Aunque ya hemos examinado e ilustrado muchas de las reglas generales más importantes para la interpretación, ahora debemos notar que algunas habilidades de la interpretación dependen del tipo de escrito que uno está estudiando en la Biblia. Por ejemplo, Apocalipsis es una literatura profética (y probablemente apocalíptica), la cual está llena de símbolos. Si los intérpretes en el presente debaten acerca de cuán literales son algunas de las imágenes presentes en Apocalipsis, nadie duda de que gran parte de Apocalipsis (por ejemplo, la ramera y la esposa) son cada uno símbolos representando otra cosa que no sea a lo que ellos se refieren literalmente (Babilonia y Jerusalén versus dos mujeres literalmente).
Salmos es un libro poético y también emplea imágenes gráficas. La poesía incluía la licencia poética; cuando Job dice que sus pasos “se bañaban en leche (crema, mantequilla)” (Job 29:6), lo que quiere decir es que era próspero, y no que los pasillos de su casa estaban llenos de mantequilla hasta los tobillos. Se podrían dar cientos de ejemplos; aquellos que niegan el uso de simbolismos en algunas partes de la Biblia (especialmente en las porciones poéticas) simplemente no han leído la Biblia con cuidado.
Por otra parte, las narrativas no están llenas de símbolos. Uno no debería leer la historia de David y Goliat y pensar: “¿Qué significa Goliat? ¿Qué simbolizan las piedras lisas?”. Estos acontecimientos tienen el propósito de reflejar relatos históricos literales, y tratamos de aprender lecciones de ellos de la misma manera que trataríamos de aprenderlas de nuestras experiencias o de los relatos acerca de las experiencias de otros. (La diferencia entre las experiencias bíblicas y las experiencias modernas es que las bíblicas vienen más a menudo con pistas para la interpretación adecuada desde la perspectiva perfecta de Dios). Podemos aplicar lo que aprendimos con Goliat con respecto a otros desafíos que enfrentemos, pero Goliat no “simboliza” esos desafíos; él es simplemente un ejemplo de desafío.
Aun el contexto, que es nuestra regla principal de interpretación, funciona de manera diferente para diferentes tipos de escrito. La mayoría de los proverbios, por ejemplo, no se encuentran registrados en una secuencia notable que provea una continuidad de pensamiento; son dichos aislados y generales que sencillamente fueron recopilados (Pr. 25:1). Sin embargo, esto no quiere decir que carezcamos de un contexto más amplio que nos sirva para leer proverbios específicos. Al leer estos proverbios a la luz de toda la colección de proverbios, y específicamente a la luz de otros que se refieran al mismo tema, tenemos un contexto general disponible para la mayoría de los proverbios individuales.
Los eruditos usan el término “género” para tipos de escrito. La poesía, la profecía, la historia y los dichos de sabiduría son algunos de los géneros representados en la Biblia. En la actualidad existen ejemplos de diferentes tipos de género; por ejemplo, la ficción (la mayoría de las parábolas son algo como ficción), las amenazas de atentados o los reportes periodísticos. Examinemos algunos de los “géneros” más comunes hallados en la Biblia, así como algunos principios importantes para su interpretación.
La narrativa es el género más común en la Biblia. Narrativa significa sencillamente “relato”, ya sea un relato verdadero, como la historia como tal, las biografías (la mayoría de las narrativas bíblicas) o una historia creada con el propósito de comunicar una verdad por medio de la analogía de ficción, como es el caso de una parábola. Una regla básica para la interpretación de un relato es que debemos preguntarnos: “¿Cuál es la moraleja de esta historia?”, o poniéndola de manera diferente: “¿Cuáles son las lecciones que podemos aprender de esta historia?”
Algunos principios nos ayudan a descubrir de manera precisa las lecciones que se encuentran en los relatos. El primer principio es una advertencia, especialmente para las narrativas históricas en la Biblia: No alegorice el relato. Es decir, no lo convierta en una serie de símbolos, como si la narrativa no sucediera de verdad. Si convertimos una narrativa en una serie de símbolos, cualquiera puede interpretar cualquier cosa que quiera que la narrativa diga. Las personas pueden leer la misma narrativa y ¡formar religiones opuestas! Cuando leemos un texto de esta forma, le estamos añadiendo al leerlo lo que ya pensamos—lo que quiere decir que estamos actuando como si no necesitáramos que el texto nos enseñe algo nuevo.
Por ejemplo, cuando David se prepara para combatir contra Goliat, él va y recoge cinco piedras lisas. Un alegorista puede decir que puede decir que las cinco piedras lisas de David representan el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad y la bondad. Otro pudiera decir que él recogió esas cinco piedras para representar cinco dones espirituales en particular, o quizás cinco partes de la armadura espiritual del cristiano de la cual habla Pablo en el Nuevo Testamento, pero tales interpretaciones no son útiles para nada. En primer lugar, no son útiles porque cualquiera puede salir con una interpretación, y no hay manera objetiva de que todos encuentren el mismo sentido en el texto.
En segundo lugar, no son útiles porque son realmente el alegorista y sus puntos de vista, y no el texto mismo, los que suministran significado y enseñan algo. En tercer lugar, no son útiles porque oscurece el sentido verdadero del texto. ¿Por qué David recogió piedras lisas? Eran más fáciles para disparar. ¿Por qué David recogió cinco piedras, y no una? Supongo que por si fallaba la primera. La lección que aprendemos de este ejemplo es que fe no quiere decir presunción: David sabía que Dios lo usaría para matar a Goliat, pero no sabía si lo iba a hacer con la primera piedra.
¿De dónde proviene la alegoría? Algunos filósofos griegos se avergonzaban cada vez más de los mitos de sus dioses cometiendo adulterio, hurto y homicidio, por lo que convirtieron los mitos en una serie de símbolos, en vez de tomarlos como enseñanzas ciertas acerca de sus dioses. Algunos filósofos judíos, al tratar de defender la Biblia de las acusaciones de los griegos, dieron explicaciones de porciones difíciles de la Biblia tomándolas como meros símbolos. De esa manera, en vez de dejar que héroes bíblicos como Noé tuviesen sus faltas, un filósofo judío podía decir que realmente no se emborrachó con vino, sino que estaba ebrio del maravilloso conocimiento de Dios.
Los eruditos cristianos de Alejandría, cuyas escuelas estaban controladas por el pensamiento filosófico griego, a menudo practicaban la alegoría, aunque otros líderes eclesiásticos (como Juan Crisóstomo) preferían el sentido literal. Gnósticos como Valentín, condenados por los cristianos ortodoxos, mezclaron algunas ideas cristianas con la filosofía pagana. Éstos a menudo usaban el método alegórico para justificar las diferencias difusas entre el Cristianismo y otros sistemas de pensamiento. Años después, muchos pensadores cristianos hicieron uso del método alegórico, el cual llegó a ser muy común en la Edad Media, especialmente en Europa.
Muchas personas practican la alegoría porque quieren encontrar algún significado detrás de cada palabra o frase en las Escrituras. El problema de este enfoque es que desafía la manera en la que las Escrituras nos fueron dadas y, por lo tanto, en vez de respetarlas, hace lo contrario. El nivel de significado a menudo se adquiere con el relato en su totalidad, y las palabras y frases individuales sencilla y naturalmente contribuyen a ese sentido contextual más amplio. Tratar de leer en el relato un significado que no se encuentra allí es en esencia tratar de añadir inspiración a las Escrituras, como si no fuera suficiente tal y como está. (Los intentos alegóricos de tratar de hallar un sentido más profundo detrás de cada palabra real de las Escrituras toman muchas formas.
En años recientes algunos han buscado patrones numéricos en las palabras de las Escrituras, pero éstos ignoran los cientos de “variantes textuales”, en su mayoría de diferencia ortográfica, entre las diferentes copias antiguas de la Biblia. La mayoría de los eruditos concuerdan en que los supuestos patrones numéricos que algunos técnicos en computación han encontrado en las Escrituras son hechos al azar. Se pueden llegar a tener resultados igualmente convincentes para otros tipos de patrones).
A veces no podemos extraer una lección correcta de una narración por haber seleccionado una porción demasiado estrecha del texto. Anteriormente mencionábamos a mi amigo que dudaba de la utilidad del pasaje en el que Abisag se acuesta en la cama de David para abrigarle. ¿Qué lección sacamos de un relato como éste? Erraríamos si supusiéramos que la lección es que los jóvenes deben acostarse en la cama de los más ancianos para abrigarles. Es cierto que debemos cuidar de la salud de nuestros líderes, pero esa no es la enseñanza. Ni tampoco la enseñanza es que los humanos cumplen mejor función que las frazadas. Algunos desearían extraer de este pasaje alguna enseñanza que contradiga otras enseñanzas morales de la Biblia.
Pero todas estas interpretaciones no dan con el significado, porque el escritor no tenía la intención de que leyéramos un párrafo del relato y nos detuviéramos allí. Debemos leer toda la historia, y en la secuencia de la historia completa, este párrafo nos hace ver que David se está muriendo, y nos prepara para el porqué luego Salomón debe ejecutar a su hermano traidor Adonías. Nos ayuda a entender el resto del relato y el sentido del mismo a partir de la historia más ampliada; no siempre sucede así cuando vemos sus partes por separado.
También existe la idea de que los relatos más extensos pueden contener otros menos extensos. Por ejemplo, muchos de los relatos de Marcos pueden ser leídos individualmente como unidades en sí con sus propias enseñanzas. Algunos eruditos han planteado que la iglesia primitiva usaba estos relatos como unidades para su predicación de la misma manera que usaban muchas lecturas del Antiguo Testamento. Pero aunque esta observación es cierta, los eruditos modernos reconocen que también debemos tener en cuenta estos relatos menos extensos dentro de su contexto más extenso, para de esta manera poder obtener el máximo de ellos.
Se puede seguir el desarrollo de la “trama” de Marcos y su suspenso, y trazar los temas del evangelio de punta a cabo. Esto evita que saquemos las aplicaciones equivocadas. Por ejemplo, podemos leer Marcos 1:45 y suponer que si somos enviados por Dios y cumplimos la misión de Dios como lo hace Jesús, seremos populares con las masas. Pero si leemos todo el evangelio, reconocemos que más adelante las multitudes exigían la crucifixión de Jesús (Mr. 15:11-15). La enseñanza no es que la obediencia a Dios siempre conlleva a la popularidad; la enseñanza está en que no podemos confiar en que la popularidad permanezca, porque las multitudes pueden cambiar de opinión fácilmente. Es por eso que Jesús se enfocó más en hacer discípulos que en atraer a las multitudes (Mr. 4:9-20).
Leer los relatos bíblicos como sucesos que realmente ocurrieron, y luego aprender los principios por analogía no es alegorizar; esto es leer esos relatos de la manera en que se suponen que sean leídos. Siempre y cuando sea posible, debemos ponernos en el lugar de la audiencia original del relato, leerlo en el contexto de todo el libro en el que aparece, y tratar de aprender lo que hubiera aprendido esa primera audiencia. Solamente entonces estaremos preparados para pensar en cómo aplicar el relato a nuestras situaciones y necesidades del presente.
Al mismo tiempo, si no tenemos en cuenta el significado antiguo, nos estaríamos perdiendo el impacto original del relato. Una vez que entendamos lo que significó en su primer medio, debemos pensar cómo aplicar el pasaje con un impacto comparable para nuestro medio en el presente.
La mayoría de las narrativas contienen personajes. Entonces, por medio de diferentes métodos, podemos tratar de determinar si, dado el caso, los personajes son buenos o malos ejemplos a imitar: (1) cuando los escritores y los lectores compartían la misma cultura, y ésta infería si un acto era bueno o malo, el escritor podía suponer que los lectores sabían cuál era cuál, a menos que no estuviera de acuerdo con los puntos de vista de la cultura; (2) si se lee a lo largo de todo el libro, se puede percibir que hay patrones de comportamiento; una evaluación del comportamiento en un caso se aplicaría a casos semejantes de comportamiento en ese libro; (3) señalando de manera deliberada las diferencias entre los personajes, se puede ver casi siempre cuáles eran los malos ejemplos y cuáles eran los buenos.
A veces aprendemos de una historia teniendo en cuenta los personajes negativos y los positivos, y luego contrastándolos. En 1 Samuel podemos hacer esto con frecuencia; en los capítulos 1 y 2, aprendemos que la humilde Ana, quien era menospreciada por muchas de las pocas personas que conocía, era una persona consagrada a Dios; mientras que por otra parte Elí, el sumo sacerdote, había sido transigente en su llamado. Ana se ofreció para ceder su hijo para Dios; Elí, rehusándose a dar sus hijos a Dios, al final los pierde y, junto con ellos, todo lo demás.
Después de esto, el relato compara al muchacho Samuel, quien escucha Dios y da su mensaje, con los hijos impíos de Elí, quienes abusan de su ministerio para hacerse ricos y tener relaciones sexuales con muchas mujeres. Más adelante, Dios exalta a Samuel, pero se deshace de los ministros hipócritas. Luego 1 Samuel contrasta a David y a Saúl; examinando las diferencias entre ellos, podemos aprender principios para cumplir el llamado de Dios y también para evitar otros peligros.
Tal contraste también aparece en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Lucas, capítulo 1, Zacarías era un sacerdote de edad avanzada muy respetado que servía en el templo en Jerusalén, pero cuando el ángel Gabriel vino a él, Zacarías se mostró incrédulo y fue enmudecido por varios meses. En contraste, el ángel Gabriel se le aparece a María con un mensaje mucho más dramático aún, pero ella lo cree. A causa de su sexo, edad, estatus social y de estar en Nazaret y no en el templo, la mayoría de las personas mostrarían más consideración para con Zacarías que para con ella. Pero la narrativa nos muestra que María respondió con una fe mucho mayor y, por consiguiente, recibió más bendiciones que Zacarías. De igual modo, notamos un contraste entre los Reyes Magos quienes buscaban a Jesús, y Herodes, que procuraba matarle.
Por supuesto, distinguir entre los ejemplos negativos y positivos no es así de sencillo, y la mayoría de los personajes en la Biblia, al igual que la mayoría de los personajes en las historias y biografía griegas, poseían una mezcla de rasgos positivos y negativos. La Biblia nos habla de gente de verdad, y de ese patrón también aprendemos a no idealizar a las personas como perfectas ni a desacreditarlas por completo. Juan el Bautista fue el más grande profeta antes de Jesús (Mt. 11:11-14), pero no estaba seguro de que Jesús estaba cumpliendo su profecía (Mt. 11:2-3), porque Jesús estaba sanando a la gente, pero no hacía caer sobre otros juicio atroz (Mt. 3:11-12).
