Capítulo 48: Engaño mutuo

Leo se puso una venda en el brazo herido y condujo hasta el muelle en el lado noroeste de la isla del sur. Se subió a un pequeño yate reservado para los miembros del club y después de un rato regresó a la isla del norte, donde se ubicaba el club.

En lugar de regresar a la residencia, se dirigió directamente al castillo más pequeño en las profundidades del complejo del club con una cara fría. Cuando los guardias lo detuvieron en la entrada, no se anduvo con rodeos y solo dijo que quería ver el joven duque.

El secretario Oliver se apresuró a acercarse cuando escuchó la noticia. Se sorprendió cuando vio las manchas de sangre en la mitad del cuerpo de García y rápidamente preguntó la razón. Por desgracia, el altivo líder de armas no tenía ninguna intención de darle detalles e insistió en ver al joven duque.

Oliver no tuvo más remedio pedir instrucciones y llevarlo personalmente.

Yavre recibió a Leo en la sala. A diferencia de la última vez, ahora vestía un largo batín de seda blanca con adornos de encaje. Su expresión era lánguida, como si aún no se hubiera despertado de su siesta de la tarde, aunque en ese momento estaba cerca de la noche.

Al ver al hombre ensangrentado, levantó sus delgadas cejas con desaprobación. —...¿Qué sucedió, mi querido García? ¿Cómo te metiste en este lío?

García lo miró con una expresión fría y enojada. —Duque, si mal no recuerdo, su secretario nos prometió que todas las actividades organizadas por el club se garantizaban seguras. Los 500,000 fondos para actividades que los miembros pagan por sesión no son solo para divertirse, ¿verdad?

—Por supuesto —intervino Oliver—. Siempre hemos dado prioridad a la seguridad personal de nuestros miembros...

—Cállate. —García lo interrumpió con grosería—. ¿Quieres que te muestre el cadáver del guardaespaldas? ¡Tiene una bala calibre 45 alojada en la cabeza! Si no hubiera corrido tan rápido, ¡me hubieran disparado en otros lugares además de en mi brazo!

—¡Eso es imposible! —chilló Oliver, sus ojos llenos de pánico y miedo mientras su vista se precipitaba a Yavre, tratando ansiosamente de explicar—. Todos los guardaespaldas están altamente capacitados para guiar a sus invitados sobre cómo cazar correctamente, así como para aconsejarlos respecto a la evitación del rango de caza de otros. ¡Nunca hemos tenido un percance!

García resopló y untó la sangre de sus manos en la cara y el cuello de Oliver. Este último se vio obligado a retroceder. —Entonces, ¿toda esta sangre es solo mi alucinación? Esto, y esto, todo eso, ¿eh? ¡¿Eh?!

Oliver se encogió de izquierda a derecha, casi llorando de vergüenza.

Los dos tenían un aspecto indecente que el hijo del duque no podía soportar más, y tuvo que darse alivio. —García, amigo mío, tu herida ha estado sangrando por un rato. Tiene que tratarse rápido... ¡Oliver! ¿Por qué sigues parado aquí? ¡Por qué no llamas al equipo médico todavía, idiota inútil!

Oliver se arrastró fuera de la sala bajo su regaño, dejando solo a Yavre y Leo. El primero, que quería aligerar el ambiente y mostrar su amable y elegante preocupación, mas no le agradaba mucho el olor a sangre en su nariz, dudó entre "acercarse al hombre para consolarlo" o "solo quedarse donde estaba mientras lo consolaba". Este último, que aún estaba furioso, se sentó en el costoso sofá hecho a medida, dejando manchas de sangre por todas partes.

Al final, Yavre avanzó dos pasos con una dignidad condescendiente, se sentó en la suave silla frente al otro hombre y dijo en un inédito tono halagador:

—Averigüemos qué está pasando... ¿Dices que otros miembros o guardaespaldas te dispararon?

—A juzgar por su ropa, deberían ser miembros del club y guardaespaldas, pero sus apariencias eran extrañas —dijo hoscamente—. Por lo que he visto, aparte de Edgar que se quedó encerrado, el número total de otros miembros participantes en este evento debería ser de diez. ¿Pero podría ser que hubo miembros adicionales que se unieron tarde?

—No, —Yavre negó de inmediato—. solo limitamos el cupo de participantes para este evento a doce personas. Los otros miembros no vinieron a la isla.

—Eso es raro... ¿Entonces no fue un cazador el que me atacó, sino quizás un humano-animal armado? —dijo García, con saña.

La actitud arrogante de García estaba fastidiando a Yavre, pero al escuchar sus palabras, de repente pensó en algo y su rostro cambió.

—Humano-animal... —frunció sus delgadas cejas cuidadosamente delineadas—. Haré que Oliver revise y me envíe los archivos de fotos de todos los animales. Revisa si los atacantes están entre ellos.

En medio de la conversación, Oliver llamó a la puerta con el equipo médico. El médico limpió y desinfectó el brazo de Leo. Tras un meticuloso diagnóstico, les informó que la bala solo había atravesado la carne, provocando una herida de unos diez centímetros, y que no habría ningún problema grave tras dos capas de suturas internas y externas.

El equipo médico se marchó después de tratar al herido y recetar algunos medicamentos antiinflamatorios. Por otro lado, Oliver fue enviado a obtener información sobre los humanos-animales.

La sala volvió a quedarse en silencio. Como el sofá también se había limpiado exhaustivamente, a Yavre no le importó sentarse junto al herido. Charló con García mientras miraba con gran interés su torso desnudo.

Leo, por lo tanto, tuvo la ilusión de que una serpiente húmeda y viscosa lo lamía de un lado a otro, y se le puso la piel de gallina de disgusto. Cerró los ojos ante lo insoportable y se recostó contra el respaldo del sofá, fingiendo estar cansado por la excesiva pérdida de sangre.

