“Los hallazgos más trascendentes de la ciencia social tienden a contradecir los dictados de la intuición, a suscitar controversia y a relacionarse con consecuencias inadvertidas e inesperadas del quehacer humano”.
Albert O. Hirschman
"La economía es demasiado importante para ser dejada a los economistas"
Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo
1. Definiciones
2. Los principios en economía
1. Definiciones
La economía es la disciplina de las ciencias humanas que estudia el modo en que las sociedades crean y utilizan los recursos de los que disponen para producir, intercambiar y consumir bienes y distribuir ingresos, así como sus consecuencias sobre el bienestar humano y los ecosistemas. Una definición sintética es la Paul Krugman, Robin Wells y Kathleen Graddy (2022), que postulan que "una economía es un sistema para coordinar las actividades productivas de la sociedad" y que "la Economía es la ciencia social que estudia la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios". Es una disciplina sujeta a visiones heterogéneas y respecto de la cual no existe una sola definición. Han existido y existen diferentes aproximaciones al objeto de la economía, a los sistemas económicos deseables y a las políticas económicas consideradas apropiadas.
La producción mundial se multiplicó por 21,5 veces entre 1870 y 2010 (De Long, 2022), mientras entre 2010 y 2024 lo hizo en un 64% adicional. No existen respuestas unívocas a las preguntas sobre por qué se produjo ese incremento sustancial de la producción en el largo plazo, y también de la población; por qué ha tenido distintas modalidades e intensidades en los diversos territorios del mundo; qué actividades y agentes sociales crean riqueza y bajo qué sistemas de producción y distribución es apropiada por unos u otros grupos y categorías sociales; qué condiciones permiten la eficiencia y eficacia en la asignación de recursos; qué niveles de carencias y desigualdades justas e injustas existen en las sociedades, qué consecuencias tienen sobre su cohesión y sobre los ecosistemas y como pueden remediarse. Las respuestas a estas preguntas cruzan permanentemente los debates en economía.
Lo propio ocurre con la interpretación de las causas de la estratificación social, de la especialización y jerarquización entre centros y periferias en la economía mundial, así como respecto al rol de los Estados, los mercados y los distintos agentes productivos en las economías. Éstas están lejos de estar constituidas solo por mercados en los que interactúan productores y consumidores aislados, como la teoría económica convencional suele simplificar, pues existen diversas regulaciones estatales y una parte de la economía funciona produciendo fuera de los mercados, incluso allí donde prevalecen sin contrapesos. En particular, el gasto del gobierno puede llegar a ser muy elevado: en la Unión Europea, el porcentaje promedio alcanzaba en 2023 un 49% (con máximos de 57% en Francia y 56% en Finlandia), mientras en Japón sumaba un 40% y en Estados Unidos un 39%. A la vez, se registran niveles sustancialmente inferiores -que llegan a mínimos de hasta 10% del PIB- en la amplia gama de países de menores ingresos por habitante, con un promedio del orden de 25% en América Latina. Esta es la razón por la cual la denominación original de la economía como disciplina es la de "economía política".
Al examinar cualquier texto de economía se debe tener presente que no hay tal cosa como la plena objetividad en una materia en la que las dimensiones descriptivas y prescriptivas están entrelazadas y se producen los consiguientes debates entre las diversas escuelas de pensamiento económico. A su vez, las ideas económicas influyen en las sociedades contemporáneas y en sus decisiones pues, como afirmó en 1936 el economista británico John Maynard Keynes,
“los hombres prácticos, que creen que están exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún difunto economista”.
Economía positiva y economía normativa
Las ciencias humanas y sociales son construcciones intelectuales que están influenciadas por los contextos en que se elaboran y sus creadores no dejan de tener sistemas de ideas y valores que los influencian. En esas ciencias existe un aspecto descriptivo sustentado en teorías y métodos de búsqueda y tratamiento de la información para explicar hechos, y uno prescriptivo, sobre los modos de intervenir en el devenir de la sociedad y sus evoluciones, sin poder exonerarse de juicios de valor propios de cada autor o de la cultura de la época. Esto ocurre incluso cuando la investigación se organiza alrededor de la observación de hechos cuantificables, con un uso avanzado de métodos de inferencia estadística o, en el caso de la teorización hipotético-deductiva, con una formalización matemática avanzada en la construcción de modelos de comportamiento y de relaciones causales. Es pertinente reconocer que no es posible separar totalmente el análisis positivo (como funcionan las cosas) y la dimensión normativa (como debieran funcionar deseablemente las cosas). Los adherentes a unas u otras opciones de organización de la sociedad en el mundo actual discuten frecuentemente, sin llegar a acuerdo, según una determinada “función objetivo”, una expresión matemática que representa el objetivo que se quiere maximizar o minimizar en un problema de optimización y que depende de una o más variables, y cuyo valor cambia según los valores que tomen esas variables dentro de un conjunto de restricciones o condiciones. La función objetivo define qué se quiere lograr en un modelo formal: maximizar bienestar, minimizar costos, maximizar beneficios o estabilizar variables. Pero eso requiere definiciones previas sobre la sociedad en que se quiere vivir.
Por ello no existe en la teoría económica una progresión del conocimiento como en las ciencias naturales y lógico-matemáticas, sino controversias recurrentes sobre el análisis de los sistemas económicos, junto a avances y aportes en el diagnóstico de la evolución acelerada de la economía en el siglo XX y lo que va de siglo XXI. Esto no implica que no se deba utilizar todas las herramientas del método científico para considerar los hechos económicos metódicamente, sin excluir a priori hipótesis de interpretación de relaciones de causalidad entre variables y procurando que los juicios de hecho no estén influenciados indebidamente por los juicios de valor. No obstante, al no existir una "ciencia positiva" que explique con un grado razonable de acuerdo cómo las cosas funcionan en la economía o cómo debieran funcionar, no se puede establecer la superioridad abstracta de uno u otro sistema de organización económica de la sociedad, sino más bien exponer con el mayor rigor posible sus ventajas y desventajas respectivas. Tampoco se infiere de la disciplina de la economía recomendaciones únicas de política o de acción colectiva o individual.
Joseph Schumpeter (1954) propuso diferenciar el análisis económico –que debiera provocar menos controversias duraderas- y las visiones del proceso económico, en las que necesariamente se expresa una diversidad mayor de puntos de vista. En efecto, el análisis económico debe evitar comenzar con las conclusiones de política deseadas y luego elaborar hacia atrás para encontrar argumentos que las respalden, tratando cualquier restricción como evidencia de una comprensión insuficiente en lugar de una limitación genuina. Con frecuencia existe algún grado de acomodo de los hechos que se investigan con la visión valorativa más general que cada autor o grupo de autores tiene sobre ellos. Esto refleja que es infrecuente la neutralidad en las ciencias humanas, al no poder separarse sino parcialmente el sujeto (el investigador) y el objeto de estudio (individual o social) y distinguir entre los juicios de hecho y los juicios de valor. Este es un esfuerzo indispensable en el uso del método científico, siempre sujeto a refutación, pero se debe tener presente que no se separan completamente y más vale reconocerlo y declararlo. No se puede hacer abstracción desde dónde se formulan las hipótesis de relaciones causales y se obtiene conclusiones, especialmente cuando existen eventuales conflictos de interés explícitos o implícitos.
Las principales escuelas económicas
Lo medular de las primeras doctrinas económicas ha sido enunciado por autores hoy considerados clásicos como François Quesnay (1694-1774), Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823) y su posterior crítico Karl Marx (1818-1883), y luego por autores denominados neoclásicos. Entre ellos se cuenta a Léon Walras (1834-1910), William Stanley Jevons (1835-1882), Alfred Marshall (1842-1924) y Arthur Cecil Pigou (1877-1959) y a autores posteriores de la llamada síntesis neoclásica como John Hicks (1904-1989) y Paul Samuelson (1915-2009) o de la escuela monetarista y neoliberal como Milton Friedman (1912-2006), Friedrich Von Hayek (1899-1992) y Robert Lucas (1937-2023). Las corrientes críticas o parcialmente críticas a sus fundamentos o a sus recomendaciones de política incluyen a autores como John Maynard Keynes (1883-1946), Karl Polanyi (1886-1964), Michal Kalecki (1899-1970), Joan Robinson (1903-1983), Nicholas Kaldor (1908-1986), Paul Sweezy (1910-2004), Elinor Ostrom (1933-2012), Amartya Sen (1933), Lance Taylor (1940-2022), Joseph Stiglitz (1943), Claudia Goldin (1946), Paul Krugman (1953), Daren Acemoglu (1967), Thomas Piketty (1971) o Esther Duflo (1972).
