"No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés (...). Ninguno por lo general se propone originariamente promover el interés público (…), sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste y en muchos otros casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención."
Adam Smith, 1776.
“El producto de la tierra, es decir todo lo que se retira de su superficie por el uso conjunto del trabajo, de las máquinas y del capital, es repartido entre tres clases de la comunidad: los propietarios de la tierra, los que detentan el fondo o capital necesario para su explotación, y los trabajadores que la cultivan (…). Determinar las leyes que gobiernan esta repartición constituye el principal problema en economía política”.
David Ricardo, 1817.
"La producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza: la tierra y el trabajador".
“Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!“.
Karl Marx, 1867, 1875.
"La necesidad que tenemos de las cosas, o la utilidad que las cosas tienen para nosotros, (...) es un hecho cuantitativo que ocurre en nosotros, es un hecho íntimo cuya apreciación permanece subjetiva e individual. Que mi preferencia se justifique o no desde el punto de vista de la moral, o incluso en mi interés bien entendido, no es la cuestión. La moral es una ciencia distinta (...) Se trata aquí de la determinación de los precios en libre competencia y de saber cómo depende de nuestras preferencias, justificadas o no. Es exclusivamente esta cuestión la que es objeto de la economía pura".
Léon Walras, 1909.
“Nuestra crítica de la teoría económica clásica comúnmente aceptada no ha consistido tanto en encontrar fallas lógicas en sus análisis como en puntualizar que sus supuestos tácitos no son satisfechos casi nunca o nunca, con el resultado de que no puede resolver los problemas económicos del mundo actual”.
John Maynard Keynes, 1936.
"Con excepción del mecanismo a través del cual el mercado competitivo procede a distribuir los ingresos, no existe ningún método conocido que permita a los diferentes actores descubrir cómo pueden orientar mejor sus esfuerzos al objeto de obtener el mayor producto posible para la comunidad (...). Cuanto más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su propia planificación".
Friedrich Von Hayek, 1988.
"Los mercados por su cuenta son incapaces de proveer la protección que la sociedad necesita. Cuando los mercados fallan, y lo hacen frecuentemente, la acción colectiva se torna imperativa".
Joseph Stiglitz, 1999.
"Entre las tendencias más dañinas para una economía solvente, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es el foco en cuestiones de distribución. El potencial de mejoramiento de la vida de las personas pobres encontrando diversas vías de distribución de la producción existente es nada comparado con el potencial aparentemente ilimitado de incrementar la producción".
Robert Lucas, 2003.
"Los mercados hacen que la gente sea libre para elegir. Pero también hacen que la gente sea libre para manipular, y libre para ser manipulada. La ignorancia de estas verdades es una receta para el desastre".
George A. Akerlof y Robert J. Shiller, 2015.
1. Visiones de sociedad y método científico
2. La economía política clásica
3. Marx y la crítica de la economía política
4. La escuela neoclásica y la escuela austríaca
5. La economía keynesiana
6. Las escuelas histórico-estructurales e institucionalistas
7. La economía ecológica
8. Los principales debates contemporáneos
1. Visiones de sociedad y método científico
La actual época está marcada por la desinformación, la polarización del debate público y la pérdida de confianza en las fuentes tradicionales de conocimiento, lo que hace más relevante intentar distinguir sistemáticamente el conocimiento veraz, aunque sea incompleto y provisorio, de las falsedades interesadas que llevan a sobrevalorar información vívida o reciente y a producir una atracción por narrativas sencillas.
El razonamiento motivado procesa la información para llegar a la conclusión deseada, mientras el pensamiento dicotómico empuja a preferir afirmaciones perentorias frente a posibles conclusiones matizadas. Estos incluyen (Edmans, 2024) afirmaciones que se aceptan como hechos, aun cuando la investigación subyacente esté mal presentada o mida algo distinto de lo que dice medir; hechos que se tratan como datos, aun cuando sean anecdóticos o provengan de muestras no representativas; datos que se interpretan como evidencia que se confunde con prueba, aun cuando la relación observada sea una correlación y no una relación causa-efecto, confundiendo coincidencia con relación significativa.
En las afirmaciones y juicios, incluyendo aquellos sobre la economía, suelen estar presentes sesgos cognitivos, que pueden inducir distorsiones de apreciación de los fenómenos que se procura observar mediante el razonamiento y el análisis de información. Las personas se sitúan inevitablemente en contextos y tienen preferencias interpretativas y/o motivaciones emocionales o morales que les son propias o que provienen del entorno social y cultural al que pertenecen. Los sesgos cognitivos más usuales son los de representatividad, consistente en considerar uno o más datos puntuales como representativos de una población en su conjunto, lo que se vincula a que cuando una afirmación circula por múltiples canales lleva a que se sobrevalore su veracidad; el de confirmación, consistente en investigar o interpretar información para confirmar juicios previos y las propias opiniones, valores y hábitos, y descartar los elementos que no confirman y contradicen una hipótesis propia, junto a interpretar de manera beneficiosa para los propios propósitos información ambigua; y el de correspondencia, consistente en privilegiar información y/o resultados aceptados por la mayoría, junto a hacer énfasis en las explicaciones de personas a las que se considera dotadas de autoridad.
Estos sesgos pueden contrarrestarse con métodos de investigación que consideren la incertidumbre y procuren determinar críticamente la causalidad y la pertinencia de la generalización. Recomendaciones útiles son buscar puntos de vista disidentes, desconfiar de afirmaciones grandilocuentes o de estudios no revisados. Las organizaciones dedicadas a la producción de conocimiento deben, por su parte, velar por la diversidad cognitiva y el fomento del disenso, junto a un énfasis en la experimentación y en el enunciado de recomendaciones basadas en evidencia hasta donde sea posible.
Permanecer en el terreno de las creencias, opiniones y postulados tiene su propia legitimidad deliberativa en tanto se reconozca como tal, pero no en el del método científico. La investigación científica es una forma de conocimiento que construye una representación de un objeto de estudio o fenómeno sujeta al criterio de verdad de coherencia, que examina la ausencia de contradicción en toda la secuencia de enunciados y logra defender su validez, y también al criterio de verdad de concordancia, que se aplica a toda proposición cuyo enunciado expresa la conformidad de la idea con su objeto. Procede organizando informaciones relativas a categorías de hechos o de fenómenos buscando conexiones que crean esquemas, estructuras y modelos que permiten identificar patrones de comportamiento en las variables identificadas y relaciones de causa a efecto entre ellas.
Toda descripción de un objeto de estudio se inspira en teorías previamente existentes para delimitar y explicar relaciones de causalidad entre variables, mientras los enunciados normativos, que realizan proposiciones sobre el devenir de la sociedad o procuran definir evoluciones futuras deseables, no están exentos de juicios de valor, a veces explícitos y, en todo caso, implícitos. Nunca se suspenden completamente los puntos de vista iniciales al abordar uno u otro tema, aunque sea indispensable utilizar el método científico -con conclusiones siempre sujetas a refutación- para el análisis de hechos o para obtener conclusiones siguiendo una lógica deductiva a partir de axiomas. Cada autor explora y sustenta la coherencia del razonamiento que sustenta sus juicios, la relevancia de los datos a los que recurre y la pertinencia de su tratamiento para obtener conclusiones. Cuanto más acucioso, tanto mejor para la acumulación de conocimiento y el avance de la capacidad disciplinaria de comprensión de la realidad. Pero más vale estar advertido que quien sostiene que sus juicios analíticos serían neutrales o sus esfuerzos descriptivos serían solo juicios de hecho, no deja en realidad de tener juicios de valor y preferencias prescriptivas. Es recomendable declararlas y preguntarse cuánto influyen en las conclusiones que se extraen del análisis de relaciones causales entre variables.
El desarrollo de una ciencia es siempre producto de una historia, en la que se confrontan autores y prácticas investigativas, las que resultan avaladas en mayor o menor grado por comunidades científicas que, a su vez, evolucionan en el tiempo. Charles Peirce (1903) propuso que lo que está envuelto en la práctica científica ocurre del siguiente modo: el científico tiene una hipótesis, una teoría; esta teoría puede estar basada en estudios previos o construida a partir de sí misma; el científico procura luego verificar o refutar su teoría a través de hechos, pasivamente a través de la observación o activamente a través de la experimentación. Se trabaja con conceptos, operación que consiste en situar un objeto en una categoría y no en otra y definirlo en extensión y en comprensión, y se emite juicios, es decir lo que se dice del concepto, distinguiéndose desde Hume los juicios de hecho y los juicios de valor y desde Kant los juicios analíticos y los juicios sintéticos, así como los juicios a priori y a posteriori, es decir los que consideran la experiencia. Que estas relaciones sean verdaderas o no supone interrogarse sobre qué hace que un pensamiento sea un conocimiento y no solo una afirmación basada en creencias u opiniones. En ese proceso se elaboran conceptos en tanto ideas generales y abstractas que construye el intelecto sobre un objeto de pensamiento y que permiten conectar a ese objeto las diversas percepciones que se tiene sobre él y organizar los conocimientos sobre el mismo. El mejor mecanismo para el progreso del conocimiento es introducir el mayor número posible de hipótesis alternativas y procurar su verificación periódica con nueva evidencia.
Pero la idea de un método que contenga principios infalibles, inalterables y absolutamente obligatorios debe descartarse (Feyerabend, 1975), pues no describe adecuadamente los procesos y resultados de la investigación científica tal como ésta se desarrolla históricamente. La definición principal es que ningún hecho puede ser observado sin alguna conjetura o hipótesis previa. Es en este sentido que los hechos están “construidos por la teoría”. La investigación científica, aunque se proponga ceñirse al estudio de la evolución de variables observables empíricamente, siempre envuelve en algún punto una deducción. Esta es la operación a través de la cual se establece, a partir de una o varias premisas, una conclusión que es su consecuencia necesaria en virtud de reglas de inferencia lógica. Incluso la inducción -generalizar a partir de la observación directa de datos- requiere ser construida y puesta en algún contexto de estructura de invariarantes y de sistemas de relaciones entre componentes de un objeto de estudio.
Una teoría está constituida por un conjunto organizado de proposiciones consideradas verdaderas y que no son independientes las unas de las otras con la intención de producir un conocimiento lo más exacto posible del o los objetos estudiados. A partir de observaciones y conjeturas y recurriendo a una o más teorías, el análisis científico procura identificar componentes de un conjunto, realiza generalizaciones y formula hipótesis como una relación entre fenómenos o entre conceptos de relaciones de causa y efecto entre variables en base a regularidades en las relaciones entre esas variables. Una variable es un agrupamiento lógico de atributos que pueden tener diversos valores. Las relaciones de causalidad entre variables pueden ser deterministas, es decir describir vínculos invariantes entre fenómenos (si A entonces siempre B) como es el caso de muchas de las leyes de la física. Las relaciones de causalidad pueden también ser probabilísticas (si A entonces a veces B, con una probabilidad x), lo que describe mejor los fenómenos sociales.
Elaborar hipótesis sobre relaciones entre variables es una tarea intuitiva y analítica a la vez, a partir de alguna teoría o grupo de teorías. Así, los esquemas, estructuras y modelos conforman teorías que componen paradigmas, es decir un sistema de interpretación durante un tiempo determinado, hasta que otro es reconocido como superior y lo reemplaza, según el enfoque de Thomas Kuhn (1962).
Esa elaboración se traduce en proposiciones explicativas de relaciones causales directas e indirectas. Cuando es posible, las hipótesis deben ser contrastadas con la medición operacional de las variables explicativas y las explicadas, utilizando información cuantitativa representativa del universo que se estudia o bien información cualitativa y estudios de casos relevantes. El análisis utiliza premisas válidas en base a juicios de hecho verificables, con generalizaciones basadas en la observación y/o en teorías de validez aceptada, y desarrolla secuencias de:
a) enunciado de hipótesis;
b) argumentación de comprobación de interacciones y relaciones de causa-efecto, por ejemplo evaluando universos de datos, muestras representativas de variables cuantitativas y estudios de casos generalizables;
c) realización de objeciones y contra-objeciones fundamentadas a las hipótesis y argumentos de prueba utilizados y
d) explicación, es decir la operación mediante la cual el razonamiento conecta la causa con el fenómeno causado y muestra como ocurre el nexo causal (A causa B porque A causa q que causa r, que causa B), con variables intervinientes como q o r que representan fenómenos que forman parte de la explicación causal. Cuando los fenómenos y sus causas son múltiples y complejos, la explicación puede llegar a requerir bastantes detalles e incluir un número amplio de variables condicionantes que activan o amplían la acción causal.
Las teorías científicas, en el enfoque de Popper (1972), son las que enuncian proposiciones y explicaciones refutables. Karl Popper privilegió, por sobre la confirmación en el proceso de verificación de hipótesis y de la conformidad de la idea con su objeto, el que esta conformidad pueda ser sometida a la refutación. Una teoría solo será científica si junto a ella se declara no solo su coherencia lógica y su concordancia con el objeto estudiado sino qué hecho o conjunto de hechos podrían refutarla. Según Popper, la ciencia nunca puede confirmar definitivamente una hipótesis, pero puede refutarla deduciendo una consecuencia observable de la misma y mostrando que dicha consecuencia no se cumple.
Jean Piaget (1970) distinguió entre ciencias naturales (que estudian el universo material), ciencias sociales y humanas ("el conjunto considerable de disciplinas que involucran las múltiples actividades del hombre"), incluyendo la economía, y ciencias formales, que estudian la lógica y las matemáticas. Las ciencias formales son aquellas que reposan sobre un dominio definido y sobre axiomas y demostraciones (matemáticas, lógica e informática) y son calificadas como ciencias teóricas, fundamentales o puras. Las ciencias experimentales son aquellas que se articulan alrededor de la tríada observación, hipótesis y verificación de la hipótesis (cuando es posible mediante un protocolo experimental o mediante técnicas de medición estadística o estudios de caso, como en las ciencias humanas). Los enunciados de estas ciencias deben ser contrastables con la experiencia, contrariamente a las proposiciones matemáticas o lógicas que son verdaderas en virtud de su propia forma.
En el análisis de las sociedades, el investigador ofrece una representación para intentar hacer inteligible las variables observadas, pero inevitablemente lo hace restituyendo el mundo tal como lo piensa, lo que se refleja desde el inicio en la selección de materiales a partir de los cuales hará su observación. Luego, en la explicación suele emerger el carácter axiológico de toda descripción y clasificación al formularse cualquier orden de preferencia de un estado de cosas respecto de otro. Así, nunca dejan de existir los puntos de vista en las ciencias sociales, incluso entre quienes procuran sólo remitirse a la observación de hechos sin juicios previos. Por ello, Jürgen Habermas (1968) ha criticado el “objetivismo seudocientífico” basado en “suponer un mundo objetivo, existente con independencia de nuestras descripciones” y con “pretensiones de validez universales, situadas por encima de los contextos”.
El razonamiento axiomático e hipotético-deductivo es necesario en economía –y en general en las ciencias humanas- aunque es cuestionable cuando utiliza el ropaje del lenguaje científico para enunciar afirmaciones no sujetas a refutación, con objetos de estudio no pertinentes, supuestos equívocos y demostraciones insuficientes. Es frecuente permanecer en interpretaciones basadas en relaciones de causalidad simplificadas y lineales en base a una “ontología del positivismo” o del principio de objetividad.
Milton Friedman (1957) postuló que el irrealismo de los supuestos no es problemático en tanto permita predecir el curso de los acontecimientos en base a una proposición curiosa: aun cuando los supuestos fundamentales de una teoría fueran falsos, ésta no debería considerarse desacreditada mientras una nueva no la desplace; entre tanto, los supuestos pueden ser aceptados como postulados que facilitan el razonamiento axiomático y la determinación de conclusiones lógicas. Ese proceder suele terminar en un ejercicio apologético de intereses. Un ejemplo es la afirmación según la cual los ingresos de las personas no tendrían que ver con su posición de poder relativo y disposición de recursos, sino que derivarían de la productividad de la última unidad de cada factor que interviene en la producción (capital y trabajo), en relaciones de mercado extendidas al conjunto de la vida social y bajo el supuesto de la maximización del interés individual como conducta humana básica.
El enfoque neoclásico propone que su modelo de análisis básico es suficiente para interpretar los fenómenos económicos, que luego pueden ser objeto de una "relajación de sus hipótesis". Pero la economía como teoría pierde mucha de su capacidad explicativa si se remite solo al estudio de las formas mercantiles estilizadas y considera todo lo demás como anomalías, como suelen hacer los enfoques centrados en el modelo de competencia perfecta en mercados de productos homogéneos con múltiples oferentes y demandantes, sin barreras a la entrada, información perfecta de los participantes sobre precios únicos y sin interferencias estatales o sociales en la producción. Para Pierre Bourdieu (1994)
“en realidad, las condiciones que deben cumplirse para que todo equilibrio de mercado sea un óptimo (la calidad del producto está bien definida, la información es simétrica, los compradores y vendedores son suficientemente numerosos para para excluir todo cartel monopolístico) no se realizan prácticamente nunca y los escasos mercados conformes al modelo son artefactos sociales que reposan sobre condiciones de viabilidad totalmente excepcionales como redes de regulaciones públicas o de organizaciones”.
A su vez, Bourdieu criticó la antropología subyacente al individualismo metodológico de la escuela neoclásica y afirmó que
“provincias enteras de la existencia humana, y en particular los dominios de la familia, del arte o de la literatura, de la ciencia e incluso, en cierta medida, de la burocracia, están al menos en una importante medida al margen de la búsqueda de la maximización de ganancias materiales. Y en el campo económico propiamente tal, la lógica del mercado no ha logrado nunca suplantar completamente los factores no económicos en la producción o el consumo (…). Las disposiciones económicas más fundamentales, necesidades, preferencias, propensiones –al trabajo, al ahorro, a la inversión, etc.- no son exógenas, es decir dependientes de una naturaleza humana universal, sino endógenas y dependientes de una historia, que es aquella misma del cosmos económico en la que son exigidas y recompensadas”.
Las ciencias humanas, incluyendo a la economía, son disciplinas con dominios interrelacionados, inspiradas en diferentes opciones ontológicas (la naturaleza de la realidad social), epistemológicas (las posibilidades de conocerla) y metodológicas (el cómo se puede conocerla). Algunas, como la historia y la geografía, vienen de la Antigüedad. Otras, como la sociología o la sicología social, no tienen mucho más de un siglo. Algunas toman como objeto el conjunto de fenómenos sociales, mientras otras se orientan, como la economía o la lingüística, a un dominio de actividad humana más específico. Para una parte de las ciencias de la naturaleza, ninguna experimentación es todavía posible (por ejemplo en astrofísica o física de las partículas), mientras para una parte de las ciencias humanas la experimentación es impensable, salvo en el caso de la observación y medición en aula de algunas conductas frente a determinados estímulos, ya sea porque tratan de eventos no reproducibles (como los acontecimientos históricos específicos) o porque consideraciones éticas prohíben una experimentación que ponga en peligro la dignidad y la libertad de seres humanos, caso en el que también cae una parte de la biología y de las ciencias médicas, que no están autorizados por los poderes públicos para utilizar cualquier tipo de experimentación, incluso con animales.
El tratamiento estadístico, por su parte, identifica conjuntos de datos numerosos que pueden ser recolectados y analizados en búsqueda de correlaciones entre variables y de explicaciones que conecten la causa con el fenómeno causado. Se utiliza con frecuencia muestras representativas del universo estudiado (la representatividad de la muestra está constituida por la confianza con la que el investigador puede generalizar a partir de hallazgos singulares) que deben cumplir con los requisitos de delimitar adecuadamente la variable a estudiar y de ser una muestra aleatoria, o al menos de la aplicación del método de cuotas, ponderando los resultados por atributos del universo estudiado como sexo, edad, nivel de ingresos y localización. Cabe tener especial cuidado con la correlación, que estudia la intensidad del vínculo que puede existir entre variables, pero no su causalidad. La clave es adoptar un marco de referencia y una metodología operacional que sean pertinentes para responder la o las preguntas de investigación planteadas y enunciar conclusiones que sean suficientemente sólidas en tanto, a partir las premisas establecidas, los argumentos presentados sean validados con medios de prueba pertinentes, consistentes y suficientes. La distinción entre correlación y causalidad es indispensable y suele estar plagada de confusiones bajo la forma sofisticada de la econometría. La correlación mide el movimiento conjunto. La causalidad explica por qué ocurre ese movimiento. Ambos no son intercambiables. Por ejemplo, si la covarianza entre las variables X e Y es distinta de cero, quiere decir que los cambios en X se asocian con cambios en Y. Pero no nos aclara si X causa Y, Y causa X, o una tercera variable Z causa ambas. La asociación puede no tener significado debido a peculiaridades de los datos o a una mala especificación del modelo de interpretación. Por ejemplo, los países con más suscripciones de telefonía móvil por habitante suelen tener también mayor PIB. Pero los teléfonos móviles no son los que generan prosperidad, o lo hacen en una proporción limitada. Los países más ricos adoptan nuevas tecnologías con mayor facilidad. La inferencia causal exige una estrategia de identificación: un argumento que justifique por qué la variación en X puede interpretarse como exógena. Esto puede surgir de una asignación aleatoria o de supuestos estructurales respaldados por alguna teoría. Sin ello, por muy fuerte o estadísticamente significativa que sea la correlación, no se puede sostener una afirmación causal. El peligro no es solo académico. Políticas basadas en correlaciones espurias pueden malgastar recursos, reforzar sesgos o causar daños. La econometría ofrece herramientas para ir más allá de la correlación, pero solo si se las usa con cuidado y transparencia. Por ello, todo economista empírico debe interiorizar la advertencia estadística más importante: correlación no es causalidad.
La separación plena entre el sujeto y el objeto de estudio no es posible en el propio análisis económico, pues hasta los más rigurosos de quienes lo realizan no pueden dejar de estar situados en contextos históricos determinados e inmersos en alguna corriente de ideas. Los intentos de buscar comunes denominadores suelen fracasar, en especial porque no existe entre los economistas una misma visión y una misma metodología de análisis, mientras varían según las escuelas de pensamiento las propias fronteras de unos u otros objetos de estudio. Esto incluye las motivaciones de las conductas humanas y la mayor o menor importancia de los conflictos de interés entre clases y grupos de miembros de la sociedad y sus impactos en la esfera material y en los ecosistemas. Por ello la teoría económica es objeto de controversias entre las diversas escuelas que la conforman y, además, se encuentra inserta en aquellas sobre el alcance del método científico en la interpretación de los hechos naturales y sociales.
La economía debe ser entendida como una ciencia humana en la que no se puede separar totalmente la dimensión "positiva" (basada en juicios de hecho a partir de descripciones y explicaciones de fenómenos) de los "normativos" (basada en juicios de valor que inspiran prescripciones de política) y en que la realidad social no existe en tanto hecho objetivo, sino que es una construcción y representación mental, la que a su vez es parte de esa realidad social. Es frecuente la tentación de muchos economistas de construir modelos teniendo como referencia la física y la mecánica. Pero en las ciencias humanas se plantea el problema de lo cuantitativo y lo cualitativo, de la distinción entre correlaciones estadísticas y relaciones de causalidad, de las relaciones entre modelización matemática y narraciones de situaciones temporal y espacialmente situadas, así como el grado de identificación entre sujeto y objeto de estudio. Y también el problema de la articulación de lo contingente y lo estructural.
Referencias y lecturas adicionales
Bourdieu, P. (1994). Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action. Editions du Seuil.
Dobb, M. (1973). Teoría del valor y la distribución desde Adam Smith. Ideología y teoría económica. Siglo XXI Editores.
Edmans, A. (2024). May Contain Lies: How Stories, Statistics, and Studies Exploit Our Biases—And What We Can Do about It. University of California Press.
Feyerabend, P. (1975, 2002). Contra el método. Ediciones Folio.
Friedman, M. (1957). La metodología de la economía positiva. Ensayos de economía positiva. Gredos.
Guérrien, B. (2007). L’illusion économique. Omniscience.
Habermas, J. (1968). Conocimiento e interés. Taurus.
Hayek, F. A. (1988). Los errores del constructivismo. http://www.hacer.org/pdf/rev29_hayek.pdf.
Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Penguin Random House Grupo Editorial.
Kuhn, Th. (2013, 1962). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica.
Marglin, S. (2012). How economics undermine our relations with each other and with the planet. https://scholar.harvard.edu/sites/scholar.harvard.edu/files/marglin/files/how_economics_undermines_our_relationships_preview.pdf.
Passet, R. (1979). L’économique et le vivant. Payot.
Peirce, Ch. (1903, 1997). Pragmatism as a principle and method of right thinking. The 1903 Harvard Lectures on Pragmatism. P. A. Turrisi (ed.). State University of New York Press.
Piaget, J. (1970). La situation des sciences de l'homme dans le système des sciences. En Tendances principales de la recherche dans les sciences sociales et humaines. UNESCO, pp. 1-57.
Piaget, J. (1979). Tratado de lógica y conocimiento científico. Naturaleza y métodos de la epistemología. Paidós.
Popper, K. (1962). La lógica de la investigación científica. Editorial Tecnos.
Popper, K. (1972). Conjectures and refutations. The growth of scientific knowledge. Routledge & Kegan Paul.
2. La economía política clásica
El estudio de la economía se remonta a la antigua Grecia, cuando el término aludía a la administración de los asuntos domésticos (del griego oikos, "casa", y nomos, "regla"), en una sociedad en donde en un importante grado las necesidades humanas estaban condicionadas y eran satisfechas en unidades económicas locales con predominio del trabajo esclavo, en el contexto de estructuras de familia extendida y en el entorno territorial inmediato, aunque con dosis de intercambios más allá de las fronteras de cada espacio local a partir de la invención de la moneda metálica. La moneda nació, según el historiador griego Heródoto, en el reino de Lydia, en las costas del Mar Egeo en el siglo VIII antes de la era común, cuando se hizo circular monedas hechas de una aleación de oro y plata que llevaban la imagen de un león.
