Aquí ofrecemos tan solo un número limitado de ejemplos concerniente al uso del trasfondo. En el IVP Bible Background Commentary: New Testament [Comentario sobre Trasfondo Bíblico del Nuevo Testamento] que mencionamos anteriormente, se encuentran disponibles ejemplos más detallados. Pero ante todo, en la misma Biblia tenemos disponibles algunos trasfondos. Esto es especialmente cierto en los casos en los que los escritores bíblicos dependen de lo que otros escritores bíblicos proclamaron antes que ellos. Los profetas a menudo dependían de la Ley de Moisés (aunque no lo citaban); el Nuevo Testamento por lo general depende del Antiguo.
Dos pasajes en donde el Nuevo Testamento usa el trasfondo del Antiguo son Juan 1:14-18 y 4:23-24. Para entender mejor el tabernáculo, la historia de Agar y algunos de los demás relatos de la Biblia, serán relevantes ciertos trasfondos del antiguo Cercano Oriente y del noreste africano. Finalmente, fuentes judías y grecorromanas arrojarán luz sobre varios pasajes del Nuevo Testamento. Incluyo más ejemplos del Nuevo Testamento solamente porque esa es mi rama de especialización, y no porque sean más importantes.
Los escritores modernos han propuesto muchos aspectos valiosos de trasfondo para la “Palabra”, pero probablemente el más obvio es lo que la “Palabra” era en el Antiguo Testamento: la palabra de Dios era la ley, la Escritura que le había dado a Israel. Juan probablemente haya escrito su evangelio especialmente para judíos cristianos. Probablemente los que se oponían a esos judíos cristianos los hayan expulsado de sus sinagogas diciendo que éstos se habían extraviado de la Palabra de Dios. Lejos de esto, Juan responde: Jesús es la personificación de todo lo que Dios enseñó en las Escrituras, porque Jesús mismo es la Palabra de Dios y Su revelación.
Juan probablemente alude a una historia en particular, al relato de cuando Moisés subió por segunda vez a recibir la ley en Éxodo 33 y 34. Israel había violado el pacto, y Dios los había juzgado; ahora le vuelve a dar la ley a Moisés, pero no desea “morar” con Israel. Moisés le suplica a Dios que habite con ellos, y luego le suplica que le muestre Su gloria. “Nadie puede ver toda mi gloria”—le responde Dios— “pero te mostraré parte de mi gloria y haré que mi bondad (33:19, LBLA) pase por delante de ti”.
Cuando Dios pasaba delante de Moisés, Moisés fue testigo de un sorprendente espectáculo de gloria, pero Dios le reveló especialmente Su “bondad”, Su carácter santo a Moisés. Mientras pasaba delante de Moisés, Él se describió a sí mismo como “compasivo y clemente” (34:6, LBLA), lo cual puede ser traducido “lleno de gracia y verdad”. Después que Dios terminó de revelar Su carácter, Moisés protestó: “Dios, si eres de esa manera, entonces, por favor, perdónanos, y ven y habita con nosotros”. Y Dios prometió hacerlo así.
Unos trece siglos después, el apóstol Juan, a la manera que lo hizo Moisés, dijo de sí mismo y de sus compañeros que también vieron con sus propios ojos a Jesús: “Hemos contemplado la gloria de Jesús, lleno de gracia y verdad” (Jn. 1:14). Y nos lleva hasta el clímax en el 1:17: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”.
Ciertamente Dios reveló Su gracia y verdad a Moisés cuando le dio la ley, pero Moisés tan solo vio parte de la gloria de Dios, tan solo una parte de Su gracia y Su verdad. “A Dios nadie le vio jamás”, nos recuerda Juan aludiendo la advertencia dada a Moisés de que no podría ver toda la gloria de Dios; pero ahora “el Dios único que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (1:18, RVA). Moisés vio parte de la gloria de Dios, pero aquellos que caminaron con Jesús vieron toda la gloria de Dios, porque verlo a Él es ver al Padre (Jn. 14:7).
El contexto de todo el libro explica esto más detalladamente. La gloria de Dios es revelada de disímiles maneras en Jesús (2:11, 11:4), pero la máxima expresión de la gloria de Dios está en la cruz y en los sucesos que ocurrieron después (12:23-24). Vemos el corazón de Dios, y entendemos más profundamente cómo es Dios, cuando miramos a la cruz en donde entregó a Su Hijo para que pudiéramos tener vida.
El Judaísmo antiguo a menudo se enfocaba en la obra del Espíritu al inspirar la profecía. El Antiguo Testamento habla de la adoración inspirada y profética (ej., 1 S. 10:5), especialmente en el templo de David (1 Cr. 25:1-6). Entonces “adorar a Dios en el Espíritu” puede implicar que se confíe en que el Espíritu de Dios nos capacita para la adoración verdaderamente digna de un Dios tan grandioso. Debido a la creencia general de que el Espíritu profético no se encontraba ya más activo en los tiempos de Jesús, Sus palabras tendrían que haber sacudido ásperamente a Sus contemporáneos.
Los egipcios construyeron templos de una manera diferente a los mesopotámicos; debido a que los israelitas fueron esclavos en Egipto usados para la construcción, sabían sin duda alguna cuál era la apariencia de un templo egipcio. Ellos habrían sabido acerca de los santuarios portátiles a manera de tienda de campaña usados en Egipto y Madián, también acerca de las estructuras de los templos egipcios (y palacios), con un atrio exterior y el santuario más recóndito, el lugar santísimo. Dios escogió un diseño con el cual los israelitas estuviesen familiarizados, para que de esta manera pudiesen entender que el tabernáculo que llevaban por todo el desierto era un templo.
Algunos aspectos del Tabernáculo tienen paralelo con otros templos, y los paralelos comunican verdadera teología acerca de Dios. En el tabernáculo, los materiales más caros se usaban más cercanos al arca del pacto: el oro era más caro que el cobre, y el tinte azul, más que el rojo. Estos detalles revelan una práctica muy antigua del Cercano Oriente: las personas usaban los materiales más caros a medida que se acercaban al santuario más recóndito para expresar que a su dios debían acercársele con temor y reverencia. El tabernáculo usa símbolos habituales del antiguo Cercano Oriente para comunicar el sentido de la santidad de Dios que quiere expresar.
Algunos aspectos del Tabernáculo incluyen tanto los paralelos como los contrastes, los cuales también comunican teología acerca de Dios. Por ejemplo, algunos de los utensilios del Tabernáculo tienen parecido a los de otros templos antiguos: una mesa para la ofrenda, un altar, y así sucesivamente. Pero los templos cananeos, egipcios e hititas incluían otras características, como un armario con gavetas y una cama. Los sacerdotes despertaban a sus ídolos en la mañana, le daban sus aseos matutinos, los entretenían con muchachas que les danzaban, los alimentaban y al final, los llevaban de vuelta a sus camas ya por la noche. Nada de esto estaba presente en el Templo del Señor, porque Él no era un simple ídolo, dependiente de sus sacerdotes para que le ayudasen.
Algunas características del Tabernáculo contrastan ampliamente con la cultura en la que se encontraba. El clímax de otros templos pertenecientes al antiguo Cercano Oriente y al Norte de África era la presencia de la imagen de la deidad, entronada en su pedestal sagrado que se encontraba en lo más recóndito del santísimo santuario; pero en el Templo de Dios no hay imágenes, porque Él no permitía imágenes talladas de Sí mismo (Éx. 20:4).