Adam Smith, a partir de su obra La Riqueza de las Naciones (1776), es considerado como el autor fundacional de la economía clásica. La define como un instrumento para la toma de decisiones públicas (de ahí la denominación de la disciplina como economía política, que se ocupa de sus efectos en la polis) y postuló que
"la economía política, considerada como una rama de la ciencia de un hombre de Estado o de un legislador, se da dos objetivos: primero, procurar a las personas ingreso y subsistencia, o más exactamente permitirles procurarse a sí mismos ingreso y subsistencia; segundo, proveer al Estado un ingreso suficiente para los servicios públicos”.
Para Smith, el valor de uso de los bienes y servicios producidos define la naturaleza de la riqueza, mientras es el trabajo el que está en el origen de la riqueza y sirve para medir el valor de intercambio de los bienes. Su visión de la economía de mercado es que tiende a la mejor asignación posible de los recursos a través de la idea de una "mano invisible", la de las interacciones descentralizadas, con un rol para el Estado de mantención del orden, la defensa y las obras públicas:
"No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés (...). Ninguno por lo general se propone originariamente promover el interés público (…), sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste y en muchos otros casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención."
No obstante, Smith no tenía una apreciación idealizada de las empresas y sus dueños:
“puede decirse que la caprichosa ambición de algunos tiranos y ministros, que en algunas épocas ha tenido el mundo, no ha sido tan fatal al reposo universal de Europa como el impertinente celo y envidia de los comerciantes y fabricantes”.
David Ricardo propuso en Principios de la Economía Política (1817) una definición centrada en las cuestiones distributivas:
“El producto de la tierra, es decir todo lo que se retira de su superficie por el uso conjunto del trabajo, de las máquinas y del capital, es repartido entre tres clases de la comunidad: los propietarios de la tierra, los que detentan el fondo o capital necesario para su explotación, y los trabajadores que la cultivan (…). Determinar las leyes que gobiernan esta repartición constituye el principal problema en economía política”.
Karl Marx, en su crítica a la economía política de su época, sostuvo (1859) que la economía es parte de la estructura de la sociedad:
“en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad (…). El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”.
En El Capital (1867) desarrolló una teoría de la crisis del modo de producción capitalista y concluyó que "la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza: la tierra y el trabajador".
El enfoque neoclásico, en cambio, definió a la economía como el estudio de la toma de decisiones frente a la escasez, al margen de los intereses materiales contradictorios existentes en la sociedad. Siguiendo a Léon Walras (1874), quien sostuvo que "el valor de cambio es un hecho natural, más aún, un hecho físico-matemático", Lionel Robbins postuló (1935) que la economía es "la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos", agregando que "la economía es enteramente neutral respecto a los fines…en tanto cualquier fin depende de medios escasos”. El tratamiento neoclásico de los temas distributivos se basa en el llamado primer teorema de la economía del bienestar, que postula que: “el mercado en condiciones de competencia perfecta lleva a un resultado eficiente”, mientras un segundo teorema señala que “cualquier resultado eficiente que la sociedad quiera (por razones de equidad) puede obtenerse sin sacrificar la eficiencia, siempre que haya instrumentos de redistribución no distorsionantes”. Así, se separa la eficiencia lograda por los precios de mercado de la equidad, lograda si se reasignan dotaciones iniciales de factores de producción mediante transferencias de renta y riqueza y luego se deja que el mercado funcione libremente para alcanzar la combinación deseada de eficiencia y distribución equitativa.
Diversos autores neoclásicos se han alejado en parte de la formulación de Robbins, entre otros temas al introducir la noción de sociedad en el estudio de la economía. Para el autor del manual de orientación neoclásica más célebre, Paul Samuelson (primera edición en 1948, con William Nordhaus desde 1985, siendo la última edición de 2009), la economía es “el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos”. Bernard Frank y Ben Bernanke et.al (2003, última edición 2024) definen a la economía como el “estudio de la forma en que los individuos eligen en condiciones de escasez y de las consecuencias de esas elecciones para la sociedad”. El difusor actualmente más leído de la escuela neoclásica, Gregory Mankiw (1997, última edición 2024), también introduce la noción de sociedad en la definición de su manual: la economía "es el estudio de cómo la sociedad administra sus recursos escasos". Estas definiciones aciertan al incluir a la sociedad como el continente de las interacciones económicas de los individuos y, en el caso de Samuelson, también la distribución de los frutos de la producción, aunque el énfasis sigue estando en la noción de escasez y en la conducta de maximización del interés individual. Edmund Phelps (1986) ofrece, por su parte, una definición centrada en los recursos:
"la economía es el lugar en el que se combinan los deseos con los recursos para producir los bienes de los participantes. Dado que para ello se necesitan recursos, las posibilidades de producción de una economía dependen de su dotación de recursos".
La corriente neoclásica asume, no obstante, que existen situaciones en que los mercados están interferidos por monopolios y oligopolios -uno o pocos productores- en la oferta de bienes (o monopsonios y oligopsonios en su compra), o bien por una "competencia monopolística" (basada en la diferenciación de productos y el uso de marcas), siguiendo a Joan Robinson (1933) y Edward Chamberlin (1935). Arthur Pigou (1932) desarrolló el argumento relevante de Alfred Marshall y puso en evidencia que las transacciones de mercado pueden tener efectos negativos -o en algunos casos positivos- sobre terceros, aunque sean mutuamente beneficiosas para los participantes directos. Estas son las llamadas externalidades, diferenciadas entre aquellas negativas que perturban la resiliencia de los ecosistemas o, a la inversa, aquellas positivas que estimulan la innovación. Paul Samuelson (1954) argumentó, más tarde, que los mercados no pueden proveer en cantidad suficiente los bienes de consumo colectivo por los que no se puede o es muy caro cobrar -y no tienen un costo por usuario adicional- como las funciones de defensa, seguridad y justicia, la producción de conocimiento y los bienes urbanos. Luego, autores como George Akerloff (1970) y Joseph Stiglitz (2001) argumentaron que existen mercados incompletos, especialmente por la ausencia de oferta privada de distintos tipos de seguros frente a asimetrías de información y riesgo de abuso de los participantes ("selección adversa y riesgo moral").
Pero incluso si los mercados fluctúan y padecen crisis e ineficiencias, para las variantes más ortodoxas del enfoque neoclásico la solución es siempre promover más y mejores mercados. Un exponente de la llamada "escuela austríaca" como Friedrich Hayek (1944), que difería en otros aspectos como la idea de un equilibrio general de los mercados, llegó a sostener que todas las intervenciones estatales inhiben la capacidad de crear riqueza si interfieren en los intercambios descentralizados y terminan empobreciendo a las sociedades en un "camino de servidumbre", en una defensa del predominio absoluto de los mercados en las sociedades. Estos autores argumentan que las "fallas de mercado" en materia de trabas a la competencia, externalidades y bienes públicos se solucionan con más y no con menos mercado, pues los gobiernos, al intervenir, fallarían más que los mercados. Suelen recibir la denominación de "neoliberales" y consideran que el principal escollo económico para las sociedades es el Estado, que se debe evitar su intervención en los mercados, salvo mínimas regulaciones, y que en la economía deben prevalecer el libre comercio, bajos impuestos, un gasto público limitado, sin empresas públicas ni subsidios a la producción. Postulan que el gobierno debe remitirse básicamente a funciones coercitivas como la protección de la propiedad privada, la defensa y la seguridad interior.
Las corrientes críticas del enfoque neoclásico y de la escuela austríaca son diversas y sostienen, por su parte, que la preocupación por la eficiencia asignativa desplazó inadecuadamente aquella por la eficacia en el logro de metas que las sociedades se proponen alcanzar, como las de innovación, resiliencia y equidad (Janeway, 2025).
En su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero (1936), John Maynard Keynes fundamentó una crítica sustancial al enfoque neoclásico y subrayó que
"los más notorios defectos de la sociedad económica en la que vivimos son su fracaso en proveer el pleno empleo y su arbitraria e inequitativa distribución de la riqueza y los ingresos".
Describió su postura crítica en los siguientes términos (1938):
"nuestra crítica de la teoría económica clásica comúnmente aceptada no ha consistido tanto en encontrar fallas lógicas en sus análisis como en puntualizar que sus supuestos tácitos no son satisfechos casi nunca o nunca, con el resultado de que no puede resolver los problemas económicos del mundo actual (...) El material al que se aplica es en demasiados aspectos no homogéneo en el tiempo. El objeto de un modelo es segregar los factores semi-permanentes o relativamente constantes de aquellos que son transitorios o fluctuantes, de manera de desarrollar una vía lógica de pensamiento sobre estos y entender las secuencias temporales a que dan lugar en casos particulares".