Juan era un hombre de Dios, pero él no sabía que el reino de Dios vendría en dos etapas porque su rey vendría dos veces. Distinguir los ejemplos positivos de los negativos lleva su trabajo, pero es algo remunerador. Esto requiere de que nos metamos de a lleno en todo el relato una y otra vez hasta que veamos los patrones que nos den las perspectivas del autor inspirado. Pero, ¿qué otra mejor manera de descubrir el corazón de Dios que bañarnos en Su palabra?
A menudo podemos enumerar varios atributos positivos de los que aprendemos de los personajes bíblicos, especialmente si el texto los llama justos. Un ejemplo de donde podemos aprender lecciones a partir del comportamiento de un personaje bíblico es el de José en Mateo 1:18-25. El texto dice específicamente que José era un hombre “justo” (1:19). Antes de empezar a sacar enseñanzas, necesitamos proveer algo de trasfondo. Dado el promedio de edad en que se casaban los judíos del primer siglo, José probablemente tenía menos de 20 años, y María era probablemente menor que él, quizás entre unos 16 ó 18 años. Es probable que José no conociera muy bien a María; algunas fuentes sugieren que los padres no permitían que las parejas galileas pasaran juntos mucho tiempo antes de la noche de bodas.
Además, el “compromiso” judío tenía tanto peso legal como el matrimonio y, por consiguiente, podía terminar solamente por el divorcio o la muerte de uno de ellos. Si las mujeres eran condenadas en juicio por infidelidad, el padre tenía que devolverle la dote que el novio había pagado; además, el novio se quedaba con cualquier dote que la novia hubiese traído o fuese a traer al matrimonio. Al divorciarse de ella en secreto, probablemente el novio renunciase a esa remuneración financiera.
La narrativa implica, en primer lugar, algo que tiene que ver con obligaciones: José era justo, aunque planeaba divorciarse de María, porque pensaba que le había sido infiel, y la infidelidad es un delito muy grave. El texto también nos enseña acerca de la compasión: aunque José creía (equivocadamente) que María le había sido infiel, decidió divorciarse de ella en secreto para minimizar su vergüenza y, por ende, renunciando a cualquier beneficio monetario que pudiera recibir por el mal cometido por María, y a la venganza. Aquí podemos apreciar que la “justicia” de José (1:19) incluye la compasión por los demás. Más adelante el pasaje hace énfasis en la consagración: José estuvo dispuesto a soportar la vergüenza por obedecer a Dios.
El embarazo de María le traería vergüenza, probablemente por el resto de su vida. Si José se casaba con ella, la gente pensaría que la embarazó él mismo o, menos probable, que era un debilucho en cuanto a la moral que se rehusaba a castigarla como se merecía; en cualquiera de los casos, José estaba asimilando la vergüenza duradera de María por obediencia a la voluntad de Dios. Finalmente, aprendemos acerca del control. En su cultura, todos daban por sentado que un hombre y una mujer que se encontraran a solas no podían controlarse sexualmente. Pero en su obediencia a Dios, José y María se guardaron sexualmente, aún después de estar casados, hasta el nacimiento de Jesús, para cumplir la Escritura que prometía no solamente una concepción virginal, sino también un nacimiento virginal (1:23, 25). De este párrafo se pueden extraer otras enseñanzas (por ejemplo, acerca de la importancia de la Escritura en 1:22-23), pero estos son los más evidentes de la vida de José.
Entonces ahora es una buena oportunidad para que practiquemos por nuestra cuenta. Podríamos tomar un pasaje como el de Marcos 2:1-12 y escribir las enseñanzas que se pueden sacar de él. Por ejemplo, una lección de gran importancia es que los cuatro hombres que llevaron a su amigo reconocieron que Jesús era la única respuesta a su necesidad, y no permitieron que nada los detuviera de llegar hasta donde estaba Jesús (2:4). Marcos denomina “fe” a esa determinación por parte de ellos, (2:5). A veces la fe es impedir que algo o alguien nos priven de buscar a Jesús (como en este caso) para ayudar a un amigo necesitado. Otra lección importante es que Jesús responde a su fe ante todo con perdón (2:5), porque esa es la primera prioridad de Cristo. También podemos percatarnos de pasada de que la enseñanza verdadera de Jesús genera oposición por parte de los profesionales religiosos (2:6-7). No todo líder de la iglesia está siempre abierto a Dios. Pero entre tanto que el perdón era la prioridad de Cristo, también estuvo presto a conceder el milagro que buscaban aquellos hombres y a demostrar Su poder con señales (2:8-12). Jesús no era un racionalista occidental que dudaba de la realidad de los fenómenos sobrenaturales.
Estas enseñanzas se podrían subdividir, y quizás se podrían encontrar otras. Pero siempre hay que tener cuidado, como lo decíamos anteriormente, de extraer las enseñanzas correctas a la luz de un contexto más amplio. Como ya lo señalábamos, la popularidad de Jesús en el texto (2:1-2) no implica que un ministerio como ese siempre la produzca, porque al final muchas personas pidieron que Jesús fuera crucificado (15:11-14). Tampoco debemos buscar que un texto diga algo que realmente no está claro; por ejemplo, no debemos tratar que en la respuesta de Jesús a la “fe de ellos” (2:5) diga que el Señor perdonará los pecados de otros a causa de nuestra fe. El texto en ningún lugar dice con claridad que al paralítico le faltaba fe. (Se supone que si no hubiese tenido fe, hubiese estado quejándose en contra de sus amigos que le hacían bajar por el tejado).
Algunos pasajes no generan tantas aplicaciones específicas como éste. La historia del descubrimiento que hicieron los leprosos del campamento arameo (2 Reyes 7:3-10) es parte de una historia más extensa acerca de la provisión de Dios para Israel, del juicio sobre aquellos que dudaron de Su profeta, y de cómo Dios podía sustituir el juicio en contra de una nación con una misericordia extraordinaria de acuerdo a Su mensaje profético. Al mismo tiempo, esta unidad de poca extensión probablemente sí provea algunas perspectivas que encajen en el patrón más amplio de las Escrituras en general. Dios escoge, no a los fuertes (cf. 7:2), sino a los leprosos que se encontraban excluidos de la ciudad (7:3) para que hicieran el descubrimiento—personas desesperadas que no tenían nada que perder (7:4). La Biblia indica que a veces este es el tipo de personas que Dios escoge.
A veces, cuando dirijo un estudio bíblico, tomo un pasaje como el de Marcos 2:1-12, y yendo versículo a versículo, le pido a la audiencia acerca de las lecciones que encierra el texto; de esta manera, comienzan a pensar en cómo estudiar la Biblia por su propia cuenta. Si sus respuestas se van más allá del texto, les pido que regresen al mismo. Mientras más practicamos, llegaremos a ser más precisos, pero debemos ser pacientes a la hora de enseñar a los estudiantes a cómo leer la Biblia por sí mismos. Cuando era maestro en la Escuela Dominical de un grupo de muchachos de 10 a 13 años, sencillamente les hacía que leyeran pasajes de la Escrituras; entonces les proveía el trasfondo y luego debatíamos los pasajes, permitiéndoles que ellos mismos descubrieran lecciones en el texto.
Debido a que conocían los problemas que ellos mismos enfrentaban, ¡también podían pensar en maneras de aplicar aquellas lecciones a sus vidas de una manera más relevante que si yo se las hubiese dado por mi propia cuenta! Después de algunas semanas, le dije a un joven de 13 años que él dirigiría el estudio bíblico de la semana siguiente (yo solamente le supliría el trasfondo cultural). ¡El joven dirigió el estudio tan bien como yo lo hubiera hecho! Y así lo hizo otro joven de 10 años la semana siguiente. Lo que quiero decir es que, una vez que le enseñamos a la gente cómo estudiar la Biblia de esta manera, mientras estemos allí para ayudarles mientras aprenden, ellos pueden en cambio ser equipados para ayudar a otros. ¡Dios nos libre de quedarnos con las enseñanzas para nosotros mismos!
Algunos teólogos modernos han permanecido escépticos en cuanto a aprender “doctrina” o (literalmente) “enseñanza” a partir de las narrativas. 2 Timoteo 3:16 declara explícitamente que toda la Escritura es útil para enseñar, por lo que al descartar esta función de las narrativas, los teólogos al mismo tiempo tendrían que negar que las narrativas ¡son parte de las Escrituras! Pero la narrativa, más que cualquier otro género, constituye la mayor parte de la Biblia, y tanto Jesús como Pablo enseñan a partir de narrativas del Antiguo Testamento (ej. Marcos 2:25-26; 10:6-9; 1 Co. 10:1-11).
Si las narrativas no enseñaran, no hubiera necesidad de que existieran diferentes evangelios. Debido a que Jesús hizo muchas cosas y enseñó otras tantas, ningún escritor de los evangelios nos hubiera podido contar todo lo que hizo o dijo (como señala Juan 21:25 de manera explícita). En cambio, cada escritor del Evangelio enfatizó ciertos aspectos acerca de Jesús, de la manera que lo hacemos cuando leemos o predicamos a partir de un texto en la Biblia.
Esto quiere decir que cuando leemos historias bíblicas, no sólo aprendemos los hechos históricos acerca de lo que sucedió, sino que escuchamos la perspectiva inspirada del escritor acerca de lo que sucedió, es decir, las lecciones a extraer de la historia. Cuando el escritor nos “predica” desde las historias que nos narra, a menudo nos da pistas para que reconozcamos las enseñanzas. Por ejemplo, a menudo selecciona historias con un tema o temas básicos que enfatizan de manera repetida lecciones específicas.
Sin embargo, a pesar del precedente histórico considerable para usar el precedente histórico bíblico, muchos teólogos sugieren que nos debemos sentir libres de encontrar en la narrativa solamente lo que está enseñado visiblemente en porciones “más claras” y “didácticas” de las Escrituras. Aunque algunos de estos eruditos se encuentran entre los exégetas más diestros de otras porciones de las Escrituras, debo protestar en que su enfoque en cuanto a los relatos bíblicos viola las reglas más básicas para la interpretación bíblica, y en la práctica pone en peligro la doctrina de la inspiración bíblica. ¿No dijo Pablo que toda la Escritura fue inspirada y que, por lo tanto, es útil para enseñar (o sea, “doctrina”) (2 Ti. 3:16)?
Admito con toda libertad que en lo particular no entiendo algunas porciones de las Escrituras (¿cuál es la función eterna de las genealogías en Crónicas?), pero otras que eran oscuras han cobrado sentido para mí después que entendí el contexto cultural al que fueron dirigidas (por ejemplo, el diseño del Tabernáculo en el libro de Éxodo). Algunos textos específicos son más útiles para tratar situaciones específicas comunes que otros, pero todos los textos bíblicos tienen una función útil para algunas circunstancias.
Uno de los principios más básicos para la interpretación bíblica es que debemos preguntarnos qué quería trasmitir el autor a su audiencia contemporánea. Este principio se aplica tanto a narrativas como los evangelios, como a las epístolas como la de Romanos. Si simplemente se hubiera escrito un evangelio “neutral”, que se refiriera a todas las situaciones universalmente, ciertamente la Biblia lo habría incluido.
En cambio, la Biblia nos ofrece cuatro evangelios, cada uno seleccionando algunos elementos diferentes de la vida de Jesús y de Sus enseñanzas para predicar Cristo a las necesidades de sus lectores en maneras relevantes (los cual nos provee también un modelo de cómo predicar Cristo de manera relevante a quienes nos escuchan). La manera en que Dios escogió darnos la Biblia es más importante que la manera en deseamos que nos la hubiese dado.
Aún más importante, debemos ser capaces de leer cada libro, ante todo, como una unidad independiente, porque esa fue la manera en que Dios los inspiró originalmente. Dios inspiró libros de la Biblia como el de Marcos o Efesios, uno a la vez, inspirando a los autores para que se dirigieran a situaciones específicas. Los primeros lectores de Marcos no podían buscar referencias cruzadas con Efesios o con Juan para deducir el significado de algún punto que no estuviese claro en Marcos.
Tendrían que leer y volver a leer Marcos como una sola unidad hasta que pudieran obtener el significado de cualquier pasaje en este libro. Cuando leemos un pasaje en libros como estos de la Biblia, necesitamos leer el pasaje a la luz del mensaje total y el argumento del libro, así como también leer el libro a la luz de los pasajes que lo constituyen.
No estamos diciendo que no podemos comparar los resultados de nuestro estudio de Efesios con los resultados del estudio de Marcos. Lo que estamos diciendo es que pasamos por alto el carácter completo de Marcos cuando acudimos a Efesios antes de haber terminado nuestro examen de Marcos. Por ejemplo, la oposición que Jesús enfrenta por sanar a un paralítico, en sí brinda una lección respecto a la hostilidad que podemos esperar por parte del mundo por hacer la voluntad de Dios.
La oposición que se levanta contra Jesús desde los primeros capítulos de Marcos y llega a su clímax en la Cruz, es paralela a los sufrimientos que los creyentes son llamados a esperar (8:31-38; 10:33-45; 13:9-13; 14:21-51). Marcos hace un llamado a los cristianos a perseverar. El hecho que Marcos provea ejemplos negativos de este principio (ej., 14:31-51) reafirma lo que quiere trasmitir (incluso si también muestra la ineficacia de los cristianos de cumplir este llamado con sus propias fuerzas).
La mayoría de las culturas en el mundo dan enseñanzas por medio de relatos. La mayoría de los teólogos que cuestionan el uso de la narrativa, en cambio, son occidentales o aprendieron de ellos, hijos del pensamiento del Siglo de las Luces. De hecho, no todos los occidentales encuentran las historias bíblicas inaccesibles; hasta en los Estados Unidos, las iglesias de afroamericanos por generaciones se han especializado en la predicación basada en la narrativa.
En la mayoría de las iglesias, lo niños crecen amando las historias bíblicas hasta que llegan a su etapa de adultos, donde le enseñamos que ahora deben pensar de manera abstracta, en vez de aprender a partir de ilustraciones concretas. Tan solo porque nuestros métodos tradicionales de extraer doctrina bíblica de las Escrituras no funcionen bien en la narrativa, eso no quiere decir que los relatos bíblicos no emanen sus propios mensajes claros. Más bien, nos sugiere la ineficacia de la manera que aplicamos nuestro método tradicional de interpretación, porque estamos ignorando demasiadas cosas de la Palabra de Dios.
Cuando los seguidores de Jesús escribían el Nuevo Testamento, todos en su cultura sabían que la narrativa trasmitía principios morales; los biógrafos y los historiadores esperaban que los lectores extrajeran lecciones de sus ejemplos, fuesen éstas lecciones positivas o negativas. Los estudiantes solían repetir tales historias en ejercicios de la escuela elemental, y ya en niveles más avanzados de educación, aprendían cómo aplicar estos ejemplos para reafirmar conceptos morales.