El término “política” se agregó al de “economía” en el siglo XVIII, cuando el sistema de satisfacción de necesidades en Europa y las crisis sanitarias y demográficas hicieron más difícil la sujeción de la fuerza de trabajo a la tierra propio del feudalismo y aumentó la especialización productiva espacial, la división del trabajo y los intercambios, que se hicieron más dependientes tanto de la emisión de moneda acuñada comúnmente aceptada como de los mecanismos de restricción de los mercados en los espacios coloniales en proceso de consolidación, incluyendo los impuestos aplicados por las autoridades eclesiásticas y estatales. En este contexto, emergió la "economía política clásica" desde William Petty (1662) y luego, entre otros, François Quesnay, Adam Smith, Thomas Malthus, David Ricardo y John Stuart Mill. Esta disciplina fue calificada por Carlyle en su época (1833,1849) de "ciencia lúgubre".
El mercantilismo previo partía de la idea de que el comercio es un juego de suma cero, es decir que las ganancias de un comerciante se logran a costa de las pérdidas de sus competidores. La sencillez intuitiva de esta idea es lo que aseguró su éxito y el de sus múltiples versiones posteriores. La crítica al razonamiento que la sostiene y que no considera la idea de división del trabajo y de ganancias del intercambio fue uno de los principales motivos que llevaron, desde el siglo XVIII, a la creación de la economía como disciplina autónoma.
En oposición a las ideas mercantilistas, François Quesnay y la escuela de los fisiócratas (del griego physis, "naturaleza", y cratos, "gobierno") tomaron partido contra las restricciones gubernamentales en la controversia sobre el comercio de granos que marcó la mitad del siglo XVIII. Sostenían que la mejor manera de maximizar la riqueza de todos era dejar que cada uno actuara libremente según sus propios medios, poniendo así en primer plano la libertad de comercio como principio de política económica. Vincent de Gournay popularizó la célebre frase: “Laissez faire les hommes, laissez passer les marchandises” (“Dejad hacer a los hombres, dejad pasar las mercancías”) que pasaría a la posteridad. En este aspecto los fisiócratas son los precursores del liberalismo económico.
Para los fisiócratas, la riqueza de un país reside en la de sus habitantes y es producida mediante el trabajo. Está compuesta por todos los bienes que satisfacen una necesidad, y no por los metales preciosos a ser acumulados. La única actividad verdaderamente productiva es la agricultura, pues la tierra multiplica los bienes: una semilla sembrada produce varias semillas. En última instancia, solo la tierra genera un producto neto o excedente. La industria y el comercio se consideran actividades estériles, porque solo se limitan a transformar las materias primas producidas por la agricultura. Quesnay elaboró en 1758 su Tableau économique, la primera representación visual de la circulación de las riquezas que contenía los grandes principios de la “nueva ciencia”: la agricultura como única actividad que genera un “producto neto”, la libertad de comercio y la reforma fiscal para que el impuesto no sea destructivo. Quesnay buscó establecer "un cuadro fundamental del orden económico para representar los gastos y los productos de manera fácil de captar” y así “juzgar claramente los arreglos y desórdenes que el gobierno puede causar”. El Tableau économique era la figura que visualizaba la distribución del ingreso de un propietario en forma de “zig-zag”. La circulación se efectuaba por dos grandes canales: los gastos productivos (bienes agrícolas) y los gastos estériles (bienes manufacturados y servicios). El Tableau économique aparece así como uno de los primeros modelos económicos, en la medida en que representa de forma esquemática el estado de la economía de una nación agrícola.
Por otro lado, los fisiócratas situaban a la tierra y la naturaleza en el centro de su pensamiento. Los discípulos de Quesnay sostenían que el consumo nunca debe superar lo que el ‘producto neto’ permite, y que el crecimiento está limitado por el carácter finito de los recursos naturales disponibles cada año. Cuando la totalidad de las tierras cultivables está en uso y se crea un equilibrio entre las producciones renovables de la agricultura y los rendimientos de la clase estéril (manufactura, artesanía y comercio), el crecimiento alcanza un valor máximo. Es lo que Adam Smith llamará el estado estacionario. Así, el crecimiento económico es un proceso que permite llegar al estado estacionario y no debe constituir un fin en sí mismo. Esta reflexión recuerda el concepto de desarrollo sostenible. Aunque los fisiócratas eran partidarios de aumentar la producción, consideraban necesario respetar la naturaleza, a la que elogiaban y cuyas leyes de reproducción debían obedecerse. Los fisiócratas, por su teoría del producto neto, su elogio de la tierra nutricia y de la vida campesina, merecen ser considerados como precursores de la ecología política.
La teoría económica posterior abandonó la idea de equilibrio con la naturaleza en favor de la productividad y la acumulación ilimitada de riquezas. El pensamiento de la escuela clásica se basó posteriormente en la observación de la sociedad industrial emergente y buscó explicar los fenómenos de crecimiento y distribución de la riqueza entre las distintas clases sociales. Se interesó por los procesos de producción e intercambio y la formación de precios y de ingresos en base a la observación y el razonamiento lógico, y no por hipotéticos estados de equilibrio, aunque para la mayoría de los autores clásicos los mercados se autorregulan gracias a mecanismos de ajuste endógenos, con precios que suben y bajan según un movimiento cíclico más o menos regular y que armonizan los fenómenos económicos interdependientes.
Inspirada en los avances de la física de su tiempo, postuló la existencia de leyes económicas válidas en todas las épocas y buscó identificarlas. La definición del valor económico, de lo que lo constituye y de su origen, es fundamental para los clásicos, siguiendo a los fisiócratas que habían concebido el valor de las producciones como resultado del trabajo de la tierra: consideran que el valor se encuentra en el trabajo necesario para producir un bien. El valor de las mercancías debe ser su valor de cambio —es decir, la capacidad de un bien para ser intercambiado por otro—, cuya medida es el costo del trabajo (cuanto mayor sea el trabajo necesario, mayor será el valor de cambio). Aunque la teoría del valor-trabajo es el elemento común a todos los clásicos, difieren en cómo medir ese trabajo. Para Adam Smith, se trata del trabajo comandado, es decir, el precio pagado por el trabajo necesario para producir el bien. En cambio, Ricardo y Marx sostienen que el valor debe corresponder a la cantidad de trabajo incorporada en la producción. Después de Condillac y Turgot, los clásicos franceses se separaron de los clásicos ingleses al adoptar una concepción subjetiva del valor, basada en la utilidad esperada de los bienes: Turgot habló del “grado de estima que el hombre atribuye a los distintos objetos de su deseo”. Así, renunciaron a la noción de “precio natural” y anticiparon la posición de los economistas marginalistas de fines del siglo XIX.
Adam Smith buscó, en especial, interpretar el dramático cambio que en su época se experimentaba, con los albores de la revolución industrial y un nuevo modo de producir y distribuir los bienes para satisfacer necesidades. Su punto de vista fue el del liberalismo económico emergente, aunque sin contemplaciones sobre la moralidad de las actividades con fines de lucro y su búsqueda de sustraerse a toda competencia. Defendió la idea de que la prosperidad de las naciones debía provenir de la división del trabajo y de la persecución del interés propio mediante la coordinación de la “mano invisible” del mercado, con poca intervención estatal y alejándose de la dinámica “mercantilista” que concebía la política económica como acumulación de poder soberano, pues sostuvo que el mercado es capaz de autoregularse y obtener el mejor equilibrio posible para la sociedad.
Adam Smith definió a la economía como un instrumento para la toma de decisiones públicas (de ahí la denominación de la disciplina como economía política, que se ocupa de sus efectos en la polis). Para Smith, el valor de uso de los bienes y servicios producidos define la naturaleza de la riqueza, mientras es el trabajo el que está en el origen de la riqueza y sirve para medir el valor de intercambio de los bienes. Postuló que
"la economía política, considerada como una rama de la ciencia de un hombre de Estado o de un legislador, se da dos objetivos: primero, procurar a las personas ingreso y subsistencia, o más exactamente permitirles procurarse a sí mismos ingreso y subsistencia; segundo, proveer al Estado un ingreso suficiente para los servicios públicos”.
El primer objetivo se cumple para Smith a través de su conocida conjetura, enunciada en La Riqueza de las Naciones (1776), de la mano invisible del mercado:
"En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él no intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él solo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad para producir el máximo valor, él busca su propio beneficio; pero en este caso como en otros muchos, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si deliberadamente intentase fomentarlo".
Este enfoque subrayó la importancia de los intercambios de mercancías en mercados no interferidos para ampliar el bienestar en mutuo beneficio de participantes que persiguen su interés propio, lo que podía lograrse mediante la división del trabajo y la especialización conducente a aumentos crecientes de productividad (más producción por hora trabajada), postulando que las mercancías tenían un valor equivalente a las horas de trabajo necesarias para su producción. Recordemos que la época en que Adam Smith elabora su texto sobre la Riqueza de las Naciones es la de los albores de la revolución industrial, que cambió el mundo y multiplicó considerablemente la capacidad de los seres humanos de producir bienes.
El segundo objetivo enunciado por Adam Smith refleja que otorgaba, contrariamente a la interpretación usual de su obra, roles significativos al Estado y los servicios públicos, con
"tres deberes para cumplir, (…) defender la sociedad contra la violencia e invasión de otras sociedades independientes (…); proteger en lo posible a cada uno de los miembros de la sociedad de la violencia y de la opresión de que pudiera ser víctima por parte de otros individuos de la misma sociedad…(y) …erigir y mantener ciertas obras y establecimientos públicos.”
Por su parte, el otro gran clásico de la economía política, David Ricardo, propuso en Principios de la Economia Política (1817) una definición de la economía centrada en las cuestiones distributivas:
“El producto de la tierra, es decir todo lo que se retira de su superficie por el uso conjunto del trabajo, de las máquinas y del capital, es repartido entre tres clases de la comunidad: los propietarios de la tierra, los que detentan el fondo o capital necesario para su explotación, y los trabajadores que la cultivan (…). Determinar las leyes que gobiernan esta repartición constituye el principal problema en economía política”.
A su vez, enunció el principio de la ventaja comparativa en el comercio internacional: si un país tiene una ventaja en un producto porque su productividad es menor en el resto de su producción y otro país también produce ese bien y a un menor costo, el segundo país tiene interés en utilizar sus recursos en producir aquello en que tiene más ventajas e importar el bien en cuestión del primer país, aunque lo produzca más barato, del mismo modo que un médico puede que sea mejor carpintero que cualquiera, pero le es más conveniente, y también a la sociedad, contratar a uno para concentrarse en lo que es más productivo. Fue partidario de abrir las fronteras británicas al comercio para impedir que los dueños de las tierras más fértiles se beneficiaran de una renta injustificada, mientras mantenía una visión pesimista sobre el efecto del predominio de este grupo social en la prosperidad colectiva. También para Ricardo las mercancías tienen un valor asociado a la cantidad de trabajo necesario para producirlas.
Tanto Adam Smith como David Ricardo elaboraron una teoría del valor trabajo (el valor de los bienes se explica por la cantidad de trabajo necesarias para producirlos) y del conflicto en la apropiación del excedente económico. Los fundadores de la economía política clásica ponían el tema de la distribución del excedente económico en el centro de sus preocupaciones, considerando la existencia de intereses de clases y grupos sociales, y no a individuos atomizados carentes de capacidad de acción colectiva, como lo haría posteriormente el enfoque neoclásico.
Los autores que fundaron la economía política como disciplina no podían prever el impacto del progreso técnico y del desarrollo industrial sobre la producción de alimentos y la renta de la tierra. El clérigo Robert Malthus (1798) había enunciado la idea pesimista de la trampa económica que llevaría su nombre según la cual “el poder de la población es indefinidamente mayor que el poder en la tierra de producir subsistencia para los hombres”. David Ricardo compartía una visión pesimista cuando planteó que los propietarios de la tierra, al crecer la población y dada la escasez de tierras fértiles, se apropiarían de una proporción creciente de la producción y del ingreso, desestabilizando la sociedad, como la de Robert Malthus, pues concluyó que la expansión de la población y de la producción de alimentos enriquecería en demasía a los rentistas dueños de la tierra.
Referencias y lecturas adicionales
Bentham, J. (1780). The Principles of Morals and Legislation, http://www.earlymoderntexts.com/assets/pdfs/bentham1780.pdf.
Carlyle, Th. Chartism, (1833) y Occasional Discourse on the Negro Question, (1849).
Malthus, R.T. (1798). An Essay on the Principle of Population. Oxford World's Classics.
Ricardo, D. (1817). Principles of political economy and taxation. http://oll.libertyfund.org/title/113.
Smith, A. (1776). Investigación de la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las Naciones. https://www.marxists.org/reference/archive/smith-adam/works/wealth-of-nations/.
3. Marx y la crítica de la economía política
Karl Marx, el filósofo y economista alemán, desarrolló desde su exilio en Londres, después de ser expulsado de Alemania y de Francia, y a partir del análisis de la desmedrada condición de la clase obrera en la revolución industrial naciente, una crítica radical de la sociedad de su época, que incluyó a la economía política clásica y la visión de Adam Smith sobre la mano invisible del mercado.
En el Manifiesto del Partido Comunista (1848), Karl Marx y Friedrich Engels postularon que “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases” y presentaron una visión crítica y, al mismo tiempo, analítica de la expansión del capital como una etapa revolucionaria pero transitoria. Reconocían a la burguesía como una clase social que ha cumplido un papel histórico: “la burguesía, a lo largo de su dominación de apenas cien años, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.” Al "contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente", la burguesía "no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social."
Para estos autores "todo se desvanece en el aire" con la producción capitalista, en tanto destruye los órdenes feudales, las jerarquías heredadas y los vínculos tradicionales, revoluciona constantemente la producción, la tecnología, los transportes y el comercio y crea un mercado mundial y una interdependencia global sin precedentes. Marx y Engels ven la dinámica expansiva del capital como un proceso que disuelve fronteras: “Ha hecho cosmopolita la producción y el consumo de todos los países… arrastrando a la civilización hasta las naciones más bárbaras.”
En ese sentido, Marx y Engels admiraban el poder transformador del capitalismo, pero lo analizan como un proceso que prepara su propia superación y contiene las semillas de su crisis al basarse en la explotación del trabajo asalariado. Los capitalistas se apropian del plusvalor (la diferencia entre el valor producido por el trabajador y su salario) que genera una creciente concentración de la riqueza en pocas manos y una proletarización del resto. A medida que la producción se amplía, los mercados se saturan y las crisis se vuelven periódicas e inevitables: “la sociedad ya no puede vivir bajo la burguesía; esto es, la existencia de la burguesía es incompatible con la sociedad.” El capitalismo crea el proletariado: “lo que la burguesía produce, sobre todo, son sus propios sepultureros". Al concentrar a los trabajadores en fábricas y ciudades, los une, educa y organiza. Concluyen que el proletariado nada tiene que perder salvo sus cadenas y se convierte en el sujeto histórico de la revolución contra el orden establecido. La sociedad burguesa con sus clases y sus antagonismos de clase será reemplazada por una sociedad sin propiedad privada de los medios de producción, sustituida por "una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos". El desarrollo de las fuerzas productivas permitirá así la emancipación humana universal, aunque "la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes" y “la emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de la propia clase obrera”, proclamando: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
Al promediar el siglo XIX, Marx (1859) formuló más ampliamente lo que denominó una "concepción materialista de la historia", según la cual
“...en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad (…). El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”.
Marx publicó en vida sólo el primer tomo de su inacabada obra económica El Capital (1867), que lleva como subtítulo Crítica de la Economía Política. Las ideas de Marx, uno de los autores más citados de la historia, han dado lugar a incontables controversias, en especial la tesis de una sucesión de modos de producción en la historia y la de una crisis inevitable de la acumulación de capital que daría lugar a la "expropiación de los expropiadores". Marx sostuvo que la economía debía entenderse como "ciencia de la historia", pues pensaba que existían relaciones sociales históricamente determinadas donde otros veían leyes naturales. En El Capital (1867) escribió que
”la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza: la tierra y el trabajador".
En su obra tendió a identificar interacciones antes que causalidades mecánicas, sin perjuicio de enunciar "leyes tendenciales" en la evolución de la acumulación de capital. Cabe hacer notar que Marx no utiliza la denominación de capitalismo, incluso en sus obras mayores como El Capital (1867). En su lugar, emplea expresiones como “modo de producción burgués”, “sociedad burguesa” o “sistema de producción basado en el capital”. En su época, el término capitalism o Kapitalismus no formaba parte del vocabulario económico corriente. En alemán, el término Kapitalismus aparece documentado recién hacia 1850-1860, y solo se populariza después de 1890. Marx escribía en un contexto intelectual dominado por términos como “sistema de libre competencia”, “industria moderna” o “modo burgués de producción”. Para Marx, lo esencial no es etiquetar un sistema (“capitalismo”), sino analizar sus relaciones sociales de producción. Por eso habla del “modo de producción fundado en el capital”, “la sociedad burguesa moderna” y “la producción capitalista”. Su interés era explicar cómo el capital (como relación social) transforma el trabajo, el valor y la historia. El término capital no designa simplemente dinero o fábricas, sino una relación entre capitalistas y trabajadores asalariados basada en la apropiación del plusvalor. Por eso el núcleo de su obra se titula “El capital”, no "El capitalismo": “el capital no es una cosa, sino una relación social de producción correspondiente a un estadio histórico determinado del desarrollo de las fuerzas productivas”, según escribe en el manuscrito del tomo III de su mayor obra, no publicado en vida. Quienes popularizaron la palabra capitalismo fueron autores posteriores a Marx, como Werner Sombart (Der moderne Kapitalismus, 1902), y los marxistas de la Segunda Internacional (Kautsky, Hilferding, Lenin). Desde entonces, el término se consolidó para referirse al modo de producción analizado por Marx, aunque él prefería hablar del “reino del capital” o “producción capitalista”.
La explotación de la fuerza de trabajo y las crisis de la acumulación de capital
Para Marx existe un conflicto entre los intereses del trabajo y el capital en las sociedades en las que los medios de producción pertenecen a la clase burguesa, además de a los rentistas dueños de la tierra. Elaboró, a partir de las nociones del valor-trabajo de Adam Smith y David Ricardo, una teoría del excedente económico (plusvalía o plusvalor) apropiado por los dueños privados de los medios de producción en base a la explotación de los proletarios, trabajadores pauperizados carentes de medios de producción, los que solo pueden vender su fuerza de trabajo para subsistir. Reciben un salario que no retribuye su aporte productivo, sino que solo equivale al valor de compra de los bienes que le permiten subsistir. Al igual que el valor de cualquier mercancía, el valor de la fuerza de trabajo es, para Marx, el tiempo de trabajo socialmente necesario para mantenerla activa, es decir el de las mercancías que constituyen las necesidades promedio de los trabajadores en una sociedad dada en una época en particular. En la teoría de la explotación de Marx, ese tiempo de trabajo necesario determina el salario y es menor al tiempo de trabajo en el que el obrero labora para la empresa que lo contrató. La diferencia entre el salario y el valor producido se la apropia el dueño capitalista.
Según Marx, el proceso de producción capitalista incluye el proceso de trabajo y el proceso de valorización. El proceso de trabajo comprende la interacción entre los seres humanos y la naturaleza, en la que los humanos median, regulan y controlan su vínculo con ella. Al final de cada proceso de trabajo, los humanos obtienen un producto de su trabajo: un valor de uso, ya sea un objeto útil o un servicio prestado. El proceso de trabajo es la "condición impuesta por la naturaleza para la existencia humana", la "condición universal para la interacción metabólica entre el hombre y la naturaleza", y por tanto común a todas las sociedades. Los elementos del proceso de trabajo según Marx son la actividad de trabajo con un fin, el objeto sobre el cual se trabaja y los instrumentos de trabajo, los medios de producción. El trabajo del obrero se transforma constantemente, desde una forma de inquietud [Unruhe] hacia una forma de ser [Sein], desde una forma de movimiento [Bewegung] hacia una forma de objetividad [Gegenständlichkeit]. Por su parte, el capitalista está en el negocio de hacer productos útiles para no solo producir valor, sino plusvalor, es decir una ganancia.
Sostiene Marx que todos los procesos de valorización son procesos de trabajo, pero no todos los procesos de trabajo son procesos de valorización. Separa estas dinámicas para distinguir entre lo que es producto de las condiciones capitalistas y lo que es parte de las condiciones de la existencia humana. Entiende, por ejemplo, que el desperdicio de tecnología obsoleta causado por la presión constante de las empresas por usar solo las técnicas más baratas, aunque la maquinaria antigua aún funcione, es el resultado de las relaciones de valor como forma de organización social.
Para Marx existe una conflictividad intrínseca de intereses entre las principales clases sociales en las sociedades dominadas por la acumulación capitalista y puso el acento en la propiedad de los medios de producción como factor explicativo de la distribución del ingreso y el consumo:
"La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción. Y ésta es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución".
También construyó una teoría de la tendencia a la concentración y centralización del capital conducente a crisis periódicas y a la inviabilidad final de la acumulación de capital. El mecanismo es el del aumento de la "composición orgánica del capital", es decir de la relación entre la masa de capital invertida en medios de producción, o capital constante, y la invertida en el pago de la fuerza de trabajo, o capital variable, única fuente de excedente económico en el esquema analítico de Marx. A pesar de la existencia de contra-tendencias, esta ley llevaría finalmente al colapso del modo de producción capitalista y a revoluciones en las que "los expropiadores serán expropiados" y a una sociedad organizada por los productores directos. En el lenguaje de la economía actual, en economía cerrada, para Marx el producto debe tener como contrapartida de demanda la inversión bruta y neta, una reserva de riesgos colectivos, el consumo de administración de gobierno, el consumo por provisión de bienes públicos, el consumo por transferencias y el consumo de las familias.
El modo de producción socialista fue descrito por Marx de manera somera, pues entendía que el devenir histórico sería el que perfilaría sus características. Se limitaría a enunciar sus características políticas en sus referencias a la Comuna de Paris en La guerra civil en Francia en 1871 y en 1875 al postular en la Crítica al Programa de Gotha:
"En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!".
Marx no abundó sobre la organización específica de la movilización de capacidades ni sobre la naturaleza o jerarquización de las necesidades a ser socialmente cubiertas. Esboza el funcionamiento inicial de lo que llama una "sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción" del siguiente modo:
"El fruto del trabajo colectivo será la totalidad del producto social. Ahora, de aquí hay que deducir:
Primero: una parte para reponer los medios de producción consumidos. Segundo: una parte suplementaria para ampliar la producción. Tercero: el fondo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos debidos a fenómenos naturales, etc. Estas deducciones del "fruto íntegro del trabajo" constituyen una necesidad económica, y su magnitud se determinará según los medios y fuerzas existentes, y en parte, por medio del cálculo de probabilidades, pero de ningún modo puede calcularse partiendo de la equidad.
Queda la parte restante del producto total, destinada a servir de medios de consumo. Pero, antes de que esta parte llegue al reparto individual, de ella hay que deducir todavía:
Primero: los gastos generales de administración, no concernientes directamente a la producción. Esta parte será, desde el primer momento, considerablemente reducida en comparación con la sociedad actual, e irá disminuyendo a medida que la nueva sociedad se desarrolle. Segundo: la parte que se destine a satisfacer necesidades colectivas, tales como escuelas, instituciones sanitarias, etc. Esta parte aumentará considerablemente desde el primer momento, en comparación con la sociedad actual, y seguirá aumentando en la medida en que la nueva sociedad se desarrolle. Tercero: los fondos de sostenimiento de las personas no capacitadas para el trabajo, etc.; en una palabra, lo que hoy compete a la llamada beneficencia oficial.
Sólo después de esto podemos proceder al "reparto", es decir, a lo único que, bajo la influencia de Lassalle y con una concepción estrecha, tiene presente el programa, es decir, a Ia parte de los medios de consumo que se reparte entre los productores individuales de la colectividad".
Marx postuló sustituir los mercados por una asignación directamente social de los recursos, con una primera etapa de control estatal de los medios de producción. Definió del siguiente modo su visión de sociedad futura (1875):
“Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!".
Una primera fase de menor abundancia debía establecer una distribución basada en el aporte de trabajo, pues
"el productor individual obtiene de la sociedad -- después de hechas las obligadas deducciones -- exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta, su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de esta bajo otra distinta".
Marx no consideraba posible aproximarse al pleno empleo en el capitalismo, pues sostenía que el desempleo (el “ejército industrial de reserva”) era un factor indispensable para la acumulación de capital que resultaba del progreso técnico intensivo en capital. Pero consideraba necesario que la clase trabajadora pugnara por mejorar sus condiciones de empleo en la relación capital/trabajo como parte de la creación de condiciones de superación del capitalismo, que vendría de la creciente socialización de la producción en contradicción con la propiedad privada de los medios de producción.
El capitalismo entró en crisis muchas veces, como predijo Marx, con especial intensidad en 1929 y en 2008, pero ha sido capaz de recuperarse de ellas y de mantener épocas de incremento continuo de la producción y la productividad en base a un proceso de acumulación y concentración de capital, pero sin que haya predominado una caída tendencial de la tasa de ganancia.
El post marxismo
Joan Robinson (1953) rebatió la tesis de Marx sobre la crisis ineluctable del capitalismo afirmando que la caída tendencial de la tasa de ganancia podía contrarrestarse con un aumento de la tasa de explotación (la relación entre el valor producido y la remuneración de la fuerza de trabajo), por avances tecnológicos o por cambios en las relaciones de fuerza entre capital y trabajo. El supuesto de estabilidad de la tasa de explotación debía reconsiderarse, lo que por lo demás el propio Marx sugiere en su análisis de las contra-tendencias a la caída de la tasa de ganancia. Pero Robinson mantuvo su interés en la obra de Marx, pues consideraba que su principal mensaje era "la necesidad de pensar en términos de historia, no de equilibrio".