Keynes era contrario a la idea de la "mano invisible" de Smith y a la de "equilibrio general" de Walras y no consideraba posible separar los juicios de hecho de los juicios de valor:
“el mundo no está gobernado desde arriba de una manera que el interés privado y el interés social coincidan siempre. No es dirigido aquí abajo de manera que coincidan en la práctica. No es correcto deducir de los principios de la economía que el interés personal esclarecido actúa siempre hacia el interés público (...) En contra de Robbins, la economía es esencialmente una ciencia moral y no una ciencia natural. Es decir, emplea la introspección y los juicios de valor...Quiero enfatizar fuertemente el punto acerca de que la economía es una ciencia moral. He mencionado antes que tiene que ver con la introspección y con valores. Debiera haber agregado que tiene que ver con motivos, expectativas, incertezas sicológicas. Uno debe debe estar constantemente en guardia contra tratar el material como constante y homogéneo de la misma manera que el material de las otras ciencias que, a pesar de su complejidad, es constante y homogéneo".
A su vez, ironizó sobre la escasez de buenos economistas:
"los buenos economistas son escasos porque el don para usar una 'observación vigilante' para escoger buenos modelos, aunque no requiera una técnica intelectual altamente especializada, parece ser muy poco frecuente".
Karl Polany ha sido, por su parte, uno de los autores más relevantes de la corriente histórico-estructural crítica del enfoque neoclásico. Propuso en 1957 una distinción entre la economía formal, que se ocupa del carácter lógico de la acción racional en la relación medios-fines en condiciones de escasez, y la economía sustantiva, que la estudia como lo que denominó "proceso instituido". Para este autor
“la economía es la interacción institucionalizada entre el hombre y el medio que proporciona, de forma constante, el aprovisionamiento de medios materiales para la satisfacción de necesidades. La satisfacción de las necesidades es ‘material’ cuando requiere el uso de medios materiales para alcanzar sus fines”.
Describió la subsistencia, la reciprocidad, el intercambio mercantil y la redistribución (contribución no voluntaria a un centro) como lógicas económicas diferenciadas y enfatizó su inserción histórica en las relaciones sociales, en contraposición al enfoque de la economía como una esfera autorregulada. Polanyi (1944) afirmó que “el hombre no actúa para salvaguardar sus intereses individuales en la posesión de bienes materiales, sino para salvaguardar su posición social, sus derechos sociales, sus activos sociales” y concluyó que los seres humanos valúan “los bienes materiales sólo en la medida en que sirvan a este fin”, conductas que están sujetas a contextos históricos y culturales.
Diversas corrientes se alejaron así del paradigma neoclásico tanto en el objeto de la economía como uso alternativo de recursos escasos en mercados competitivos como en la descripción de las conductas de los agentes económicos (maximización del interés propio) y en el funcionamiento de los mercados (tendencia intrínseca al equilibrio, fallas de mercado no sustanciales). Estas escuelas proponen, con variantes, que la economía sea considerada como aquella esfera de las sociedades humanas que provee su sustrato material de satisfacción de necesidades y cuyo comportamiento está determinado por las interacciones que condicionan las estructuras e instituciones históricamente situadas de producción, distribución y consumo de bienes. Afirman que existe una imposibilidad de modelizar la interacción entre agentes económicos al margen de las estructuras sociales y de poder que determinan las relaciones entre ellos y con las instituciones estatales y no estatales y su respectivas evoluciones históricas, las que inciden en la creación y asignación de recursos y en su distribución entre grupos, clases, géneros y categorías que ocupan diferentes posiciones sociales. Por ello sostienen que las instituciones, los agentes y las relaciones de producción, consumo y distribución de ingresos en una sociedad constituyen su estructura económica, cuya génesis, evolución, interrelación sistémica con otras estructuras y recomposiciones sucesivas deben ser el objeto de estudio de la teoría económica. Al proponer la hipótesis según la cual prevalece el poder relativo y jerarquizado de los distintos tipos de agentes en el funcionamiento económico, los enfoques de la economía distintos del neoclásico no centran su estudio en la eficiencia en la asignación de recursos en mercados, sino que atribuyen un rol central a los factores determinantes de la estabilidad de la economía en su conjunto, a la distribución del ingreso y la riqueza y también, más recientemente, a sus efectos sobre los ecosistemas.
Para los autores no neoclásicos la economía no debe remitirse al estudio de la asignación de recursos con supuestos de comportamiento maximizador de los individuos frente a la escasez, en modelos abstractos de mercados en competencia e información perfecta, sino que debe enfatizar los modos históricos de producción y distribución de bienes económicos y las situaciones en que los recursos existentes son o no plenamente utilizados, junto a las diversas interacciones y grados de equidad entre las distintas categorías de miembros de la sociedad más allá de los individuos. Enfatizan que las interacciones de mercado crean brechas entre las capacidades productivas y su uso efectivo y consideran que el problema económico en este caso ya no es el de las opciones alternativas frente a la escasez de recursos sino el insuficiente uso de los que están disponibles, en especial de la fuerza de trabajo y su asimétrica distribución, y las crisis periódicas que crea, en las que una parte de la sociedad no logra acceder al trabajo y al consumo de bienes de subsistencia. Esto no ocurre porque hubiera eventualmente "precios incorrectos" en diversos mercados, sino porque la situación más frecuente es la de desequilibrios e inestabilidades, o de "equilibrio de subempleo" en el lenguaje de Keynes, que emana de su propio funcionamiento, en detrimento del bienestar colectivo.
Los trabajos de las corrientes críticas argumentan que el capitalismo y los mercados realmente existentes deben ser considerados históricamente como mecanismos que permiten crear secuencias de expansión económica dinámica, pero también de crisis, en las que se producen y reproducen desigualdades económicas y sociales y daños ambientales (Boyer, 2007). No obstante, el capitalismo, con su lógica de maximización del excedente privado, ha perdurado porque es un sistema económico que absorbe las innovaciones tecnológicas y, al globalizarse, construye sistemas de abastecimiento de insumos y economías de escala que ofrecen condiciones de producción que minimizan costos y precios y pueden satisfacer las demandas de consumo monetariamente solventes. Y que en algunas etapas históricas ha sido capaz de articular las condiciones de la producción y el consumo masivo, mientras se desenvuelve creando y reproduciendo centros y periferias a conveniencia de las cadenas globales de valor que las empresas capitalistas dominan.
Postulan que la acumulación de capital se sustenta en la sub-remuneración del trabajo, en el acceso gratuito o a bajo precio a recursos naturales, y en el acceso a información privilegiada y a innovaciones tecnológicas que se constituyen en cuasi-monopolios temporales hasta que su ventaja desaparece. Su conclusión es que los mercados suelen ser inestables y enfrentan disfuncionalidades asignativas que son propias de su funcionamiento y no fallas circunstanciales. Subrayan la presencia de conflictos de intereses entre sus participantes y entre las distintas categorías de miembros de las sociedades, que poseen un poder económico y de información asimétrico en medio de una fuerte y creciente concentración de la posesión del capital existente y de subordinación del trabajo. Para este tipo de enfoques, los sistemas económicos contemporáneos no pueden interpretarse sin considerar la mayor o menor relevancia y roles de los órganos públicos y las configuraciones sociales y culturales que regulan y condicionan el funcionamiento de los mercados y de sus agentes principales. Los mercados, además, están condicionados e interactúan con esferas no mercantiles de la actividad social y económica que siempre han existido, y cuya relevancia es mayor o menor en unos u otros espacios y a lo largo del tiempo.
Las corrientes no ortodoxas postulan que los mercados por si solos no maximizan el interés general y que el capitalismo, basado en la concentración de los mercados, constituye un sistema económico inestable (Minsky, 1982), socialmente inequitativo (Piketty, 2013) y ambientalmente depredador (Passet, 1979), lo que explica que las sociedades, a través de las instituciones públicas, busquen corregirlas con mayor o menor intensidad (sus variantes se describen en Blanchet et al., 2022). Esto justifica hacer de este tema un objeto de estudio al menos tan importante como el de las dinámicas de mercado con productores y consumidores atomizados y que, si se está interesado en conocer el mundo de la economía real, la competencia perfecta y la tendencia al equilibrio deberían ser tratados como un caso de escuela poco frecuente y no como la norma desde la cual analizar el funcionamiento de los mercados y la actividad económica realmente existentes. Esto requiere considerar de manera preferente las instituciones y las estructuras sociales que explican su funcionamiento, en especial las modalidades de emisión de moneda (unidad de cuenta y de reserva que requiere tener curso legal y, por tanto, soporte estatal), los regímenes laborales y los condicionamientos internacionales en centros y periferias en materia comercial, cambiaria (la moneda más utilizada internacionalmente es la del Estado más fuerte), de inversión, de movimientos de capital y migratorios.
