PROPÓSITO DEL BLOQUE: Que el alumnado desarrolle el proceso de lectura a partir de textos sugeridos y de interés personal para su uso en la vida cotidiana.
¿Qué significa leer? No es solamente hacer pasar nuestra mirada sobre un conjunto de signos en color negro sobre una hoja o pantalla con fondo blanco. ¿Qué pasa en nuestro cerebro mientras leemos? Sin duda, hay una serie de procesos neurológicos que deben ser muy interesantes, pero no solamente nuestros cerebros son modificados, también nuestra esencia como personas.
Leer permite adquirir nuevos conocimientos de todo lo que sucede a nuestro alrededor, esto a través de los periódicos, las revistas, los textos de divulgación científica; lleva a las personas a descubrir nuevas realidades al conocer diferentes culturas, reales o imaginarias, o incluso nuestra misma cultura vista a través de la mirada de otras personas que han vivido situaciones muy distintas a las de nosotros; también permite alejarse de la realidad actual por medio de la imaginación y experimentar sensaciones y emociones gracias a las vivencias de personas y personajes que solamente conocemos por medio de los textos.
Todo lo anterior está relacionado con el aspecto personal del lector, pero también hay consecuencias sociales derivadas de la lectura. El lector puede integrarse más fácilmente en diferentes círculos sociales pues conoce temas variados y mantiene conversaciones profundas con sus interlocutores. Una persona que carece de información sobre muchas de las cosas de su entorno inmediato y lejano difícilmente será incluido en las conversaciones.
Quizá leer no sea indispensable para sobrevivir, pero sí para vivir plenamente como persona y como ser social.
La lectura es un proceso más complejo que simplemente pasar nuestros ojos sobre los signos, y para comprender completamente el texto que leemos es necesario activar conocimientos previos; incluso si nuestro propósito al leer es aprender algo completamente nuevo, necesitamos tener conocimientos previos sobre los significados de las palabras y conceptos utilizados por el autor. Si no poseemos conocimientos sobre las palabras y conceptos presentados en un texto que sean esenciales para la comprensión de lo que leemos, entonces al final nos daremos cuenta de que no entendimos de qué se trataba. ¿Lo has experimentado?
LECTURA REFERENCIAL
¿Recuerdas qué es la función referencial? Es la función del lenguaje en la que lo importante sobre la comunicación establecida es el contexto, es decir, aquello de los que se habla, aquello a los que se hace referencia. En la lectura referencial, nos enfocamos exclusivamente en el significado de las palabras y frases presentadas en el texto: la denotación, que es cuando las palabras o expresiones significan objetivamente (sin tomar en cuenta las intenciones o significados ocultos del autor).
La lectura referencial es la más utilizada; únicamente necesitamos poner atención a las palabras, expresiones, frases que se presentan en el texto y entender qué significan de manera directa. Los conocimientos previos son necesarios en esta lectura ya que si desconocemos el significado de las palabras no lograremos comprender el texto (y leer con un diccionario a nuestra disposición no siempre es atractivo ni posible).
LECTURA INFERENCIAL
Muchas veces, los autores de los textos no quieren ser tan obvios en sus expresiones y les resulta más atractivo no dejar todas sus intenciones explícitas en su texto. Cuando es necesario que nosotros como lectores encontremos significados ocultos en expresiones implícitas en los textos, tenemos que realizar una lectura inferencial.
Inferir significa deducir algo o sacarlo como conclusión de otra cosa. Los textos argumentativos y literarios son los que más recurren a las expresiones implícitas o tácitas sobre las que el lector debe inferir significados o intenciones que el autor ocultó a una mera lectura referencial. Para poner en práctica este tipo de lectura es necesario tener como conocimientos previos no solamente el significado literal de palabras y expresiones, sino además el significado de ellas dentro de un contexto histórico-social en el que una frase puede entenderse de más de una forma.