Diversos autores situaron su trabajo directamente en la perspectiva de la obra de Karl Marx, entre otros Paul Sweezy y Paul Baran (1966), Ernest Mandel (1969) y David Harvey (2010), entre otros. Autores como Oskar Lange (1964) imaginaron una suerte de "socialismo de mercado", con libre expresión de las preferencias y precios en los bienes de consumo y servicios laborales y, a la vez, fijación central de precios en el resto de la actividad económica. Los países de economía centralmente planificada de la zona de influencia soviética nunca avanzaron a reformas de ese tipo, lo que en el caso de los intentos de los reformadores de Checoeslovaquia se tradujo en 1968 en una invasión de la Unión Soviética a su territorio. Los regímenes de rígida planificación centralizada terminaron por colapsar frente a la creciente complejidad de los procesos productivos a ser coordinados centralmente.
Por otro lado, la construcción de la Unión Soviética (ver el capítulo respectivo) terminó por moldear la idea del modo de producción socialista como aquel que permitiría una planificación racional de la asignación de recursos mediante la propiedad estatal de los medios de producción y la fijación centralizada de cantidades a producir, precios y salarios. Esta planificación funcionó como economía de guerra, a través de las "cadenas conductoras", es decir las prioridades de producción, con una fuerte extracción de excedentes de la producción de alimentos y su direccionamiento hacia la industria pesada y de guerra, con la consecuencia de un bajo nivel de consumo de la población. Esto permitió a la Unión Soviética ser un factor decisivo de la derrota de los nazis y mantener en la posguerra un ritmo de crecimiento agregado comparable a las economías capitalistas avanzadas, pero con desequilibrios entre una inversión extensiva más que intensiva y un consumo basado en una "regulación penúrica" que terminó por agotar a la población, en la expresión de Janos Kornai (2000), y finalmente al colapso de la URSS. Se codificó un “materialismo dialéctico" y un "materialismo histórico” por Stalin y la Academia de Ciencias de la URSS, con bastante lejanía de la obra crítica de Marx, diversa y en parte contradictoria, como es propio de los grandes pensadores.
Para Michael Burawoy (2020), en la evolución de las corrientes de pensamiento inspiradas en Marx se puede distinguir tres fases:
"el marxismo clásico se centraba en la autodestrucción de la economía capitalista, hecho que asignaba a la clase trabajadora y a sus representantes la tarea de apoderarse del poder y dirigir la nueva sociedad de acuerdo con sus principios y criterios. No había necesidad de ninguna utopía. En un segundo periodo, el debate alrededor del socialismo se vio influenciado por la imprevista creación de la Unión Soviética. Ahora el Estado tenía un papel central, se podía decir que ello era el socialismo sobre la tierra (...). En el tercer periodo, el socialismo debía definirse como la autorregulación colectiva de la sociedad civil expandida en dos dimensiones: el empoderamiento de lo social en relación al Estado –profundización de la democracia a través de los presupuestos participativos, asambleas ciudadanas, democracia asociativa– y en relación a la economía, a través de iniciativas como Wikipedia, la economía solidaria, la cooperativa Mondragón o la renta básica universal".
Para autores como Thomas Piketty (2013), el mérito principal de Marx es haber diagnosticado tempranamente elementos fundamentales del funcionamiento del capitalismo, aunque no su capacidad de sobrevivencia a sus propias crisis:
“Marx parte de un verdadero problema (una increíble concentración de las riquezas durante la revolución industrial) y trata de responder con los medios de los que dispone: he ahí un procedimiento del que los economistas de hoy debieran inspirarse. Luego, y sobre todo, el principio de acumulación infinita defendido por Marx contiene una intuición fundamental para el análisis tanto del siglo XIX como del siglo XXI, y más inquietante aún que el principio de escasez caro a Ricardo”.
Immanuel Wallerstein (2005) sostuvo, por su parte, que
“el marxismo ortodoxo está plagado de la imaginería de las ciencias sociales del siglo XIX, la cual comparte con el liberalismo clásico; el capitalismo es el progreso inevitable sobre el feudalismo; el sistema fabril es el mecanismo de producción capitalista por excelencia, los procesos sociales son lineales; la base económica controla la menos fundamental superestructura política y cultural”,
Este autor afirma que no tiene sentido transformar la obra de Marx en una ortodoxia esquemática, sino que debe entenderse en su contexto histórico.
Gérard Duménil y Dominique Lévy (2018) sostienen, a su vez, que la parte pertinente del modelo histórico de Marx era que el capitalismo había impulsado una socialización creciente, expandiendo y profundizando la racionalización y la burocratización. El modelo de Marx se desvió, según los autores, cuando asumió que este proceso acabaría, junto con las contradicciones crecientes del capitalismo (derivadas de las divisiones de clase y la competencia), empoderando a la clase trabajadora para alzarse y derrocar el capitalismo, instaurando el socialismo. Consideran que la debilidad del marco histórico de Marx es que es ciego a un cambio importante que comenzó ya en el siglo XIX: el lento tránsito del capitalismo, que valora la propiedad privada y las transferencias hereditarias de riqueza, al managerialismo, que otorga poder a los trabajadores mejor remunerados y se fundamenta en valores meritocráticos, subestimando la importancia de los directivos en el proceso de acumulación. Si tomáramos en serio el papel de los directivos, sostienen los autores, nos daríamos cuenta de que ya en la época del New Deal la clase directiva —“los asalariados pertenecientes a los percentiles superiores de la jerarquía de ingresos”— había asumido el timón en un modo híbrido de acumulación al que llaman capitalismo directivo (managerial capitalism). En los años del compromiso de la posguerra, estos directivos estaban activamente conduciendo a la sociedad hacia un nuevo modo de producción más allá del capitalismo.
Según los autores, economistas como James Burnham, Joseph Schumpeter, John K. Galbraith y Alfred D. Chandler vieron las señales: los mecanismos de mercado estaban constreñidos y el motivo de lucro se atenuaba. Esta transición fue interrumpida por la contrarrevolución neoliberal que pareció anunciar un retorno a las viejas prácticas (por ejemplo, salarios y primas vinculados al precio de las acciones). En el torbellino, el poder creciente de los directivos fue olvidado, pero afirman que, en las últimas décadas, los directivos han mantenido y ampliado su control, esta vez en un compromiso con los jefes (bosses) en lugar de con los trabajadores. Cuando estalló la crisis de 2007–2008, los directivos usaron su poder dual en los mercados y en el gobierno para estabilizar la situación. Duménil y Lévy sostienen que los directivos se han convertido en una nueva clase dominante que, a diferencia de las élites de antaño, vive principalmente de sueldos más que de capital. Sostienen que si observamos el siglo XX en su conjunto, fueron estos asalariados de altos ingresos, no los poseedores de capital, quienes registraron las mayores ganancias.
El neoliberalismo parece haber agotado su curso, transformándose en lo que los autores llaman “neoliberalismo administrado” —un sistema inestable que está un paso más cerca de “el establecimiento gradual de relaciones de producción más allá del capitalismo”. Pero en este momento también ven una oportunidad, de algún modo. Las divisiones dentro de la alta clase social crecen y la cúspide —el 0,01 % superior— ha acumulado tal riqueza inimaginable que flota por encima de todo. Arguyen que esta polarización de la élite crea un espacio para que las clases populares formen una alianza con la “clase alta baja” —aquellos que ingresan algo menos de medio millón de dólares al año y forjen un nuevo compromiso. Los directivos se han convertido en “los agentes clave en el progreso de la organización” y alcanzan su posición mediante esfuerzo y destrezas, no por herencia. El ascenso de la meritocracia sobre la herencia, arguyen los autores, ya era visible en la posguerra cuando “el avance de los rasgos directivos, asociado a la alza de las nuevas relaciones de producción, desmontó gradualmente los cimientos de las prácticas capitalistas así como las ideologías de la propiedad privada de los medios de producción, incluida su transmisión hereditaria, bajo la bandera de la meritocracia”. Hoy, los ideales meritocráticos dominan aún más. Para acceder a buenos empleos se requieren excelentes credenciales. Todo ello alimenta no solo el crecimiento de los directivos, sino también “la ideología de la meritocracia”, que sostienen “sustituye cada vez más a los valores de la propiedad” o la lógica del más fuerte: “dado el aumento de, notablemente, la interacción social y la educación, el monopolio de la iniciativa social por parte de minorías [élites] se volvería cada vez más difícil de sostener a lo largo de un managerialismo suficientemente inclinado hacia el progreso social”. Así, la centralidad de la meritocracia en la sociedad actual ofrecería la promesa de “construir un futuro digno sobre los rasgos más progresistas de la modernidad directiva”. La era keynesiana, según Duménil y Lévy, representó una “nueva jerarquía de poderes de clase” y un “nuevo orden social” que “fue la expresión de un compromiso político entre las clases populares y las clases emergentes de directivos privados y públicos”. Bajo este orden social, “basado en una alianza entre directivos y clases populares, se alcanzaron grados excepcionales de ‘democracia”. Los críticos de estos autores, sin embargo, sostienen que el papel de la clase trabajadora para promover un cambio de régimen económico no ha cambiado.
A partir del último tercio del siglo XIX, y especialmente en las dos décadas siguientes al fin de la segunda guerra mundial, aunque se mantuvieron amplios grados de desigualdad en la distribución del ingreso, los salarios reales tendieron a aumentar y se produjo un incremento generalizado del poder de compra en el contexto del inicio de la segunda fase de la revolución industrial, alrededor de la electricidad y de los motores de combustión interna, así como una activa articulación de las condiciones de la producción, en las que aumentó la división del trabajo y la mecanización, y del consumo, que se vio favorecido por incrementos salariales que evolucionaron a la par de los incrementos de productividad. Este capitalismo "fordista" permitió sostener altas tasas de ganancia para el capital, pero declinó a partir de los años 1970, con caídas en los aumentos de productividad. A este factor se sumó el fin de las condiciones de estabilidad cambiaria estructurada a la salida de la segunda guerra mundial, y dio paso a un incremento de la circulación financiera y a una restricción de la remuneración salarial en los países de altos ingresos, apoyada en incrementos de productividad y en deslocalizaciones de la manufactura hacia países de salarios bajos, incluyendo a China a partir de los años 1980. Estos procesos configuraron la actual globalización económica, que acentuó la vertebración en escala mundial de "cadenas de valor" con predominio de la acumulación de capital financiero y recurrentes inestabilidades a escala mundial que condujeron a la gran recesión de 2008-2009. La ampliación de la digitalización de la producción y el consumo permitió luego una acelerada conformación de un "capitalismo de plataformas", basado en las tecnologías de la información con nuevas formas de articulación de los agentes económicos y una precarización adicional del trabajo asalariado encubierto como trabajo independiente.
Referencias y lecturas adicionales
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4. La escuela neoclásica y la escuela autríaca
Para la escuela neoclásica hoy predominante, la clave fue dejar de lado las consideraciones distributivas de la economía clásica y construir representaciones abstractas del funcionamiento de los mercados de bienes y de "factores de producción" como mecanismos de asignación de recursos. Esto se realizó suponiendo que no existen interferencias entre unidades atomizadas de productores y consumidores, que compiten entre sí, de lo que resultaría una tendencia espontánea al equilibrio y al mejor uso posible de los recursos disponibles, desarrollando el postulado de la "mano invisible" en el funcionamiento de los mercados de Adam Smith y de "maximización del bienestar". Su visión de la economía va, además, mucho más allá de la producción material y es una teoría de la conducta humana. William Stanley Jevons, definió incluso a la economía como “la ciencia que estudia las condiciones que debe satisfacer la conducta humana para conseguir un placer", mientras Alfred Marshall la definió como "el estudio de la humanidad en los negocios ordinarios de la vida".
La construcción teórica neoclásica se ha vuelto dominante y tiende a excluir a otras escuelas en nombre de la ciencia positiva. Pone el acento en la asignación de los recursos escasos en condiciones de competencia perfecta en mercados sin interferencias, con múltiples productores y consumidores individualmente maximizadores de su propio interés y que toman decisiones calculando disyuntivas en el margen, con disponibilidad a pagar precios de las mercancías determinados por su utilidad marginal. El valor de un bien se expresa a través del precio, que refleja la escasez del producto y el nivel de demanda asociado a él. Esto implica partir de la idea que siempre hay que hacer elecciones porque los recursos son escasos y enfatizar conceptos como el de costo de oportunidad (un recurso utilizado en algo podría haberlo sido en otra cosa), de disyuntiva (buscar un objetivo puede ser contradictorio con buscar otro objetivo al mismo tiempo y vice-versa, para lo que se debe comparar costos y beneficios al elegir entre uno y otro), de acceso a bienes fruto del esfuerzo (no hay tal cosa como un almuerzo gratis), todos orientados a maximizar la utilidad y evitar malos usos o despilfarros de recursos. Este enfoque enfatiza que existen ganancias del comercio, pues la especialización permite consumir a todas las partes más que en situación de autosuficiencia, mientras todo lo que mejore la posición de un individuo lo lleva a intentar agotar los intercambios que le benefician y aprovechar todas las ganancias posibles del intercambio, lo que llevaría los mercados al equilibrio.
El uso alternativo de medios escasos y la maximización del interés individual
A fines del siglo XIX, el término economía política fue paulatinamente abandonado y reemplazado por el de economía a secas por la corriente neoclásica. La segunda denominación y su mayor concisión fueron consagradas en las décadas siguientes por aquellos autores que optaron por abandonar la visión de la economía como proceso de producción material de bienes en el que existen intereses opuestos entre diversas categorías y clases sociales. En contraste con la tradición de la economía política clásica y de la crítica de Marx, y en medio de la creciente influencia del positivismo en las ciencias sociales, la escuela neoclásica emergió a partir de los trabajos convergentes alrededor de 1870 de William Stanley Jevons, Léon Walras y Carl Menger y más tarde de Alfred Marshall y Arthur Cecil Pigou. El enfoque neoclásico define a la economía desde Lionel Robbins (1935) como
“la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”.
Lionel Robbins, siguiendo a Walras, también afirmó que "la economía es enteramente neutral respecto a los fines…en tanto cualquier fin depende de medios escasos". Se trata de un enfoque con una nueva teoría del valor en base a la idea de la utilidad en el margen de los bienes y del principio de escasez. Este enfoque se propuso hacer de la economía una ciencia formal, matematizada, que estudia la conducta humana maximizadora, carente de juicios de valor, como lo es la física respecto al estudio de las propiedades fundamentales de la materia y el espacio-tiempo.
Se fundó así la influyente y actualmente dominante corriente de la economía neoclásica como investigación del uso alternativo abstracto de recursos escasos (que se consagró en el llamado programa de investigación Samuelson-Hicks) y del equilibrio general en mercados atomizados, con individuos no muy distintos los unos de los otros y situados fuera de todo contexto histórico o político, como fue teorizado a partir de Walras. Su prescripción en materia de política económica es que todo lo que interfiere sobre el libre funcionamiento de los mercados y reduce el incentivo a ahorrar y producir es una intervención que distorsiona la asignación óptima de recursos asegurada por el libre funcionamiento de los mercados, aunque quienes promuevan tales intervenciones tengan las mejores intenciones, con la posible y limitada excepción de la provisión estatal de bienes públicos como las funciones soberanas del Estado y algunas infraestructuras, la regulación de monopolios y de las externalidades positivas y negativas que resultan de los intercambios bilaterales mutuamente satisfactorios.
La “economía axiomática” de la escuela neoclásica construyó una visión ahistórica del modo en que los individuos aislados toman decisiones e intercambian bienes escasos en base a pocos principios básicos, sin instituciones y teniendo como símil la física newtoniana y sus leyes y una supuesta tendencia al equilibrio en las interacciones de los agentes económicos. Este enfoque atribuye plena racionalidad maximizadora del interés propio en la conducta individual y la aplicación generalizada del principio del “costo-beneficio”. El principio del costo-beneficio indica que una persona o empresa debe realizar una acción si y solo si los beneficios adicionales de emprenderla son, al menos, tan grandes como los costos adicionales. Este enfoque produce estudios del consumo y la producción, pero también del crimen o el deporte. Se inspira en el utilitarismo de Jeremy Bentham (1780):
“la naturaleza ha puesto a la sociedad bajo el gobierno de dos maestros soberanos, el dolor y el placer (…). Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos".
Así, se transitó de la "economía política" a la "economía". La segunda denominación y su mayor concisión fueron utilizadas por aquellos autores que optaron por abandonar la visión de la economía como proceso de producción material de bienes en el que existen intereses opuestos entre diversas categorías y clases sociales en el contexto de la polis y sus estructuras estatales y sociales, y las culturas que moldean los comportamientos individuales, en beneficio del modelo de competencia perfecta que llevaría a la maximización del bienestar. Autores como Gary Becker (1992) han extendido el procedimiento del individualismo metodológico y el análisis costo-beneficio a dominios como el crimen, la discriminación racial, el matrimonio, el divorcio o bien las relaciones sexuales. Por su parte, la escuela llamada del Public Choice con James Buchanan a la cabeza (1986) ha aplicado los supuestos conductuales neoclásicos al comportamiento de los representantes políticos y los burócratas estatales que solo buscarían maximizar el presupuesto público y sus propios intereses particulares. Para este autor (1986)
“el individuo que escoge entre manzanas y naranjas permanece siendo la misma persona que escoge entre las opciones marcadas como “Candidato A” o “Candidato B” en la casilla de votación”.
Las diferencias entre las teorías clásicas y neoclásicas, entre muchas otras, también tienen que ver con sus respectivas teorías del valor, es decir si el precio de un bien está determinado por su costo de producción (teorías objetivas) o por la utilidad que reporta a os individuos (teorías subjetivas). La paradoja del valor (¿cómo puede el agua potable, que es esencial para la vida, tener un precio bajo y los diamantes, que no lo son, pueden tener un precio tan elevado?) llevó a los autores clásicos hacia una teoría del valor basada en los costos de producción. Para la posterior visión neoclásica, el precio de un bien resulta del costo de la última unidad producida y la utilidad de la última unidad consumida. Alfred Marshall resumió esa visión en las conocidas curvas de oferta y demanda, semejantes a las hojas de una tijera. Ambas curvas, en su punto de intersección, definen el precio, en el cual el costo marginal de su producción iguala la utilidad marginal de su consumo.
La escuela neoclásica atribuye a los seres humanos conductas maximizadoras y no considera las dimensiones de cooperación y reciprocidad también presentes en las conductas individuales en diversos grados, de acuerdo a las relaciones culturales y de poder históricamente constituidas en cada sociedad. Asimismo, procura demostrar en base a múltiples supuestos que la retribución del trabajo y de capital estaría asociada a su "productividad marginal" (lo que produce la última unidad utilizada del factor de producción de que se trate) y que, por tanto, no existe conflicto distributivo alguno salvo por la interferencia eventual de monopolios de empleadores o trabajadores en los mercados competitivos del trabajo. Se presume, en este enfoque, que el libre mercado funciona sin que ninguno de sus participantes esté sujeto a ningún tipo de compulsión y que las consideraciones éticas no tienen aplicación a la interacción de mercado bajo condiciones de competencia perfecta, dado que los intercambios o bien son mutuamente satisfactorios o no se producirían. Así, mientras los economistas clásicos pusieron el acento en las reglas de reparto del excedente económico, la corriente neoclásica construyó un enfoque según el cual el análisis económico debe estar basado en una lista de principios básicos, que se aplican a tres niveles de explicación.
Primero, se propone entender cómo los individuos toman decisiones; segundo, cómo los individuos interactúan y tercero cómo funciona la economía en su conjunto, lo que lleva a la división entre la micro y la macroeconomía. Sostiene que todo lo verdaderamente importante es necesariamente escaso y tiene un “costo de oportunidad” (es decir de uso alternativo) con precios que son índices de escasez. Se concentra en el análisis de las condiciones de equilibrio de la oferta y demanda de bienes y servicios y de factores de producción (transformando el trabajo y el capital en factores técnicos de la producción en vez de una relación social), así como la determinación de sus precios de intercambio, tanto a nivel de mercados parciales como agregados. Postula que los “agentes económicos”, reducidos a productores y consumidores, se guían por incentivos vinculados a esos precios (a mayor precio menor demanda, a menor precio mayor demanda). La “competencia perfecta” en mercados con múltiples oferentes y demandantes funcionaría sin soportes legales ni asimetrías de poder e información y en ellos cada uno de los participantes recibe una retribución acorde con su productividad. Su interacción descentralizada conduciría espontáneamente al equilibrio y a la asignación óptima de los recursos disponibles, salvo en el caso de ciertos bienes particulares que no tienen rivalidad en su consumo y es de naturaleza colectiva.
Este enfoque sostiene, además, una concepción estándar de la macroeconomía (Baumol, 1999) basada en la ley de Jean Baptiste Say (1767-1832), según la cual el proceso de producción (oferta) genera el ingreso necesario para la demanda por esos productos, la que no ofrece una explicación de los ciclos económicos sino como el resultado de choques exógenos (políticos, sociales o naturales) sobre la economía antes que como evoluciones endógenas de las economías de mercado. Una parte de los exponentes de la teoría económica neoclásica actual (como Robert Lucas) sigue reivindicando una visión de la conducta humana que sería maximizadora de su propio interés individual. Construye modelos que buscan interpretar el funcionamiento económico a partir de esa conducta ("expectativas racionales") en escala microeconómica (de mercados específicos) y macroeconómica (en la escala de mercados agregados a nivel nacional y mundial) y sostiene que las interrelaciones entre productores y consumidores tenderían al equilibrio, mientras las políticas e intervenciones públicas tenderían a alejarlas de la asignación óptima de los recursos que resultaría del funcionamiento de mercados competitivos.Se suele interpretar en el enfoque convencional neoclásico que toda intervención sobre los mercados es una búsqueda de influencia ilegítima de grupos de interés particular, los que procuran obtener para sí recursos a costa del bienestar del resto de los participantes en la sociedad. Las intervenciones estatales deben, en consecuencia, ser reducidas al máximo y, en caso de producirse, ser minimizadas en los más breves plazos. Este enfoque reclama para sí un estatus de ciencia positiva de análisis de las conductas humanas en condiciones de escasez y de optimalidad en la asignación de los recursos similar a la física en el análisis de los fenómenos de la naturaleza.
El equilibrio general y el óptimo de Pareto
Esta escuela ha hecho un prolongado esfuerzo intelectual para intentar demostrar que los mercados competitivos tienden a un equilibrio que optimiza el uso de los recursos disponibles. En 1954, Kenneth Arrow y Gérard Debreu tradujeron esta visión en un modelo donde la infinidad de posibles transacciones se ejecutan bajo condiciones competitivas que conducen a un "equilibrio general" y a un óptimo en la asignación de recursos. Los "factores de producción" son retribuidos según su contribución a la producción de acuerdo a su "productividad marginal" (la de la última unidad incorporada), lo que hace que la distribución de los ingresos resultante sea justa por construcción. El modelo de Arrow-Debreu describe una economía congelada en el tiempo: alcanzar el equilibrio requiere una matriz infinita de mercados en los que puedan negociarse todos los productos y servicios que alguna vez existirán, con cada transacción condicionada a uno de los infinitos estados del mundo que alguna vez ocurrirán, y con precios que se determinan con una especie de martillero externo. Al establecer condiciones tan restrictivas, paradojalmente Arrow y Debreu mostraron que la hipótesis de un equilibrio general óptimo difícilmente podría alcanzarse en el mundo real, en el que, además, la asignación más eficiente puede llevar a resultados radicalmente ineficientes cuando el estado del mundo cambia, especialmente en condiciones de inestabilidad financiera, y a elevadas desigualdades de ingresos. Esto no impidió al paradigma neoclásico seguir avanzando en sus postulados: a fines del siglo XX, la hipótesis de las "expectativas racionales", con su garantía de que todos los recursos serán plena y eficientemente utilizados (salvo por choques externos aleatorios), propuso adicionalmente que la estabilización macroeconómica se volvía irrelevante como campo de estudio.
El modelo de equilibrio general busca demostrar que existe por lo menos un equilibrio general competitivo coincidente con una situación en la que, dada una dotación de recursos, no es posible mejorar el bienestar de un individuo sin deteriorar el de, por lo menos, otro individuo. El enfoque neoclásico propone que la asignación de recursos en mercados sin interferencias agotaría en sus interacciones las oportunidades de transacción mutuamente satisfactorias. Dado que cualquier modificación de esa situación óptima de equilibrio implicaría que alguien pierde algo, el "bienestar agregado" estaría maximizado (así llamado "óptimo de Pareto", por el economista italiano Wilfredo Pareto). Esto conduce a un corolario: el sistema político debe crear las condiciones para que esa competencia se produzca para conseguir una asignación de recursos que se acerque al óptimo de maximización del bienestar total (definido como la suma del excedente de los consumidores y del excedente de los productores) dados los recursos disponibles.
Para este enfoque, la única conducta económica a considerar es la de agentes que se remiten a su interés propio y adopta lo que denomina “individualismo metodológico”, que considera a los individuos y su comportamiento como uno regido por leyes deterministas de maximización racional. La escuela neoclásica enfatiza los "costos de oportunidad" en el uso alternativo de un recurso para un fin u otro, y subraya que no hay ganancias sin costos y que siempre algo debe sacrificarse para obtener otra cosa. La economía debe, entonces, orientarse a la búsqueda de las condiciones de eficiencia en la asignación de recursos y a identificar y eliminar los derroches en su uso. Su postulado principal es que esta eficiencia se maximiza con mercados competitivos, los que tendrían, además, una tendencia intrínseca al equilibrio. Las corrientes liberales, basadas en la teoría neoclásica, sostienen que el capitalismo en tanto sistema de acumulación privada de riqueza y los mercados como mecanismos de asignación de recursos son los que mejor permiten aproximarse a la aspiración del mayor bienestar posible para el mayor número de personas, siguiendo el enfoque utilitarista de Jeremy Bentham, a través de la "mano invisible" de los intercambios descentralizados y auto-regulados de Adam Smith. En los modelos de la economía neoclásica, dado que los mercados son eficientes, los recursos se asignan óptimamente para satisfacer las preferencias individuales expresadas. La libre competencia y el mecanismo de precios aseguran la ausencia de desperdicio en un equilibrio general persistente.