Así, estas corrientes consideran que en las economías realmente existentes los mercados no pueden funcionar sin intervenciones públicas que aminoren las asimetrías de información y aseguren el cumplimiento de los contratos, en medio de la emisión de medios de pago homogéneos y suficientes, pues sin ellos no hay transacciones descentralizadas con la fluidez necesaria, lo que se agrega al mencionado problema de la provisión insuficiente de ciertos bienes demandados. En este sentido, la economía no puede considerarse de modo aislado de las instituciones, si se tiene en cuenta que los mercados no están constituidos por productores y consumidores atomizados que funcionan al margen de las instituciones, sino que evolucionan en medio de interacciones entre factores de poder endógenos y exógenos que los alejan del concepto estilizado de competencia perfecta.
Consideran asimismo que, si bien las tensiones y luchas sociales que crea el capitalismo han llevado a la emergencia de Estados de bienestar y a la generalización de economías mixtas -aunque con distintas capacidades de atender las necesidades de las mayoría sociales, de redistribuir recursos y de lograr adaptaciones a la división internacional del trabajo- su impacto en las sociedades provoca conflictos de interés sistémicos, mientras postulan que esta dinámica ha permitido a sociedades periféricas aumentar la productividad del trabajo, los empleos y los ingresos medios, aunque siempre en condiciones de heterogeneidad de agentes y de resultados económicos que conducen a sociedades duales y fragmentadas. La maximización del rendimiento del capital no solo crea resistencias sociales y culturales que los obligan a adaptarse y a aceptar mecanismos de provisión de bienes públicos y de regulación social y ambiental de los mercados de bienes y de factores de producción, sino que también suscita con diversas intensidades una demanda por transformaciones sociales orientadas a redistribuir activos e ingresos y preservar los ecosistemas.
La economía ecológica sostiene, por su parte, que la actividad económica de mercado ilimitado tiene un carácter depredador del ambiente. Se debe considerar si los regímenes y magnitudes de extracción de recursos renovables y no renovables y los volúmenes de producción crean o no situaciones disruptivas mayores en la resiliencia de los ecosistemas, las que no se pueden subsanar solo poniéndole un precio a los recursos ambientales e impuestos a las externalidades negativas (Passet, 1979, Daly & Farley, 2011), sino regulando los procesos productivos y subsidiando los avances tecnológicos que permitan preservar la resiliencia de los ecosistemas y de la biosfera en su conjunto. Para la economía ecológica el crecimiento entendido como convergencia con los niveles de vida de los países industrializados de altos ingresos no es compatible con el carácter finito de los recursos naturales y de los componentes de la biosfera, y que no basta con ponerle un precio a la naturaleza para evitar su depredación irreversible (ver el el capítulo respectivo). Así como la política redistributiva se enfrenta con frecuencia a la influencia de los sectores de altos ingresos en el sistema político, y en el sistema mediático controlado por el poder económico, la política de la acción climática y de preservación de los ecosistemas se enfrenta con que muchos efectos ambientales son difusos y de largo plazo. Los sacrificios a realizar en el corto plazo tienen una contrapartida de beneficios que en muchos casos se notarán décadas más tarde. La respuesta ante el problema de la contaminación consistente en ponerle un precio a las emisiones enfrenta también dificultades en el sistema político y una impopularidad en sectores de la sociedad que ven afectado su costo de vida. Los avances se han producido en mayor escala por el lado del progreso tecnológico en las energías renovables y la disminución sustancial de su costo para generar electricidad, en comparación con el costo de generación con combustibles fósiles.
2. Los principios de la economía
¿Existen principios universales en economía?
La simplificación de la disciplina que ofrece Gregory Mankiw a través de lo que denomina "10 principios de la economía" en su manual, el más difundido actualmente, es materia de controversia entre las mencionadas escuelas económicas. Estos principios serían de acuerdo a este autor:
"1: Las personas enfrentan disyuntivas.
2: El costo de algo es aquello a lo que se renuncia para obtenerlo.
3: Las personas racionales piensan en términos marginales.
4: Las personas responden a los incentivos.
5: El comercio puede mejorar el bienestar de todos.
6: Los mercados son por lo general un buen mecanismo para organizar la actividad económica.
7: Los gobiernos pueden mejorar algunas veces los resultados del mercado.
8: El nivel de vida de un país depende de su capacidad para producir bienes y servicios.
9: Cuando el gobierno imprime demasiado dinero, los precios se incrementan.
10: La sociedad enfrenta, a corto plazo, una disyuntiva entre inflación y desempleo".
Cuatro de estos principios son proposiciones que subrayan la existencia de recursos escasos (principios 1, 2, 5 y 8). No obstante, esta no es la única dimensión que debe ser analizada por la teoría económica, la que también debe incluir de modo privilegiado las causas del no uso de los recursos escasos disponibles y las modalides asimétricas de su distribución. Como señala Paul Krugman (2023):
"algunos textos de estudio de economía solían definir su dominio como la 'ciencia de la escasez'. A lo mejor algunos siguen haciéndolo. Pero esto es en realidad muy equivocado. Parte de la economía más útil incluye decirle a la gente que no necesita conformarse con menos -por ejemplo que no tenemos por qué aceptar simplemente que las recesiones son un hecho de la vida, que podemos y debemos combatirlas con una política monetaria y fiscal expansiva. Sin embargo, una buena parte de la economía si incluye explicar límites y restricciones -por ejemplo, que no se puede sostener un sistema de beneficios sociales de estilo danés sin algo como el estilo danés de tasas de impuestos. Pero aceptar la necesidad de opciones duras se puede transformar en un tipo de trampa en sí misma. Se puede llegar a pensar que todo el mundo está siempre buscando respuestas fáciles, pero no es así como funcionan las cosas: en algunos contextos profesionales se obtiene puntos reputacionales sonando realista y de mente fuerte (...). Como resultado, algunos economistas y comentaristas económicos parecen exultar prescribiendo medicina económica dura (para otra gente, por supuesto). Después de la crisis de 2008, la economía de Estados Unidos sufrió significativamente en manos de Gente Muy Seria que moralizó sobre la deuda frente a un persistente alto desempleo".
Los principios 3 y 4 enunciados por Mankiw son postulados normativos que expresan una visión particular sobre la conducta de las personas en sus decisiones de consumo y de uso de sus recursos, basadas en la idea de una prevalencia extensiva de la racionalidad autocentrada en las decisiones humanas. Muchos otros economistas, como en su momento Thorstein Veblen y John M. Keynes, y luego Herbert Simon (1982), Daniel Kahneman (2012), Richard Thaler (2015), George Akerloff y Robert Schiller (2016), todos ellos acreedores del premio de economía en homenaje a Alfred Nobel, ponen el acento en la racionalidad limitada de los agentes económicos y en la respuesta ante incentivos. En palabras de Henrich et.al (2005), cabe tomar en cuenta que:
"Cientos de experimentos en decenas de países, utilizando diversas estructuras de juego y protocolos experimentales, han sugerido que, además de sus propias recompensas materiales, los sujetos se preocupan por la equidad y la reciprocidad, y están dispuestos a sacrificar sus propios beneficios para modificar la distribución de resultados materiales entre otros, a veces premiando a quienes actúan de forma prosocial y castigando a quienes no lo hacen. El escepticismo inicial acerca de estas evidencias experimentales ha disminuido a medida que estudios posteriores, con altas apuestas y abundantes oportunidades de aprendizaje, han fracasado repetidamente en alterar estas conclusiones fundamentales. Esta multitud de experimentos diversos plantea un poderoso desafío empírico a lo que llamamos el axioma del egoísmo: la suposición de que los individuos buscan maximizar sus propias ganancias materiales en estas interacciones y esperan que los demás hagan lo mismo".
Una parte de los autores críticos subraya que el consumo resulta en esta lógica de la inducción y multiplicación de necesidades, con una frecuente obsolescencia programada de los objetos comercializados y una tendencia generalizada a la manipulación del consumidor y la oligopolización de los mercados. Siguiendo las elaboraciones de la economía del comportamiento de Daniel Kahneman, Amos Tverskyal y Richard Thaler, al evaluar el significado de su enfoque de "economía de la manipulación" -según el cual la competencia está siempre intervenida por conductas que perjudican a otros agentes y que los mercados no corrigen- George Akerlof y Robert Schiller (2016), premios Nobel, llegan incluso a la conclusión, que denominan irónicamente un "pequeño ajuste para la ciencia económica" que lo que existe es una economía de la manipulación antes que de mercado. Estos autores sostienen que en el funcionamiento habitual de los mercados los actores empresariales tienen una capacidad tal de influir en los comportamientos del público, que terminan generando un equilibrio económico favorable a sus intereses privados. Para ellos,
"muchos de nuestros problemas derivan de la misma naturaleza del sistema económico. Si los empresarios se comportan en la forma puramente egoísta e interesada que la teoría económica supone, nuestro sistema de libre mercado tiende a generar manipulación y engaño... y crea una gran diferencia en nuestras vidas. Es una de las principales razones por las que simplemente dejar a la gente una 'libertad de elegir' -lo cual Milton y Rose Friedman, por ejemplo, consideran el sine qua non de una buena política pública- lleva a serios problemas económicos".