Exigir el uso de porciones de la Biblia que no son narrativas para interpretar la narrativa no es algo solamente irrespetuoso para las porciones narrativas, sino que también implica una manera completamente errada de leer las porciones de las Escrituras que no lo son. Todos reconocen, por ejemplo, que las cartas de Pablo son documentos “ocasionales”—es decir, van dirigidas a ocasiones o situaciones específicas. De esta manera, si la Santa Cena no hubiese sido objeto de controversia en Corinto, hubiéramos sabido muy poco al respecto, excepto por Mateo, Marcos y Lucas. Si entonces interpretáramos las porciones narrativas de las Escrituras solamente por medio de otras porciones, entonces supondríamos que no necesitamos celebrar la Santa Cena en nuestros días.
Por supuesto, el Señor ofrece a Sus discípulos enseñanza respecto a la Santa Cena dentro de la narrativa, pero puesto que la enseñanza se encuentra dentro de la narrativa, siempre podemos protestar que dirigió Su enseñanza tan solo a un grupo selecto de discípulos. Algunos siglos atrás, muchos protestantes trataron de hallarle una explicación a la Gran Comisión, de tal manera que hoy muchos tratan de hallarle una explicación a las enseñanzas de los evangelios y los Hechos respecto a las señales que a menudo confirmaban y ayudaban al evangelismo.
El enfoque tradicional “doctrinal” no es solamente inadecuado para interpretar los evangelios, sino que también es inadecuado para interpretar las epístolas. La manera “narrativa” de interpretar el relato bíblico en realidad nos enseña cómo leer las epístolas de manera adecuada. Pablo escribió para referirse a necesidades específicas de las iglesias (en raras ocasiones sólo para enviar saludos); aunque los principios que Pablo emplea son eternos y se aplican a una variedad de situaciones, Pablo expresa esos principios de manera concreta para que lidien con situaciones específicas. Antes que podamos descifrar sus principios, a menudo debemos reconocer las situaciones contra las cuales lucha.
Las palabras concretas de Pablo para situaciones reales constituyen casos de estudio que nos muestran cómo dirigirnos ante situaciones análogas de nuestro tiempo. Las cartas de Pablo presuponen un tipo de historia de trasfondo—él está respondiendo a eventos y situaciones entre su audiencia. En otras palabras, debemos leer hasta las cartas de Pablo como ejemplos. Fue de esta manera que Pablo leía el Antiguo Testamento—extrayendo teología (especialmente enseñanzas morales) de sus ejemplos (1 Co. 10:11).
Sospecho que muchos eruditos, al igual que yo en los primeros años, se hayan sentido incómodos con el hecho de encontrar mucha teología en la narrativa a causa de nuestro adiestramiento occidental. En el mundo académico de la teología uno puede llegarse a sentirse satisfecho tratando asuntos importantes como el de la Cristología, mientras que, por otra parte, se ignoran asuntos tan necesarios como el abuso doméstico y cómo evangelizar en un trabajo secular. Pero los que son pastores, las personas que hacen mucho evangelismo personal y los que tienen otros ministerios, no pueden ignorar asuntos que exceden los límites de las categorías doctrinales tradicionales. (No debemos olvidar que aquellas categorías doctrinales fueron establecidas por teólogos medievales que a menudo podían darse el lujo de apartarse de los asuntos diarios con los cuales luchaban la mayoría de sus contemporáneos.
Los asuntos que trataron eran importantes, pero no eran del todo exhaustivos.) Pienso que mientras más se nos lleve a experimentar los tipos de situaciones que los escritores de las Escrituras vivieron, más sensibles seremos a la hora de interpretar sus textos. Cuando eso suceda, tendremos que retomar toda la Escritura para llevarla a la vida y la fe de la Iglesia.
Una advertencia que debemos llevar siempre presente y es que no todas las acciones humanas registradas en las Escrituras fueron siempre ejemplos positivos, aunque hayan sido hechas por personajes positivos generalmente. La Escritura es realista respecto a la naturaleza humana, y por lo tanto revela abiertamente nuestras fragilidades, para que de esta manera podamos ser realistas respecto a nuestras debilidades y a la necesidad de que tenemos que depender siempre de Dios. Tanto Abraham como Sarah se rieron cuando escucharon la promesa de Dios (Gn. 17:17; 18:12-15); David casi se desploma a causa de la persecución de Saúl y la muerte de Samuel, y así mismo hubiera hecho que mataran a Nabal y sus criados, a no ser por la intervención de Abigail (1 S. 25:32-34); desesperado a causa de que nada sería suficiente para remover el control malvado que tenía Jezabel sobre Israel, Elías quiso morirse (1 R. 19:4); Jeremías, desalentado porque nadie prestaba atención a su mensaje, maldijo el día que nació (Jer. 20:14-18); Juan el Bautista, poco antes de que lo ejecutaran, duda acerca de la identidad de Jesús (Lc. 7:19, 23); Pedro negó a Jesús tres veces (Mr. 14:72).
Tal como dijo Pablo, tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la gente pueda reconocer que el poder viene de Dios (2 Co. 4:7). Solamente Jesús muestra una moral intachable, y aún así, se identificó con nuestras tentaciones (Mr. 1:12-13; 14:34-42). Las Escrituras muestran las debilidades de los hombres y mujeres de Dios para que de esta manera pudiéramos percatarnos de que no existen superhéroes espirituales entre nosotros—tan solo, en el mejor de los casos—hombres y mujeres que dependieron del poder del Espíritu perfecto de Dios para que les diera la victoria.
Las parábolas son un tipo específico de narrativa que difiere en algunas cosas de los otros tipos de narrativa. Los antiguos sabios de Israel en el Antiguo Testamento y en los tiempos de Jesús usaban varias formas de enseñanza gráfica para comunicar su sabiduría, formas que a menudo ponía a pensar a quienes escuchaban acerca de lo que se decía. Un tipo de enseñanza parecido es el proverbio (al cual nos referiremos más adelante). Una categoría más amplia de enseñanza (la cual es abarcada por la palabra hebrea mashal) incluye a los proverbios, comparaciones cortas y a veces comparaciones más extensas, incluyendo algunas que en verdad son con el propósito de ser alegorizadas (¡a diferencia de la mayoría de la narrativa bíblica!).
En el tiempo de Jesús los maestros judíos a veces se expresaban contando historias en las cuales uno, dos o hasta más personajes representarían algo del mundo real. A veces contaban historias acerca de un rey que amaba a su hijo, en las cuales el rey era una analogía de Dios y el hijo una analogía de Israel. Por lo tanto, cuando Jesús contaba las parábolas, podrían estar ya familiarizados con ellas, y sabrían cómo tomarlas.
Pero aun cuando las parábolas de Jesús eran a veces analogías extendidas con verdades en el mundo real (por ejemplo, los cuatro tipos diferentes de terreno en la parábola del sembrador, Mr; 4: 3-20), a veces incluían algunos detalles simplemente necesarios para que la historia tuviera lógica o para que fuese una historia bien contada. (Éste también era el caso de otras parábolas judías de este período).
Por ejemplo, cuando el fariseo y el cobrador de impuestos oran en el templo (Lc. 18:10), el templo no “representa” algo; simplemente ese era el lugar favorito para orar de los habitantes de Jerusalén. Cuando el dueño de la viña construye una muralla alrededor de su viñedo (Mr. 12:1), no debemos esforzarnos en determinar lo qué representa la muralla; ésta era simplemente una característica común de los viñedos y obliga al lector atento a reconocer que Jesús está aludiendo a la parábola del Antiguo Testamento que se encuentra en Isaías 5:5, por lo que los lectores sabrán que la viña representa a Israel.
Cuando hablábamos de la parábola del hijo pródigo con anterioridad, el Padre representaba a Dios, el hijo menor era una analogía respecto a los pecadores, y el mayor, otra respecto a los escribas y fariseos, pero los cerdos no “representan” algo en particular. Éstos simplemente ilustran el rigor del sufrimiento e inmundicia que sufría el hijo pródigo. Las prostitutas (Lc. 15:30) no representan las falsas enseñanzas, la idolatría ni nada más, como si fueran un símbolo estándar; ellas simplemente ilustran el grado de inmoralidad con que el que el hijo malgastó las ganancias de su padre.
Veamos la parábola del Buen Samaritano en Lucas 10:30-35. En esta parábola vemos a un hombre que “bajó” desde Jerusalén hasta Jericó, y en el camino es asaltado y golpeado por unos ladrones, quienes lo dejan casi muerto. Un sacerdote y un levita pasan de largo, pero finalmente un samaritano es quien le rescata y lo lleva a un mesón. Agustín, un gran pensador y padre de la iglesia de la costa norte de África, decidió que esta era la historia del Evangelio: Adán “bajó” porque cayó en pecado, el diablo abusó de él, no fue ayudado por la ley, pero finalmente fue salvado por Cristo como un buen samaritano. Se podría predicar haciendo uso de esta interpretación y realmente esperar que haya conversiones, porque se estaría predicando el Evangelio. Pero el Evangelio podría ser predicado sin adherirlo a esta parábola en particular, y de hecho esto no es a lo que se refiere esta palabra en el contexto de Lucas.
En Lucas 10: 29, un intérprete de la ley le pregunta a Jesús que quién era su “prójimo” al cual la Biblia le mandaba que tenía que amarlo (cf. 10:25-28). Jesús le responde que su vecino podría ser hasta un samaritano—que el amor verdadero debe cruzar fronteras tribales, raciales y hasta religiosas. Probablemente esta no era la respuesta que el intérprete quería oír. Esta respuesta todavía hoy en día sigue siendo muy ofensiva para algunos que no quieren que esta parábola quiera decir esto. Pero, ¿por qué “bajaría” aquel hombre de Jerusalén a Jericó? ¡Simplemente porque Jericó es de más baja elevación que Jerusalén! Además, el camino a Jericó (como muchos otros caminos) era albergue de muchos asaltantes; un hombre que viajase solo sería una presa fácil, especialmente de noche.
El sacerdote y el levita que pasaron por allí, por el otro lado del camino (10:31-32), probablemente lo hicieron así para evitar contraer impureza espiritual. Muchos maestros judíos pensaban que alguien podía quedar inmundo hasta por una semana si tan solo su sombra tocaba un cadáver, y no se podía realmente saber, a menos que se acercaran bastante, si alguien “medio muerto” (10:30) estaba realmente vivo o muerto.
El sentido de esta historia es que algunas personas que eran muy religiosas no actuaban como un verdadero prójimo, pero que una persona de la cual no se esperara algo así, sí actuó como tal. Quizás si en este tiempo contáramos la historia, hablaríamos de un maestro de Escuela Dominical o de un ministro que pasaron por el otro lado del camino, pero que un musulmán, o alguien perteneciente a una tribu hostil, rescataron a la persona. Nuestros escuchas podrían reaccionar con hostilidad ante tal comparación—pero esa es exactamente la manera en que reaccionarían los que escuchaban a la comparación de Jesús. El “prójimo de este” intérprete de la ley podría ser un samaritano. El nuestro podría ser alguien a quien estemos tentados a rechazar de una manera no menos intensa, pero Jesús nos manda a que amemos a todo el mundo.
Siguiendo la influencia del Siglo de las Luces, muchos eruditos del occidente se desarrollaron de manera escéptica en cuanto a los milagros y, por ende, a los relatos bíblicos como parte de la historia. Este escepticismo ha sido desafiado una y otra vez con cada descubrimiento que se hace acerca del mundo antiguo. Nuevas tendencias han comenzado a desafiar los antiguos puntos de vista de esta tendencia de pensamiento, y hoy en día la mayoría de los eruditos, cristianos o no, se enfocan más en el significado del texto que en su relación con la historia.
Pero la iglesia primitiva sí esperaba que sus líderes cristianos fuesen capaces de responder a las objeciones que se levantaban en contra de la fe (2 Ti. 2:25-26; Tit. 1:9); así que les presentaremos algunos de esos asuntos de manera breve. Debido a que algunos de mis trabajos académicos que hasta ahora se han publicado son acerca de los evangelios, puedo ilustrar bien los métodos con respecto a ellos (cuya confiabilidad histórica reafirmo).
Si un escéptico honesto no tuviese evidencia a favor ni en contra de la confiabilidad de los evangelios, ¿ese escéptico debería aceptar o dudar respecto a los evangelios? Un consenso creciente de eruditos alega que los evangelios son antiguas biografías, lo que quiere decir que por lo menos son sustancialmente confiables desde el punto de vista histórico. Éstos cumplen con todas las características de las antiguas biografías, y no con las características de otros géneros. Es por eso que hasta un escéptico debería por lo menos considerarlos generalmente confiables.
Algunos eruditos del siglo XIX con interrogantes históricas se percataron de que algunas partes de la Biblia se entrecruzaban, como es el caso de Reyes y Crónicas, o Marcos y Mateo. Así que desarrollaron un método llamado “fuente histórica” para tratar de reconstruir cuáles fuentes históricas usaron los escritores bíblicos. Claramente sí dependieron de fuentes más antiguas; no inventaron nada a partir de su imaginación. Muchos pasajes en la Biblia mencionan sus fuentes (Nm. 21:14; Jos. 10:13; 2 S. 1:18; 1 R. 14:19; 1 Cr. 29:29; 2 Cr. 27:7). Primero y Segundo de Crónicas citan diez veces a un “Libro de Reyes” (nueve de ellas a partir de 2 Crónicas 16 en adelante).
Aunque los escritores de los evangelios al escribir se acercan más a los sucesos del tiempo que describen, cuando probablemente muchas fuentes informaban acerca de sucesos similares, y por lo tanto, ellos no tenían por qué decir el nombre de las suyas, ellos sí aclaran que existían muchas (Lc. 1:1). Aunque todavía existen debates al respecto, el punto de vista académico de la mayoría es que tanto Mateo como Lucas usaron a Marcos y algún otro material que tenían en común.
Sin embargo, más allá de ese consenso básico, la fuente histórica proveía pocos puntos de vista que eran ampliamente aceptados. Los enfoques de “corta y pega” de principios del siglo XX (en donde los escépticos extraían trozos de Las Escrituras según su conveniencia), ahora son rechazados casi de manera universal, restándole valor así a aquellos comentarios que les continuaron. También sabemos que los antiguos narradores del Mediterráneo hicieron uso de una amplia variedad de fuentes, incluyendo las tradiciones orales, por lo que no siempre podemos identificar cuál información procede de cuál fuente.
