CUENTOS DE CIPRI

MI ENCUENTRO CON EL PRINCIPITO

Me encontraba paseando plácidamente con la silla de ruedas por las anchas e iluminadas calles de mi querido pueblo natal, en una preciosa y estrellada noche de verano, cuando al doblar una esquina me encontré con un muchachito bastante extraño.

-¡Que susto.! Casi me atropellas (protestó el chiquillo).

-Tranquilo hombre, que conduzco bien (le contesté riendo).

-¿Cómo te llamas? (preguntó el niño).

-Mi nombre es Cipriano, para los amigos Cipri, y sé quien eres tú. Eres el Principito.

-¿Por qué vas en ese artilugio tan raro? (dijo el rapaz).

-Es una silla de ruedas, voy en ella porque no puedo andar.

-¿Por qué no? (inquirió perplejo el principito).

-Al poco de nacer me dio una parálisis cerebral, debido a ello no puedo caminar, y lo que es mucho peor, no tengo ningún control sobre mis manos (le expliqué con toda naturalidad).

-Cipri, pero entonces, si no haces nada con tus manos, ¿cómo te las arreglas para lavarte, comer, asearte...? (dijo el infante cada vez más intrigado).

-Todo eso me lo hacen mis padres y hermanos (le contesté).

-Debe ser triste depender tanto de los demás, y no poder hacer nada tú solo, ¿no? (preguntó).

-Uno ya está acostumbrado. Además algunas cosas sí las hago yo solo, como verás conduzco mi silla de rueda. Además de eso, manejo la radio y la televisión; dibujo; escribo; etc. Todo ello con los pies.

-Pero te gustaría andar y ser una persona normal, ?no? (inquirió mi amigo).

-¡Claro que sí.! Me hubiera gustado ser un hombre como otro cualquiera: ir a la universidad; tener una profesión; formar un hogar; etc. Pero afortunadamente todo en esta vida tiene su lado positivo. Estando así, he tenido más tiempo que otras personas para contemplar el mundo que nos rodea, y unas de las cosas que más me han interesado observar han sido las cualidades humanas.

-¿Qué cualidades? (preguntó muy intrigado el pequeño).

-La inteligencia, la amistad, la solidaridad, la simpatía, y sobre todo, el amor.

-¿Por qué el amor? (interrogó el niño asombrado).

-El amor, querido amigo, ese amor con mayúscula que junto con la inteligencia, son las dos cosas que más distinguen a la persona humana de los demás seres vivos. Porque si bien la inteligencia es sumamente valiosa para nuestro desarrollo material, el amor es vital para el progreso espiritual: por lo cual, en mi humilde opinión, es considerablemente más importante para el hombre, el amor; ese amor es lo que más nos acerca a la divinidad: ya lo decía la célebre e ilustre abulense, Santa Teresa de Jesús: "lo verdaderamente importante no es saber mucho, sino amar mucho" (le argumenté con todo convencimiento).

-¡Que bonito es lo que has dicho,! bien sé yo que eso es cierto, no sabes lo mucho que quiero a la flor que tengo en mi asteroide, y eso que es desmesuradamente orgullosa, pero como la he cuidado siempre con todo mi amor, para mí no existe ninguna flor tan hermosa en todo el universo, pero eso la gente no lo entiende. Que razón tenía mi querido amigo el zorro cuando me dijo: "no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos" (recordó visiblemente emocionado).

-¡Que gran verdad te enseñó tu amigo.!

-Cambiando de tema: ¿es cierto que escribes con los pies? (inquirió el infante).

-Sí. Desde finales de 1993 lo hago con el ordenador, gracias a un aparato que llamo podocornio y que pongo en mi pie izquierdo. Pero también dibujo con un lápiz que pongo entre los cordones de mi zapatilla izquierda.

-Quiero que me dibujes el podocornio, con tus pies (dijo el dueño del asteroide B 612, al tiempo que me dejaba un lápiz y un papel en el suelo).

No sin ciertas dificultades, introduje el lápiz entre los cordones de mi zapatilla izquierda y me puse a dibujar. Cuando hube acabado, se lo entregué diciéndole: "no estará muy bien que digamos, pero como todos los que he dibujado para distintas personas, está hecho con todo mi corazón."

-Esa es la mayor belleza que me puedes ofrecer, hacerlo con tu corazón. Desde luego no podrás salir por ti solo de entre esos barrotes de hierro que forman tu silla de ruedas, pero eres más feliz que la mayoría de la gente que conozco. En definitiva, tu vida es una hermosa y misteriosa victoria del amor (afirmó el principito, que de vez en cuando le daba por filosofar).