Cuando nosotros nos disponemos a leer un texto, tomando en cuenta la necesidad de ser capaces de establecer las referencias e inferencias necesarias, debemos tener en cuenta que existen diferentes tipos de lecturas que podemos hacer, cada una de ellas establece un nivel de profundidad, de manera que la lectura crítica es más profunda que las lecturas analítica y estructural.
La Universidad de Antioquía (2001), en Medellín Colombia, las define de la siguiente manera:
LECTURA ESTRUCTURAL O ANALÍTICA
En la lectura estructural el lector lee de manera analítica, yendo del todo a las partes. Veamos cómo se realiza esta lectura en las cuatro etapas siguientes.
Saber la Clase de Libro que Lee.
El lector, desde el primer momento, debe saber de qué trata el libro que lee. A primera vista parece absurdo que se pueda saber de qué trata un libro sin leerlo. Pero es sólo a primera vista. Conviene recordar que los autores, casi siempre, se han esforzado por introducir al lector en sus obras. Para ello utilizan el título, subtítulo, prólogo, introducción, índices. Con todos estos elementos el lector podrá, en casi todos los casos, clasificar el libro, siempre que posea un criterio previo de clasificación.
Sin pretender imponer un criterio único, creemos que una forma de clasificación puede ser la siguiente: Libros de ficción o literarios y Libros de conocimientos.
Saber lo que el Libro, Como un Todo, Pretende Decir.
Todo gran libro posee unidad. El autor concibió unitariamente su libro, esto es, lo compuso con el propósito definido de transmitirnos una idea fundamental, que él descubrió y a la que todo el libro sirve de justificación. Esta idea fundamental debe descubrirla el lector por sí mismo y enunciarla en una sola oración o en un párrafo corto [esto puede ser trabajado a través de las Ideas temáticas. Este tema será abordado en el semestre par en Taller de lectura y redacción II]. No hay una forma única de expresar la unidad, pero esto no significa que la unidad no exista.
Algunos autores explican en el prólogo o en la introducción cuál fue su propósito fundamental o cuál es el contenido esencial de su obra, pero esto no debe apartar al lector de su obligación de encontrarlos por sí mismo, a través de la lectura.
Mientras el lector no sea capaz de expresar en forma clara y coherente esta unidad no se puede augurar que esté leyendo activamente. Ese puede ser el primer "test" de comprensión a que debe someterse, con un máximo de exigencia, y sin que se considere satisfecho con poseer una idea nebulosa sobre lo que está leyendo.
En algunos libros la unidad se capta con la lectura de algunos capítulos, en los que el autor nos descubre totalmente su pensamiento. En otros será necesario leer todo el libro. En cualquier caso, debe el lector penetrar a través de todo el tejido de la obra hasta llegar al esqueleto.
Conocer las partes en que el libro está dividido:
La tarea de revelar el esqueleto no estará completa hasta que el lector, leyendo analíticamente, no ponga al descubierto las partes del libro. Todo gran libro posee una organización, está construido conforme a un esquema que sirvió al autor para establecer las relaciones entre las partes y con el todo. Si es cierto que todo gran libro posee unidad, también posee coherencia. Esto significa que el contenido de su obra está ordenado de tal forma que entre todas sus partes hay una estrecha relación lógica y todas ellas están pensadas en función de la unidad.
Un libro posee una estructura compleja. El autor puede indicar esa estructura en el índice, pero ello no exime al lector de descubrirla por sí mismo. Para ello, y a lo largo de su lectura, el lector irá reconstruyendo las partes de que consta el libro, en forma de esquema personal y en el grado de división que exija la complejidad de la obra. Señalará las partes principales de la obra y las subdivisiones de cada una de ellas y durante su lectura las tendrá presentes puesto que le servirán de orientación imprescindible. La lectura de una obra compleja sin plano, esto es, sin esquema, equivale a explorar una región desconocida sin mapas.
