De la transgresión del patrimonio a la resignificación del espacio público

Entre las diferentes expresiones que las manifestaciones feministas han asumido, destaca el caso de las pintas, marcas y/o escraches que se realizan en espacios públicos y monumentos. En Guadalajara, las protestas contra la violencia machista han tenido como principal escenario el primer cuadro de la ciudad, espacio en el que se encuentran la mayoría de dependencias públicas y por ende, lugar primordial en donde lucen importantes monumentos que han sido intervenidos; como es el caso de la explanada de la rectoría de la Universidad de Guadalajara. Las desigualdades contra las mujeres han ocasionado daños sociales que se reflejan en este tipo de espacios que fungen como una de las marcas de ciudad más importantes en términos culturales, políticos y educativos.

Ante estas acciones surge los debates que cuestionan estas formas de hacer reclamos sociales sobre el espacio, o sobre las medidas que habría que asumir para la protección del patrimonio histórico. Pero los cuestionamientos hacia estos símbolos de poder para reescribir sobre de ellos una nueva memoria colectiva se han dado por todo el mundo, asociados con otras movilizaciones que, igual que las feministas, reclaman terminar con las desigualdades, discriminaciones, violencias y la impunidad.

Las manifestaciones feministas han utilizado los monumentos, paredes y pisos de todas las ciudades para visibilizar el grave problema de violencia que nos atraviesa, esa es la función de los señalamientos, la pinta de consignas o la colocación de imágenes de los familiares desaparecidos. Y como parte de la resignificación del espacio público que acometen con esta práctica, las feministas, sabiendo las implicaciones políticas de los monumentos, instalan los propios, y con estos llamados antimonumentos, crean nuevos lugares de memoria y referencia en el espacio público.