-Ya sabes lo que dice un celebre y práctico proverbio chino; "conócete; acéptate; supérate." Pero realmente el mayor mérito no es mío, sino de los que con tanto cariño me han tratado: sobre todo mis queridos y abnegados padres; mis comprensivos y serviciales hermanos; mis inolvidables 18 profesores; y un gran número de estupendos familiares y amigos, sin los cuales no hubiera tenido una existencia tan plena de amor y alegría (le expliqué no sin sentir una gran emoción).

-¿Profesores.? ¿Fuiste al colegio estando así? (dijo el niño).

-No. Desinteresadamente me dieron clase en mi casa unos maravillosos universitarios, gracias a los cuales conseguí sacar el título de Graduado Escolar, y lo que es más importante, me hicieron mucha compañía cuando más falta me hacía.

El principito me dio una palmada en la espalda, y me dijo: "¡adiós.! Tengo que volver a mi asteroide, pero me voy muy contento por tenerte como un nuevo amigo, pues me ha hecho mucha ilusión conocerte y ver que a pesar de la gran deficiencia que padeces, estás lleno de alegría, fruto del amor que recibes de tantas personas buenas que tienes a tu alrededor. Consérvala, y sigue teniendo ese gran empeño por hacer cosas por ti mismo."

Quedé observando como se iba alejando. Cuando ya no me fue posible verlo, miré al cielo estrellado para ver el astro de mi pequeño amigo, en ese momento recordé la hermosa frase que le dijo el zorro al principito. Cerré los ojos de la cara y abrí los del corazón, y fue entonces cuando vi no sólo el asteroide, sino también a su pequeño dueño regando con inmenso amor a su querida flor. Ese fue unos de los momentos más felices de mi vida.

FIN.

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Este cuento está basado en el famoso libro, "El principito." Escrito por el francés Antoine de Saint-Exupery (1900-1944).

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EL AJEDREZ ENSEÑA A VIVIR

Primera parte.

La familia: la mejor defensa.

Conduciendo su silla de ruedas con el pie izquierdo, único miembro que controla perfectamente, Gregorio (familiarmente llamado Goyo), paseaba plácidamente por debajo de la frondosa y alta higuera que daba sombra a buena parte del pavimentado patio de su rústica casa labriega, situada a los pies de una iglesia, cuyo alto campanario, de los denominados de espadaña, se ve casi en su totalidad por encima de las no muy elevadas bardas que rodean gran parte del recinto. No se cansaba de contemplar el suave vuelo de la cigüeña cuando entraba y salía de su nido, que tenía instalado en lo más elevado de esta típica construcción religiosa.

Salió bruscamente de aquel ensimismamiento cuando sonó la alegre campanilla situada encima de la pequeña y vieja puerta que daba acceso al recinto. Este sonido que tanto le gustaba a nuestro protagonista, avisaba de que alguien acababa de abrir la pequeña puerta y estaba pasando por el corto pero empinado callejón que desemboca en el patio, que en un todavía reciente pasado, fue el corral donde sus padres guardaban conejos, gallinas y algunas ovejas. Instantes después, Goyo vio a unos muchachos que iban bajando la pronunciada pendiente. Eran Cristina y Jaime, los adolescentes a los que había enseñado a jugar al ajedrez.

- Buenas y calurosas tardes, chicos, -les dijo alegremente Goyo con su distónica pronunciación, añadiendo- ¿estáis preparados para jugar la final del campeonato de 1999?

- Sí. -contestó Jaime. Y mirando a su rival burlonamente, apostilló-, por lo menos yo.

- Ya os he puesto las piezas colocadas en el tabledo -dijo Goyo, indicando con su pierna izquierda extendida hacia el tablero-.

Cristina y Jaime se acercaron hacia donde les había señalado y se sentaron en unos almohadones que había en el suelo. Habitualmente, Goyo les ponía el ajedrez en el suelo para poder indicarle con sus pies las jugadas que debían realizar. De esta forma, les enseñó en un par de años lo que buenamente pudo de este precioso juego de estrategia y habilidad mental.

