Textos teóricos
Fragmento de En zona de guerra de Andrea Dworkin
Hermanas:
No sé quiénes son, o cuántas, pero les diré lo que nos pasó. Éramos valientes y éramos tontas; algunas de nosotras colaboramos; no sé cuál fue el resultado. Estamos a finales de 1986 ahora y estamos perdiendo. La guerra es de hombres contra mujeres; el país es Estados Unidos. Aquí, una mujer es golpeada cada dieciocho segundos: por su esposo o el hombre con el que vive, no por un extraño psicótico en un callejón. Entiendan: las mujeres también son golpeadas por extraños en los callejones pero eso es contabilizado en una categoría diferente — acoso de género neutro, crimen en la calle, violencia en la gran ciudad. Las agresiones a las mujeres, del tipo íntimo, son el crimen violento más comúnmente cometido en el país, según el FBI, no las feministas. Una mujer es violada cada tres minutos, casi la mitad de las violaciones son cometidas por alguien que la mujer conoce. El cuarenta por ciento de las mujeres adultas de Estados Unidos han sido violadas al menos una vez. El cuarenta por ciento (en algunos estudios es el setenta por ciento) de las todas las violaciones son cometidas por dos o más hombres; entonces la pregunta no es cuántas violaciones hay sino cuántos violadores. Existen estimaciones de 16000 casos nuevos de incesto de padre a hija cada año; y en la generación actual de niños, el ochenta por ciento de las niñas han sido sexualmente abusadas. Aquí, ahora, menos del ocho por ciento de las mujeres no han sido obligadas a tener algún tipo de sexo no deseado (desde abuso a acoso obsceno).
Seguimos llamando a esta guerra la vida normal. Todos son ignorantes; nadie sabe; los hombres no lo hacen en serio. En esta guerra, los proxenetas que hacen pornografía son la SS, una élite, sádica, militar, organizada y vanguardista. Manejan un sistema eficiente y en expansión de explotación y abuso en el que las mujeres y los niños, como formas de vida más bajas, son brutalizados. Este año obtendrán una ganancia bruta de $10 mil millones.
Hemos tardado en entenderlo. Nos amordazan y nos atan por diversión como si fuésemos carne muerta y nos cuelgan de los árboles y los techos y los marcos de las puertas y los ganchos de carnicero; pero muchos dicen que las mujeres linchadas probablemente lo disfruten y que no tenemos ningún derecho a interferir con la diversión de ellas (las mujeres). Por diversión nos violan o hacen que otros hombres, y a veces animales, nos violen y filman esas violaciones y muestran esas violaciones en cines o las publican en revistas, y los hombres normales que no son proxenetas (que no lo saben, no lo hacen en serio) pagan dinero por mirarlas; y nos dicen que los proxenetas y los hombres normales son ciudadanos libres en una sociedad libre ejercitando sus derechos y que nosotras somos puritanas porque esto es el sexo y a las mujeres reales no les molesta algo de fuerza y a las mujeres se les paga de todas maneras así que ¿cuál es el problema? Los proxenetas y los hombres normales tienen una constitución que dice que las violaciones filmadas son “libertad de expresión protegida” o “libertad de expresión”. Bueno, no dice realmente eso — las cámaras, después de todo, no habían sido inventadas todavía; pero interpretan de esa manera a su constitución para proteger su diversión. Tienen leyes y jueces que llaman a las mujeres colgando de los árboles “libertad de expresión”. Hay videos en los que las mujeres son orinadas, defecadas, cortadas, mutiladas, y los académicos y los políticos llaman eso “libertad de expresión”. Los políticos, por supuesto, los condenan. Hay fotografías en las que los senos de las mujeres son estrellados contra trampas de resortes para ratas — en las que hay cosas (que incluyen cuchillos, pistolas, vidrios) son metidas en nuestras vaginas — en las que somos violadas en grupo, golpeadas, torturadas — y los periodistas y los intelectuales dicen: Bueno, hay mucha evidencia de violencia contra las mujeres pero.. Pero, ¿qué, cretino? Pero nosotras manejamos este país, puta.