Descubrir los principales problemas que el autor pretende resolver:
El autor que escribe un libro de comunicación original da a luz problemas que habían permanecido ocultos, o bien da soluciones a viejos problemas planteados que no habían sido resueltos o habían sido resueltos en forma incompleta.
El lector, para concluir su lectura analítica, debe descubrir por sí mismo qué problemas se plantea el autor en su libro y ordenarlos lógicamente. Los problemas de un libro son interrogantes que el autor plantea y que en el transcurso de su obra intenta resolver. Aunque no podemos señalar todas las preguntas que los grandes libros se hacen, sí podemos indicar las más generales, acerca de las cuales gira esencialmente el pensamiento universal.
Las principales preguntas de carácter teórico que un autor hace pueden ser estas: ¿Existe algo? ¿Qué provocó su existencia? ¿En qué condiciones existe o por qué existe? ¿Dónde está? ¿Cuáles son las consecuencias de su existencia? ¿Sus propiedades, sus rasgos típicos? ¿Qué relaciones tiene con otras cosas similares? ¿Cómo actúa? Las de carácter práctico suelen ser: ¿Qué fines se persiguen? ¿Qué medios se deben elegir para alcanzar los fines? ¿Qué se debe hacer para alcanzar su objetivo y en qué orden?
Si el lector ha llegado hasta aquí ha realizado la primera lectura, la estructural o analítica. Con ella posee una visión de conjunto de la obra, de su unidad y de sus partes, y está en condiciones de emprender la segunda etapa.
LECTURA INTERPRETATIVA O SINTÉTICA
La lectura interpretativa exige del lector un trabajo de síntesis. Partiendo de las unidades menores de la obra -las palabras- recorre un camino en cierto modo inverso al anterior puesto que asciende a las unidades superiores -las oraciones- y de éstas a los argumentos.
Esta lectura comprende cuatro etapas cuyas reglas exponemos a continuación:
Localizar las palabras importantes que el autor usa y descubrir los significados con que las usa.
El lector debe observar que en esta regla se enuncian dos juicios, que suponen dos obligaciones distintas aunque íntimamente relacionadas.
El primer juicio se refiere a localizar las palabras importantes. Con ello entramos en el nudo del problema, que la segunda parte de esta regla ha de solucionar. Porque, ¿qué son palabras importantes? Y, ¿para quién? ¿Para el autor o para el lector? He aquí una muestra de la ambigüedad con que usamos las palabras y de la necesidad de que reparemos en ellas si pretendemos obtener algún resultado de la comunicación mediante el lenguaje. En primer lugar palabras importantes son aquellas en las que descansa el contenido esencial de la obra; si el lector no consigue llegar en ellas a un acuerdo con el autor, jamás comprenderá el libro. Por acuerdo no entendemos aquí cederle toda la razón al autor, sino llegar a entender con qué significado está usando ciertas palabras [hacer inferencias]. Entre los miles de palabras de un libro sólo algunas son importantes en el sentido anteriormente dicho; la mayor parte de las palabras que leemos están usadas en su sentido corriente [referencial]; unas porque no tienen otro -son unívocas- otras porque el autor las usa en el sentido más general y conocido. Estas palabras no causan dificultad alguna al lector -preposiciones, conjunciones, adverbios, artículos, la mayor parte de los sustantivos, adjetivos y verbos-. Pero en cada libro un puñado de palabras más o menos grandes, sirve de soporte al pensamiento fundamental del que lo escribió: esas son las que el lector tiene que encontrar y en ellas llegar a un acuerdo con el autor.
El primer paso consiste en localizarlas. Desde el punto de vista del lector son importantes las palabras que ofrezcan dificultad. Probablemente serán las mismas que fueron importantes para el autor. Es en ellas donde el lector debe detenerse. Si las palabras importantes para el autor no ofrecen dificultad al lector, lo más probable es que las otras, las de relleno, tampoco se la ofrezcan; en este caso se da la comunicación y termina la obligación del lector respecto a las palabras.