Además, muchos templos masivos egipcios incluían santuarios para las deidades protectoras a ambos lados del adentrado santuario; pero no existen otras deidades asociadas con el Tabernáculo del Señor porque Él no tolera la adoración de otros dioses delante de Él (Éx. 20:3). Dios comunicaba Su teología a Israel hasta en la arquitectura del Tabernáculo, y lo hacía así en términos culturales que pudieran entender. (Algunas de las interpretaciones modernas acerca de los colores y diseños del Tabernáculo son tan solo suposiciones que han circulado por doquier. En cambio, las sugerencias que aquí ofrecemos representan investigaciones cuidadosas sobre la manera en que se diseñaban los templos en los tiempos de Moisés).
Dado que era egipcia, Agar debió haber sido una de las sirvientas que Faraón les obsequió a Abraham y a Sara varios años atrás (Gn. 12:16). (Algunos de esos egipcios debieron haber sido del sur de Egipto o de Nubia). De pasada debemos mencionar que la presencia de los criados egipcios de Abraham aporta elementos en cuanto al asunto de la presencia de algunos elementos africanos en los ancestros de Israel. Abraham le pasó luego todo lo que poseía a Isaac (25;5), y cuando Jacob descendió a Egipto con “setenta” miembros de su familia inmediata (46:27), este número no incluía a todos los criados que también fueron con ellos, que supuestamente fueron retenidos como esclavos cuando más tarde los israelitas fueron convertidos en esclavos (Éx. 1:11). Esto significa que a los israelitas de más adelante les corría sangre egipcia por sus venas, además de las dos tribus mezcladas de José (Gn. 41:50).
Pero regresando al asunto de Agar, en algunas culturas del antiguo Cercano Oriente, si no había forma de que una mujer le diese a su esposo un hijo varón, ella podía hacer que su sierva lo hiciese por ella. Así que Sara, siguiendo algunas suposiciones de su cultura, hizo que Abraham embarazara a Agar (16:2-3). Sin embargo, en tal caso se entendía que el hijo pertenecería legalmente a Sara, pero Agar comenzó a jactarse ante Sara dándole a entender que era mejor que ella (16:4).
Después que nace Isaac, Sara encuentra a Ismael burlándose de él (21:9); entonces ella se percata de que la presencia de Ismael amenaza el derecho del hijo que Dios había prometido, el cual era Isaac. Según algunas costumbres del antiguo Cercano Oriente, si Abraham hubiese considerado a Ismael como su hijo, Ismael sería tratado como el primogénito. La manera para prevenir esto era dándole la libertad a Agar para que se fuera antes que Abraham muriera, y enviándola a ella y a Ismael sin la herencia (21:10).
Fue la sugerencia inicial de Sara la que la metió en problemas; luego la arrogancia de Agar afirmó más aún la situación, pero al final, Sara sí actúa en pro de preservar la promesa de Dios que antes ella misma había puesto en riesgo a causa de su previa sugerencia a Abraham. Con la excepción de Jesús, todos los personajes bíblicos, incluyendo a Abraham, a Sara y a Agar, tenían defectos en uno u otro aspecto; pero si entendemos las costumbres de su tiempo, nos ayudaría a entender mejor la decisión que tomó Sara.
Los antiguos narradores a menudo impartían lecciones morales contrastando varios personajes, algunos buenos, otros malos y otros con una combinación de ambas cosas. En esta narrativa hay tres personajes o grupos de personajes que hacen que el pasaje Mateo 2:1-6 llame tanto la atención. Ellos son los reyes magos (“sabios”), Herodes el grande, y los escribas.
Los reyes magos eran una casta de astrólogos persas—es decir, practicaban una profesión explícitamente prohibida en el Antiguo Testamento (Dt. 18:10; Is. 47:13). El término realmente se usa en algunas traducciones en griego del Antiguo Testamento para referirse a los enemigos de Daniel que querían matarle. Uno de sus trabajos como magos era promover el honor del rey de Persia, cuyo título oficial era “rey de reyes y señor de señores”. Pero éstos vinieron a rendirle honor al verdadero rey de reyes nacido en Judea. De esta manera, Mateo deja sorprendidos a sus lectores judeocristianos al contarles de cómo unos paganos vinieron a adorar a Jesús, implicando de que no podemos predecir de antemano quién responderá a nuestro mensaje; por lo tanto, debemos compartirlo con todos.
Herodes el Grande era un gobernante despiadado que sufría de paranoia por todo aquel que le pudiera amenazar su reinado. Por no ser judío de nacimiento (era descendiente de los antiguos edomitas), se sentía inseguro de su título, “Rey de los judíos”, y no quería compartirlo con nadie más. Mandó a ejecutar a dos de sus hijos porque le dijeron que estaban tramando en su contra (lo cual resultó ser falso). Otro de sus hijos también fue ejecutado por tramar en su contra (en aquellos momentos Herodes se estaba muriendo). (Se dice que así se quejaba el emperador: “Mejor es ser un cerdo de Herodes que un hijo suyo”).
Un joven sacerdote, que se estaba haciendo muy popular y que pudo haberle hecho competencia, murió accidentalmente ahogado en una charca de muy poca profundidad. ¡Herodes era el tipo de persona que describe lo anteriormente dicho! Pero matar a los niños varones de Belén (según la población de Belén para aquel tiempo debieron ser unos veinte niños) trae a la memoria cómo el faraón trató a los muchachos israelitas en Éxodo. Los magos paganos adoraron al verdadero rey de los judíos; sin embargo, Herodes, el rey del pueblo, actuó como un rey pagano.
Sin embargo, lo más desconcertante de todo son los principales sacerdotes y los escribas (2:4). Éstos eran los profesores y ministros principales de su día. Ellos sabían dónde habría de nacer el Mesías (2:5-6), pero no se unieron a los magos en Su búsqueda. La gente que conocía mejor la Palabra de Dios no le dio el valor que tenía—un pecado que pueden cometer tan solo los que conocen la Palabra. Y una generación después, cuando ya era inevitable ignorar a Jesús, Sus sucesores querían matarle (Mt. 26:3-4). También hoy en día debe seguir siendo muy delgada la línea divisoria entre no darle el valor que Jesús tiene y querer que se salga del camino. Además de que el trasfondo nos ayuda a aprender más acerca de los personajes de ese pasaje, especialmente nos advierte en términos bien crudos a no emitir un juicio anticipado de quiénes responderán al Evangelio—y a no pensar de nosotros mismos más de lo que debemos.
En este pasaje Jesús dice que ni la más mínima letra o marca de la Palabra de Dios dejará de ser. Probablemente se esté refiriendo a la yod, la letra más pequeña en el alfabeto hebreo. Rabinos de antaño contaban la historia de que cuando Dios le cambió el nombre a Sarai por el de Sara, la yod le protestó a Dios durante generaciones hasta que lo volvió a reinsertar, esta vez en el nombre de Josué. Algunos maestros también cuentan que Salomón trató de quitar una yod de la Palabra de Dios; de ahí que Dios anunciase que mil Salomones serían quitados antes que quitar tan solo una yod. Los maestros judíos usaban ilustraciones como ésta para hacer ver que la ley era sagrada, y que no se podían considerar ningunas de sus partes como demasiado pequeñas o indignas de guardar.
Al Jesús continuar diciendo que violar el más simple de los mandamientos te convierte en alguien más simple en el reino de Dios, mientras que guardarlo convierte en grande al que lo hiciere, algún lector superficial pudiera preguntar: “¿Qué sucede si violas uno y guardas otro?”. El problema es que tal pregunta pasa por alto el típico lenguaje judío que representa. Rabinos de la antigüedad decidieron que el mandamiento más grande era el de honrar a la madre y al padre de uno, y el más pequeño era respetar la madre de un pichón de ave. Ellos razonaron que ambos merecían la misma recompensa, la vida eterna (basados en “la vida” en Éx. 20:12; Dt. 22:7). De esta manera, si alguien incumplía el más pequeño de los mandamientos, recibiría castigo; si alguien lo cumplía, se salvaba.