Otros eruditos promovieron un método llamado “historia de forma”. Las enseñanzas y las obras de Jesús fueron informadas en diferentes formas literarias. Algunas de estas formas distintas (como es el caso de las parábolas) son evidentes, pero los historiadores de forma tradicionales especulaban demasiado acerca de cuáles formas fueron usadas por la Iglesia en maneras particulares, y la mayoría de sus primeras especulaciones han sido refutadas por eruditos que les sucedieron.
Los eruditos entonces se trasladaron a la redacción histórica o edición histórica. Si Mateo usó Marcos como fuente, entonces ¿por qué lo adapta o lo edita de la manera en que lo hace? Los antiguos biógrafos tenían total libertad de organizar las fuentes y expresarlas con sus propias palabras. Una sencilla comparación de Mateo, Marcos y Lucas nos indicará que ellos no siempre siguieron la misma secuencia ni usaron las mismas palabras para describir el mismo evento, y tales diferencias han de ser esperadas.
Cuando encontramos patrones consecuentes en la edición de Mateo, podemos aprender acerca de cómo Mateo hace énfasis y, por ende, lo que quería comunicar a sus primeros lectores. Sin embargo, algunos antiguos historiadores de redacción tenían demasiada confianza en sus habilidades de reconstruir el porqué de algunos cambios realizados. Más adelante eruditos han reconocido que algunos cambios eran puramente estilísticos o ¡por falta de espacio!
Aunque hay cierto valor en cada uno de los enfoques mencionados, los eruditos modernos se han volcado hacia dos direcciones especialmente. La primera es las formas de crítica literaria, un componente básico de lo que es usualmente leer cada libro como un todo para entender su significado. El segundo es el enfoque histórico-social, el cual se centra en lo que hemos llamado “trasfondo”. Casi la totalidad de los eruditos bíblicos de nuestro tiempo, a lo largo de todas sus variedades, desde los “conservadores” hasta los “liberales”, aceptan la validez de estos dos enfoques.
Las leyes bíblicas tienen mucho que enseñarnos acerca de la justicia, incluso si necesitásemos tomar en cuenta la cultura y la era histórica a la que fueron dirigidas. De esta manera Dios le informa a Israel que ninguna otra nación tenía leyes tan justas como ella (Dt. 4:8), y el salmista celebra y medita continuamente en la ley de Dios (Salmo 119:97).
Algunas leyes, como es el caso de los Diez Mandamientos, están expresadas generalmente como principios transculturales. También se hace difícil encontrarles paralelos genuinos en otras colecciones legales del antiguo Cercano Oriente. La mayoría de las leyes, sin embargo, estaban dirigidas al antiguo Israel como leyes civiles para indicar cómo debía funcionar la sociedad de Israel. Éstas estaban dirigidas específicamente a un marco del Cercano Oriente, y debemos ser cuidadosos a la hora de buscar analogías apropiadas de cómo aplicarlas en el presente.
La ley del antiguo Cercano Oriente marcaba la pauta por la cual tenían que ser tratados los asuntos. Las leyes israelitas trataban muchos de los mismos asuntos que trataba la ley mesopotámica. El código de Hammurabi y otras colecciones legales hacían referencia al perforado de las orejas (Éx. 21:6); la esclavitud por deuda (21:7); el tratamiento de los cautivos esclavizados (21:9); hacer que una mujer abortara (21:22); ojo por ojo y diente por diente (21:23-25); la negligencia respecto a un buey (21:28-36); la dote de la novia (22:16-17); la responsabilidad por derramamiento de sangre (Dt. 21:9-10); y así sucesivamente.
Al mismo tiempo, diferencias significativas modificaban la tradición legal del antiguo Cercano Oriente. En otras sociedades el castigo recibido era más severo si se pertenecía a una baja casta social. A diferencia de esto, en la ley israelita no se cometía tal injusticia. Por otra parte, en la ley babilónica si un hombre causaba la muerte de la hija de otro hombre, entonces su hija tenía que ser ejecutada; en la ley israelita, el hombre que cometía el homicidio era el que moría.
No conocemos de otras sociedades que protegiesen las tierras ancestrales de la manera en que lo hacían las leyes israelitas (Lv. 25:24). Esta ley prevendría la acumulación monopolística de capital que convertiría a algunos en personas adineradas a expensas de otros. En la ley de Israel algunos delitos tenían castigos más indulgentes (bajo la ley babilónica, los ladrones que robaban durante el día eran ejecutados) y algunos otros, los tenían más severos (la ley israelita era más estricta en cuanto a los hijos desobedientes). La ley babilónica ordenaba la pena de muerte para aquellos que albergaban esclavos fugitivos. La ley de Dios le ordenaba a Israel que acogiera a esclavos fugitivos (Dt. 23:15).
Pero las leyes en el Antiguo Testamento, aunque mejoraban las normas de su cultura, no siempre nos proveían con el ideal perfecto de justicia que quiere Dios. En toda cultura, las leyes civiles proveen una exigencia mínima para que la gente pueda trabajar unida, pero no hacen mención de todas las cuestiones morales. Por ejemplo, una ley puede decir: “No matarás”, pero solamente Dios puede llevar a cabo las máximas implicaciones de esa ley para los estándares morales, es decir: “No querrás matar” (Mt. 5:21-26).
Podemos tomar como ejemplo la ley concerniente al esclavo que es golpeado y muere, que se encuentra en Éxodo 21: 20-21; en dicha ley, si el esclavo sobrevive un día o dos, el dueño no es castigado. Hasta cierto punto aquí se va acorde a la ley para cualquiera que no muere inmediatamente de las heridas (21:18-19), pero en este caso la ley dice específicamente que esto es así porque el esclavo es “propiedad” del amo. Según lo que leemos en Filemón y en Efesios acerca de la esclavitud (tratada anteriormente), la misma no parece siquiera ser el propósito ideal de Dios. De igual modo, aunque la ley condena el uso sexual de una esclava perteneciente a otro dueño, lo hace en menor grado que el adulterio, por el hecho de ser una esclava (Lv. 19:20; cf. Dt. 22:23).
Hace dos siglos algunas personas trataban de argumentar a partir de dichos textos el hecho de que Dios estaba a favor de la esclavitud, pero ningún texto en específico apoya la esclavitud. Más bien, el texto se refiere a un sistema que ya se practicaba y lo hace más humano. Los coterráneos israelitas no podían ser esclavos de manera permanente. Éstos servían por un tiempo; entonces eran puestos en libertad y se les daba cierto capital por medio del cual se podían mantener (Dt. 15:12-15). (Israel usualmente no podía siquiera cumplir con esta norma divina; cf. Jer. 34:11-22). Los cristianos que se oponían a la esclavitud citaban una gama más amplia de principios bíblicos (como el de amar al prójimo como a uno mismo, Lv. 19:18, o de que todas las personas eran iguales ante Dios, Hechos 10:28). Este último grupo de intérpretes fue el que articuló de manera correcta el ideal de las Escrituras. ¿Cómo lo sabemos?
Cuando algunos eruditos citaron Deuteronomio 24 como el permiso de un hombre para divorciarse de su esposa, Jesús dijo que esa ley era una “concesión” a la naturaleza pecaminosa del ser humano (Mr. 10:5): es decir, Dios no subió la exigencia hasta su ideal definitivo porque estaba obrando dentro de su cultura. Para proveer leyes morales que funcionasen dentro de una sociedad pecaminosa, Dios limitó el pecado en vez de prohibirlo por completo. Pero la moral que Dios demanda del corazón humano va más allá de esas concesiones.
Dios nunca aprobó que un hombre se divorciara de su mujer, excepto por razones muy limitadas (Mr. 10:9; Mt. 19:9). Otras concesiones en el Antiguo Testamento pueden incluir la poligamia, estar obligado a trabajar para alguien durante un período de tiempo determinado, y quizás la guerra santa: Dios obraba por medio o a pesar de esas prácticas, pero Su ideal en el Nuevo Testamento es mucho mejor. Las leyes rituales y las civiles pueden contener algunos absolutos morales, pero también contienen concesiones en cuanto al tiempo y a la cultura a la que fueron dirigidas, tal y como Jesús lo reconoció.
A la vez, algunos delitos siempre llevaban la pena de muerte en el Antiguo Testamento, sugiriendo de esta manera la seriedad en que Dios los tomaba para todas las culturas: el asesinato, la hechicería, la idolatría, el adulterio, el sexo prematrimonial, las relaciones homosexuales, la rebeldía extrema contra los padres y algunos otros delitos. Esto no quiere decir que hoy en día debamos ejercer la pena de muerte en contra de todos esos pecados. Pero debemos tratar con seriedad todas estas ofensas.
A la hora de interpretar las leyes del Antiguo Testamento, debemos tener en cuenta la diferencia de era, así como la diferencia de cultura. Así como la gente en los días de Moisés no podía ignorar la revelación que Dios le había dado, citando la que Dios le había dado anteriormente a Abraham, así mismo en nuestros días algunas cosas son diferentes a causa de la venida de Jesús. En general la naturaleza humana es la misma. Las formas de Dios obrar tienen mucho en común con las que obraba en el Antiguo Testamento, pero ahora hay momentos en los que obra de manera diferente. En los días de Moisés, Dios ahogó a los egipcios en el Mar Rojo; en los días de Jesús, Dios desató una revolución espiritual que en un período de tres siglos convirtió gran parte del imperio romano y del Aksum (Este africano). El antiguo pacto era bueno, pero obraba mediante la muerte; el nuevo pacto obra por medio de la vida (2 Corintios 3:6).
La ley sigue siendo buena y útil para la enseñanza ética, siempre y cuando se use adecuadamente (Ro. 3:27-31; 7:12; 1 Ti. 1:8-11). Pero una mera obediencia a la ley sin fe nunca ha traído salvación; Dios siempre salvó a las personas por gracia por medio de la fe (Ro. 4:3-12), y desde la venida de Cristo, ha salvado a las personas por medio de la fe en Jesucristo. Cuando consideramos cómo aplicar en nuestros días detalles particulares de la ley, debemos tener en cuenta otros factores. Algunos patrones bíblicos, como el mandato de Dios a que descansáramos, fueron dados antes que fuese dada la ley (Gn. 2:2-3; Éx. 20:11). Él también nos da mandamientos en el Nuevo Testamento (Jn. 13:34; Hch. 2:38; 1 Jn. 2:7-11). El Espíritu Santo también estaba bastante activo en los tiempos del Antiguo Testamento (1 S. 19:20-24; 1 Cr. 25:1-2), pero ha cobrado una nueva actividad en Cristo (Jn. 7:39; Hch. 1:7-8; 2:17-18).
En algunos casos tenemos el contexto histórico de algunos salmos (ej. 2 S. 22:1 para el Salmo 18; 2 S. 23:1-7), pero en la mayoría de los casos no es así. Podemos deducir que algunos salmos reflejan tristeza después del exilio (ej. Salmo 89, especialmente 89:38-51), pero el contexto de otros salmos, digamos por ejemplo el Salmo 150, es oscuro—y en última instancia, no tan necesario como lo son otras porciones de la Biblia. Dios inspiró los salmos no tan solo para las circunstancias inmediatas que los ocasionaron, sino para el uso en la adoración litúrgica de tiempos posteriores (2 Cr. 29:30), en donde repercuten más con otros tipos de circunstancias.
La adoración constituía una actividad fundamental en el templo bíblico (1 Cr. 6:31-32; 15:16, 28-29; 16:4-6, 41-42; 2 Cr. 8:14; Sal. 5:7; 18:6; 27:4; 28:2; 48:9; 63:2; 65:4; 68:24, 35; 73:17; 84:2,10; 92:13; 96:6-8; 100:4; 115:19; 134:1-2; 135:2; 138:2; 150:1), y retomada de manera especial en períodos de avivamiento (2 Cr. 20:20-24; 29:25-27; 31:2; 35:2; Esd. 3:10-11; Neh. 12:24-47). Los levitas alababan a Dios especialmente en los sacrificios matutinos y vespertinos (1 Cr. 23:27, 30), quizás como parte de las ofrendas (Sal. 141:2; cf. 5:3; 88:13). Estos tipos de adoración en general no eran muy pasivas, sino más bien jubilosas, celebrando las obras poderosas de Dios (ej.: Neh. 12:27, 36, 43-46; con quizás cien referencias al respecto en los salmos).
Israel había usado siempre los cánticos en la adoración (Éx. 15:20-21), y las mismas podían ser usadas para la adoración inspirada o dirigida por el Espíritu (1 S. 10:5; 2 R. 3:15; Hab. 3:19; 1 Co. 14:15). Dios también podía usar la profecía para dirigir la naturaleza de la adoración (2 Cr. 29: 25). Un adorador, en el Espíritu, podía alternar entre hablar con Dios y escucharle (2 S. 23:1-2; Sal. 46:1,10; 91:2, 14). Más significativo aún es el hecho de que Dios designó una adoración en el templo ordenada, pero guiada por el Espíritu (1 Cr. 25:1-7). El Nuevo Testamento desarrolla más adelante la importancia de depender del Espíritu de Dios para que nos capacite para una adoración digna del Señor (Jn. 4:23-24; Fil. 3:3).
Los salmos, por lo general, pueden tener el propósito de ser usados más como oraciones y canciones, que para ser interpretados. Una vez que una persona esté llena de los salmos, también provee modelos para nuestra propia adoración espontánea a Dios. (Debido a que la cultura poética y musical del antiguo Cercano Oriente sí influenciaba la manera en que eran presentados los salmos, hoy podemos escribir nuestros salmos con algunas diferencias; cf. 1 Cr. 14:26; Ef. 5:19. Los puritanos solamente usaban los salmos bíblicos como himnario, pero nosotros tratamos de que Dios nos provea cánticos contemporáneos en la música de nuestras propias culturas también).
De esta manera, nos es útil dar un resumen de algunos tipos de salmos y sus usos. Douglas Stuart, coautor con Gordon Fee del libro How to Read the Bible for All Its Worth [Cómo leer la Biblia para descubrir todo su valor] (Zondervan, 1993), pp.194-97, enumera varios tipos de salmos. Hemos seguido y adaptado gran parte de su listado, y aunque estos tipos se interrelacionan, muchas de estas categorías se pueden dividir de maneras diferentes. Más de sesenta de los salmos presentan ejemplos grupales o individuales de cómo expresar nuestro desaliento, sufrimiento o tristeza en oración a Dios. A estos a veces se les llama “lamentos”. Algunos cristianos de nuestro tiempo piensan que nunca debemos admitir que estamos desalentados. Sin embargo, deberíamos expresar de manera bíblica nuestras heridas a Dios.