Otras pistas que sirven al lector para localizar las palabras importantes son el énfasis que pone el autor en ellas y el conocimiento previo que el lector posee sobre el tema. En el primer caso los recursos tipográficos, la insistencia con que las usa, las definiciones y las discusiones alrededor de algún término, indican la importancia que el autor les atribuye. En el segundo caso, palabras como "producción", "trabajo", "dinero", "cambio", en un libro de economía, o "razón", "existencia", "inmanencia", "transcendencia", "juicio", etc. en un libro de filosofía tienen que atraer la atención del lector por pocas ideas que posea sobre ambas ciencias.
Veamos ahora la segunda parte de la regla. El lector tiene que descubrir los significados con que el autor las usa. En este caso el diccionario puede servir de ayuda, pero los lectores no deben confiar demasiado en él. El diccionario suele dar las definiciones habituales de las palabras, rara vez las especiales con que el autor las usa. Además en los términos equívocos, con varios significados, al lector se le ofrecen varias posibilidades, pero el diccionario no le indica cuál es la correcta en cada caso.
Descubrir e interpretar las principales oraciones.
Una oración desde el punto de vista lógico, es la expresión de un juicio. Con las oraciones un autor afirma o niega algo. Pero los simples enunciados de un autor, cuando se limitan a ser declaraciones de conocimientos, deben crear en el lector una expectativa: la de la demostración.
Los enunciados de un autor no pueden ser creídos por el hecho de estar apoyados en la autoridad de quien los enuncia. El autor debe proceder a demostrar su verdad. Para ello se vale de argumentos, esto es, cadenas de oraciones, que despliegan el conocimiento que el autor quiere transmitir. Las oraciones que forman un argumento son de dos clases principalmente: Premisas y conclusiones. Hay otras oraciones en un libro: transicionales, introductivas, pero son las premisas y conclusiones las que nos proporcionan el conocimiento que el autor imparte. Naturalmente, lo fundamental son las conclusiones, pero el lector debe analizar las premisas, pues de ellas puede depender que las conclusiones sean ciertas.
De lo anterior se desprende que el lector tiene que encontrar las principales oraciones de un libro puesto que ellas le llevarán a los principales argumentos, pero más bien lo inverso es cierto, esto es, que los principales argumentos contendrán las principales oraciones. Como la regla que trata de los argumentos es la tercera de esta lectura interpretativa, la veremos más tarde pero bien se ve aquí lo estrechamente relacionadas que están la segunda y tercera regla de esta etapa.
Serán, así mismo, oraciones importantes para el lector las que contengan las palabras más importantes, puesto que, como ya dijimos en la regla anterior, la comprensión del contexto permite descubrir el significado de la palabra que se resiste a la interpretación.
El contexto está formado por las demás oraciones que en el párrafo acompañan a la importante. Para asegurarnos de que estamos leyendo bien, debemos enunciar el juicio que la oración encierra en palabras propias, distintas en todo lo posible de las del autor y sustituir nuestra expresión por la del autor, en el párrafo correspondiente. Si el párrafo no pierde nada de su sentido, estamos comprendiendo, si lo pierde, debemos hacer un nuevo esfuerzo por comprender mejor.
Para saber si está comprendiendo el lector debe relacionar los juicios del autor con experiencias propias o en dar ejemplos, reales o imaginarios de lo que quiere el autor decir. Todas las oraciones no toleran por igual esta prueba, unas por su abstracción, otras por pertenecer al campo experimental donde sólo un laboratorio o un estudio profundo de la naturaleza pueden proporcionar las experiencias necesarias. Pero no hemos de olvidar que los juicios de un autor se refieren al mundo en que vivimos y que es en él donde hemos de encontrar el último sentido de lo que el juicio enuncia. Aquellos que no sean capaces de relacionar lo que leen con la experiencia se limitan a leer palabras "Flatus vocis" sin significación.
