Neolítico

En la Península Ibérica, del VII milenio a.C. hasta mediados del III milenio a.C., tiene lugar el Neolítico. Este período representa un cambio económico muy relevante, ya que supone el abandono paulatino de las actividades económicas basadas en la caza y la recolección para pasar a la agricultura y ganadería. Como consecuencia de esto tiene lugar la sedentarización de la población, la aparición de la cerámica y de lugares de almacenamiento. 

La primera cerámica neolítica en la P. Ibérica es una cerámica impresa, la cerámica cardial (llamada así porque se realiza con un tipo de conchas), con bandas de motivos geométricos y formas de tendencia globular o esférica, como ollas, cuencos, vasitos y botellas con cuello y garrafas de almacenamiento con fondos convexos.

Coetáneo con la anterior, encontramos un horizonte de cerámicas impresas, pero no cardiales, e incisas, cubiertas con un engobe a la almagra, bien bruñido. Sus formas se asemejan a las de la cerámica cardial, también en los tipos de asas y pitorros o picos vertederos.

Reproducción de cerámica cardial realizada por Vicenta Rico

Además, desde  mediados del IV milenio a.C. hasta mitad del III milenio a. C. encontramos en la Península Ibérica un neolítico con cerámicas lisas. Esta fase avanzada presenta, a lo largo y ancho del territorio peninsular, características muy variadas.

A  mediados del IV milenio a.C., "los sepulcros de fosa" son la manifestación más representativa. Las vajillas cerámicas ofrecen formas diversas: jarras de almacenamiento, ollas y vasos de cocina, tacitas con o sin asas, platos, fuentes para servir alimentos, así como fuentes y cazuelas de boca cuadrangular muy típicas de este horizonte. Las pastas cerámicas suelen ser finas, con acabados lisos bruñidos o con engobes de distintas tonalidades. Las decoraciones son escasas.

La cultura de los silos presenta  cerámicas lisas, destacando su abundancia de platos y fuentes con bordes de distintos tipos, sin olvidar las vasijas de almacenamiento y cocina.