuerte después en los servicios, la distribución minorista y las ventas al por mayor. Estas tendencias dieron lugar desde el siglo XIX, en Estados Unidos y más tarde en Europa, a legislaciones antimonopolio de relativamente poca capacidad de impedir la concentración y las colusiones.
Hasta la era de las conquistas europeas a partir del año 1500, China había sido la zona del mundo de mayor población y capacidad productiva. La etapa "imperial-comercial" europea cambió esta situación en materia de producción y tuvo como soporte el dominio británico de los mares y su absorción de suministros, conocimientos y técnicas originadas en diversas partes del mundo, incluyendo Asia, como factores concurrentes al fortalecimiento de su imperio (Norel, 2009). El imperio inglés se había apoyado en la esclavización de poblaciones africanas para paliar la carencia de mano de obra en América y el Caribe en la producción para la exportación de azúcar y algodón. Lo propio hicieron en gran escala los imperios español y portugués, luego del derrumbre demográfico de las poblaciones originarias, afectadas por masacres y enfermedades. El imperio británico consolidó su posición en el siglo XIX mediante una revolución industrial que le permitió, entre otros avances, ampliar sustancialmente sus medios de transporte terrestres y marítimos y consolidar sectores productivos líderes en la industria textil y metalúrgica. Se expandieron los ferrocarriles y la construcción mecánica y naval, apoyadas en las exportaciones y el proteccionismo y en la importación de alimentos baratos. Francia y Alemania se acoplaron a la primera revolución industrial y recuperaron distancias formando ingenieros para la segunda revolución industrial, la de la electricidad y el motor a combustión que utiliza derivados del petróleo.
Los procesos de interacción entre zonas del mundo se aceleraron con la hibridación de conocimientos y técnicas en economías crecientemente interconectadas. La acumulación originaria de capital, en la expresión de Karl Marx (1867), se produjo históricamente por apropiaciones de recursos obtenidas mediante la conquista europea violenta de tierras y espacios geográficos y el uso de privilegios legales muchas veces obtenidos por la fuerza (Beckert, 2018). En la etapa previa a la revolución industrial, el trabajo humano tenía una muy baja retribución, lo que no estimuló el invento de máquinas hasta que en Inglaterra los salarios a mediados del siglo XVIII alcanzaron niveles sustancialmente superiores a los del resto de Europa (Cohen, 2010). Muchas herramientas y máquinas existían antes del siglo XIX, pero funcionaban con energía humana y animal y el uso de la fuerza del viento y del agua. La revolución industrial permitió la acumulación de capital a partir de la multiplicación de la energía con el vapor en base a carbón, con el que se inició la mecanización del mundo en las minas, la industria y el transporte. La gran innovación consistió en la introducción lenta y por etapas de la máquina a vapor y la puesta a punto del condensador, que redujo el consumo de combustible en cuatro quintos. El carbón extraído del subsuelo se transformó en la principal fuente de energía, del que Inglaterra disponía en abundancia cerca de sus centros urbanos, además de favorecer la circulación de las ideas y los avances de la ciencia y sus aplicaciones. La industrialización se extendió al noroeste a Europa en dos ramas principales: la industria textil, que representaba tres cuartas partes de la actividad industrial y el 14% de la población activa hacia 1850 en Inglaterra (basada en ese país en el algodón abastecido desde el sur de Estados Unidos y en Francia en la lana y la seda) y la asociación entre la extracción de carbón y la metalurgia, con la primera haciendo funcionar las nuevas máquinas a vapor producidas por la segunda. El conocimiento y la tecnología para domesticar la naturaleza, construir ciudades, rutas y campos arables y herramientas y máquinas cada vez más sofisticadas, lograron grandes aumentos de la productividad por hora trabajada en la agricultura y la manufactura artesanal y más tarde industrial.
Desde la revolución industrial iniciada a fines del siglo XVIII, y especialmente desde la etapa final del siglo XX, predominan la acumulación privada de capital y los intercambios en mercados caracterizados por elevados grados de concentración. Éstas dieron lugar a aumentos sustanciales de productividad, con lo que el crecimiento de la producción empezó a superar al de la población, especialmente en Europa Occidental y posteriormente en sus extensiones. Hacia 1870 culminó la fase iniciada más de un siglo antes, basada en innovaciones tecnológicas y en la organización de la producción en empresas con asalariados que iniciaron un camino de aumento de la productividad por trabajador y del ingreso medio por habitante. La segunda fase de la revolución industrial implicó no solo a Europa Occidental sino que se extendió a Estados Unidos y más tarde a Japón, con el perfeccionamiento del acero (1856), nuevos medios de transporte terrestres y marítimos con uso de carbón, el telégrafo, la electricidad (1880), los primeros forajes de petróleo (1858) y los motores a combustión.
Así, la revolución industrial y los sucesivos avances tecnológicos y de organización productiva permitieron dar saltos progresivos y sustanciales desde los niveles de producción de subsistencia prevalecientes en la mayor parte de la historia humana previa. Como subraya Angus Deaton (2015), “la Revolución Industrial, que comenzó en el Reino Unido en los siglos XVIII y XIX" fue la que "dio inicio al crecimiento económico responsable de que cientos de millones de personas escaparan de la indigencia material”, en medio de “la otra cara (...) que los historiadores llaman la 'Gran Divergencia', cuando el Reino Unido, seguido un poco después por Europa noroccidental y los Estados Unidos, se separó del resto del mundo, creando un enorme golfo entre Occidente y el resto del mundo, que no se ha cerrado hasta el día de hoy”.
De especial relevancia fue la intensificación de los usos de la ciencia aplicada con la introducción sucesiva de:
las máquinas textiles a partir de 1733, junto a la máquina a vapor a partir de 1769 y la locomotora a vapor en 1829;
los fertilizantes en base a amoníaco hacia 1840;
la electricidad hacia 1880;
el motor a combustión hacia 1880-90;
la industria química y del petróleo para el desarrollo de productos sintéticos y combustibles desde fines del siglo XIX;
la producción industrial en masa y la generalización del uso de fertilizantes sintéticos y semillas seleccionadas en la actividad agrícola desde la primera parte del siglo XX;
los medios de transporte y las cadenas de valor integradas en mercados globalizados desde la segunda guerra mundial y
las tecnologías de la información y las comunicaciones, internet, la biotecnología, los robots y la inteligencia artificial en la última parte del siglo XX e inicios del siglo XXI.
El cambio tecnológico acelerado desde el siglo XIX en Europa incluyó el paso a la energía a vapor, a la electricidad, a los motores de combustión, a la producción en masa, a la manufactura en cadenas globales y, recientemente, a las sociedades de la información, Carlota Pérez (2010) distingue una primera etapa de cambio tecnológico industrial en base a la mecanización de la manufactura del algodón y el hierro forjado; luego una segunda etapa con la era del vapor y los ferrocarriles; la tercera fue la era del acero, la electricidad y la ingeniería pesada y la cuarta la del petróleo, el automóvil y la producción en gran escala, mientras la quinta revolución tecnológica es la edad de la información y las telecomunicaciones, lla robotización de una parte de la producción y del uso de la inteligencia artificial en gran escala por plataformas digitales en red, incluyendo de manera reciente la de tipo generativo, y las biotecnologías. En la aceleración del crecimiento del ingreso por habitante a nivel global se pueden distinguir diversas fases. La primera fase fue la de “inicio de la era industrial” (1820-70), que presentó un ritmo de crecimiento del producto por habitante todavía lento, de 0,6% anual por habitante. Crecieron los países europeos, América del Norte, Australia-Nueva Zelandia y América Latina. Y fue durante la fase del “viejo orden liberal” (1870-1913) cuando el comercio se liberalizó, se expandieron las migraciones y los movimientos de capital y el crecimiento se aceleraron en todas partes. Se alcanzó un 1,2% de crecimiento anual promedio por habitante, período en el que apareció la electricidad y los motores de combustión interna en base a derivados del petróleo, en una segunda fase de la revolución industrial, marcando un antes y un después en la historia económica y las condiciones de vida en las sociedades humanas. Siempre según Angus Maddison (2004),
“la renta real por habitante del grupo de países que pertenecen al capitalismo más avanzado –Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Japón–, se multiplicó casi por tres entre los años 1000 y 1820, y por veinte desde esa fecha hasta el año 2001. En el resto del mundo, la renta creció mucho más despacio: un tercio entre los años 1000 y 1820, y sólo se ha multiplicado por seis desde entonces. Occidente tenía un 52 por 100 del PIB mundial en 2001, un 14 por 100 de la población mundial y una renta media por persona cercana a los 22.500 dólares (PPA de 1990); mientras, el resto del mundo daba cobijo a un 86 por 100 de la población mundial, pero su renta no superaba los 3.400 dólares por habitante".
Siguiendo a Simon Kustnetz, Bradford DeLong (2022) sitúa en 1870 el mayor quiebre de tendencia en la historia de las sociedades humanas, con el paso al "crecimiento económico moderno" y un aumento de la producción que empieza a ser sustancialmente superior al de la población, gracias a las innovaciones tecnológicas descritas. Desde 1870, se rompe la presión demográfica superior a la capacidad de aumentar la producción, y esta pasa a un crecimiento promedio por habitante del orden de 2% al año desde entonces hasta la actualidad, que este autor atribuye a la ciencia moderna y a los mercados que permiten formar laboratorios y corporaciones industriales junto a gobiernos más competentes en sostener el crecimiento y la maximización de la división productiva del trabajo en escala global. Entre 1820 y 1870 se amplió el ritmo global de crecimiento de la producción por habitante a 0,6% anual, mientras entre 1870 y 1913 se expandió a 1,2% anual, permitiendo la aceleración demográfica y un cambio sustancial de las condiciones de vida y consumo de los sectores de ingresos altos y medios en el mundo, así como una presión sobre los ecosistemas de creciente magnitud. e impacto.
La economía de Estados Unidos de América superó en tamaño del PIB a la del Reino Unido hacia 1870. Fue en la etapa final del siglo XIX, después de la guerra civil de 1861-1865, cuando Estados Unidos se encaminó a consagrar una posición económica global dominante. Antes de la primera guerra mundial se había consolidado el intercambio internacional de productos y la circulación de capitales, junto a importantes corrientes migratorias desde Europa a América, en medio de una reconfiguración de los imperios coloniales. Esta incluyó la caída del imperio español, la menor influencia del francés, del ruso y del turco y la consolidación y dominio del imperio británico, que hacia 1900 controlaba casi una cuarta parte de la población mundial y del territorio terrestre. Las grandes disponibilidades energéticas y de recursos naturales de Estados Unidos, junto a una temprana capacidad de absorber las innovaciones tecnológicas de la revolución industrial europea (con un mismo idioma y una comunicación marítima entre la costa oeste de Inglaterra y la costa este de Estados Unidos en tiempos breves), y el gran esfuerzo de inversión que permitió conectar por ferrocarril al país de costa a costa en una semana desde 1869 cuando antes se necesitaban meses, lograron expandir su producción y su población sustancialmente en la segunda parte del siglo XIX y sentar las bases de su dominio económico y militar en el siglo XX. Esto le permitió sobrepasar económicamente a Reino Unido, Francia y Alemania combinadas en la segunda mitad de los años 20, no obstante haber sido primordial el rol británico en la difusión del conocimiento y en las invenciones que dieron lugar a la primera revolución industrial.
La de Estados Unidos fue la economía dominante en el siglo XX, país conformado con parte de las antiguas colonias británicas de América del Norte independizadas en 1776 y ampliado geográficamente mediante compras de territorios a Francia, España, México y Rusia y a través de guerras de conquista y anexiones de tierras de sus pueblos originarios y de la invasión del norte de México. Aunque ha ido perdiendo su supremacía industrial, es aún determinante en los ámbitos financiero y monetario: las transacciones en dólares representan aproximadamente el 60 % del total mundial, aunque es una proporción declinante, frente a alrededor del 20 % para el euro y una fracción menor para otras monedas. Además, el mayor mercado interno del mundo medido en términos de gasto de consumo final de los hogares en 2023 es el de Estados Unidos, con 31% del total, seguido de la Unión Europea, con 16%, y de China, con 12%. Europa, por su parte, sigue siendo la principal potencia exportadora global, pues en 2023 la UE representó un 17% del total de exportaciones de bienes y servicios, China un 12% y Estados Unidos un 10%, según la Organización Mundial del Comercio. Esto contrasta con la situación contemporánea, en que China concentraba hacia 2023 un 32% del valor agregado manufacturero global, a comparar con el 3% en 1990, según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial. Junto a otros cinco productores asiáticos, es decir Japón (6,6 por ciento), India (3,2 por ciento), SurCorea (3 por ciento), Indonesia (1,5 por ciento) y Taiwán (1,4 por ciento), este continente representa la mitad de la manufactura en el mundo. La parte de China es hoy muy superior al 23% de Europa (17% de la Unión Europea) y al 15% de Estados Unidos. Posee el sistema industrial más completo y domina parte de las cadenas de valor internacionales junto a un abastecimiento diversificado de materias primas energéticas, minerales y alimentarias.
El sistema de economía global integrado alrededor de los polos dominantes tradicionales y emergentes (ver el capítulo sobre globalización) se reestructuró en el contexto de las menores tasas de crecimiento de la productividad y del PIB que los de la “edad de oro” de la posguerra, con una reformulación de las regularidades del “fordismo” que articulaban desde los años 1930 con cierta estabilidad condiciones modernas de producción en serie y consumo de masas, al combinar salarios crecientes y aumentos de productividad en cadenas cada vez más automatizadas. Este tipo de regulación micro y macroeconómica dio paso desde los años 1970 a una mayor flexibilidad de las empresas y a la subcontratación y deslocalización como mecanismos de adaptación a las menores ganancias de productividad. La desindustrialización posterior a la etapa “fordista” y la redistribución regresiva de los ingresos, implicó un debilitamiento de la participación del trabajo en prácticamente todo el mundo. En las naciones de altos ingresos emergieron nuevas actividades con mejores salarios, pero en zonas distintas de las más afectadas por la pérdida de empleos. En Estados Unidos, los trabajadores despedidos no se trasladaron en busca de nuevas oportunidades y tuvieron dificultades para competir por buenos empleos en sus entornos, muchos de los cuales requerían un título universitario. Encontraron trabajo en empleos de servicios que pagan una fracción de lo que ganaban antes en las fábricas, o bien abandonaron la fuerza laboral. Las tasas de empleo entre los hombres bajaron y las tasas de adicción y de muertes prematuras aumentaron. La fase actual de la globalización ha evolucionado, de este modo, hacia un capitalismo en el que la maximización de utilidades de corto plazo de las empresas -para responder a las presiones de los inversionistas rentistas en los mercados de capitales y las bolsas- se impone por sobre el capitalismo productivo articulado a las condiciones del consumo de sus trabajadores en los espacios nacionales.
La producción flexible buscó adaptarse a impulsos de demanda más específicos y menos uniformes y masivos, con ciclos del producto más breves, en una evolución constante de las tecnologías y de los productos, con una confrontación competitiva acentuada por la desregulación del sistema monetario internacional y las variaciones cambiarias. Se consolidaron, en base a la revolución microelectrónica y la innovación en redes con la generalización del uso de Internet, las actividades de procesamiento de información en proporciones que en pocos años han cambiado las estructuras productivas y de consumo. Se acentuó la diferenciación de productos, la innovación tecnológica y el incremento de la demanda de mano de obra calificada, adaptada y móvil. Así, en sustitución del modelo de producción en masa para la fabricación continua de altos volúmenes de unidades homogéneas, la empresa capitalista fue adoptando sistemas de producción flexible capaz de fabricar una gama de productos cambiantes, adaptándose a las variaciones de la demanda en cantidades y calidades, descomponiendo con más frecuencia sus procesos productivos internacionalmente y practicando la "discriminación de precios" entre segmentos de la demanda por sus productos. Creció la proporción de los insumos intangibles en el perfil de producción, así como crecieron la innovación y los servicios en el valor agregado. La empresa moderna tendió a ser menos una pirámide jerárquica y compartimentada por funciones y más una organización en red flexible y descentralizada, que combina una dirección estratégica y alta autonomía y adaptabilidad, apoyada en el potencial de la intercomunicación digitalizada. Esa forma organizativa es capaz de manejar tareas mucho más complejas y estructuras mucho más vastas, con gran capacidad adaptativa en cada punto de contacto con el medio exterior.
Se estimuló, además, la creación de mayores economías de escala, dado que los costos incurridos en el desarrollo del conocimiento no se repiten cuando es reutilizado y se absorben en los mercados globales. Se produjo un crecimiento explosivo de las tecnologías digitales como redes móviles, sensores remotos y computación en la nube, que crean vastos campos de información, una buena parte de los cuales son datos personales procesados por poderosos instrumentos analíticos, compartidos y transferidos alrededor del mundo. Estos ofrecieron oportunidades de creación de valor e incrementos de productividad, aunque también implican muchas veces la pérdida de control de sus datos por los individuos, con usos de negocio a partir de los datos de preferencia de consumo, localización personal, flujos de transporte y servicios financieros. Esto explica que la inversión y el crecimiento productivo, incluyendo la extracción y elaboración de recursos naturales, estuviesen crecientemente determinados por el capital basado en el conocimiento y en los servicios a la producción, cuya importancia en los PIB de los países ha aumentado sustancialmente, junto a los servicios a las personas. Contrariamente al capital físico, la inversión en diversas formas de capital basado en conocimiento –incluyendo la investigación y desarrollo tecnológico, el diseño de productos y procesos, la creación de nuevos modelos de negocio y distribución, la traducción automática- tiene mayores capacidades de difusión hacia otros segmentos de la economía.