Descubrir o construir e interpretar los argumentos que contienen la esencia del libro.
Los autores muy sistemáticos construyen párrafos que encierran los principales argumentos e incluso los destacan para orientar al lector. Pero esto no es lo más frecuente. En la mayoría de los autores los principales argumentos aparecen dispersos por el libro; los juicios que los forman pertenecen a distintos párrafos. En este caso es deber del lector recoger las oraciones que contienen los juicios principales y formar con ellos secuencias que encierren los argumentos. Descubiertas las oraciones principales, construir éstos párrafos es relativamente fácil; para ello el lector se puede ayudar de un cuaderno donde los vaya recogiendo.
La tarea de formar párrafos que compendien los principales argumentos del libro, es una de las pruebas básicas de que el lector está leyendo activamente. Su resistencia a reconocer los argumentos puede deberse a inercia mental, pero no a que su mente sea incapaz de localizarlos y construirlos.
Cuando un autor quiere establecer ciertas conclusiones tiene que dar una serie de razones para que aquellas se puedan aceptar. Puede comenzar por establecer las conclusiones y pasar a probarlas por medio de un razonamiento o proceder a la inversa, partiendo del razonamiento, llegar a las conclusiones. En cualquier caso el lector será sensible al argumento; si sigue las razones llegará a la conclusión, si encuentra la conclusión, debe buscar las razones.
Si el lector ha encontrado y analizado las palabras importantes y las principales oraciones está en condiciones de interpretar el argumento que con aquellas se formó.
Saber qué problemas resolvió el autor y cuáles no.
Esta cuarta regla de la lectura interpretativa se relaciona con la regla correspondiente de la lectura estructural. Allí decíamos que el lector tiene que conocer los problemas que el autor se planteó. Aquí tenemos que descubrir si los problemas planteados fueron resueltos en la totalidad o no. También averiguará el lector si el escritor formuló nuevos problemas y, si supo cuales no logró solucionar. La lectura de interpretación hecha hasta aquí, permitirá al lector responder estas preguntas acertadamente una vez lo haya hecho, estará en condiciones de iniciar la tercera lectura, la evaluativa o crítica.
LECTURA CRÍTICA O EVALUATIVA
Características
Si el lector ha realizado las dos fases de la lectura de comprensión ha puesto su mente a la altura de la del autor, ha hecho su tarea, pero el lector sólo ha realizado la primera parte de la suya. Una conversación no puede reducirse a un monólogo; faltaríamos a las reglas de etiqueta de la conversación si no ocupáramos nuestro lugar en la palestra para responder al autor. Claro que nuestra respuesta tiene que atenerse a ciertas reglas sin las cuales toda conversación puede degenerar en algarabía callejera. El lector tiene que haber sido permeable a la enseñanza para poder discutir con el autor. Únicamente dejándose llevar por él habrá adquirido la superior comprensión que necesita para juzgarle.
Condiciones que todo lector debe considerar cuidadosamente antes de emprender la lectura crítica.
a. Debe ser capaz de decir, con razonable seguridad "he comprendido" antes de que pueda decir "estoy de acuerdo", "no estoy de acuerdo" o "suspendo mi juicio".
b. No se debe empeñar en ganar una argumentación, con personas o libros, si sabe o sospecha que está equivocado.
c. Debe considerar sus desaciertos como de posible solución, no sin esperanza.
Un lector puede creer que ha comprendido y estar equivocado. En la lectura de grandes libros conviene que les concedamos a ellos más crédito que a nosotros. Las causas de desacuerdo pueden deberse a que el lector ignora ciertos conocimientos. Conviene recordar que los grandes autores fueron grandes lectores y que sus obras son conversaciones a gran nivel sobre los problemas del hombre y del mundo. Así pues, para comprender adecuadamente ciertos libros puede ser necesario haber leído otros del mismo autor o de otros autores que trataron los mismos problemas.
d. El lector puede también decir: "suspendo el juicio" cuando se dé cuenta de que necesita otras lecturas u otras experiencias sin las cuales no es posible lograr una comprensión suficiente.