A menudo estos salmos siguen una estructura sistemática; la mayoría recogen una expresión de pesar, una expresión de confianza en Dios, un clamor de liberación, la seguridad de que Dios dará la liberación y finalmente una alabanza a Dios por Su fidelidad. Oraciones como éstas nos ayudan a lidiar con nuestro sufrimiento, en vez de permitirle que agobie nuestro espíritu.
Los salmos de acción de gracias son apropiados para celebrar la bondad de Dios para con nosotros, y por lo tanto, en cierto sentido son usados en situaciones diferentes a los lamentos (Stg. 5:13). Los adoradores del templo puede que en algunas ocasiones los hayan usado durante las ofrendas de gratitud (Lv. 7:7-11). Stuart enumera dieciséis salmos de acción de gracias, algunos para individuos y otros para el pueblo de Dios en general (Salmos 18, 30, 32, 34, 40, 65-67, 75, 92, 107, 116, 118, 124, 136, 138).
Éstos, por lo general, incluyen un resumen introductorio, una nota acerca del desaliento, un llamado que el salmista hacía a Dios, una descripción de la liberación de Dios y la alabanza por la liberación de Dios. Además de estos, hay muchos salmos a los que Stuart llama “himnos de alabanza”, los cuales brindan adoración a Dios sin enfocarse en asuntos específicos de acción de gracias (8, 19, 33, 66, 100, 103, 104, 111, 113, 114, 117, 145-50). Otros enfatizan la confianza en el Señor (11, 16, 23, 27, 62, 63, 91, 121, 125, 131).
Muchos salmos presentan una celebración y una confirmación de las obras de Dios a favor del pueblo. Algunos salmos enfatizan a Dios como rey (Salmos 24, 29, 47, 93, 95-99), y éstos los podemos usar para alabar el poder y el reinado de Dios. Los salmos que celebran el gobierno del rey de Israel (2, 18, 20, 21, 45, 72, 89, 101, 110, 132, 144) pueden ser usados para celebrar a nuestro Rey y Señor: Jesús, el Mesías. En las sociedades en donde no existe una cultura acerca de lo que es la realeza, se nos debe recordar lo que significa celebrar el reinado del Señor sobre nosotros. Algunos otros salmos enfatizan en la ciudad santa (46, 48, 76, 84, 87, 122), y éstos los podemos usar para celebrar la Nueva Jerusalén prometida y la gracia que Dios nos ha mostrado, tanto para con nuestro futuro como para con nuestra herencia en la ciudad santa.
El trabajo de los historiadores bíblicos, los profetas y los sabios también es compatible con los salmos. Algunos salmos celebran la obra de Dios en nuestra herencia en la historia de Israel (78, 105, 106, 135, 136). Algunos suenan como los mensajes de los profetas, incluyendo uno que es una demanda en forma de pacto que llama al pueblo de Dios a la obediencia (Salmo 50). Algunos son salmos de sabiduría, que suenan como las enseñanzas de los sabios (1, 36, 37, 49, 73, 112, 119, 127, 128, 133). Podemos aprender y enseñar por medio de nuestra adoración (Col. 3:16).
Los salmos también pueden expresar la pasión de nuestra devoción a Dios, una devoción que no siempre la confesamos basados en nuestros sentimientos, sino que la confirmamos en el mismo acto de confesarla. Cuando cantamos a Dios que Él es más importante para nosotros que cualquier otra cosa, confirmamos nuestra devoción a Él (ej.: Salmo 42, 63).
Los salmos nos proveen maneras de expresar nuestra angustia, tristeza, esperanza, desesperación y gozo en oración a Dios. Algunos salmos son para angustias menos severas; otros, los que terminan con una nota de desesperación (Salmo 89: 49-51) sirven de aliento sólo a la persona que está atravesando una gran angustia y necesita expresar todo su dolor a Dios. Aun cuando sabemos que Dios al final nos librará—en la vida o en la muerte—necesitamos expresar nuestros sentimientos ante Él. Los salmos imprecatorios, como es el caso del Salmo 137 (anunciando bendiciones para quien mate los hijos de Babilonia, tal como Babilonia había hecho con los hijos de Israel), caen dentro de esta categoría (ver también Salmos 12, 35, 58, 59, 69, 70, 83, 109, 140). En vez de llevar demasiado lejos el significado literal, debemos considerar la función retórica de estos salmos: son oraciones pidiendo una rápida vindicación de los oprimidos, para que Dios actúe rápidamente con justicia. El oprimido no toma la venganza por su propia cuenta, sino que clama que sea vindicado de la manera en que clamaba la sangre de Abel (Gn. 4:10; Mt. 23:35; Lc. 11:51; He. 11:4; 12:24). Esta práctica también aparece en el Nuevo Testamento (Ap. 6:10; cf. 2 Ti. 4:14), aunque siempre al final Jesús quiere que perdonemos y amemos a nuestros enemigos de tal manera que pidamos su bien (Mt. 5:44; Lc. 6:28).
Este enfoque de los salmos no es una manera de evadir los textos que son incómodos para aquellos de nosotros que estamos condicionados de manera diferente por la enseñanza de Jesús. Estamos tratando de leer los salmos de acuerdo con el propósito por el cual fueron escritos, y por lo tanto de acuerdo con su función retórica. Es por eso que algunos salmos suenan como si Dios siempre garantizara las bendiciones al justo y, en cambio, otros muestran a los justos sumidos en frecuentes angustias. Sin embargo, ambos tipos de salmos se tocan con el mismo salterio, porque aquellos que los escribieron y los cantaron no vieron ninguna contradicción. Ellos usaban los salmos para expresar el sentir de sus corazones ante Dios, y Dios inspiraba su adoración y le agradaba.
Por eso los salmos pueden incluir llamados a la adoración que van en aumento hasta llegar a un grado alto de emoción. (“Aleluya”, que significa “¡Alabado sea Dios!” es literalmente una orden de alabar a Dios, y no una palabra de alabanza en sí misma; los músicos levitas profetizaban al pueblo a medida que lo guiaban en la adoración—1 Cr. 25:1-2). Otros salmos pueden ser lamentos inspirados que nos proveen de modelos aceptables para que expresemos nuestro dolor. Otros son oraciones pidiendo vindicación. Aunque debemos pedir cosas buenas para nuestros enemigos (Lc. 6:28), este tipo de oración continúa en el Nuevo Testamento (Ap. 6:10; cf. 2 Ti. 4:14), como ya lo hemos dicho.
Los salmos son principalmente para ser orados, pero también podemos predicar y enseñar a partir de ellos, siempre y cuando reconozcamos que estamos enseñando modelos para varios tipos de oración. Por ejemplo, el Salmo 150 nos dice dónde debemos alabar a Dios—tanto en Su santuario como en el cielo, es decir, en todas partes (150:1; a menudo el idioma hebreo resumía lo general contrastándolo con las partes opuestas). ¿Por qué debemos alabar a Dios? Tanto por lo que ha hecho como por lo que Él es (150:2). ¿Cómo debemos alabar a Dios? Con danzas y todo tipo de instrumentos disponibles (150: 3-5). Y finalmente, ¿quiénes deben alabar a Dios? Todo lo que respira (150:6). Los salmos también brindan otros tipos de aliento. Por ejemplo, el Salmo 2 predice la victoria del rey de Israel sobre las naciones que se burlaron de él. Esto nos recuerda que a la larga no son las personas que nos rodean las que tienen poder sobre nosotros. Dios tiene el control y Él lo revelará; ningún imperio humano que se ha revelado en Su contra ha sobrevivido, y ninguno lo hará.
Los maestros de sabiduría, o sabios, a menudo enseñaban dichos que se memorizaban con facilidad, a los cuales llamaban proverbios. La mayoría de las culturas están familiarizadas con este género. Los americanos tienen dichos tales como: “Vísteme despacio que estoy apurado”, y las sociedades tradicionales africanas han hecho un uso más abundante de los proverbios.
Los proverbios son expresiones cortas y concisas de principios generales. Como tal, son resúmenes de promesas normales y condicionales para toda circunstancia. Realmente algunos principios generales pueden entrar en conflicto entre sí en situaciones específicas. Es por eso que en Proverbios 26:4-5 se debe tanto responder al necio conforme a su necedad, y no se debe responder al necio conforme a su necedad. Debe ser corregido por su bien, y por el bien de uno mismo se ha de ser cuidadoso de no ser como él. Ambos principios son verdaderos, y para que les reconozcamos, debemos estar atentos a la amplitud de las Escrituras, en vez de tomar un texto y tratar de leer en otros lo que éste significa, sin primero considerar el significado de cada texto.
El que predique a partir de Proverbios querrá reunir diferentes proverbios que traten el mismo asunto para mencionarlos juntos. Esto es importante porque la mayoría del libro de Proverbios consiste en un número de dichos colocados al azar, por lo que las reglas normales del contexto no funcionan con él. El contexto más amplio de género no le funciona, por lo que resultaría muy útil tomar otros dichos sabios del mismo tema y unirlos.
Al ignorar el género de Proverbios, algunos han usado algunos de éstos como promesas incondicionales las cuales puedan luego “declarar” con certeza. (Por lo tanto, hay quienes, al igual que los amigos de Job, usan principios generales de Proverbios acerca del éxito del justo, para condenar a aquellos que no lo estén experimentando. Este enfoque no entiende en lo absoluto la naturaleza de los Proverbios). Hay quienes también han sacado doctrinas extrañas al tomar proverbios específicos fuera del contexto de la colección más amplia de proverbios que existen acerca del tema.
Por ejemplo, algunos dicen, basados en algunos proverbios (y también en otros textos descontextualizados) que podemos hablar las cosas que no son para que sean. Ellos apuntan que la lengua puede traer la muerte o la vida, herir o sanar (Pr. 18:21; 12:18), pero cuando comparamos otros proverbios que hablan acerca de la lengua trayendo sanidad o vida, su significado queda claro: se puede edificar a otros o herirlos con lo que hablamos, y, a la vez, podemos meternos en problemas o evitarlos por la manera en que hablamos a otros (Pr. 12:14; 13:2-3; 18:20; 21:23).
Otras expresiones en proverbios respecto a la sanidad incluyen el bienestar de aquellos que escogen mensajeros fieles (Pr. 13:17), ellos tienen sus corazones tranquilos (14:30; 17:22), reciben buenas noticias (25:25) o escuchan palabras de aliento (16:24). Muchos textos enfatizan en el valor terapéutico de la lengua, especialmente en las relaciones (12:25; 15:1, 4, 23; 25:11-12, 25). Los egipcios y mesopotámicos también tenían proverbios acerca de la lengua y respecto a las palabras como portadoras de sanidad o de muerte, no en el sentido de hablar las cosas para que se conviertan en lo que no son, sino en el sentido de salir o meterse en problemas (ver, por ej., las “Palabras de Ahiqar”).
También debemos tener en cuenta la “función retórica” de los proverbios. Los sabios antiguos daban proverbios en expresiones cortas y concisas como principios generales. Los proverbios eran poesía (en ocasiones contrastando la segunda línea con la primera), y eran resúmenes cortos que no enumeraban todas las posibles excepciones de los principios que articulaban. Podían usar el humor, la hipérbole, (exageraciones retóricas), la ironía y otros medios para comunicarse de manera gráfica. Los proverbios fueron escritos con el propósito de que fueran memorables y prácticos, y no para que fuesen declaraciones detalladas de filosofía, y mucho menos para ser garantías legales. Debemos leerlos de acuerdo con el carácter en que fueron escritos.
Mencionaremos brevemente algunos de los otros tipos de literatura de sabiduría. Tanto Job como Eclesiastés desafían el tipo de sabiduría convencional en Proverbios: ¿qué sucede cuando el justo sufre y el malvado prospera? El que la Biblia incluya estos libros nos recuerda que los principios generales de Proverbios son sólo principios, no garantías categóricas que podamos “alegar”, como si Dios estuviese obligado a responderlas. (Sin embargo, Él sí responde a menudo nuestras oraciones de fe, incluyendo la fe fortalecida por tales principios, pero ese es un asunto diferente.)
El que la Biblia también incluya una amplia variedad de perspectivas (aunque sin contradicciones) también nos advierte que mantengamos nuestras fronteras ensanchadas: Dios puede enviarnos muchos cristianos con diferentes tipos de sabiduría, y debemos ser lo suficiente sabios para asimilar todos los tipos de sabiduría. Quizás conozcamos a aquellos que tienden a ser cautelosos y escépticos (como el cinismo de Eclesiastés), otros que han aprendido por medio de los sufrimientos de Job, y aquellos que han visto principios generales en la fidelidad de Dios para con los justos. Debemos acogerlas a todas y hacer que juntas obren en el cuerpo unificado de Cristo, tal y como funcionan unidos en un canon los diferentes libros de la Biblia.
Aunque se hayan usado algunos salmos en bodas de la realeza (Sal. 45), la pieza de literatura romántica más amplia y continua de la Biblia son los Cantares de Salomón. A través de la historia muchos intérpretes se sorprendían de que las Escrituras prestaran tan especial atención a un tema tan “secular” como lo es el romance marital, y por esa razón interpretaban los cantares como algo alegórico respecto a la relación de Dios e Israel, o de Cristo y la iglesia. Pero los cantares tienen más sentido en su significado literal (la unión de Cristo a la iglesia tiene algunos paralelos con el romance, pero las probables alusiones de la relación sexual, el desacuerdo matrimonial y los celos ¡no encajan con esta interpretación!)
Dios nos dio los Cantares en nuestra Biblia porque Él le da mucha importancia al romance en la pareja, y desea que las esposas y los esposos disfruten el amor entre ellos. Parte del lenguaje romántico con el cual no estamos familiarizados era común en su día (por ejemplo, las canciones de amor de los egipcios también celebran, como un ambiente romántico, la venida de la primavera y los sonidos que emiten los animales durante ese tiempo—cf. Cantares 2:12).
La canción trata muchos aspectos prácticos del romance matrimonial (por medio de ejemplos específicos del rey y su novia): por ejemplo, él le reafirma su belleza (1:9-10, 15; 2:2; 4:1-15); ella le reafirma su atractivo (1:16; 2:3; 5:10-16); ellos participan en el banquete de bodas (2:4); experimentan un malentendido y se reconcilian (5:2-8); se debe tener cuidado de no provocar los celos (8:6).
Este libro es útil para la consejería matrimonial y para predicar acerca del matrimonio. Solamente después de que hayamos interiorizado sus lecciones para nuestros propios matrimonios podremos encontrar principios matrimoniales en la canción que también se aplica a nuestra relación con nuestro Señor.