Para el enfoque neoclásico la economía debe ser una construcción axiomática basada en proposiciones y razonamientos deductivos. La versión más acabada del modelo de competencia perfecta fue elaborada a partir del artículo de Kenneth Arrow y Gérard Debreu (1954), que busca demostrar que existe por lo menos un equilibrio general competitivo coincidente con una situación en la que, dada una dotación de recursos, no es posible mejorar el bienestar de un individuo sin deteriorar el de, por lo menos, otro individuo. El enfoque neoclásico procura probar que la asignación de recursos en mercados sin interferencias sería óptima, pues se agotarían en sus interacciones las oportunidades de transacción mutuamente satisfactorias, en lo que se conoce como el "primer teorema de la economía del bienestar". Dado que cualquier modificación de esa situación óptima de equilibrio implicaría que alguien pierde algo, el "bienestar agregado" estaría maximizado (así llamado "óptimo de Pareto", por el economista italiano Wilfredo Pareto).
Esto conduce a un corolario normativo con connotaciones de política pública, al que adhieren los economistas convencionales: el sistema político debe crear las condiciones para que esa competencia se produzca para conseguir una asignación de recursos que se acerque al óptimo de maximización del bienestar total (definido como la suma del excedente de los consumidores y del excedente de los productores) dados los recursos disponibles. Junto a descripciones simplificadas de las fluctuaciones de precios y cantidades, el enfoque neoclásico construyó un modelo de equilibrio general con el supuesto de la agregación de la oferta y la demanda y una interacción de todos los mercados entre sí. Además de los supuestos ya mencionados sobre los mercados perfectamente competitivos, se establece el supuesto crucial, necesario para demostrar que existe un precio de equilibrio, de que un agente exterior enuncia precios de subasta, a los que se acomodan oferentes y demandantes en los mercados, y que en el corto plazo no existe un efecto ingreso que haga indeterminado el efecto del precio sobre la demanda y que los incrementos de producción implican costos marginales crecientes.
El enfoque neoclásico sostiene que en condiciones de competencia perfecta la asignación de recursos sería óptima porque se agotarían los intercambios mutuamente ventajosos posibles entre agentes económicos. Pero para llegar a este resultado se suma hipótesis tras hipótesis y se pasa de la realidad indeterminada, inestable, desordenada, multifacética y plena de asimetrías de información y de poder propios de los intercambios descentralizados de bienes y servicios a través del sistema de precios, a un mundo ordenado de agentes unívocos y racionales en sus conductas que proponen sensatamente precios a un centro coordinador desinteresado, que a su vez hace compatibles sus decisiones y conforma un equilibrio general de los mercados de factores de producción y de los mercados de bienes, donde las ofertas igualan las demandas. Esto implica que si cada bien tiene un precio "dado", este precio es de equilibrio competitivo (igualdad de las demandas y de las ofertas globales), cada agente actúa como “tomador de precios” y obtiene lo que demanda o remite lo que ofrece. Para ello se necesita una función de subastador que propone precios, calcula los precios de equilibrio sobre la base de las ofertas y de las demandas de los agentes “tomadores de precios” y da a cada uno lo que demandó a esos precios (retirándole lo que ofreció). Esta representación de los intercambios incluye entonces esta hipótesis bastante especial: los bienes tienen un precio único dado, que no es propuesto ni por los hogares ni por las empresas, hipótesis extraña pero que se ha hecho usual en los manuales convencionales porque facilita mucho el tratamiento matemático.
En la construcción del "equilibrio general" supuestamente conducente a la optimalidad en la asignación de recursos en mercados perfectamente competitivos, se requiere introducir este ficticio agente exógeno que anuncie los precios a oferentes y demandantes para hacer posible el ajuste de precios y cantidades. Sin este agente externo, el edificio se tambalea. Por ello, Guerrien & Jallais sostienen que en las economías realmente existentes "el resultado de los intercambios voluntarios –y por lo tanto mutuamente ventajosos– es indeterminado. Depende de la capacidad de regateo de cada parte y del orden de los encuentros entre los candidatos al intercambio".
Esto ha sido teorizado dentro de la propia tradición neoclásica por el llamado teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu, que concluye que la demanda neta agregada tiene una forma indeterminada porque está influenciada no solo por las dinámicas de oferta y demanda sino también por el impacto de las variaciones de los precios relativos en los ingresos reales de los agentes que inciden en la formación de la demanda, lo que no permite concluir que existe en los mercados competitivos una necesaria convergencia automática hacia un equilibrio óptimo de precios y cantidades (Mantel, 1974).
Hugo Sonnenschein llegó, por estas razones, en 1972 a la conclusión que las funciones de demanda pueden tener cualquier forma. Es más probable que se produzca una inestabilidad e indeterminación de los tanteos en la formación de precios, sin que se converja necesariamente a un equilibrio estable. La llamada "ley de la demanda" (a mayor precio menor demanda y viceversa) se encuentra frecuentemente indeterminada en la relación de causalidad entre precios y demanda.
El modelo competitivo y las fallas de mercado
El modelo de base supone que los productores de bienes (con el ejemplo de los carniceros, panaderos y cerveceros de Adam Smith en su famoso texto de 1776) responden competitivamente a las demandas de los consumidores y deciden cuánto ofrecer, basados en lo que los consumidores están dispuestos a pagar y procurando aprovechar toda oportunidad no utilizada de hacer un beneficio, lo que tiende a agotar las posibilidades de intercambios mutuamente beneficiosos y llevar a un equilibrio óptimo de las ofertas y demandas. El modelo supone situaciones competitivas de intercambio de bienes en las que existe un número suficiente de vendedores y compradores de productos como para que ninguno de ellos predomine sobre los otros, lo que requiere que no haya barreras a la entrada a los mercados, y al mismo tiempo existe información suficiente en lo referido al precio y a la calidad de los bienes y que, por tanto, estos sean homogéneos y sus características sean bien conocidas. La interacción de las ofertas y demandas de un bien produce un ajuste que lleva a un equilibrio a un precio dado. Se asume que cada consumidor actúa para maximizar su utilidad, cada productor actúa para maximizar su ganancia y que prevalece una competencia perfecta, en el sentido de que cada productor y consumidor está sujeto a precios pagados y recibidos independientemente de sus propias preferencias.
Este modelo de base se propone describir la interacción entre una oferta, la cantidad de algo que está disponible para la venta porque su producción es rentable al ser el precio de venta superior a los costos de producirlo, aunque con "rendimientos decrecientes a escala", es decir a mayores costos cuando la producción aumenta, y una demanda constituida por la disponibilidad a adquirir ese algo a un precio dado, sujeta a una "utilidad marginal decreciente", es decir a una menor satisfacción del consumidor a medida que aumenta la cantidad consumida. Esta interacción es descrita como una que se rige por una ley de comportamiento en la que, si la oferta excede la demanda, los productores buscarán encontrar compradores bajando sus precios. Lo opuesto ocurrirá si la demanda resulta ser mayor que la oferta disponible, aumentado sus precios. La velocidad e intensidad de la respuesta a cambios de precios o de ingresos por parte de los consumidores (la "elasticidad-precio de la demanda" y la "elasticidad-ingreso de la demanda") es otro concepto clave, es decir cuánto el precio de algo debe fluctuar para tener un impacto en su demanda. Muchos bienes presentan una demanda inelástica a los precios (no aumentará demasiado el consumo de bienes como la sal si baja sustancialmente su precio y vice versa) y otros serán más sensibles a las variaciones de precios.
Por el lado de la oferta, el postulado según el cual a medida que la producción crece aumentan los costos y que el nivel de producción está determinado por el punto de intersección entre el ingreso marginal y el costo marginal, resulta ser una descripción no representativa de la vida real de las empresas (Keen, 2023). En ella se distinguen los costos fijos, necesarios a la producción independientemente de la cantidad producida (instalaciones y equipos que no pueden variar en el corto plazo), de los costos variables, que en cambio dependen directamente de la cantidad producida (las horas de trabajo y los insumos a transformar en el proceso productivo). Una descripción razonable de la evolución de los costos según la escala de la producción indica que el costo medio, a medida que aumenta la producción, será alto en las primeras etapas por el peso en cada unidad vendida de los costos fijos, que en la vida económica real de las empresas suelen ser elevados. Y luego declinará a medida que esos costos fijos se diluyan en una mayor cantidad de unidades vendidas. Sin embargo, es menos evidente el desenlace de este proceso: ¿empezarán los costos variables a aumentar siguiendo la ley de rendimientos decrecientes, propia de la visión neoclásica? ¿O bien ese costo permanecerá estable si los costos variables suben en alguna proporción o incluso tenderán a disminuir si los costos variables permanecen estables o disminuyen a medida que aumenta la escala de su uso? Esta es la hipótesis de Piero Sraffa (1926), quien considera que la escala de la producción está limitada por las condiciones generales de la competencia y los costos de mercadeo, así como por el tamaño de cada sector productivo en la economía. Las economías crecientes a escala, que llevan a la caída de los costos medios hasta que se alcanza la capacidad producción, serían la situación más frecuentemente observada, de acuerdo a Alan Blinder (1998) y diversas estimaciones posteriores, lo que contradice la teoría neoclásica de la determinación de la escala de la producción. La estrategia de maximización de beneficios de las empresas en el mundo real consiste en vender la mayor cantidad de unidades posible: los directivos empresariales procurarán que se produzca tantos bienes como el mercado pueda absorber, sin tomar en cuenta el costo marginal ni el ingreso marginal.
Además, cabe subrayar que los productores usualmente no actúan de manera completamente independiente sino que con cierta frecuencia se coordinan entre sí para incidir en los precios y en las cantidades producidas, lo que también ocurre en determinados casos con los compradores. En el enfoque neoclásico convencional se parte de la base de la ausencia de comportamientos estratégicos de los agentes económicos, como es el de esperar cambios en el precio cuando estos agentes no lo consideran de equilibrio antes de proceder al intercambio. A la vez, se supone que sus compras y ventas no tienen ningún efecto en los precios (son "tomadores de precios"). Pero cabe cuestionar el supuesto de que los agentes económicos están perfectamente informados sobre los precios o bien de que no intentan asociarse o formar grupos de presión para influir en los precios en el sentido que les convenga (diferenciando el producto o formando colusiones oligopólicas). Actuar colectivamente (mediante colusiones en este caso) para influir en los precios es racional y es la base de la economía real en la que se producen transacciones de bienes escasos. Esta es la situación más frecuente cuando los productores son pocos y se ponen de acuerdo sobre los precios, o cuando logran diferenciar productos a través de marcas.
Frente a precios que se supone son informados a los oferentes y demandantes por alguna entidad exógena omnisciente, en el modelo de competencia perfecta neoclásico no se explica cómo esta entidad propone esos precios, recoge las ofertas y demandas individuales y las agrega para obtener la oferta global y la demanda global de cada bien. No obstante, solo a partir de un proceso de este tipo sería posible concebir la oferta y demanda de un bien a un precio dado. Tampoco se especifica como en presencia de desequilibrios entre la oferta y la demanda esta función coordinadora modifica los precios que propone, bajando aquellos en que hay exceso de oferta y subiendo aquellos en que hay exceso de demanda, en lo que se conoce como "ley de la oferta y la demanda". Se entiende que los hogares y empresas hacen nuevas ofertas y demandas a esos nuevos precios, que algún centro coordinador confronta otra vez, lo que lo conduce a proponer nuevos precios, y así sucesivamente. La corriente neoclásica, para demostrar que las fuerzas del mercado conducen a un equilibrio único y estable del sistema de asignación de recursos, recurren a supuestos muy poco realistas en el proceso de conformación de precios.
Así, las interacciones entre precios, oferta y demanda en cada mercado no convergen necesariamente hacia algún equilibrio estable (Keen, 2011) ni están exentas de asimetrías de poder de mercado que tienden a incrementarse con el efecto de las economías de escala y las barreras a la entrada a los mercados que provocan.
A pesar de que es lo que enseñan detalladamente los manuales de economía, con el uso del cálculo y representaciones gráficas de funciones, la idea de que los mercados son atomizados con múltiples participantes que compiten entre si y que el mecanismo de precios coordina a los consumidores con los productores mediante una mecánica que tiende al equilibrio, es una representación estilizada que no describe adecuadamente los mercados realmente existentes. En efecto, los mercados funcionan con agentes dotados de poder asimétrico, en medio de tendencias sistémicas a la concentración de la propiedad y de los ingresos. Las informaciones que proveen los precios permiten economizar tiempo, negociaciones, mercadeo y posibles conflictos, y al mismo tiempo hacen el futuro más previsible, lo que es importante para las decisiones de consumo e inversión. Las relaciones de oferta y demanda en mercados se guían en parte por la ley según la cual la demanda de los consumidores aumenta en tanto bajan los precios y viceversa cuando se incrementan. A la vez, la oferta de los productores aumenta o disminuye en determinadas condiciones de acuerdo a aumentos o disminuciones del precio de venta, en tanto modifiquen el punto en que el costo marginal iguala el ingreso marginal, o sea el de la última unidad producida o vendida, para permitir incrementos de ganancias. Pero la gran mayoría de las transacciones de mercado entre agentes económicos (productores con fines de lucro o con fines múltiples, entidades financieras, consumidores con ingresos del trabajo o del capital o de ambos, formales e informales) resultan de comportamientos rutinarios, guiados por los hábitos, las costumbres, las tradiciones y las normas que prevalecen en las diferentes sociedades. Y con frecuencia con una "racionalidad limitada".
La distribución explicada por las productividades marginales
Pero es en materia distributiva donde el argumento neoclásico de base es uno de los más cuestionables. Este sostiene que en el caso en que los consumidores optan entre diferentes posibilidades y no existen rendimientos crecientes a escala, a todo óptimo de Pareto puede asociarse un sistema de precios que sea un equilibrio competitivo. Esto quiere decir que los que consideren inequitativa la distribución de los ingresos pueden redistribuir la dotación de factores de producción de los agentes económicos, mantenerse en un contexto de mercado y realizar un nuevo óptimo una vez que la redistribución que desean ha sido realizada. Todo lo que se necesita en una redistribución de las dotaciones iniciales en factores de producción, después de la cual se puede dejar al mercado hacer su trabajo. Esto sugiere que las cuestiones de eficiencia y equidad pueden ser separadas y que no implican una retroalimentación. Las condiciones para que este teorema (llamado segundo teorema de la economía del bienestar, siendo el primero el de la optimalidad en la asignación de recursos) sea válido son mayores que para el primero, pues aquí se necesita que las preferencias de los consumidores sean convexas (lo que básicamente corresponde a la idea de la utilidad marginal decreciente, o a preferencias en que "los promedios son mejores que los extremos").
Así, si la situación distributiva fuese insatisfactoria, el enfoque neoclásico argumenta que podría modificarse otorgando mayores "dotaciones de factores de producción" a quienes se considere lo necesiten y dejando que opere el modelo de competencia perfecta, sin que deba regularse ningún precio, en lo que se conoce como "segundo teorema de la economía del bienestar".
Cabe señalar que Léon Walras, uno de los fundadores de la escuela neoclásica, postulaba, sin embargo, un orden social en el que la tierra debía ser nacionalizada para que su renta estuviera al servicio de la sociedad y que cabía a la acción pública impedir las colusiones que dificultaran la competencia en los mercados (solía afirmar "soy socialista, no economista"), sobre lo que no tenía ilusiones, como tampoco Adam Smith.
La remuneración de los participantes en la producción (los llamados factores de producción) se determinaría de acuerdo a su "productividad marginal", es decir el aporte de la última unidad empleada en el proceso de producción. Cualquier alteración de esa remuneración introduciría ineficiencias en la asignación de recursos, los que no se orientarían a sus usos más productivos. Para esta escuela siempre sería preferible no intervenir en “los precios que remuneran los factores de producción” sino, en el caso de querer mejorar la distribución de los ingresos, hacerlo por la vía de redistribuciones a través del aumento de la dotación de factores de producción para los que se estime serían merecedores de un mayor monto de la misma (acceso a la educación y al crédito) y un sistema de impuestos y transferencias a las familias de menos ingresos.
El punto de partida es el problemático. No es posible no enunciar juicios de valor explícitos sobre el grado de equidad de la distribución de utilidad. ¿Qué distribución es mejor que otra? La economía neoclásica convencional responde a esta pregunta postulando una “función de bienestar social” que incorpora los puntos de vista de la sociedad acerca de los méritos de unos y otros grupos de individuos, es decir la forma en que el bienestar de la sociedad se relaciona con el bienestar de cada uno de sus miembros. Esta formalización permite construir diversas “curvas de indiferencia” –como las de los consumidores frente a distintas combinaciones de consumo de cantidades de un bien en relación a otro bien- respecto a las utilidades de las personas. Si la utilidad de la persona A disminuye, la única manera de conservar la utilidad de toda la sociedad es que la utilidad de la persona B aumente, y vice-versa. El incremento de la utilidad de una persona implica que aumenta el bienestar social si la utilidad de todos los demás permanece constante, lo que es un supuesto muy poco realista.
El problema planteado es el del reparto de las ganancias entre los que son partícipes de los intercambios: su resolución depende de factores tales como las estructuras de poder asimétrico en las que se desenvuelven los actores económicos, así como las normas y las costumbres, que no entran en ninguna cuantificación precisa. Sin embargo, con abundancia de razonamientos basados en el cálculo diferencial y variadas herramientas matemáticas más o menos relevantes, se impuso con el tiempo el enfoque neoclásico en la economía académica frente a los más razonables enfoques que otorgan relevancia al estudio de las estructuras institucionales, sociales y tecnológicas en que se desenvuelven los agentes económicos y sus conductas estratégicas, a las regularidades parciales y a los estudios empíricos y de casos.
La distribución del ingreso no está en definitiva determinada por la “productividad marginal de los factores de producción” pues no se puede hacer abstracción del poder de mercado con el que intervienen los distintos agentes en los procesos de determinación de precios de adquisición de recursos de producción y del excedente que resulta de la diferencia entre los costos de producción y los precios de venta. No tiene sentido hacer abstracción de la desigual relación existente entre quien posee capital y quien solo posee la capacidad de vender su fuerza de trabajo, especialmente cuando está en juego su subsistencia. No existe además una conexión directa entre la remuneración que obtiene cada individuo y el aporte al resultado en tanto recurso de producción, suponiendo que la medición del aporte individual a esa producción se pudiera determinar, lo que es imposible dada la naturaleza colectiva de los procesos de producción de bienes y servicios. La teoría distributiva neoclásica no considera una realidad económica fundamental en los mercados de recursos de producción: la generación y el reparto del excedente económico –la diferencia entre el costo de producir y el precio de venta en el mercado- varía según las condiciones institucionales, las épocas y las circunstancias históricas de funcionamiento de cada segmento de mercado, y no según una supuesta contribución de cada "factor de producción" al resultado de la producción, los que no son ni desagregables ni separables.
La escuela austríaca
Desde la tradición de la llamada Escuela Austríaca, se enfatiza el poder organizativo de los intercambios descentralizados a través del mecanismo del precio, pero su posición al interior de la corriente liberal convencional cambia según los temas de tradicional a heterodoxa.
Este enfoque, si bien es crítico del paradigma de la competencia perfecta y el equilibrio general, tiene una inspiración liberal radical basada en la obra de Friedrich Von Hayek, quien postula que “se nos induce erróneamente a pensar que la moral, la ley, las artes y las instituciones sociales pueden justificarse sólo en cuanto correspondan a un propósito preconcebido”, y que “la creencia en el poder ilimitado de una autoridad suprema necesaria, en particular de una asamblea representativa, y por lo tanto, la creencia en que la democracia significa necesariamente el poder ilimitado de la mayoría, son consecuencias nefastas de este constructivismo” (Hayek, 1970). Para Hayek la sociedad es el resultado de múltiples interacciones humanas pero no del diseño humano o de acciones colectivas, en virtud de lo cual condena el racionalismo del siglo de las luces y la célebre afirmación de Voltaire: "si queréis buenas leyes, quemad aquellas que tenéis y dictaos otras nuevas". Para Hayek, procurar construir una sociedad mejor que la que resultaría de la interacción humana espontánea no es sino “un camino de servidumbre”. Llegó incluso a oponerse a la existencia de Bancos Centrales en aras de un libremercadismo extremo.
Autores afines a la Escuela Austríaca como Meir Cohn han criticado el enfoque neoclásico y “el paradigma del valor de Hicks-Samuelson”, el que, en su opinión, “ha promovido una suerte de teorización de escritorio estéril” a partir del hecho que la descripción de la tarea del economista “es la elaboración de modelos matemáticos. Los argumentos que no están expuestos en términos matemáticos son desestimados como faltos de rigor intelectual” y por lo tanto “muchos teóricos ven poca necesidad de considerar los detalles de las economías del mundo real: casi exclusivamente estudian sus modelos respectivos”, incluso cuando “son improductivos e inútiles”. Esto ha tenido como consecuencia “un estrechamiento significativo de la agenda teórica: los fenómenos económicos que no conducen a un tratamiento matemático o que son imposibles de reconciliar con los supuestos de la teoría del valor han devenido en ‘carentes de interés’.
Para Meir Kohn (2004), “el concepto de eficiencia no tiene sentido. Para empezar, la economía no está en equilibrio de mercado: por tanto las ganancias potenciales del intercambio no realizadas son frecuentes. Su búsqueda y creación son precisamente lo que guía el proceso de crecimiento económico. La ausencia de potenciales ganancias no realizadas no sería la evidencia de eficiencia sino de estancamiento. Segundo, el potencial de la economía no está dado. Mientras los individuos crean continuamente nuevas oportunidades para el intercambio expanden continuamente el potencial de la economía. Desde el momento en que no existe un destino hacia el cual la economía se dirija, no tienen sentido preguntar si ha arribado a él o no (…) Privado de la perfección de la eficiencia y no pudiendo establecer ningún estándar absoluto, el criterio normativo debe ser entonces comparativo” y no se puede sino “comparar una situación con otra y preguntarse cuál es preferible. Es decir, los criterios normativos deben ser ordinales antes que cardinales”. Propone pasar del “paradigma del equilibrio” al “paradigma del intercambio” que estudia los mercados realmente existentes y sugiere en ese camino renovar el interés por la historia económica, pues “para intentar comprender como funciona el proceso económico necesitamos antes que nada observarlo: la buena ciencia es en primer lugar observación”, mientras, además de la evidencia cuantitativa, “se necesita evidencia cualitativa sobre cómo se comportan e interactúan los individuos, sobre cómo funcionan las instituciones de distinto tipo y sobre cómo las instituciones facilitan o impiden el progreso económico”.
Referencias y lecturas adicionales
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5. La economía keynesiana
Los autores inspirados en Michal Kalecki (1899-1970), John Maynard Keynes (1883-1946), Joan Robinson (1903-1983), Nicholas Kaldor (1908-1986), Hyman Minsky (1919-1996), Lance Taylor (1940-2022), Michel Aglietta (1938-2025) o Stephen Marglin (2022) consideran que debe prestarse especial atención a la interacción y los desequilibrios entre demanda y oferta agregada y a los flujos de ingresos a que dan lugar, desequilibrios que desembocan en crisis periódicas, enfoque inicialmente desarrollado por Keynes (1936) y previamente por Kalecki (1933).
John Maynard Keynes fue considerado el fundador de la macroeconomía moderna. Su obra más conocida, La teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), revolucionó la forma de entender el funcionamiento de la economía. Hasta entonces, los economistas neoclásicos analizaban principalmente situaciones estáticas, enfocándose en una imagen congelada de procesos económicos que en realidad evolucionan rápidamente. En su tratado, Keynes introdujo un enfoque dinámico que convirtió la economía en el estudio de los flujos de ingresos y gastos, abriendo nuevas perspectivas para el análisis económico.
En Las consecuencias económicas de la paz (1919), Keynes había advertido que las duras condiciones impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles llevarían a otra guerra europea. Aprendiendo de las lecciones del Tratado y de la Gran Depresión, Keynes lideró la delegación británica en la Conferencia de Bretton Woods en 1944, donde se establecieron las reglas para garantizar la estabilidad del sistema financiero internacional y facilitar la reconstrucción de los países devastados por la Segunda Guerra Mundial. Keynes y Harry Dexter White, alto funcionario del Tesoro de EE.UU., son considerados los fundadores intelectuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, creados en Bretton Woods.
Keynes sostenía que los gobiernos debían resolver los problemas a corto plazo en vez de esperar que las fuerzas del mercado corrigieran las cosas en el largo plazo, porque “a largo plazo, todos estaremos muertos”. Postulaba que existe una inevitable incertidumbre en muchas decisiones económicas, pues “nuestro conocimiento del futuro es fluctuante, vago e incierto”. Keynes (1936) sostuvo que, para hechos como “la perspectiva de una guerra europea, el nivel del precio del cobre o de la tasa de interés en veinte años más, la obsolescencia de un invento reciente o el lugar de las clases poseedoras en la escala social en los años setenta” no existe “ninguna base científica sobre la cual construir el menor cálculo de probabilidades. Simplemente: no se sabe”. En palabras de Robert Sidelsky (2016),
”una implicación crucial de la visión de Keynes es que la economía debió partir con agregados y colectivos y no con individuos. En realidad, esta era una parte importante de la economía de Adam Smith y Ricardo, y sólo con el marginalismo y Lionel Robbins se estrechó al estudio de la lógica de las opciones individuales bajo escasez. Desde la perspectiva macro, la economía es simplemente una rama especializada de la gestión de los asuntos humanos y nunca debió ser separada de los otros estudios sociales”.
Para Keynes, la economía no se desenvuelve en un mundo de escasez que supone elegir entre alternativas, pues la situación más frecuente en economías de mercado es que no todos los recursos están siendo utilizados ni se está automáticamente en la "frontera de las posibilidades de producción". Sostiene que el “equilibrio de subempleo” en las economías de mercado se produce por insuficiencia de la demanda efectiva, postulando (1936) “la necesidad de controles centrales para producir un ajuste entre la propensión a consumir y la inducción a invertir”, es decir aumentar la demanda agregada hasta el punto en que los consumidores absorban las cantidades producidas y se induzca a los productores a aumentar su stock de capital.
