Capítulo 45: Día de caza

—¡Levántense! ¡Todos, levántense ahora! ¡Póngase su ropa de trabajo!

Muchos se sobresaltaron de sus camas al escuchar los abruptos gritos, y algunos se dieron la vuelta y enterraron la cara en sus mantas, fingiendo no escuchar.

Un par de hombres corpulentos con uniformes de camuflaje golpeó con impaciencia el marco de las camas metálicas con sus garrotes, con la puerta de hierro completamente abierta a sus espaldas. —¡Apúrense! ¡A partir de hoy, van a trabajar! ¡Quien pierda el tiempo, lo lamentará más tarde!

Muchas bocas parlotearon sobre la mala actitud del supervisor de la empresa, pero una oración siguiente los hizo actuar de inmediato. —¡El desayuno está en la plaza, así que no nos culpen si llegan tarde y no lo comen!

Unos minutos después, la gente se precipitó a la plaza frente a las barracas para agarrar un paquete de perros calientes o sándwiches de una caja de cartón, junto con dos botellitas de agua para humedecerse la garganta.

Los hombres de camuflaje los observaban engullir sus raciones. La gran mayoría de ellos se quejó porque no se llenó en totalidad, pero los que se atrevieron a acercarse y pedir más fueron derribados por unos cuantos golpes del garrote.

El jefe del grupo camuflado levantó la muñeca para mirar su reloj. —Son las 7:45. Tienen quince minutos para descansar. Deben salir del campamento y entrar a la jungla a las 8:00 —dijo con una voz retumbante.

—¿Por qué a la jungla? —preguntó alguien—. ¿Qué se nos pide que hagamos, exactamente?

Los aburridos ojos del hombre de camuflaje recorrieron a la multitud. —No necesitas hacer nada, solo sobrevivir.

—...¿Sobrevivir? ¿A qué te refieres? —susurró la gente.

El hombre musculoso no respondió y siguió anunciando:

—La cena se repartirá en el campamento a las 20:00, y aquellos que se la pierdan no tendrán comida. Tienen una brújula en el bolsillo de su overol, así que, si se pierden, sigan hacia el sur. Si yo fuera ustedes, me apresuraría a regresar al campamento antes de que oscurezca, o de lo contrario, experimentarán la jungla por la noche, lo que le aseguro, es mucho más aterrador que durante el día.

—¿Solo nos van a dar dos comidas? ¿Qué pasa con el almuerzo? —El hombre de antes gritó de descontento.

El hombre lo miró con ferocidad. —¡Hay muchísima comida en la jungla, consigue la tuya si puedes, o muere de hambre si no! Se los advierto de antemano, no se metan fácilmente en el agua. Las aguas poco profundas alrededor de la isla están llenas de tiburones: tiburones tigre, tiburones toro, grandes tiburones blancos, cualquiera de ellos los matará. Entonces, si no quieren convertirse en mierda de tiburón, será mejor que se comporten y se queden en la isla obedientemente.

Levantó la muñeca para volver a mirar su reloj. —¡Se acabó el tiempo! ¡Andando! ¡Dense prisa y corran! —gritó con impaciencia.

La multitud se susurró entre sí, y ninguno de ellos se movió. La jungla que rodeaba el campamento era espesa, profunda y parecía traicionera. Nadie estaba dispuesto a renunciar a su refugio seguro para adentrarse en la densa jungla sin sol.

El hombre de camuflaje –que parecía haber anticipado antes algo como esto– le guiñó a su compañero con un respingo. Entonces se abrieron las cerraduras electrónicas de varias puertas pequeñas en el costado de la barraca, y con el ruido metálico de los paneles de las puertas golpeando las paredes, veinte perros grandes y feroces salieron disparados de la jaula. La manada de perros salivando con los colmillos a la vista se precipitó hacia la plaza en un frenesí.

La gente quedó atónita por esta repentina escena, y no fue hasta que el olor a pescado en el viento les golpeó las caras que comenzaron a dispersarse y gritar "¡Corran! ¡Corran!". Uno tras otro, salieron corriendo del campamento.

Fuera del campamento había un terreno baldío con escasa vegetación, y la multitud huyó desesperadamente, perseguida por los feroces perros que ladraban detrás de sus traseros. Por suerte, los mastines bien adiestrados no parecían tener la intención de atacar realmente: simplemente los llevaron a todos a la jungla y regresaron inmediatamente para recibir sus recompensas, moviendo la cola.

El hombre camuflado les arrojó un cubo de carne y huesos crudos y ensangrentados. —Buen trabajo, chicos.