Las enseñanzas de Jesús no son un género tan vasto como lo es la poesía o la narrativa; de hecho, estos mezclan elementos de diferentes tipos de géneros. Jesús, entre otras cosas, era un sabio judío, por lo que a menudo usa el estilo que usaban los maestros judíos de Su época: por ejemplo, las exageraciones retóricas, los proverbios de sabiduría (ver arriba) y las parábolas. Al mismo tiempo, Jesús era profeta, y a veces daba profecías como lo hacían los profetas (“¡Ay, Capernaum!”). Por supuesto, Jesús era más que un sabio o un profeta, y a menudo hablaba con mayor autoridad que con la que los sabios o los profetas lo hacían, pero Él también usó muchas técnicas de enseñanza que eran familiares a la gente de Su tiempo.
Tomaremos como ejemplo la enseñanza de Jesús acerca del divorcio. Muchas personas suponen que lo dicho por Jesús en cierta ocasión abarca todas las situaciones, pero aunque a menudo esto es así, a veces Jesús mismo brindaba diferentes perspectivas para diferentes tipos de situaciones. Es por eso que cuando amamos a Jesús como Él quiere que le amemos, más que a nuestros padres, reconocemos que “odiarlos” es sólo un término para comparar nuestro amor hacia Él (Lc. 14:26); en otras partes, Él nos da instrucciones de que proveamos para ellos en su vejez (Mr. 7:10-13).
Algunas personas citan solamente las palabras de Jesús de que casarse otra vez es adulterio (Mr. 10:11-12; Lc. 16:18), pero ¿qué tipo de palabras son estas? Cuando Jesús dice que el que comete adulterio debe sacarse un ojo para no ir al infierno (Mt. 5:28-30), ¿debemos tomar más en sentido literal Sus palabras acerca de casarse otra vez que ocurren inmediatamente después (Mt. 5:31-32)? La única manera de probar estos es examinándolo en el contexto de todas las enseñanzas de Jesús al respecto.
En primer lugar, debemos examinar lo mejor posible el “porqué” de las enseñanzas de Jesús. En los días de Jesús, los fariseos discutían entre ellos acerca de cuáles eran las bases sobre las cuales un hombre se podía divorciar de su esposa. La escuela más estricta decía que un hombre podía divorciarse de su esposa si ella le era infiel, pero la escuela más indulgente decía que se podía divorciar de ella si ésta le quemaba su pan.
En la Palestina judía (opuesta a las leyes romanas), los esposos se podían divorciar de sus esposas casi por cualquier razón; las esposas no se podían divorciar de sus esposos ni impedir que sus esposos se divorciaran de ellas. Jesús estaba, por lo menos en parte, defendiendo una parte inocente para que no fuera dañada: el esposo que se divorcia de su esposa y se vuelve a casar comete adulterio “contra ella”—contra su esposa (Mr. 10:11). Este era un pecado no sólo en contra de Dios, sino también en contra de otra persona inocente de divorcio (cf. también Malaquías 2:14).
Lo segundo que debemos examinar es lo que estas palabras están diciendo literalmente. El “adulterio”, en el sentido literal, es serle infiel al compañero con quién se está casado; entonces para que el volverse a casar se considere adulterio contra el cónyuge anterior quiere decir que, a los ojos de Dios, esa persona todavía está casada con su cónyuge anterior. Si tomamos esto de manera literal, entonces quiere decir que el matrimonio no puede ser disuelto, y que todos los cristianos deberían terminar con su segundo o tercer matrimonio. (Es interesante que a pesar del escándalo que esto habría causado en la sociedad antigua, no se tiene registro alguno en el Nuevo Testamento de nadie que haya roto con matrimonios posteriores).
Pero, ¿es esto una declaración literal o una de las expresiones usadas por Jesús para captar la atención de la gente—como el sacarse un ojo, un camello entrando por el ojo de una aguja o la fe como un grano de mostaza? Podemos responder fácilmente esta pregunta si examinamos lo que dice Jesús en otros lugares acerca del mismo tema.
En el mismo contexto de Marcos 10:11, Jesús también dice: “Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mr. 10:9, NVI). En el 10:11 dice que el matrimonio no puede ser disuelto; en el 10:9, que no debe y no puede ser disuelto, pero que sí sucede. La diferencia en significado que hay aquí es esta: uno dice que siempre está casado al primer cónyuge; el otro dice que se debe permanecer casado al primer cónyuge. El primero es una afirmación; el otro, una exigencia. Sin embargo, el matrimonio no puede ser algo rompible e irrompible a la vez; por lo que es posible que el 10:11 sea una exageración deliberada (hipérbole), mientras que el 10:9 comunique su verdadera intención: evitar que nos divorciemos, no romper nuevos matrimonios.
Otras palabras de Jesús nos ayudan aún más. Por ejemplo, el mismo Jesús no tomó Marcos 10:11 de manera literal: Él consideró que la mujer samaritana estuvo casada cinco veces, no como si se hubiese casado una vez y de ahí en adelante estuviese cometiendo adulterio (Juan 4:18). Además, el mismo Jesús permite una excepción en dos de los cuatro pasajes en donde se refiere al divorcio. Un seguidor de Cristo no debe disolver su matrimonio, pero si su cónyuge lo hace por infidelidad sexual, Jesús no castiga a la persona inocente (Mt. 5:32; 19:9). En ese caso el matrimonio puede ser disuelto, pero tan solo una persona es culpable de ello. (Debido a que tanto la ley judía como la romana demandaban el divorcio por adulterio, Marcos y Lucas pudieron haber dado por sentada esta excepción sin tener que registrarla explícitamente).
Cuando Pablo cita la prohibición de Jesús en cuanto al divorcio, él le dice a los cristianos que no deben divorciarse de sus cónyuges, sean ellos cristianos o no (1 Co. 7:10-14). Pero si el cónyuge se marcha, la parte cristiana no es responsable del comportamiento del otro (1 Co. 7:15). La expresión “sujeto a servidumbre” (7:15) es la usada en los antiguos contratos judíos de divorcio para permitir que la persona se volviera a casar. Por lo tanto, Pablo aplica las enseñanzas de Jesús como una demanda a la fidelidad en el matrimonio, no como una afirmación para deshacer los matrimonios: los cristianos no deben disolver nunca sus matrimonios, pero si su matrimonio se disuelve en contra de su voluntad, no debemos censurarlos por ello. Jesús se pronunció para defender al cónyuge inocente, no para empeorar su condición.
Pero aunque Jesús realmente no está llamando a los cristianos a disolver sus postreros matrimonios, esto no quiere decir que no debamos tomar en serio lo que dice. El sentido de que se use una exageración deliberada no es para que digamos: “Ah, eso es tan solo una exageración; podemos ignorarla”. El sentido de tal expresión es el de llamar nuestra atención para hacernos ver cuán serio es lo que nos demanda. El arrepentimiento genuino (expresado en restitución) cancela los pecados del pasado, pero no se puede esperar que haya arrepentimiento genuino si se peca de manera premeditada.
Los cristianos no son responsables por los matrimonios disueltos en contra de su voluntad, pero sí lo son ante Dios de hacer todo lo que esté genuinamente a su alcance para que su matrimonio funcione. En este ejemplo hemos tratado de mostrar cuán cuidadosos debemos ser al escuchar por qué Jesús se expresa en ciertas maneras, y de examinar todas Sus enseñanzas con cuidado para poder discernir cuándo está hablando en sentido literal, cuándo está exagerando Su punto en forma de parábola.
Pero las expresiones recargadas no son con el propósito de ser ignoradas; son con el propósito de ¡llamar nuestra atención aún más! También debemos añadir dos palabras de precaución: Jesús mismo usa principios como “misericordia y no sacrificio” (Mt. 9:13; 12:7) y el de buscar la esencia del mensaje (Mt. 5:21-22; 23:23-24). Pero también debemos ser honestos al tratar lo que Él nos dice: el temor a Dios adecuado nos dará integridad a la hora de buscar la verdad, en vez de tratar de justificar la manera en que queremos vivir (cf. Pr. 1:7).
Los evangelios son un tipo específico de narrativa, pero en vez de tratarlos como narrativa solamente, debemos hacer algunas observaciones especiales al respecto. Los evangelios encajan con el formato de antiguas biografías. (Algunos eruditos de principio del siglo XX difirieron en esta premisa, pero la academia más reciente ha retomado de manera creciente el punto de vista histórico de que los evangelios son antiguas biografías).
Los biógrafos antiguos, a la hora de escribir, seguían algunas convenciones bastantes estándares, pero algunas de ellas difieren de las formas en que hoy escribimos las biografías. Por ejemplo, las biografías antiguas comenzaban con la etapa adulta del personaje (como en Marcos o Juan) y a veces organizaban sus historias en orden temático más que cronológico (de esta manera, por ejemplo, Mateo informa acerca de las enseñanzas de Jesús; es por eso que los sucesos no están siempre en el mismo orden de un evangelio a otro).
No obstante, los biógrafos no tenían la libertad de inventar historias acerca de sus héroes; ellos podían escoger cuáles historias incluirían con sus propias palabras. Otros escritores criticaban a aquellos que inventaban historias. Además, no es necesario citar palabra por palabra lo que la gente dice, aunque sí se tiene que verificar el sentido de lo que quisieron decir. Al conocer estos detalles acerca de los distintos tipos de narrativa antigua, nos ayudan a ser aún más precisos a la hora de aprender principios para interpretar las narrativas. (También podemos identificar en la Biblia otros tipos de narrativas de maneras más específicas de lo que lo hemos hecho; por ejemplo, el Libro de los Hechos es un tipo especial de libro de historia que era común en el primer siglo).
Aquí ofrecemos algunos comentarios acerca de la confiabilidad de los evangelios como antiguas biografías. Usaremos Lucas 1:1-4 como un bosquejo sencillo. Sabemos por Lucas 1:1 que por el tiempo en que Lucas escribió, ya se encontraban en circulación muchas fuentes escritas (otros evangelios). (La mayoría de esos evangelios ya no existen. Aparte de los evangelios del Nuevo Testamento, todos los evangelios del primer siglo se han perdido. Los tal llamados “Evangelios perdidos”, de los cuales algunos hablan son falsificaciones, novelas o colecciones de dichos de eras posteriores). El mismo Lucas escribe en el tiempo en que algunos apóstoles todavía vivían, y que ¡ya muchos otros habían escrito antes que él! Las personas estaban escribiendo evangelios cuando otros todavía recordaban las enseñanzas de Jesús de manera muy precisa.
Además, había muchos relatos orales acerca de Jesús que se pasaban de persona a persona y llegaban a los oídos de los testigos oculares (Lc. 1:2). Muchas sociedades africanas tienen miembros de la tribu quienes pueden recordar siglos de información que encajan bien con los registros escritos de viajeros europeos. Los antiguos mediterráneos tenían una memoria excelente. Los niños en las escuelas aprendían las cosas por medio de la memorización, enfocándose en dichos de maestros famosos. Los oradores a menudo memorizaban los discursos que a veces tenían horas de duración. Los maestros esperaban de sus alumnos, de sus discípulos, que memorizaran y propagaran sus enseñanzas—esa era el deber principal de sus discípulos.
Los estudiantes a menudo tomaban notas, y los maestros antiguos dan fe de que los estudiantes le repetían sus enseñanzas exactamente como el maestro las daba (para más documentación al respecto, vea la introducción de Mateo, de Craig Keener [Intervarsity, 1996], o el volumen más detallado que escribí para Eerdmans). Es algo ingenuo desde el punto de vista histórico dudar que los discípulos de Jesús pasaran sus enseñanzas de manera precisa; ¡para eso eran exactamente los antiguos discípulos!
Además, podemos confiar en el testimonio de estos testigos oculares. Los apóstoles permanecieron en posiciones de liderazgo en la iglesia primitiva; tanto los Hechos como Pablo mencionan al hermano de Jesús y a los principales apóstoles en Jerusalén. (Nadie tenía razón alguna para inventar la existencia de esas personas y que la expansión del Cristianismo comenzara por otro lugar; además, diversas fuentes dan fe de su existencia.
Por lo tanto, virtualmente nadie niega su existencia hoy en día). Debido a su liderazgo, nadie podía inventar historias acerca de Jesús que contradijeran su testimonio verídico acerca de Él. Además, nadie los puede acusar de mentir con respecto a Jesús. Estaban tan convencidos de que decían la verdad acerca de Él, que estaban preparados para morir por lo que decían. Más aún, no estaban muriendo simplemente por lo que creían, estaban muriendo por lo que habían visto y oído cuando estaban con Él.
En tercer lugar, Lucas tuvo la oportunidad de investigar sus alegaciones (Lc. 1:3, según el griego y la mayoría de las traducciones). En aquel entonces, cuando todavía era posible hacerlo, Lucas verificó sus fuentes entrevistando a los testigos cuando fue posible. Algunas secciones de Los Hechos dicen “nosotros” porque Lucas estaba viajando con Pablo en esos precisos momentos, y esas secciones incluyen su viaje a Jerusalén y a Palestina, en donde permanecieron dos años (Hechos 21:15-17; 24:27; 27:1). Eso le dio la oportunidad de entrevistar a Santiago, el hermano menor de Jesús, entre otros (Hechos 21:18).
Finalmente, el mismo Lucas no podría haber inventado tales historias. Él le está confirmando relatos a Teófilo, y no presentándole nuevos (Lc. 1:4). Es decir, mientras que algunos testigos estaban todavía vivos, las historias que Lucas registra ya eran conocidas por Teófilo. Esto nos confirma más aún que, aunque sobre bases netamente históricas, los evangelios son confiables. (De la misma manera, Pablo puede recordar a sus lectores acerca de los milagros que ellos mismos presenciaron, a veces por medio de su propio ministerio, o mencionar que otros testigos del Cristo resucitado todavía viven y que, por lo tanto, pueden ser consultados: 1 Co. 15:6; 2 Co. 12:12; Gá. 3:5).
Al leer las cartas en la Biblia, debemos leerlas ante todo como dirigidas a personas reales que vivieron en los días del que las escribió, porque eso es lo que ellas explícitamente dicen ser (ej. Ro. 1:7). Solamente después de haber entendido las cartas en su propio contexto histórico, podemos considerar cómo aplicarlas de manera correcta a nuestras situaciones diarias. En contraste con los que piensan que las cartas necesitan menos interpretación que otras partes de las Escrituras, éstas en realidad se encuentran entre las partes de las Escrituras que se encuentran más vinculadas a su situación histórica.
Por ejemplo, ¿cómo aplicamos las enseñanzas de 1 Corintios en un entorno cultural totalmente diferente? La promesa de la futura resurrección (1 Co. 15) parece muy fácil. Algo más controversial aún, en diferentes culturas, en muchas iglesias en muchas partes del mundo, se da por sentado que las mujeres deben usar una manta para cubrir su cabeza (1 Co. 11:2-16), aun si eso ya no es parte de la cultura más generalizada. Pero, ¿y qué hay con la comida ofrecida a los ídolos (1 Co. 8-10)? En las culturas donde la gente ya no sacrifica comida para los ídolos, como en gran parte del mundo occidental, ¿tenemos la libertad para saltarnos esos capítulos? O ¿existen principios transculturales que Pablo usa que también son relevantes a otras culturas?
