Canto VII de "La Araucana"

El poeta de Alonso de Ercilla, en su obra épica La Araucana, cantó las virtudes y las hazañas de Doña Mencía de los Nidos en unos admirables versos (Canto VII, octavas 20-31): 

Doña Mencía de Nidos, una dama

noble, discreta, valerosa, osada,

es aquella que alcanza tanta fama

en tiempo que a los hombres es negada;

estando enferma y flaca en una cama,

siente el grande alboroto y esforzada

asiendo de una espada y un escudo,

salió tras los vecinos como pudo.

Ya por el monte arriba caminaban,

volviendo atrás los rostros afligidos

a las casas y tierras que dejaban,

oyendo de gallinas mil graznidos;

los gatos con voz hórrida maullaban,

perros daban tristísimos aullidos:

Progne con la turbada Filomena

mostraban en sus cantos grave pena.

Pero con más dolor doña Mencía,

que dello daba indicio y muestra clara,

con la espada desnuda los seguía,

y en medio de la cuesta y dellos para;

el rostro a la ciudad vuelto, decía:

¡Oh valiente nación, a quien tan cara

cuesta la tierra y opinión ganada

por el rigor y filo de la espada!,

decidme ¿qué es de aquella fortaleza,

que contra los que así teméis mostrastes?

¿Qué es de aquel alto punto y la grandeza

de la inmortalidad a que aspirastes?

¿Qué es del esfuerzo, orgullo, la braveza

y el natural valor de que os preciastes?

¿Adónde vais, cuitados de vosotros,

que no viene ninguno tras nosotros?

¡Oh cuántas veces fuistes imputados,

de impacientes, altivos, temerarios,

en los casos dudosos arrojados,

sin atender a medios necesarios;

y os vimos en el yugo traer domados

tan gran número y copia de adversarios,

y emprender y acabar empresas tales

que distes a entender ser inmortales!

Volved a vuestro pueblo ojos piadosos,

por vos de sus cimientos levantado;

mirad los campos fértiles viciosos

que os tienen su tributo aparejado;

las ricas minas y los caudalosos

ríos de arenas de oro y el ganado

que ya de cerro en cerro anda perdido,

buscando a su pastor desconocido.

Hasta los animales que carecen

de vuestro racional entendimiento,

usando de razón, se condolecen,

y muestran doloroso sentimiento;

los duros corazones se enternecen

no usados a sentir, y por el viento

las fieras la gran lástima derraman

y en voz casi formada nos infaman.

Dejáis quietud, hacienda y vida honrosa

de vuestro esfuerzo y brazos adquirida,

por ir a casa ajena embarazosa

a do tendremos mísera acogida.

¿Qué cosa puede haber más afrentosa,

que ser huéspedes toda nuestra vida?

¡Volved, que a los honrados vida honrada

les conviene o la muerte acelerada!

¡Volved, no vais así desa manera,

ni del temor os deis tan por amigos,

que yo me ofrezco aquí, que la primera

me arrojaré en los hierros enemigos!

¡Haré yo esta palabra verdadera

y vosotros seréis dello testigos!

¡Volved, volved!» gritaba, pero en vano,

que a nadie pareció el consejo sano.

Como el honrado padre recatado

que piensa reducir con persuasiones

al hijo, del propósito dañado,

y está alegando en vano mil razones;

que al hijo incorregible y obstinado

le importunan y cansan los sermones:

así al temor la gente ya entregada

no sufre ser en esto aconsejada.

Ni a Paulo le pasó con tal presteza

por las sienes la iáculo serpiente,

sin perder de su vuelo ligereza,

llevándole la vida juntamente,

como la odiosa plática y braveza

de la dama de Nidos por la gente;

pues apenas entró por un oído

cuando ya por el otro había salido.

Sin escuchar la plática, del todo

llevados de su antojo caminaban;

mujeres sin chapines por el lodo

a gran priesa las faldas arrastraban;

fueron doce jornadas deste modo

y a Mapochó al fin dellas arribaban.

Lautaro, que se siente descansado,

me da priesa, que mucho me he tardado.

Primera  edición de La Araucana, 1569.