Daniel arrastró a Roy Li y corrió tan rápido como pudo hacia las profundidades de la jungla, solo para ser obstaculizados por densas capas de vegetación y un suelo tanto suave como resbaladizo.

Suponiendo que los mastines no los alcanzaron, se detuvo y se apoyó contra el tronco de un árbol para recuperar el aliento. —...Mierda, ¿qué diablos quieren esos bastardos? ¡Cómo se atreven a dejar que los perros nos persigan y nos muerdan! ¡¿Por qué quieren forzarnos a entrar en la jungla?!

—Quién sabe —espetó Roy Li mientras escudriñaba la zona. La hierba y los arbustos tan altos como una persona ocupaban el suelo, y mezclados con innumerables plantas trepadoras, casi no había lugar para pisar. Árboles desconocidos se erguían hacia el cielo, elevándose a una altura de más de dos metros, cada uno compitiendo por la valiosa luz solar.

Estaban parados debajo de un gran árbol de alcanfor con raíces serpenteantes que se elevaban del suelo a sus pies.

—¿No crees que todo es extraño y familiar? Piensa en todas esas películas como "Los condenados" y esa cuyo nombre olvidé... donde un grupo de personas es arrojado a una isla desierta para que peleen entre sí, y solo el que gana logra salir con vida. Innumerables cámaras ocultas estaban filmando, convirtiendo las luchas de vida o muerte en reality shows y subiéndolos a internet, obteniendo decenas de millones de clics y enormes ingresos publicitarios... ¡Oh, diablos! No quiero ser una gallina de los huevos de oro para un montón de idiotas inhumanos... —Daniel le habló con entusiasmo a Roy Li, solo para ver la expresión repentinamente congelada de este último.

—No te muevas —susurró el joven asiático—. No te muevas.

Daniel también se quedó paralizado, un presagio siniestro apareció en su mente. ¿Por qué? Preguntó con los labios sin hacer ningún sonido.

Roy Li se le acercó a una velocidad extremadamente lenta, y de repente alcanzó la parte superior de su hombro derecho para agarrar algo, estrellándolo contra el tronco del árbol.

Esta acción se completó en un santiamén; Daniel ni siquiera le vio el brazo con claridad, solo sintiendo el silbido del viento junto a sus oídos.

Cuando la mano de Roy Li volvió a aparecer en su vista, había una delgada serpiente verde esmeralda en su palma. La serpiente verde, ahora con una columna suelta, se tumbó sin fuerza, todavía retorciéndose con renuencia.

Daniel sudó frío. —¡Serpiente! ¿Es venenosa?

—Es una culebra. Aunque no es tan letal como una cobra, un mordisco es suficiente para ti —dijo Roy Li mientras arrojaba la serpiente que aún se retorcía—. Ten cuidado, las junglas de esta isla están llenas de criaturas peligrosas: escorpiones, víboras y los mosquitos que propagan el dengue.

Daniel miró a su alrededor con nerviosismo, pero su visión solo se llenó de zonas de verde –verde oscuro, verde pálido, verde turqués– mezcladas con un marrón topo moteado. Por un momento, tuvo la sensación de que las plantas verdes lo devoraban vivo.

No pudo evitar mirar al compañero a su lado. En algún momento, el comportamiento frívolo y vulgar del asiático había desaparecido, como si todo su descuido hubiera sido absorbido por la peligrosa jungla.

Aunque el cabello rubio mal teñido y el overol rojo anaranjado parecido a la ropa de prisión rebajaban severamente la estética del hombre, el par de pupilas felino de color ámbar profundo que acechaba con una luz silenciosa y aguda, hizo que Daniel no pudiera apartar la mirada.

Qué diablos... es como si me poseyera un demonio... pensó Daniel, un poco perplejo. Se sintió incómodo por dentro, pues es como si estuviera mirando la evolución de un loro mascota con hermosas y delicadas plumas a un halcón gigante con un pico afilado y garras poderosas.

—...¿Qué vas a hacer después? —preguntó vacilantemente. Al mismo tiempo vio que un escarabajo emergía de debajo del fango y las hojas podridas e intentaba trepar a su empeine. Saltó de inmediato y lo pisoteó hasta convertirlo en un lodo amarillo verdoso.

—¡De ninguna manera me voy a quedar en este bosque embrujado! Tengo que volver al camino. ¡En el momento en que salí corriendo del campamento, debería haberme dirigido hacia esos caminos planos en lugar de entrar en pánico y precipitarme en esta maldita jungla llena de veneno!

