A partir del proceso investigativo —que integró narrativas de estudiantes autistas y sus familias— se comprendió cómo se vive realmente la inclusión educativa en la Escuela Normal, más allá de lo que indican los documentos institucionales. El diálogo entre los hallazgos y el marco socio-crítico permitió reconocer tensiones y posibilidades dentro de la práctica docente y la vida escolar cotidiana.
Los resultados muestran que la inclusión se experimenta de forma fragmentada: aunque existe un discurso institucional que valora la diversidad y genera sentido de pertenencia, en el ámbito pedagógico persisten pocas consideraciones hacia los intereses y necesidades de los estudiantes autistas. Esto evidencia barreras didácticas y situaciones de violencia o acoso que limitan su participación plena.
Asimismo, se reafirma que las experiencias escolares dependen en gran medida de la relación pedagógica, del contexto y de la mediación consciente del docente. La inclusión no se sostiene solo en la normativa, sino en prácticas cotidianas que reconozcan la singularidad de cada estudiante y eviten modelos rígidos que exigen adaptarse sin considerar sus realidades.
Finalmente, las voces de los estudiantes autistas muestran que la calidad de la inclusión está ligada al modo en que los docentes ajustan las clases, al apoyo socioemocional recibido y a la coherencia en sus actitudes. Señalan barreras como el bullying, la escasa comprensión emocional y la poca adaptación de actividades. Estas narrativas permiten identificar transformaciones clave: mayor conexión entre enseñanza e intereses, anticipación de dificultades y un acompañamiento emocional más consistente, orientando así a una inclusión verdaderamente vivida y significativa.