Mientras nuestro protagonista arbitra el duelo ajedrecístico, hablemos brevemente sobre su discapacidad física. Goyo nació prematuramente y a los pocos días, sufrió una parálisis cerebral. A causa de ello padece desde entonces una discapacidad denominada actualmente por la medicina, síndrome disquinético distónico. Disquinético significa que no controla adecuadamente los movimientos; y distónico, quiere decir que no tiene el tono muscular normal. Es decir, que lo mismo se pone muy rígido, como se queda extremadamente flácido. En su caso, los brazos y las manos son las partes más afectadas. Las piernas, aunque no le permiten andar, las controla tan bien (especialmente la izquierda), que no sólo maneja su silla de ruedas con ellas, sino que además, le permiten realizar otras múltiples cosas, verbigracia: conducir su silla de ruedas; pasar hoja a los incontables libros que lee poniéndolos en el suelo; manejar la radio; la televisión; etc.

- ¡Rey ahogado! -exclamó Cristina, con una mezcla de alivio y sorpresa-.

- Jaime, os he dicho mil veces que hay que tener cuidado con no ahogar al rey -dijo resignadamente Goyo. Apostillando-, tú has querido recrearte hundiendo moralmente al rival, capturándole todas sus piezas y coronando hasta tres veces. Mas al final, el humillado fuiste tú. En el ajedrez, como en la vida misma, no hay que ir buscando tanto los fallos de los demás, sino nuestro propio acierto, pensando siempre cual es la jugada más idónea para ganar lo más rápida y brillantemente, sin necesidad de "masacrar" a las piezas adversarias.

Los finalistas, después de escuchar le recriminación que tantas veces les había hecho su peculiar profesor de ajedrez, acordaron seguir al día siguiente con su particular duelo ajedrecístico. Se despidieron de Goyo y se marcharon comentando el desarrollo de la partida.

Para cualquier persona normal, y ¡ay de la que no lo sea!, la familia es un factor clave en el desarrollo del ser humano. Si esto es cierto en un ámbito de normalidad, que decir ante un caso como el de Goyo, sino que como él mismo ha dicho en reiteradas ocasiones hablando con la gente, "mi familia, sobre todo mis padres, son las poderosas columnas de Hércules sobre las que siempre ha descansado mi existencia." No exagera ni un ápice nuestro protagonista, pues gracias al tesón, incansable trabajo y al maravilloso carácter voluntarioso de sus abnegados padres, Goyo disfruta de una vida aceptable, dentro de las grandes limitaciones que acarrea su parálisis cerebral. El ejemplo de lucha de sus progenitores, le sirve de acicate para luchar por vencer o para adaptarse a las adversidades derivadas de su minusvalía, devolviendo de esta forma la hermosa lección de amor dada por ellos. Qué razón tiene Homero cuando sentencia: "las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra."

Durante los largos y fríos meses de invierno, Goyo apenas podía salir algún rato de paseo. Sin embargo, esto no cortaba la fluida comunicación que tenía con muchos de sus vecinos, que como habitualmente ocurre en pueblos tan pequeños como éste, también eran familiares. Casi todas las noches, una vez concluida la dura jornada de trabajo en los campos, en donde se ganaban el pan, al igual que sus padres, la inmensa mayoría de sus amistades, iban a charlar con él. En este cálido ambiente de relaciones humanas, creció nuestro protagonista, gozando enormemente con todas esas visitas, pues si con sus coetáneos disfrutaba mucho hablando de temas relacionados con su edad, con la gente mayor, aprendía de sus dilatadas experiencias personales. En uno de aquellos prolongados y crudos inviernos, cuando contaba con unos diez años, Don Demetrio, el viejo maestro invidente del pueblo, le enseñó a jugar al ajedrez. Le gustaba tanto este juego que, aunque fuese en solitario desarrollando partidas de los libros, disfrutaba enormemente. Lo único que competía con el ajedrez entre las preferencias de Goyo, era la lectura. Con ella se pasaba las horas muertas leyendo libros, al amor de la lumbre del negro llar, donde en aquel tiempo aún cocinaba su madre.

El advenimiento del buen tiempo, significaba una auténtica liberación personal para Goyo, pues de nuevo podía volver a pasear con su silla por el pueblo. Además, con la llegada del verano regresaban al pueblo con sus familias muchos de los que durante el resto del año trabajaban en ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao, etc; por lo cual, tenía más gente con la que hablar. Durante esa época estival era cuando Goyo había enseñado a jugar al ajedrez a los chicos y chicas que se encontraban de vacaciones en el pueblo. Su paciencia, simpatía y cariño hacia sus "alumnos" le hicieron ser una persona muy querida entre la chiquillería del pueblo.

Segunda parte.

