El trabajo realizado sobre el fenómeno de Sendero Luminoso mediante el prisma de las fronteras ha posibilitado entender con mayor profundidad la dificultad del conflicto armado interno en Perú y sus derivadas implicaciones territoriales, ideológicas y sociales. Esta perspectiva nos ha permitido contemplar cómo la violencia por parte de un movimiento insurrecto no sólo desbordó los “límites geográficos” del país, sino que además formó y consolidó fronteras internas que segmentaron la sociedad del país de una forma temporal.
Desde las fronteras físicas del VRAEM y el VAH -zonas con producción cocalera, donde Sendero Luminoso halló un terreno fértil para sufragar su lucha armada a través del narcotráfico- hasta las fronteras ideológicas implantadas por el propio partido mediante el denominado “pensamiento Gonzalo”, hemos demostrado cómo Sendero Luminoso creó límites entre “amigos” y “enemigos”, “revolucionarios” y “traidores”, reconociendo la violencia y exclusión en nombre de una supuesta “causa redentora”.
De igual forma, la violencia aplicada por este movimiento no sólo se dio en los espacios aislados de Perú, sino que mostró y profundizó una frontera interior, que existía con anterioridad: aquella que separa el Perú indígena, rural, pobre del Perú urbano, centralizado y moderno. Como evidencia el Informe Final de la CVR, las víctimas del conflicto fueron en su gran mayoría hablantes del quechua, habitantes de regiones que a lo largo de la historia fueron olvidados por parte del Estado de Perú, lo que refleja que Sendero Luminoso apareció y se aferró particularmente donde las brechas sociales eran más profundas.
Además, también se llegaron a desarrollar fronteras simbólicas que perduran en la construcción de la memoria colectiva. Obras como El Ojo que Llora pretenden cerrar estas heridas mediante un discurso de reconciliación, aunque también muestran la difícil labor que supone crear una memoria común en un país donde se dan disputas contínuas sobre quién merece ser recordado y cómo. Incluso la propia memoria ha cambiado a un nuevo territorio de conflicto.
En definitiva, Sendero no sólo atravesó fronteras territoriales para aunarse con redes ilícitas ni se limitó a levantar banderas ideológicas, además ideó divisiones profundas dentro de la propia identidad nacional. Entender este tipo de fronteras nos obliga a conocer el origen estructural del conflicto y replantear el modo en que el Perú se reconoce así mismo como nación. Por medio de una crítica inclusiva y plural de la historia, será posible quebrar las barreras heredadas del pasado y avanzar como una sociedad realmente integrada y reconciliada.