Capítulo 61: Fiesta de bienvenida de la Casa Blanca

Caso seis - "El dragón en prisión"

—No creo que se encuentre muy bien... ¿Deberíamos llamar a un médico?

La mirada de Elaine se apartó del monitor y vaciló al preguntar a su colega Haydn. Ella era una belleza rubia francesa, amable y sosegada, con unos ojos azules puros y despejados que en ese momento albergaban una preocupación oculta.

Le parecía que sus colegas presentes habían llegado a una especie de consenso tácito. Podría haber sido una advertencia de arriba o un acuerdo privado, pero hacer eso era ilegal y carecía de sentido humanitario. No podían simplemente hacer la vista gorda ante el cuerpo golpeado de un sospechoso recién capturado de esa manera, como si esos moratones, cortes, manchas de sangre y posibles huesos rotos no existieran en absoluto.

Incluso un preso condenado a muerte tiene derecho a sobrevivir antes de la ejecución; la prisión incluso envía médicos para su atención aunque contraigan un leve resfriado o gripe. Además, ¡sigue siendo solo un sospechoso antes de que entre en vigor la sentencia del tribunal! ¿Por qué no le permiten recibir atención médica? Pensó Elaine con desánimo.

—Creo que es mejor que no te metas —contestó Haydn con simpleza y despreocupación. Parecía querer evitar hablar de este asunto, pero la chica que le gustaba le miraba con persistencia y súplica, así que perdió rápidamente la batalla y la arrastró hasta el cubículo de su oficina y le susurró: 

—No es un sospechoso cualquiera. ¿Sabes quién es?

—Sí, lo sé —Elaine se vio afectada por el tenso ambiente y bajó la voz— El responsable del caso solo dijo que es sospechoso de al menos doce homicidios premeditados, pero todo el mundo sabe que es ese asesino en serie de la lista federal de buscados, ¡Sha Qing!

—Entonces deberías saber quién lo atrapó.

—Me enteré de que fue Leo Lawrence, el jefe de la División Criminal de la sede central. Lo más sorprendente es que lo atrapó mientras resolvía otro caso importante.

—Muy bien, Elaine. Sé que eres una chica lista. Ahora dime, si fueras el jefe del Buró, ¿pretenderías elogiar a un agente de confianza con dos grandes logros sucesivos como modelo ejemplar o lo sancionarías por una falta menor, como un pequeño desliz momentáneo al golpear a un sospechoso?

Elaine mostró un atisbo de iluminación.

Haydn la palmeó audazmente en la cintura y le dijo con tono reconfortante: 

—Ahora entiendes por qué todos callan y no lo mencionan. En caso de que esto se sepa, nadie quiere ofender al futuro director. Gordy se jubilará pronto y Leo es su preferido; la recomendación adjunta a su informe de partida sigue siendo bastante convincente.

Elaine asintió. —Entiendo... pero tenemos que llamar a un médico para que le eche un vistazo. ¿Y si muere en la sala de interrogatorios?

—Es Sha Qing, ¡cómo va a morir tan fácilmente! —replicó enseguida el otro—. ¿Sabes a cuántos asesinos en serie ha matado? El Ghoul, el Carnicero de Parkway, la Pesadilla de Oregón, el Interfector Rosa y un par de asesinos profesionales de la policía…

—Eh, un momento… —interrumpió Elaine a su versado colega, un poco sorprendida—. ¿Tú también eres su... fan?

Haydn miró a ambos lados y sonrió con un poco de torpeza.

—Fantástico, después de tanto tiempo trabajando juntos, por fin tenemos algo en común además del trabajo —dijo la mujer alegremente.

El corazón de Haydn dio un vuelco: ¿qué significaba eso? ¿Se le había presentado una oportunidad única y valiosísima? —A ser posible, quedemos mañana por la tarde para charlar y almorzar juntos… —preguntó con cautela. Al obtener el permiso de la otra, se emocionó tanto que se levantó y dio dos vueltas. Sintió la tentación de sostener el monitor y besar al presunto asesino de la imagen. Oh, si esto podía ayudarle a conseguir novia, estaba incluso dispuesto a correr el riesgo de ofender a su futuro jefe y llamar a escondidas a un médico.

Caleb y otro agente estaban inquietos frente a la pared. Según el protocolo, tenían que fotografiar y tomar las huellas dactilares del sospechoso, pero nunca antes habían pasado por la situación actual. No podían hacer que un sospechoso demasiado herido para levantarse se acercara a la pared con la placa con su nombre. Y aunque les pidieran a dos personas que lo sujetaran, no podrían medir su estatura.