Afán de superación: el mejor arma para desarrollar la partida.

Goyo disfrutaba enormemente oyendo los melodiosos cantos de las distintas clases de pájaros que pululaban por aquella comarca, mientras conducía por la calle su vehículo de tracción personal, como él humorísticamente decía algunas veces, para referirse a su silla de ruedas. Hablaba con toda la gente que hallaba a su paso, lo mismo le daban ancianos, jóvenes, que niños. Esto le hacía sentirse muy feliz, pues veía que estaba plenamente integrado en la sociedad, finalidad ésta muy deseada por todos los minusválidos y que tanto cuesta conseguir en otros ambientes menos cálidos humanamente que el de aquel pequeño pueblecito de escasamente cien habitantes.

Una de las cosas que más le satisfacía a Goyo era poder entrar y salir de casa sin ayuda de nadie. Esto lo había conseguido cuando le hicieron una rampa de cemento para salvar el trío de peldaños que existían para acceder a su casa. Sobraban dedos en una mano para contar los edificios del pueblo de los que se pudiera decir lo mismo en cuanto a accesibilidad. Entre esas escasas excepciones, se encontraba la casa de Don Demetrio, una edificación moderna de ladrillo, que contrastaba con las de tierra prensada, que aun era la norma generalizada de este típico pueblecito del antiguo reino de León.

- ¿Hay alguien en casa? -preguntó Goyo, mientras entraba en el patio de Don Demetrio a través de sus grandes puertas traseras-.

- Pasa hijo, estoy aquí -respondió la voz ronca y fatigada del dueño de la casa-.

Al doblar una esquina del ajardinado patio, Goyo vio debajo de una enorme acacia, la para él entrañable figura del anciano invidente, sentado en un gran taburete de madera.

- Buenos días. Antes de que hablaras, ya sabía que venías porque Lucero salió embalado a recibirte, y eso sólo lo hace cuando le ordeno algo o cuando oye el ruido de la silla de ruedas y de tus zapatillas al frenar sobre el cemento de la calle -manifestó Don Demetrio. Al tiempo que acariciaba el suave pelo de su perro lazarillo, preguntó-. ¿A que no sabes por qué le llamo Lucero? Es por la sencilla razón de que es la única luz que me queda para poder andar sin tropezar con el primer obstáculo que encuentre.

- Sin duda un nombre muy apropiado. Es un chucho que me quiere mucho. Será porque yo también le acaricio -apostilló nuestro protagonista, al tiempo que pasaba su zapatilla izquierda suavemente sobre el peludo lomo del can. Luego inquirió-, ¿cómo está hoy? Don Demetrio.

- Tirandillo, hijo, tirandillo, que no es poco -respondió resignadamente el anciano maestro, en cuyas demacradas facciones aun se vislumbraba el hombre alto, fuerte y elegante que en una época fue. Tras una breve pausa, prosiguió-. Soy muy viejo. Tengo más o menos la edad de tus abuelos, y todos ellos murieron hace ya mucho tiempo. El próximo año, si mis achaques no lo impiden, cumpliré cien. Además, si llego al 1 de enero de 2001, habré vivido en tres siglos diferentes. Te explicaré brevemente el porqué: la era cristiana no tiene año cero, esto hace que los años acabados en el dígito cero sean el final de una década, los terminados en cero cero el final de siglo. Por lo tanto, yo, al nacer en 1900 soy del siglo XIX, y en el año 2001 tendré parte de tres centurias.

- Es verdad. El siglo XXI empieza en esa fecha que usted dice. No comprendo como ante un problema matemático tan elemental como éste, mucha gente mantiene que el siglo XX acaba con este año 1999 -manifestó desconcertadamente Goyo-.

- Es fácil y triste de comprender. Este es uno de los incontables ejemplos en el que vemos que muchas personas padecen una voluntaria "anorexia cerebral" por no realizar el noble, pero duro trabajo de pensar por si mismos, prefiriendo delegar sus opiniones o creencias, en manos del primer famoso que aparezca en radio o televisión. Esté o no, capacitado para ello -argumentó el anciano, resignadamente. Tras unos segundos de pausa, iluminándose los ojos, dijo-. No te imaginas el bien que les estás haciendo a esos muchachos a los que les enseñas a jugar al ajedrez, pues este juego es un inmejorable ejemplo de que nada importante se puede alcanzar si no es con un buen planteamiento de los problemas y un inquebrantable afán de superación personal.