Estos autores describen esta manipulación como un proceso de "pesca de incautos", que hace que muchas personas hagan cosas en función del interés del manipulador y no en el interés propio, con el resultado de disminuir el bienestar.
Otros principios de Mankiw son simplificaciones ampliamente controvertidas sobre las virtudes supuestas de los mercados en la asignación de recursos y sobre el rol de los gobiernos. Diversas corrientes en el pensamiento económico subrayan que el principio 6 de Mankiw (“los mercados son por lo general un buen mecanismo para organizar la actividad económica”) es una simplificación inexacta. Joseph Stiglitz (2003), premio Nobel, postula que
"hoy en día no hay apoyo intelectual razonable para la proposición de que los mercados, por sí mismos, generan resultados eficientes, mucho menos equitativos (...) Siempre que la información resulta imperfecta o los mercados están incompletos -es decir, en esencia todo el tiempo-, las intervenciones que se dan en principio mejorarían la eficiencia de la asignación de recursos".
Postular que los mercados se autoregulan y canalizan de manera óptima la interacción humana en materia de asignación de recursos (Hayek, 1988), es una construcción normativa que no se remite a lo que la economía es sino a lo que a los autores liberales les gustaría que fuera, de acuerdo a Albert O. Hirschmann (2014). Es un enfoque que no considera que en los mercados los agentes de la producción están sujetos a relaciones de poder asimétricas y a una tendencia a la concentración de la riqueza provocada, además de apropiaciones por la violencia y la subordinación del trabajo, por el efecto de las economías de escala y de las asimetrías de información. Tampoco considera suficientemente las llamadas "fallas de mercado", como las mencionadas externalidades -los impactos más allá de las transacciones bilaterales de mutua conveniencia entre agentes económicos, que llevan a subsidiar los impactos positivos (como la difusión del conocimiento) y encarecer los impactos negativos (como las contaminaciones ambientales), más allá del equilibrio de mercado para alcanzar un óptimo social- y los bienes públicos, aquellos que no tienen costo marginal y son de consumo colectivo y por tanto escapan a la esfera del mercado (como las funciones públicas básicas, el conocimiento y las infraestructuras), asi como la provisión de seguros contra riesgos sociales ante mercados incompletos y asimetrías de información generalizadas. Y que llega a la conclusión de que buscar el interés colectivo se debe reducir a eliminar la intervención del gobierno en las decisiones económicas y procurar que exista libre competencia en los mercados, mientras algunos autores agregan que la adquisición de activos incluya procedimientos no basados en la coerción ilegítima.
Los enfoques críticos sostienen que los intercambios de mercado no se parecen al mundo descrito por el enfoque neoclásico básicamente porque los supuestos que adopta no son realistas y porque no existe un centro coordinador que permita un proceso de subasta de precios, por lo que la formación de los precios está condicionada por instituciones y por conductas estratégicas de los agentes económicos en condiciones de incertidumbre y de información asimétrica. En palabras de Stephen Marglin (2012), "la economía convencional destaca una parte de la compleja psicología y sociología propia de vivir en el siglo XXI y actúa como si esto representara la totalidad", mientras subraya que la crítica no debe radicar tanto en que los supuestos de la economía convencional son completamente falsos "sino en que, al confundir una parte con el todo, estos supuestos inevitablemente conducen a errores". Estos enfoques, al construir modelos de funcionamiento de las economías, consideran la evolución histórica de las sociedades y de las economías como parte de ellas y dan importancia a los tipos de interacción entre las necesidades humanas y las capacidades diferenciadas de satisfacerlas según la estructura y evolución de los poderes de apropiación de recursos de unas y otras categorías sociales y la posición en ellas de los individuos, junto a las instituciones que intervienen en la economía y moldean las capacidades productivas, la distribución de ingresos y el tipo de régimen de acumulación de capital y crecimiento. Se proponen estudiarlas como redes de variables y relaciones constituidas en estructuras, con capacidades de transformación mediante movimientos de auto-organización y de recomposición ante inestabilidades y crisis.
Una parte de los exponentes de la teoría económica actual mantiene la matriz analítica de la escuela neoclásica pero sostiene en términos microeconómicos, con consecuencias macroeconómicas, que las interacciones entre agentes están cruzadas por asimetrías de información que distorsionan la asignación de recursos y defienden intervenciones del Estado para corregirlas. Para Joseph Stiglitz (2001) se debe reconocer la existencia generalizada de asimetrías de información entre los agentes de los mercados, concluyendo que "la razón por la cual la mano puede ser invisible es que simplemente no está presente o, si está ahí, está paralizada".
A la no consideración de los asimetrías y efectos distributivos y ambientales de la actividad económica, se agrega que los modelos neoclásicos convencionales de aproximación al funcionamiento de los mercados no logran describir adecuadamente su dinámica, alejada de toda tendencia inmanente al equilibrio. Por ello, una parte significativa de los economistas sostiene que existe un rol indispensable de las acciones colectivas y de la política pública, en vez de la afirmación minimalista del principio 7 (“los gobiernos pueden mejorar algunas veces los resultados del mercado”). Esta a lo menos débil frente al hecho que existen economías en las que el peso del gasto público refleja políticas de promoción del crecimiento y del bienestar, de mejoramiento de la equidad social y la seguridad económica de las personas, junto a proteger el ambiente y la resiliencia de los ecosistemas. Recordemos que el gasto del gobierno general representaba en promedio un 43% del Producto Interior Bruto en 2023 en los países de la OCDE (y el gasto público social un 21% del PIB). Las economías de menos ingresos por habitante exhiben un nivel de gasto público que alcanza entre 10% y 30% del PIB: tienen Estados de tamaño relativo menor que el de las economías de altos ingresos e instituciones públicas más débiles, las que contribuyen menos a la expansión económica en el tiempo a través de políticas de inversión en capital físico y en capacidades humanas. En palabras de Jeffrey Sachs (2021):
"un gobierno fuerte es necesario para garantizar una distribución justa de los ingresos (en la que nadie quede atrás) y para superar las "fallas del mercado", incluidas las amenazas al medio ambiente, el poder monopólico, la subinversión en la generación de conocimientos y la provisión eficiente de bienes públicos".
Paul Krugman (2025), premio Nobel, ha señalado en este sentido que el gran auge económico de la posguerra en el siglo XX en Estados Unidos, por ejemplo, no debiera haber ocurrido según los criterios liberales de no intervención del Estado a los que adhiere Mankiw, pues si se postula
"que la tributación progresiva destruye los incentivos, no puedes entender cómo la economía pudo haber funcionado tan bien durante un período en el que la tasa marginal más alta de impuestos nunca estuvo por debajo del 70%. Si crees que los sindicatos son perjudiciales para la economía, no puedes entender cómo prosperamos cuando una cuarta parte o más de los trabajadores estadounidenses estaban sindicalizados. Y si crees que los aranceles son la clave de la prosperidad, no puedes entender cómo nos fue tan bien durante un período en el que rondas sucesivas de negociaciones comerciales redujeron los aranceles de manera constante. ¿Qué salió bien? Nadie lo sabe con certeza, pero la mejor suposición es que, en la relativa estabilidad del entorno de la posguerra, las empresas pudieron aprovechar plenamente tecnologías ya existentes como la electrificación y el motor de combustión interna. El punto clave es que las políticas pro-laborales y redistributivas de la era posterior al New Deal no parecen haber obstaculizado ese éxito. Y si tu ideología dice que eso no pudo haber ocurrido, deberías reconsiderar tu ideología."
Por otro lado, muchos precios resultan de manipulaciones de los productores sobre el bien que ofrecen y de la disponibilidad a pagar que logran crear en los consumidores, especialmente en el caso de los productos de prestigio y de marca por los que se cobra mucho más que su costo de producción y una rentabilidad usual. No es casual que otros dos premios Nobeles de economía, George Akerlof y Robert Schiller, titularan un libro como La Economía de la Manipulación (2016), que describen como
"un fenómeno general que ocurre siempre que la gente tenga debilidades informacionales o sicológicas que puedan ser explotadas rentablemente -o siempre que estas debilidades puedan ser creadas rentablemente".
Muchos economistas proponen en esta línea que los mercados requieren de un Estado regulador que proteja a los consumidores y permita la competencia en los mercados, a la vez que cautele la estabilidad de la moneda y las finanzas y las variaciones de la demanda agregada para lograr niveles suficientes de inversión de capital y la provisión de fuerza de trabajo en condiciones que se aproximen al pleno empleo, así como una inflación de precios controlada junto a la creación de ventajas comparativas dinámicas en la participación en el comercio internacional, además de cautelar la sostenibilidad ambiental. Ninguna de estas variables puede prescindir de intervenciones públicas. Sostienen que existe, además, un rol insustituible para un Estado proveedor de bienes públicos como la seguridad, las infraestructuras, la ciencia y el conocimiento, así como de bienes como la educación, la salud y formas de seguridad social y de acceso al crédito dadas las "fallas de mercado" en la materia. Se requiere también de un Estado redistribuidor para asegurar los grados de equidad distributiva que las sociedades decidan y el acceso a un mínimo de bienes indispensables para el bienestar humano básico.