Durante la Gran Depresión de los años 1930, la teoría económica vigente no pudo explicar las causas del colapso de la economía mundial e inspirar políticas capaces de reactivar la producción y el empleo. John Maynard Keynes revolucionó el pensamiento económico al derribar la idea dominante de que la economía de mercado garantiza automáticamente el pleno empleo; es decir, que cualquiera que desee trabajar encontrará empleo si acepta una baja salarial. Para Keynes, la demanda agregada —la suma del gasto de los hogares, las empresas y el Estado— es el principal motor de la economía en el corto plazo. Además, Keynes argumentó que el mercado no tiene mecanismos de autorregulación capaces de garantizar por sí solo el pleno empleo y se justificada la intervención del Estado mediante políticas orientadas a lograr el pleno empleo y la estabilidad de precios. Cuando la demanda cae, la economía entra en recesión y el desempleo aumenta, mientras el desempleo es posible incluso en equilibrio. A diferencia de la teoría neoclásica, Keynes argumenta que el mercado laboral no se ajusta automáticamente y puede haber desempleo involuntario aunque los salarios bajen, porque la baja demanda impide la contratación. Cuando la demanda privada es insuficiente, el gasto público debe aumentar para estimular la economía, por lo que el déficit fiscal puede ser necesario y deseable en tiempos de crisis. La política monetaria no siempre es eficaz, en especial en situaciones como la "trampa de liquidez": cuando las tasas de interés están muy bajas, la política monetaria pierde eficacia y solo el gasto fiscal puede reactivar la economía. Keynes subraya que las expectativas empresariales ("animal spirits") influyen en la inversión y que los empresarios toman decisiones según su imagen del futuro, la que puede ser inestable e influenciada por factores psicológicos. Sostiene que el ahorro no garantiza la inversión, contrariamente a la visión neoclásica, y que un exceso de ahorro (cuando nadie quiere gastar) puede ser un factor recesivo: es la llamada "paradoja del ahorro".
Sin embargo, durante una recesión, fuerzas poderosas deprimen la demanda a medida que cae el gasto. Por ejemplo, la incertidumbre suele minar la confianza de los consumidores, llevándolos a recortar sus gastos, especialmente en bienes discrecionales como viviendas o automóviles. Esto a su vez puede reducir la inversión empresarial, que responde a la menor demanda de sus productos. En este contexto, corresponde al Estado aumentar la producción. Para los keynesianos, la intervención estatal es necesaria para suavizar las fases de expansión y recesión de la actividad económica, es decir, el ciclo económico. La demanda agregada está influida por numerosas decisiones económicas, tanto públicas como privadas. Las decisiones del sector privado pueden tener efectos macroeconómicos negativos (por ejemplo, reducción del consumo durante una recesión). Por ello, los keynesianos defienden una economía mixta, impulsada por el sector privado, pero parcialmente gestionada por el Estado.
Los efectos más importantes de los cambios en la demanda agregada afectan a la producción real y al empleo, no a los precios. Como los precios son relativamente rígidos, las variaciones en cualquier componente del gasto (consumo, inversión, gasto público) alteran la producción. Por ejemplo, si aumenta el gasto público y los otros componentes del gasto se mantienen constantes, la producción también aumentará. Los precios y, en particular, los salarios reaccionan lentamente ante cambios en la oferta y la demanda, lo que genera escasez o excedentes periódicos, sobre todo en el mercado laboral.
Para los keynesianos, el problema económico más grave es la inestabilidad del ciclo económico. Los modelos keynesianos también introducen el concepto de efecto multiplicador: la variación del producto es un múltiplo del cambio inicial en el gasto que lo provocó. Si el multiplicador fiscal es mayor que 1, un aumento del gasto público de 1 dólar genera un incremento mayor a 1 dólar en la producción total.
En su enfoque, una demanda agregada insuficiente podría dar lugar a largos períodos de alto desempleo. La producción de bienes y servicios tiene como contrapartida de demanda el consumo, la inversión, el gasto de gobierno y las exportaciones (netas de importaciones). Keynes recomendaba, frente a la prolongada crisis posterior al derrumbe bursátil de 1929, políticas monetarias y fiscales anticíclicas y en especial un gasto deficitario destinado a proyectos de infraestructura que demandaran mucha mano de obra para estimular el empleo y sostener la masa salarial y el consumo cuando la economía se contrae. Esta fue la política del New Deal de Roosevelt en Estados Unidos. A la inversa, proponía en situaciones de pleno empleo elevar los impuestos para enfriar la economía y evitar la inflación ante un excesivo crecimiento de la demanda. La conclusión es que el desempleo es parte del capitalismo y no el resultado de la rigidez de los salarios u otras "fricciones" circunstanciales en los mercados. En situaciones de subempleo de los recursos, la escuela keynesiana apoya intervenciones gubernamentales mediante una política monetaria activa y sobre todo programas que produzcan o incrementen el déficit entre ingresos y gastos públicos para mejorar el horizonte de inversión de los agentes empresariales privados, a la vez que postula que la inversión pública tiene un efecto multiplicador que puede compensar desaceleraciones de la inversión privada. También defienden el uso de la política monetaria, como bajar las tasas de interés para alentar la inversión. Sin embargo, reconocen sus límites, especialmente en contextos de “trampa de liquidez”, donde el aumento de la base monetaria no reduce las tasas ni estimula la economía.
Diversas corrientes en la teoría macroeconómica (parcialmente la llamada "neo-keynesiana" y sobre todo la llamada "post-keynesiana") son críticas de la hipótesis clásica según la cual la "oferta crea su propia demanda" (la llamada ley de Say) y de la tendencia a un crecimiento intertemporal equilibrado en condiciones de mercado, solo interrumpido por choques externos. Y también de la corriente monetarista y la de las llamadas "expectativas racionales" para las que los estímulos de la demanda mediante políticas fiscales y monetarias expansivas alteran variables nominales pero no las reales, y por tanto solo provocan inflación. A su vez, según este enfoque, la inflación solo podría combatirse enfriando la producción o provocando una recesión, postulando una relación inversa entre el nivel de empleo y las variaciones del nivel general de precios (la llamada curva de Phillips).
La corriente neokeynesiana, con John Hicks (1904-1989) y Paul Samuelson (1915-2009), buscó una síntesis con la escuela neoclásica y modificó la teoría de Keynes en materia de determinantes de la inversión, es especial el vínculo entre ahorro y tasa de interés. La llamada "síntesis neoclásica" elaborada por Hicks y Samuelson buscó salvaguardar el esquema walrasiano de equilibrio general de largo plazo -en el que se agotan en mercados competitivos las oportunidades de intercambio mutuamente beneficiosos- vinculando en el corto plazo los efectos de las diferentes políticas económicas a través del modelo IS-LM, en el que la inversión y el ahorro (IS) interactúan con el mercado monetario (LM) a través de la tasa de interés y determinan el volumen de la producción, con una función de producción muy diferente a la descrita en la Teoría General. Las variantes neokeynesianas también sostienen que hay desempleo porque los salarios reales son muy altos, pero por otras razones que las de los neoclásicos: el desempleo es involuntario pues no son los trabajadores los que se rehusan a trabajar ni tampoco se niegan a permitir la caída de los salarios reales. Son las empresas las que no permiten que caigan porque creen que los trabajadores contratados a cualquier salario real menor eludirán el trabajo.
La economía poskeynesiana es una corriente que defiende que el principio de demanda efectiva es fundamental para explicar la dinámica económica tanto a corto como a largo plazo. Para ella, la actividad económica en una economía monetaria de mercado está determinada por la demanda, la que, sin mecanismos que la sostengan a lo largo del tiempo mediante políticas fiscales, monetarias y de ingresos, no garantiza automáticamente el pleno empleo, la plena utilización de las capacidades productivas y los procesos de inversión que las incrementan.
Para los poskeynesianos, el empleo en el mercado laboral está, en primer lugar, determinado por la demanda efectiva en el mercado de bienes. La falta de empleo no tiene que ver, en este enfoque, con salarios reales excesivos o con la falta de flexibilidad de los ajustes salariales. En el modelo poskeynesiano de empleo, salarios reales más altos pueden llevar a niveles más elevados de empleo, contradiciendo la llamada curva de Phillips, que sostiene una relación inversa entre salarios e inflación y nivel de empleo. Steven Marglin (2021) rescata la idea central de John Maynard Keynes: el capitalismo, dejado a su suerte, carece de un mecanismo que garantice el pleno empleo. Por ello, el gobierno debe aportar una “mano visible” que trabaje junto a la mano invisible del mercado. Sostiene que el problema no radica en imperfecciones que dificultan el funcionamiento de los mercados, meras “verrugas” sobre el cuerpo del capitalismo y refuta el que el Keynes radical y heterodoxo fuera transformado por la corriente principal en un sofisticado teórico de esas “verrugas”, concretamente un analista de cómo el capitalismo puede quedar atrapado si los salarios no son lo suficientemente flexibles. Esta lectura permitió a los economistas neoclásicos aceptar algunas de sus recomendaciones —los límites de la política monetaria y la necesidad de un estímulo fiscal contracíclico en situaciones extremas—, pero rechazan la idea de un defecto más grave que las simples imperfecciones y procuran restringir el papel del Estado a aliviar esas “verrugas” como una tarea puntual y de corto plazo. En Raising Keynes Marglin sostiene detalladamente que la interpretación ortodoxa de Keynes es errónea y que, incluso eliminando las “verrugas”, el capitalismo sigue sin contar con un mecanismo fiable para generar suficientes empleos. El Estado es necesario no solo ocasionalmente, en momentos de crisis, sino de manera continua, tanto a largo plazo como en emergencias.
Los post-keynesianos subrayan la importancia de las dinámicas y estructuras de producción (Taylor, 2011), en contraste con la relevancia que la economía neoclásica le concede a la idea de optimalidad en la asignación de los recursos en los intercambios de mercado. Sostienen que el conocimiento es costoso, que las percepciones del futuro son inciertas y especulativas, a diferencia del supuesto neoclásico de racionalidad maximizadora de los agentes económicos, y que no existe una tendencia predeterminada al equilibrio parcial, y menos general, sino múltiples trayectorias posibles determinadas por el funcionamiento de las instituciones y las regulaciones monetarias, fiscales y del régimen de trabajo, así como los conflictos distributivos y las innovaciones tecnológicas y su difusión en los tejidos productivos, en un contexto de cambiante articulación en los sistemas de centros y periferias a escala nacional y global. Joan Robinson (1953) ya concluía en "la necesidad de pensar en términos de historia, no de equilibrio" a la hora de interpretar las crisis económicas periódicas.
Una "contrarrevolución" frente a la escuela keynesiana provino de la escuela monetarista, asociada a Milton Friedman, la que postuló que los incrementos de magnitudes nominales a través de la política monetaria y fiscal no tiene efectos en la economía real sino que redunda en la inflación de precios. La escuela de las "expectativas racionales", asociada a Robert Lucas, complementó más tarde este enfoque, sosteniendo que los agentes económicos anticipan estas intervenciones y anulan sus efectos en las cantidades producidas.
Referencias y lecturas adicionales
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6. Las escuelas histórico-estructurales e institucionalistas
Diversas otras corrientes se alejan del paradigma neoclásico tanto en el objeto de la economía ("uso alternativo de recursos escasos") como en la descripción de las conductas de los agentes económicos (maximización del interés propio) y en el funcionamiento de los mercados (tendencia intrínseca al equilibrio, fallas de mercado no sustanciales). Constituyen la "economía heteredoxa", cuyos autores enfatizan las dimensiones históricas y estructurales de la economía y miran la evolución histórica, la estructura productiva y la inserción internacional como determinantes del desarrollo, mientras los autores institucionalistas destacan el papel de las reglas formales e informales que rigen la vida económica, con énfasis en cómo condicionan los incentivos y los resultados. Geoffrey Hodgson (2007) agrupa a estas corrientes en lo que denomina la “economía evolucionista e institucional”. Bernard Chavance (2018) las agrupa con antecedentes en la crítica de la economía política decimonónica, así como en la escuela histórica alemana y el institucionalismo de Thorstein Veblen de inicios del siglo XX.
Las escuelas críticas del enfoque neoclásico proponen que la relajación de las hipótesis del paradigma de la competencia perfecta en los mercados es en realidad la inmersión en otro paradigma, el de la determinación de los fenómenos económicos por instituciones y agentes con conductas estratégicas, incluyendo la formación de los precios en los mercados, las cantidades producidas en y fuera de los mercados y la distribución de los ingresos que generan. Para estos autores, las economías contemporáneas no pueden describirse como la suma de mercados en competencia perfecta con solo dos tipos de actores: múltiples productores racionales y múltiples consumidores racionales, los que, además, dispondrían de información perfecta, sin barreras a la entrada y a la salida de los mercados. Sostienen que la competencia perfecta constituye un caso de escuela ajeno a la realidad usual de los mercados, en la que los agentes económicos no están atomizados y se comportan del modo que les resulte estratégicamente más favorable. El proceso económico de mercado no tiende al equilibrio, sino que la frontera de posibilidades de producción se recompone dinámica y continuamente por la absorción de tecnologías y por la interacción social de los actores económicos en la pugna distributiva por la apropiación del excedente económico que resulta de la diferencia entre costos de producción y precios de venta de bienes y servicios, en una economía monetaria basada en el crédito y en percepciones del futuro que combinan períodos de pesimismo y otros de euforia, procesos que crean ciclos periódicos de auges y caídas de la producción, cuya duración es variable de acuerdo a su gravedad y a la pertinencia de las indispensables respuestas públicas.
Estas escuelas proponen, con variantes, que la economía sea considerada como aquella esfera de las sociedades humanas que provee su sustrato material de satisfacción de necesidades y cuyo comportamiento está determinado por las interacciones que condicionan las estructuras e instituciones históricamente situadas de producción, distribución y consumo de bienes. Afirman que existe una imposibilidad de modelizar la interacción entre agentes económicos al margen de las estructuras sociales y de poder que determinan las relaciones entre ellos y con las instituciones estatales y no estatales y su respectivas evoluciones históricas, las que inciden en la creación y asignación de recursos y en su distribución entre grupos, clases, géneros y categorías que ocupan diferentes posiciones sociales.
Estas escuelas sostienen que el uso de hipótesis simplificadoras en materia de conductas maximizadoras de los agentes económicos y de incentivos unívocos a los que reaccionarían los seres humanos, conducen a errores de diagnóstico de la dinámica económica efectiva y de prescripción en materia de políticas. Desde las ciencias cognitivas, Michael Tomasello (2010) ha recalcado que “el altruismo recientemente estudiado en los niños muestra resultados sorprendentes a partir del primer año de vida”, que “los Homo sapiens están adaptados para actuar y pensar cooperativamente en grupos culturales” y que
“las hazañas cognitivas más formidables de nuestra especie, sin excepción, no son producto de individuos que obraron solos sino de individuos que interactuaban entre sí, y lo dicho vale para las tecnologías complejas, los símbolos lingüísticos y matemáticos y las más complicadas instituciones sociales”.
La acción económica de los individuos y grupos puede resultar del sentimiento de pertenencia a una posición social y de una imbricación entre desinterés e interés, siendo el interés más amplio que el interés material. Una amplia literatura describe las conductas de cooperación, reciprocidad y altruismo como parte de los comportamientos individuales y de las acciones colectivas (Fehr & Gächter, 2000), sin cuya comprensión, además de las conductas maximizadoras del interés material individual, el análisis económico carece de capacidades explicativas suficientes.
Karl Polanyi (1944), que puede considerarse el autor contemporáneo fundante del enfoque histórico estructural, puso el acento en la necesidad de situar al capitalismo y los mercados en el contexto de la sociedad y sus evoluciones históricas. Recordemos que propuso una distinción entre la economía formal, que se ocupa del carácter lógico de la acción racional en la relación medios-fines en condiciones de escasez, y la economía sustantiva, que la estudia como lo que denomina "proceso instituido". Para este autor, históricamente han existido diversas modalidades en la coordinación de la asignación y distribución de recursos, y no solo los mercados, distinguiendo la subsistencia, la reciprocidad, el intercambio mercantil y la redistribución como contribución no voluntaria a un centro. Argumentó en su texto La Gran Transformación (1944) que el surgimiento de las sociedades de mercado en el siglo XIX alteró las relaciones sociales y económicas, provocando una importante desestabilización y que la tierra, el trabajo y el dinero no debían tratarse como simples mercancías.
La escuela económica histórica de los Annales buscó poner de relieve una historia global, holística, tanto en el tiempo (larga duración) como en el espacio (consideración de los hechos de sociedad en su conjunto). Caracterizadas desde sus inicios por una voluntad de transdisciplinariedad dentro de las ciencias sociales, los Annales renuevan en profundidad la historiografía, destacando la obra de Fernand Braudel (1979), para quien la economía de mercado, en la que se desenvuelven múltiples actores en competencia que practican intercambios, no es el capitalismo propiamente tal sino una "capa más o menos gruesa y resistente, en ocasiones muy fina, situada entre el océano de la vida cotidiana que subyace y los procedimientos del capitalismo que, una vez de cada dos, la dirigen desde arriba”, en condiciones de monopolio y asimetrías de poder.
Braudel (1979) retomó la visión de Marcel Mauss (1923), según la cual
"no hay sociedades exclusivamente capitalistas. No hay más que sociedades que tienen un régimen o más bien —lo que es de nuevo más complicado- sistemas de régimen más o menos arbitrariamente definido por el predominio de tal o cual de estos sistemas o estas instituciones”.
Para Braudel, esa interacción entre sistemas se estructura en los mencionados pisos de actividad, con la economía de subsistencia y la economía doméstica como "primer piso", los mercados competitivos con múltiples agentes de oferta y demanda como "segundo piso" (que suele ser el que toma como base el análisis microeconómico convencional) y el de la economía concentrada con fuertes asimetrías de poder como "tercer piso", que el historiador francés define como el capitalismo propiamente tal, que emerge desde el siglo XI a partir del financiamiento del comercio y de las ciudades-Estado europeas. Braudel denomina el primer piso como el de la “vida material”, con hasta 1800 una buena proporción limitada al autoconsumo, como la diversidad de prácticas que constituyen la base socio-cultural de la producción, frecuentemente en el marco de una economía familiar y local, con presencia de donaciones y contra-donaciones recíprocas. La “vida económica” está, en cambio, marcada por la producción y orientación al consumo con dos tipos de intercambios. Primero, el comercio reglamentado y en régimen de competencia, circunscrito al mercado interno, con múltiples oferentes y demandantes informados mediante el sistema de precios, es decir la situación que describen los libros de texto convencionales sobre microeconomía. Y luego, el tercer piso con actores monopólicos e intercambios desiguales, que denomina incluso “contramercado”, es decir el capitalismo como estructura erigida sobre el conjunto de la "vida material" y "la vida económica". En palabras de Braudel (1979):
“En la cumbre están los monopolios, debajo la competencia reservada a las pequeñas y mediocres empresas. (…) Hay un margen inferior, más o menos grueso, de la economía –llámenla como quieran, pero existe y está hecha de unidades independientes. Entonces no digan tan rápido que el capitalismo es el conjunto de lo social, que envuelve a nuestras sociedades enteras (…). Hay hoy día aún, como en el siglo 18, un amplio primer piso que, al decir de economistas, representa hasta 30% y 40% de las actividades en los países industrializados del mundo actual. Este volumen, al margen de los mercados y de los controles del Estado, recientemente estimado y que sorprende por su amplitud, es la suma del fraude, del trueque de bienes y servicios, del “trabajo negro”, de la actividad de los hogares, esta economía de la casa que, para Santo Tomás de Aquino, era la economía pura y que subsiste hasta nuestros días. La “tripartición”, la economía de pisos cuya importancia antigua he reconocido, sigue siendo un modelo, una guía de observación para el tiempo presente”.
Para Braudel, la economía mundial capitalista se articula, en escala global, desde el siglo XV en lo que denomina “economías-mundo” sucesivamente dominantes, con frecuencia mediante la violencia antes que como consecuencia de la competencia y la innovación, organizadas alrededor de polos centrales en zonas concéntricas cada vez menos valorizadas en tanto se alejan del centro. Los trabajos de Immanuel Wallerstein prolongaron los de Braudel al introducir una teorización basada en la observación de la historia económica a partir de la noción de “sistemas-mundo” para explicar la jerarquización de la economía mundial y definir el capitalismo contemporáneo. Wallerstein ha subrayado que el capitalismo no es la mera existencia de personas o compañías produciendo para la venta en el mercado con la intención de obtener una ganancia ni la existencia de personas asalariadas, que han existido por miles de años, sino que “nos encontramos en un sistema capitalista sólo cuando el sistema da prioridad a la incesante acumulación de capital” (2005). Su eficacia la provee la división del trabajo para obtener una constante expansión de la riqueza.
Los trabajos de Immanuel Wallerstein (1979) ampliaron en un sentido similar el análisis de las "economías-mundo" y de los sistemas de centros y periferias, mientras la "escuela de la regulación" desarrolló el análisis de los regímenes de producción y crecimiento según sus determinantes institucionales (Boyer, 2011). Dentro del propio paradigma neoclásico, autores como Douglas North (1995) sostienen que sin el rol de las instituciones no se puede entender adecuadamente la esfera económica y argumentan que está cruzada por múltiples fricciones y "costos de transacción", provenientes de conjuntos de reglas y normas establecidas por entidades formales e informales. North, define a las instituciones (1995) como las "restricciones ideadas por el hombre que estructuran las interacciones políticas, económicas y sociales" y agrega que “es indudable que las instituciones afectan el desempeño de la economía”, mientras “tampoco se puede negar que el desempeño diferencial de las economías a lo largo del tiempo está influido fundamentalmente por el modo en que evolucionan las instituciones”, sin perjuicio de su propia teoría general de convergencia maximizadora entre los agentes institucionales y los agentes económicos.
Desde la teoría política, Norberto Bobbio (1981) subrayó que el análisis económico debía tener en consideración la expresión entrelazada del poder en la sociedad, en la que “el poder económico se vale de la posesión de ciertos bienes, escasos o considerados escasos, para inducir a quienes no los poseen a adoptar cierta conducta, que generalmente consiste en desarrollar alguna forma de trabajo”.
Estos enfoques se apoyan en las investigaciones que afirman que los mercados no pueden funcionar sin el Estado, especialmente en la emisión de moneda de curso legal, la regulación legal del trabajo y en el control público de los contratos para hacer posibles las transacciones descentralizadas mutuamente beneficiosas. Sostienen que los mercados en competencia perfecta son el caso menos frecuente en la economía realmente existente, dada la concentración económica que resulta de las asimetrías de información, del acceso segmentado al crédito y de las economías de escala, que se traducen en barreras estructurales a la entrada en la mayoría de las industrias. La actividad económica ha supuesto una división del trabajo cada vez más amplia a lo largo de la evolución histórica y una extensión de los intercambios descentralizados de diversos bienes y servicios en escala mundial, tanto mutuamente beneficiosos entre sus participantes o bien desiguales en tanto están determinados por factores de poder e información asimétrica entre los participantes. Estos configuran situaciones de subordinación de unos agentes económicos por otros, especialmente al interior de la empresa, que es un sistema de autoridad (ya en 1937 Ronald Coase observó que "la marca distintiva de la firma es la supresión del mecanismo de precios") y según la posición que ocupen en los sistemas de centros y periferia en que se organiza la producción en escala mundial desde la expansión colonial de Europa Occidental.
Autores como Michel Aglietta (2008, 2019) y Robert Boyer (2011) han desarrollado el enfoque de la "economía de la regulación" a partir de premisas también notoriamente distintas de las neoclásicas. Boyer (2004) define la regulación no como las intervenciones administrativas sobre los mercados sino como "la manera en la que se reproduce la estructura determinante de una sociedad en sus leyes generales". La escuela regulacionista amplía las visiones de Marx, Keynes y Kalecki reafirmando la idea que el carácter genéricamente abstracto de gran parte de la teoría económica existente deriva de los insuficientes lazos entre la teoría y el análisis empírico. Su objetivo consiste en reestablecer esos vínculos construyendo una serie de modelos intermedios para hacer la teoría históricamente más concreta y empíricamente más contrastable, y también más útil para la interpretación histórica.
Los regulacionistas niegan que el modo de producción capitalista pueda entenderse en términos de un único conjunto de leyes invariables desde su nacimiento. Entienden la historia del capitalismo como una sucesión de distintas fases, caracterizadas por ciertas formas estructurales históricamente desarrolladas y definidas socio-institucionalmente, que dan lugar a tendencias y pautas de comportamiento económico. Proponen periodizaciones globales del modo de funcionamiento de la economía capitalista a partir del peso relativo de sus agentes principales. Boyer (2004) afirma que han existido en la historia del capitalismo etapas de estabilidad de 1850 a 1913 y en el período fordista de 1950 a 1970. Sostiene este autor que hacia fines del siglo XX estaban, en cambio, en competencia cuatro modelos de capitalismo: un modelo “mercantil” (países anglosajones), un modelo “mesocorporativista” (Japón), un modelo “socialdemócrata” (países escandinavos) y un modelo con “impulso estatal” (Francia y otros países latinos). La "escuela de la regulación" basa sus análisis en "el concepto ‘forma institucional’ que es la codificación de relaciones sociales básicas", como la emisión de moneda y la configuración de los sistemas de financiamiento, junto a las modalidades que asume la relación salarial en las empresas; en "el concepto de ‘régimen de acumulación’ que es la compatibilidad del marco de acumulación" y del tipo de inserción en la economía internacional y en "el concepto ‘modo de regulación’ en el cual los agentes empíricos, sin conocer nada del régimen de acumulación, actúan utilizando la información que le proporcionan las formas institucionales y los mercados".
Robert Brenner (2003) resume así los postulados fundamentales de esta escuela:
"cada régimen de acumulación representa un patrón específico de evolución económica que, aunque limitado históricamente, es relativamente estable. El origen inmediato de la dinámica específica de cada régimen de acumulación es una serie particular de regularidades que incluye:
1) el modelo de organización productiva de las empresas que define el trabajo de los asalariados con los medios de producción;
2) el horizonte temporal de las decisiones sobre la formación de capital;
3) la distribución de la renta entre salarios, beneficios e impuestos;
4) el volumen y composición de la demanda efectiva; y
5) la relación entre capitalismo y modos de producción no capitalistas".