En Estados Unidos, la proporción de los sectores intensivos en conocimiento en el valor agregado aumentó de 20% a 34% entre 1975 y 2015 (Berkes y Gaetani, 2023). Se puede distinguir tres tipos de capital de esta índole: la información computarizada (software y bases de datos), la propiedad innovativa (patentes, diseños, copyrights, trademarks) y la competitividad económica basada en el prestigio de marca, con calificaciones humanas específicas a la firma, redes que vinculan personas e instituciones y saber-hacer organizacional que aumenta la eficiencia de empresa. El saber-hacer organizacional de las empresas puede aumentar el valor de los activos computacionales en un factor de diez, mientras se fueron haciendo cada vez más cortos los ciclos de productos y más frecuente su obsolescencia programada.
En la etapa actual del capitalismo, se han multiplicado, además, las rentas que provee el uso de información de carácter digital gratuita o de bajo costo, almacenada masivamente en la "nube", especialmente por las grandes empresas del capitalismo de plataformas. Estas proporcionan la infraestructura digital necesaria para mediar entre diferentes agentes económicos y producen y dependen de efectos de red: al aumentar el número de usuarios aumenta el valor de la plataforma. Las plataformas parten de una idea innovadora y de una inversión posterior costosa, y algunas son aceptadas y utilizadas por millones de usuarios. Pero sus prácticas comerciales suelen favorecer la expulsión de competidores o impedir la entrada de otros nuevos, a la vez que limitan la privacidad. Los cinco grandes grupos de plataformas -publicitarias (X, Google y Facebook), de la nube (Amazon), industriales (Intel, Microsoft, Siemens), de productos (Spotify, empresas de monitoreo industrial) y "austeras" (Uber, Airbnb)- se benefician de subvenciones cruzadas: una rama de la compañía reduce el precio de un servicio o de un producto mientras que otra rama sube los precios para cubrir estas pérdidas (correo electrónico gratis para captar usuarios y publicidad de pago, por ejemplo). Con frecuencia, cuando se ha fidelizado a los usuarios a costa de una baja rentabilidad inicial, se introduce o aumenta el pago por el servicio. La consecuencia es una tendencia a la monopolización para desarrollar más funciones dentro de la misma plataforma para que los usuarios no tengan que salir de ella y así realizar ganancias con la acumulación de datos y pago por servicios.
Las plataformas se han construido, con frecuencia, en base a una informalización de las relaciones laborales, con trabajadores seudo-independientes en áreas como el reparto a domicilio y el transporte de personas. El resultado es que la renta de plataformas fortalece sustancialmente la concentración de poder económico en los mercados globales, especialmente en el control de la infraestructura de la nube, que genera nuevos desafíos para los gobiernos, tanto estratégicos (la disputa tecnológica China-EE.UU. respecto a la Inteligencia Artificial, la 5G y el Internet de las cosas), regulatorios (en materia de acceso, precios y condiciones laborales) como tributarios (para redistribuir las sobre-utilidades).
La etapa actual de capitalismo financiero globalizado y de dominio de las empresas tecnológicas se acompañó de incrementos de los salarios inferiores a los de la productividad, al hacerse la demanda cada vez más global y menos dependiente del poder de compra de los salarios en los espacios nacionales, junto a un debilitamiento de la capacidad de negociación sindical. Los trabajos que producen o utilizan y difunden el conocimiento tienden, por su parte, a tener una mayor calificación y remuneración (científicos, ingenieros, juristas y otros), las "clases creativas", que Richard Florida (2012) dimensiona en un 30% de la fuerza de trabajo para Estados Unidos, por lo que el crecimiento del capital basado en conocimiento indujo mayores desigualdades de ingresos en detrimento de los trabajos rutinarios no calificados. Estos factores debilitaron la capacidad negociadora del trabajo asalariado frente al capital y se produjo una caída, especialmente en Estados Unidos, de los ingresos reales de la clase obrera manufacturera tradicional y un crecimiento exponencial de los ingresos del capital y de las llamadas clases creativas. A la vez, se restringió la retribución a la pequeña empresa proveedora de insumos para las empresas dominantes. Tanto la deslocalización en cadenas globales como la financiarización fueron debilitando la articulación previa entre la producción de distintas escalas con los salarios y el consumo propio de la etapa de la producción en masa junto a su mayor equilibrio en la retribución del capital y el trabajo. En otros casos, han aumentado las rentas del capital invertido en bienes de oferta limitada o inelástica y alta demanda, como determinadas propiedades inmobiliarias, diversos recursos naturales no renovables o bien productos o talentos humanos que no pueden ser reproducidos (como las obras de arte originales o ciertas figuras y performances culturales o deportivas) o tienen un alto costo de producción adicional, cuyo valor de mercado tiende a aumentar exponencialmente.
La renta del trabajo son las remuneraciones por sus servicios y la del capital se refiere a la rentabilidad que reciben los propietarios de activos como terrenos, plantas y equipos, edificios y derechos de autor. Datos para Estados Unidos señalan que en 2022 la participación laboral en los ingresos se encontraba en su nivel más bajo desde la Gran Depresión, con una caída de 5 puntos porcentuales entre 1929 y 2022 y de 7 puntos porcentuales desde la Segunda Guerra Mundial (Karabarbounis, 2024). La estimación de este autor para una muestra de países es una caída de aproximadamente 6 puntos porcentuales en la participación laboral desde 1980, con caídas en la participación laboral en economías anglosajonas (Australia, Canadá y Estados Unidos), en economías europeas avanzadas (Francia, Alemania, Italia y España), en economías asiáticas avanzadas (Japón y Corea), así como en economías emergentes (China, India, México y Tailandia). Los países con aumentos son Brasil, el Reino Unido y Rusia. El descenso mundial de la cobertura de negociación colectiva, según la OCDE, es decir la proporción de empleados con derecho a negociar, ha caído unos 7 puntos porcentuales de media desde comienzos de los 2000, coincidiendo con la caída de la participación laboral en la mayoría de los países de altos ingresos. En cuanto a las políticas de mercado laboral, el salario mínimo (un mínimo más alto reduce el poder monopsónico de las empresas) presenta una evidencia mixta en la OCDE. Australia, Francia y Estados Unidos han visto caer su salario mínimo en relación con la mediana o la media salarial, mientras que Canadá, Corea y España lo han elevado. Aun así, los seis países han sufrido descensos de la participación salarial en grados y momentos distintos.
En suma, en los últimos cuarenta años un grupo pequeño de empresas se ha llevado la mayor parte de las recompensas de los avances tecnológicos y de los bienes no reproducibles. Según los datos recopilados por Forbes, la riqueza de los milmillonarios a nivel mundial ha crecido en promedio un 7,1 % anual (ajustado por inflación) entre 1987 y 2024. En lugar de trasladar a los consumidores los beneficios de las mejores tecnologías mediante precios más bajos, estas empresas aprovechan las nuevas tecnologías para diferenciar productos y cobrar precios aún más altos. Las consecuencias van desde precios innecesariamente elevados hasta menos empresas startups capaces de competir, pasando por el aumento de la desigualdad y el estancamiento de los salarios de la mayoría de los trabajadores y una movilidad social limitada.
Las estructuras económicas mixtas
Muchos autores han seguido a Paul Samuelson cuanto calificó a la mayoría de las economías contemporáneas como "mixtas", pues los productores y consumidores determinan sus conductas condicionados por las reglas públicas existentes y las relaciones de poder en estructuras que incluyen agentes empresariales, estatales, sociales y familiares que interactúan en los intercambios económicos e inciden en sus resultados. Además de las empresas capitalistas y de los Estados, existen unidades productivas sin fines de lucro en las transacciones de mercado y esferas productivas más allá de los mercados, como el trabajo doméstico, la subsistencia familiar en economías campesinas y urbanas y formas de economía social y comunitaria. Por otro lado, en diversas experiencias en el siglo XX, se establecieron directamente "economías estatalmente centralizadas", en retirada en el mundo actual, como se reseña más adelante.
Las economías no funcionan como sistemas puros sino en medio de "pisos" yuxtapuestos, siguiendo a Fernand Braudel (1984), que configuran estructuras económicas. Las economías actuales se componen tanto de una esfera de acumulación capitalista, en la que prevalecen mercados concentrados y grandes empresas privadas productoras de bienes y servicios que procuran maximizar el rendimiento de su capital invertido y sus respectivos medios de financiamiento, como de una esfera de provisión estatal de bienes y servicios, las que interactúan con pequeñas empresas, muchas de ellas familiares, el micro-emprendimiento y las transacciones informales de subsistencia, así como en diversos casos con una economía social y cooperativa sin fines de lucro.
En la actualidad, especialmente desde la declinación de las economías centralizadas creadas a partir de la revolución rusa de 1917, incluyendo la apertura de China a los mercados internacionales desde los años 1980 y el colapso de la Unión soviética en 1991, el capitalismo es el sistema económico dominante en escala global, pero inserto en estructuras económicas mixtas. En palabras de Erik Olin Wright (2020):
"todos los sistemas socioeconómicos son mezclas complejas de diferentes tipos de estructuras, relaciones y actividades económicas. Ninguna economía ha sido – o podría ser – puramente capitalista. El capitalismo como forma de organizar la actividad económica tiene tres componentes fundamentales: la propiedad privada del capital, la producción para el mercado con el fin de obtener ganancias y el empleo de trabajadores que no son propietarios de los medios de producción. Los sistemas económicos existentes combinan el capitalismo con toda una serie de otras formas de organizar la producción y distribución de bienes y servicios: directamente por parte de los Estados, dentro de las relaciones íntimas de las familias para satisfacer las necesidades de sus miembros, a través de redes y organizaciones comunitarias, por medio de cooperativas mantenidas y gobernadas democráticamente por sus miembros, a través de organizaciones sin fines de lucro, a través de redes entre iguales que participan en procesos de producción colaborativa y muchas otras posibilidades. Algunas de estas formas de organizar las actividades económicas pueden considerarse híbridas, combinando elementos capitalistas y no capitalistas, otras son totalmente no capitalistas, y otras son anticapitalistas. Llamamos “capitalista” a un sistema económico cuando los impulsos capitalistas son dominantes a la hora de determinar las condiciones económicas de la vida y el acceso a los medios de subsistencia de la mayoría de las personas."
El poder capitalista privado suele consolidar estructuras de control asimétrico de los recursos productivos y funcionar como una oligarquía (Winters, 2011) capaz de incidir en mayor o menor grado en las decisiones de los Estados-nación y en los mecanismos de financiamiento, comercio e inversión productiva en las economías. Pero debe interactuar con dinámicas institucionales y culturales, aunque lo haga beneficiándose de asimetrías de poder entre los actores de la sociedad, incluyendo los que forman parte de los intercambios de mercado. El capitalismo no evoluciona en las sociedades "en estado puro", sino que debe coexistir con otros agentes económicos como los Estados, las familias y su trabajo doméstico y mecanismos propios de provisión e intercambio de bienes, junto a las variadas entidades de la "economía social" total o parcialmente sin fines de lucro y otras formas de asignación de recursos que solo las que transcurren en los mercados, en "interrelaciones mixtas" que requieren análisis históricamente situados, que varían en el tiempo y que son parte de la vida de las sociedades y de su funcionamiento económico cotidiano (ver el capítulo respectivo).
Las reglas institucionales enmarcan las interacciones sociales y económicas. Los intercambios en los mercados en los que la maximización de excedente es el incentivo principal de múltiples demandantes (consumidores) y oferentes (productores) son moldeados por la regulación pública de diversos precios y cantidades producidas descentralizadamente y por la asignación de una parte de los recursos existentes por órganos administrativos. La movilización de recursos de trabajo, naturales y de capital producido para la producción que satisface necesidades humanas y permite su reproducción, se rige por reglas formales e informales que vinculan las diversas posiciones sociales y de género. En ellas influyen las relaciones de poder y las conformaciones culturales que moldean las motivaciones y comportamientos individuales y colectivos en cada sociedad. Las configuraciones de las reglas institucionales y organizacionales cambian y se transforman de modo gradual o discontinuo, incluyendo momentos de ruptura.
El Estado no es un actor exterior a los mercados, que se introduce en el análisis después de constatar fallas de esos mercados que requieren de acciones públicas correctoras. El poder del Estado está inserto en el corazón del funcionamiento de las economías con mercados, incluyendo aquellas en las que las transacciones descentralizadas son predominantes y en las que la esfera más importante es la que procura maximizar la rentabilidad de los activos involucrados en el proceso de producción, en una constante dinámica de acumulación de capital. Sin Estado no hay transacciones posibles o estas fallan considerablemente, pues desde la antigüedad certifica tasas y medidas, provee moneda de curso legal como unidad de cuenta, medio de transacción y medio de ahorro, así como los mecanismos jurídicos y la coerción para obtener el cumplimiento de contratos privados. Los Estados modernos proveen, además, bienes públicos y bienes privados con efectos externos positivos que las empresas de mercado no suministran o lo hacen de manera insuficiente, así como diversos seguros intertemporales en materia de pensiones, salud y desempleo. Intervienen en el ciclo económico de auges y recesiones y en situaciones de crisis depresiva o de inflación a través de la política monetaria, fiscal y de ingresos, los que redistribuye en un sentido u otro a través de impuestos y transferencias. El gasto público representaba en promedio un 46% del PIB en 2021 en los países de la OCDE y el gasto público social un 21% del PIB.
La extensión de la esfera de las mercancías, por su parte, no es algo que esté dado, pues encuentra límites sociales (Sandel, 2013). Si los economistas convencionales no se ocupan de ellas, es porque lo que modelizan está restringido, por elección deliberada, a los intercambios mercantiles. Pensemos en los órganos humanos, la naturaleza o los numerosos servicios que se brindan entre sí los miembros de las familias, los amigos, los vecinos y los colegas: todo ello resulta útil a unos y otros sin que necesariamente posean un valor económico mercantil. Si se toma el ejemplo de la tierra, su utilidad para los humanos es evidente. Para que adquiriera un valor de cambio y entrara en el circuito monetario de compras y ventas, fueron necesarias transformaciones sociales de gran magnitud. Estos procesos implicaron en distintas etapas de la historia el fin de las reglas de acceso y uso compartido a la tierra y otros bienes comunes, en favor de la propiedad privada y de las transacciones de mercancías mediante el uso de moneda como unidad de cuenta en la fijación de precios, medio de cambio y reserva de valor.
El capitalismo evoluciona según distintos tipos de regímenes de producción y de crecimiento (Boyer, 2007) que moldean las estructuras en que se desenvuelven, es decir de uso de la fuerza de trabajo en la producción, de acumulación de capital en unidades con distintas funciones y tamaños y de distribución de los recursos e ingresos generados, y de consumo, con mayor o menor prevalecencia de la obsolescencia programada y del consumo no funcional. Están determinados por las modalidades de operación simultánea de los intercambios descentralizados -con precios variables y ofertas y demandas de bienes en mercados determinados por el poder adquisitivo de los participantes- y de la provisión pública de determinados bienes y servicios, junto a las redes de reciprocidad, solidaridad comunitaria y autoabastecimiento familiar (Esping-Andersen, 1983), moldeados por mecanismos de autoregulación social y de regulación por poderes estatales. En la mayor parte de las economías actuales, los servicios ocupan un lugar preponderante en el empleo de la fuerza de trabajo, mientras en las sociedades pre-industriales ese lugar lo ocupaban la agricultura y la artesanía y en las sociedades industriales lo hicieron las actividades manufactureras.
Este proceso ha ocurrido de manera desigual según la posición de cada economía en los sistemas de centros y periferias, a la vez que impactaron en escala creciente sobre la inequidad en la distribución de los ingresos (Piketty, 2013) y sobre el dinamismo de la acumulación, pues en los servicios los aumentos de productividad son muy inferiores a los experimentados en la producción de bienes. Las economías contemporáneas están inmersas en una amplia división internacional del trabajo estructurada en centros y periferias por especializaciones productivas y por cadenas globales de generación de excedentes. Están condicionadas por el lugar que cada territorio ocupa en la articulación entre esos centros y periferias y por los intercambios de múltiples insumos, de proveniencia más o menos distante espacialmente pero siempre intervenidos por relaciones de poder asimétrico entre los actores económicos intervinientes. Estos intercambios y relaciones de poder determinan la distribución de los recursos, de la riqueza y de los ingresos entre países y entre categorías de miembros de las diferentes sociedades, así como las fronteras entre la esfera mercantil, la de los bienes comunes y la de las otras esferas de la vida humana y la magnitud de los impactos sobre el medio natural.
En las transacciones entre naciones, cada compra que realiza un agente económico en un país es también una venta para otro. Este intercambio puede ser de bienes y servicios intercambiados por bienes y servicios, bienes y servicios intercambiados por activos o activos intercambiados por activos. Toda compra implica una venta, por lo que la "balanza de pagos" siempre se equilibra, con una identidad contable para las transacciones internacionales entre las ventas de bienes y servicios nacionales (que incluyen el pago de intereses y dividendos pues son pagos por el uso del capital de otra persona) a extranjeros más las ventas de activos nacionales a extranjeros que igualan las compras nacionales de bienes y servicios extranjeros más las compras nacionales de activos extranjeros. Por ello, las ventas de activos menos las compras de activos igualan las compras de bienes y servicios menos las ventas de bienes y servicios. Lo primero representa los ingresos netos de capital de un país, es decir el balance positivo o negativo de la inversión de extranjeros en activos internos sobre la inversión nacional en activos extranjeros. Lo segundo es el déficit comercial, es decir el balance positivo o negativo de las compras nacionales de bienes extranjeros sobre las compras extranjeras de bienes nacionales. De ahí que los ingresos (o egresos) netos de capital sean iguales al déficit (o superávit) comercial. La manera en que esta identidad contable se desglosa entre los flujos de bienes y los flujos de activos se conoce como la balanza de pagos de un país.