Si vas a lastimar a una mujer en los Estados Unidos, asegúrate de tomarle una fotografía. Esto confirmará que el perjuicio que le causaste expresaba un punto de vista, sacrosanto en esta sociedad libre. ¡Ey, tienes derecho a que no te gusten las mujeres en una democracia, hombre! En el improbable caso de que la víctima pueda pillarte por cometer un crimen de violencia contra ella, tu fotografía está aún protegida constitucionalmente, ya que se comunica tan elocuentemente. La mujer, su brutalización, su dolor, su humillación, su sonrisa — porque la obligaste a sonreír, ¿no? — pueden ser vendidas por siempre a millones de hombres normales (ellos de nuevo) quienes — como dice la feliz teoría — están teniendo una experiencia “catártica” con ella. Lo mismo sucede con los videos snuff, por cierto. Puedes torturar, destripar a una mujer, eyacular sobre su útero desmembrado, e incluso si realmente te guardan en algún momento por asesinato (un eufemismo más bien simple), el video es legalmente libertad de expresión. Expresión.
En los primeros tiempos, el feminismo era primitivo. Si algo dañaba a las mujeres, las feministas estaban en contra de eso, no a favor. En 1970, las feministas radicales ocuparon a la fuerza las oficinas de la prensa ostensiblemente radical Grove porque Grove publicó pornografía anunciada como liberación sexual y explotaba a sus empleadas mujeres. El editor de Grove, un eminente chico revolucionario, consideró a la hostil manifestación como inspirada por la CIA. Su radicalismo impecable no le impidió llamar a la muy brutal policía de Nueva York ni hacer que las mujeres fueran físicamente arrastradas y encerradas por invadir su propiedad privada. También en 1970, las feministas radicales tomaron por la fuerza Rat, un periodicucho clandestino que se dedicaba, en nombre de la revolución, sólo a la pornografía y al machismo de manera igualitaria, la única atención que el género recibió de parte de la izquierda radical. Los pornógrafos, que piensan de manera estratégica y realmente saben lo que están haciendo, reaccionaron rápido. “Estás chicas son nuestros enemigos naturales”, escribió Hugh Hefner en un memorándum secreto que fue filtrado a las feministas por las secretarias de Playboy. “Es tiempo de tener una batalla contra ellas… Lo que quiero es un artículo devastador que desarme a las militantes feministas.” Lo que consiguió fueron enormes y estridentes manifestaciones en los Clubs de Playboy en las grandes ciudades.
El activismo contra la pornografía continuó, se organizó localmente, fue ignorado por los medios pero fue parte intrínseca de la resistencia feminista a la violación. Grupos llamados Mujeres Contra la Violencia Contra las Mujeres se formaron de manera independiente en varias ciudades. La pornografía era entendida por las feministas (sin ninguna excepción conocida) como odio hacia las mujeres, violenta, y violadora. Robin Morgan precisó que la pornografía es la teoría, la violación es la práctica. Susan Brownmiller, más tarde fundadora del inmensamente influyente Mujeres Contra la Pornografía, veía a la pornografía como propaganda de odio contra las mujeres que promovía la violación. Estos conocimientos no fueron banales para las feministas que estaban comenzando a comprender el ginocidio y las implicaciones terroristas de las violaciones para todas las mujeres. Estos eran conocimientos políticos emergentes, no consignas aprendidas de memoria.
En algún momento de 1975, los periódicos en Chicago y la Ciudad de Nueva York revelaron la existencia de los videos snuff. Los detectives policiales, intentando rastrear las redes de distribución, dijeron que las prostitutas, probablemente en América Central, estaban siendo torturadas, lentamente desmembradas y luego asesinadas para la cámara. Copias de los videos estaban siendo vendidas por el crimen organizado a los coleccionistas privados de pornografía en Estados Unidos.
En febrero de 1976, uno o dos días antes del cumpleaños de Susan B. Anthony, una elegante casa de cine abrió sus puertas en Times Square mostrando lo que pretendía ser una verdadera película snuff. La marquesina se alzaba sobre una vasta área del Times Square, con la palabra Snuff de varios pies de altura en neón, y junto al título las palabras “hecho en Sudamérica, dónde la vida es barata”. En las publicidades que cubrían los subterráneos, el cuerpo de una mujer estaba cortado a la mitad.
Sentimos desesperación, dolor, bronca y pena. Hicimos un piquete cada noche. Llovió cada noche. Marchamos girando y girando en pequeños círculos. Vimos a los hombres llevando a sus citas, mujeres. Vimos a las mujeres salir de allí, físicamente enfermas, y aún así irse a casa con esos hombres. Hicimos panfletos. Gritamos fuera de control en las esquinas. Hubo incluso algo de vandalismo: no lo suficiente como para cerrar el lugar. Intentamos que la policía cerrara el lugar. Intentamos que el Fiscal de Distrito lo cerrara. No tienen idea del respeto que esos tipos tienen por la libertad de expresión.