Por su parte, los principios de Mankiw sobre las fluctuaciones de precios, la actividad y las políticas económicas (9 y 10), son controvertidas desde la época de la economía clásica y no expresan adecuadamente las disyuntivas que enfrentan los gobiernos en materia de política monetaria, fiscal, comercial y de ingresos: estas no se reducen a provocar recesiones para disminuir la inflación. Como subraya Peter Boefinger (2021), hitos en la materia son la depresión de 1929, la gran recesión de 2009 y la reciente crisis de la pandemia, en la que, siempre de acuerdo a Joseph Stiglitz (2023),
"una vez más, la relación macroeconómica estándar entre inflación y desempleo –expresada en la curva de Phillips– no se confirmó. Esa “teoría” ha sido una guía poco confiable durante gran parte del último cuarto de siglo, y así lo fue nuevamente esta vez. Los modelos macroeconómicos pueden funcionar bien cuando los precios relativos son constantes y los cambios importantes en la economía giran en torno a la demanda agregada, pero no cuando hay grandes cambios sectoriales y cambios concomitantes en los precios relativos."
A su vez, el punto 8 ("el nivel de vida de un país depende de su capacidad para producir bienes y servicios") es una tautología poco explicativa. La capacidad de producción de cada país está vinculada a la dotación y distribución de recursos y su posición en los sistemas de centros y periferias en escala global. Las políticas de desarrollo del nivel de vida no deben circunscribirse al crecimiento de la producción para el mercado, sujeta a reglas de especialización internacional, sino ser concebidas como un conjunto de procesos de avance simultáneo hacia metas de bienestar equitativo y sostenible. Su finalidad debe ser la de inducir incrementos de las capacidades individuales y colectivas y de la productividad y eficiencia y eficacia en el uso de los recursos para asegurar que nadie sufra privaciones extremas y que cada miembro de la sociedad disponga de una igualdad efectiva de oportunidades de prosperar a lo largo del tiempo, sosteniendo a la vez la resiliencia de los ecosistemas. Esto involucra tanto la actividad descentralizada de los actores económicos como la actividad estatal de producción, regulación y planificación de la asignación de recursos para orientar su movilización hacia los fines definidos por cada sociedad. Diversos autores, como Thomas Piketty (2021), consideran central en la dinámica económica contemporánea la diferenciación de los ingresos y de los niveles de vida por categorías y posiciones sociales, que inciden en la capacidad de crecimiento. Otros agregan, como Daren Acemoglu y Simon Johnson (2023), que los aumentos de la productividad (la capacidad de producir bienes por hora trabajada) se pueden traducir en disminuciones en los salarios reales de los que vive la mayoría de los perceptores de ingresos y resultan así empobrecidos. El nivel de vida de un país no puede interpretarse sin la respectiva distribución de los ingresos y de las oportunidades de bienestar y, además, sin los efectos de la actividad económica sobre la resiliencia de los ecosistemas.
Ann Pettifor (2025) argumenta que las posturas de la ortodoxia neoclásica como las enunciadas por Mankiw inspiran una posición política e intereses particulares:
"Asómese a los austeros pasillos de cualquier banco central, departamento de economía o tesorería financiera en cualquier parte del mundo, y encontrará a los verdaderos poderes detrás de cualquier trono: tecnócratas que favorecen los mercados privados sobre los públicos; que prefieren el gasto privado al gasto público y la austeridad al pleno empleo y la prosperidad...Muchos tecnócratas se forman con economistas ortodoxos de la Escuela de Economía de Chicago, o se ven influidos por ella. Al igual que el más prominente de los monetaristas —Milton Friedman— la mayoría considera que la democracia está sobrevalorada y constituye una amenaza potencial para el funcionamiento eficiente del orden de mercado. De hecho, deben su poder sobre la economía global a la ideología hayekiana y friedmaniana: a saber, que la democracia distorsiona la economía capitalista; que los mercados son mejores que la democracia para la toma de decisiones; que el comercio internacional debe ser “libre”; que el gasto público desplaza al gasto privado y debe recortarse drásticamente para restablecer la estabilidad de la economía de mercado. Que las instituciones monetarias deben mantenerse apartadas de las instituciones fiscales; que la contracción fiscal debe ser amplificada por el endurecimiento monetario. Y, finalmente, que la inflación es un dragón que debe ser abatido con políticas deflacionarias, y que la manera de hacerlo es incrementar las tasas de interés —y endurecer las condiciones de crédito— sin importar el estado de la economía ni los niveles de deuda pública y privada".
Frente a las objeciones reseñadas y a la pregunta de si la economía neoclásica es una ciencia o una seudo-ciencia, Bernard Guerrien (2007) concluye que
“los economistas son personas que razonan –por deducción- y desde ese punto de vista puede decirse que su procedimiento es científico. Pero, al mismo tiempo, sus deducciones se realizan a partir de premisas basadas en sus creencias a priori, que se fundan en lo que pueden observar, pero también sobre la opinión que tienen sobre lo que es mejor para la sociedad en la que viven. Las crisis cuestionan esas creencias, o incluso las reemplazan por otras, si la crisis es muy severa. Dado que las verdades de ayer dejan, bruscamente, de ser las de hoy, y no están tampoco fundadas igual que las precedentes, se puede considerar que estamos frente a una seudo-ciencia”.
Guerrien (2009) sostiene que en definitiva el enfoque neoclásico es bastante inútil para quienes se desenvuelven en la vida económica:
"aunque existe una teoría dominante en economía, los que adhieren a ella son en los hechos muy minoritarios. La mayoría de los economistas es, en realidad, agnóstica y está formada por practicantes que operan en la administración, las empresas y las instituciones financieras, que utilizan sobre todo su buen sentido y su experiencia sin recurrir a las teorías, que ignoran o han tenido tiempo de olvidar, en vista que no saben para qué pueden servirles".
Por este tipo de razones Ronald Coase, premio Nobel, expresó (2012) su incomodidad con la teoría económica convencional del siguiente modo:
“es suicida para el campo caer en una ciencia dura de las opciones (hard science of choice), ignorando las influencias de la sociedad, la historia, la cultura y la política en el funcionamiento de la economía. Es tiempo de volver a implicar al severamente empobrecido campo de la teoría económica (economics) con la economía (economy)...El conocimiento vendrá sólo si la teoría económica puede ser reorientada al estudio del hombre tal como es y del sistema económico tal como en la actualidad existe”.
Dado que la experiencia histórica muestra que los mercados no tienden al equilibrio, no se aproximan espontáneamente a un óptimo en la asignación de recursos ni producen resultados distributivos equivalentes a la productividad marginal de cada factor de producción, mientras en el funcionamiento social influyen las situaciones de poder relativo de los actores de la actividad de producción, consumo y distribución y que existen roles amplios para los gobiernos, los manuales con enfoques llamados "heterodoxos" como, entre varios, los de Daly y Cobb (1993), Chang (2015), Fischer y otros (2018) y Economistas sin fronteras (2020), ponen el acento en las interacciones sociales y el rol de las prácticas institucionales para explicar el proceso económico y sus consecuencias distributivas y ambientales. Bowles y Carlin (2020) sostienen que se debe procurar que los modelos de análisis económico utilizados sean "una aproximación suficientemente buena a la economía empírica", a la vez que
"los paradigmas exitosos de política combinan un conjunto de valores éticos con un modelo respecto a como funciona la economía, una de cuyas propiedades es que perseguir esos valores éticos contribuya al desempeño de la economía tal como está representada en el modelo".
Vinculadas a este tipo de enfoques, se puede enunciar las siguientes proposiciones principales de la economía:
1: Los bienes económicos son los que no están inmediatamente disponibles para ser consumidos por las personas para satisfacer sus necesidades y deseos y requieren ser producidos, lo que ocurre mediante agentes de producción que cooperan en algunos ámbitos y compiten en otros y tienen fines de lucro, fines públicos o comunitarios, bajo diversas formas de división del trabajo y de regímenes de propiedad y de distribución de los ingresos.
2: El nivel de vida promedio de los países y territorios evoluciona según su capacidad de producir bienes económicos al mínimo costo dados los recursos y tecnologías disponibles, en vínculo con su especialización y posición internacional. Crece a la par del capital público y privado acumulado en infraestructuras y capacidades humanas y de los ritmos de la innovación y adaptación tecnológica que aumentan la productividad del trabajo.