A su vez, las economías nacionales suelen experimentar altibajos. Estas son medidas por el Producto Interno Bruto (PIB), es decir la suma del valor agregado con valor monetario por los distintos sectores de producción de bienes y servicios. En las comparaciones en el tiempo se descuenta la inflación, mediante "deflactores", para reflejar valores reales. Las fluctuaciones ocurren alrededor de tendencias a largo plazo usualmente ascendentes, para lo que se calcula el "PIB potencial", es decir la cantidad que la economía podría producir con pleno empleo de los recursos en un horizonte previsible. En ocasiones, el PIB efectivo supera el PIB potencial, pero estas situaciones implican un sobrecalentamiento económico y la amenaza de inflación. En otras se producen recesiones y luego recuperaciones, con etapas de estabilidad y otras de inestabilidad y crisis. Esto puede ser el resultado tanto de choques externos -eventos catastróficos y pandemias, malas cosechas por razones climáticas, plagas, guerras, colapsos en la confianza de los agentes económicos, entre otros factores- como de ciclos y dinámicas internas a los circuitos de producción, distribución y consumo -acumulación de desequilibrios de oferta y demanda, crisis financieras, cambios productivos y tecnológicos que terminan por hacer crisis- a veces precipitados por los choques externos.
Estos choques y crisis pueden ser amplificados o mitigados por las acciones de los gobiernos y las instituciones. La mantención de impuestos bajos es usualmente recomendada por las corrientes de economistas liberales, pero la experiencia indica que no generan un alto crecimiento, como tampoco lo hace la desregulación generalizada de los mercados, especialmente la desregulación financiera, que repetidamente ha llevado a fluctuaciones y crisis. La magnitud de las crisis periódicas depende de los desequilibrios acumulados en las economías y la mayor o menor voluntad y capacidad para prevenirlas y orientar hacia la estabilidad dinámica las conductas de los agentes económicos, a través de políticas fiscales, monetarias, cambiarias y de ingresos.
El dominio en las economías mixtas, con diversas intensidades, del modo de producción o sistema capitalista -con una lógica de funcionamiento y reproducción que le es propia pero que debe interactuar con otros componentes de la estructura económica- es el resultado histórico tanto de continuidades como de rupturas políticas, sociales, culturales y tecnológicas en los Estados-nación y en el sistema mundial que interrelaciona y jerarquiza las economías nacionales. Este vivió una etapa de "polarización" dominada por Estados Unidos y la Unión Soviética después de 1945, una de "globalización" entre 1980 y 2008, mientras en la actualidad tiende a estructurarse en ejes protagonizados por los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, Europa, China, Rusia e India, los países de mayor poder militar y/o peso económico. Cuando predominan las empresas con fines de lucro que intercambian insumos y productos en mercados locales, nacionales y globales para obtener una maximización del valor del capital involucrado, la economía mixta -que lo es tanto en sus modos de regulación, estatal y mercantil, como en la diversidad de unidades económicas, de distinto tamaño y con o sin fines de lucro-funciona como sistema capitalista. La parte privada orientada a la acumulación de capital en el proceso de producción y distribución de bienes en las economías mixtas contemporáneas funciona en base a múltiples transacciones descentralizadas de mercado, basadas en interacciones jerarquizadas entre oferentes y demandantes según las preferencias y el poder relativo de los participantes en medio de precios fluctuantes.
En suma, si predomina sistémicamente la esfera de acumulación privada y concentrada de capital, se trata de "economías mixtas capitalistas", con diversas variantes según los regímenes de regulación y acumulación que las rigen, las que producen y reproducen desigualdades económicas y de género y depredaciones de la naturaleza de diversa intensidad. La acumulación de capital privado coexiste, en diversas combinaciones, con la acumulación de capital público, es decir de infraestructuras y producción de conocimiento que están fuera del alcance de la acumulación privada. Se trata de bienes sin rivalidad en su acceso y consumo, que no tienen un costo marginal (en la producción de la última unidad) y por los que no siempre se puede cobrar por su uso. A su vez, en las sociedades se produce una acumulación de capital social y cultural que deriva del modo de funcionamiento de la sociedad civil y su historia. Inciden también en esta acumulación los servicios de educación, salud y pensiones organizados por los Estados, que hacen posible la propia acumulación de capital privado y público y aseguran grados mayores o menores de cohesión o de conflicto en las sociedades. Todo estos factores influencian la dinámica de acumulación capitalista y determinan la localización nacional de las diferentes partes y componentes de las cadenas globales de producción.
Si la presencia y regulación estatal enmarca la esfera de acumulación capitalista, redistribuye ingresos sustancialmente, incide en la orientación de la inversión y otorga un espacio significativo a las empresas cooperativas y sin fines de lucro, deviene en alguna variante de los sistemas de economía social con mercados, lo que describe a la economía china actual. Cuando la inversión es socializada y estatalmente dirigida en una proporción importante y las esferas económicas de tipo estatal y también de tipo familiar y social-comunitaria, en sus diversas expresiones, condicionan y restringen la acumulación privada de capital, ésta ya no dirige el conjunto "desde arriba" ni se apropia de la parte más significativa del excedente. En cambio, cuando tanto la propiedad de los medios de producción como la asignación de recursos entre consumo e inversión y entre las unidades económicas es estatal, se trata de un sistema económico centralizado.
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3. Las experiencias de centralización económica
El capitalismo ha sido objeto de críticas desde el siglo XIX, pues se le atribuye estar basado en desigualdades de capacidad de apropiación de excedentes económicos a expensas del trabajo y en favor de los propietarios de capital, aunque logre altos niveles de producción. Estos coexisten con niveles de pobreza que los ingresos que la economía genera podrían eliminar mediante redistribuciones. Es también criticado, más recientemente, por ser un sistema que lleva a sobrepasar los límites planetarios de uso de los recursos naturales y disminuye la resiliencia de los ecosistemas. Por ello, diversas corrientes de pensamiento sostienen que es un sistema económico que debe ser reemplazado o sustancialmente reformado.
En el siglo XX se produjeron experiencias de centralización estatal de la economía a partir de la revolución rusa de 1917. Se introdujo, en especial desde fines de los años 1920, un modo de producción de comando y control en un régimen autoritario y de partido único (dimensión institucional) y de propiedad estatal generalizada de los medios de producción material junto a una planificación central de precios y cantidades (dimensión económica). Sus orígenes se encuentran en las economías de guerra de los siglos XIX y XX y en parte en formas tradicionales no mercantiles de organización económica. Diversos sistemas sociales precoloniales (siendo el caso de los Incas uno de los más destacados) construyeron en la historia Estados que asignaban centralizadamente los recursos, con sistemas de reservas para enfrentar las contingencias y sin circulación monetaria (Murra, 1975). En la Rusia zarista (1440-1917) tampoco existía la propiedad privada de la tierra, cuya asignación dependía de la autoridad central (Figes, 2022),
Rusia (1917-1991), China (1949), Vietnam (desde 1945 y desde 1976 en todo su territorio) y Cuba (1959) fueron los casos más significativos de introducción de economías estatalmente centralizadas en el siglo XX a partir de revoluciones. También se implantaron, con diversas particularidades, sistemas de este tipo en diversos otros países después de la segunda guerra mundial, luego de guerras e invasiones en países europeos como Albania (1944-1992), Alemania Oriental (1945-1990), Bulgaria (1944-1990), Checoslovaquia (1948-1990), Estonia (1940-1991), Hungría (1946-1989), Letonia (1940-1991), Lituania (1940-1991), Polonia (1945-1989), Rumania (1944-1989) y los distintos países que formaron parte de Yugoslavia (1945-1992). En este último caso se introdujo una mayor autonomía de las empresas. En Asia, se establecieron sistemas económicos centralizados, además de en China, en Afganistán (1979-1992), Camboya (1979-1998), Corea del Norte (desde 1945), Laos (desde 1975), Mongolia (1924-1992). En el Medio Oriente, ocurrió en Yemen del Sur (1967-1990) y en África en Angola (1975-1992), Benín (1975-1990), Congo (1969-1992), Etiopía (1974-1991), Mozambique (1975-1990) y Somalia (1969-1991).
Sólo se mantiene actualmente la centralización económica estatal generalizada en Corea del Norte, en un régimen político a la vez dinástico (desde 1945 gobierna la familia Kim, con hasta ahora dos transmisiones del poder de padre a hijo) y de partido único con bases ideológicas (Partido del Trabajo). Vietnam se encamina a una economía exportadora con inversión extranjera, de lo que también se inspira Laos, aunque ambos países mantienen un régimen de partido único. Cuba hace lo propio y sigue enfrentando problemas económicos severos afectados por el bloqueo muy costoso que sufre desde 1960 por parte de Estados Unidos y también por una estructura de propiedad estatal y regulación de precios que limita los estímulos económicos, mientras ha realizado reformas que incluyen una inversión extranjera en algunos sectores y la autorización de emprendimientos privados de pequeña escala. Esto también ocurrió en China después de la revolución de 1949 y hasta 1980, con una mayor presencia de cooperativas campesinas, y en diversos otros países después de la segunda guerra mundial. Esquemas de este tipo persisten en la actualidad en Corea del Norte y en parte en Cuba, Laos y Vietnam. Venezuela y Nicaragua, en cambio, mantienen mercados y actores privados en su economía, aunque con una fuerte intervención gubernamental discrecional.
La concepción socialista original de la economía
El origen moderno de la idea de la colectivización de la economía proviene de diversas corrientes socialistas que postularon en el siglo XIX que la explotación y pauperización de las clases sociales subordinadas era causada por la propiedad privada de los medios de producción. Revertir esa situación solo podía hacerse desde el corazón del proceso económico, mediante el paso a la propiedad estatal de los medios de producción. Otras formas de apropiación colectiva, total o parcial, de los excedentes económicos de los poseedores privados de capital, pero sin desplazar totalmente la economía privada, tuvieron eco en el movimiento comunista internacional solo por breve tiempo en la etapa final de la vida de Lenin con la llamada "Nueva Política Económica", que sustituyó al "comunismo de guerra" y que duró de 1922 a 1928, y más tarde en las aperturas de China y de otros países centralizados al capital privado. Un camino muy distinto siguieron las experiencias socialdemócratas, iniciadas en los países nórdicos con pactos entre sindicatos y empresarios privados. Luego de que el SPD alemán se declaró a favor de la "economía social de mercado" en 1959 en el congreso de Bad Godesberg, muchos partidos socialistas europeos siguieron el camino de las economías mixtas y las regulaciones públicas antes que la estatización general de los medios de producción.
La visión centralizadora propuso desde sus orígenes poner directamente en manos de la administración del Estado los medios de producción y de cambio, aunque en el caso de Karl Marx esto debía ser temporal, pues su fin último era la creación de una propiedad colectiva directamente social. En el Manifiesto Comunista de 1848, Karl Marx y Friedrich Engels postularon que
"ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social. Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase...Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político".
No obstante, Marx y Engels advirtieron en el Manifiesto Comunista que
"el proletariado andrajoso, esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios".
La generalización de la relación salarial y la expansión de la clase obrera hasta el punto de hacerse mayoritaria, la haría transformarse en fuerza revolucionaria al no tener nada que perder “más que sus cadenas” y lograr “expropiar a los expropiadores”. Pero esta evolución no se confirmó en los países capitalistas centrales. Más tarde, en el prólogo a la edición rusa de este texto de 1882, Marx y Engels señalaron, incluso, la posibilidad de caminos mixtos de socialización económica:
"el Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición inminente e inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual. Pero en Rusia nos encontramos con que, coincidiendo con el orden capitalista en febril desarrollo y la propiedad burguesa del suelo que empieza a formarse, más de la mitad de la tierra es propiedad común de los campesinos. Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso, que es ya, sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la tierra, trocarse directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o tendrá que pasar necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición que nos revela la historia del occidente de Europa? La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la siguiente: Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan formando una unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una nueva forma comunista de la tierra".
Marx agregó, al referirse admirativamente a la experiencia de la Comuna de París (1871), que
“nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica...Las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista”.
En la interpretación de Perry Anderson (1996), la idea de una emancipación universal suponía la existencia de un agente subjetivo: las nuevas relaciones de producción post-capitalistas serían puestas en práctica por el trabajador colectivo generado por la propia industria moderna, es decir la clase obrera cuya conducta prefiguraba los principios de la sociedad futura. A su vez, la institución clave de tal sociedad sería la planificación concertada de los productores libremente asociados, sin intercambios de mercado, que compartirían en común, a través de la abolición de la propiedad privada, sus medios fundamentales de existencia, distribuyendo los bienes producidos según la capacidad de cada cual en función de las necesidades de cada uno, en una sociedad sin clases y sin Estado.
La “expropiación de los expropiadores” no ocurrió sino a inicios del siglo XX y no en los principales países capitalistas europeos o en Estados Unidos. En cambio, las revoluciones exitosas realmente existentes que se propusieron sustituir el capitalismo se originaron en la descomposición extrema de Estados en situación de guerra externa y de guerra civil, como en Rusia en 1917 y China en 1949. Estas revoluciones establecieron regímenes de partido único sin libertades democráticas, prolongando las necesidades de la emergencia revolucionaria inicial. Realizaron una centralización económica estatal de la asignación de recursos (precios y cantidades de bienes fijados administrativamente a través de una planificación central obligatoria como principal mecanismo de coordinación) y de la propiedad de las empresas productivas y de distribución (con excepción en algunos casos de algún sector cooperativo y de propiedad campesina y más tarde de empresas de capitales extranjeros), como subraya Lavigne (1997). Así, existieron desde inicios del siglo XX, junto a la conformación de las economías mixtas, procesos de centralización estatal de la economía que alcanzaron un gran amplitud, abarcando a la ex Unión Soviética, a Europa del Este, a China, a parte de África y a Cuba en América Latina.
La planificación central soviética
La experiencia de centralización económica más significativa fue la de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas después de la revolución rusa de 1917, dirigida inicialmente por Vladimir Lenin y León Trotsky y su partido bolchevique, con la soberanía política confiada en principio a consejos obreros y campesinos (soviets). Luego de que Lenin falleciera en 2024, los líderes históricos de la revolución fueron desplazados y luego la mayoría asesinados, una vez que Joseph Stalin tomara el poder y convirtiera el régimen soviético en una dictadura personal en el marco del monopolio político del Partido Comunista gobernante.
En la etapa estalinista y de movilización de guerra entre 1928 y 1952, se estableció un sistema de propiedad estatal generalizada de los medios de producción, con excepción de un sector de cooperativas agrícolas, en medio de una asignación autoritaria de los recursos y de oleadas de purgas en el partido gobernante. Una hambruna devastó el territorio de Ucrania y otras regiones de la URSS en el proceso de estatización de la tierra emprendida en 1932-1933, con la consecuencia estimada de 1,5 millones de personas fallecidas por sub-alimentación. Esto se acompañó de la fijación de precios y cantidades a producir en planes quinquenales guiados por una oficina de planificación central (Gosplan) y ministerios por sector industrial, lo que permitió movilizar recursos en la etapa de economía de guerra y dar soporte al esfuerzo bélico que permitió la derrota soviética del nazismo en alianza con Estados Unidos y Gran Bretaña.
Más tarde, la etapa post-estalinista hasta el derrumbe de la URSS en 1991 dio lugar a un crecimiento sistemático de la base productiva y del consumo, pero con problemas de coordinación de información desde las unidades productivas que dificultaban el cálculo económico y que condicionaban la eficiencia de la planificación de la producción (insumos y productos) y de la inversión. Esto se tradujo en cuellos de botella y atrasos frecuentes en la provisión de insumos y bienes finales, resueltos por un sistema de prioridades y las consiguientes penurias en el resto de sectores productivos, y en especial en muchos bienes de consumo.
El comunismo soviético estableció un jerarquizado régimen burocrático-autoritario sin conseguir en el largo plazo una prosperidad colectiva mayor a la de los países capitalistas avanzados de su época, aunque logró un crecimiento significativo. La capacidad de la planificación centralizada resultó en la experiencia histórica inferior a sus promesas. El modelo de partido único y economía estatal centralizada inaugurado por la revolución rusa de 1917 y su derivación estalinista permitió a la URSS dotarse aceleradamente de grandes infraestructuras productivas sobre la base de la estatización de la industria, la organización autoritaria de la administración económica, la cuasi militarización del trabajo, y la colectivización forzada de la agricultura, que permitió la liberación de un flujo considerable de mano de obra. La centralización por el Estado de la mayor parte del excedente económico hizo posible concentrar masivamente las inversiones en algunas ramas consideradas prioritarias, comprimiendo al mismo tiempo de manera drástica el consumo popular, proceso que se acentuó durante el esfuerzo de guerra entre 1941 y 1945. Los planes quinquenales tuvieron por objetivo crear grandes industrias de base, incrementar el conjunto de la producción, desarrollar la agricultura, aumentar el nivel de vida y alcanzar los niveles de desarrollo de los grandes países capitalistas. Sólo algunas de estas metas fueron alcanzadas, en detrimento de las demás y con un costo social enorme. En particular, la agricultura se estancó, estrechando la base del excedente que debía absorber la industria. El nivel de vida rural y urbano cayó. Las industrias de bienes de consumo y la vivienda fueron sacrificadas. Su retraso respecto de las industrias pesadas y del sector de bienes de producción adquirió un carácter estructural.
En la experiencia soviética desde los años 1930 hasta 1990, en este sistema de rígida planificación central la inversión no tenía un costo internalizado por la empresa. Mientras ésta más crecía, mayor era el rol de su director, que a su vez buscaba el incremento máximo de su dimensión más que innovar. La innovación se tornó peligrosa, interrumpiendo la regularidad del proceso. Al mismo tiempo, la ausencia de penalización de la ineficiencia introdujo una restricción presupuestaria blanda, sin incentivos suficientes para la minimización de costos. El resultado de estos procesos fue un crecimiento de tipo extensivo, involucrando cada vez mayores cantidades de recursos antes que incrementos de productividad, crecimiento que en los años setenta y ochenta terminó por agotarse.