- Les enseño lo que buenamente puedo -dijo humildemente Goyo-.

- ¿Qué más se puede pedir? Nadie mejor que un viejo maestro como yo, sabe lo difícil y a veces incomprendido que es el enseñar. Sin embargo, para mí no existe otra ocupación tan hermosa como esa, pues es tremendamente gratificante enriquecer con tus conocimientos, la vida de los demás. Cuando dejé la docencia a los 50 años por mi ceguera, no sabía que hacer. Menos mal que entre mi esposa, mis hijos y amistades, me hicieron salir del abismo moral en el que me había metido -recordó visiblemente emocionado Don Demetrio. Segundos después, recuperando el tono normal de voz, dijo-. Dejemos el pasado y desempolvemos un poco nuestras neuronas. ¿Has traido lo nuestro?

- ¡Cómo se me iba a olvidar! -exclamó alegremente Goyo mientras se ponía al lado de su amigo-.

- Aquí está -murmuró Don Demetrio, al tiempo que palpando, introducía su mano en el bolsillo de la camisa de Goyo, sacando un recorte de periódico que contenía un problema de ajedrez, lo posó sobre la pequeña mesa que tenía delante de él, diciendo-. Ahí está, léelo. En cuanto al damero, creo que ya nos lo puso mi nieta en el suelo, para que puedas mover las piezas con tus pies.

- Sí. Ya lo veo -respondió nuestro protagonista. Agregando-. Lo hacemos como siempre. Mientras pongo las piezas en los cuadritos que indica el gráfico del problema, se lo voy leyendo para que usted vaya haciéndose una imagen mental de la situación. Por más que me lo ha explicado cientos de veces, no comprendo cómo tiene esa capacidad de jugar al ajedrez sin ver. ¡Y cómo juega!

- Goyo. ¿Cómo te tengo que decir que los ojos que más ven están dentro de nosotros mismos? -le recordó por enésima vez el ciego. Agregando-. ¿Cuántas veces te han dicho por ahí: "andá, pero si juega al ajedrez con los pies, qué mérito tiene"?. Sin embargo, tú sabes que lo auténticamente importante no son tus pies, sino tu intelecto.

- Efectivamente, Don Demetrio. La mayoría de las veces las cosas menos sustanciales son las que más nos deslumbran, impidiéndonos ver las auténticamente importantes -reconoció el paralítico cerebral, que con su deficiente voz prosiguió diciendo-. Bueno, vamos a lo nuestro. La posición inicial es: blancas: rey, e6; torre, g8; alfil, a8; peones, c4, c6 y g6. Negras: rey, c7; torre, c8; alfil, a6; peones, d4 y h7.

- Está meridianamente claro. En principio, los intentos de coronar del peón blanco de g6 fracasan. Hay que encontrar otros caminos -manifestó Don Demetrio después de meditar un par de minutos-.

- ¡Caramba! !Qué rapidez de reflejos! -exclamó sorprendido nuestro protagonista, para a renglón seguido reconocer-. Efectivamente, no se logra coronar. La secuencia de jugadas sigue así....

- No me las digas. Quiero averiguarlas por mi cuenta -manifestó el invidente anciano, dando muestras de poseer una mente lúcida con ganas de ejercitarla. Al poco tiempo murmuró pensativamente-. Creo que será, 1; torre g7, jaque; a lo que las negras seguramente responderán rey b6 -Añadiendo pocos minutos más tarde-. Luego continuarán probablemente con 2; alfil b7, el alfil negro captura a c4 y da jaque. Hay que tener mucho cuidado ante cualquier jaque, pues el salvar al rey te puede costar la captura de alguna pieza importante. 3; rey e5, torre h8. Pues, de otra manera, las blancas ganan con bastante facilidad.

- ¡Genial! es justo lo que pone en el papel -exclamó un perplejo Goyo. Diciendo-. Por más que juego y hago problemas ajedrecísticos con usted, no sé que es lo que más me asombra, si su prodigiosa capacidad para "visionar" el tablero con las piezas colocadas en sus respectivos cuadritos, o su agudeza mental para resolver las más complicadas posiciones. A su lado me siento un novato, que sólo desea aprender cada día un poco más.