Lo que distingue el punto de vista regulacionista es que el contenido de las regularidades que definen el modelo de crecimiento económico que constituye un régimen de acumulación se considera en gran medida expresión de estructuras institucionales que gobiernan las relaciones intraempresariales e interempresariales, las relaciones entre capitales y entre éstos y la fuerza de trabajo. En palabras de Robert Boyer (2011),
"las investigaciones apuntan a la elaboración de una macroeconomía institucional e histórica, a través del análisis de la relación salarial, de los sistemas de innovación, de los regímenes monetarios y financieros, de la formación de una política económica, de las configuraciones internacionales, y sin olvidar la historia de las ideas y de las teorías económicas".
Por su parte, Thomas Piketty (2013) que, aunque conserva elementos de la matriz neoclásica, ha puesto el acento en las dinámicas de concentración de los activos y los ingresos que resultan de las interacciones de mercado y de la innovación productiva, así como sus consecuencias en la generación y reproducción estructural de asimetrías de poder y de información entre clases de miembros de la sociedad y en la eficiencia y la equidad en la asignación de recursos. Su proposición principal es que en el capitalismo los excedentes crecen más rápido que la producción, salvo que el sistema institucional intervenga para lograr una distribución menos concentrada de la acumulación de capital y de los ingresos.
También puede considerarse un autor principal del enfoque histórico-estructural al sociólogo Pierre Bourdieu, quien propuso la necesaria reformulación de la teoría económica en una ciencia histórica en los siguientes términos:
“todo lo que la ortodoxia económica concibe puramente como un hecho dado, la oferta, la demanda, el mercado, es el producto de una construcción social, una suerte de artefacto histórico del que sólo la historia puede dar razón. Una verdadera teoría económica no puede construirse sino rompiendo con el prejuicio antigenético para afirmarse como una ciencia histórica. Lo que implicaría que se concentre prioritariamente en someter a la crítica histórica sus categorías y sus conceptos, en la mayoría de los casos extraídos sin examen del discurso ordinario y que son puestos a salvo de dicha crítica por el muro de la formalización”.
Bourdieu distingue como factores de diferenciación el capital económico (patrimonio e ingresos), el capital social (redes de relaciones personales movilizables en caso de necesidad) y el capital cultural (conjunto de recursos lingüísticos, conceptuales, de conocimiento, artísticos, con frecuencia acreditados por diplomas, de las que disponen las personas), factores a través de los cuales los individuos pueden obtener ventajas materiales y simbólicas. El individuo las hereda en parte, las constituye en el curso de su vida y procura transmitirla como herencia a sus hijos. Las desigualdades en la sociedad implican estas tres formas de capital, que suelen reforzarse y acumularse. Así, la posición de clase de un individuo no depende solo de su posición económica, sino que se situará en el espacio social en función de la suma de estas tres formas de capital. Por ello,
“negar la existencia de clases, como la tradición conservadora lo ha hecho encarnizadamente en nombre de argumentos que no son todos y siempre absurdos (toda investigación de buena fe los encuentra en su camino) es en última instancia negar la existencia de diferencias, y de principios de diferenciación”.
Aunque no gustaba de los “juegos de etiquetas”, su obra adhiere y a la vez es crítica del estructuralismo antropológico de Claude Levi-Strauss. Comparte su método –en especial el postulado de la sistematicidad del mundo social, independientemente de las conciencias y de las voluntades individuales- pero se distancia de él al considerar que mantiene una concepción de la acción social sin actores, reducidos a epifenómenos de la estructura. Bourdieu procura reintroducir en el análisis social a los propios agentes sociales en sus experiencias y representaciones como parte de la realidad a ser explicada, lo que también tiene una aplicación a la economía. Bourdieu da a su enfoque el nombre de “estructuralismo constructivista” o de “constructivismo estructuralista”, con el objeto de superar la oposición frecuente entre el estructuralismo que afirma la sumisión del individuo a reglas estructurales y el constructivismo que hace del mundo social el producto de la acción libre de los actores sociales.
A su vez, la denominación de economía política ha vuelto a ocupar un lugar en la escena académica convencional. Algunos autores lo hacen sin apartarse de las premisas neoclásicas. Dos de sus promotores, James Alt y Alberto Alesina (1996), definen a esta disciplina como
“la investigación que busca responder simultáneamente dos preguntas centrales: ¿cómo evolucionan las instituciones en respuesta a incentivos individuales, estrategias y opciones y cómo las instituciones afectan el desempeño de los sistemas político y económico?”.
Estos autores distinguen dos ramas de esta disciplina reemergente: la economía política de las instituciones y la economía política de las políticas públicas. No obstante, el esfuerzo de Alesina y otros procura trasladar el método convencional de la economía a las instituciones públicas, con resultados de investigación importantes, pero básicamente reducidos por los límites del individualismo metodológico y la premisa de que el comportamiento de las burocracias y los actores políticos no es diferente a aquel supuestamente maximizador de su interés propio e inmediato que sería propio de los actores económicos en todo tiempo y lugar.
Referencias y lecturas adicionales
Aglietta, M. (2008). “Hacia un Nuevo Régimen de Crecimiento”. New Left Review 54.
Alt, J.E. & Alberto Alesina. (1996). “Political Economy: An Overview”. Robert E. Goodin y Hans-Dieter Klingemann, A New Handbook of Political Science. Oxford University Press.
Boyer, R. (2004). Théorie de la Régulation. Editions la Découverte.
Boyer, R. (2011). Postkeynesianos y regulacionistas: ¿una alternativa a la crisis de la economía estándar?. https://robertboyer.org/download/Postkeynesianosrb1.pdf.
Braudel, F. (1986). La Dinámica del Capitalismo. Fondo de Cultura Económica.
Brenner, R. & Glick, M. (2003). "La escuela de la Regulación: teoría e historia". New Left Review 21.
Chavance, B. (2018). La economía institucional. Fondo de Cultura Económica.
Coase, R. (1937). "The Nature of the Firm". Economica, 4.
Hodgson, G.M. (2007). "Evolutionary and institutional economics as the new mainstream?". Evolutionary and Institutional Economics Review. 4(1), pp. 7–25.
Laville, J.L. (2011). El marco conceptual de la economía solidaria. https://base.socioeco.org/docs/laville_elmarcoconceptual.pdf
Mauss, M. (1923). "Essai sur le don. Forme et raison de l’échange dans les sociétés archaïques". L’Année sociologique, 1, 30-186.
North, D. (1995). Instituciones, cambio institucional y desempeño económico. Fondo de Cultura Económica.
Piaget, J. (1968). Le structuralisme. Presses Universitaires de France.
Piketty, Th. (2013). Le capital au XXIe siècle. Éditions du Seuil.
Polanyi, K. (2003, 1944). La Gran Transformación. Fondo de Cultura Económica.
Polanyi, K. (1957). The economy as instituted process. En Trade and market in the early empires: economies in history and theory. The Free Press.
Sachs, I. (1980). Approaches to a political economy of environment. En Sachs, Ignacy, Studies in political economy of development. Elsevier. DOI: https://doi.org/10.1016/b978-0-08-022495-4.50017-9.
Wallerstein, I. (1979). El moderno sistema mundial. Siglo XXI Editores.
Wallerstein, I. (2005). Análisis del Sistema-Mundo: Una Introducción. Siglo XXI Editores.
7. La economía ecológica
Diversos autores subrayan los múltiples efectos de las matrices de producción y de consumo sobre los ecosistemas, conceptualizadas como externalidades sobre terceros en las transacciones bilaterales consideradas mutuamente satisfactorias por los participantes directos, o bien más ampliamente como interferencias disruptivas de la actividad humana sobre la biosfera (Passet, 1979). Por su parte, la economía ecológica (Sachs, 1980; Daly y Farley, 2011) sostiene que la existencia de efectos externos sobre los ecosistemas en las transacciones bilaterales impide concebir cualquier idea de optimalidad en la asignación de recursos o de maximización espontánea del bienestar en la interacción de ofertas y demandas en mercados atomizados. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son en la actualidad los límites planetarios más importantes de la actividad productiva humana y requieren de regulaciones de la actividad económica de creciente magnitud.
La teoría de las externalidades negativas
La microeconomía tradicional denomina, desde Arthur Pigou (1920), externalidades a los efectos externos de las transacciones entre unos agentes económicos sobre otros agentes económicos (productores o consumidores), es decir el efecto de la actividad de alguno de ellos que afecta directamente, sin pasar por un intercambio mercantil y una compensación, el bienestar o la ganancia de otro agente. La externalidad es negativa cuando otros que son objeto de sus efectos no perciben un pago compensatorio de la parte activa, siendo el ejemplo más conocido es el de la contaminación. Los que contaminan no pagan compensaciones a los que sufren el efecto de las actividades contaminantes. La externalidad es positiva cuando otros reciben los efectos sin que la parte activa reciba una compensación.
Si se toma en cuenta las externalidades, entonces los teoremas de la economía del bienestar pierden validez. El equilibrio competitivo deja de ser un óptimo de Pareto, puesto que existe un “estado realizable” que le es superior. Este es el caso, por ejemplo, cuando frente a una contaminación los hogares que sufren sus consecuencias tienen interés en financiar un sistema de descontaminación. Este estado realizable alcanzado es preferido al equilibrio competitivo: los hogares se benefician de un entorno más agradable, su ganancia en utilidad supera su pérdida de satisfacción provocada por el pago de una cotización, mientras la empresa mantiene el mismo beneficio.
La provisión a través del mecanismo de mercado de los bienes será inferior al óptimo cuando tiene consecuencias beneficiosas para otras personas no envueltas en la transacción. A la inversa, existe un exceso de incentivos para producir bienes con externalidades negativas, pues el productor no paga por el daño provocado a terceros. En ambos casos, el mercado no provee un nivel eficiente de asignación de recursos. La corrección de estas ineficiencias asignativas desde el punto de vista del equilibrio parcial en el mercado involucrado puede hacerse a través de regulaciones, mecanismos compulsivos o mediante subsidios o impuestos que disminuyan (aumenten) el precio del bien hasta incrementar (o disminuir) la demanda a un nivel socialmente óptimo. Para Ronald Coase, es posible evitar estas soluciones tradicionales, que suponen intervenciones del Estado, a través de la atribución de derechos de propiedad negociables claramente delimitados en el caso de los recursos involucrados en externalidades (como por ejemplo el agua y el aire, en el caso de las contaminaciones), lo que los transforma en mercancías como las demás, sujetas a intercambios de mercado en condiciones de eficiencia. Esta “soluciones de Coase” están sin embrago asociadas a mecanismos de competencia perfecta poco frecuentes, siendo el caso más frecuente de monopolio del emisor, o de monopolio bilateral, cuando la emisión de un agente afecta a un agente, o aplicarse a casos de bienes públicos (sin rivalidad en el consumo) lo que hace complicadas las soluciones transaccionales a las externalidades mediante el mecanismo de “dejar a las partes negociar entre ellas”. En cualquier caso, requieren de intervenciones públicas fuertes para crear la posibilidad de realizar las transacciones.
La no consideración de las externalidades se traduce en la falta de sustentabilidad de los ecosistemas locales en presencia de un exceso de contaminaciones y de uso de recursos, así como un exceso de emisiones de contaminantes con efecto global (en especial los gases con efecto invernadero). Existe en todos estos casos un papel para el gobierno potencialmente más eficiente que las soluciones de mercado, pues se produce en las economías de mercado no reguladas un exceso de incentivos para producir bienes con externalidades negativas: el productor no paga por el daño provocado a terceros.
Dado que algún grado de contaminación es un efecto lateral inevitable de las actividades individual y socialmente útiles, la “cantidad óptima de contaminación” no es cero (Daly & Farley, 2011), ¿cuánta contaminación debe aceptar una sociedad? Existe un equilibrio sub-óptimo en presencia de un exceso uso de recursos que provocan contaminación local, así como un exceso de emisiones de contaminantes con efecto global (en especial los gases con efecto invernadero). Una visión centrada en el bienestar abstracto indica que el volumen de contaminación “socialmente óptimo” sería aquel que la sociedad escogería si se contabilizaran plenamente todos los costos y beneficios, internalizando las externalidades Si la operación de una empresa tiene efectos contaminantes, se deberá agregar a sus costos el conjunto de aquellos que agrega sobre la colectividad y se establecerá así la curva de los costos sociales ligados a su producción. Si la actividad de un agente permite a otro realizar economías, corresponde integrarlas a su balance y de esta manera se pondrán en evidencia las ventajas sociales inherentes a su actividad. Cronológicamente, el primer sistema propuesto otorga un rol directo al Estado, originado en las ideas de Pigou (bajo el concepto posteriormente desarrollado del Polluters Pay Principle): un impuesto debe ser aplicado a la actividad productiva del agente contaminante. El beneficio marginal de la empresa que contamina se vuelve ahora igual a cero cuando el precio marginal del producto se iguala al costo marginal de producir, sumando a dicho costo el impuesto por unidad de producción. Si se fija un impuesto unitario constante igual al costo marginal externo en el equilibrio social, el agente contaminante ajustará entonces su volumen de producción, alcanzándose el óptimo social. La tributación se puede entonces combinar con la puesta en práctica de dispositivos anticontaminación. El agente contaminador hace un arbitraje entre lo que le supone el pago del impuesto en ausencia de equipo de descontaminación y el gasto que representan estas inversiones en descontaminación.
En la misma línea de razonamiento, el establecimiento de subsidios adecuados conducirá a las empresas a fijar sus producciones en el nivel que equilibrará los costos y los beneficios, no ya individuales sino colectivos. Los economistas liberales hostiles a los mecanismos tributarios, tienden a rechazar estas soluciones y prefieren el método del acuerdo voluntario entre contaminadores y quienes reciben sus perjuicios a partir de una negociación que conduzca a un compromiso basado en una indemnización. La atribución de derechos de propiedad sobre el medioambiente es la que determina el sentido (del contaminador al contaminado o viceversa) en el que se realiza la indemnización. Más tarde se propuso crear mercados de derechos de propiedad sobre los medios naturales, creando certificados que otorgan un derecho a contaminar por una cierta magnitud autorizada por las autoridades. La oferta y la demanda fijan un precio a los certificados, que son transados según las necesidades de las empresas que operan con procesos contaminantes.
La lógica tras la internalización de externalidades y del principio de ‘quien contamina paga’ es que aquellos que tienen mayores recursos son los que pueden compensar su contaminación. El problema con esta visión es que se traspasan los costos ambientales del desarrollo hacia las comunidades más pobres y vulnerables, que no tienen capacidad monetaria para evitar los impactos ambientales en sus comunidades. Por justicia ambiental se entiende que debe haber equidad en la distribución de los impactos ambientales del crecimiento económico entre distintos grupos sociales. En ciertos casos, en especial cuando está en juego la salud de las poblaciones, la política ambiental debe sustentarse en acciones públicas de prohibición de emisiones contaminantes originadas en actividades humanas, sancionada por multas disuasivas Junto a la prohibición, entre los instrumentos posibles de utilizar se encuentran los de tipo reglamentario (leyes, normas y estándares), que constituyen formas suavizadas de la prohibición. La autorización parcial debe privilegiarse cuando una actividad es necesaria y tolerable si no es contaminante en exceso en su impacto sobre el entorno. El establecimiento de una norma puede generar economías de escala en las técnicas utilizadas y abaratar su costo.
Los instrumentos de tipo económico operan por su “señal-precio”, es decir los impuestos aplicados a actividades contaminantes y las cuotas de emisión transables (la compra y venta de derechos de contaminación por “paquetes”). Los impuestos sobre contaminaciones son un instrumento más flexible que la norma de emisión, a utilizar cuando las conductas de los agentes contaminantes son heterogéneos (según sus móviles, técnicas, cantidades involucradas) y la norma pierde sentido. Constituye una forma atenuada de la multa disuasiva: se puede contaminar, pero hacerlo tendrá su precio, constituyéndose este factor disuasivo en el “primer dividendo” para la sociedad a raíz de la disminución de las contaminaciones. Los permisos de polución, distribuidos y vendidos (o licitados) por los órganos públicos, y luego negociables entre contaminadores, constituyen una forma “capitalizada” del impuesto por contaminación, semejante al precio de un terreno como forma capitalizada de su arriendo.
Si bien los más ricos pueden más fácilmente con este esquema pagar por contaminar, pueden también, como contrapartida, ofrecer las técnicas conformes a las normas más exigentes. No cabe acusar a los impuestos verdes y las cuotas transferibles de ofrecer un “derecho a contaminar” a los que pueden pagar por ellos, pues sin ellos ya lo tienen y lo consumirían gratuitamente. Si no es posible eliminar completamente el daño a los demás, ni las degradaciones del medioambiente provocadas por la mayoría de las actividades humanas, el sentido de las acciones reglamentarias y fiscales es el de disuadir los abusos y restringir la contaminación, en un contexto en que diversas experiencias demuestran una eficacia importante de las “señales-precio”, especialmente el alza del precio de la energía.
Generalmente los impuestos verdes se sitúan sólo en un nivel disuasivo antes que prohibitivo (que eliminaría los ingresos fiscales) y por tanto generan ingresos públicos que pueden afectarse a reparar el daño causado al ambiente o a indemnizar a los afectados, pero esto no siempre es posible y se genera para la sociedad un “segundo dividendo” que puede ser usado para otros fines públicos (Lipietz, 1998).
En suma, la economía basada en la extracción de los activos naturales ("sustracción del capital natural") no valora el agotamiento de los recursos y la contaminación, lo que le permite disponer de un subsidio en el uso de energía y materiales y una producción excesiva. A ello se agrega la dificultad de dimensionamiento de las externalidades diacrónicas en gran escala, frecuentemente invalorables, y de establecimiento racional de la tasa de descuento intertemporal en materia de uso del ambiente. Esta argumentación asume que todas las externalidades son cuantificables y expresables monetariamente y supone que las externalidades positivas o negativas son claramente percibidas por los agentes involucrados, en circunstancias que sus efectos se difunden en el tiempo y el espacio, algunos de los cuales se prolongan durante generaciones. Las teorías de la internalización no incorporan el hecho que la biósfera posee efectos y reacciones propias. Para cada agente económico particular, su presión sobre el entorno libre y gratuito se traduce en una “cuasi-renta”, es decir un incremento de satisfacción o de ganancia, medido por la disponibilidad a pagar por el uso del entorno si este deja de ser de libre acceso. Esta es una contradicción que corresponde regular.
La teoría de las externalidades presupone que internalizando las externalidades a través de compensaciones ambientales o monetarias se puede resolver los problemas ambientales. Pero esta visión no reconoce la relación de interdependencia al interior y entre ecosistemas y entre lo social y lo ambiental (Passet, 1979). Con la lógica de las externalidades, no se reconoce los impactos acumulativos de muchos pequeños proyectos. Resulta imposible compensar ambientalmente proyectos que tienen pequeños impactos, pero que en el margen generan impactos ambientales irreversibles. Como los sistemas biológicos tienen capacidades de carga limitadas, la sumatoria de impactos ambientales de una misma fuente generan un daño ambiental diferenciado y acumulativo.
La lógica de lo vivo
Al enfoque neoclásico de las externalidades, autores como René Passet (1979) han opuesto lo que llaman "la lógica de lo vivo". Éste sostiene que la teoría económica dominante refleja una concepción obsoleta venida de una inadecuada interpretación de Newton, de un mundo que funcionaría como una mecánica de reloj que la ciencia tendría por tarea desmontar para descubrir relaciones de causalidad. Pero los propios descubrimientos científicos han hecho evolucionar el conocimiento. Después de la mecánica de Newton, las leyes de Carnot echaron las bases de la termodinámica, y más tarde la física cuántica identificó procesos que escapan a las leyes del determinismo y la causalidad, como el azar, la incertidumbre, lo imprevisible. La lógica de lo vivo, ya sea que se trate del hombre en sociedad o de la naturaleza, escapa también a las causalidades a las que se reduce la economía dominante.
Cuando la importancia de los flujos puestos en movimiento es lo suficientemente limitada como para no comprometer este conjunto de mecanismos de regulación, el desarrollo de la esfera económica no impide que la biósfera reestablezca sus propios equilibrios. A partir del momento en que el impacto creciente de las intervenciones humanas cuestiona la reproducción del medio en que se desenvuelven, el agotamiento de los recursos y la alteración del entorno vital repercuten en todos los niveles y por diversos mecanismos de retroalimentación comprometen la reproducción de las actividades humanas, de lo que ya existe suficiente evidencia en materia del cambio climático originado en la actividad productiva humana. Y también en materia de pérdida de biodiversidad.
La actividad productiva humana, lejos de poder ser pensada en sí y para sí, debe ser considerada en función de su inserción en un conjunto más amplio de mecanismos de regulación del medio ambiente. El aporte principal de la “economía ecológica” es reemplazar la lógica de la causalidad lineal que adoptó la teoría económica teniendo como paradigma próximo al de la física, por la lógica de la interacción y la complejidad sistémica. Siguiendo a Passet (1979), interactúan diversos efectos:
- el efecto de sinergia, por el que diferentes factores se potencian en términos no lineales, por ejemplo, cuando varios afluentes emitidos cada uno en cantidades compatibles con las normas definidas de seguridad se combinan de manera tal que terminan constituyendo un producto peligroso.
- el efecto de umbral, que se manifiesta al introducirse una perturbación que sobrepasa un nivel crítico y compromete la estabilidad de un sistema biológico (ecosistema u organismo).
- el efecto de amplificación, que se presenta cuando un producto se emite en proporciones aparentemente tolerables en un ecosistema, pero que se acumulan en determinados niveles de la cadena trófica con tasas de concentración tóxicas.
- el efecto de irreversibilidad, que se manifiesta cuando el tiempo de disipación de los efectos de un producto que se extiende en el medio resulta ser superior al horizonte temporal usual en la gestión económica, o bien cuando un equilibrio destruido no puede reconstituirse porque las condiciones iniciales de su existencia han desaparecido.
Un sistema cerrado es uno en el que la materia circula internamente de manera constante, mientras sólo se liberan los flujos de energía. Los enfoques neoclásicos mantienen el supuesto que la economía es un sistema total y la naturaleza un subsistema: la economía se concibe como un sistema aislado que envuelve sólo un flujo circular de intercambio de valores entre empresas y hogares. Ni los materiales ni la energía entran o salen de este sistema. El crecimiento económico no aparece, en consecuencia, sujeto a restricciones en este campo. Se entiende que la naturaleza puede ser finita, pero es vista sólo como un sector de la economía en beneficio de la cual otros sectores pueden ser sustituidos sin limitar el crecimiento global. Si el capital construido por el hombre y el capital natural fuesen buenos sustitutos el uno del otro, significaría que el capital natural podría ser completamente repuesto. Los dos son, sin embargo, complementarios, lo que implica que la oferta limitada del uno impone límites al otro: mientras el número de peces que podía ser vendido en un mercado estuvo limitado primariamente por el número de embarcaciones que podían ser construidas y puestas en funcionamiento, actualmente está limitado por la cantidad de peces en los mares. La economía es en realidad un subsistema abierto en un ecosistema materialmente cerrado, finito y no sujeto a crecimiento. Un sistema abierto toma materiales y energía desde el medioambiente como insumos y los devuelve bajo la forma de desechos. La economía puede seguir desarrollándose cualitativamente en base al aumento del conocimiento y de las innovaciones productivas, pero no puede crecer cuantitativamente de modo indefinido.
Al mismo tiempo, se ha ampliado la convicción de que se debe aplicar más ampliamente el “principio de precaución”, que establece que frente a dudas importantes en los impactos de la actividad humana sobre los ecosistemas locales y globales, cabe abstenerse de tomar riesgos, dada tanto la dificultad de dar valores actuales a los recursos agotables o a los efectos externos que se harán sentir en el futuro, como la incertidumbre sobre el funcionamiento de los sistemas ecológicos sometidos a intervenciones. Esta incertidumbre funda este principio de precaución, que implica abstenerse de impactar determinados ecosistemas frente a la ausencia de análisis suficientemente sólidos respecto de sus efectos potenciales.
Estado estacionario y decrecimiento
Si las capacidades de regeneración y asimilación de la biosfera no logran soportar los niveles actuales de consumo de recursos, mucho menos lograrán absorber el incremento requerido para generalizar altos estándares de consumo a todo el globo. La escala actual de la actividad económica es tal que el crecimiento sin daño ambiental ya no es posible. Mientras la escala de la economía humana era pequeña en relación al ecosistema, no existía un sacrificio aparente en hacerla crecer. El “paradigma económico del estado estacionario”, formulado por Herman Daly (1993), propone asumir en plenitud esta reaiidad de las sociedades humanas contemporáneas. Un estado económico estacionario es uno cuyo producto permanece constante en un nivel en que no se explota el medioambiente más allá de su capacidad regenerativa, ni se lo contamina más allá de su capacidad de absorción. Si se entiende la economía como un subsistema de un ecosistema finito y no susceptible de crecer, entonces debe haber una escala máxima para la producción generada por materiales y energía. Más importante, debe haber una escala óptima. El crecimiento económico -más allá de ese óptimo- incrementaría los costos medioambientales más rápido que lo que lo harían los beneficios de la producción, y por esa vía ingresaría a una fase antieconómica de empobrecimiento antes que de enriquecimiento, lo que no refleja el Producto Interno Bruto como indicador de crecimiento.
Una extensión de este enfoque es el del "decrecimiento", que propone que el nivel actual de presión sobre el medio ambiente es actualmente insostenible y que por tanto el PIB debe decrecer. Una de sus definiciones (Hickel, 2020) es
"una reducción planeada del uso excesivo de energía y recursos para traer la economía de vuelta a un balance con el mundo vivo de una manera segura, justa y equitativa".