Lo mismo ocurrió con la capacidad regulatoria de la planificación centralizada. El principio de desagregación del plan macroeconómico por grandes sectores en planes de rama por ministerio, los que a su vez establecían los planes por empresa, constituyó el corazón del carácter imperativo de la planificación soviética. Pero este esquema no pudo superar sus factores de contradicción social y técnica. Socialmente, muchos directores disimularon o sesgaron la información al sobreestimar las necesidades y subestimar las capacidades para obtener mayores holguras para la fijación y realización de las metas del plan, mientras no siempre fue posible imponer a los trabajadores las normas de trabajo, con el consiguiente cambio frecuente de empleo. Técnicamente, fue imposible centralizar con precisión suficiente y a tiempo la información necesaria para una asignación de los recursos suficientemente ajustada, con la consecuencia de interrupciones y situaciones de escasez de insumos en un desfase recurrente entre objetivos y resultados, destacando el papel de la desinformación parcial y la dispersión de las decisiones en una economía compleja, incluso cuando está centralizada y basada en la propiedad estatal, como se describe en los trabajos de Alec Nove (1987), Bernard Chavance (1988), Adam Przeworski (1995) y John Roemer (1995), entre otros. La planificación central se hizo cada vez menos posible de aplicar frente a las complejidades de coordinación de precios y cantidades en economías con progreso técnico acelerado. Fueron emergiendo dificultades insuperables para reunir centralizadamente la información pertinente sobre la multiplicación y diversificación generalizada de la producción de bienes y servicios y la dispersión espacial de sus respectivos procesos de producción. Bernard Chavance (1999) sostiene que
"la formación de los sistemas socialistas puede interpretarse como una gigantesca experiencia social de innovación organizativa e institucional. Sin embargo, una vez establecidos, estos sistemas rápidamente se encontraron "encerrados"... La ausencia de emprendimiento y la regulación basada en la escasez, junto con la influencia limitada de los consumidores que acompaña a esta última, han debilitado la dinámica de la innovación de productos o procesos... reduciendo la capacidad de adaptación del sistema en su conjunto".
Los comportamientos conflictivos y no susceptibles de coordinación por el centro dieron origen a la presencia persistente de desequilibrios entre la demanda de las familias y la oferta disponible de bienes (Bettelheim & Chavance, 1985). En un primer momento, se produjo el rápido ascenso de la potencia soviética tras la Segunda Guerra Mundial, que culminó a comienzos de la década de 1960. Es durante esa década, marcada por crecientes dificultades para Europa del Este, cuando la competencia Este-Oeste se inclina a favor de las economías occidentales. El desempeño económico del sistema soviético se deterioraría a lo largo de los años ochenta. La necesidad de una drástica reforma de la economía se transformó poco a poco en una evidencia para la dirigencia del partido único en la etapa final de la URSS, reforma que llegó muy tarde y fue insuficiente para impedir el desplome del sistema de planificación central. El resultado de estos procesos ha sido descrito del siguiente modo por el economista soviético Abel Aganbeguian (1989):
“las manifestaciones de marasmo y apatía condujeron a una parte de la población a perder toda motivación por el trabajo, a percibir la propiedad social como algo ajeno. Se establecieron tendencias a acaparar y a la corrupción. La justicia social fue transgredida. Los planes de crecimiento del bienestar no fueron ejecutados, se produjeron alzas de precios camufladas. La nivelación y fijación sin fundamentos del salario, los privilegios entregados a ciertas categorías de trabajadores ocasionaron enormes perjuicios. El alcoholismo, que afectó la salud de una parte de la población, se extendió ampliamente: constituye por lo demás una de las razones por las cuales, en los últimos veinte años, el promedio de vida en la URSS no aumentó y la mortalidad de los hombres en edad activa se incrementó”.
La experiencia de supresión formal del mercado y de centralización estatal de la propiedad de los medios de producción y de asignación de los recursos del siglo XX no logró traducir la esperanza emancipatoria que les dio origen: crear una sociedad sin opresión política ni explotación económica. Lejos estuvo de realizarse la abolición del Estado como aparato de dominación, esa maquinaria centralizada, en palabras de Marx (1867),
“con sus ubicuos y complicados órganos militares, burocráticos, clericales y judiciales que aprisionan a la vital sociedad civil como una boa constrictor”.
En el plano de las instituciones políticas, suenan como premonitorias las expresiones de la revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo (1918) al dirigirse a Lenin y Trotsky desde la prisión alemana poco antes de ser asesinada por la policía:
“sin elecciones generales, una prensa no cohibida, la libertad de asociación y la libre lucha de las opiniones, la vida de toda institución pública desaparece, se convierte en una vida ficticia en la que la burocracia se mantiene como el único elemento activo. La vida pública comienza a adormecerse, unas docenas de líderes de partido, de energías inagotables e idealismos sin límites, dirigen y gobiernan, debajo de ellos hay una docena de cabezas sobresalientes que dirigen de verdad y una élite de obreros, convocada de vez en cuando a las asambleas, para aplaudir los discursos de los líderes, aprobar en forma unánime las resoluciones presentadas, es decir, en el fondo, una sociedad de camarillas – de hecho una dictadura, aunque no la dictadura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos - una dictadura en el sentido burgués puro, en el sentido del dominio de los jacobinos”.
Agregó Rosa Luxemburgo:
“Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares... Es un hecho conocido e indiscutible que es imposible pensar en un gobierno de las amplias masas sin una prensa libre y sin trabas, sin el derecho ilimitado de asociación y reunión...La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.
En materia económica, Perry Anderson (1996) concluyó que:
“La planificación centralizada realizó proezas notables en condiciones de asedio o de guerra, tanto en las sociedades comunistas como en las capitalistas. Pero en tiempos de paz, el sistema administrativo en los países comunistas se demostró totalmente incapaz de controlar el problema de la coordinación de los agentes en economías cada vez más complejas, y engendró niveles de derroche e irracionalidad que superan con creces los de las economías de mercado en el mismo período, para manifestar finalmente un síntoma de crac potencial”.
La experiencia soviética mostró que la centralización estatal genera múltiples problemas de coordinación y de información que dificultan la asignación de recursos y que, en el mejor de los casos, permite un crecimiento extensivo, incluso por períodos que pueden ser prolongados (lo que fue el caso en la URSS y los países del Este europeo entre 1950 y 1970), pero con un fuerte sacrificio del consumo, poca eficiencia en el uso de recursos, una economía paralela subterránea y daños ecológicos extendidos. En palabras de Charles Bettelheim y Bernard Chavance (1985):
“Un plan que pretende reglamentarlo todo y preverlo todo fracasa en su objetivo. En una economía compleja y conflictiva, no se puede planificar en detalle. Dado que sigue siendo deseable obtener sino un manejo al menos una cierta orientación del desarrollo económico, el plan debe tener una amplitud que sea manejable y que por tanto deje subsistir apoyos, en particular deje funcionar el sistema de precios. La inmensa mayoría de los precios no puede ser fijada centralmente, sin lo cual se llega a una deriva completa de las decisiones económicas”.
Desde 1989, con la caída del muro de Berlín, y 1991, con la disolución de la URSS, se dio curso al cierre del ciclo de los “socialismos reales” iniciado en 1917. Los comportamientos no susceptibles de coordinación en detalle por un centro planificador dieron así origen a la presencia persistente de desequilibrios en la oferta disponible de bienes y finalmente al colapso del sistema en la Unión Soviética y Europa del Este. Los escasos incentivos a la innovación y al aumento de la productividad terminaron por provocar una situación de marasmo económico y de descontento social. El corazón histórico de la centralización económica moderna terminó implosionando por su rigidez burocrática, dando lugar a la independencia de diversas naciones que formaban parte de la URSS en Europa y Asia y a una menos extendida Federación Rusa. Esta adoptó, luego de una transición convulsionada y socialmente costosa, una economía de capitalismo oligárquico y un régimen político de rasgos autoritarios.
El proyecto planificador central no pudo resolver el problema de la información y la fluidez del sistema de comando y control, y sustituir de manera convincente al mercado y los intercambios descentralizados de manera estable, más allá de las situaciones de economía de guerra, por mucho que una economía de mercado no regulada tenga sus propios problemas en materia de fines sociales, inestabilidad y crisis productivas recurrentes, y que las regulaciones tengan sus propios efectos indeseados.
La experiencia china
La planificación central de China evolucionó desde 1978, por su parte, hacia la creación mercados rurales, primero, y a la asociación con capitales extranjeros y la integración en la economía mundial, después.
La centralización de la asignación de recursos se implantó en China después de la guerra civil culminada en 1949 con la victoria de los comunistas liderados por Mao Zedong sobre los nacionalistas del Kuomintang, que se replegaron a la isla de Taiwan. La reconfiguración de China como nación se produjo a la salida de convulsiones críticas luego de la colonización occidental en el siglo XIX, de las guerras con Japón (1894-1895 y 1937-1945) y de la guerra civil. Estas dejaron a esta vasta nación, cuya economía tuvo una mayor envergadura que la de Europa y produjo buena parte de las más importantes innovaciones tecnológicas hasta antes de la revolución industrial, como uno de los países más empobrecidos y con menor ingreso por habitante del mundo al término de la segunda guerra mundial.
La planificación central maoísta procuró desde 1949, siguiendo el modelo soviético instaurado en 1930, extraer de manera centralizada excedentes de la producción campesina para crear una industria incipiente y sostener el poder del Estado, incluyendo la fabricación de armas nucleares a partir de 1964. Una planificación voluntarista de la industrialización y la extracción de excedentes agrarios, el "Gran Salto Adelante", llevó a un gran crisis productiva y a una hambruna en 1958-60, que implicó la muerte de unos 30 millones de personas. La "revolución cultural" de 1966-1976, en la que Mao se impuso a sus detractores más pragmáticos en materia económica en el partido único, se orientó a la eliminación de los restos de "elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad china" y provocó nuevas convulsiones económicas y muertes por privación y represión. El sistema económico centralizado se prolongó hasta 1978, sin mayores avances en las condiciones de vida del campesinado y la población urbana.
China abandonó desde entonces la planificación central omnipresente e introdujo mecanismos de mercado en diversas áreas, empezando por liberalizar los precios agrícolas, aunque manteniendo hasta hoy la propiedad estatal de la tierra y el suelo. A la vez, organizó una fuerte economía industrial de exportación basada inicialmente en inversiones extranjeras y en el aprendizaje de empresas locales desde la manufactura simple basada en bajos salarios hasta la elaboración de bienes e insumos de alto valor agregado mediante un escalamiento tecnológico progresivo, en medio de una gran inversión en infraestructuras. Deng y sus sucesores mantuvieron un importante sector público productivo y un manejo gubernamental de las principales variables económicas, logrando, desde niveles iniciales muy bajos, una expansión que se ha constituido en el caso más notable de transformación económica en pocas décadas y en uno de los polos dominantes de la economía mundial contemporánea. Las reformas post maoístas a partir de 1978 no desmantelaron todos los mecanismos de planificación y se mantienen hasta la actualidad los planes quinquenales que orientan los ejes de la inversión y la innovación. Introdujeron en una primera fase los mercados rurales y autorizaron el uso familiar de la tierra bajo formas de arriendo, junto a la autonomización y privatización de empresas industriales. No obstante, China conservó el control estatal de las áreas estratégicas, con empresas públicas, mixtas y privadas de capitales chinos, orientadas a insertarse en los mercados mundiales y alcanzar y superar la frontera tecnológica, incluyendo procesos de aprendizaje tecnológico acelerado y el incremento progresivo de la complejidad industrial en la industria textil y de muebles, la electrónica, la de máquinas herramientas, la automotriz, la aeronáutica y satelital y la informática y la microelectrónica. Hoy cubre prácticamente toda la gama de la manufactura moderna, con un avance por sobre otras economías en la producción de paneles solares, material de energía eólica, baterías y autos eléctricos, que la ponen en la punta de la transición energética a escala global.
Según Jiang (2024), luego de la Revolución Cultural (1966-1976) y sus consecuencias económicas,
"el crecimiento económico fue identificado como la fuente de legitimidad política más importante. El desempeño económico se ha convertido en el indicador para la promoción burocrática, lo que ha fusionado la política y la economía chinas. Este mecanismo de organización política les facilita a los dirigentes dar impulso a cualquier cambio deseado y en esto se basa precisamente el giro de China hacia el desarrollo tecnológico. Desde la década de 2010, los nuevos líderes quieren emular el desarrollo de alta calidad occidental en lugar de proveer a Occidente de productos de baja calidad, baratos e intensivos en trabajo".
El resultado fue el mayor aumento general de ingresos de la población de un país en pocas décadas que haya conocido la historia humana. La urbanización y la transformación de China ha ocurrido a una escala 100 veces superior a la del Reino Unido, el primer país en urbanizarse e industrializarse, y a alrededor de 10 veces su velocidad, por lo que la revolución industrial china tiene 1.000 veces el impulso que ostentó la revolución industrial británica de inicios del siglo XIX. La evolución de China desde los años 1980 es un caso muy exitoso de transición desde una economía estatalmente centralizada, poco industrializada, predominantemente rural y pobre, a una economía desarrollista mixta de excepcional dinamismo industrial de orientación exportadora, con un rol central de las inversiones planificadas en la infraestructura y en los sectores industriales, especialmente de punta tecnológica, junto a subsidios estatales pero también permitiendo una fuerte competencia entre empresas y entre territorios que logran disminuciones de costos e innovaciones, además de un férreo control demográfico y del desplazamiento poblacional rural-urbano. Las tierras agrícolas, que representan el 55% de la superficie de China, están directamente controladas por las autoridades locales o bien alquiladas por ellas a los agricultores. En las ciudades, la propiedad de los edificios no incluye el terreno sobre el cual están construidos, que pertenece al gobierno local y lo alquila al propietario. El Estado mantiene un 55% de la propiedad de las empresas y los inversores extranjeros algo más del 10% (Piketty, 2021). Algunas de las empresas públicas chinas se encuentran entre las mayores del mundo: tres de las diez mayores empresas globales por ventas son empresas estatales chinas en la clasificación de 2024 de la revista Fortune. La participación del sector privado en la capitalización de mercado agregada de las 100 principales empresas chinas cotizadas alcanzó al 34% a finales de 2024, tras un descenso de tres años desde su mayor valor de mediados de 2021, cuando alcanzó el 55 %, aunque alcanzaba solo un 8% en 2010 (PIIE, 2025). La definición del sector privado es el de las empresas con menos del 10 % de propiedad estatal. El sector estatal incluye tanto las empresas de propiedad mixta (15% del valor), en las que el Estado posee entre el 10 % y el 50 %, como las empresas estatales mayoritarias (51%).
China se propone mantener un crecimiento del orden de un 5% al año, con una regulación macroeconómica activa y una política industrial centrada en el desarrollo de la tecnología de punta. La fuerte inversión urbana y territorial llevó previamente a una burbuja inmobiliaria, con un menor crecimiento desde la recesión mundial de 2008-2009. Este ha sido inferior ahora al de la India, aunque siempre muy superior al de los países del G7. El crecimiento desde la pandemia de COVID-19 ha sido más lento que en las cuatro décadas previas. China está experimentando una caída en la construcción de viviendas desde 2022, que junto a la producción de acero, vidrio y otros materiales fue, además de las exportaciones industriales, el mayor impulsor del crecimiento durante décadas, con una muy elevada tasa de inversión agregada. Su desafío próximo es fortalecer el consumo de la población, en medio de una tendencia de las familias al ahorro ante una seguridad social poco robusta, y a la vez reducir el desempleo juvenil y ayudar a las empresas fuertemente endeudadas del sector inmobiliario.
A su vez, China enfrenta desafíos de gobernanza con sus nacionalidades y religiones, mientras, según Wang Qishan (2017), vicepresidente de 2018 a 2023, el Partido Comunista chino debe superar en materia de corrupción "unos conceptos tenues, una organización laxa, una disciplina blanda, una gobernanza débil y una cultura política malsana".
El actual proceso chino impulsado por Xi Jinping, se propone crear “nuevas y cualitativas fuerzas productivas” e impulsar la innovación y el crecimiento a través de grandes inversiones en manufactura, particularmente en alta tecnología y energía limpia, así como un gasto robusto en investigación y desarrollo. Para estimular el crecimiento, se están aplicando las recetas ya probadas en la últimas décadas, es decir invertir fuertemente en el sector manufacturero, con apoyo de la banca estatal y los gobiernos territoriales, con la apuesta de que las mejoras tecnológicas conduzcan a un crecimiento de la economía capaz de incorporar a más trabajadores de los que pueda expulsar. Esto incluye nuevas fábricas que han ayudado a impulsar las ventas de paneles solares, autos eléctricos y otros productos vinculados a la transición energética en todo el mundo. China está dominando masivamente esos mercados. La prensa estatal alaba en particular las “tres novedades”: la energía fotovoltaica, las baterías y los vehículos eléctricos, en oposición a las “tres antigüedades”: la ropa, los muebles y los electrodomésticos de baja gama. El país está acelerando la instalación de campos de paneles solares en su territorio a un ritmo sin precedentes, tanto para salir de la dependencia del carbón como para absorber su producción: en 2023, China ha sumado más potencia de paneles fotovoltaicos que toda la capacidad instalada en Estados Unidos. La industria representa una gran parte de la economía del país y es más del doble de la proporción vigente en Estados Unidos. Un 31% de la manufactura mundial proviene hoy de China, contra un 20% en 2010, y cubre prácticamente toda la gama de productos.
La sui generis evolución de China desde 1978 lleva a preguntarse ¿cuán socialista es el país de Mao? La apertura a la inversión extranjera, el acelerado crecimiento orientado a la exportación y la liberalización de diversos mercados internos han hecho de la China urbana una sociedad de ingresos medios y sacado a cientos de millones de chinos de las áreas rurales de la pobreza.
Siguiendo los criterios de Barry Naughton (2017),
“no existe una definición generalmente aceptada de ‘socialismo’ y no parece tener mucho sentido argumentar si una realidad compleja coincide con una simple y arbitrariamente definida etiqueta”, por lo que avanza “cuatro características que están relacionadas de modo plausible a un amplio rango de concepciones del socialismo, es decir hablamos de características descriptivas del socialismo antes que de ´modelos’”.