Además, estos mismos sabios reconocían que todos pecaban, incluyéndose a ellos mismos. Ellos no estaban diciendo que algunas personas nunca violaban ningún mandamiento; más bien, decían que las personas no podían ir y escoger el mandamiento que quisieran. Nadie podía decir: “Soy justo porque no mato a nadie, aunque me acuesto con alguien con quien no estoy casado”. Ni nadie tampoco podría decir: “Soy una persona devota porque no robo, aunque sí hago trampa”. Todos los mandamientos de Dios son Su palabra, y desechar alguno es negarle Su derecho de gobernarnos y, por la tanto, rechazarle. Por eso Jesús decía de una manera gráfica similar: “No pueden desechar ni el más mínimo de los mandamientos, o Dios les pedirá cuentas”.
Muchos paganos le ponían a sus deidades tantos nombres como fuese posible, recordándoles de esta manera todos sus sacrificios y, por lo tanto, de cómo en cierta forma estaban obligadas a responderles. Sin embargo, Jesús dice que nuestras oraciones deben estar basadas en la relación que el Padre celestial nos ha otorgado consigo mismo: podemos clamar a Él porque es nuestro Padre (Mt. 6:7-9).
Jesús usaba aspectos de Su cultura que estaban cargados de sabiduría bíblica. En este caso, adapta una oración común en las sinagogas. Dicha oración decía así: “Nuestro Padre celestial, exaltado y santificado sea tu grande y glorioso nombre, y que Tu reino venga pronto… ”. El pueblo judío esperaba el momento en que Dios sería “santificado” o se mostrase santo entre todos los pueblos. Los judíos tenían el sentido de que Dios reinaba en el presente, pero, cuando oraban por la venida del reino de Dios, lo hacían para que Dios reinase de manera indiscutible sobre toda la tierra y para que se hiciese Su voluntad en la tierra de la manera que es en el cielo. Por lo tanto, Jesús enseñó a Sus discípulos a que oraran para que el reino de Dios viniera pronto, el momento en el cual el nombre de Dios sería honrado universalmente.
El hecho de pedir que Dios le diese el “pan de cada día”, recordaba cómo Dios proveía pan para Israel todos los días cuando se encontraban en el desierto. Dios todavía sigue siendo nuestro proveedor. También, pedir que nuestras “faltas” fuesen perdonadas traería una imagen familiar a las mentes de los que oían a Jesús. Los campesinos pobres tenían que pedir mucho dinero prestado para poder sembrar sus campos, y las personas del tiempo de Jesús entendían que nuestros pecados eran deudas delante de Dios. El orar para no “caer en tentación” probablemente aludía a una oración de las que se hacían en aquel tiempo en las sinagogas pidiéndole a Dios que guardara a Su pueblo del pecado. De ser así, la oración probablemente no quería decir que “no fuésemos probados”, sino más bien que “no permitiese que desaprobáramos la prueba” (compare 26:41, 45).
Más de seiscientos soldados romanos permanecían en la fortaleza de Antonia y el palacio de Pilato (que en un tiempo perteneció a Herodes el grande). Al no reconocer que delante de ellos se encontraba el verdadero rey de Israel y de la humanidad, se burlaban como de un rey de mentira. Los soldados romanos eran conocidos por el abuso y la burla para con los prisioneros. Una de las formas antiguas de burla era vestir de rey a la persona. Como los soldados usaban uniformes rojos, probablemente usaban la capa desteñida de algún soldado para imitar el traje escarlata de los antiguos reyes griegos. Por lo tanto, como en este caso, la gente veneraba a aquellos reyes arrodillándose delante de ellos. Los azotes dentro del ejército romano eran a menudo llevados a cabo usando una caña de bambú, por lo que es probable que los soldados hayan tenido alguna que usasen como el cetro del rey de mentira. “¡Salve!” era el saludo que normalmente la gente usaba para con el emperador romano.
Uno de los insultos más graves que una persona podía recibir era que le escupiesen la cara, y los judíos en particular consideraban la saliva de un gentil como algo inmundo. Los romanos le rasgaban las ropas a sus cautivos hasta dejarlos desnudos (algo muy vergonzoso, especialmente para los judíos de Palestina), y luego los colgaban en público.
Normalmente la persona condenada tenía que llevar por sí misma la viga horizontal (del latín, patibulum) de la cruz hasta el lugar donde le esperaba la viga vertical (del latín, palus), pero la espalda de Jesús había sido flagelada antes que tuviese que hacer esto (27:26). Tales flagelaciones a menudo dejaban las espaldas con tiras de carne colgando y sangrando; a veces dejaban los huesos descubiertos, y en ocasiones provocaban la muerte a causa del shock y la pérdida de sangre. Por esta razón, los soldados hicieron que Simón de Cirene llevara la viga en su lugar. Cirene, una ciudad no pequeña de lo que hoy es Libia en el norte de África, tenía una vasta comunidad judía (quizás un cuarto de la ciudad), lo cual, sin dudas, incluía a nativos convertidos al Judaísmo.
Simón de Cirene había venido a Jerusalén para las celebraciones, al igual que las multitudes de judíos que vivían en el exterior y de convertidos al Judaísmo. Los soldados romanos podían “obligar” a cualquier persona a que les cargasen sus cosas. A pesar de las enseñanzas de Jesús en Mateo 16:24, los soldados tuvieron que tomar a alguien ajeno al asunto para que hiciese lo que los discípulos de Jesús demostraron ser incapaces de hacer.
La crucifixión era la ejecución más vergonzosa y dolorosa que se conociese en el mundo romano. A causa de no poder excretar sus desechos en privado, la persona moribunda lo hacía en público. A veces los soldados ataban los condenados a la cruz, y a otras, las clavaban, como fue el caso de Jesús. De esta manera, al que agonizaba le era imposible poder espantarse los insectos que venían atraídos por la sangre de las heridas en su cuerpo. Las víctimas de la crucifixión a veces tardaban tres días para morirse.
Las mujeres de Jerusalén preparaban una poción analgésica de vino mezclado para que los condenados la bebiesen; Jesús se rehusó a tomarla (cf. 26:29). El vino mezclado con mirra del cual habla Marcos 15:23, una exquisitez en bebida y posiblemente un analgésico externo, en Mateo se convierte en vino mezclado con hiel; compare el Salmo 69: 21 y la similitud entre la palabra aramea para “mirra” y la hebrea para “hiel”. Aun sin mirra, el vino en sí era un analgésico (Pr. 31:6-7). Pero Jesús no quiso beberlo. Aunque le abandonamos y huimos cuando más nos necesitaba, Él vino y llevó nuestro dolor, y quiso llevarlo en su totalidad. Así es el amor de Dios para con nosotros.
La relación amorosa de Herodes Antipas con su cuñada Herodías, con quien para ese tiempo ya estaba casado, era ampliamente conocida. De hecho, la relación lo había llevado a que planease divorciarse de su primera esposa, cuyo padre, un rey, más tarde fuera a la guerra contra Herodes por causa de este insulto y lo derrotase. La denuncia que hace Juan de esta relación como ilegítima (Lv. 20:21) desafiaba la inmoralidad sexual de Herodes, pero Herodes Antipas pudo haberla percibido como una amenaza política, dadas las ramificaciones políticas que más tarde conllevaron a una derrota militar definitiva. (El antiguo historiador judío Josefo dice que muchos veían la humillación de Herodes en la guerra como un juicio divino que le sobrevino a causa de haber ordenado la ejecución de Juan el Bautista).