Otro enfoque es el de la "economía circular", inspirada en Boulding (1966), en la que el residuo se convierte en recurso y se busca la reducción del uso de recursos adicionales a través del reciclaje de los bienes desechados mediante su reparación, recomposición y remanufacturación. Esto debe acompañarse de la "eco-concepción" de los bienes para facilitar su reciclaje posterior.
De estas consideraciones surge la necesidad de poner en una perspectiva más amplia la noción ecológica de “capacidad de carga”. En palabras de Joan Martínez Alier (1993),
“a pesar de que no todos los países pueden, al mismo tiempo, aumentar los límites de su capacidad de sustentación mediante el uso de recursos que provienen de ecosistemas de otros países, sí pueden hacer simultáneamente un uso selectivo de algunos productos de los ecosistemas de otras naciones, porque el factor limitante en un país puede estar en exceso en otros”.
La capacidad de sustentación de una economía abierta será diferente de la de una economía cerrada: probablemente será mayor, aunque puede ser menor si el comercio agota los recursos del país en cuestión en beneficio de otros. La dificultad del ejercicio reside en el cálculo de la escala óptima de sustracción de materiales de cada ecosistema que no reduzca sus servicios, ni su estabilidad ni biodiversidad. Si la capacidad de cada ecosistema para sustentar una población dada en medio de la sensibilidad y precariedad de sus equilibrios y los severos efectos de interferencia sobre la biosfera no se limita a los aspectos puramente demográficos, entonces son primordiales los estilos tecnológicos que imperen en los modos de crecimiento de la producción. La incidencia de la tasa de crecimiento del producto sobre el nivel global del deterioro ambiental puede resultar menos explicativa que las opciones tecnológicas y energéticas, las estructuras y los comportamientos de producción y de consumo, la localización de las actividades y de las poblaciones sobre cada territorio. Una proposición alternativa es que se debe alcanzar un estado estacionario en las dimensiones físicas de algunas actividades, pero no necesariamente situarse en un nivel estacionario global, a partir de la distinción entre crecimiento (el incremento cuantitativo en el tamaño resultante de la combinación o asimilación de materiales) y desarrollo (la evolución cualitativa de un más pleno, mejor o diferente estado de cosas).
A ello se agrega que el cálculo de la capacidad de sustentación encuentra dificultades de aplicación para establecer los límites tolerables de cada contaminación en el espacio y en el tiempo. La escala estacionaria óptima no podrá ser definida a nivel de cada nación, a la vez que es necesariamente una construcción social que involucra la interacción entre grupos sociales y su responsabilidad con las generaciones futuras, siendo primordiales las definiciones de “estilos tecnológicos” que minimicen la extracción no renovable de recursos. La incidencia de la tasa de crecimiento del producto sobre el nivel global del deterioro ambiental puede resultar menos explicativa que las opciones tecnológicas y energéticas, las estructuras y los comportamientos de producción y de consumo, la localización de las actividades y de las poblaciones sobre cada territorio. Por eso la idea genérica de "decrecimiento" es menos operativa que la de la combinación del necesario crecimiento sustancial de las actividades que concurren a la generación de energías renovables no convencionales, a la electromovilidad y a la producción de bienes con bajas emisiones en lógica circular y con alta reparabilidad y bajos desechos no reutilizables, junto a asegurar el acceso a condiciones de vida digna a quienes hoy no contaminan por carecer de capacidad de consumo, pero acompañado del simultáneo decrecimiento sustancial de la producción de bienes no funcionales y con obsolescencia programada, junto a la eliminación rápida del uso de hidrocarburos en la producción y la disminución de todas las actividades que emiten los seis gases con efecto invernadero, especialmente el CO2 y el metano. El efecto neto de ambos procesos debe, en todo caso, implicar la creación de suficientes empleos decentes convergiendo a condiciones estables de carbono neutralidad.
Referencias y lecturas adicionales
Boulding, K. (1966). The Economics of the Coming Spaceship Earth. En Jarrett, H. (ed.), Environmental Quality in a Growing Economy, pp. 3-14. John Hopkins University Press.
Daly H. & J.B. Cobb. (1993). Para el Bien Común. Fondo de Cultura Económica.
Daly, H. & Farley, J. (2011). Ecological economics: principles and applications. Island Press.
Darimont, C.T., Cooke, R., Bourbonnais, M.L. et al. (2023). Humanity’s diverse predatory niche and its ecological consequences. Commun Biol 6, 609. https://doi.org/10.1038/s42003-023-04940-w.
Georgescu-Roegen, N. (1975). "Energy and Economic Myths". Southern Economic Journal, Vol. 41, No. 3, pp. 347-381 (35 pages)
Hickel, J. (2020). Less is More. How degrowth will save the world. Windmill books.
Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) (2022). Climate Change 2022: Impacts, Adaptation and Vulnerability. https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/.
Lipietz, A. (1998). Economie politique des ecotaxes. Fiscalité de l'environnement. La Documentation Française. https://www.vie-publique.fr/files/rapport/pdf/984001351.pdf.
Lipietz, A. (2012). Qu'est-ce que l'écologie politique: la grande transformation du XXIe siècle. La Découverte.
Martínez Alier J. (1993). De la Economía Ecológica al Ecologismo Popular. Icaria Editorial.
Martner G.D, et.al. (2019). Esto no da para más. Hacia la transformación social-ecológica en América Latina. FES México, http://library.fes.de/pdf-files/bueros/mexiko/16321.pdf.
Meadows, D.H., Meadows, D.L., Randers, J., & Behrens III, W. (1972). The Limits to Growth. Universe Books.
Pigou, A.C. (1920). The Economics of Welfare. http://www.econlib.org/library/NPDBooks/Pigou/pgEW0.html.
Passet, R. (1979). L’Économique et le Vivant. Payot.
United Nations Environment Program. (2022). World Environment Situation Room. https://wesr.unep.org/
8. Los principales debates contemporáneos
En materia de diagnóstico de los hechos económicos, los debates entre escuelas económicas y autores de distinta orientación persisten desde hace más de dos siglos en temas como el análisis del funcionamiento de los mercados, los factores del crecimiento material, las desigualdades económicas o qué relaciones de poder determinan la conformación del sistema económico y las instituciones en que se desenvuelve. Y en especial en lo que respecta a las intervenciones públicas sobre los mercados que se consideran o no necesarias, a los problemas que pueden o no resolver y mediante qué tipo de instrumentos y combinaciones de política. Este es aún más el caso en materias como el estudio de los mecanismos de creación de situaciones de igualdad efectiva de oportunidades de acceso equitativo a ingresos, empleos y funciones sociales o bien de impactos ambientales. Tampoco existe acuerdo sobre las condiciones y circunstancias en que prevalecen las conductas individualistas y depredadoras y las conductas de cooperación basadas en el sentido de pertenencia a comunidades de destino o sobre si deben procurarse o no pisos comunes de condiciones de vida a través de acciones colectivas.
La eficiencia y el equilibrio general
El enfoque neoclásico procura probar que la asignación de recursos en mercados sin interferencias sería óptima, pues se agotarían en sus interacciones las oportunidades de transacción mutuamente satisfactorias, en lo que se conoce como el "primer teorema de la economía del bienestar". Dado que cualquier modificación de esa situación óptima de equilibrio implicaría que alguien pierde algo, el bienestar agregado estaría maximizado (el llamado "óptimo de Pareto", por el economista italiano Wilfredo Pareto).
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Condiciones de eficiencia en la asignación de recursos en la economía neoclásica
En el paradigma de los mercados competitivos la economía es eficiente cuando existen tres condiciones:
- La eficiencia en el intercambio: la tasa (o relación) marginal de sustitución entre dos bienes debe ser la misma para cada individuo. La tasa marginal de sustitución entre dos bienes es la tasa de intercambio que un individuo está dispuesto a aceptar entre los dos bienes sin alteraciones en su grado de satisfacción personal al consumirlo. La tasa marginal de sustitución depende de los gustos del individuo y de su relación de preferencia.
- La eficiencia en la producción: dada una curva de posibilidades de producción entre dos tipos de bienes, en que la producción adicional de un bien supone la disminución de la producción del otro bien, la tasa (o relación) marginal de sustitución técnica entre uno y otro, es decir la cantidad máxima de un bien que puede producirse dada una cantidad cualquiera de otro bien, debe ser la misma para todas las empresas.
- La eficiencia en la mezcla de productos ofrecidos (eficiencia general): la tasa marginal de transformación debe igualar a la tasa marginal de sustitución: TMS = TMT.
En estas condiciones se está en presencia de un óptimo llamado de Pareto. De acuerdo a este teorema, todas las posibilidades de intercambio económico mutuamente ventajosas se agotan al alcanzarse la situación de equilibrio competitivo. Así, al precio de equilibrio, en el que cada cual maximiza su utilidad personal (bajo la restricción del ingreso del que se dispone), no es posible obtener más para al menos un individuo sin restringir la opción de al menos otro individuo.
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Esto conduce a un corolario normativo con connotaciones de política pública, al que adhieren los economistas convencionales: el sistema político debe minimizar toda intervención sobre los mercados y solo crear las condiciones para que la competencia en los mercados se produzca de manera adecuada (con múltiples oferentes y demandantes, productos homogéneos, información perfecta y ausencia de barreras a la entrada y la salida) y así conseguir una asignación de recursos que se acerque a la maximización del bienestar total (definido como la suma del excedente de los consumidores y del excedente de los productores) dados los recursos disponibles.
Pero existen problemas en las propias modelizaciones neoclásicas de las fluctuaciones de precios y cantidades en los mercados, pues se suma hipótesis tras hipótesis. Como subrayan Guerrien & Jallais (2008),
"el modelo de competencia perfecta se caracteriza por dos grandes grupos de hipótesis: uno sobre la forma de organización de los intercambios y otro sobre las creencias y comportamientos de los agentes económicos. Un sistema completo de mercados, centralización de ofertas y demandas, e interdicción de hacer intercambios directos son las principales hipótesis sobre la forma de organizar los intercambios. Las hipótesis sobre creencias y comportamientos se resumen en que los agentes son 'tomadores de precios': piensan que, a los precios anunciados, pueden comprar o vender a voluntad, y que sus decisiones no influyen en los precios".
El enfoque neoclásico construyó un modelo de equilibrio general en condiciones perfectamente competitivas (Arrow & Debreu, 1954). Esto implica que si cada bien tiene un precio dado en igualdad de las demandas y de las ofertas agregadas, con cada agente actuando como “tomador de precios” y obteniendo lo que demanda o poniendo a disposición lo que ofrece, este precio es de equilibrio. La formación de precios de equilibrio requiere suponer que en el corto plazo no opera, al variar los precios, un efecto ingreso que pudiera incidir en la demanda del bien. Esta simplificación propia del modelo de base neoclásico suele no considerar que el aumento de precio de un bien disminuirá el ingreso real del consumidor y que su canasta de compras eventualmente se recompondrá y la demanda por el bien pudiera no disminuir sino aumentar. A la inversa, si se presenta una baja del precio de un bien, se produce un efecto de aumento del ingreso real del consumidor y su canasta de compras eventualmente también se recompondrá, por lo que su demanda pudiera no aumentar sino disminuir. En ambos casos no se cumple la "ley de la demanda" según la cual si un precio sube cae su demanda y vice-versa, sino que las variaciones en los precios pueden tener resultados indeterminados en la demanda. Un cambio en el precio de un bien X tiene dos consecuencias. La primera es que el bien X es más barato o más caro en relación con los bienes Y, W, Z… n, lo que tiende a aumentar o disminuir la demanda de ese bien, respectivamente, lo que se denomina "efecto de sustitución". Pero, además, el cambio en el precio también afecta la riqueza real de los consumidores, haciendo que algunos sean más ricos y otros más pobres, lo que, dependiendo de sus gustos, hará que algunos demanden más del bien que varió de precio y otros menos, lo que se llama el "efecto riqueza". Los dos fenómenos (sustitución y riqueza) pueden funcionar en distintas direcciones y anularse total o parcialmente.
El llamado teorema de Sonnenschein (1972, 1973) refuta las conclusiones de unicidad y estabilidad del equilibrio general pues sostiene que la demanda neta agregada tiene, en realidad, una forma indeterminada porque está influenciada no solo por las dinámicas de oferta y demanda sino también por el mencionado impacto de las variaciones de los precios relativos en los ingresos reales de los agentes que inciden en la formación de la función de demanda. Si hay n bienes en la economía, la condición de equilibrio toma la forma de un sistema de n ecuaciones, una por cada bien, con n incógnitas, es decir los n precios de equilibrio del modelo Arrow-Debreu. Sonnenschein, Mantel y el propio Debreu subrayan que las condiciones para que este sistema converja hacia precios de equilibrio son muy restrictivas (Mandler, 1999). Su conclusión es que, dado que las funciones de demanda pueden tener cualquier forma, es más probable que se produzca una inestabilidad e indeterminación de los tanteos en la formación de precios antes que se converja necesariamente a un equilibrio estable. Este teorema pone de manifiesto que no existe en los mercados competitivos una necesaria convergencia automática hacia un equilibrio ni que este sea óptimo, como subraya Mantel (1974). En un marco de equilibrio parcial, es posible deducir las condiciones que dan forma a las funciones de oferta y demanda: la demanda (la oferta) es una función decreciente (creciente) del precio para un bien normal. Pero tales propiedades no se extienden a las funciones de oferta y demanda globales resultantes de su agregación en el marco del equilibrio general de Arrow-Debreu. Se debe considerar la existencia de múltiples equilibrios posibles entre la oferta y la demanda. Esto significa que las curvas de demanda pueden adoptar formas muy irregulares, incluso si todos los agentes individuales del mercado son perfectamente racionales, por lo que la cantidad demandada de un bien puede no disminuir cuando el precio aumenta.
Por otro lado, en el modelo convencional de competencia perfecta la asignación de los recursos es eficiente sólo si existe la institución del subastador de precios que hace posible los intercambios entre los agentes, lo que difiere sustancialmente de la idea de un mercado descentralizado. El modelo solo funciona con un agente exterior que debe enunciar precios de subasta a los que se ajustan racionalmente oferentes y demandantes. Para que el proceso de aproximaciones sucesivas termine en un equilibrio, solo el centro subastador puede encontrar precios para los cuales la oferta y la demanda de cada bien se igualen. Se necesita esa función de subasta que calcula los precios de equilibrio sobre la base de las ofertas y de las demandas de los agentes “tomadores de precios” y da a cada uno lo que demandó a esos precios y retirándole lo que ofreció. Esta representación de los intercambios requiere, además, de la hipótesis según la cual los bienes tienen un precio único que no es propuesto ni por los consumidores ni por las empresas que los ofrecen, hipótesis bastante extraña pero que se ha hecho usual en los manuales convencionales dado que hace posible el tratamiento algebraico.
Así, en la construcción del "equilibrio general" supuestamente conducente a la optimalidad en la asignación de recursos en mercados perfectamente competitivos, se requiere introducir un ficticio agente exógeno que anuncie los precios a oferentes y demandantes para hacer posible el ajuste de precios y cantidades. Sin este agente externo, el edificio se tambalea. Al mismo tiempo, el modelo funciona con el supuesto según el cual los incrementos de producción implican costos marginales crecientes, sin economías de escala, lo que no es el caso más frecuente en la economía real (Blinder, 1998). Las tareas del inexistente subastador serían abrumadoras, y muy costosas en tiempo e información. Si uno toma en cuenta estos costos, entonces ya no hay una asignación eficiente de los recursos: se desvía parte de ellos - que pueden ser considerables - en la búsqueda y el tratamiento de la información y en la organización de los intercambios, lo que han subrayado autores como Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence, que recibieron el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel por sus análisis de los mercados con información asimétrica. También los premiados Kenneth Arrow, William Vickrey y James Mirrlees contribuyeron al tema de la información asimétrica en los intercambios.
Las hipótesis sobre las que se construyó el modelo de equilibrio general en competencia perfecta tienen poco que ver con el funcionamiento efectivo de los mercados al no considerar las asimetrías de poder económico de los participantes y las dinámicas de los ingresos más allá de la estática comparativa que determinan las trayectorias inciertas de la asignación de recursos. La "relajación de hipótesis" altera la construcción central del edificio de los mercados competitivos que tenderían al equilibrio óptimo. Por ello, Guerrien & Jallais (2008) sostienen que en los mercados realmente existentes :
"el resultado de los intercambios voluntarios –y por lo tanto mutuamente ventajosos– es indeterminado. Depende de la capacidad de regateo de cada parte y del orden de los encuentros entre los candidatos al intercambio".
La constatación de que el equilibrio general se obtiene solo en casos muy particulares, y que no es un estado de referencia, no impide los análisis en términos de equilibrio parcial, considerando cada bien aisladamente y suponiendo, en la expresión de Marshall, que "todo lo demás permanece constante". Pero si bien la realidad económica de mercado puede presentar elementos de equilibrio en el tiempo suficientes como para identificar regularidades y permitir a los actores económicos proyectar situaciones de futuro inmediato no demasiado diferentes a las del pasado inmediato, o proyectar quiebres de tendencia y crisis de acuerdo a episodios y relaciones causales sobrevenidas con anterioridad, esta constatación no hace del análisis económico neoclásico precisamente una ciencia exacta.
La corriente de la "economía conductual", desarrollada por Richard Thaler, entre otros, afirma (2015), además, lo siguiente:
"los modelos económicos tradicionales postulan que … los precios de los activos son iguales a su valor intrínseco, es decir, que realmente no existen las burbujas. La realidad nos muestra los amplios márgenes de intermediación de los que se benefician los agentes que operan en el mercado mejor informados y posicionados. Por otro lado, la recurrente formación de burbujas en los mercados y sus periódicos estallidos refutan la teoría del valor tradicional".
En la dinámica económica se presentan cambios periódicos e imprevisibles para individuos, grupos y categorías sociales (fluctuaciones productivas, cambios ambientales, cambios tecnológicos, cambios sociales y políticos) que modifican el curso de los acontecimientos y las trayectorias lineales de eventos de asignación de recursos a lo largo del tiempo.
La economía neoclásica admite, por otro lado, las "fallas de mercado", pero sostiene que deben abordarse de preferencia estimulando las situaciones de competencia o simulándolas. Desde siempre han existido mercados con un único oferente o demandante, o pocos de ellos que actúan coludidos en detrimento de los consumidores o productores. En este caso, se elevan los precios por sobre su nivel de competencia y existen ganancias de monopolio, y a la vez se restringe la cantidad producida por disminución de la demanda, generándose una pérdida de bienestar social. La solución sería puntualmente realizar acciones públicas de promoción de la competencia en beneficio de los consumidores, lo que es también un incentivo a los productores para acrecentar su eficiencia. Pero el hecho es que los productores procuran sistemáticamente escapar a las situaciones de competencia, lo que requiere también que el Estado deba procurar sistemáticamente reestablecer las condiciones competitivas: no se trata de fallas puntuales.
Más aún, en los casos de monopolio natural -es decir de producción en que una sola empresa opera a costos inferiores a los de cualquier combinación de dos o más empresas a raíz de la existencia de economías de escala o indivisibilidades en la producción- la promoción de la competencia no es posible y los poderes públicos deben evitar el abuso de posición monopólica estableciendo sistemas de subasta periódica por el acceso al suministro al mínimo precio y/o fijando tarifas para evitar una transferencia de recursos desde los consumidores al monopolista. La tarifa, a la vez, debe situarse en un nivel que permita la recuperación de costos y la realización de inversiones con una utilidad normal para asegurar la continuidad del servicio, y en muchos casos su universalidad. Los gobiernos utilizan diversas modalidades para calcular esos costos o establecer incentivos para minimizarlos por parte del monopolista, siempre bajo el riesgo de captura del regulador por los intereses del regulado, la que se presenta con frecuencia cuando las administraciones son débiles e influenciables.
Los monopolios naturales existen en dominios cruciales de la vida de las personas y son relevantes en la canasta media de consumo, mientras suelen representar proporciones significativas de los presupuestos de los hogares de menos ingresos. Es el caso de los servicios básicos que requieren de inversiones iniciales elevadas y con un alto peso de los costos fijos -por tanto funcionan con costos medios decrecientes a escala-, como la transmisión y distribución de electricidad, el agua potable, el gas de cañería o la telefonía básica. En diversos países -incluyendo varios estados como el de California en Estados Unidos- estos servicios son objeto de la forma extrema de regulación constituida por las empresas estatales. En condiciones de ausencia de control público suficiente, sin embargo, pueden ser capturadas por los intereses de gestores poco reactivos a la innovación y a reducir costos que minimicen las tarifas. En el universo de los monopolios naturales, la asignación de recursos no está inmersa en una dinámica de presión competitiva de mercado con múltiples oferentes y demandantes, ni de regulaciones carentes de riesgo de captura en detrimento de los consumidores.
Tampoco existen opciones de mercado en el caso de los llamados bienes públicos (Samuelson, 1954). No basta con que algo sea útil para que se convierta en mercancía y entre en el circuito de la producción-distribución-consumo de bienes a través de mercados, pues hay bienes que no pueden comprarse y venderse dado que el acceso a ellos no se puede restringir ni cobrar por ellos, o es muy costoso hacerlo, por lo que su consumo es colectivo y sin barreras. Es el caso de la defensa, la seguridad, el conocimiento y las infraestructuras y bienes urbanos. Tampoco tiene sentido cobrar por ellos, pues suministrarlos a un usuario adicional no tiene un costo extra. Algunos bienes son mixtos (bienes de peaje) pues poseen la característica de que se puede cobrar por ellos pero su consumo no es rival y no tienen un costo de producción por unidad adicional de consumo.
Los bienes comunes, por su parte, son aquellos que poseen la característica de rivalidad en el consumo (lo que consume un individuo no lo puede consumir otro) y su oferta disminuye con ese consumo, pero no se puede cobrar por ellos o bien las sociedades los sustraen total o parcialmente a las transacciones de mercado para preservarlos, incluyendo diversos ecosistemas y la biodiversidad, así como los patrimonios culturales y sociales. Para Elinor Ostrom (2011), la creación de un bien común sostenible a largo plazo en torno a un recurso limitado se produce porque de otro modo podría terminar siendo destruido o deteriorado, mientras si sus usuarios actuaran individualmente obtendrían resultados inferiores a los que pueden lograr mediante acciones coordinadas. Para obtener beneficios conjuntos y sostenibles, las acciones colectivas que construyen un bien común no solo pueden lograr potencialmente la mayor eficiencia productiva posible, sino que también contribuyen a establecer normas de conducta basadas en mecanismos sociales de confianza, que acrecientan el valor de lo producido por la sociedad.
Por otro lado, la escuela neoclásica asume que los individuos son quienes mejor juzgan su propio bienestar. Sin embargo, se producirá una ineficiencia asignativa si los individuos subevalúan los beneficios personales que derivan del consumo de determinados bienes, vale decir si le atribuyen un mérito insuficiente. En especial, el síndrome del “a mi no me va a ocurrir” se traduce en la insuficiente provisión de seguros personales frente a la posibilidad de accidentes inhabilitantes, de sobreviniencia de enfermedades graves o de insuficiencia de ingresos en la vejez. Se trata de eventos que pueden ser juzgados como de difícil e improbable ocurrencia o cuyas consecuencias son demasiado lejanas en el tiempo -como la necesidad de ahorrar hoy para tener ingresos cuando ya no se esté en condiciones de trabajar- y que, sin embargo, de producirse, pueden tener consecuencias catastróficas para los individuos imprevisores. Frente a ellas, la sociedad dificilmente puede permanecer indiferente y declara estos bienes como "meritorios" o "preferentes". Existen dos modos, no mutuamente excluyentes, de remover esta ineficiencia asignativa e incrementar el bienestar: a través de mecanismos compulsivos o mediante subsidios. La compulsión implica obligar por la fuerza de la ley a las personas a proveerse de seguros adecuados contra la inhabilidad que provoca la enfermedad, los accidentes o la vejez. La mayoría de los países establece seguros obligatorios, a través de cotizaciones legales establecidas en todo contrato de trabajo como porcentaje fijo o variable de la remuneración, para garantizar ingresos en caso de eventual enfermedad, invalidez o desempleo. Este consumo obligatorio de mecanismos de seguro está en la base de los llamados Estados de Bienestar, cuyo origen se remonta a la Alemania de Bismarck hacia 1880. El subsidio se practica en diversos casos para los seguros de salud o las pensiones privadas directamente o a través de descuentos tributarios.
El problema de la ineficiencia asignativa por la existencia de bienes meritorios o preferentes insuficientemente consumidos se refuerza con la frecuente oferta insuficiente de seguros privados frente a los mencionados riesgos de enfermedad, accidentes o vejez sin ingresos. En efecto, los aseguradores privados realizan una selección de riesgos: les conviene obtener el pago de primas por los individuos que tienen menos riesgo de experimentar los eventos que cubren los seguros e incluso desechan a los de más alto riesgo o les cobran altas primas. Es una "selección adversa" para los que tienen una mayor probabilidad de vivir situaciones que requieren una protección de sus ingresos. Por otro lado, el comportamiento llamado de riesgo moral, es decir aquel que multiplica las conductas de riesgo en la medida en que se dispone de un seguro, lleva, por su parte, a incrementos de los gastos de salud en los sistemas privados. Ello induce a muchos gobiernos a asegurar el acceso universal a la protección frente a los grandes riesgos sociales y a establecer su producción o regulación pública para contener los costos que resultan de este comportamiento. Los costos de transacción en determinados mercados por la información asimétrica existente en ellos y el alto costo de obtener esa información afectan, además, la oferta de créditos. El caso de los créditos estudiantiles y a los emprendimientos sin historia ilustran la restricción o alto costo de la oferta de financiamiento bancario. Así, al consumo subóptimo y a la selección adversa en la cobertura de muchos riesgos sociales se agrega la existencia de “mercados incompletos”: una oferta de mercado no existirá si el precio de transacción es insuficiente para cubrir los costos privados en que se incurre para hacerla efectiva, con una utilidad normal y en condiciones razonables de certeza sobre los pagos futuros.