Estas son, para este autor, primero la capacidad de moldear (shape) los resultados económicos, es decir de controlar los flujos de activos e ingresos a través de la imposición y la autoridad regulatoria, lo que no implica necesariamente mantener una generalizada “propiedad estatal de los medios de producción”. Segundo, la intencionalidad de hacerlo, pues un gobierno socialista se propone moldear la economía para obtener resultados que sean diferentes de los que produciría un mercado no intervenido. Tercero, la orientación a la redistribución, dado que un gobierno socialista típicamente se justifica a sì mismo en tanto beneficia a los ciudadanos menos aventajados, por lo que parece natural buscar evidencia sobre el éxito de las políticas en materia de crecimiento inclusivo, seguridad social y redistribución a favor de los pobres. Cuarto, un gobierno socialista debe disponer de algún mecanismo a través del cual el grueso de la población pueda influenciar la política económica y social, y que la política muestre al menos alguna capacidad parcial de respuesta (responsiveness) a las cambiantes preferencias de la población.
Naughton evalúa que China es hoy muy distinta tanto de la economía de comando de hace 40 años como de la economía de “capitalismo salvaje” de hace 20 años. Diagnostica que el gobierno tiene en China mucha más influencia sobre la economía que en virtualmente cualquier economía avanzada o de ingresos medios, mientras las empresas y bancos estatales son predominantes y los planes quinquenales tienen incidencia interna y externa. Este autor calcula que en 2015 solo el 12% del empleo estaba en empresas estatales, pero que el gobierno controlaba el 39% de los activos industriales, el 85% de los activos bancarios, el conjunto del sector de telecomunicaciones y transportes y lo fundamental de los servicios de educación y científicos y tecnológicos, cifras que se mantienen grosso modo en la actualidad: las estimaciones varían, pero se calcula que las empresas estatales aportan entre 25% y 30% del PIB de China y concentran alrededor de 40% de la inversión total en activos fijos, mientras el sector estatal emplea entre 15% y 20% de la fuerza laboral urbana (unas 70–80 millones de personas). Sectores como el petróleo y el gas están estructurados para generar rentas monopólicas y el gobierno ha mantenido el control de casi todas las instituciones financieras y de la provisión de servicios básicos. El Partido Comunista gobernante controla casi todos los medios de comunicación. La principal empresa tecnológica, Huawei, es propiedad y está controlada por sus 90 mil empleados, que participan en derechos de acciones. Aunque muchas fueron privatizadas desde los años 90, las "empresas de ciudades y aldeas" son empresas públicas de propiedad colectiva local, donde teóricamente la titularidad corresponde a la comunidad —e indirectamente a los trabajadores locales— y los derechos de uso se delegan a los gestores. En 2024, las empresas privadas representaron más de la mitad del comercio exterior y de los ingresos fiscales de China, y más del 80 % del empleo urbano.
En materia de condiciones de vida, el crecimiento más alto por más tiempo en la historia humana, con un Producto Interno Bruto por habitante que creció a una tasa de 7-8% al año durante cerca de 40 años, ha significado que hacia 2014 ese PIB fuera 20 veces mayor que el de 1978. El Índice de Desarrollo Humano muestra logros en materia de ingresos, educación y salud que situaron a China en 2022 en el rango de países de desarrollo humano “alto” (0.89) y no ya el rango “bajo” (0.48) de 1990. Por su parte, de acuerdo a los datos del Banco Mundial, la reducción del número absoluto de pobres entre 1981 y 2010 representó el 95% de la reducción de las personas pobres en el mundo, medida la pobreza monetaria por una línea de menos de $1 al día por persona. En cambio, la distribución del ingreso se deterioró, pasando China de ser una de las sociedades de alta población más igualitarias a una con un coeficiente de Gini –mientras más cerca de 100 más desigual la distribución del ingreso- de 37.1 en 2022, a comparar con el de 39.8 de Estados Unidos y el 52.9 de Brasil, por ejemplo, según los datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
China mantiene una relativamente baja capacidad estatal de proveer seguridad social y redistribución, pues el progreso social se ha centrado en el empleo y el sustancial aumento de los salarios y los ingresos autónomos de la población. Desde 1986, desarrolla una política activa de identificación de las comunas pobres, a un cuarto de las cuales realiza transferencias para desarrollo económico e infraestructura, alimentación y préstamos subsidiados, aunque las transferencias monetarias directas a las personas pobres abarcan unos 70 millones de personas con prestaciones bajas. En los últimos años han aumentado los esfuerzos de ampliación de la seguridad social en salud y pensiones en el mundo rural y los migrantes, donde las reformas de Deng las habían prácticamente desmantelado. El impuesto a los ingresos personales representa solo un 1,3% del PIB, por lo que el sistema redistributivo de impuestos-transferencias es de baja intensidad, con una fuerte diferenciación entre los residentes urbanos y los rurales (50% de la población). La provisión de bienes públicos y de infraestructuras ha beneficiado a amplios segmentos de la población, pero el cuidado ambiental es de bajo impacto. Si a lo anterior se agrega la dificultad de reconvertir las fuentes de crecimiento de la economía desde la inversión (40% del PIB por décadas) al consumo, se concluye que la disponibilidad a responder las preferencias de la población es bastante escasa, en el contexto de un sistema unipartidista políticamente centralizado, con presencia de grupos de interés de desigual poder en la estructura estatal y con prácticas de corrupción denunciadas por el propio liderazgo político. Así, para Naughton
“China satisface en la actualidad nuestros dos primeros criterios: el gobierno tiene la capacidad y la intención de moldear los resultados económicos. En el tercer y cuarto de nuestros criterios –redistribución y responsiveness- China los satisface menos altamente que los primeros dos”, algo así como un "semi-socialismo".
Branko Milanovic (2025), por su parte, sostiene que en China existe hoy un capitalismo de Estado bajo la conducción de un partido único que declara mantener los fines del socialismo. Para llegar a esa conclusión, este autor compara la reflexión de Lenin después de la primera etapa de la revolución rusa y la de Deng después de la convulsionada revolución cultural china.
El punto de partida de Lenin, expresado en su texto de abril de 1917, El Estado y la revolución, escrito a días de la revolución de octubre mientras se ocultaba en Finlandia, se basó en los escritos de Marx y Engels sobre el socialismo y sobre la Comuna de París y buscaba convencer a los líderes de la Segunda Internacional sobre la justeza de su análisis de la guerra mundial y sobre su llamado a transformarla en una guerra revolucionaria socialista. Trazó el sistema que seguiría a la revolución socialista en Rusia como uno que en el plano económico implicaba la nacionalización de los medios de producción y la toma de decisiones centralizada, mientras en el plano político trasladaba el poder a los soviets (consejos de obreros y campesinos) como dictadura del proletariado (razón por la cual disolvió la asamblea constituyente elegida en los días posteriores a la revolución). Como señala Milanovic (2025),
"estrictamente hablando, la dictadura del proletariado, tal como la discute Lenin, es compatible tanto con el sistema de partido único como con el multipartidismo".
Se trataba de una acepción social del régimen político, del mismo modo que los regímenes capitalistas eran para Marx dictaduras de los capitalistas bajo una forma democrática multipartidista o bajo gobiernos autoritarios.
En abril de 1922, Lenin como jefe del gobierno soviético y después de una dura guerra civil y una intervención militar extranjera múltiple, pronunció cinco años después su último gran discurso ante el XI Congreso del Partido Comunista. En él defendió la Nueva Política Económica (NEP), que era atacada por sectores del partido bolchevique como la llamada "Oposición Obrera", liderada por Shliápnikov, y los partidarios de la industrialización forzada, como Preobrazhenski. El caso es que las políticas de la NEP eran lo opuesto a las que Lenin había planteado en 1917. Si bien mantenía el objetivo final, cambió completamente de táctica.
Lenin explicaba en El Estado y la revolución:
“La revolución consiste en… destruir el ‘aparato administrativo’ y toda la maquinaria del Estado, sustituyéndola por una nueva… Abolir la burocracia de inmediato, por completo y en todas partes, es imposible. Es una utopía. Pero destruir la vieja maquinaria burocrática de inmediato y comenzar a construir una nueva… eso no es una utopía.”
En cambio, siguiendo a Milanovic, el discurso de 1922 puede leerse como un resumen anticipado y elogioso de las políticas aplicadas por el gobierno chino desde 1978: introducir el capitalismo para reforzar el control de un partido único y, en última instancia, avanzar hacia el socialismo. La realidad de construir el socialismo no había resultad como Lenin esperaba en abril de 1917. Cinco años después —tras la guerra civil, el comunismo de guerra, las intervenciones extranjeras y la rebelión de los marinos de Kronstadt, que habían sido la punta de lanza de la revolución de octubre— su enfoque era otro, sin citas de Marx y con afirmaciones tajantes de que el sistema creado en Rusia era algo que Marx no podía haber previsto ni imaginado. El nuevo sistema, argumentaban Lenin entonces y el Partido Comunista Chino hoy, puede reconciliarse con la doctrina marxista señalando que las revoluciones socialistas ocurrieron en regiones menos desarrolladas y requerían medios distintos:
“¿Son hoy las condiciones sociales y económicas de nuestro país tales como para inducir a verdaderos proletarios a entrar en las fábricas? No. Esto sería cierto según Marx; pero Marx no escribió sobre Rusia; escribió sobre el capitalismo en general, desde el siglo XV. Eso fue cierto durante seiscientos años, pero no lo es para la Rusia actual...Todos los libros más o menos comprensibles sobre capitalismo de Estado que han aparecido hasta ahora fueron escritos bajo condiciones y en una situación donde el capitalismo de Estado era capitalismo. Ahora las cosas son distintas; y ni Marx ni los marxistas pudieron prever esto. No debemos mirar al pasado.”
El objetivo principal del discurso de 1922 era permitir la pequeña propiedad campesina y la producción mercantil en el campo, y el comercio privado con las ciudades, así como permitir la entrada de capital extranjero mediante empresas mixtas entre el Estado soviético y capitalistas foráneos. Ambas representaban un claro alejamiento de la socialización de los medios de producción y la planificación centralizada que Lenin había defendido cinco años antes. Lenin distingue entre el capitalismo de Estado bajo condiciones capitalistas y el capitalismo de Estado bajo condiciones socialistas. En el primero, el Estado quita poder al sector privado para preservar mejor la dictadura del capital; en el segundo, el poder político reside firmemente en el Partido Comunista, pero muchas funciones económicas se delegan a capitalistas para aumentar la producción. El capitalismo de Estado es una etapa transitoria hacia el socialismo. Esto es lo que el Partido Comunista Chino sostiene desde que comenzaron las reformas en 1978, incluyendo lo que Lenin planteaba en 1922: descolectivización de la agricultura y apertura a la economía privada y al capital extranjero. Pero aunque la NEP era, según Lenin, necesaria por razones económicas, no debía llevar nunca al control capitalista sobre las decisiones políticas. Estas debían permanecer centralizadas en manos del Partido Comunista: “el capitalismo de Estado es un capitalismo que seremos capaces de contener, y cuyos límites podremos fijar”.
En este enfoque, el capitalismo de Estado es una etapa transitoria, que una vez que libere las fuerzas productivas y se haya alcanzado un mayor ingreso, puede desactivarse, revertirse y ser reemplazado por las políticas socialistas originales. Es decir, el capitalismo de Estado es una etapa adicional entre el capitalismo y el socialismo, impuesta por el hecho de que las revoluciones socialistas tuvieron lugar en países subdesarrollados. Lenin señala como condición temporal la necesidad de mantener estas políticas hasta que los cuadros comunistas aprendan a gestionar la economía mejor, es decir, tan eficientemente como los capitalistas. Así, la visión de Lenin no es incompatible con un capitalismo de Estado que dure cien años, como predijo Deng Xiaoping.
En 1992, luego de 14 años de reforma, Deng formulaba los perfiles de una economía socialista del siguiente modo:
“En cuanto a que haya más planificación o más mercado, no es allí donde radica la diferencia esencial entre socialismo y capitalismo. Economía planificada no es sinónimo de socialismo, pues en el capitalismo también hay planificación; y economía de mercado tampoco es sinónimo de capitalismo, ya que en el socialismo también hay mercado. La planificación y el mercado son mecanismos económicos. La esencia del socialismo radica en el desarrollo de las fuerzas productivas, la eliminación de la explotación, la erradicación de la polarización, y alcanzar la prosperidad común”.
El término "economía de mercado socialista" fue introducido por Jiang Zemin durante el XIV Congreso Nacional del Partido Comunista de China en 1992. La visión oficial China defendió esa idea en tanto era conducida por el partido único gobernante como una etapa necesaria para el desarrollo de la economía, pero hasta un punto en el que una "economía socialista planificada" sería posible. El actual líder chino, Xi Jinping, secretario general del Partido Comunista desde noviembre de 2012, y sus predecesores inmediatos, han descrito la construcción de la "economía de mercado socialista con características chinas" como el objetivo a perseguir, ya sin referencia a una economía socialista planificada. La definición de Xi Jinping en el 20 Congreso del Partido Comunista en 2022 es la siguiente:
"China es un país socialista de dictadura democrática popular bajo la dirección de la clase obrera, que se basa en una alianza de trabajadores y agricultores; todo el poder del Estado en China pertenece al pueblo. La democracia popular es el elemento vital del socialismo y es parte integrante de nuestros esfuerzos por construir un país socialista moderno en todos los aspectos...Debemos mantener y mejorar el sistema económico socialista de China. Debemos consolidar y desarrollar el sector público y fomentar, apoyar y orientar el desarrollo del sector no público. Nos aseguraremos de que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos y de que el gobierno desempeñe mejor su papel".
El régimen económico chino se puede definir como un sistema de economía dirigida y mixta en materia de propiedad y de mecanismos de asignación de recursos, con un amplio espacio para empresas privadas y para la competencia de mercado entre empresas, pero siempre con un predominio sistémico de la orientación pública definida por el partido único gobernante. Ésta se apoya en una planificación de la inversión y en la mantención de la propiedad estatal de las infraestructuras y de la tierra y el suelo (con un derecho de uso que puede ser transferido dentro de plazos fijados por el Estado), con numerosas empresas estatales consideradas estratégicas (o con participación pública) y una banca predominantemente pública, con más del 60% de los activos bancarios.
Referencias y lecturas adicionales
Aganbeguian, A. (1989). La Perestroika. Editions Economica.
Anderson, P. (1996). “El capitalismo después del comunismo”, ¿Hay alternativa al capitalismo? Congreso Marx Internacional. Kai Ediciones.
Bettelheim, Ch. & Chavance, B. (1985). “La planification soviétique”. Alternatives Economiques, numero spécial.
Chavance, B. (1988). L’Économie Soviétique. Le Sycomore.
Deng Xiaoping (1992). “Puntos esenciales de conversaciones sostenidas en Wuchang Shenzhen, Zhuhai y Shanghai”. https://ebook.theorychina.org.cn/ebook/upload/storage/files/2022/07/28/0ac36dc54eb84bc16a738556f24984ff26962/files/basic-html/page9.html.
Huang, T. & Véron, N. (2025). "China's private sector gained ground again among country's top corporations in first half of 2025". Peterson Institute for International Economics. https://www.piie.com/research/piie-charts/2025/chinas-private-sector-gained-ground-again-among-countrys-top-corporations.
Lavigne, M. (1997). Del socialismo al mercado: la difícil transición económica de Europa del Este. Editorial Encuentro.
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Milanovic, B. (2025). ‘Now, things are different, we must not look to the past’. Lenin in 1917 and 1922, applied to the present. Substack, Apr 30.
Naughton, B.(2017) "Is China Socialist?", Journal of Economic Perspectives, 31(1).
Negri, T. (2007). Goodbye Mr. Socialism. La Crisis de la Izquierda y los Nuevos Movimientos Revolucionarios, Editorial Paidós.
Nove, A. (1987). La economía del socialismo factible. Siglo XXI.
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Xi JinPing. (2022). Doctrinas de la China de Xi Jinping. El Grand Continent, octubre 22. https://legrandcontinent.eu/es/2022/10/22/el-pensamiento-xi-la-hegemonia-absoluta/.
4. Los debates sobre el post-capitalismo
El debate sobre los criterios de igualdad
Más allá de la economía, pero con consecuencias sobre cómo organizar la economía, diversas disciplinas se ocupan de los criterios para identificar y corregir la desigualdad de riqueza e ingreso que las sociedades y sus sistemas políticos consideren injustas.
Desde la genética, autores como Reich (2018) descartan la existencia de características que pudieran fundar diferencias de trato al interior de las sociedades humanas, reflexionando sobre las diferencias biológicas entre los géneros:
"Las diferencias entre los sexos son mucho más profundas que las que existen entre poblaciones humanas, reflejando más de 100 millones de años de evolución y adaptación...¿Cómo acomodamos las diferencias biológicas entre hombres y mujeres? Creo que la respuesta es obvia: debemos reconocer que existen diferencias genéticas entre varones y hembras y, al mismo tiempo, otorgar a cada sexo las mismas libertades y oportunidades sin tener en cuenta esas diferencias. Está claro, a juzgar por las inequidades que persisten entre mujeres y hombres en nuestra sociedad, que cumplir estas aspiraciones en la práctica es un desafío. Sin embargo, conceptualmente es sencillo. Y si esto es así entre hombres y mujeres, entonces sin duda lo será también con cualquier diferencia que podamos encontrar entre poblaciones humanas, la gran mayoría de las cuales será mucho menos profunda."
De esa consideración emergen definiciones extraeconómicas como procurar la igualdad ante la ley y el respeto a derechos civiles y políticos, y la prohibición de las discriminaciones de sexo, raza y orientación sexual, y otras con un fuerte impacto económico, como procurar una igualdad de oportunidades generalizada junto a una igualdad de resultados en ámbitos como la atención de salud y de condiciones básicas de existencia en materia de vivienda y servicios urbanos, alimentación, comunicación y acceso a la cultura y a un medio ambiente resiliente. Esto requiere sistemas de redistribución.