La celebración de los cumpleaños en aquel tiempo era tan solo una costumbre de los romanos y los griegos, y no así una costumbre judía, pero la aristocracia judía ya había absorbido para ese período gran parte de la cultura griega. Otras fuentes afirman que la corte herodiana caía en ese tipo de comportamiento inmoral como el que aquí se describe. Después de haber tomado la esposa de su hermano (Lv. 20:21), Antipas codiciaba a Salomé, la hija de su esposa (cf. Lv. 20:14). Luego hace un juramento de los que se suelen hacer cuando se está ebrio, pero que especialmente nos remonta al hecho por el rey persa conmovido ante la belleza de Ester (Esther 5:3, 6; 7:2), aunque, en este caso, la petición de la muchacha no tiene nada de noble. De todas formas, puesto que Herodes era un rey vasallo, no tenía ninguna autoridad para ceder ni un ápice de su reino.
Salomé tuvo que “salir” para preguntarle a su madre Herodías, debido a que las mujeres y los hombres normalmente comían separados en los banquetes. Las excavaciones hechas en la fortaleza de Antipas, llamada Maqueronte, sugiere la existencia de dos grandes comedores, uno para las mujeres y otro para los hombres; por eso, es probable que Herodías no estuviese presente para ver la reacción que tendría Herodes a causa del baile. Josefo caracteriza a Herodías de la misma manera que Marcos lo hace: ella era celosa, ambiciosa y calculadora.
Aunque los romanos y sus agentes ejecutaban por medio de la crucifixión u otras formas tan solo a personas de la clase baja y a esclavos, la forma preferida de ejecución para las personas respetables era la decapitación. Sin embargo, al pedir la cabeza de Juan en un plato, Salomé quería que se la sirviesen como parte del menú, un toque repugnante de lo ridículo. Aunque el juramento de Antipas no lo comprometía legalmente, y los sabios judíos podían librarle del mismo, hubiera sido algo vergonzoso quebrantar un juramento ante los invitados. Aun ni el emperador haría algo así tan a la ligera. Muchas personas se sublevaban a causa de los líderes que hacían que le trajeran cabezas, pero muchas fuentes confirman que tiranos poderosos como Antipas hacían este tipo de cosas.
Si un hombre tenía hijos varones, normalmente el mayor de ellos era el responsable del entierro de su padre. En este caso, los discípulos de Juan tenían que ocuparse de ello. Puesto que había sido ejecutado, los discípulos llevaron a cabo una peligrosa tarea, a menos que hubiesen tenido el permiso de Herodes para que se llevaran el cuerpo. ¡Su valentía acentúa, por medio de un contraste, el abandono de los discípulos (hombres) de Jesús durante Su entierro!
Los censos eran usados principalmente para evaluar los requisitos tributarios. Esta narración comienza con un censo tributario instigado por el venerado emperador Augusto, estableciendo un contraste entre la pompa terrenal del Cesar y la gloria celestial de Cristo. Aunque los registros de los censos egipcios muestran que la gente tenía que regresar a sus hogares de origen para ser censados, el “hogar” al cual regresaban era en donde tenían propiedades, no simplemente donde nacían (los censos inscribían a las personas de acuerdo con sus propiedades). Por lo tanto, José debió haber tenido alguna propiedad en Belén.
El compromiso matrimonial brindaba la mayoría de los derechos legales del matrimonio, pero no permitía las relaciones sexuales. José fue muy valiente al llevar consigo a su prometida encinta, aún más si (como es muy posible) ella también era de Belén y tuviese que regresar a ese pueblo. Aunque las leyes tributarias en la mayor parte del imperio sólo exigían que se presentara el cabeza de familia, la provincia de Siria (entonces incluyendo Judea) también cobraba impuestos a las mujeres. Pero José quizás simplemente quiso evitar dejarla sola en su estado tan avanzado, especialmente si las circunstancias de su embarazo la habían privado de sus otras amistades.
Los “pañales” eran pedazos largos de tiras usadas para mantener derechas las extremidades del bebé, para que de esta forma pudiera crecer adecuadamente. Normalmente las comadronas ayudaban en el parto; especialmente por ser este el primer bebé de María, es probable (aunque no se encuentra claro en el texto) que se haya encontrado a una comadrona para que la atendiera. La ley judía permitía a las comadronas viajar grandes distancias para ayudar en el parto incluso los días de reposo.
Ya a principios del segundo siglo, hasta entre los paganos era ampliamente conocida la tradición que Jesús había nacido en una cueva usada como establo para los animales, y que ésta se encontraba detrás de la casa de alguien. El pesebre era un comedero para animales; en ocasiones eran construidos en el piso. La “posada” tradicional pudo fácilmente haber sido traducida como “casa” o “cuarto de huéspedes”, y probablemente signifique que los miembros esparcidos de la familia de José habían regresado a sus casas a la vez, y que era más fácil para María dar a luz en la cueva vacante que había afuera.
Muchas personas religiosas de la época, y especialmente la élite, por lo general despreciaban a los pastores de ovejas por ser una ocupación de la clase baja, pero Dios mira diferente a como mira la gente. Pastorear las manadas de ovejas durante la noche indica que era una estación más cálida del año, no invierno (en el cual pastarían más durante el día); el 25 de diciembre fue adoptado luego como la Navidad sólo para reemplazar un festival pagano de los romanos programado para esa fecha.
Los paganos hablaban de las “buena nuevas” del cumpleaños del emperador, celebrado por todo el imperio, a quien saludaban como “Salvador” y “Señor”. Usaban también coros en los templos imperiales para adorar al emperador. Se alababa al emperador del momento, Augusto, por haber inaugurado una “paz” mundial. Pero el pobre pesebre distingue del emperador romano al verdadero rey; Jesús es el verdadero Salvador, Señor y proveedor de paz universal. Dios no se impresiona con el poder ni la honra humanos; vino a este mundo como el más humilde entre los humildes, revelando de esta forma el corazón de Dios, en especial para con aquellos que más lo necesitan.
La advertencia a un discípulo potencial que el Hijo del Hombre tenía menos hogar que el que tienen las zorras y las aves, indica que aquellos que seguían a Jesús podían carecer de las mismas comodidades. Usualmente los discípulos eran quienes buscaban sus propios maestros (a diferencia de Jesús, que llamó a los Suyos). Algunos filósofos radicales que amasaban grandes fortunas trataban de rechazar a los discípulos que exigían demasiado, con el propósito de probarlos y adquirir solamente aquellos que fueran los más dignos. Muchos judíos de Palestina eran pobres, pero pocos eran los que no tenían casa donde vivir. Jesús había renunciado a tener la suya para viajar, y dependía completamente en la hospitalidad y ayuda de los demás.
El hombre que quiere enterrar a su padre no está pidiendo que espere un tiempo corto: su padre no había muerto ese día ni el día antes. Los miembros de la familia llevaban el cuerpo a la tumba poco tiempo después de su muerte, y entonces permanecían en la casa durante siete días más de luto. El hombre pudo haber estado diciendo, como en algunas culturas similares del Medio Oriente: “Déjame esperar el día en que mi padre muera y yo cumpla mis obligaciones de su entierro”.
La otra posibilidad es que se refiera al segundo entierro de su padre, una costumbre que se practicaba precisamente en ese período. Un año después de su primer entierro, después que la carne se hubiera descompuesto, el hijo regresaría para volver a enterrar los huesos en una caja especial en una abertura en la pared. De esta forma, este hijo estaría pidiendo que esperara por cerca de un año.
Una de las responsabilidades más fundamentales del hijo mayor era el entierro de su padre. Lo que Jesús pide de que el hijo lo pusiera a Él por encima de la mayor responsabilidad de un hijo con respecto a su padre habría desafiado el orden social: en la tradición judía, honrar al padre y a la madre era uno de los mandamientos más importantes, y seguir a Jesús de una manera tan radical hubiera dado a entender que se estaba quebrantando ese mandamiento.