Como destacábamos con más detalles anteriormente, el estudio del trasfondo cultural de la Biblia no es opcional; debemos tener en cuenta la situación original para entender a fondo la Palabra de Dios. Esta verdad es aplicable a las cartas como a cualquier otra parte de la Biblia, y quizás más, porque las cartas van dirigidas a congregaciones específicas o a personas que presentaban situaciones específicas. Algunos pasajes son difíciles de entender porque la audiencia original a quien iba dirigida ya sabía cuál era el asunto que se trataba, y no siempre podemos reconstruirlos (2 Ts. 2:5); ¡en tales casos debemos aprender a ser humildes! Teniendo esto en consideración, si Pablo estuvo dieciocho meses con los corintios (Hechos 18:11), se debe esperar que les hable de algunos asuntos de los cuales no tenemos la más mínima idea (1 Co. 1:16; 3:4-6; 15:29). Pero aún en esos casos, a menudo podemos obtener el sentido general del pasaje completo, y eso es lo que más necesitamos. La investigación que más adelante se realice acerca del trasfondo casi siempre revelará más detalles, pero siempre habrá asuntos que no conoceremos hasta que Jesús venga (1 Co. 13:12).
Los escritores de las cartas bíblicas a veces seguían los patrones de la “retórica” y las convenciones de la oratoria y la escritura de su tiempo. Nos resultará útil conocer algunas de estas costumbres para poder entender mejor las cartas (por ejemplo, el porqué Pablo siempre comienza con “gracia y paz sean con vosotros de Dios y de Cristo”, lo cual pone a Cristo como una deidad al lado del Padre). A la vez no se encontraban simplemente haciendo alarde de sus habilidades al escribir. Estaban tratando de trasmitir algo, de corregir problemas y de animar a los cristianos en situaciones particulares.
Una vez que entendamos la situación, casi siempre podremos entender cómo el autor trata esa situación. Estos escritores aplicaron principios eternos a situaciones concretas de su tiempo. Para poder tener un impacto equivalente, debemos aplicar de manera diferente esos principios a las situaciones concretas de nuestros días, teniendo en cuenta las diferencias culturales.
Cuando los apliquemos, debemos asegurarnos de que encontremos las analogías adecuadas entre las situaciones que Pablo trataba y las nuestras del presente. Por ejemplo, algunos intérpretes creen que Pablo le prohíbe a la mayoría de las mujeres de una congregación de que enseñen porque por lo general éstas no tenían educación y, por lo tanto, podían enseñar de manera equivocada (1 Ti. 2:11-12). En esa cultura, su orden de que debían “aprender” (2:11; en silencio, con toda sujeción”, era la manera propia de aprender de las aprendices) en realidad liberaba a las mujeres, quienes normalmente no recibían instrucciones directas excepto al sentarse en los servicios.
Si este es el asunto o no marca una diferencia: si no lo es, la analogía adecuada para hoy puede ser que las mujeres nunca deban enseñar la Biblia (aunque esto dejaría bajo cuestión otros textos como Ro. 16:1-2,7; Fil. 4:2-3; Jue. 4:4; 1 Co. 11:4-5). Por otra parte, si resulta ser así, la analogía para hoy puede ser que las personas con falta de instrucción, sin importar el sexo, no deben enseñar la Biblia.
Gordon Fee, en uno de sus capítulos sobre “Las epístolas” en su libro escrito junto a Doug Stuart, How to Read the Bible for All Its Worth [Cómo leer la Biblia para descubrir todo su valor] (Zondervan, 1993), nos sugiere dos principios generales claves para interpretar las cartas. Primero, “un texto no puede significar lo que nunca significó para su autor o sus lectores” (pág. 64). Por ejemplo, él apunta que no se puede argumentar que lo “perfecto” en 1 Corintios 13:10 se refiera a la terminación del Nuevo Testamento – pues los lectores de Pablo no tenían manera alguna de saber que habría un Nuevo Testamento.
En segundo lugar, “en donde compartimos particulares comparables (es decir, situaciones similares y específicas de la vida) con el panorama del primer siglo, la Palabra de Dios para nosotros es la misma que Su Palabra para ellos” (pág. 65). La murmuración, la inmoralidad sexual y la codicia siempre estarán mal; no importa lo mucho o lo poco que se practique en cualquier cultura.
¿Qué hacemos con los textos que tratan situaciones muy diferentes a las nuestras de hoy en día? Los cristianos judíos y los cristianos gentiles estaban divididos en cuestiones de leyes sobre los alimentos y en los días festivos. Pablo, en Romanos 14, les advierte que no se debían dividir por asuntos tan secundarios. Si nos encontramos en círculos en donde no conocemos si hay algún cristiano que guarde las festividades del Antiguo Testamento y quien se abstenga de comer carne de cerdo, ¿nos saltamos este capítulo? Sin embargo, el consejo que da Pablo en este capítulo funciona desde un principio más amplio al tratar la situación específica. El principio es que no debemos dividirnos por asuntos secundarios, asuntos que no se encuentran en el corazón del Evangelio ni de la moral cristiana.
Pablo escribió a congregaciones reales y específicas. Debido a que no esperaba que los cristianos de muchos siglos después se mantuvieran leyendo sus cartas en diferentes culturas y situaciones (cf. Mr. 13:32), no se detuvo en diferenciarnos sus principios transculturales sobre los cuales basó su consejo del consejo concreto que dio a estas congregaciones en sus situaciones. Fee enumera varios principios para distinguir los principios transculturales de los ejemplos específicos que nos da la Biblia, de los cuales hemos adaptado los más importantes.
Primero, debemos buscar el “núcleo”, o el principio transcultural en el texto. Esto es importante para que de esta manera mantengamos el énfasis en el evangelio de Cristo, y no nos convirtamos en legalistas en los detalles, como lo eran algunos enemigos de Jesús.
Segundo, la Biblia presenta algunos asuntos como normas morales transculturales, tal como la lista de vicios que da Pablo (Ro. 1:28-31; 1 Co. 6:9-10). Pero en diferentes culturas la Biblia permitía diferentes costumbres en cuanto a las mujeres trabajando fuera del hogar (Pr. 31:16, 24; 1 Ti. 5:14) o diferentes formas de ministerio (Jue. 4:4; Fil. 4:3; 1 Ti. 2:12). Si pasajes diferentes permiten prácticas diferentes, vemos estas prácticas proveyendo pautas en una cultura específica, pero no un principio transcultural detrás de ellas sin dejar excepciones.
Tercero, necesitamos entender las opciones culturales disponibles al escritor. Por ejemplo, los escritores bíblicos escribieron en una era en donde nadie estaba tratando de abolir la esclavitud. El hecho que los escritores de la Biblia no mencionen explícitamente un asunto del que nadie haya hablado, ¡no sugiere que ellos hubiesen estado del lado de los que apoyaban la esclavitud si la pregunta se hubiera hecho! Por otra parte, los griegos en los días de Pablo tenían varios puntos de vista en cuanto a las relaciones sexuales prematrimoniales, las relaciones homosexuales, etc., pero la Biblia es unánime al condenar tales prácticas.
Cuarto, necesitamos tener en cuenta las diferencias de situación: en el primer siglo, los hombres estaban más aptos para ser educados, incluyendo en la Biblia, que las mujeres. ¿Hubiera Pablo escrito exactamente la misma aplicación para este tiempo, en el que los hombres y las mujeres tienen las mismas oportunidades educacionales? Los principios de Fee se asemejan a los que mencionamos anteriormente acerca del uso del trasfondo transcultural.
Podemos proveer un ejemplo crudo de cómo debemos tomar en cuenta la situación de Pablo. En dos textos Pablo exige que las mujeres guarden “silencio” en la iglesia (1 Co. 14:34-35; 1 Ti. 2:12). Si llevamos esto a todo lo que pudiera significar, ¡las mujeres ni podrían cantar en la iglesia! Muy pocas iglesias en el presente llevan estos versículos tan lejos, pero ¿se encuentran ignorando el significado del pasaje? No necesariamente. En otros textos Pablo felicita a las mujeres por su trabajo en el reino (Fil. 4:2-3), y en Romanos 16 felicita más a mujeres que a hombres por su servicio al Señor (¡aunque menciona a más hombres!).
Por otra parte, por lo menos ocasionalmente, los términos que más comúnmente usa con sus colaboradores masculinos, los usa también con algunas mujeres: “colaboradores” (Priscila; Ro. 16:3); diakonos (“sierva” Febe; Ro. 16:1), y en una ocasión ¡hasta “apóstol”! (Junia, según las mejores traducciones; Ro. 16:7). Más importante aún, acepta a las mujeres orando y profetizando con sus cabezas cubiertas (1 Co. 11:4-5). ¿Cómo pueden orar y profetizar si luego, en la misma carta, les pide que permanezcan en silencio en la iglesia (1 Co. 14:34-35)? ¿Se contradice la Biblia aquí? ¿Se contradice Pablo en la misma carta?
Es probable que los dos textos acerca del silencio no se refieran a todos los tipos de silencio, sino que traten con tipos especiales de situaciones. El único tipo de lenguaje que se trata específicamente en 1 Corintios 14:34-35 es el de hacer preguntas (14:35). Era común en la cultura griega y judía que las personas interrumpieran a los maestros y a los oradores con preguntas, pero era considerado algo descortés que la gente iletrada lo hiciera, y se consideraría más descortés aún si lo hacían mujeres sin ninguna educación. No debemos olvidar que las mujeres eran por lo general mucho más iletradas que los hombres. De hecho, en la cultura judía, se enseñaba a los muchachos a recitar la Ley de Dios, pero las muchachas casi nunca recibían esta educación.
En cuanto a 1 Timoteo 2:11-12, los eruditos todavía se debaten en cómo Pablo usa el trasfondo del Antiguo Testamento (aplica ejemplos del Antiguo Testamento de diferentes maneras en diferentes pasajes, incluso el ejemplo de Eva, 2 Co. 11:3). Pero por lo menos hay un punto que es interesante; las cartas de Pablo a Timoteo en Éfeso son las únicas en toda la Biblia en donde sabemos que los falsos maestros se estaba dirigiendo específicamente a las mujeres con sus falsas enseñanzas (2 Ti. 3:6). De hecho, pueden haber tenido como objetivo a las viudas (1 Ti. 5:9) que tenían casas para de esta manera usarlas como iglesias—uno de los términos griegos en 1 Ti. 5:13 casi siempre significaba: propagando “insensateces” o falsas ideas. Aquellos que sabían menos acerca de las Escrituras eran naturalmente los más susceptibles a las falsas enseñanzas. No se debe permitir que alguien que no conozca la Biblia, la enseñe. Cualquier otra conclusión se puede sacar de esto; ¡parece incierto que Pablo no dejase que las mujeres cantaran en la iglesia!
Pero Fee también advierte acerca del peligro de extender la aplicación demasiado lejos, más allá del sentido en el texto. Si la ley se resume en el amor (Ro. 13:8-10), entonces aplicamos correctamente el texto de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, un principio que tiene un sinnúmero de aplicaciones. Pero mucha gente ha enseñado de manera tal como si este principio vaciara todo el contenido moral de la ley, por lo que el adulterio o robar un banco no están mal del todo si se está motivado por el amor.
Es obvio que una aplicación como esta tuerce el sentido del texto, pero hay otras distorsiones de este tipo que practicamos todo el tiempo. Por ejemplo, a veces citamos 1 Corintios 3:16, “sois templo de Dios”, y usamos esto en contra del hábito de fumar porque fumar daña tu cuerpo. Sin embargo, el texto en el contexto significa que, como iglesia, somos templo de Dios un lugar de habitación (3:9-15), y cualquiera que mancille ese cuerpo causando división provoca el juicio de Dios (3:17). Este texto se aplica inclusive a cristianos que no fuman, ¡hasta el punto en que somos faltos de afecto hacia otros cristianos!
Mejor que este sería 1 Corintios 6:19: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”. Este versículo se refiere a nuestro cuerpo individual, que debe ser usado sólo para nuestro Señor (6:20). Sin embargo, lo que Pablo quiere trasmitir en primer lugar es que nuestro cuerpo no debe juntarse con prostitutas (6:15-17). Este es un texto para ser usado en contra de la inmoralidad sexual. Si tratamos de aplicar el principio sólo al hábito de fumar, porque eso no es glorificar a Dios en nuestro cuerpo, entonces debemos aplicarlo también a la glotonería, a la falta de ejercicio, a la mala nutrición y a otros problemas que dañan el cuerpo.
La extensión que hacemos del principio paulino en este versículo puede ser legítima, pero es ciertamente secundario al propio enfoque de Pablo, y es esto lo que debe ser primordial para nosotros: si estamos unidos a Cristo, debemos evitar la inmoralidad sexual.
Las cartas diferentes fueron escritas de manera diferente. En su mayor parte, debemos leer las cartas cuidadosamente en secuencia y en su totalidad, hasta el final. La de Romanos desarrolla todo un argumento hasta el mismo final del libro (como lo habíamos señalado antes); 1 Corintios mantiene varios asuntos relacionados entre sí, pero la mayoría de esos temas usan varios párrafos en varios capítulos (1 Co. 1-4: la iglesia dividida, especialmente en cuanto a los oradores más diestros; 1 Co. 5-7: principalmente asuntos sobre el sexo; 1 Co. 8-11: asuntos sobre la comida; 1 Co. 12-14: los dones espirituales). Una forma en la que usted puede practicar esto es discerniendo ese argumento pensando en títulos para cada párrafo, y puede mostrar cómo estos párrafos se relacionan entre ellos desarrollando un argumento continuo.
Aquí proveemos un resumen de nuestras pautas para entender y aplicar (contextualizar) las cartas de la Biblia:
Léalas primero como cartas dirigidas a gente de la vida real.
Conozca la situación; ¿cómo se dirige el autor ante esa situación?
¿Cuál es la cultura y cuál es la situación específica a la que se refiere?
Criticismo retórico: ¿existen razones culturales por las cuales expone su argumento con un formato particular?
Determine cómo se refiere a la situación (estando de acuerdo, en desacuerdo, una mezcla de ambos elementos, etc.)
¿Es su aplicación transcultural?, o ¿lo transcultural es simplemente el principio detrás de esta aplicación?
En diferentes culturas o situaciones, ¿presenta la Biblia enseñanzas alternativas?
¿El autor concuerda o no con el punto de vista de la mayoría en su cultura?