Por otra parte, existe una correlación entre las opiniones de las personas -y de los economistas- sobre la redistribución según sea su percepción del éxito económico como algo ganado o algo en buena medida heredado, aunque deba calificarse con cuidado la legitimidad de lo “ganado” y lo “heredado”. Quienes atribuyen el éxito al esfuerzo personal tienden a oponerse a las políticas redistributivas, mientras que quienes creen que el origen familiar y las conexiones juegan un papel importante son más favorables a esas medidas. Capozza y Srinivasan (2024) estiman desde una muestra representativa de la población estadounidense la disposición de los individuos a redistribuir dinero entre ciudadanos de distintas clases de ingresos. Encuentran que los pesos asignados por la población general son más progresivos que los implícitos en las políticas actuales de impuestos y transferencias, lo que sugiere que la población desea una redistribución adicional. Fisman, Kuziemko y Vannutelli (2021) muestran que, cuando se ofrece a las personas la posibilidad de cambiar la distribución del ingreso, se preocupan por tres grupos: los muy pobres (a quienes favorecen positivamente), los muy ricos (a quienes penalizan), y sus “vecinos de ingreso” inmediatos por encima de ellos (también penalizados).
En su texto de 2019 Capital e ideología Thomas Piketty sostiene que la desigualdad no es una consecuencia inevitable del progreso económico, sino el resultado de decisiones políticas, ideológicas y sociales específicas que han justificado y estructurado la distribución de la riqueza a lo largo del tiempo. Realiza una larga investigación para mostrar como cada sociedad ha desarrollado un “sistema justificativo” o ideología para explicar y legitimar sus desigualdades, desde las sociedades esclavistas y feudales hasta el capitalismo contemporáneo. Para Piketty, estas ideologías cambian con el tiempo y no están determinadas por leyes económicas inmutables, y han movilizado temas como la defensa de la propiedad privada y la meritocracia para legitimaciones modernas de la desigualdad, del mismo modo que antes lo fueron la religión o el linaje. Para este autor, las desigualdades contemporáneas están ligadas a la concentración patrimonial y a la falta de movilidad social. La globalización y la liberalización de capitales han favorecido a las élites económicas, debilitando los mecanismos redistributivos y fiscales del Estado-nación, incluyendo el ascenso de lo que llama una “izquierda brahmánica” (más educativa que obrera) y de una “derecha mercantil”, que han fragmentado las bases de un proyecto redistributivo universalista, dejando un vacío que han aprovechado los nacionalismos identitarios.
Otros pensadores han sostenido a lo largo de la historia que los gobernantes lo son de manera natural por pertenecer a estratos cuyos vínculos de sangre y honor les confieren esa condición, o directamente por voluntad de algún dios. Ya en parte de la Grecia antigua había quienes afirmaban que los no helenos eran esclavos por naturaleza debido a sus facultades cognitivas menos desarrolladas. En siglo XIX se pusieron por delante las virtudes y el espíritu emprendedor competitivo, en una especie de darwinismo social. El empresario Andrew Carnegie (1889) llegó a escribir que
"La ley de la competencia... está aquí; no podemos eludirla; no se han encontrado sustitutos para ella; y aunque la ley puede ser a veces dura para el individuo, es la mejor para la raza, porque asegura la supervivencia del más apto en todos los ámbitos. Aceptamos y damos la bienvenida, por tanto... a la concentración de los negocios, industriales y comerciales, en manos de unos pocos... como algo esencial para el progreso futuro de la raza... Debe haber un gran margen para el ejercicio de una habilidad especial en el comerciante y en el fabricante que deben manejar asuntos a gran escala. Que este talento para la organización y la gestión es raro entre los hombres se demuestra por el hecho de que invariablemente obtiene enormes recompensas, sin importar dónde o bajo qué leyes o condiciones...Es una ley, tan cierta como cualquiera de las otras mencionadas, que los hombres dotados de este talento peculiar para los negocios, bajo el libre juego de las fuerzas económicas, deben, necesariamente, pronto estar recibiendo más ingresos de los que pueden gastar juiciosamente en sí mismos; y esta ley es tan beneficiosa para la raza como las demás. Las objeciones a los cimientos sobre los cuales se basa la sociedad no vienen al caso, porque la condición de la raza es mejor con estos que con cualquier otro que se haya intentado..."
En la actualidad, incluso hay quienes postulan que lo que otorga un derecho legítimo a la riqueza y al poder es el coeficiente intelectual heredado genéticamente, como lo hace una parte de los dueños de las grandes empresas tecnológicas actuales. Un premio Nobel como Robert Lucas (2003), llegó a sostener que
"entre las tendencias más dañinas para una economía solvente, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es el foco en cuestiones de distribución. El potencial de mejoramiento de la vida de las personas pobres encontrando diversas vías de distribución de la producción existente es nada comparado con el potencial aparentemente ilimitado de incrementar la producción".
Los primeros socialistas elaboraron en el siglo XIX, por su parte, criterios de justicia distributiva con una visión centrada en el cambio de propiedad de los medios de producción. En su Crítica al Programa de Gotha (1875), Karl Marx definió el horizonte socialista del siguiente modo:
“En la medida en que el trabajo se desarrolla socialmente, convirtiéndose así en fuente de riqueza y de cultura, se desarrollan también la pobreza y el desamparo del que trabaja, y la riqueza y la cultura del que no lo hace". Superar esta drástica división de la sociedad en clases debía conducir en una primera fase a un sistema en que "el productor individual obtiene de la sociedad -después de hechas las obligadas deducciones- exactamente lo que ha dado...su cuota individual de trabajo...Ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de estos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta".
Este criterio distributivo del "a cada cual según su trabajo", medido en horas y hechas las deducciones para hacer crecer la base productiva y distribuir recursos a los que no están en condiciones de trabajar, es para Marx necesario en una primera etapa, aunque
"reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes individuales, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad... Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual".
Este tipo de lógica es la que dio curso en la historia de fines del siglo XIX y en el siglo XX a los derechos sociales y a las redistribuciones según necesidades. Para Marx, esto debía culminar en un criterio distributivo
"cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva", en el que "sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!".
Los procesos de transición de una situación a otra, de un derecho a otro, debían ser dejados al curso de la historia y no a diseños calificados de utópicos, sin llegar a definir la relación entre las necesidades socialmente cubiertas (¿cuales?) ni precisarse cómo se logra el aporte de cada cual según sus capacidades, ni tampoco la obtención de los "manantiales de riqueza" que le darían sustento (¿cómo?).
La historia siguió efectivamente su curso y dio lugar a luchas sociales que modificaron el capitalismo salvaje en el siglo XIX, con los primeros compromisos de seguridad social en la Alemania de Bismarck hacia 1880, e hicieron emerger en el siglo XX diversos tipos de Estados de bienestar basados en economías mixtas. Y también a revoluciones y a los llamados "socialismos reales", principalmente a partir de 1917 en Rusia y de 1949 en China, fruto de la descomposición de naciones en guerra en periferias inicialmente pobres, sin tradiciones democráticas ni mayor base industrial. Estas revoluciones fueron rápidamente acosadas militar y económicamente y debieron privilegiar para sobrevivir la industrialización forzada y los esfuerzos de guerra. El consumo presente fue subordinado a esos fines, con las consiguientes obligaciones de trabajo y mantención de precarias condiciones de vida mediante la provisión racionada de bienes básicos, salvo la parcial excepción de las elites gobernantes. Los sistemas de asignación burocrática de los recursos terminaron por colapsar y perder legitimidad, al no observarse cambios en la condición asalariada ni el logro de mejores niveles de vida comparativos.
Bajo el impulso intelectual de Friedrich Hayek, Milton Friedman y Robert Nozick, el neoliberalismo dio nueva vida al utilitarismo y al liberalismo económico clásicos y a las corrientes marginalistas, cuya visión descarta la idea de justicia social en beneficio de sociedades de mercado basadas en la persecución del interés individual, lo que expandiría mejor el bienestar general y tendería al equilibrio general. Esta corriente no tuvo problemas en asociarse a regímenes autoritarios, como fue el caso de los dos primeros al venir a Chile a defender la dictadura de Pinochet y a los Chicago Boys. Hoy inspira a los radicales Bolsonaro, Milei o Trump y a diversas expresiones cuya estrategia es la minimización de los Estados de bienestar, y del Estado en general (reducido a una especie de "vigilante nocturno"), y poner fin a las políticas de reducción de las desigualdades, que considera moralmente infundadas. Según Nozick (1971), cualquier impuesto obligatorio utilizado para financiar servicios o beneficios distintos de los que constituyen el Estado mínimo es injusto, porque ese impuesto equivale a una especie de “trabajo forzado” para el Estado por parte de quienes deben pagar el impuesto, incompatible con los derechos naturales liberales, empezando por el de propiedad. Salvo, y ahí sigue estando parte fundamental del tema distributivo, corregir "las injusticias pasadas" y que las pertenencias adquiridas de modo violento, clandestino o fraudulento vuelvan a sus verdaderos dueños. Esta limitación da por válida como "derecho natural" la distribución del ingreso según la productividad marginal en situaciones de mercado, teorizada de modo más que discutible por la economía neoclásica.
John Rawls (1971) introdujo renovados debates en defensa de la idea de justicia (qué cosa corresponde a quién). Para este autor, las exigencias de una sociedad justa parten con la identificación de bienes primarios de carácter social (los bienes de carácter natural son en su concepto la salud y los talentos, no susceptibles de igualación equitativa) que reparte en tres categorías: las libertades fundamentales, el acceso a las diversas posiciones sociales y las “bases sociales del respeto de sí mismo”. Una sociedad justa sería aquella cuyas instituciones reparten los bienes primarios sociales de manera equitativa entre sus miembros, tomando en cuenta que estos difieren en términos de bienes primarios naturales. Esta distribución equitativa debe, según Rawls, hacerse bajo tres principios: el de igual libertad (toda persona tiene un derecho igual al conjunto más extendido de libertades fundamentales iguales que sea compatible con un conjunto similar de libertades para todos), el de diferencia (que afirma que las eventuales desigualdades sociales y económicas que emergen en el marco de las instituciones que garantizan la igual libertad se justifican sólo si permiten mejorar la situación de los miembros menos aventajados de la sociedad) y el de igualdad equitativa de las oportunidades (vinculadas a funciones y posiciones a las cuales todos tienen el mismo acceso, a talentos dados). Si los talentos innatos de dos personas son los mismos, las instituciones deben asegurar a uno y otro las mismas posibilidades de acceso a las posiciones sociales que escojan. Rawls razona a partir del individualismo metodológico, incluyendo la hipótesis del "velo de la ignorancia", es decir una situación en la que nadie sabe en qué posición social le tocará vivir y tiene, por tanto, motivos para que su distribución sea equitativa, en vez de postular una redistribución por acción colectiva dadas las estructuras sociales vigentes. Pero es una buena base para identificar las desigualdades injustas y sus correcciones, pues de estos principios puede deducirse en términos prácticos la necesidad para una sociedad justa de la limitación de las desigualdades de riqueza e ingresos, de la prohibición del nepotismo y de las discriminaciones arbitrarias y el acceso universal a la enseñanza.
Ronald Dworkin, por su parte, insistió (2000) en que un gobierno legítimo tiene que tratar a todos los ciudadanos con igual respeto y consideración. Y puesto que en la distribución económica que consigue una sociedad existe una influencia de su sistema legal y político, ese requisito impone a la distribución condiciones igualitarias. Dworkin se apoya en dos principios fundamentales: la necesidad objetiva de que prospere la vida de todo ser humano, sea cual fuere su condición, y la responsabilidad que debe tener toda persona de definir su propia vida y conseguir que prospere, como base de su tesis de que la verdadera igualdad es la igualdad en el valor de los recursos que cada persona tiene a su disposición, y no de los éxitos que logra. La igualdad, la libertad y la responsabilidad individual no están para Dworkin en conflicto sino que fluyen y refluyen las unas de las otras. Defiende entonces un criterio de justicia distributiva basado en la igualdad de recursos. Dworkin mantuvo la visión igualitaria de Rawls sobre la arbitrariedad en la distribución de talentos, discapacidades y riqueza heredada, pero propuso un mecanismo consistente en un seguro que compensase esa distribución, manteniendo las personas la responsabilidad por sus preferencias más que basarse en el acceso a bienes primarios. Sin embargo, como señalan John Roemer y Alain Tranoy (2016), Dworkin solo discutió de forma informal el mercado hipotético de seguros, y al examinarlo con más detalle surgen diversas dificultades. Cuando se compran y luego se cobran las pólizas de seguro a la manera dworkiniana, puede darse una situación en la que la riqueza se transfiera de una persona discapacitada a una persona no discapacitada, aun cuando ambas tengan preferencias idénticas respecto al riesgo y sus dotaciones en la lotería del nacimiento sean iguales en riqueza. Esto constituye una patología para un igualitario de recursos, pues la persona discapacitada debería terminar con más recursos transferibles que la persona no discapacitada, dado que aquella dispone de menos recursos no transferibles.
Para Amartya Sen (1979, 2009), el enfoque de la justicia que se focaliza en el mérito derivado de la productividad marginal o en los bienes primarios sociales no considera suficientemente las "capacidades" muy desiguales de transformar esos bienes y recursos en "funcionamientos", para lo que propone actuar sobre el conjunto de capacidades que hacen posibles dichos funcionamientos, con bienes que proporcionan a las personas, por ejemplo, poder desplazarse, conseguir empleo o gozar de atenciones de salud y de acceso a la educación. Sen define la capacidad de una persona como el conjunto de vectores de funcionamientos disponibles para ella y abogó por la igualdad de las capacidades. Sostiene que la justicia requiere al menos que todos dispongan de un cierto número de capacidades fundamentales, según modalidades y medios que pueden variar considerablemente de un contexto sociocultural a otro, y que incluye la capacidad de participar en la vida colectiva, fundando un enfoque basado en atacar la pobreza –entendida como ausencia de capacidades más que de ingresos– no sólo absoluta sino también relativa.
Jon Elster (1997) procuró enunciar una redistribución justa como una concepción de sentido común del bienestar, que se traduce en cuatro proposiciones para el funcionamiento social, cada una de las cuales modifica la anterior:
1) maximizar el bienestar total;
2) apartarse de esa meta si es necesario para asegurarse que todos alcancen un nivel mínimo de bienestar;
3) apartarse de la exigencia de un mínimo de bienestar en el caso de las personas que están por debajo de él debido a sus propias elecciones, pues la sociedad no tiene la obligación de compensar a las personas por males evitables que recaen sobre ellas como resultado predecible de su comportamiento libremente elegido, y
4) apartarse del principio de no apoyar a estas personas si su fracaso para hacer planes para el futuro y reaccionar a los incentivos se debe a una pobreza y privación graves.
En el enfoque de Elster, se debe tomar especialmente en cuenta las diferencias entre individuos cuando proceden de las capacidades naturales o de discapacidades, es decir de factores no controlables. Y a la vez no buscar compensar las disparidades de esfuerzo, que emanan a su vez de diferencias de gustos y preferencias, pero sí considerar sus condicionamientos sociales.
La noción de igualdad compleja de Michael Walzer (1983) había contrastado de modo pertinente con el esfuerzo tradicional de la filosofía política de buscar axiomas o principios fundamentales de justicia sin distinguir sus ámbitos de aplicación. Este autor defiende una concepción de igualdad que preserve la separación de las diversas esferas de la vida social y la inconvertibilidad de las categorías de bienes constitutivas de cada una de ellas. El criterio de igualdad de trato (como la igualdad ante la ley y el voto) o de resultados (como en las atenciones de salud y las condiciones básicas de vida socialmente definidas) es pertinente en sus dominios específicos, como lo es el de igualdad de oportunidades en otros dominios (como en la educación y la vida de las empresas).
Michael Sandel (2020) ha llamado la atención sobre el mal uso del concepto de meritocracia. Que las posiciones sociales e institucionales se obtengan individualmente por el mérito de cada cual, con resultados desiguales que en principio se originan en esfuerzos diferentes, hace de la meritocracia, en palabras de Sandel,
"un ideal atractivo, especialmente si la alternativa es el privilegio heredado, patronazgo, nepotismo y corrupción. Asignar importantes roles sociales a aquellos que están calificados es algo bueno. Si requiero cirugía, necesito un médico muy bien calificado para que me opere. Entonces, el mérito en sí es algo bueno, y es una alternativa deseable frente a otras... El primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales. El segundo problema ...(es) que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores...La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás".
Su recomendación es pasar de
"la 'retórica del ascenso' hacia un proyecto enfocado en la dignidad del trabajo... (y) reconocer que el trabajo no es solo un modo de ganarse la vida, sino también una manera de contribuir al bien común, y obtener reconocimiento, respeto, estima social, por haber hecho ese trabajo. Esto sugiere que la políticas del Estado de bienestar y de redistribución, importantes como son, no son suficientes. Porque la gente no solo se preocupa de la justicia distributiva, sino también de la justicia contributiva, es decir, que su trabajo sea reconocido, valorado y respetado... (lo) que provee a las personas un sentido de dignidad y orgullo, como miembros, ciudadanos de una comunidad política".
Al haber desigualdades iniciales, la selección por mérito suele terminar reproduciendo esas desigualdades en los resultados y rendimientos, haciendo imposible la igualdad efectiva de oportunidades. El mérito es un atributo con componentes múltiples que, de no considerarse con suficiente complejidad cualitativa, puede terminar discriminando por factores sociales o de origen o por sus preferencias individuales a personas suficientemente capacitadas para iniciar trayectorias u ocupar lugares de su preferencia en la sociedad.