Pero mientras el segundo interesado aprendía acerca de la prioridad de seguir a Jesús, el tercero aprende laurgencia de seguir a Jesús. Un discípulo potencial simplemente pide permiso para despedirse de su familia, pero Jesús compara esta petición con mirar hacia atrás cuando se está arando la tierra, lo cual echaría a perder el surco. Jesús habla en sentido figurado para recordarle a esa persona la historia del llamado de Eliseo. Cuando Elías encuentra a Eliseo arando, le llama para que le siga, pero le permite despedirse primero de su familia (1 Reyes 19:19-21). Los profetas del Antiguo Testamento sacrificaron mucho para seguir la voluntad de Dios, ¡pero el llamado que Jesús hace en este pasaje es más radical que el de un profeta radical! Aunque debemos tener cuidado de aquellos que en ocasiones representan erróneamente el mensaje de Jesús, debemos estar dispuestos a pagar cualquier precio que demande el llamado de Jesús en nuestras vidas.
La élite religiosa se molestaba con Jesús porque Él pasaba tiempo con publicanos y pecadores; después de todo, la Escritura hablaba en contra de pasar tiempo con gente impía (Sal. 1:1; Pr. 13:20). Por supuesto, la diferencia está en que Jesús pasaba tiempo con esta gente para ganarlos para el reino, no para ser moldeado por sus caminos (Lc. 15:1-2).
Jesús respondió a esta élite religiosa con tres historias: la historia de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido. Cien era un tamaño aproximado de un rebaño promedio de ovejas, y cuando una oveja se le extraviaba a algún pastor, éste hacía lo que fuera para recuperarla. (Podía dejar sus otras ovejas con otros pastores conocidos de los que pastoreaban sus rebaños juntamente con él. Las ovejas a menudo deambulaban juntas y eran separadas por los llamados o toques de flautas distintivos de cada pastor).
Cuando encontraba la que estaba perdida, llamaba a sus amigos y juntos se regocijaban, y Jesús dice que lo mismo pasa con Dios: aquellos que realmente son Sus amigos se regocijan con Él cuando recupera lo que estaba perdido (15:3-7). Parece ser que Jesús quería implicar que los de la élite religiosa no eran amigos de Dios; de lo contrario, se regocijarían juntamente con Él.
Jesús entonces pasa a la historia de la moneda perdida. Si una mujer tenía diez monedas como dote, el dinero que había llevado a su matrimonio en caso de divorcio o viudez, ciertamente era una mujer muy pobre: diez monedas representaban el salario de diez días de trabajo para el hombre promedio de edad laborable. De todas formas, uno de diez representa más que uno de cien. ¡Y aquí vemos a esta mujer desesperada buscando la que se le había perdido! La mayoría de las pequeñas casas galileas tenían una sola habitación, y sus pisos eran de piedra labrada colocadas unas al lado de la otra, por lo que las monedas y otros objetos solían caer entre sus ranuras y llegaban a permanecer perdidas ahí ¡hasta que los arqueólogos modernos las hallasen en sus excavaciones!
Además de esto, aquellas pequeñas casas solían tener una sola ventana y una sola puerta, por lo que no había la claridad suficiente que le sirviese para encontrar su moneda perdida. Es por eso que la mujer de esta parábola enciende una lámpara, pero en aquel tiempo la mayoría de las lámparas eran tan pequeñas que se podían sostener con la palma de la mano y no alumbraban mucho. Entonces ella barre el piso con una escoba esperando escuchar el sonido de la moneda, ¡y finalmente la encuentra! Sus amigas se regocijan juntamente con ella, así como los amigos de Dios se regocijan con Él, implicando, una vez más, que quizás los miembros de la élite religiosa no se encuentran entre los amigos de Dios (15:8-10).
Luego Jesús pasa a la historia del hijo perdido. El menor de los hijos dice a su padre: “Quiero ahora la parte que me toca de la herencia”. En aquella cultura, el hijo virtualmente estaba declarando: “Padre, ojalá estuvieras muerto”, la falta de respeto personificada. El padre no tenía ninguna obligación de dividir su herencia, pero de todas formas lo hace. El hermano mayor debió haber recibido dos tercios, y el menor, un tercio.
Bajo la antigua ley, dividir la herencia consistía simplemente en que el padre le decía a cada uno de los hijos cuáles eran los campos y los bienes que cada uno obtendría después de su muerte; el hijo no podía gastar sus bienes antes de su deceso, porque sería algo ilegal. Pero de todas formas este hijo lo hace de esta manera, huye a un país lejano y malgasta los años de trabajo de su padre.
Sin embargo, al final, sumido en la pobreza, tiene que vivir alimentando cerdos. Para los judíos que escuchaban a Jesús, este era un final bien merecido para un hijo tan rebelde, y un buen final para la historia. Si el joven estaba relacionado con la cría de cerdos, entonces se le consideraba inmundo e incapaz inclusive de acercarse a un compañero judío para pedirle ayuda.
Pero el hombre decide que le es mejor ser un sirviente en la casa de su padre que morirse de hambre, así que regresa a su casa para pedir misericordia. Su padre, viéndolo a la distancia, corre a su encuentro. En esa cultura, se consideraba algo indigno que un hombre adulto corriera, pero este padre descarta su dignidad, ¡su hijo ha vuelto a casa!
El hijo trata de rogar que le permitan ser tan solo un esclavo, pero el padre ignora lo que dice; en cambio, pide que le pongan el mejor traje que hay en la casa (sin duda alguna, el suyo propio); un anillo, simbolizando así la restauración de su título como hijo, y calzado para sus pies (debido a que la mayoría de los sirvientes no usaban sandalias, el padre está queriendo decir: “¡De ningún modo te recibiré como esclavo! ¡Te recibiré solamente como mi hijo!”). El becerro engordado era suficiente comida para alimentar a toda la aldea; así que arma toda una gran fiesta, y todos sus amigos se regocijan con él.
Hasta el momento, la historia mantiene un paralelo con las dos que le preceden, pero ahora Jesús va aún más lejos, desafiando así a la élite religiosa de una manera más directa. La literatura antigua en ocasiones adornaba un párrafo importante comenzando y terminando con la misma afirmación; en este caso, que su hijo había vuelto a casa (15:24,32). Cuando el hermano mayor descubre que su padre ha recibido bien a su hermano menor, no tenía nada económico que perder. La herencia ya había sido repartida (15:12).
El problema consiste en que considera injusto que su padre celebre el regreso de un hijo rebelde, cuando él mismo no necesitaba misericordia, puesto que se creía muy bueno sin la misericordia de su padre. Se queja con el padre, no queriendo reconocer a su hermano como tal, y criticando al padre por haber salido a recibirlo y haberle rogado que entrase. En estos momentos está siendo irrespetuoso con su padre ¡tanto como lo fue al principio su hermano menor! “Te he estado sirviendo”— reclama (15:29), revelando de esta manera que se veía a sí mismo como un esclavo, y no como un hijo—el mismo papel que el padre se rehusaba a aceptar (15:21-22).
La élite religiosa despreciaba a los “pecadores” que venían a Jesús, sin darse cuenta de que sus propios corazones no estaban en una mejor condición. Los pecadores eran como el hermano menor; la élite religiosa, como el hermano mayor. Todos necesitamos a Jesús; nadie puede ser salvo sin la misericordia de Dios.
Debido a que los samaritanos eran considerados medio hermanos (8:4-25), este africano oficial de la corte es el primer gentil como tal que se convierte al Cristianismo (aunque probablemente haya sido algo que la mayoría de la iglesia en Jerusalén desconociera, 11:18).