3: Los países buscan abastecerse fuera de sus fronteras de los bienes y tecnologías de los que no disponen o que pueden importar a precios inferiores a aquellos que sus consumidores y productores pagarían si se produjeran internamente. Los países requieren desarrollar capacidades de exportación de bienes y servicios o de importación de capital para obtener las divisas que les permitan adquirir lo que importan y aprovechar economías de escala en mercados más amplios. En algunos casos optan por producir aquellos bienes que consideran necesarios para su autonomía aunque su costo sea mayor.
4. Las estructuras económicas modernas combinan especializaciones productivas, mercados descentralizados con múltiples oferentes y demandantes, mercados concentrados con asimetrías de poder y mecanismos fuera de mercado de intercambio familiar y comunitario basados en la reciprocidad, junto a instituciones estatales que enmarcan la actividad económica y redistribuyen sus frutos.
5: Una parte de la sociedad obtiene, o complementa, sus ingresos con los rendimientos o rentas que provienen de la posesión y uso de un capital acumulado. El capitalismo es el sistema basado en la acumulación privada ilimitada de capital. La mayoría de las personas tiene su fuerza de trabajo como medio principal para procurar acceder a bienes económicos, ya sea a cambio de un salario pagado por un agente económico -que no siempre refleja su aporte al valor de la producción- o mediante el autoempleo independiente.
6: Los gobiernos regulan el funcionamiento de los mercados de bienes y de capital y trabajo, emiten moneda de curso legal, cobran impuestos y producen y/o suministran bienes a la población, en modalidades y magnitudes que pueden incentivar o desincentivar la cohesión social, el trabajo, el ahorro y la contribución de las distintas categorías sociales al bienestar de las sociedades.
7: Los gobiernos subsidian total o parcialmente el suministro de bienes demandados que de otro modo no estarían disponibles o no lo estarían en cantidad suficiente, dados los recursos disponibles, como la protección territorial soberana, la seguridad, el conocimiento, las infraestructuras, los equipamientos y servicios urbanos y la preservación de los bienes comunes naturales o culturales. Son bienes que suelen no tener un costo adicional por usuario, por lo que no tiene justificación cobrar individualmente por ellos, o no es posible hacerlo.
8. Los gobiernos subsidian total o parcialmente, y en algunos casos obligan a consumir, los bienes que tienen efectos positivos sobre terceros y cuyo precio de mercado limita su oferta, como la difusión de la innovación tecnológica y los servicios de educación y de atención de salud. También establecen y regulan seguros que cubren riesgos y que suelen tener asimetrías de información entre oferentes y demandantes que impiden o limitan su oferta, varios de los cuales sostienen los ingresos de las personas ante situaciones como la enfermedad, la discapacidad o el desempleo.
9. La demanda agregada de familias y empresas puede ser menor a la capacidad existente de producir bienes y provocar desempleo (si es mayor puede provocar inflación de precios), por lo que el gobierno la aumenta (o disminuye) con déficits (o excedentes) fiscales y mediante cambios del costo del crédito a las empresas y personas. En algunas coyunturas, las economías enfrentas disyuntivas de mayor inflación o mayor desempleo.
10: Los gobiernos prohiben, limitan o encarecen las transacciones de mercado que provocan efectos negativos sobre terceros y en que los causantes no pagan por ellos de no mediar la acción pública, como las contaminaciones y la depredación de recursos naturales, con el objetivo de preservar la salud humana y la resiliencia de los ecosistemas.
¿Qué se puede esperar de los economistas?
¿Puede la economía como disciplina diagnosticar las evoluciones económicas con suficiente precisión y capacidad predictiva y, a la vez, favorecer el interés general de las sociedades? No existe una respuesta unívoca a esta interrogante.
La noción de interés general, como antinomia del interés particular, se emparenta con la de bien común, que proviene de una larga tradición desde Santo Tomás de Aquino. La idea del interés general deriva en alguna medida de la "voluntad general" de Jean-Jacques Rousseau, y se puede definir, siguiendo al jurista Didier Truchet (2017), como la que
"designa siempre las necesidades de la población, o para retomar la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, 'la necesidad pública': es de interés general lo que esas necesidades comandan o permiten en un lugar dado y en un momento dado".
La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 recoge lo que entiende es la voluntad de las naciones de basar su funcionamiento en "la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres", y defender la aspiración al
"advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias...considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión...resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad."
Autores como Jeffrey Sachs (2021) hacen, por su parte, una explícita declaración normativa en su concepción de la economía:
"Todos los seres humanos tienen las mismas necesidades económicas fundamentales para lograr una buena vida, en particular los derechos económicos enumerados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por lo tanto, las sociedades deben garantizar el acceso universal a estos derechos económicos fundamentales para asegurar que 'nadie se quede atrás'. Las personas privadas de estos derechos económicos (por ejemplo, la falta de acceso a alimentos suficientes, agua potable, vivienda, educación o atención médica) sufren una grave pérdida de bienestar."
También la hace en otro sentido el liberal Friedrich Hayek (1990):
"Con excepción del mecanismo a través del cual el mercado competitivo procede a distribuir los ingresos, no existe ningún método conocido que permita a los diferentes actores descubrir cómo pueden orientar mejor sus esfuerzos al objeto de obtener el mayor producto posible para la comunidad (...). Cuanto más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su propia planificación".
¿Qué lógica económica está en mejores condiciones de promover el interés general? Las escuelas económicas liberales sostienen que las economías de mercado con un mínimo de interferencia estatal -más allá del orden público y la defensa nacional- son las que maximizan el bienestar agregado y las que deben considerarse deseables y dignas de ser promovidas. Esta perspectiva postula un óptimo en la asignación de recursos logrado a través de la "mano invisible del mercado", que llevaría a situaciones en las que se agotan las transacciones mutuamente beneficiosas y cualquier modificación disminuye el bienestar de alguien (el “óptimo de Pareto”). Pero incluso autores provenientes de la tradición neoclásica como Jean Tirole (2017), como ya lo habían hecho entre otros Marx y Keynes desde diferentes perspectivas, cuestionan la idea de Adam Smith (1776) de un óptimo social producido por la interacción de mercado en la que sus actores persiguen solo su interés propio:
"ya sea que seamos políticos, empresarios, asalariados, cesantes, trabajadores independientes, altos funcionarios, agricultores, investigadores, sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, todos reaccionamos a los incentivos a los que nos enfrentamos. Estos incentivos —materiales o sociales—, unidos a nuestras preferencias, definen nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ir en contra del interés colectivo. Esa es la razón por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad. Es, como mucho, un instrumento, y un instrumento muy imperfecto, si se tiene en cuenta la discrepancia que puede haber entre el interés privado de los individuos, los grupos sociales o las naciones y el interés general."
Estas corrientes afirman que detrás del reclamo de neutralidad analítica, suele haber postulados normativos, en particular de prioridad de la maximización de las condiciones materiales individuales por sobre las condiciones de equidad en la sociedad y de resiliencia de los ecosistemas, y que el rol de los gobiernos y de las acciones colectivas en las sociedades es indispensable para aproximarse a algún tipo de definición del interés general o del bien común de las actuales y las futuras generaciones, preferentemente a través de mecanismos deliberativos y democráticos. Sostienen que la base productiva del capitalismo son unidades de producción autónomas, pero al mismo tiempo jerarquizadas según su tamaño y posición en la división del trabajo y en los diferentes regímenes de acumulación de capital y de distribución de ingresos, y que proveen bienes y servicios y evolucionan en mercados en los que los precios son determinados por las características de la oferta -competitiva, pero más frecuentemente oligopólica o monopólica- y de la demanda de consumo de los hogares, de inversión de las empresas y de consumo e inversión canalizados por el gasto público.
Una economía de interés general o del bien común se puede definir como aquella en la que se subordina la acumulación de capital y la distribución de riqueza e ingresos de mercado a fines sociales y ecológicos deseables para hacer prevalecer el interés general en sociedades en las que puedan erradicarse las violencias, explotaciones, depredaciones y discriminaciones y atenuarse las desigualdades de género y de ingreso y riqueza. Y también restringirlos o sustituirlos en diversos ámbitos de la producción y distribución de bienes económicos para hacer posible el acceso universal a condiciones de vida humanamente dignas.
La experiencia indica (ver el capítulo respectivo) que este tipo de economía no se obtiene mediante una centralización generalizada que burocratice la asignación de recursos o la subordine a mecanismos de dominación estatal arbitrarios. La centralización económica no puede sustituir miles de decisiones económicas cotidianas y puede desestimular la innovación y la eficiencia productiva, en ausencia de condiciones competitivas que otorguen opciones alternativas a los consumidores al mínimo costo dadas las tecnologías disponibles. La flexibilidad y suficiencia en los suministros a la población requiere de mercados que aseguren cotidianamente, en economías complejas y a través de múltiples intercambios descentralizados y desconcentrados, la producción de bienes y servicios de consumo rival y de adquisición individual demandados por la sociedad, o subsidiados para la franja de la población que no logra adquirir bienes básicos. Estos mercados no pueden ser sustituidos sin costos de eficiencia en la función de coordinar, a través del sistema de precios, las ofertas y demandas descentralizadas de productores y consumidores, pero funcionan mejor sujetos a una regulación social y ecológica para asegurar su orientación hacia el interés general.