Otros autores han insistido en que una agenda de igualdad real de oportunidades debe incluir no solo la corrección de las barreras que impiden la igualdad formal de oportunidades y de acceso a distintos empleos y posiciones sociales, sino transformar las condiciones estructurales de desigualdad de acceso a esas diferentes posiciones sociales. Esto requiere impedir la dominación de poderes privados asimétricos sobre el resto de la sociedad (Pettit, 1997) y toda forma de discriminación arbitraria. Y también impedir el despotismo de burocracias no controladas democráticamente por los ciudadanos, las que terminan por apropiarse de la acción estatal en su beneficio. Es la idea de libertad como no dominación, distinta a la de la libertad como no interferencia.
Deben, por tanto, construirse instituciones que permitan contrarrestar la dominación de actores estatales y económicos sobre las opciones de las personas en las condiciones materiales dadas de existencia. La igualdad de oportunidades y sus requisitos pueden no ser una condición suficiente de justicia distributiva y deben completarse con la "igualdad socialista de oportunidades", de acuerdo a Gerald Cohen (2011), que apunta a reducir la desigualdad solo a las diferencias distributivas que se originan en elecciones personales. John Roemer propone en un sentido similar compensar a las personas por eventuales desventajas en la lotería del nacimiento, pero haciéndolas responsables de sus decisiones y de sus niveles de esfuerzo. En palabras de Roemer y Tranoy (2016):
"Toda discusión sobre la responsabilidad también suscita la espinosa cuestión del libre albedrío. Si la responsabilidad es un elemento central en la conceptualización de la igualdad de oportunidades, ¿es necesario abordar el problema del libre albedrío al enunciar una teoría de la justicia distributiva? Una respuesta práctica a esta pregunta —que en nuestra experiencia basta para los economistas en ejercicio, aunque no para algunos filósofos— es considerar que el grado de responsabilidad de las personas viene determinado en el contexto de una sociedad dada. En cada momento, el sistema político y jurídico de cada país sostiene una visión específica sobre la responsabilidad individual que se aplica en la vida cotidiana. Por tanto, puede considerarse qué medidas de política pública debería adoptar una sociedad determinada para promover la igualdad de oportunidades, basándose en la realidad de la responsabilidad individual avalada por esa sociedad".
Según Cohen, se debería, además, promover un sentido de comunidad y la construcción de instituciones económicas más allá del interés personal inmediato a partir del principio de "reciprocidad comunitaria" según el cual
“yo le sirvo a usted no debido a lo que pueda obtener a cambio por hacerlo, sino porque usted necesita o requiere de mis servicios, y usted me sirve a mí por la misma razón”.
En el caso del mercado, este autor señala que la reciprocidad del intercambio -pago por algo que necesito o deseo a un precio que resulta suficientemente conveniente para el oferente- es puramente instrumental, motivada por la codicia y eventualmente el miedo, y en el mejor de los casos limita los mejores motivos a la familia inmediata y a los amigos. En el caso de la comunidad, la reciprocidad se logra a través de la generosidad mutua y celebra virtudes y no vicios, lo que supone que a las personas les importen los demás, que siempre que sea necesario y posible cuiden de ellos y que, además, se preocupen de que a los unos les importen los otros. Cohen ofrece una definición que invoca a Einstein con aprobación: el socialismo es el intento de la humanidad de "superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano", aunque no existan mecanismos automáticos de fácil adopción para convertirlo en el corazón de la economía. No obstante, observa que la generosidad caracteriza muchos aspectos de la vida social y no se limita a la toma de decisiones familiares, pues abarca áreas como partes de la atención de salud, la enseñanza y las actividades asistenciales, mientras en los desastres naturales y las emergencias a menudo se desecha las relaciones mercantiles y se actúa con la reciprocidad de la generosidad.
Así, para estos autores una agenda de igualdad efectiva de oportunidades debe incluir no solo la corrección de las barreras que impiden la igualdad formal de oportunidades y de acceso a distintos empleos y posiciones sociales, sino transformar las condiciones estructurales de desigualdad de acceso a esas diferentes posiciones sociales. Esto requiere impedir la dominación de poderes privados asimétricos sobre el resto de la sociedad y toda forma de discriminación arbitraria. El paso siguiente, en este enfoque, es la reciprocidad comunitaria, que incluye considerar las consecuencias de las acciones del presente en las nuevas generaciones y en la resiliencia de los ecosistemas para mantener en condiciones adecuadas la vida humana en el planeta, con mecanismos definidos por regímenes democráticos que impidan el despotismo de burocracias estatales no controladas por los ciudadanos que terminen por desviar la acción colectiva en su beneficio.
Las experiencias socialdemócratas
Otros proyectos se han propuesto históricamente paliar en contextos democráticos las consecuencias del capitalismo reduciendo el sufrimiento de quienes salen perdiendo en el sistema pero manteniendo el predominio de la propiedad privada de los instrumentos de producción y construyendo Estados de bienestar, como las experiencias socialdemócratas desde la posguerra en el siglo XX. Estos han ampliado la provisión pública de bienes de consumo colectivo, socializado mecanismos para enfrentar los riesgos de desempleo, enfermedad y vejez sin ingresos y creado sistemas de ingresos básicos, así como instrumentos de control de la depredación ambiental. Estos procesos han mantenido el debate sobre las posibles alternativas al capitalismo y siguen alimentando una amplia literatura sobre la vigencia de la idea socialista democrática. La mejor definición es tal vez la de Thomas Meyer (2007):
"Todas las teorías de un socialismo democrático representan un concepto igualitario de justicia, afirman el Estado constitucional democrático, luchan por la seguridad del Estado de bienestar para todos los ciudadanos, quieren limitar la propiedad privada de una manera socialmente aceptable y socialmente integral, y regulan políticamente el sector económico".
En esta lógica se inscriben las experiencias socialdemócratas de los países nórdicos. Por su parte, en Alemania se ha moldeado el «Estado social» establecido en la Constitución de posguerra gracias a la influencia de la socialdemocracia y del socialcristianismo, lo que se traduce entre otras cosas en una co-gestión en las empresas de más de 500 asalariados, con un tercio del directorio supervisor reservado a los sindicatos y trabajadores, y hasta la mitad en las de más de 2 mil; casos de participación del Estado regional en la propiedad de empresas, como Volkswagen, la principal empresa automotriz del mundo, con el 12% de las acciones y un 20% del directorio en manos de Baja Sajonia; una negociación colectiva obligatoria por rama y territorio, y solo con sindicatos; un piso de pensiones asegurado por un sistema público de reparto con cotizaciones paritarias de empleadores y trabajadores de 20% del salario, más complementos privados; un servicio de salud y dependencia universal, con un seguro médico obligatorio público que cubre al 90% de la población, independientemente de los ingresos, la edad, el origen social y el riesgo de enfermedad personal, con opciones de seguros privados regulados; un sistema escolar en el que el 92% de la matrícula es pública, con 40.000 centros de enseñanza general y profesional y 798.000 docentes para 11 millones de alumnos y alumnas y 240 universidades públicas y gratuitas que matriculan al 90% de los y las estudiantes (todas las universidades de primer nivel son públicas); un “sueldo ciudadano” para quienes han agotado sus derechos en el seguro de desempleo (563 euros mensuales), con obligación de buscar empleo y una formación profesional gratuita para 3,7 millones de beneficiarios.
Para financiar este Estado social, los impuestos y cotizaciones llegaban en 2022 en Alemania al 39% del PIB. Esta cifra es todavía superior en los países nórdicos, con un 44% en Noruega, 43% en Finlandia, 42% en Dinamarca y 41% en Suecia, según la OCDE. En el caso de Noruega, un importante exportador de petróleo, el Estado recauda un total cercano al 80% de las utilidades del sector, sumando su participación como accionista (el 70% de la empresa de petróleo Equinor y el 51% en todo proyecto de petróleo asociado con privados) y las regalías e impuestos. Estas cargas no han impedido su éxito económico, desmintiendo aquello de que “a más impuestos menos crecimiento”, pues los países con modelos socialdemócratas se sitúan hoy entre los países de mayor PIB por habitante. En 2022, a paridad de poder de compra, éste alcanzaba unos 66.6 mil dólares en Alemania, 62.8 mil en Finlandia, 68.2 mil en Suecia, 77.9 mil en Dinamarca y 121.3 mil en Noruega, en este caso con el aporte adicional del petróleo, mientras en Estados Unidos llegaba a 76,3 mil dólares. En Chile, los impuestos alcanzaban el 24% del PIB en 2022 y el PIB por habitante unos 31.1 mil dólares, siempre según la OCDE, con una desigualdad sustancialmente mayor.
Los modelos socialdemócratas no son menos productivos que los de capitalismo libremercadista: la producción por hora trabajada es algo menor en Alemania que en Estados Unidos, pero es superior en Dinamarca, Suecia y Noruega. Entre 2015 y 2022, la productividad laboral ha crecido más en Suecia que en Estados Unidos. Un crecimiento de esa productividad puede reflejar ganancias de innovación y eficiencia general, un mayor uso de capital o una menor proporción en el empleo de trabajadores de baja productividad. Los países con elementos del modelo socialdemócrata han logrado, gracias a sus políticas de innovación, laborales, sociales y redistributivas, algunos de los mejores indicadores de productividad y a la vez de bienestar en el mundo, y los menores índices de desigualdad. Esa desigualdad es en esos países inferior a 0,3 en la escala de 0 a 1 del índice de Gini, mientras en Estados Unidos es de 0,4 y en Chile de 0,45.
La objeción a esos modelos, como subraya Nick French (2025), surge de la opinión de que, dado que el capitalismo se basa en la dominación de los trabajadores por parte de los capitalistas y su captura de la mayor parte del excedente, esto ocurre incluso en las sociedades socialdemócratas en su mejor momento, lo que lleva a que los muy ricos ejerzan una influencia indebida sobre el proceso político mediante el lobby, la financiación de campañas y la amenaza de retiro de inversiones, lo que mina la democracia. Sostiene este autor que al dejar ingentes cantidades de riqueza y poder en manos de los capitalistas y permitirles determinar el rumbo económico, la socialdemocracia facilitó que los capitalistas socavaran los compromisos temporal socialmente progresivos, aunque las sociedades socialdemócratas han logrado un mayor grado de igualdad que muchas sociedades capitalistas y han limitado la influencia política del capital concentrado. Pero esos logros se han erosionado tarde o temprano, y han hecho perder fuerza política y electoral a la socialdemocracia en todas partes. Una variante ha sido incluso la de disminuir el rol de los Estados de bienestar, en los que se puede denominar proyectos "social-liberales", cuyas expresiones han sido figuras británicas como Tony Blair, estadounidenses como Bill Clinton o brasileñas como Fernando Henrique Cardoso. Un buen ejemplo de esta diferencia se aprecia en los cambios que sufrió el programa del Partido Laborista británico en los años noventa. En 1918, el Labour adoptó entre sus objetivos la nacionalización de gran parte de la industria privada. El texto de la Cláusula IV reclamaba “la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio”. En 1995, Tony Blair modificó la Cláusula IV y definió el socialismo en términos de un conjunto de valores —solidaridad, respeto, tolerancia— en lugar de en función de un nuevo orden de relaciones de propiedad.
El debate sobre la socialización económica y las opciones post-capitalistas
Hay quienes no son partidarios de las sociedades que se organizan alrededor de la acumulación privada ilimitada de capital y del libre mercado, es decir el capitalismo, dadas sus consecuencias en materia de concentración del poder económico y político, de desigualdad del ingreso y la riqueza, de persistencia de la pobreza y el desempleo en medio de la abundancia, de subordinación del trabajo asalariado, de mercantilización generalizada de las relaciones sociales, de carencia de bienes públicos suficientes para el bienestar de la mayoría y de una depredación ambiental que fragiliza la supervivencia humana futura. En palabras de Erik Olin Wright (2021):
"Sí, hay crecimiento económico, innovación tecnológica, aumento de la productividad y masificación de los bienes de consumo, pero junto con el crecimiento económico capitalista viene la indigencia para muchos cuyos medios de vida han sido destruidos por el avance del capitalismo, la precariedad para los que están en la parte inferior del mercado laboral y el trabajo alienante y tedioso para la mayoría. El capitalismo ha generado aumentos masivos de productividad y riqueza extravagante para algunos, pero mucha gente sigue luchando por llegar a fin de mes. El capitalismo es una máquina que aumenta tanto la desigualdad como el crecimiento. Y eso, sin mencionar que está cada vez más claro que el capitalismo, impulsado por la búsqueda incesante de ganancias, está destruyendo el medio ambiente."
¿Puede afirmarse, como Immanuel Wallerstein (2008) frente a la gran recesión de 2008-2009, que “el capitalismo llega a su fin”, pues “las posibilidades de acumulación real del sistema han alcanzado sus límites”? Su argumento es que
"el capitalismo, desde su nacimiento en la segunda mitad del siglo XVI, se nutre del diferencial de riqueza entre un centro en el que convergen las ganancias y periferias (no necesariamente geográficas) cada vez más empobrecidas".
Y esas periferias en Asia y América Latina crean ahora, en su visión, un desafío insuperable para la “economía-mundo” creada por Occidente, que ya no puede controlar los costos de la acumulación (los precios de la mano de obra y de las materias primas y los impuestos). Eric Hobsbawm (2008) expuso, por su parte, una reflexión más matizada sobre las causas y salidas a la crisis de 2008-2009 y el futuro del capitalismo:
"Tenemos los mismos incentivos que había en los '30: si no se hace nada, el peligro político y social es profundo y eso es, después de todo, la forma en que el capitalismo se reformó a sí mismo durante y después de la guerra, bajo el principio de ‘nunca más’ a los riesgos del 30...Creo que esta crisis está siendo más dramática por los más de 30 años de una cierta ideología ‘teológica’ del libre mercado, que todos los gobiernos en Occidente han seguido. Porque como Marx, Engels y Schumpeter han previsto, la globalización -que está implícita en el capitalismo- no sólo destruye una herencia de tradición sino también es increíblemente inestable: opera a través de una serie de crisis. Y esto está siendo reconocido como el fin de una era específica. Sin dudas, se hablará más de Keynes y menos de Friedman y Hayek. Todos están de acuerdo en que, de una forma u otra, habrá un mayor rol para el Estado. Ya hemos visto al Estado como el prestamista de última instancia. Quizás regresaremos a la idea del Estado como el empleador de última instancia, que es lo que fue bajo FDR (Franklin Delano Roosevelt) en el "New Deal" en Estados Unidos. Lo que sea, será un emprendimiento público de acción e iniciativa, que será algo que orientará, organizará y dirigirá también la economía privada. Será mucho más una economía mixta que lo que ha sido".
No obstante, para los proyectos anticapitalistas tradicionales lo esencial sigue siendo cambiar las relaciones de propiedad, en tanto sostienen que el capitalismo es un sistema económico basado en la propiedad privada de los activos productivos de la sociedad, capturados por una clase minoritaria, la que debiera ser abolida en la esfera de los “medios de producción” y reemplazada por la propiedad estatal. Pero estos proyectos suelen no hacerse cargo del balance de las experiencias de centralización económica estatal que terminaron en sistemas burocráticos dominados por un partido único o por un grupo dirigente restringido, alejados de cualquier forma democrática de gobierno. Además, a pesar de éxitos parciales, suelen acompañarse de un dinamismo económico limitado, en medio de una asignación de recursos que no permite suficientemente la innovación al no contemplar intercambios descentralizados y de iniciativa autónoma.
El derrumbe de la Unión Soviética en 1991 dejó en buena medida atrás la identificación del socialismo o de la democracia social con el modelo de régimen de partido único y de centralización estatal de la economía al que dio lugar. En la interpretación de Zygmunt Bauman (2013), la parte capitalista del mundo bipolar de la guerra fría había avanzado hacia economías mixtas y Estados de bienestar para obstaculizar el modelo estalinista en la dirección de combatir la miseria, fortalecer el papel de los trabajadores y ampliar el acceso a la educación y la salud, pero “con mucho más éxito que el propio comunismo”. Cita la irónica frase del politólogo Roberto Toscano: “el comunismo fue algo realmente muy bueno para todos, salvo para aquellos que tuvieron la desgracia de vivir bajo ese sistema”. Por su parte, Tony Negri (2007) formuló una ácida observación sobre muchos de sus sostenedores en otras épocas:
"han pasado del fetichismo de la Unión Soviética y del socialismo real al abandono total de cualquier perspectiva de transformación de la vida y de la sociedad. Lo tremendo es que la experiencia burocrática que estos señores han tenido con las ideas y las expresiones del socialismo real se ha transfigurado bruscamente en cinismo, siguen siendo estalinistas sin ser ya socialistas".
Negri hace referencia a las sociedades post-soviéticas de Europa del Este, algunas de las cuales, como Hungría, evolucionaron hacia regresiones autoritarias, incluso formando parte de la Unión Europea. Rusia, por su parte, se transformó rápidamente en un régimen con una personalización del poder político tradicional en ese país, junto a una fuerte concentración del poder económico privado en un capitalismo oligárquico. La transición de Rusia a la “economía de mercado” fue notoriamente traumática. Una descripción se encuentra en Elizabeth Brainerd (1998) que señala que, junto a la caída del PIB:
"la desigualdad salarial global casi dobló entre 1991 y 1994 y ha alcanzado un nivel superior al de Estados Unidos...Los `ganadores´ de esta transformación son los hombres jóvenes bien educados cuyas capacidades les permitieron explotar las nuevas oportunidades de ganancia en el sector privado de la economía. Los `perdedores´ son los trabajadores más viejos, hombres en particular, cuyo capital humano se devaluó...Las mujeres también aparecen entre las principales perdedoras de la transición".
Hay también corrientes que, asumiendo que la centralización económica burocrática no es compatible con la democracia ni permite alcanzar grados suficientes de equidad y prosperidad, enfatizan que los esquemas social-liberales no se proponen -y los socialdemócratas no logran- restringir la dominación capitalista sobre las condiciones de vida de la mayoría, por lo que termina prevaleciendo la precariedad y subordinación a los intereses del capital de la mayoría social que vive de su trabajo. Por ello insisten en la necesidad de procesos de minimización de la esfera capitalista en la estructura económica. Su enfoque suele valorar las experiencias socialdemócratas, pero postula ir más allá en los mecanismos de socialización económica.
