Mucha gente considera que los controles son un fracaso: "Solo acotando la tasa de reproducción de manera coordinada conseguiremos que haya menos gatos. Se ha intentado retirarlos en innumerables ocasiones y se ha fracasado tantas veces como se ha intentado", afirma el doctor veterinario Pérez Lutardo, por ejemplo.
El doctor argumenta que el fracaso se da porque "o se retira un tanto por ciento elevado de gatos o se dará una recolonización". Sin embargo, al eliminar animales de una zona que antes estaba habitada se producirá un "efecto vacío" que aprovecharan nuevos gatos que acudirán al lugar. Ya que si había refugio, comida, agua y cuidados, estos quedarán a merced, por mucho que se eliminen, de los que se queden, los cuales recolonizarán muy rápidamente el lugar.
Otras opiniones dicen que la solución está en proporcionar a las colonias un alimento especial para que los gatos no busquen proteína animal a base de presas y si no cazan, no enseñarán a las crías a hacerlo, además de someterlos a la esterilización. Pero esto realmente puede crear un dilema, ya que en ambas situaciones se modificaría el instinto natural del animal y, por lo tanto, con el tiempo, su genética; viendo así un claro incidente debido a la acción humana que sumaria un problema más.
Los ayuntamientos, como parte de sus competencias municipales, recogen y trasportan a los animales abandonados, para su cesión o su sacrificio. Con lo cual, y dada la dificultad de adopción de estos gatos (debido a su falta de domesticación y trato con el ser humano), esperan en las jaulas de los centros zoosanitarios municipales, su muerte.
El sacrificio de los gatos callejeros se hace sin más, (debiendo cumplir con la normativa al respecto: ocasionar al animal el mínimo dolor, temor y angustia, y ser realizado por un veterinario) y poco tiene que ver con el bienestar animal que se basa en proporcionar una calidad de vida al gato en este caso. No se tiene en cuenta que estos animales deben tener garantizada su protección y bienestar como seres vivos.
Sin embargo, y pese a que este es el único método ético y eficaz para el control de la superpoblación felina, su implantación por ley es dificultosa y parece imposible por el vacío legal en que se encuentran.
Una opción barajada entre los ciudadanos es colocar cebos envenenados. Es una práctica más frecuente de lo que imaginamos, y representa un peligro para los vecinos, el medio ambiente y los animales. Acción que está prohibida por la legislación europea, nacional y autonómica.
De una parte, la mayoría de ordenanzas municipales y leyes autonómicas no reconocen al gato feral y carecen, por lo tanto, de medidas específicas que garanticen su protección, siendo considerado generalmente como “animal abandonado” con las consecuencias de un sacrificio seguro.
Otra cuestión a tener en cuenta en relación con la existencia de colonias felinas en la vía pública es el problema de la alimentación de animales vagabundos o abandonados. Por razones de salud pública se prohíbe el suministro de alimentos a animales vagabundos o abandonados en los espacios públicos cuando pudiera convertir a los mismos en focos que puedan generar suciedad o molestias. La sanción para estas conductas es de multa de hasta 500,00 euros. Así que, nuevamente, no suponen una solución válida.