Las instrucciones del ángel de tomar el sur hasta Gaza (8:26) probablemente le hubiera parecido extraño a Felipe; Samaria había producido unos cuantos convertidos, pero ¿a quién iría a encontrar en un camino que por lo general estaba desierto? Desde Jerusalén había dos caminos que llevaban al sur, uno a través de Hebrón hasta Idumea (Edom), y el otro uniéndose al camino antes de llegar a Gaza, que llevaba a la costa y que conducía hacia Egipto, ambos con muchas señales romanas a lo largo del camino.
La antigua Gaza era un pueblo desierto cuyas ruinas quedan cerca de las ciudades ahora culturalmente griegas de Askelon y Nueva Gaza. La orden de dirigirse hacia el sur, hacia una ciudad desierta, lo cual le llevaría varios días de viaje, debió haberle parecido absurda, pero en ocasiones Dios había probado la fe por medio de órdenes aparentemente absurdas (ej. Éx. 14:16; 1 Reyes 17:3-4, 9-14; 2 Reyes 5:10).
“Etiopía” (un término griego) figuraba en las leyendas mediterráneas y en la geografía mística como el mismo fin del mundo, a veces extendiéndose desde el lejano sur (todo el África al sur de Egipto, “los etíopes de pelo enroscado”) hasta el lejano oriente (los “etíopes de pelo lacio”, del sur de la India). La literatura griega siempre respetaba a los africanos como la gente particularmente amada de los dioses (el historiador griego Herodoto también les llama la más apuesta de las gentes), y algunos africanos subsaharianos eran conocidos en el Imperio romano.
La característica más comúnmente mencionada acerca de los etíopes en la literatura judía y en la grecorromana (también registrada en el Antiguo Testamento) es su piel oscura, aunque el arte mediterráneo antiguo también describía otras características típicas africanas y reconocía diferencias en el tono de la piel. A veces los egipcios y otros pueblos eran llamados “negros”, en comparación con otros pueblos del Mediterráneo de tez más clara. Pero mientras más se viajaba hacia el sur a lo largo del Nilo, más oscura era la piel y más rizado el pelo. Los griegos consideraban a los “etíopes” la personificación de la negrura.
Aquí estamos delante de un imperio africano en particular, aunque es probable que no tengamos presente el hecho de que podamos confundir esta “Etiopía” con la Etiopía moderna. Ese reino, Axum, era un poderoso imperio africano del este y se convirtió al Cristianismo a principios del siglo II, en la misma generación en que se convirtió el imperio romano. Sin embargo, aquí es más probable que este imperio sea un reino nubio en particular, de una tez algo más oscura, ubicado al sur de Egipto, en lo que hoy es Sudán. “Candace” (kan-dak’a) parece haber sido un título de dinastía de la reina de ese imperio nubio, quien además es mencionada en la literatura grecorromana, y la tradición declara que la reina madre gobernó en esa tierra. (Los antiguos griegos llamaban a toda Nubia “Etiopía”).
Su reino nubio había durado desde aproximadamente el 750 a.C. Sus principales ciudades eran Meroe y Napata. Este reino era acaudalado (¡lo que hacía que un tesorero como este tuviera mucho que hacer!) y tenía vínculos comerciales con el norte; Roma adquiría pavos reales y otros tesoros africanos por medio de estos reinos, que a la vez mantenían contacto con las regiones más intrincadas de África. En excavaciones realizadas en Meroe se han encontrado vestigios de las riquezas romanas. El comercio también se extendía aún más al sur; en un lugar tan al sur como Tanzania, se llegó a encontrar un busto del César. A pesar de todo esto, los vínculos comerciales con Roma eran limitados, y este funcionario y su séquito debieron haber sido de los pocos nubios que llegaran a visitar tan al norte.
Este funcionario de la corte nubia era probablemente un gentil “temeroso de Dios”. Cuando se quería decir literalmente—lo cual no era siempre el caso (Gn. 39:1) — los eunucos se referían a hombres castrados. Aunque en el este se les prefería como funcionarios reales, el pueblo judío se oponía a dicha práctica, y la ley judía excluía a los eunucos de Israel (Dt. 23:1). Las reglas sin dudas fueron instituidas para prevenir que Israel castrara a los muchachos (Dt. 23:1).
Pero en realidad los eunucos podían ser aceptados por Dios (Is. 56:3-5, inclusive hasta los eunucos extranjeros; Sabiduría 3:14). En el Antiguo Testamento, un etíope “eunuco” resulta ser uno de los pocos aliados de Jeremías y, además, alguien que salva su vida (Jer. 38:7-13). Este funcionario de la corte africana fue el primer cristiano que no era de origen judío. Tal información podría resultar útil al establecer que el Cristianismo no era solamente una religión occidental, sino que después de sus orígenes judíos fue ante todo una fe africana.
Pablo “contextualizaba” el Evangelio para quienes le escuchaban, y lo hacía mostrándoles cómo se relacionaba con su cultura sin ser transigente en su contenido. (Hoy en día erramos, ya sea de una parte o de otra—no pudiendo ser relevantes culturalmente o no pudiendo representar el mensaje bíblico con precisión). Pablo habla a dos grupos de filósofos que estaban presentes, los estoicos y (probablemente uno de menor tamaño) los epicúreos. Su fe tenía muy poco en común con los epicúreos, pero los estoicos concordaban con algunas creencias cristianas.
Pablo comienza encontrando cierta empatía con su público pagano. Era costumbre agasajar al público al comienzo del discurso, el exordium. No estaba permitido adular al Areópago (los principales líderes filosóficos y académicos de Atenas), pero Pablo permanecería libre de comenzar con una nota de respeto. La palabra “religiosos” quería decir que eran muy observantes, y no que él estuviera de acuerdo con su religión (la palabra “supersticioso” usada por la Reina Valera de 1909 y la versión King James no trasmiten el sentido correcto).
Entonces Pablo trata de buscar más terreno afín. Hacía muchos años, mucho antes que Pablo naciese, una plaga azotó a Atenas; ninguno de los altares había logrado la benevolencia de los dioses. Finalmente los atenienses le ofrecieron sacrificios al Dios no conocido, y la plaga cesó inmediatamente. Aquellos altares todavía permanecían en pie, y Pablo usa esto como la base para su discurso.
Pablo adopta una técnica procedente de los maestros judíos quienes, durante varios siglos antes que él, habían tratado de explicar a los gentiles la existencia del Dios verdadero. Los judíos que no vivían en Palestina a veces recordaban a los gentiles que aún ellos tenían un Dios supremo, y trataban de mostrar a los paganos que sus aspiraciones religiosas más elevadas podían ser mejor satisfechas en el Judaísmo. Los estoicos creían que Dios estaba impregnado en todas las cosas y que, por lo tanto, no se le podía ubicar en templos (cf. también Is. 66:1). Los estoicos y los judíos de habla griega enfatizaban que Dios “no necesita de nada”, usando la misma palabra que Pablo usa en el 17:25. Los judíos y muchos griegos a la vez concordaban en que Dios era el creador, y el divisor de las fronteras de la tierra y de los límites de las estaciones (17:26). (Los estoicos también creían que el universo se volvía a disolver en Dios periódicamente, pero en esto no había ningún punto en común entre ellos y la Biblia o el judaísmo).
Los judíos solían hablar de Dios como un padre, específicamente para con Su pueblo. Pero los griegos, los judíos esparcidos entre los griegos y algún que otro escritor cristiano del segundo siglo hablaban de Dios como el “padre” del mundo en el sentido de creador. Aunque Pablo en otras partes usa el término de manera más específica, en esta ocasión adopta el sentido más general de padre como creador (17:28-29). La cita tomada de Epimenides en el 17:28 aparece en antologías judías de textos demostrativos útiles para mostrar a los paganos la verdad acerca de Dios, y Pablo pudo haberla aprendido ahí. (Los griegos citaban a Homero y a otros poetas como textos demostrativos, de manera similar a la que los judíos citaban las Escrituras).