Eric Olin Wright (2025) sostiene que el capitalismo como sistema debe superarse por la magnitud de sus defectos:
"En diferentes épocas y lugares, se han establecido muchas políticas para compensar la deformación de la libertad y la democracia que provoca el capitalismo. Se pueden imponer restricciones públicas a la inversión privada de manera que se erosione la rígida frontera entre lo público y lo privado; un sector público fuerte y formas activas de inversión estatal pueden debilitar la amenaza de la movilidad del capital; las restricciones al uso de la riqueza privada en las elecciones y la financiación pública de las campañas políticas pueden reducir el acceso privilegiado de los ricos al poder político; la legislación laboral puede reforzar el poder colectivo de los trabajadores tanto en la esfera política como en el lugar de trabajo; y una amplia variedad de políticas de bienestar pueden aumentar la libertad real de quienes no tienen acceso a la riqueza privada. Cuando las condiciones políticas son adecuadas, las características antidemocráticas y restrictivas de la libertad del capitalismo pueden paliarse, pero no eliminarse. Domesticar el capitalismo de esta manera ha sido el objetivo central de las políticas defendidas por los socialistas en las economías capitalistas de todo el mundo. Pero para que la libertad y la democracia se realicen plenamente, no basta con domesticar el capitalismo. Hay que superarlo".
Para este autor, históricamente el anticapitalismo estuvo animado por cuatro lógicas de resistencia diferentes: las de destruir el capitalismo, domesticar el capitalismo, escapar del capitalismo y erosionar el capitalismo, lógicas que coexisten y se entremezclan, mientras propone una estrategia que combine “domesticar y erosionar” el capitalismo para superar sus consecuencias sociales y ambientales. Domesticar son las políticas socialdemócratas, erosionar es favorecer las antiguas y nuevas formas de producción colaborativa.
Estos proyectos de democracia social no se oponen a mejoras de la condición social de las mayorías en el marco del capitalismo, pero se proponen reestructurar la economía en su conjunto en el largo plazo, avanzando hacia un sistema que combine la propiedad pública, las cooperativas de trabajadores y diversas formas de propiedad sin fines de lucro o con fines combinados, con un sector de propiedad privada con fines de lucro importante pero que no determina la orientación de la economía y de las relaciones sociales. Se plantean como una corriente que acepta la posibilidad de que las realidades políticas y económicas hagan que alcanzar el nivel de socialdemocracia de la Suecia de los 70 sea lo máximo factible a mediano plazo. Pero, al mismo tiempo, constatan que donde los socialdemócratas ven un punto final, con logros que se han erosionado tarde o temprano por un poder económico que permanece con capacidad de producir regresiones sociales, mantienen el ideal de desplazar el predominio capitalista, aunque preservando espacios significativos de economía privada regulada, pero avanzando en la superación progresiva del trabajo asalariado subordinado y ampliando la socialización de una parte significativa de la inversión, los ingresos y diversas actividades económicas en una economía mixta. Terminar con el trabajo asalariado subordinado supone pasar del «a cada cual según su trabajo» al «de cada cual según sus capacidades a cada cual según sus necesidades», entendidas las primeras como el trabajo cooperativo y las segundas como las socialmente determinadas. En palabras de Olin Wright:
"Las cooperativas de trabajo son una auténtica utopía que surgió junto al desarrollo del capitalismo. Tres importantes ideales emancipatorios son la igualdad, la democracia y la solidaridad. Todos ellos se ven obstaculizados en las empresas capitalistas, donde el poder se concentra en manos de los propietarios y sus sustitutos, los recursos internos y las oportunidades se distribuyen de forma muy desigual y la competencia socava continuamente la solidaridad. En una cooperativa de trabajo, todos los activos de las empresas son propiedad conjunta de los propios empleados, que también gobiernan la empresa de forma democrática, con una sola persona y un solo voto. En una cooperativa pequeña, este gobierno democrático puede organizarse en forma de asambleas generales de todos los miembros; en cooperativas más grandes, los trabajadores eligen consejos de administración para supervisar la empresa…Tienen el potencial de contribuir a erosionar el dominio del capitalismo cuando amplían el espacio económico en el que pueden operar los ideales emancipatorios anticapitalistas. Las agrupaciones de cooperativas de trabajadores podrían formar redes; con formas adecuadas de apoyo público, esas redes podrían extenderse y profundizarse para constituir un sector de mercado cooperativo; ese sector podría –en ciertas circunstancias– expandirse para rivalizar con el dominio del capitalismo."
Se aproximan a esa formulación el sector social y solidario actualmente existente, que se ha desarrollado a lo largo del tiempo y que representa el 6% del empleo en la Unión Europea y el 6,5% en Estados Unidos («non profit private organizations»). Se agregan a estos esquemas distintos de la lógica capitalista -promovida por el liberalismo económico- la educación y atención de salud universales y gratuitas y la variedad de transferencias monetarias y subsidios a las familias con hijos y a los grupos de menos ingresos o los aportes condicionados a la búsqueda de empleo.
La producción colaborativa entre iguales que ha surgido en la era digital tiene, por su parte, como ejemplo más conocido el de Wikipedia, en el dominio del conocimiento. Esta fórmula dejó atrás un mercado tricentenario de enciclopedias (ahora es casi imposible producir una enciclopedia de propósito general comercialmente viable). Wikipedia es producida de forma totalmente no capitalista por cientos de miles de editores no remunerados de todo el mundo que contribuyen al patrimonio mundial y la ponen a disposición de todo el mundo de forma gratuita. Se financia mediante una especie de economía del regalo que proporciona los recursos de infraestructura necesarios. Wikipedia es heterogénea, con entradas de alta calidad y otras muy insuficientes, pero es un ejemplo de cooperación a gran escala, altamente productiva y organizada sobre una base no capitalista.
Y también se orientan en este sentido emancipador los sistemas de ingresos universales, incondicionales y permanentes -como el de Alaska para redistribuir las regalías mineras o el de Nueva Zelandia para un ingreso igualitario para todos los adultos mayores- así como los diversos esquemas de vivienda social, transporte y urbanismo al margen del mercado.
Algunos autores toman las distinciones de Fernand Braudel sobre los tres pisos de la economía para postular que el capitalismo puede ser superado en un proceso de cambios estructurales si se refuerza y regula con sentido de interés general los dos primeros pisos de la economía -el piso de la economía de subsistencia y de intercambios simples de la economía familiar y cooperativa y el piso de los intercambios monetarios de mercados desconcentrados y descentralizados- y se restringe el tercer piso (Laville, 2004; Viveret, 2013). Y que es posible concebir una sociedad en la que el capitalismo, el tercer piso, deje de ser dominante, pero no reemplazado por decreto mediante la centralización económica en manos del Estado, sino en un proceso evolutivo.
En la interpretación de Burlamaqui (2020), ya Joseph Schumpeter tenía en mente una definición específica de socialismo vinculada a su teorización de la “socialización de la inversión”:
"La definición de socialismo de Schumpeter no se centra en la expropiación estatal de los medios de producción ni en la erradicación de la propiedad privada, sino más bien en su socialización, lo cual implica esencialmente rediseñar las fronteras y los modos de interacción entre las esferas privada y pública."
Este rediseño de fronteras con una socialización de la inversión pero sin planificación central de precios y cantidades, es lo que ha ido ocurriendo en China desde la década de 1980 con un éxito económico considerable, pero con el también considerable problema de sostenerse en un régimen de partido único. Desde 2014 se ha convertido en la segunda mayor economía nacional, el mayor exportador y fabricante de manufacturas, el poseedor del mayor superávit en cuenta corriente del mundo, titular de la mayor cantidad de reservas internacionales y también del fondo soberano más grande, con la tasa de crecimiento del PIB más rápida de cualquier nación en las últimas dos décadas, un ritmo de modernización tecnológica acelerado y uno de los conjuntos de políticas que le ha permitido sacar a millones de personas de la línea de pobreza cada año. Estos éxitos pueden atribuirse al papel emprendedor desempeñado por el Estado chino, que incluye la centralidad del crédito selectivo para la innovación y el desarrollo, el papel clave del Estado en orientar la innovación y la función estratégica otorgada a los bancos de inversión y desarrollo para proveer la financiación necesaria. Nada indica que este tipo de roles no puedan ser realizados también por Estados desarrollistas democráticos en otras realidades.
La Vía de Edgar Morin (2011), entre diversos otros autores, propone una orientación más amplia hacia lo que llama "una metamorfosis que incluya la simbiosis de las sociedades con la biosfera y la reconstrucción democrática", pasando de lo que denomina “policrisis” a un “nuevo comienzo” en base a una alianza entre individuos, comunidades y Estados. Sostiene que solo el pensamiento complejo, que sea capaz de enlazar disciplinas, escalas y dimensiones (física, biológica, social, ética), puede comprender y transformar la realidad, pues al reducirse a compartimentos se producen cegueras cognitivas que agravan los problemas que se pudiera pretender resolver. Propone una economía del “bien vivir” (prosperidad con sobriedad, circuitos cortos, eco-eficiencia, relocalización selectiva) que reintegre trabajo, cooperación y creatividad y mida el progreso por la calidad de vida y no por el PIB. Plantea una “vía política” en tres círculos concéntricos entre lo local, con democracia participativa y autogobierno; lo nacional-regional, con Estados capaces de regular mercados y garantizar derechos y lo planetario, con una gobernanza global solidaria mediante una ONU reforzada, tribunales ambientales y tributos a las transacciones financieras. Postula que sin una mutación de valores (solidaridad, autocontrol del consumo, cultura de paz) no habrá transición. Así, Morin defiende una "ecología de la acción" en que cada acto puede encadenarse con otros en procesos colectivos de cambio, con el trasfondo de una reforma educativa que enseñe a “vivir la complejidad" para conjugar ciencia, arte, ciudadanía y cuidado de sí mismo y de los otros. Es un llamado a una responsabilidad que deje de lado lo que denomina el catastrofismo paralizante y la fe ciega en el progreso técnico, mediante una confianza activa en el potencial creativo humano.
Thomas Piketty (2019, 2021) aboga en este sentido por un "socialismo participativo y descentralizado", que combine propiedad social, cogestión empresarial, fuerte progresividad fiscal y transparencia patrimonial global como base para una sociedad más equitativa. También propone contemplar la introducción de formas de democracia económica en las empresas maduras, con incidencia de los trabajadores en la orientación y resultados de su actividad y con una fuerte limitación de la herencia de activos económicos.
Una sociedad post-capitalista o parcialmente post-capitalista, debe, en todo caso, partir del capitalismo realmente existente y sus potencialidades de cambio y avanzar a nuevas articulaciones económicas e institucionales. Puede basarse en una economía mixta reforzada, con empresas autónomas y en competencia pero mejor reguladas social y ambientalmente, con o sin fines de lucro o con fines combinados. Esta debe estar en interacción con un Estado social, proveedor de redistribuciones equitativas de amplio espectro y de bienes públicos financiados con impuestos a las transacciones, los ingresos y los patrimonios sujetos al principio de progresividad.
El Estado social está llamado a asegurar, por razones de eficiencia y equidad en el funcionamiento económico, el acceso universal -y ya no solo selectivo según el nivel de ingresos de mercado- a la educación, la atención de salud, la vivienda y el urbanismo sostenibles, así como a sistemas de pensiones y redistribuciones tributarias y transferencias que permitan ingresos básicos universales a lo largo de la vida para proporcionar un nivel de vida modesto y sobrio, pero digno. Se debe resolver así el problema del hambre y uno de los daños del capitalismo: la pobreza y el desempleo en medio de la abundancia. Pero también amplía el potencial de erosión del dominio del capitalismo al canalizar los recursos hacia formas no capitalistas de actividad económica: una de las razones por las que las cooperativas de trabajo suelen ser frágiles es porque deben generar ingresos suficientes no sólo para cubrir los costos materiales de producción, sino también para proporcionar un salario básico a sus miembros. Si se garantizara un ingreso básico independientemente del éxito de la cooperativa en el mercado, las cooperativas de trabajo serían mucho más sólidas. Esto también significaría un menor riesgo para los préstamos de los bancos.
El post-capitalismo supone, si se entiende como redistribución del poder entre los ciudadanos, además de un régimen democrático pluralista y de libertades, con separación de poderes y descentralizado, un Estado económico con capacidades de moldear los mercados. Este debe ser no solo regulador de los mercados para evitar depredaciones ambientales, abusos de monopolio y de las condiciones del trabajo. Debe asegurar el buen funcionamiento de los sistemas de ahorro y de provisión de moneda y crédito para el financiamiento de largo plazo y el acceso a mercados y a transferencia tecnológica a todo el espectro de empresas. Además, debe proponerse asegurar, regulando las condiciones de trabajo y la demanda agregada, el trabajo decente y el pleno empleo. Su tarea debe ser estimular una innovación tecnológica al servicio de las necesidades humanas junto al apoyo a la resiliencia de los ecosistemas y a la preservación y expansión de los bienes comunes. Debe orientar en el largo plazo la diversificación productiva que distribuya mejor en los territorios las actividades y mejore las condiciones del vínculo con la economía internacional. Esto supone asegurar producciones estratégicas y, por lo tanto, gestionar empresas públicas selectivas, y sistemas amplios de innovación y desarrollo tecnológico. Y también introducir de modo progresivo, especialmente a través de impuestos a las grandes herencias bajo la forma de cesión de activos como forma de pago, lo que John Roemer (2020) llama una economía compartida:
"los mercados seguirían asignando recursos y las empresas seguirían acumulando utilidades, pero los trabajadores e inversionistas recibirían todos los ingresos de la empresa. Tras pagar el precio de mercado del trabajo (el salario) a los trabajadores y el precio del capital (la renta / tasa de interés) a los inversionistas, las utilidades se distribuirían a los trabajadores e inversionistas de manera proporcional a sus aportes a la empresa."
Una transformación productiva de largo plazo de este tipo requiere de políticas de estímulo de la producción de cercanía y los intercambios de reciprocidad del primer piso material de las sociedades (economía familiar e informal y economía social y solidaria), así como de los intercambios de mercado regulados y no asimétricos de un segundo piso económico (con producción y consumo sostenibles y con diversos agentes descentralizados y estatales) que incorpore el progreso técnico, las economías de escala y la articulación mutuamente beneficiosa en cadenas globales de suministro de bienes intermedios y finales.
Así, una alternativa a la privatización y mercantilización general de las actividades económicas y sociales es un proyecto democrático de transformación socializadora de la economía mediante el gobierno social y ecológico de los mercados y con formas mixtas de propiedad. Una sociedad post-capitalista democrática no podría incluir la centralización estatal de la economía, sino sostenerse en una economía mixta con un Estado regulador de los mercados, que organiza la cobertura social de los riesgos de desempleo, enfermedad y vejez sin ingresos y que es también inversor y productor estratégico, por lo que gestiona empresas estatales en algunos sectores y participaciones en empresas privadas para cautelar el interés nacional, pero que deja una autonomía normada a la gran mayoría de las empresas para tomar sus decisiones, ya sea que se orienten por los fines de lucro de sus dueños, los cooperativos de sus participantes, o los de interés general y de servicio público y solidario, o bien por fines mixtos. Por definición, no podría regirse por un régimen político de dictadura o de partido único, sino por uno democrático, con instituciones plurales, representativas y participativas basadas en la elección periódica de las autoridades por el pueblo.
Como se observa, este tipo de enfoques de superación del capitalismo no implica eliminar los mercados, sino preservarlos en los ámbitos en que son útiles para el incremento del bienestar de la sociedad en base a un poder estatal democrático que los intervenga social y ambientalmente, los haga más simétricos en materia de agentes intervinientes y por tanto competitivos en beneficio del consumidor. Tampoco implica eliminar las empresas con fines de lucro, siempre que estén sujetas a las regulaciones de interés general, no concentren la economía más allá de las necesidades de obtención de economías de escala ni se extiendan a los ámbitos sociales y personales en los que el lucro no debe existir (Sandel, 2013).
Mantener una igualdad efectiva de oportunidades y grados significativos de reciprocidad comunitaria supone en definitiva limitar la concentración del poder económico y construir un esquema regulatorio y tributario que no lleve al ahogo burocrático sino a uno que sea suficiente para lograr los objetivos de desconcentración de los mercados, protección de los consumidores, apoyo a la innovación y creatividad productiva, negociación colectiva equitativa de los salarios y condiciones de trabajo, desmercantilización de la provisión de los bienes públicos y de la preservación de los bienes comunes, distribución de ingresos básicos universales a lo largo de la vida para erradicar la pobreza, lo que supone sistemas tributarios con lógica de progresividad, de estímulo del incremento de las capacidades humanas y de promoción del ahorro y la inversión, preservando intercambios descentralizados que mantengan esquemas de competencia que beneficien a los usuarios y su bienestar. En todo caso, ampliar el funcionamiento de las esferas socializadas inevitablemente provoca una confrontación política recurrente con el poder económico oligárquico, que aspira a disminuir la injerencia pública y de las comunidades en la vida económica y de las empresas y que postula que solo así se maximiza el rendimiento de su capital, frecuentemente apoyado por un fuerte dominio mediático. Los enfoques de democracia social postulan que la democracia es el espacio y límite de su accionar, por lo que las sociedades post-capitalistas existirán o no según lo vayan determinando las mayorías sociales y electorales en cada nación y grupo de naciones. Y requerirán de la construcción de consensos y de aumentos sistemáticos tanto de las capacidades y probidad de las institucionales estatales como de las capacidades para cooperar en diversos ámbitos de las organizaciones económicas de mercado y las no capitalistas y sin fines de lucro.
Referencias y lecturas adicionales
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