- Eso último es lo importante. Que tengas ganas de aprender -sentenció el anciano. Quien después de meditar unos momentos, continuó diciendo-. Ahora, 4; rey captura a d4, alfil g8. ¿A que crees que son tablas seguras? Pues no, presiento que nos encaminamos hacia un precioso desenlace. ¡Disfrútalo! -manifestó, saboreando cada movimiento. Después de reflexionar largo rato, sentenció-. 5; peón c7. ¿A que parece disparatado? Pues seguro que no lo es. Las negras responden con, 5; rey captura a b7. Ahora llega una efímera pero necesaria coronación con 6; peón c8, convirtiéndose en dama y dando jaque, el rey negro la captura en c8. El único fin de la existencia de esa dama fue desviar al rey rival, como verás de inmediato. 7; torre c7 jaque, rey captura a c7. Y ahí va el apoteósico remate. Fíjate bien. 8; peón g7. Aquel peón que al inicio del problema parecía imposibilitado para coronar, al final no sólo lo ha conseguido, sino que además captura a la pieza más valiosa del rival. Pero eso sí, nunca lo hubiera logrado de no ser por el generoso doble sacrificio de sus compañeras de equipo. ¡Es un final divino!

- El final es desde luego, divino. Pero aun lo es más usted -aseguró un perplejo Goyo-.

- No, hombre. Seguro que has escuchado infinidad de veces ese viejo refrán que dice "sabe más el diablo por viejo, que por diablo." Pues es cierto -aseveró Don Demetrio. Y explayándose ampliamente apostilló-. Desde que la ceguera me obligó a jubilarme, me paso horas y horas sin nada en que ocuparme, y uno de mis entretenimientos predilectos es desarrollar mentalmente partidas de ajedrez. Esto me sirve para analizar mejor los problemas de la vida misma, ya que, como te he explicado tantas veces, el ajedrez es una fuente inagotable de enseñanzas para enfrentarnos a las más enrevesadas situaciones. También nos hace ver la trascendental importancia que tiene la compenetración, armonía y solidaridad entre las piezas. Demostrándonos que, fichas que en principio parecen no poder cooperar en nada a la consecución del objetivo final del grupo, se convierten en imprescindibles protagonistas de las más bellas jugadas. Esto es perfectamente trasladable a la existencia humana, personas como tú o como yo, podemos aportar más de lo que a primera vista pueda parecer.

- Nunca le estaré lo suficientemente agradecido por haberme enseñado a jugar al ajedrez, pues, como usted bien dice, no sólo te diviertes y desarrollas la imaginación, sino que nos hace ver que cada decisión que se toma en la vida acarrea sus consecuencias -explicó Goyo convecidamente-.

- Créeme, al decirme esto último, ya has pagado con creces mis esfuerzos por enseñarte -aseguró emocionadamente el anciano invidente. Y después de una breve pausa, agregó-. Espero que no se te haya olvidado la que, en mi opinión, es la más hermosa de las múltiples lecciones que nos da este instructivo juego. Esta es sin duda la que dice que lo verdaderamente importante no es tanto vencer en nuestras grandes dificultades, en nuestro caso las derivadas de las discapacidades que padecemos, como la de derrotar con nuestra fuerza interior la frustración que éstas pudiesen acarrear. Así, un ánimo a prueba de los mayores reveses, transforma los obstáculos de la vida en retos no sólo asimilables por el espíritu, sino enriquecedores para él. De esta forma, nos sentiremos cada vez más seguros, que es lo auténticamente importante, pues sabremos no sólo que nada de lo que pueda pasar en el futuro nos va a dar el tan temido jaque mate de la desmoralización, sino que lo daremos nosotros mismos con la fortaleza interior que nos da el sabernos tan seguros.

- No. No se me ha olvidado. Gracias a lecciones como esa, he podido superar anímicamente, esta severa y peculiar deficiencia física que padezco -arguyó emocionadamente Goyo-.

- Me alegro de haber podido ayudarte con mis consejos. No olvides nunca que el mundo está diseñado como un inmenso tablero de ajedrez, en el que por muy bien planeada que lleves la partida, en cualquier jugada, por magistral que a priori te parezca, puede explotarte alguna de las innumerables minas de las que está sembrado el damero de la existencia, capturándote alguna pieza importante. Mas el rey, no, si eres lo suficientemente inteligente y prudente. Pero, ¿cual es el rey? El mejor "monarca" que cualquier persona puede defenderen la difícil partida de ajedrez que es la vida, es sin ninguna duda, el amor. Sin embargo, muchos se han confundido de rey y han defendido otras cosas, dejando olvidado y desprotegido al auténtico. Esta tremenda equivocación les ha provocado una enorme infelicidad. Además del rey, hay que tener en cuenta a las otras piezas del ajedrez, incluidos los tantas veces despreciados peones, pues si son utilizados con ingenio, pueden coronar y convertirse en las piezas que se necesite. En el polo opuesto, hay damas que se duermen en los laureles y son rápidamente capturadas por cualquiera -argumentó convencidamente el anciano-.