Pero aunque Pablo trataba de buscar puntos de contacto con lo mejor del pensamiento pagano por causa de comunicar el Evangelio, también estaba claro dónde el Evangelio no concordaba con el paganismo. Algunos asuntos pudieran ser semánticos, pero Pablo no ignoraría las verdaderas diferencias. Aunque los filósofos hablaban de la conversión a la filosofía por medio de un cambio de pensamiento, no estaban familiarizados con su doctrina judía y cristiana de arrepentimiento ante Dios (17:30).
Además, en contraste con la perspectiva bíblica (17:31), la visión griega acerca de los tiempos era que estos simplemente continuarían y no que habría un clímax futuro de la historia en el día del juicio. Finalmente, los griegos no podían concebir que hubiese un futuro de resurrección corporal; la mayoría de ellos creían que el alma simplemente sobreviviría después de la muerte. Fue por esto que la predicación de Pablo acerca de la resurrección fue lo que más les ofendió (17:31-32). Pero al final, a Pablo le importaba más llevar a algunas de estas personas de influencia a una fe genuina en Cristo (17:34) que simplemente persuadir a todos aquellos de que él era inofensivo y que compartía sus propios puntos de vista.
Algunas personas usaron el pasaje de Efesios 6:5-9 juntamente con argumentos griegos, romanos y árabes acerca de la esclavitud para apoyar esta práctica en las Américas, pero un simple conocimiento de la esclavitud a la que Pablo se refiere habría desaprobado la interpretación que tenían de esta porción de la Palabra de Dios. Otros, inclusive en casos más recientes, han usado Ef. 5:22-33 para tratar a las esposas de manera irrespetuosa y denigrante, lo cual también va en contra todo el sentido del pasaje.
Este pasaje se refiere a un antiguo tipo de escrito llamado “códigos de familia”, por medio de los cuales los lectores de Pablo podían tratar de convencer a sus posibles detractores de que, después de todo, no eran subversivos. En los días de Pablo, muchos romanos estaban preocupados por la propagación de las “religiones del Oriente” (tales como la adoración egipcia de Isis, el Judaísmo y el Cristianismo), las cuales ellos pensaban socavarían los valores tradicionales de la familia romana. Los miembros de estas religiones opositoras a veces trataban de mostrar apoyo para esos valores usando esquemas de exhortación desarrollados por los filósofos desde Aristóteles en adelante.
Desde el tiempo de Aristóteles, esas exhortaciones instruían al varón cabeza de familia sobre cómo tratar a los miembros de la misma, especialmente sobre cómo debía gobernar a su esposa, hijos y esclavos. Pablo toma esta forma de discusión directamente de los esquemas morales grecorromanos escritos, llegando incluso a seguir su secuencia. Pero a diferencia de la mayoría de los antiguos escritores, Pablo cambia la premisa básica de esos códigos: la autoridad absoluta del varón cabeza de familia.
Es significativo que Pablo presente los códigos de familia con un mandamiento de mutua sujeción (5:21). En su tiempo era una costumbre exigirle a las esposas, hijos y esclavos que se sometieran de diferentes maneras, pero exigirles a todos los miembros de un grupo (incluyendo al pater familias, el varón cabeza de la familia) a que se sometieran unos a otros era algo inaudito.
La mayoría de los escritores antiguos esperaban que las esposas obedecieran a sus esposos, deseando en ellas una conducta mansa y apacible. A veces hasta en los contratos matrimoniales se plasmaba el requisito de absoluta obediencia. Esto era algo que entendían especialmente los pensadores griegos, quienes no podían concebir a las esposas como iguales. En la cultura griega, las diferencias de edad contribuían a esta disparidad: los esposos eran normal y sustancialmente mucho mayores que sus esposas, en muchas ocasiones por más de una década (los hombres frecuentemente se casaban en sus treinta, y las mujeres, en la adolescencia, a veces en la adolescencia temprana).
En este pasaje, sin embargo, Pablo adapta el código tradicional en diferentes maneras. Primero, la sujeción de la esposa está arraigada en la sujeción cristiana en general (en griego, el 5:22 hasta toma el verbo “someter” del 5:21); la sujeción es una virtud cristiana, ¡pero no sólo para las esposas! Segundo, Pablo se dirige no tan solo a los esposos, sino también a las esposas, a las cuales no tenían en cuenta la mayoría de los códigos de familia. En tercer lugar, entre tanto que los códigos de familia le decían a los esposos cómo hacer que sus esposas obedecieran, Pablo simplemente le dice a los esposos cómo amar a sus esposas. Finalmente, lo más cercano a lo que Pablo define como sujeción en este texto es “respeto” (5:33).
Al mismo tiempo que relaciona el Cristianismo a las normas de su cultura, en realidad lo que hace es transformar los valores de su cultura ¡yendo más allá de ellos! Pablo se refería a la cultura grecorromana, pero no pocas culturas en la actualidad brindan precisamente la misma expresión de sujeción que había en su cultura. Hoy, los cristianos aplican los principios de Pablo de diferentes maneras para diferentes culturas, pero estos principios todavía contradicen muchas prácticas que se emplean en muchas culturas (como es el caso de golpear a la esposa).
Nadie habría discrepado con Pablo en su premisa presentada en el 6:1-4: los escritores judíos y grecorromanos concordaban de manera unánime en que los hijos debían honrar a sus padres y que, por lo menos hasta se hicieran adultos, debían obedecerles también. Al mismo tiempo, los padres y maestros griegos y romanos solían instruir a los niños con palizas. Pablo se encuentra entre los muy escasos escritores de la antigüedad que parecían oponerse al hecho de ser demasiado duro en la disciplina (6:4).
La sociedades griega y romana llegaban a ser más severas hasta con los recién nacidos, pues un bebé podía ser aceptado como una persona legalmente solamente cuando el padre lo reconociera oficialmente, y, por lo tanto, podía ser abandonado, y si tenía alguna malformación, podían hasta matarle. Los primeros cristianos y los judíos a la vez se oponían tanto al aborto como al abandono. Sin embargo, este texto trata la disciplina de los menores en la familia como en los códigos de familia.
La desobediencia podía ser permitida bajo ciertas circunstancias excepcionales (ej. 1 Samuel 20:32), pero Pablo no trata el punto de vista romano acerca de los menores, como lo hace con el caso de las esposas y los esclavos, puesto que el Antiguo Testamento también ordenaba la sujeción de los hijos (Dt. 21: 18-21).
Finalmente, Pablo trata las relaciones entre los esclavos y sus dueños. La esclavitud romana, a diferencia de la posterior esclavitud europea y mucha de la árabe (aunque no toda), no tenía en cuenta las razas. Los romanos se contentaban en esclavizar a cualquiera que estuviera disponible. Existían diferentes formas de esclavitud en los tiempos de Pablo. El destierro como esclavo en las minas o como gladiador era virtualmente una sentencia de muerte.
Pocos esclavos sobrevivían por mucho tiempo bajo tales circunstancias. Los esclavos que trabajaban el campo podían ser golpeados, pero no se diferenciaban mucho de los campesinos libres quienes también eran duramente oprimidos y casi nunca podían avanzar en su posición social, aunque ellos conformaban el grueso de la población del imperio. Sin embargo, los esclavos que servían a las familias en sus casas vivían en mejores condiciones que las de los campesinos libres. Ellos podían ganar dinero extra y a veces llegaban a comprar su libertad.
