Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo, en un lugar donde brotaban los árboles verdes y se llenaban de frutos, vivía la tribu conocida como los “brazos largos”. Eran famosos por ser los mejores recolectores de la región, ya que al contar con los brazos tan largos conseguían los frutos más altos, los cuales no eran comidos por los animales. A su vez, esta tribu era conocida como la que menor esperanza de vida tenía, pues a pesar de ser los que conseguían el mejor alimento, nunca lograban comerlo, ya que la longitud de sus brazos, rígidos como troncos, no les permitía llevar el alimento a la boca, pudriéndose con el tiempo sin poder ser ingerido, lo que les provocaba una extrema delgadez, falta de energía, aletargamiento,... y, por consiguiente, prolongado en el tiempo, les llevaba a la muerte por desnutrición.
Un día, llegó a la aldea un carruaje tirado por caballos, en el que viajaba una maestra que se dedicaba a enseñar cosas útiles para mejorar el día a día de las personas.
Al parar el carruaje, el maestro pisó tierra firme y observó una gran cantidad de comida desaprovechada tirada por todos los lados, además de ver cuerpos extremadamente delgados, moribundos y sin energía.
De inmediato, quiso ver a la persona con más años de la aldea. Tras preguntar, se digirió a casa de una niña de tan solo 8 años. Allí, la maestra se interesó por la fruta podrida y el estado famélico de los habitantes del lugar. Fue entonces, cuando la explicaron que conseguían los mejores frutos de la cosecha, pero que nunca podían comérselos debido a que su rigidez y extensión de brazos no les permitía llevarse el alimento a la boca.
Tras escuchar con preocupación, la maestra se quedó pensativa y, tras pasar unos minutos en silencio, chascó sus dedos y pidió que todos los habitantes de la aldea salieran a recolectar y se encontraran en la plaza para darse un buen festín, por fin.
Incrédulos en el pueblo, hicieron caso de la maestra y tras unas horas, todos se llevaron la mesa de los mejores frutos y esperaron impacientes a la solución de la maestra, que al llegar dijo: los brazos largos os permiten recolectar, recoger los frutos más altos, pero no os permiten llegar a vuestra boca, por lo que no podéis comer. ¿Qué os parece si en vez de comer para vosotros, le dais de comer al que tenéis enfrente?
Sin saber lo que quería decir, la niña de 8 años cogió una manzana y se la metió en la boca a su amigo que tenía en frente, quien por primera vez, disfrutaba del sabor dulce de este manjar. El resto de la tribu, al ver este gesto, comenzó a repetir la acción, llenando sus estómagos y consiguiendo acabar con todo lo que había recolectado, sin desperdiciar ni una pieza de fruta y quedando todos satisfechos y sin una pizca de hambre.
Desde entonces, repitieron esta acción cada momento de la comida. Lograron vivir mejor, aprovechar mejor los recursos que les ofrecía la naturaleza y ayudaron a otras tribus vecinas a comer para seguir adelante con sus vidas.