- Un estupendo símil, Don Demetrio -manifestó pensativamente Goyo. Luego, mirando hacía el enorme reloj solar que había en la cara meridional de una pared del patio, dijo-.Debo marcharme, pues ya va siendo hora de comer. No vaya a ser que, como dice mi padre, no tenga nada que hacer y además llegue tarde.

Tercera parte.

Inteligencia y amor; claves para el desenlace de la partida.

Aquella tarde, mientras reposaba la comida sentado plácidamente a la sombra de su higuera, esperando la llegada de los jóvenes ajedrecistas, Goyo meditaba sobre lo que habían hablado Don Demetrio y él en aquella agradable mañana estival. Estar con aquel excepcional hombre, siempre le había gustado enormemente. Recordaba con cariño los consejos y las sabias enseñanzas recibidas de él a lo largo de tanto tiempo. Algunos de aquellos consejos que Don Demetrio dio a nuestro protagonista fueron los siguientes: "haz como yo, no llores por no poder ver el sol, si no no podrás ver las estrellas". o "Goyo, ahí tienes el gran espectáculo del mundo. Contémplalo con ilusión, curiosidad y amor, ya que, amigo, si lo haces, tu vida se llenará de sabiduría, pues estar sentado en esa silla de ruedas desde tu más tierna infancia, no sólo no disminuye tu capacidad de observación, sino que la amplifica."Aquellas preciosas y realistas palabras se le quedaron grabadas en lo más profundo de su ser, intentando y consiguiendo casi siempre, ver la parte positiva de cualquier situación.

El alegre tintineo de la campanilla de la pequeña puerta del patio, hizo que Goyo volviese a la realidad después de estar absorto en sus pensamientos. Instantes más tarde, comprobó que se debía a que los adolescentes que debían jugar la final del torneo de verano, estaban entrando en el patio donde se encontraba.

- Buenas tardes, Goyo. Hoy me voy a llevar el título, como me llamo Jaime (dijo plenamente convencido el que estuvo a punto de ganar el día anterior).

- No creo que tú estés muy de acuerdo. ¿Verdad, Cristina? -ironizó Goyo para darle ánimos a la otra finalista. Añadiendo más seriamente-. Desde luego, pase lo que pase, espero que sepáis aceptar deportivamente el resultado, pues el que pierda, única y exclusivamente le deberá echar la culpa de su derrota a su propia incapacidad para derrotar al adversario, que no enemigo.

Poco después de esta advertencia, comenzó la partida entre los dos adolescentes sobre aquel tablero, que estaba como siempre, lleno de polvo y tierra por haberlo puesto Goyo con sus zapatillas, que lo mismo le servían para pasar hoja a un libro que para guiar su silla de ruedas.

- ¡Jaque mate! -exclamó eufórica, Cristina después de cincuenta minutos de partida-.

- ¡Enhorabuena, campeona! -le felicitó alegremente el minusválido. Segundos después, volviéndose hacia un desmoralizado Jaime, le dijo, al tiempo que con su pie izquierdo golpeaba afectuosamente la espalda del muchacho, en lo que más se puede parecer a una cariñosa palmada dada con una mano normal-. Tranquilo, Jaime. Hoy has perdido, pero otra vez ganarás. Una de las cosas más importantes que hay en este mundo, es el saber perder, encajando deportivamente y con afán de superación los reveses de todo tipo que nos da la vida.

- La tenía completamente controlada. No sé cómo ha podido dar ese mate -murmuró perplejo Jaime-.

- Son cosas que pasan -comentó Goyo. Apostillando-. Mientras tú te dedicabas, al igual que ayer, a capturar el mayor número posible de piezas rivales, ella, pausada pero concienzudamente, iba tejiendo con piezas de segundo orden, a las que tú no dabas mucha importancia, un imparable y precioso jaque mate.

- Creí que se daría cuenta del mate antes de que fuera inevitable -explicó Cristina algo más sosegada. Añadiendo-. De haberlo hecho, me hubiese ganado fácilmente, pues ya me quedaban pocas y malas fichas.