Además, la cara y el cuerpo del otro hombre estaban cubiertos de sangre y no les habían notificado nada sobre limpieza o algo parecido; ¿y si toda esa sangre era evidencia? Pero también era protocolario que las huellas dactilares debían hacerse con tinta azul y no con huellas manchadas de sangre.

...¿Alguien puede decirles, en términos claros e inequívocos, qué se supone que deben hacer con un sospechoso que claramente tiene que ir derechito a urgencias en lugar de andar desparramando sangre al azar por el suelo y las paredes y haciendo así que las instalaciones del FBI parezca la escena de un crimen?

Mientras titubeaban, por fin llegó el salvador. Abriendo la puerta de un empujón, llegó un agente de cabello castaño y ojos verdes. A juzgar por la placa que llevaba en el pecho, su rango era superior al de ellos. —Señor… —Caleb lo miró con torpeza.

Este último hizo un gesto con la mano, indicándoles que salieran primero, y después avanzó unos pasos para acuclillarse junto a la pared.

—Ey, Rob —saludó displicentemente el sospechoso sentado en el suelo junto a la pared.

Rob suspiró en voz baja. —¿Cómo debería llamarte? ¿Biqing o Sha Qing? —dijo.

—Sha Qing. Li Biqing es otra persona. Ya debería devolver el nombre que he estado suplantando.

Rob guardó silencio un momento. —¿Podemos charlar como se debe en la mesa? No les tomes el pelo a los novatos con esa cara de muerto, sé que tus heridas son mucho más leves de lo que parecen. Leo te dio mano dura, pero no querría matarte. 

Sha Qing soltó una carcajada y se levantó para sentarse a la mesa. Aunque sus movimientos eran leves y lentos, no resultaban complicados. —Es una pena que ni siquiera entonces me llevaran al hospital. Es evidente que el gobierno federal no valora los derechos humanos tanto como se publicita.

—No podemos correr el riesgo de que te escapes. Ya sabes, eres una especie de peso pesado para toda la comunidad judicial —afirmó Rob, tendiéndole delante el papel y el bolígrafo con los derechos Miranda impresos en él—. Normalmente hacemos todo lo posible por engañar a los sospechosos para que no ejerzan su derecho a guardar silencio y reunir las pruebas necesarias en ausencia de un abogado. Sin embargo, no quiero intentar engañarte para que te vayas por las ramas como he hecho con los demás. Te sugiero que no firmes esto, que esperes a que venga un abogado para hablar y que intentes no recurrir a abogados designados por el gobierno.

—Eso es un poco latoso. No tengo un abogado personal y no tengo intención de contribuir a los gastos de renovación del nuevo chalé de algún abogado, así que ¿por qué no usarlo si es gratis? Pero gracias por la precaución —respondió Sha Qing sin inmutarse.

Rob sintió de repente una especie de fastidio, como si confundieran sus buenas intenciones con una mala voluntad. Siempre tuvo algo de amistad con el joven que tenía delante y a pesar de que ahora conocía su verdadera identidad, los rastros de sus interacciones anteriores seguían tan claros como el agua. Tal vez porque él no fue la persona implicada y no había invertido mucho en su amistad, la aflicción no era tan profunda.

La tez de Rob no pudo evitar entenebrecer al pensar que en cuanto Leo había regresado al Buró para hacer entrega de sus labores, se había marchado, dejando el resto del proceso en sus manos. Aparte, no se había aparecido hasta el momento, por lo que no pudo evitar soltar una frase colérica y ambivalente: 

—Haz lo que te plazca. De todos modos, está totalmente garantizado que te van a condenar y sentenciar y no hay ni un solo abogado que te pueda ganar una declaración de inocencia. Deberías agradecer que es el gobierno federal el que te está juzgando, porque ellos no tienen la pena de muerte.

Sha Qing se encogió de hombros sin preocupación. —Nunca deposito mis esperanzas en los demás, especialmente en los abogados que solo están interesados en el beneficio personal. En cuanto al gobierno federal, es sin duda el oponente más fuerte que he tenido... En fin, aunque no pueda ganarles, siempre puedo demonizarlos un poco, ¿no?

Rob se enfureció tanto que empujó la superficie de la mesa y se puso de pie, pensando que ahora podía entender los sentimientos de Leo. Este tipo era simplemente una hoja afilada sin empuñadura, quienquiera que la sostuviera le cortaba la mano, completamente diferente de la imagen gentil y elegante Li Biqing.

Se sintió tan lleno de odio que quiso dar media vuelta e irse, sin volver a preocuparse por nada relacionado con ese malnacido, pero al mismo tiempo descubrió con tristeza que, aun así, todavía persistía en su corazón la calidez del cariño. Al final, no pudo evitar señalar: 

—Recuerda hablar detenidamente con tu abogado sobre el acuerdo de declaración de culpabilidad. 