Una economía de interés general o del bien común supone combinar ámbitos socializados y otros en los que prevalecen ofertas y demandas descentralizadas en mercados regulados, con agentes privados con afán de lucro pero con incentivos suficientes para estimular la innovación en la producción sujeta a competencia, en beneficio de los usuarios y consumidores y del ambiente. Mantener el carácter mixto de los agentes económicos puede integrar la planificación de inversiones de largo plazo, según mandatos provenientes de sistemas políticos democráticos, y estimular la provisión estatal de bienes comunes -ambientales, sociales y culturales- y la de bienes de consumo colectivo o con efectos colectivos sustanciales, que de otro modo serían producidos de modo insuficiente con el efecto de disminuir el bienestar agregado, o de modo excesivo en el caso de las producciones de bienes con externalidades negativas. La planificación del suministro de bienes comunes y bienes públicos o de bienes privados con externalidades positivas, es indispensable para el logro global de un bienestar equitativo y sostenible. Frente al desafío ecológico, las economías orientadas al interés general deben proponerse hacer crecer ciertas cosas y decrecer otras, con los incentivos y desincentivos respectivos. Y requieren de una base productiva dinámica que incluya empresas públicas estratégicas, empresas privadas con fines de lucro, empresas privadas con fines múltiples y empresas y actividades de economía social y solidaria, que son las integran prácticas de democracia económica (Schweickart, 2002).
El rol de una economía del interés general o del bien común es el de procurar un funcionamiento económico con menos fluctuaciones evitables de los mercados, mayores grados de igualdad distributiva y menor carga destructiva sobre los ecosistemas, es el de orientar la conducta de los agentes de la economía hacia maximizar la creatividad productiva sostenible y la simultánea reducción de las brechas entre posiciones sociales y de ingresos y en materia de género, pertenencia étnica o estatus. Esto depende de la prevalencia o no de coaliciones sociales con capacidad de intervenir de manera suficiente sobre el predominio de la acumulación ilimitada y desigual de capital y de orientar la vida económica según las preferencias mayoritarias que las sociedades van determinando o logrando en su evolución histórica.
Como se observa, en la teoría económica las clásicas preguntas del manual de Paul Samuelson (1948 en adelante) sobre ¿qué, cuánto, cómo y para quién se produce? siguen y seguirán teniendo respuestas variadas. También ocurre lo propio con las respuestas a la pregunta más relevante para la política económica: ¿qué combinación y coordinación de mercado y políticas públicas produce los mejores resultados de manera simultánea en materia de dinamismo productivo, sostenibilidad ambiental y equidad distributiva?
Al no existir en la disciplina académica que estudia la economía un cuerpo de conceptos, premisas y supuestos a partir del cual hacer funcionar una ciencia deductiva homogénea, resulta pertinente remitirse a la antigua recomendación de prudencia de Maurice Dobb (1938):
“por ahora, parece que el modo más satisfactorio de definir la economía es hacerlo en términos de la cuestión que se pregunta y cuya respuesta se busca y definir, de manera semejante, las escuelas ideológicas rivales en términos de las diversas cuestiones que se proponen a sí mismas o de las diferencias de los tipos de respuesta que ofrecen”.
Cabe considerar, en todo caso, la visión de Robert Solow (1985):
"las verdaderas funciones de la economía analítica son (...) organizar nuestras percepciones necesariamente incompletas sobre la economía, ver conexiones que el ojo indocto no percibiría, contar historias causales plausibles -en ocasiones incluso convincentes- con la ayuda de unos pocos principios centrales, y realizar juicios cuantitativos aproximados sobre las consecuencias de la política económica y otros eventos exógenos (...) Tan pronto como las series de tiempo son suficientemente largas para ofrecer la esperanza de poder discriminar entre hipótesis complejas, la verosimilitud de que permanezcan estacionarias disminuye y los niveles de ruido se hacen correspondientemente altos. En estas circunstancias, un poco de astucia y persistencia pueden proveer casi cualquier resultado que se quiera. Creo que es por eso que muy pocos econometristas han sido alguna vez forzados por los hechos a abandonar una creencia firmemente sostenida...Los intereses de la economía científica serían mejor servidos por una aproximación más modesta. Hay suficiente para nosotros sin pretender una grado de completitud y precisión que no podemos entregar”.
Y también la de Dani Rodrik (2021):
"las palabras clave de una economía verdaderamente útil son contingencia, contextualidad y no-universalidad. Cartografiar los vínculos entre las circunstancias del mundo real y la deseabilidad de diferentes tipos de intervenciones es en lo que consiste la buena economía".
En medio de las controversias sobre el objeto y alcance de la economía como disciplina académica, la American Economic Association ha establecido un código de ética (2018) que puede servir como referencia y que declara que la investigación económica
"requiere integridad intelectual y profesional. La integridad demanda honestidad, cuidado y transparencia al realizar y presentar la investigación; la evaluación desinteresada de ideas, el reconocimiento de los límites del conocimiento experto y la revelación de conflictos de interés percibidos o reales (...) Los economistas tienen tanto una responsabilidad individual por su propia conducta como una responsabilidad colectiva de promover una conducta profesional. Estas responsabilidades incluyen el desarrollo de arreglos institucionales y de un entorno profesional que promueva la libre expresión en lo que respecta a la economía".
Referencias y lecturas adicionales
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Resumen
1. La economía es la disciplina de las ciencias sociales que estudia el modo en que las sociedades crean y utilizan los recursos de los que disponen para producir, intercambiar y consumir bienes y distribuir ingresos, así como sus consecuencias sobre el bienestar humano y los ecosistemas.
2. Los bienes económicos se diferencian del resto de los bienes en tanto no están inmediatamente disponibles y requieren ser producidos y suministrados en el contexto de instituciones y sistemas de relaciones sociales. Esta producción puede estar destinada a satisfacer directamente necesidades humanas o bien ser objeto de transacciones en mercados, estructurados por sistemas de ofertas y demandas, así como de redistribuciones, lo que depende de los sistemas y regímenes económicos, de las diversas motivaciones humanas y de las culturas que las moldean enmarcadas por las instituciones, así como del lugar que cada economía ocupa en la división entre centros y periferias y en las cadenas de producción que estructuran la economía en escala mundial.
3. La teoría económica neoclásica, hoy dominante, postula que existe una asignación de recursos en mercados competitivos dotados de una tendencia al equilibrio y que la distribución del ingreso deriva de la productividad marginal de los "factores de producción", si se respetan las condiciones de competencia perfecta. Para este enfoque, la intervención del Estado debe reducirse al mínimo para dejar funcionar libremente a los mercados, que a su vez garantizarían una óptima asignación de los recursos y maximizarían el bienestar general a lo largo del tiempo.
4. Las diversas escuelas estructuralistas e institucionalistas postulan, en cambio, que la asignación de recursos económicos no se puede explicar al margen de las reglas que hacen posible las transacciones de bienes y servicios y de los poderes que intervienen sobre ellas, en especial la emisión de moneda de curso legal y en el control público de los contratos para hacer posibles las transacciones descentralizadas que pudieran ser mutuamente beneficiosas. Sostienen que las economías son mixtas y que los mercados suelen operar con actores con poder asimétrico y con amplias economías de escala y barreras a la entrada que generan rentas por sobre las utilidades normales, obtenidas en condiciones competitivas, y que los precios no tienden a equilibrar los mercados porque están determinados no solo por las curvas de oferta y demanda sino también por el impacto de las variaciones de precios relativos en los ingresos reales, tanto en los mercados de productos y de capitales como en las relaciones del trabajo.
5. El debate positivo y normativo en economía gira alrededor de si el libre mercado resuelve o no la subsistencia de los miembros de la sociedad, la búsqueda del interés general y la igualdad de oportunidades de prosperar. Las corrientes liberales sostienen que es el mecanismo que mejor se aproxima a esa aspiración. Otras corrientes de pensamiento sostienen que una agenda de bienestar e igualdad efectiva de oportunidades debe incluir intervenciones institucionales sobre los mercados y no solo la corrección de las barreras que impiden la igualdad formal de oportunidades y de acceso a distintas posiciones sociales. Las corrientes de pensamiento más críticas se proponen transformar las condiciones estructurales de desigualdad de acceso a esas diferentes posiciones sociales e impedir la dominación de poderes privados asimétricos sobre el resto de la sociedad y la depredación de la naturaleza.
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