- Sin duda. Tu planteamiento fue extremadamente arriesgado -manifestó el árbitro. Agregando-. Hay que tener cuidado y saber en qué partidas debemos ponernos en peligro y en cuáles no. Es como la vida misma, en ella se puede decir que jugamos gran cantidad de partidas a la vez, no arriesgando lo mismo en las importantes que en las que no lo son. En este caso concreto, aunque era la final del torneo, tú te has aventurado porque intuías que tu contrincante seguramente picaría en el suculento anzuelo que le ponías delante de él.

Después de estos diálogos, los adolescentes se marcharon para la calle comentando la partida. Mientras tenía su vista perdida contemplando la veleta del campanario, nuestro protagonista vio bruscamente interrumpida su tranquilidad, por el tañer de las campanas. Aquel sonido, que durante toda su vida tanto le había gustado, hoy era muy triste, pues era el tradicional toque que se hace cuando alguien muere en el pueblo.

- ¿Sabes quién se ha muerto? -inquirió su padre al entrar en el patio. Y antes de que Goyo pudiese responder, espetó-. Se ha muerto Don Demetrio.

Aquella noche, Goyo fue con sus padres a casa del fallecido, en donde estaba instalado el velatorio. Al entrar en la habitación que servía como improvisada capilla ardiente, vieron la gran cantidad de gente que había. Al lado del cuerpo de Don Demetrio se encontraba su inseparable perro lazarillo.

- No hay quien lo saque de aquí -dijo la nieta del ciego-.

- Lucero. ¡Ven conmigo! -le susurró amablemente Goyo, al tiempo que con su pie izquierdo acariciaba suavemente el abundante y espeso pelaje de este Pastor Alemán-.

Ante la atónita cara de los allí presentes, Lucero salió del velatorio. El fiel can fue directo hacia la acacia en donde, debajo de sus frondosas ramas, estaba el taburete donde habitualmente se sentaba Don Demetrio. Al verlo pararse, Goyo fue hacia allí y contempló con tristeza el damero que se encontraba en el mismo lugar en donde aquella mañana el anciano maestro había resuelto brillantemente su último problema ajedrecístico. Todas las piezas estaban como las dejó el minusválido al irse para su casa. Goyo contempló la situación de las figurillas, recordando los ingeniosos movimientos producidos hasta llegar a la coronación del peón. Al verlo algo fuera de su casilla, fue a colocarlo en el centro de su escaque, pero en ese momento sobrevino un fuerte golpe de viento que derribó al peón. Cuando Goyo cogió con sus pies la ficha, comprendió el motivo por el que había sido la única en caer, estaba hueca porque se le había despegado la tapa, que además de servir de base a las figurillas, impide que se salga las arenillas que hay en su interior con el fin de darles mas peso. De pronto, se le iluminaron los ojos y el espíritu, al hallar una gran similitud entre lo ocurrido a su viejo maestro y al peón. Ambos, al sentirse liberados de sus "ataduras" terrenales, abandonaron el tablero para iniciar una nueva vida. Mientras que nosotros y las otras piezas seguimos jugando en el mismo tablero de siempre.

Aquella noche, Goyo no pudo conciliar el sueño pensando en su viejo maestro y sus sabios consejos. Cerrando los ojos, tal y como le había sugerido muchas veces el ciego, diciéndole: "hijo, las cosas esenciales son invisible a los ojos", rememoró con total nitidez la escena en la que Don Demetrio le dio la lección más hermosa y provechosa que nadie la ha dado, esta fue la siguiente: "la vida es una enorme mesa en la que jugamos partidas de ajedrez yuxtapuestas, a modo de simultáneas. No todas ellas tienen la misma importancia. Por lo que hay que volcar nuestras mejores energías en intentar vencer en las más importantes. Distinguir unas de otras, es lo que al fin y al cabo, diferencia una existencia rica en contenidos importantes para nuestro desarrollo como seres humanos, de las que no lo son tanto. A medida que vayas ganando las partidas más importantes de tu vida, tu pieza en el tablero general de la vida, se revalorizará. De esa forma, pondrás tu pequeño granito de arena para que la familia, la sociedad a la que pertenecemos y en definitiva, la humanidad entera, logre algún día vencer en esa gran partida de la evolución. Por cierto, no olvides que las más importantes partidas las jugamos con negras, es decir, son las más complicadas." Con lecciones como ésta, Goyo aprendió a ser luchador, a confiar y a entregarse al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos. Forjando de esta dolorosa forma nuestro camino en este gran damero de la existencia. En resumen, la vida es la partida más hermosa y difícil que imaginar se pueda.

FIN.