Si concuerda en algunos puntos, puede que apoye elementos moralmente neutrales de su cultura por relacionarse con ella positivamente.
Si no concuerda con algunos puntos (o si toma una postura firme y su cultura sostiene diversas opiniones), es probable que esté articulando una norma transcultural.
Para tener un impacto equivalente, debemos aplicar el principio a situaciones equivalentes del presente.
¿Cuáles situaciones del presente son casi analogías exactas a aquellas que tuvieron los primeros lectores?
¿Cuáles situaciones del presente (en nuestras vidas, las vidas de otros, la sociedad, etc.) son similares en varios aspectos a la situación original?
¿A qué otras situaciones se puede referir el principio (teniendo en cuenta que hayamos determinado correctamente el principio detrás de la aplicación)?
Asegúrese de que su aplicación se adecue al tipo que hubiese dado el autor original; si él hubiese vivido en nuestro tiempo, ¿qué hubiese dicho ante tal situación?
Muchas profecías aparecen en los libros históricos de la Biblia, pero también tenemos libros que consisten principalmente en profecías con tan solo algunos resúmenes históricos; tales son el caso de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas o Nahúm. En los libros históricos, casi siempre se ve claramente cuando las profecías van dirigidas a un rey o un período específicos en la historia de Israel, en cuyos casos los estudiamos de la manera en que lo hacemos con otras acciones de Dios en la narrativa histórica (vea lo planteado anteriormente al respecto).
Pero ¿cómo interpretamos los libros de profecías que no nos proveen un trasfondo completo respecto a las situaciones a las que se refieren? A continuación le brindamos algunos principios que le serán útiles.
1. Averigüe a quién y a qué circunstancias se refiere la profecía en el contexto.
Para determinar las circunstancias a las que habla la profecía, usualmente se puede descubrir la era específica en que profetizó el profeta buscando al principio del libro, el cual (casi siempre) menciona los reinados de aquellos que gobernaron durante el tiempo en que profetizó. Entonces se puede ir a 1-2 Reyes y a 1-2 de Crónicas para saber qué estaba sucediendo en Israel durante ese período de tiempo.
2. Use la ley y los primeros profetas como trasfondo
Los profetas se vieron como si estuvieran llamando a Israel de regreso al pacto; muchos de los juicios que emitieron simplemente cumplen las advertencias a las maldiciones en Deuteronomio 27-28. Su lenguaje por lo regular hace eco y retoma el usado por los profetas anteriores de su propia generación. Muchos de los profetas repiten una y otra vez el mismo mensaje básico, pero de maneras creativamente nuevas y poéticas. Algunas culturas circundantes decían tener profetas, pero ninguna de ellas tuvo una sucesión de profetas con el mismo mensaje básico de generación en generación. (La ciudad de Mari tenía profetas cuya reprobación, la más “moral”, hacia el rey era que estaba en peligro de perder una batalla porque no había pagado suficiente dinero al templo. Egipto tuvo escritores proféticos que denunciaban las injusticias de los anteriores gobernantes, los cuales se acercan un poco, pero no como los de la sucesión profética de la Biblia).
3. Antes del exilio, los profetas usualmente profetizaban en prosa en sus libros.
El hecho que los profetas profetizaban en prosa nos invita a que los interpretemos de una manera particular. En primer lugar, la poesía más antigua era rica en simbolismos, compuesta de esta manera para llamar la atención. La mayoría de las personas sabían que no todos los detalles eran literales, sino que había que buscar el punto fundamental. Algunos detalles eran dejados oscuros a propósito hasta su cumplimiento, pero en retrospectiva quedaban completamente claros hasta el punto que se podía reconocer tanto la sabiduría divina y la necedad humana al no entenderlos.
En segundo lugar, la profecía israelita llevaba paralelismo, como en los Salmos y los Proverbios. (Cuando se hizo la traducción King James, no se reconocieron estos principios, pero casi todas las traducciones más recientes organizan las profecías bíblicas en versos como otras poesías, lo cual hace más fácil reconocer la forma poética). Algunas poesías y canciones modernas buscan un equilibrio en el sonido; por ejemplo, la rima y el ritmo, pero los israelitas equilibraban principalmente las ideas.
Es por eso que el segundo verso pudiera repetir la idea del primero (ya sea con las mismas palabras o con semejantes que pudieran desarrollar un poco la idea). O el segundo verso pudiera expresar lo opuesto (ej., si el primer verso dijese: “la memoria del justo será bendita”, el segundo verso pudiera destacar que “el nombre de los impíos se pudrirá”). En tales casos, no debemos leer diferentes ideas en versos paralelos. Algunos predicadores, en sus sermones, han tomado puntos separados a partir de versos paralelos, pero en la prosa original, estos versos separados no eran ideas separadas; simplemente eran maneras diferentes de expresar una misma idea.
4. ¿Ya la profecía se cumplió? ¿Queda algo por cumplirse?
En este caso se debe revisar las partes históricas de la Biblia y otras informaciones históricas para ver si una profecía se ha cumplido. En ocasiones las profecías son maneras poéticas de brindar un sentido general, mientras que la aplicación específica permanece ambigua (Is. 37:29, 33-37). Dios no da la profecía para satisfacer nuestra curiosidad, sino para hacernos saber qué necesitamos. Por lo tanto, no debemos esperar el cumplimiento literal de cada detalle, como si las profecías fueran prosa y no poesía (aunque en algunos casos Dios sí cumplía los detalles literalmente). De esta manera, por ejemplo, todos los eruditos concuerdan que Jeremías profetizó antes de la caída de Jerusalén, anunciando de antemano el juicio sobre su propio pueblo. (Esto era algo inusual en el antiguo Cercano Oriente, en donde se esperaba que los profetas fuesen patrióticos y animaran a su pueblo a la victoria). Pero Jeremías (y Deuteronomio) profetizó la restauración de Israel en su tierra. Cuando los asirios habían llevado cautivo al pueblo, nadie nunca regresó, y nadie esperaba que las cosas cambiaran con los babilonios.
Pero una generación después de la muerte de Jeremías, los exiliados de Judea regresaron a su tierra. Este era un cumplimiento trascendental a larga escala, de lo cual no se esperaba que fuera algo que sucediera en lo natural y que no podía verse como algo casual; eso valida la profecía de Jeremías aún si algunos detalles fueron dados con motivos poéticos. El mismo estilo de Jeremías al escribir nos da a conocer que muchos de sus detalles eran meramente poéticos, maneras gráficas de comunicar mejor lo que quería hacer saber (ej., Jeremías 4:7-9, 20-31). (Algunas partes de Daniel incluyen más detalles en prosa; estos ocurrieron exactamente como Daniel los predijo).
Algunas pocas profecías nunca se cumplieron y nunca se cumplirán (ej.: Jer. 46:13; Ez. 29:19; 30:10), ya sea porque el pueblo respondió positivamente a las amenazas, o porque dieron las promesas por sentado. Dios da muchas profecías de una manera condicional (Jer. 18:7-10).
Algunas profecías ya cumplidas tienen alguna parte que queda para el futuro. Esto es porque a la hora de Dios tratar con la humanidad, existen patrones sistemáticos, ya sea porque la naturaleza de Dios o la humana han permanecido igual. De esta manera, por ejemplo, se repitió contra el templo el juicio de las “abominaciones desoladoras”: por los babilonios (587 a.C.), por Antíoco Epífanes (segundo siglo a. C), por Pompeyo (primer siglo a.C.), por Tito (primer siglo d.C.) y por Adrián (segundo siglo d.C.). (Refiriéndose de antemano a la destrucción del Templo por Tito, Jesús pudo hablar de una abominación desoladora dentro de una misma generación—Mt. 23:36-38; 24:1-3, 15, 34—la cual fue cumplida cuarenta años después que Jesús la predijo). Debido a que en la historia hay muchos emperadores malvados, “está en acción el misterio de la iniquidad” (2 Ts. 2:7); debido a que muchos engañadores permanecen, ya hay muchos anticristos (1 Jn. 2:18).
Cuando una promesa no se haya cumplido, sino que trata acerca de las promesas incondicionales de Dios, ¿cuánto queda de ésta para el futuro? Por ejemplo, el regreso de los israelitas de Babilonia fue un milagro bien claro, aunque Ciro necesitó una persuasión menos milagrosa para dejar que los cautivos regresasen a su hogar que la que necesitó Faraón cuando los israelitas eran esclavos en Egipto. (En realidad también liberó a otros pueblos cautivos). Pero las profecías exaltadas de Isaías de los desiertos floreciendo con lirios no se cumplieron. Israel permaneció siendo un reino muy pequeño. (Esta decepción no parece menos severa que la generación que deambuló en el desierto después de la milagrosa liberación de la esclavitud en Egipto).
Algunos aspectos de la profecía de Isaías fueron cumplidos en el ministerio de Jesús, tanto en lo físico como en lo espiritual (ej.: Is. 35:5-6; 61:1-2; Mt. 11:5; Lc. 4:18-19). Pero la historia también sugiere que Dios está preservando a Israel con un propósito. Una generación después de la crucifixión de Jesús, Israel fue esparcida otra vez, tal como le advirtió del juicio que le sobrevendría (Lc. 21:20-24). Sin embargo, a diferencia de los hititas, los edomitas, los filisteos y otras naciones que fueron absorbidos por otros pueblos, el pueblo judío nunca desapareció.
Puede que a primera vista la venida de Jesús haya parecido una liberación menos dramática que el primer éxodo o el regreso de Babilonia, pero luego de unos pocos siglos, los opresores de Judea abrazarían la creencia en el Dios de Israel—algo mucho más dramático que lo sucedido con Faraón o Ciro. En el presente, quizás la mitad de la población mundial reconoce que hay un Dios; mucha de esta fe puede que no sea la adecuada en muchos sentidos, pero desde el punto de vista existente en los días de Jeremías o Jesús, parecería un milagro sorprendente.
Todo esto nos lleva a esperar el cumplimiento de futuras promesas de restauración, aunque no podemos obviar el lenguaje simbólico de los profetas para poder deducir todos los detalles. Todos aquellos que han sido injertados por fe en la herencia y la esperanza bíblicas (Ro. 2:26-29; 11:17-24) comparten esas promesas futuras.
Sin embargo, debemos tener cuidado al hablar de los “dobles cumplimientos”. Muchos de los “cumplimientos secundarios” de las Escrituras que vemos en el Nuevo Testamento son realmente aplicaciones o analogías con el Antiguo Testamento, no alegaciones de un cumplimiento principal. De esta manera, por ejemplo, cuando Oseas dijo: “De Egipto llamé a mi hijo”, el contexto deja bien claro que él se refiere a Israel en el éxodo (Os. 11:1). Cuando Mateo lo aplica a Jesús, es porque reconoce que hay una analogía entre Israel y Jesús, quien repite la historia de Israel, pero vence: por ejemplo, fue probado durante cuarenta días en el desierto (como Israel lo fue durante cuarenta años); Jesús vence las mismas tentaciones que Israel no pudo vencer (analice el contexto de los versículos que cita de Deuteronomio).
Todo el Antiguo Testamento testifica de Cristo porque revela el carácter de Dios, Su manera de salvar por gracia, Sus maneras de usar libertadores, Sus principios para el sacrificio, el pacto y la promesa, Sus propósitos para Su pueblo, y así sucesivamente. Esto significa que el entenderlo adecuadamente nos conlleva a reconocer en Cristo al libertador prometido, y que Dios tenía todo esto en mente cuando inspiró los escritos del Antiguo Testamento.
Sin embargo, esto no significa que estamos libres de encontrarnos al azar con nuevos “cumplimientos” de las Escrituras. Los escritores del Nuevo Testamento fueron guiados por una inspiración especial, pero nosotros no podemos alegar lo mismo. Esto no es negar que podemos ser guiados por el Espíritu a la hora de entender las Escrituras; más bien es alegar que si decimos: “La Biblia dice”, es porque nos atrevemos a decir solamente lo que ella dice específicamente. Si leemos algo en la Biblia que realmente no está allí, debemos ser honestos y decir: “Este es mi punto de vista, no el de la Biblia”, o “sentí que Dios me estaba guiando por este camino”. La manera más segura de leer la Biblia es buscando su sentido único. Con tantas cosas que todavía quedan por entender de manera correcta en la Biblia, ¡no hay razón para estar buscando los sentidos “ocultos”!
5. Tenemos que tener cuidado con los “maestros de profecías” que dicen que cada detalle del texto bíblico está siendo cumplido en nuestra generación.
A lo largo de la historia de la iglesia, y especialmente en los dos últimos siglos, muchos intérpretes han reinterpretado las profecías bíblicas para aplicarlas a su propia generación. Cada una o dos décadas, al cambiar las noticias de los sucesos, se ven forzados a revisar su interpretación de las Escrituras. En tales casos, estos maestros no están leyendo las Escrituras bajo su propia autoridad, sino que la están interpretando a la luz de las noticias del día. Esto es algo problemático porque lo hacen sobre la base de dos suposiciones: primero, que toda profecía se aplica a la generación final (lo cual no es bíblicamente cierto), y segundo, que debemos ser la última generación.
¡Pero la mayoría de las generaciones de la historia pensaron que ellas eran las últimas! Dios dice que, por todo lo que sabemos, podemos ser—o no podemos ser (Mr. 13:32); debemos estar preparados siempre (Mc. 13: 33-37). En el Nuevo Testamento los “últimos días” incluye todo el período entre la primera y segunda venida, incluyendo el primer siglo (Hch. 2:17; 1 Ti. 4:1; 2 Ti. 3:1; He. 1:2; Stg. 5:3; 2 P. 3:3).
La mayoría de los intérpretes que dicen: “Todo se está cumpliendo ahora”, usan textos bíblicos que son lo suficientemente generales como para haberse cumplido en otros tiempos. Un número de libros (ej.: The Last Days Are Here Again [Los últimos días están aquí otra vez] [Baker, 1998], de Richard Kyle) recogen la historia de errores que son comunes a cada grupo que ha practicado la interpretación de la profecía. La mayoría de la gente sabe que algunos grupos han predicho repetidamente el fin del mundo de manera equivocada, pero sobre todo sabemos de esos grupos el hecho que han seguido insistiendo que no estaban del todo equivocados. Además, se ha incurrido en el mismo error una y otra vez, comenzando desde algunos de los padres de la iglesia primitiva pasando por algunos reformadores y muchos maestros de profecía modernos. Debemos aprender de la historia, así como de las advertencias dadas por el mismo Jesús (Mr. 13:32; Hch. 1:7).
Craig Keener es profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Asbury. Es autor de quince libros, entre ellos un comentario del Nuevo Testamento (vendido en más de medio millón).