—Pareces un poco exhausto... Necesitas descansar —susurró Yavre mientras se le acercaba, sus dedos acariciando el pecho y el abdomen del herido—. Puedes ir a esa habitación de allí, la cama de adentro es bastante grande y cómoda... —dijo con las uñas largas y puntiagudas arañando la piel de García.

Leo sintió náuseas y casi vomitó.

¡Maldita sea, cuánto tiempo y cuánto tengo que soportar esta maldita misión! Leo intentó desesperadamente reprimir el impulso de saltar y golpear al hombre frente a él, y mientras trataba de soportar las náuseas, averiguó cómo escapar de la situación sin despojarse de toda la pretensión de cordialidad.

Justo cuando su paciencia estaba a punto de agotarse y estaba a punto de sacarse de encima a patadas al hombre repugnante, el teléfono en el escritorio sonó estrepitosamente.

El timbre estridente y continuo arruinó enormemente el buen humor de Yavre Jr. Se levantó de un salto, furioso, tomó el teléfono y maldijo:

—¡Oliver, estás muerto! Si no me das una razón que sea más importante que el hundimiento de la isla, ¡será mejor que esperes hasta que te arroje al mar en pedazos para alimentar a los tiburones!

Al escuchar el mensaje del otro extremo del teléfono, el rostro de Yavre palideció. —¡Imposible! ¿Cuatro desaparecidos? ¡Qué quieres decir con que perdiste el contacto! ¡No, no quiero escuchar ninguna explicación! ¡Quiero que movilices a la gente y los encuentres enseguida! ¡Uno por uno! —gritó.

Yavre sostenía el teléfono en una mano y con la otra tiraba con irritación de su cabello largo hasta los hombros. Con su tono agudo y neurótico, se asemejaba al grito severo de un búho nocturno. —A ver, sabes quiénes son estos miembros del club, y si algo les sucede, ¡haré que tú, todos ustedes, se arrepientan de haber nacido en este mundo! —colgó el teléfono con un ruido sordo.

—Diablos, por qué está pasando esto... ¡Este montón de idiotas! ¡Idiotas! ¡Animales inútiles! —Yavre gritó con rabia y rompió todo sobre la mesa, salvo por el teléfono que lanzó sobre la alfombra, y comenzó a asolar el resto de la colección. Tiró cosas y desahogó su ira, llorando como un preadolescente.

—Me van a lastimar...

Había una profunda tristeza y agravio en sus gritos, como si realmente se hubiera convertido en una víctima inocente, lo que Leo encontró extremadamente irónico y ridículo.

Leo se levantó y se acercó al hombre lleno de lágrimas. Resistiendo el fuerte perfume, extendió la mano y tocó al hombre en el hombro. —Relájate, Lestor —consoló—. Tal vez las cosas no estén tan mal... Sugiero que primero retires rápidamente a los miembros restantes y reúnas a todos los humanos-animales en el campamento, eso hasta que descubramos lo que está sucediendo.

Yavre dejó de sollozar rápidamente y se secó las mejillas y los ojos con un pañuelo (evitando con cuidado el delineador negro). La furia y las lágrimas habían desaparecido tan rápidamente como una tormenta de una tarde veraniega, y recuperó inmediatamente su comportamiento noble.

—Quiero sellar la isla —dijo con rigidez—. Salvo por algunos guardaespaldas personales, reuniré a todas las manos restantes para registrar la isla del sur. Tengo que encontrar a todos los miembros desaparecidos, incluso si solo son cadáveres.

Hubo un golpe repentino en la puerta y entró un guardia con una pila de archivos. Yavre Jr. le indicó que extendiera las fotos sobre la mesa y luego le dijo a Leo:

—Estos son los humanos-animales que participan en este evento, cuarenta y cinco en total. Los rayados están confirmados como muertos. Mira si la persona que te atacó está aquí.

Entre las densas fotografías, Leo vio de un vistazo a Sha Qing disfrazado: cabello rubio teñido, elegantes camisas chabacanas, un rostro frívolo. Parecía un completo prostituto. Cuanto más lo parecía, más presentaba una especie de belleza contradictoria entre el interior y el exterior, como una espada profundamente incrustada en la piedra obstinada, lo que le hacía querer romper los diversos disfraces del cascarón exterior y desnudar el cuerpo real en el interior.

Las yemas de sus dedos se deslizaron por las fotos, luego se posaron en el rostro de Sha Qing.

—¿Este tipo de piel amarilla? —preguntó Yavre.

Leo asintió, sus dedos siguieron moviéndose. Al final, se detuvieron en el rostro de un caucásico de cabello rubio castaño y ojos verde oscuro. —Y él. Estos dos son cómplices.

Yavre tomó las dos fotos y se las arrojó al guardia. —Sácale unas copias más a esas fotos y envíalas para que todos puedan reconocerlos. ¡Encuéntralos y tráeme sus cadáveres!

—¿Los quieres muertos? —Leo resopló con frialdad—. ¡¿Cómo puedes darles un escape tan fácil?! Deben vivir.

Se acarició el vendaje de su brazo izquierdo herido, sus ojos destellaron con un brillo asesino. —¡Quiero que prueben el precio de esta bala!

Yavre Jr. miró la expresión de García con obsesión: nunca se cansaría del temperamento frío, cruel, poderoso y ofensivo de este hombre. Lo más importante es que aún no le había puesto las manos encima, por lo que lo trataba como una persona extremadamente valiosa.

—Como digas, querido —dijo el hijo del duque con un toque de sentimentalismo—. Está anocheciendo, así que ¿qué tal si te quedas a cenar conmigo?