En suma, la representación de los mercados en los textos convencionales de economía, con sus supuestas virtudes de optimalidad asignativa y de tendencia intrínseca al equilibrio en el modelo de competencia perfecta, es un caso de escuela altamente infrecuente. Es un mundo ordenado de agentes racionales en sus conductas, que ajustan su demanda u oferta según vaya anunciando precios un centro coordinador desinteresado que hace compatibles sus decisiones para conformar un equilibrio general de los mercados de factores de producción y de los mercados de bienes, donde las ofertas terminan igualando las demandas. No considera la realidad inestable, multifacética y plena de asimetrías de poder de mercado propia de los intercambios descentralizados de bienes y servicios, en medio de efectos externos positivos y negativos de los intercambios bilaterales, de bienes esenciales para la vida común cuya demanda solo puede satisfacerse a través del sistema de impuestos y provisión colectiva y de mercados incompletos inmersos en sustanciales asimetrías de información, todo lo cual se aleja de la maximización del bienestar agregado y requiere de importantes acciones colectivas para alcanzarla.
El valor económico y la distribución del ingreso
Existen dos respuestas principales, entre muchas, a la pregunta sobre qué explica la distribución del ingreso: el enfoque neoclásico sostiene que la retribución a los factores de producción ocurriría según su productividad marginal, mientras otros enfoques sostienen que depende de las estructuras institucionales, sociales y de acceso a los ingresos del trabajo y del capital en que se desenvuelven los agentes económicos y los individuos y familias en cada etapa histórica de las sociedades.
Para los economistas neoclásicos, el valor de cambio y el valor de uso son lo mismo: la utilidad de un producto se mide por el precio que le asigna el mercado. Atribuyen a los seres humanos conductas maximizadoras y no considera las dimensiones de cooperación y reciprocidad también presentes en las conductas individuales en diversos grados, de acuerdo a las relaciones culturales y de poder históricamente constituidas en cada sociedad. Asimismo, procura demostrar en base a múltiples supuestos que la retribución del trabajo y del capital estaría asociada a su "productividad marginal" (lo que produce la última unidad utilizada del factor de producción de que se trate) y que, por tanto, no existe conflicto distributivo alguno salvo por la interferencia eventual de monopolios de empleadores o trabajadores en los mercados competitivos del trabajo o por reglas públicas. Se presume, en este enfoque, que el libre mercado funciona sin que ninguno de sus participantes esté sujeto a ningún tipo de compulsión y que las consideraciones éticas no tienen aplicación a la interacción de mercado bajo condiciones de competencia perfecta, dado que los intercambios o bien son mutuamente satisfactorios o no se producirían.
Esta concepción identifica el valor económico con el precio de mercado que emerge de la igualdad entre la utilidad marginal para los consumidores y el costo marginal para los productores. Ese valor depende de las preferencias individuales y, al mismo tiempo, determina los precios que coordinan las decisiones descentralizadas de oferta y demanda. En la teoría neoclásica, cada consumidor asigna valor a los bienes según la satisfacción adicional (utilidad) que le brinda la última unidad consumida. A medida que consume más unidades de un mismo bien, la utilidad marginal disminuye (ley de utilidad marginal decreciente). A su vez, cada productor decide cuánto ofrecer comparando el ingreso que obtendrá por vender una unidad adicional con el costo adicional de producirla. Ese costo marginal suele aumentar a medida que se expande la producción (rendimientos marginales decrecientes a corto plazo). El precio de equilibrio es el punto en que la utilidad marginal de la última unidad para los compradores iguala el costo marginal de los productores. Para los consumidores, el precio mide la disposición a pagar por la última unidad. Para las empresas, el precio cubre exactamente el costo de producir esa unidad (su valor de oportunidad). Si existen mercados competitivos de factores de producción, la retribución del trabajo (salario) y del capital (utilidad, renta o interés) se igualaría a la productividad marginal de cada factor entendido como el aporte adicional al valor del producto total que genera la última unidad de trabajo, capital o tierra empleada. El valor de los bienes se basa en el valor que los consumidores les atribuyen, y la remuneración de los factores deriva del valor que añaden en el margen.
De este modo, el precio que recibiría cada factor de producción en condiciones de competencia se fija en el punto en que su costo marginal (el precio de la última unidad utilizada en el proceso de producción) iguala su ingreso marginal (el valor del producto generado por la última unidad utilizada). Para el productor, contratar una persona o agregar una máquina que le cuesta más que el ingreso adicional que le procura, no tiene sentido. De ahí la idea según la cual los ingresos de los factores provienen de su productividad marginal: cada factor cobra exactamente lo que vale la última unidad de producción que ayuda a generar. Como cada unidad de factor recibe exactamente el ingreso que genera en el límite (su valor de producción marginal), la suma de todos esos pagos agota la renta total de la producción. La empresa acota la producción en el punto en que se iguala el costo por unidad del factor con el ingreso marginal que le aporta.
Cualquier alteración de esa remuneración introduciría ineficiencias en la asignación de recursos, los que no se orientarían a sus usos más productivos. Por ello, para la escuela neoclásica, siempre sería preferible no intervenir en los precios que remuneran los factores de producción sino, en el caso de querer mejorar la equjidad de la distribución de los ingresos, más valdría hacerlo por la vía del aumento de la dotación de factores de producción de quienes menos la tienen, el llamado "segundo teorema de la economía del bienestar".
El postulado básico es que todo estado de asignación eficiente en el sentido de Pareto -aquel que no admite mejoras adicionales sin perjudicar a alguien- puede obtenerse como un equilibrio competitivo que deriva de una economía de mercado con precios y agentes maximizadores, siempre que las preferencias de los consumidores y las tecnologías de producción sean "continuas, convexas y localmente no saciadas" y que la autoridad realice transferencias iniciales de dotaciones (o “repartos de riqueza”) mediante impuestos de suma fija (lump-sum), que no distorsionen los precios relativos aunque sean inequitativos al aplicarse igual para todos, y subsidios, especialmente en educación y acceso al crédito de producción. Así, incluso en este enfoque no es posible evitar juicios de valor explícitos sobre el grado de equidad de la distribución de ingresos o de la "utilidad económica" y responder a la pregunta sobre qué distribución del ingreso es deseable. La economía neoclásica convencional responde a esta pregunta postulando una “función de bienestar social” que incorpora los puntos de vista de la sociedad acerca de los méritos de unos y otros grupos de individuos, es decir la forma en que el bienestar de la sociedad se relaciona con el bienestar de cada uno de sus miembros. Esta formalización permite construir diversas “curvas de indiferencia” –como las de los consumidores frente a distintas combinaciones de consumo de cantidades de un bien en relación a otro bien- respecto a las utilidades de las personas. Si la utilidad de la persona A disminuye, la única manera de conservar la utilidad de toda la sociedad es que la utilidad de la persona B aumente, y vice-versa. El incremento de la utilidad de una persona implica que aumenta el bienestar social si la utilidad de todos los demás permanece constante, lo que es un supuesto muy poco realista.
Queda excluido de la noción de valor en este enfoque todo lo que no pasa por el mercado, como las producciones domésticas y el trabajo no remunerado, lo que se refleja en la insuficiente medición de la actividad económica a través del Producto Interior Bruto, que no los considera. Los recursos naturales tienen un valor económico que se manifiesta cuando se comercializan o cuando se les atribuye un valor de mercado, mientras sus flujos valorizados no suelen descontarse del PIB cuando disminuyen las existencias de los recursos no renovables. La riqueza se mide por los precios de los bienes y servicios producidos o adquiridos y no por su aporte -o perjuicio- a la vida humana o a la naturaleza, que son, por lo demás, solo parcialmente cuantificables. Los intercambios familiares y comunitarios no son objeto de mayor atención en este enfoque, a pesar de su relevancia cotidiana. Si los economistas neoclásicos no problematizan la expansión de la esfera mercantil es porque el mundo social que modelan está limitado, por elección deliberada, a los intercambios mercantiles. No obstante, la expansión de la esfera de la mercancía no es algo que ocurra de manera automática, pues se enfrenta a opciones y resistencias sociales y a la satisfacción de necesidades desde lógicas no mercantiles. Temas usuales en debate son si se debe autorizar o no que la sangre o los órganos humanos se puedan comprar y vender o solo ser objeto de donaciones, o si los votos para elegir autoridades pueden o no ser objeto de transacciones monetarias y así muchos otros ejemplos (Sandel, 2013).
La teoría distributiva neoclásica no considera en definitiva una realidad económica fundamental en los mercados de recursos de producción: la generación y la lucha por el reparto del excedente económico –la diferencia entre el costo de producir y el precio de venta en el mercado- varía según las relaciones de poder entre los poseedores de capital y los que viven de su trabajo, determinadas por las condiciones institucionales de las distintas épocas y circunstancias históricas de funcionamiento de las economías y no según la contribución de cada "factor de producción" al resultado de la producción. Por ello diversas escuelas críticas cuestionan la idea de la retribución según la productividad marginal. En palabras de Bernard Guerrien y Sophie Jallais (2008),
“la tarea propia del economista es determinar las consecuencias de los comportamientos cuando se limitan a lo que Adam Smith llama el 'deseo de riqueza'. Tiene por tanto que tomar en cuenta, entre otras cosas, la lucha por el reparto de la ganancia que genera la actividad de los hombres. Lucha que es en ciertos momentos frontal, pero que adopta habitualmente la forma de compromisos entre las fuerzas en presencia. Las leyes, las normas sociales y las costumbres son en parte una consecuencia de esos compromisos. No es posible entender lo que pasa en nuestras sociedades sin tomarlas en cuenta”.
El problema planteado es el del acceso diferenciado al bienestar, a los bienes y servicios disponibles, a los ingresos y a las posiciones sociales que constituyen o no situaciones de desigualdad no justificada en el reparto de los ingresos monetarios generados en el proceso de producción y en los intercambios. Los economistas de orientación liberal sostienen que la desigualdad económica no es un problema en tanto crearía incentivos al crecimiento y la acumulación de capital, lo que terminaría por mejorar la situación de todo el mundo, incluyendo los más pobres. La visión neoclásica postula que la desigualdad de ingresos proviene básicamente de las diferencias de productividad individual, y que reducirlas de manera distinta que fortalecer las oportunidades educativas disminuiría los incentivos a trabajar y ahorrar, con la consecuencia de limitar el bienestar agregado. Admite que las desigualdades de dotaciones de recursos se pueden corregir, pero que debiera hacerse ("segundo principio de la economía del bienestar") cambiando esas dotaciones sin alterar la asignación de recursos recurrente a través del mercado. Para la visión utilitarista, adoptada por la economía neoclásica, lo justo es la maximización de la utilidad para el mayor número de personas, sin consideraciones distributivas.
Para autores como Branko Milanovic (2024) hoy, como en el siglo XIX, la desigualdad vuelve a definir a la economía política: "el estudio de la desigualdad es cíclico; surge cuando la sociedad lo exige". Milanovic concluye que la desigualdad nunca fue un tema puramente económico y siempre ha sido una cuestión política, filosófica y moral, guiada por el contexto histórico. Advierte que el capitalismo actual vuelve a parecerse al del siglo XIX en materia de concentración de poder económico, élites cerradas y baja movilidad. Sostiene que
"mientras la economía dominante no abandone su visión reduccionista de la naturaleza humana y su olvido de las clases, no tendrá casi nada significativo que decir sobre las desigualdades dentro de las sociedades"
Los autores clásicos distinguían entre el valor de uso y el valor de cambio de los bienes. Numerosas actividades económicas se disfrazan de generadoras de valor cuando, en realidad, son extractoras de rentas y del valor creado por otros. La extracción no aporta riqueza a la sociedad sino que sus agentes se apropian de una parte del valor. Suelen buscar que el Estado reduzca las regulaciones y tributos sobre sus utilidades y ganancias de capital para desviar valor a su favor, con el argumento de que contribuyen a la inversión, aunque en lo principal en su propio beneficio, mientras las regulaciones internalizan externalidades negativas y hacen posible la apropiación de valor por la sociedad a lo largo del tiempo.
De acuerdo a Mazzucato (2019), cabe diferenciar las actividades que crean valor al producir bienes y servicios y las actividades que extraen valor, es decir capturan rentas sin añadir producción neta. Esto incluye el valor del trabajo no remunerado según su aporte a la producción y los ingresos de monopolio, incluyendo los financieros o los que derivan de patentes que implican cobros más allá del costo de la innovación, o los ingresos privados que se apropian sin retribución de los gastos del Estado como inversor de riesgo y creador de servicios productivos y de buena parte de la innovación (Internet, GPS, biotecnología, energías limpias), con ganancias que se privatizan y costos públicos. La idea de que quien captura más ingreso está creando más valor no permite orientar impuestos, regulaciones y propiedad intelectual hacia las actividades que elevan la prosperidad común. En palabras de Mazzucato, “si no sabemos distinguir entre hacer y tomar valor, terminamos premiando la extracción y penalizando la producción real".
A su vez, los impuestos financian la creación de valor público a través de instituciones que, entre otras funciones, hacen posible la propia existencia de utilidades privadas. El tema del valor económico y de su apropiación se vincula a la cuestionable validez de la afirmación según la cual el gasto público afecta negativamente el nivel de crecimiento y produce una pérdida irrecuperable de eficiencia (ver la sección sobre los impuestos). Esto contrasta con la verosimilitud y consistencia de la hipótesis según la cual la actividad del sector privado mejora a través de inversiones públicas en capacidades humanas (que generan importantes gastos de consumo de gobierno) y en infraestructura productiva, lo que ocurre análogamente con el gasto público que compensa externalidades o disfuncionalidades de mercado (bienes públicos, bienes privados ofertados en condiciones de selección adversa como los mercados financieros y de seguros y bienes privados con externalidades positivas insuficientemente consumidos) y hace socialmente rentables actividades demandadas que privadamente no lo son, junto a disminuir la desigualdad, lo que a su vez favorece sociedades más estables y orientadas al interés general.
La “soberanía del consumidor” de los mercados competitivos de productos se encuentra, además, limitada en áreas de actividad en que la información es fuertemente imperfecta y que requieren de correcciones públicas de la información asimétrica existente entre productores y consumidores, especialmente para proteger la salud de las personas y la satisfacción del consumidor. Cualquier modelo analítico que no considere la información y la competencia "imperfectas" no da cuenta de las economías reales. En condiciones de información asimétrica y de altos costos de transacción, se disminuye la eficiencia de los contratos descentralizados de intercambio entre agentes económicos basados en el sistema de precios, constituyendo fracasos asignativos que requieren de intervenciones del Estado. Estas pueden, si están bien concebidas y realizadas, mejorar la asignación de los recursos y crear valor, lo que es frecuentemente el caso en los sistemas de salud, de pensiones, de seguros, de financiamiento bancario, de difusión tecnológica, es decir de elementos centrales del bienestar y del crecimiento económico. El Estado tiene, por tanto, un rol y una capacidad para generar valor.
Los enfoques estructuralistas e institucionalistas postulan, en definitiva, que la distribución del ingreso no está determinada por la “productividad marginal de los factores de producción” pues no se puede hacer abstracción del poder de mercado con el que intervienen los distintos agentes en los procesos de determinación de precios de adquisición de recursos de producción y del excedente que resulta de la diferencia entre los costos de producción y los precios de venta. No existe una conexión unívoca entre la remuneración que obtiene cada individuo y el aporte al resultado en tanto recurso de producción, suponiendo que la medición del aporte individual a esa producción se pudiera determinar, lo que es imposible dada la naturaleza colectiva de los procesos de producción de bienes y servicios. Y si esa conexión existiera, los mercados tienden a producir y reproducir una desigualdad amplia en la distribución de ingresos entre trabajo y capital, y entre las distintas categorías de asalariados, al remunerar más a quien tiene más poder de mercado en la apropiación de los ingresos que provienen de los procesos de producción, distribución y consumo o, en el mejor de los casos, a quien más contribuye a generar esos ingresos (Meade, 1982).
Las diferencias en destrezas y productividad no son las explican lo principal de las diferencias de ingresos, sino que primordialmente lo hacen las diferencias en el acceso a la propiedad del capital, obtenida por herencia o por los propios rendimientos del capital invertido (incluyendo su financiamiento mediante crédito), por "utilidades no ganadas" o rentistas de agentes económicos que operan en condiciones monopólicas u oligopólicas en los mercados de bienes y de capitales, o bien fruto de ganancias ilegales, con una creciente importancia de los monopolios de red: mientras más usuarios logra tener un producto o servicio, más útil y valioso se vuelve para cada usuario, lo que refuerza la posición y los ingresos del proveedor dominante. En palabras de Branko Milanovic (2025):
"Para generar ingresos laborales se requiere esfuerzo y dedicación: estar en el lugar de trabajo o en tu ubicación en línea; requiere concentración, reflexión, esfuerzo físico (prueba a hacer el trabajo de reparto de un conductor de Amazon por un día, y ni hablar de ser minero del carbón). Los ingresos de capital no exigen ninguna de esas cosas. Solo requieren que lleves tu maletín lleno de dinero al banco o pidas a tu banquero que traslade tu dinero de una cuenta de ahorros a un fondo de inversión. Y eso es todo...La mayoría de las personas (y, por tanto, de los hogares) no percibe ingresos de capital. Más de la mitad de los hogares en las economías occidentales avanzadas no recibe ningún ingreso procedente de activos financieros. En segundo lugar, quienes se sitúan en la cúspide de la distribución de ingresos de capital obtienen rentas de capital muy, muy elevadas...Los activos financieros y productivos del mundo están en manos del 15 % de sus habitantes...Incluso si incluimos los ingresos procedentes de los ahorros obligatorios que se convierten en patrimonio de pensión, entre la mitad y casi el 90 % de la población en los países ricos carece de capital financiero. Ese porcentaje supera el 90 %, o incluso el 95 %, en los países menos desarrollados...Lo que ha ocurrido no es que los ingresos de capital hayan “derramado” hacia abajo, sino que los ingresos laborales han “goteado” hacia arriba y, al combinarse con las grandes fortunas —preexistentes o recién creadas—, han dado lugar, en la cúspide, a una nueva clase cuya riqueza proviene tanto del trabajo como del capital...En lo que respecta a la propiedad del capital, el nuevo capitalismo no ha derribado de manera significativa la barrera erigida por el capitalismo clásico: recibir ingresos de capital es un privilegio de unos pocos, y ese privilegio está extraordinariamente concentrado incluso entre quienes perciben ingresos de capital distintos de cero."
La élite económica está compuesta en la actualidad, además de los capitalistas, por personas que, simultáneamente, figuran entre los capitalistas más ricos y entre los trabajadores mejor pagados. Pueden ser directores ejecutivos del sector financiero, ingenieros, médicos, desarrolladores de software que perciben altos salarios y, al mismo tiempo, poseen un patrimonio financiero que genera ingresos de capital lo bastante altos como para situarlos en la cima de la distribución de los ingresos de capital. Ese dinero lo habrán heredado, o bien lo habrán ahorrado a partir de sus elevados salarios. En la actualidad, el contraste de los dos países más poblados del mundo es paradojal en esta materia. En la India capitalista, un 97 % de la población no tiene ningún ingreso de capital, mientras en China, nominalmente socialista, cerca de la mitad de su población recibe algún ingreso de capital, pues muchos ahorros de los asalariados, que han visto aumentar de manera sustancial sus ingresos en las últimas cuatro décadas, se han invertido en mercados de capitales. Esto es proporcionalmente mayor que en Estados Unidos, donde el 40 % de los hogares percibe ingresos de la propiedad o que en Alemania con 36%, Dinamarca con 31 % o Reino Unido con 21%. Chile es un caso bastante extremo. Solo el 20 % de los hogares chilenos no recibe ningún ingreso de la propiedad. Pero el 79 % obtiene cantidades ínfimas (menos de 100 dólares per cápita al año) procedentes del sistema chileno de pensiones de capitalización individual. Solo el 1 % de los hogares chilenos concentra prácticamente todos los ingresos de capital del país. En la mayoría de los países, los ingresos de pensiones privadas no suponen gran diferencia o bien los sistemas de pensiones privadas son muy reducidos o no existen.
Las visiones distintas a la neoclásica postulan que la familia, la raza, la clase social y la cultura son transmisores de ventajas heredadas y actúan como vehículos de riqueza, habilidades no cognitivas y ventajas educativas, con un rol menor de las capacidades determinadas genéticamente. Autores como Bowles y Gintis (2002) proponen que en la red de transmisión de ventajas intergeneracionales, la cognición determinada genéticamente no es importante y que sí lo son la riqueza, el capital social, las oportunidades educativas y la formación de habilidades no cognitivas como la perseverancia y la sociabilidad. Se apoyan en datos según los cuales el coeficiente intelectual predice de forma muy modesta el ingreso. La herencia genética predice en buena medida el coeficiente intelectual, pero cuando se multiplican ambos factores el resultado es pequeño. Los factores genéticos y la heredabilidad del coeficiente intelectual influyen en las habilidades cognitivas pero explican solo una pequeña parte de las diferencias en los ingresos.
Eso significa que una parte significativa del estatus económico se hereda más que se gana, y que si se hace lo es a través de características que también se transmiten intergeneracionalmente en cada nueva generación. Las vías a través de las cuales se transmite el estatus económico son principalmente las influencias culturales y ambientales (el entorno familiar y los estilos de crianza, valores y expectativas) que moldean significativamente las actitudes y comportamientos de la infancia, que a su vez afectan sus resultados económicos; las condiciones de riqueza, como las ventajas materiales que permiten acceder a mejores trayectorias educativas y condiciones de hábitat y salud, junto a la transmisión de patrimonio mediante herencias y donaciones que se transforman en oportunidades de inversión; el capital social, es decir las conexiones y redes heredadas de los padres que pueden abrir puertas a empleos y otros beneficios económicos; el logro educativo, en el que el estatus socioeconómico de los padres influye en las oportunidades educativas de los hijos, fuertemente correlacionadas con sus ingresos futuros. Este enfoque subraya la importancia de las habilidades no cognitivas —como la motivación, la perseverancia y las habilidades sociales— en el éxito económico, que se cultivan en el entorno familiar y son menos susceptibles de ser modificadas por las políticas públicas tradicionales. Dado este entramado complejo, Bowles y Gintis sostienen que las políticas centradas únicamente en igualar las oportunidades educativas están lejos de ser suficientes para “nivelar el terreno”, en la lógica de alcanzar una cierta igualdad de oportunidades, y abogan por un enfoque que incluya intervenciones en la primera infancia con programas que apoyen a las familias y a los niños desde temprana edad para mitigar las desventajas asociadas a un bajo estatus socioeconómico; la redistribución de la riqueza mediante diseños fiscales y leyes de herencia que reduzcan la concentración de riqueza pueden contribuir a igualar las oportunidades y el fomento de habilidades no cognitivas en materia de resiliencia y competencia social.
Así, es la interferencia institucional en la economía la que determina en importante medida la jerarquía de las posiciones sociales y la consiguiente desigualdad de riqueza e ingresos, siendo los mercados librados a su suerte mecanismos en los que tiende a prevalecer la ley del más fuerte y la desigualdad social. En palabras de Jeffrey Sachs (2021):
"la economía de mercado fomenta la creación de riqueza, pero no la distribuye de manera justa, lo que genera un alto grado de desigualdad, incluida la pobreza en medio de la abundancia. No existe una "mano invisible" que garantice que cada persona logre un nivel de vida digno o que pueda acceder a todas las necesidades económicas básicas. Existen muchas causas posibles de indigencia en una economía de mercado, entre ellas: la mala suerte; discapacidades físicas y mentales; desastres naturales; ciclos económicos; discriminación étnica, racial y de género; falta de acceso a educación de calidad; estrés crónico durante la infancia; y la pérdida de ingresos derivada del poder monopólico, como la pobreza causada por medicamentos y tratamientos médicos sobrevalorados en mercados monopolizados...El argumento de Hayek en Camino de servidumbre, según el cual un Estado activista amenaza la libertad política, ha sido refutado por la experiencia; por ejemplo, en los países del norte de Europa que cuentan con Estados altamente intervencionistas. Al priorizar la búsqueda de ganancias sobre la ética de la felicidad integral (eudaimonía), el capitalismo moderno ha generado o tolerado grandes crueldades, incluidas la esclavitud, el trabajo forzado, el trabajo infantil y otros crímenes contra la humanidad. Estas grandes injusticias a menudo se han llevado a cabo en la búsqueda de riqueza y se han justificado como actividades comerciales normales. Como resultado de esta complacencia ideológica, el capitalismo moderno se caracteriza por una pobreza extrema en medio de una gran riqueza, hambrunas en medio de abundancia de alimentos, adicciones generalizadas fomentadas por el consumismo y una profunda degradación ambiental por parte de empresas que buscan beneficios a través de la destrucción de la naturaleza".
En suma, los enfoques estructuralistas e institucionalistas consideran que los agentes económicos no son remunerados de acuerdo a la productividad de la última unidad empleada en el proceso de producción, sino que están interferidos por arreglos institucionales y situaciones relativas de poder, las que, por lo demás, no son siempre modelizables. Sostienen que la desigualdad, que mantiene a muchas personas en situación de subsistencia o hambre mientras otros gozan de altos niveles de vida, es un problema en sí mismo para el funcionamiento de las sociedades y que, en el plano económico, no estimula el crecimiento por el retraso en el uso del potencial productivo que produce la falta de nutrición, salud y educación de una proporción elevada de la población, originada en las situaciones de desigualdad -incluso en las sociedades de más altos ingresos promedio- y por la insuficiencia de la demanda en condiciones de oferta que permite satisfacer las necesidades básicas. Subrayan, además, que en la historia reciente el crecimiento ha sido mayor en economías mixtas con regulaciones laborales e impuestos y transferencias redistributivas amplias que en las economías de desreguladas (Piketty, 2021). Acemoglu y Johnson (2023) concluyen que
"la mayoría de las personas en el globo se encuentra en una mejor situación que la de nuestros ancestros porque los ciudadanos y los trabajadores en las primeras sociedades industriales organizaron y desafiaron las opciones dominadas por las élites sobre la tecnología y las condiciones de trabajo, y forzaron modalidades para compartir las ganancias de los mejoramientos tecnológicos de manera más equitativa".
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