—¿Camino? ¿El tipo de camino que tiene tres metros de ancho, lo suficiente para conducir un auto? —Roy Li estiró las comisuras de la boca como si estuviera siendo sarcástico—. No, no quiero acercarme a eso en absoluto,

Daniel dijo, irritado y molesto:

—Te lo preguntaré por última vez. ¿Quieres subir conmigo o quedarte solo en esta maldita jungla?

—Elijo lo último —respondió sin dudarlo.

Daniel lo fulminó con la mirada. —¡No te arrepientas! ¡Después será demasiado tarde para lamentarlo! —dijo con los dientes apretados.

Roy Li se giró con indiferencia y se fue.

Daniel solo sintió que la ola de enojo se precipitaba a su cabeza. Agarró la ropa de Roy Li en la zona del hombro para arrastrarlo de regreso, pero inesperadamente, el otro hombre agarró su muñeca de revés, la torció y la levantó, presionándolo fácilmente contra el tronco de árbol.

La áspera corteza del árbol le frotó la espalda dolorosamente, pero ello no pudo compararse con la conmoción que sintió al experimentar las habilidades de la otra persona. Pensó que era bueno peleando, e incluso su maestro de muay thai lo elogió por ser talentoso, pero ahora, un gigoló lo sujetaba por el cuello contra un árbol, ¡y ni siquiera podía defenderse!

...¡No hay forma de que un prostituto tenga tanta habilidad!

—¿Quién diablos eres? —preguntó enojada y deprimentemente, con un toque de inexplicable decepción. Había pensado que, en esta nefasta situación, el otro hombre no tendría más remedio que confiar en él. Incluso había tomado la decisión de follárselo a gusto tan pronto como saliera de este bosque embrujado... Ahora parece que todo esto es simplemente un engaño.

—No necesitas saberlo —dijo con frialdad y lo soltó—. Bueno, es hora de que vayamos por caminos separados.

Daniel, que inicialmente pensó que había acogido a un hermanito con un sentido de superioridad, ahora estaba siendo abofeteado por la contraparte. Entonces, se dio la vuelta y se marchó furioso.

Sacando la brújula de su bolsillo, discernió la dirección y se dirigió hacia la ubicación del camino en su memoria. Después de diez minutos de una cuidadosa caminata, vio el camino de tierra compactada a través de los huecos en las ramas y hojas. Estaba a punto de salir de entre los arbustos cuando de repente escuchó el rugido de un motor.

Se asomó entre las hojas y vio que una figura algo familiar corría frenéticamente por el camino, presa del pánico. ¡Era el jigaboo!

Los disparos sonaron uno tras otro y el cuerpo del jigaboo cayó hacia el camino de tierra como si lo hubiera golpeado una bolsa de arena invisible, con dos grandes charcos de sangre esparciéndose de sus brazos y muslos. Se contrajo, gritando con aflicción. Dos vehículos todo terreno descapotables llegaron de atrás y se estacionaron a unos metros de distancia.

De cada uno de los dos vehículos salieron dos hombres, los dos vestidos con ropa de caza y portando un rifle con mira telescópica. Los otros dos vestían de camuflaje, parecían ser choferes o guardaespaldas.

Los dos hombres con trajes de caza parecían conocerse. Se saludaron con una sonrisa.

—Oye, Dylan, estás un paso atrás. Esta presa es mía.

—¿En serio? Pero está bastante claro que mis balas son más rápidas, ¿verdad? Yo soy el que le dio en la pierna, de lo contrario habría seguido corriendo. William, si estás dispuesto a apostar, también debes estar dispuesto a aceptar una derrota.

—No, Dylan, eres tú quien debería aceptar la verdad —suspiró—. Está bien, no podemos perder el tiempo en este asunto trivial. Como no podemos determinar a quién pertenece esta presa, podemos seguir las viejas reglas.

El hombre sacó una moneda de oro de su bolsillo, chasqueó fríamente los dedos y la moneda voló en el aire antes de caer contra sus palmas. La presionó de inmediato. —¿Cara o sello? —preguntó.

—...Cara —dijo el otro hombre.

—Sello para mí entonces —extendió la palma y, tumbada silenciosamente sobre la piel, he ahí una moneda de oro cara abajo.

No pudo evitar sonreír. —Lo siento, Dylan, gané.

—Bueno, es todo tuyo —dijo con arrepentimiento la otra persona—. De todos modos, hay muchas presas.

William sacó una daga de su bota y caminó hacia el jigaboo que yacía tumbado en el suelo. —Qué suerte tengo. La primera presa es de la especie que quería. Sabes, con el cráneo de esta bestia macho negra, puedo hacer un juego de ceniceros...