En el caso de que el lector diga fundamentalmente "he comprendido", no por ello termina su obligación con el autor. Haber comprendido no supone necesariamente estar de acuerdo, aunque para poder estar de acuerdo o no, será necesario haber comprendido. Supongamos que, efectivamente, hemos comprendido y que estamos de acuerdo con el autor. Nuestra tarea como lectores ha terminado: Hemos sido enseñados por el autor, aceptamos sus conclusiones que dio a los problemas planteados. La comunicación de conocimientos ha cumplido su objeto; nuestra mente a través de la lectura, ha pasado de comprender menos a comprender más: En cierto modo nos hemos hecho iguales al autor.
Pero también podemos decir "he comprendido pero no estoy de acuerdo". Claro que no basta con decirlo: Si discrepamos del autor tenemos que justificar esa discrepancia y señalar en que punto se da. Porque sería ingenuo creer que un gran libro está equivocado en todo. Si así fuera no hubiera podido resistir el paso del tiempo y permanecer incólume. Podemos discrepar de lo que dice un autor, pero en este caso hemos de presentar nuestras razones.
Las razones de discrepancia son las siguientes:
a. El autor carece de información
Es probable que conocimientos posterior o anteriormente obtenidos proporcionen luz nueva a ciertas afirmaciones del autor. En este caso el lector debe señalar las omisiones del autor y extenderlas a los tópicos que están afectados por ellas sin involucrar toda la obra en su crítica.
b. El autor está mal informado.
Cuando el autor hace aseveraciones contrarias a los hechos no sólo podemos decir que carece de información sino que pretende saber lo que realmente ignora, esto es, que posee una viciosa información. Este error, como el anterior tendrá importancia cuando afecte a las conclusiones del autor. El defecto, en este caso, no es simplemente negativo sino positivo. En el caso anterior el autor se encontraba en imposibilidad de resolver ciertos problemas; en éste, al partir de supuestos erróneos, llega a conclusiones equivocadas. El lector en éstos casos debe probar el error del autor con la proposición correcta o la más probable.
c. El autor es ilógico.
Al decir que un autor es ilógico debemos probar que razonó mal. Los errores más generales de este tipo son o bien porque las conclusiones no se desprenden de las premisas, o bien porque el autor cae en contradicciones. En cualquiera de los dos casos hay que probarlo. Pocos grandes autores incurren en éstos errores, pero leyendo cuidadosamente pueden descubrirse algunos. Por ejemplo Maquiavelo, en "El Príncipe", dice: "Las bases principales de todos los estados, tanto nuevos como antiguos, son las buenas leyes; como no puede haber buenas leyes donde el Estado no se halla bien armado, se deduce que donde está bien armado hay buenas leyes". Aún admitiendo que las buenas leyes necesitan ampararse en la fuerza (lo que es discutible) no por ello se deduce donde hay fuerza hay buenas leyes.
El autor que afirmó que comprendía, si no puede probar una o varias de las tres fuentes de error citadas, se obliga a estar de acuerdo con el autor, no puede lógicamente discrepar. Lo que sí puede decir es que las conclusiones del autor no le "gustan". En este caso se limita a enunciar prejuicios o emociones, pero no razones.
d. Su análisis es incompleto.
El lector podrá decir que el análisis hecho por el autor es incompleto cuando no haya solucionado los problemas que se planteó, o no haya visto las complicaciones que se desprenden de su planeamiento, o no haya logrado establecer las distinciones necesarias.
Estas reglas señalan un estado ideal, al que pocos lectores se someten. Ciertamente también, pocos libros merecen tanto. El lector debe obrar con discernimiento y leer cada libro según sus méritos.