Y solo entonces abrió la puerta y salió.

Los dos agentes de antes todavía esperaban junto a la puerta y Rob les ordenó: 

—Que vengan un par de doctores, que lo traten, lo limpien y le cambien la ropa. Aparte de eso, sigan el protocolo.

—¿Lo mandamos al CCM esta noche o esperamos a mañana por la mañana? —Caleb solicitaba instrucciones sobre cada cuestión, ya fuera pequeña o grande. Al enfrentarse al legendario superasesino, en el fondo estaba tan nervioso que le temblaban un poco las manos en ese momento y no dejaba de aferrarse a la cámara para aliviar esa emoción.

Rob miró con impotencia al recluta novato y decidió añadir a su recomendación anual que "el personal recién reclutado necesita un mayor reforzamiento en términos de formación operativa, especialmente en el área de la fortaleza mental".

—Si no lo mandas al CCM esta noche, ¿lo vas a llevar a tu casa a pasar la noche? —preguntó con rostro severo.

El otro hombre parecía avergonzado. —Lo-lo siento, señor... Ahora llamo al médico.

Se trata de un edificio de veinte pisos situado en el centro de Nueva York, con paredes de color beige y un exterior en forma de diamante que hace que no parezca nada extraordinario entre los innumerables rascacielos. Solo al examinar detenidamente las hileras de ventanas algo más pequeñas y las densas rejas de acero que se asomaban por el interior del cristal marrón, se podía intuir que se trataba de un lugar especial donde se encarcelaba a miles de personas: el Centro Correccional Metropolitano.

Su acrónimo oficial era CCM, pero los reclusos se solían referirse a él como la "Casa Blanca". Al ser uno de los principales centros federales de detención de Washington, casi todos los reclusos se encontraban en prisión preventiva para facilitar su citación ante los tribunales federales cercanos.

A las 23.30 horas, el vehículo de escolta se detuvo en el amplio patio delantero del CCM y los dos sospechosos esposados y engrillados salieron escoltados por varios agentes del FBI, siendo entregados a los guardias penitenciarios del centro de detención.

—Hola, Kim —preguntó un guardia de la prisión con una sonrisa mientras firmaba la hoja—. Última papeleta del día, cierto. ¿Qué basura tenemos hoy?

El agente coreano de baja estatura levantó la barbilla hacia uno de los hispanos con pelo y barba desordenados y complexión fornida. —Miembro de la "Quinta Calle", sospechoso de tráfico de drogas, secuestro y extorsión.

El hispano giró la cabeza al oírlo y les sonrió mostrando los dientes con descaro.

Canalla, declaró el guardia en sus entrañas y señaló con un lápiz a otro sospechoso que se encontraba más lejos. —¿Y ese?

Era un joven asiático, de constitución esbelta y alta, levemente delgado; su rostro era indefinible en las sombras de la noche y la poca iluminación. Lo único que podía ver era que tenía la frente cubierta con gasa y las muñecas y los tobillos al descubierto con vendas enrolladas. Parecía gravemente herido, pero aún llevaba grilletes dobles y dos agentes, que aparentaban cautela por miedo a que rompiera las cadenas y saliera volando, lo sujetaban con fuerza.

—No estoy seguro —Kim se encogió de hombros— El tipo está bajo custodia especial y los archivos relevantes están clasificados como confidenciales de clase A, así que supongo que los altos mandos no quieren hacer pública su identidad antes de tiempo. Ya sabes, los medios de comunicación son siempre tan invasivos. Son un arma de doble filo.

—Eso es cierto, Aparte, ya estamos hartos de que todos esos ruidosos reporteros y todo tipo de organizaciones de derechos humanos se pongan en las puertas de la prisión —dijo el guardia con rencor personal, devolviéndole la hoja firmada.

Al instante, un pequeño equipo de guardias penitenciarios de turno se acercó y escoltó a los dos sospechosos recién llegados al interior.

El procedimiento de admisión se realizaba de forma rutinaria, como agua corriente congelada, y tras rellenar un montón de fichas y entrar en una sala blanca, el guardia dijo en tono ritmático: 

—Desnúdense.

El hispano se limitó a despojarse de toda la ropa de su cuerpo y giró la cabeza para mirar cómo se desnudaba el joven asiático. Agitó provocativamente los pectorales y los músculos de sus brazos, los que eran parecidos a los de un entrenador de culturismo, con evidente desdén en su mirada.

El joven asiático lo ignoró y se puso en silencio la ropa interior y el overol marrón preparados por el centro de detención, abrochándose la fila central de botones uno a uno.

El hispano interpretó su silencio y evasión como miedo y su complacencia fue en aumento.