Una vez ya libres, podían ser promovidos socialmente, y su antiguo dueño tenía obligaciones de ayudarles a tener éxito en la sociedad. Muchos libertos llegaron a ser más pudientes que muchos aristócratas. Algunos esclavos que pertenecían a familias acaudaladas podían ejercer más poder que muchos aristócratas libres. Algunos nobles, por ejemplo, se casaban con esclavos de la casa del César, ¡para de esta manera mejorar su posición económica y social! Los códigos de familia hacían referencia a los esclavos domésticos, y Pablo escribe a congregaciones urbanas, así que al tipo de esclavitud a la que está haciendo referencia es claramente a la esclavitud doméstica.
Los dueños a veces se quejaban de que sus esclavos eran holgazanes, especialmente cuando nadie los estaba mirando. Pablo alienta a que se trabaje con esmero, pero le da a los esclavos una nueva esperanza y un nuevo motivo para desempañar su labor (6:5-8). (En general, Pablo cree que debemos someternos a aquellos que están en autoridad, siempre que sea posible, para mantener la paz—cf. Ro. 12:18; 13:1-7; pero eso no quiere decir que él cree que debamos esforzarnos para mantener tales estructuras de autoridad; cf. 1 Co. 7:20-23).
Pablo dice que los esclavos, al igual que las esposas, deben someterse al cabeza de familia como al Señor (6:5), pero una vez más deja claro que esta debe ser un deber recíproco; los esclavos y sus amos, ambos poseen un mismo amo celestial. Cuando Aristóteles se quejó de que algunos filósofos pensaban que la esclavitud era algo malo, los filósofos que mencionó no plantearon el asunto tal abiertamente como lo hizo Pablo. Tan solo una pequeña minoría de los escritores del mundo antiguo (muchos de estos estoicos) sugerían que los esclavos eran en teoría iguales a sus amos, pero Pablo va más allá, hasta el extremo de sugerir que, en la práctica, los amos trataran igual a sus esclavos, y así mismo, éstos también debían hacer por sus amos (6:9a). (Los judíos esenios se oponían a la esclavitud, pero eso era porque también se oponían a la propiedad privada).
Algunos se quejan de que Pablo debió oponerse a la esclavitud de una manera más prominente. Pero en los pocos versículos en que Pablo habla de los esclavos, él trata solamente el asunto práctico de cómo los esclavos pueden lidiar con su situación, no con la institución legal de la esclavitud—de la misma forma que un ministro o consejero pudiera hoy en día ayudar a alguien a salirse de una adicción, sin tener una razón para discutir los asuntos legales relacionados con esa adicción. Antes del tiempo de Pablo, los únicos intentos de liberar a todos los esclavos del imperio romano fueron tres guerras masivas de esclavos, todas las cuales habían terminado en un gran derramamiento de sangre y sin la liberación de los mismos.
Los cristianos hasta este momento eran tan solo una pequeña secta minoritaria perseguida, cuya única manera de abolir la esclavitud sería persuadiendo a más personas acerca de su causa y trasformando los valores del imperio (la forma en que se esparció el movimiento abolicionista en los siglos XVIII y XIX en Gran Bretaña). Más aún, si esta carta específica hubiera sido escrita como una crítica a la injusticia social (el cual no es el propósito de esta carta en particular, aunque ese tema sale a relucir en otros pasajes bíblicos), no hubiera comenzado con la crítica a la situación de los esclavos domésticos, sino con los de las minas, y luego con la de los campesinos libres y los esclavos que trabajaban la agricultura.
Ni siquiera una revolución violenta hubiese acabado con la esclavitud en el imperio romano. De todas formas, lo que Pablo sí comenta no deja duda alguna acerca de cuál hubiese sido su posición si le hubiéramos propuesto la cuestión teórica de la abolición de la esclavitud: todas las personas son iguales delante de Dios (6:9), y por lo tanto, la esclavitud va en contra de la voluntad de Dios.
Laodicea llegó a ser una importante ciudad de Frigia en el período romano. Fue la capital de la Convención Cibriática, que incluía por lo menos 25 ciudades. También era la ciudad más acaudalada de Frigia, y especialmente próspera en este período. Se encontraba situada a casi 17 kilómetros al occidente de Colosas, y su ciudad rival era Antioquía de Frigia. La ciudad reflejaba el paganismo propio de la vasta cultura mediterránea: Zeus era el dios patrón de la ciudad, pero los laodicenses también tenían templos para Apolo, Esculapio (la deidad sanadora), Hades, Hera, Atenea, Serapis, Dionisio y otras deidades. Parece que la iglesia compartía los valores de su cultura, poseyendo una autosuficiencia arrogante en asuntos tales como su prosperidad, sus telas y los avances en la salud, todos ellos desafiados por Jesús en este pasaje.
Laodicea fue un centro bancario muy próspero; orgullosa de sus riquezas, se rehusó a recibir ayuda de parte de Roma para aliviar el desastre ocurrido después del terremoto del 60 d.C. y pudo reconstruirse a partir de sus propios recursos. También fue reconocida por la calidad de su material textil (especialmente la lana negra) y por su escuela de medicina, con su medicina para los oídos y, sin dudas, su colirio de tan alta reputación. Con todo lo exterior en lo que Laodicea pudiera tener confianza, a su iglesia, que reflejaba su cultura, le faltaba espiritualidad.
En la única esfera de la vida en que Laodicea no podía jactarse de ser autosuficiente era en sus suministros de agua. Laodicea tenía que trasladar su agua por tuberías desde otras partes, y para el tiempo en que el agua llegaba, ya estaba llena de sedimento. Realmente Laodicea adquirió una muy mala reputación por sus suministros de agua. Jesús hace una observación respecto a la temperatura del agua: no era ni fría ni caliente; era tibia. Esto no significa, como algunos han sugerido, que el agua caliente era buena y que el agua fría era mala; Jesús no querría a los laodicenses “buenos y malos”, sino solamente los buenos.
El agua fría era preferida a la hora de beber, y el agua caliente, para los baños (que también se bebía en los banquetes), pero la tibieza natural del agua local (en contraste con el agua caliente disponible en la cercana Hireápolis o el agua fría procedente de las montañas aledañas) era, sin dudas, una queja común por parte de los habitantes de aquella ciudad, la mayoría de los cuales tenía además un estilo de vida confortable. Jesús está diciendo: “Si fueras caliente (es decir, buena para el baño) o fría (es decir, buena para beber), serías útil, pero así, de esa manera, eres simplemente desagradable. Lo que siento hacia ti es lo mismo que tú sientes por tu suministro de agua: me repugnas”.
Los ejemplos de trasfondo cultural que se acaban de mencionar son tan solo muestras, pero espero que le hayan abierto el apetito para más. El trasfondo siempre arroja luz sobre cada pasaje de la Biblia. Por supuesto, esta es una meta, y no un asunto en el cual todo intérprete siempre va a estar de acuerdo. Pablo reconocía que “conocemos en parte y profetizamos en parte” (1 Co. 13:9) —algunos textos todavía permanecen oscuros para nosotros (pero tenemos los suficientes para estar ocupados hasta que entendamos los oscuros). Hasta cuando Cristo regrese, no lo vamos a conocer todo, y tenemos que ser benévolos en nuestros desacuerdos con otros cuyas conclusiones difieren de la nuestra. Eso nos trae de regreso a una de nuestras observaciones hechas al principio: enfoquémonos en lo más difícil y primordial que tengamos que discutir, y tratemos los detalles a medida que se pueda más adelante.
Craig Keener es profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Asbury. Es autor de quince libros, entre ellos un comentario del Nuevo Testamento (vendido en más de medio millón).