El proxeneta que distribuyó el film salía a mirar el piquete y reírse de nosotras. Los hombres que entraban se reían de nosotras. Los hombres que pasaban caminando se reían de nosotras. Los columnistas en los periódicos se reían de nosotras. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) nos ridiculizó a través de varios voceros (en esos días, solían ser hombres). La policía hizo más que reírse de nosotras. Formó una barricada con sus cuerpos, sus armas y sus porras — para proteger al film de las mujeres. Uno me arrojó frente a un auto andando. Tres protestantes fueron arrestadas y encerradas por dirigirse con lenguaje obsceno al dueño del cine. Bajo la Constitución de Estados Unidos, el lenguaje obsceno no es expresión. Entiendan: no es que el lenguaje obsceno sea expresión no protegida; es que no es considerado expresión en lo absoluto. Las protestantes, hablando, usaron lenguaje obsceno que no era expresión; las mutilaciones en la película snuff, el cuchillo destripando a la mujer, era expresión. Tuvimos que aprender todo esto.
Aprendimos mucho, por supuesto. La vida puede ser simple, pero el conocimiento nunca lo es. Aprendimos que la policía protege a la propiedad y que la pornografía es propiedad. Aprendimos que la gente que se ocupaba de las libertades civiles no se interesaba realmente, querida: el asesinato de una mujer, filmado para dar orgasmos, era expresión y ni siquiera les importaba (esto fue días antes de que aprendieran que tenían que decir que estaba mal lastimar a las mujeres). La ACLU no tenía una crisis de consciencia. El Fiscal de Distrito llegó al extremo de encontrar a una mujer que según él era “la actriz” de la película para demostrar que estaba viva. Celebró una rueda de prensa. Dijo que la única ley que el film había infringido era la ley contra el fraude. El prácticamente nos desafió a intentar encarcelar a los proxenetas por fraude, dejando en claro que si el film hubiera sido real, ninguna ley de Estados Unidos habría sido infringida porque el asesinato había ocurrido en otro lado. Entonces, aprendimos eso. Durante el tiempo en que se exhibió Snuff en la Ciudad de Nueva York, los cuerpos de varias mujeres, despedazados, fueron encontrados en el Río Este, y varias prostitutas fueron decapitadas. También aprendimos eso.
Cuando comenzamos a protestar contra Snuff, varias abogadas presuntamente feministas, muchas todavía de izquierda en el fondo, estuvieron de nuestro lado: ninguna mujer podía tolerar esto. Vimos a los abogados radicales varones presionarlas, amenazarlas, ridiculizarlas, insultarlas e intimidarlas; y ellas nos abandonaron. Se fueron a casa. Nunca volvieron. Las vimos aprender a amar la libertad de expresión por encima de las mujeres. Habiendo endurecido sus pequeños corazones radicales ante Snuff, ¿qué podría hacerlas poner a las mujeres primero nuevamente?
Hubo grandes eventos. En noviembre de 1974, la primera conferencia feminista sobre pornografía fue celebrada en San Francisco. Culminó con la primera Marcha de Reapropiación de la Noche del país: más de 3000 mujeres apagaron el distrito pornográfico de San Francisco por una noche. En Octubre de 1979, cerca de 5000 mujeres y hombres marcharon por Times Square. Un documental sobre la marcha muestra a un hombre que había venido a Times Square a comprar sexo mirando al mar de mujeres que se extendía a lo largo de veinte cuadras de la ciudad diciendo, conmocionado y perplejo: “No puedo encontrar ni una puta mujer”. En 1980, Linda Marchiano publicó Calvario. Conocida mundialmente como Linda Lovelace, la extraordinaria reina porno de Garganta Profunda, Marchiano reveló que había sido obligada a prostituirse y luego a entrar a la pornografía a través del brutal terrorismo. Violada en grupo, golpeada, mantenida en esclavitud sexual por su proxeneta/esposo (que tenía derechos legales sobre ella como su esposo), obligada a tener sexo con un perro para una película, sometida a un sadismo sostenido raramente encontrado por Amnistía Internacional en relación a sus prisioneros políticos, ella se atrevió a sobrevivir, a escapar, y a exponer a los hombres que la habían utilizado sexualmente (incluyendo al Hugh Hefner de Playboyy al Al Goldstein de Screw). El mundo de los hombres normales (los consumidores) no le creían; le creían a Garganta Profunda. Las feministas sí le creyeron. Hoy Marchiano es una fuerte feminista luchando contra la pornografía.
En 1980, cuando leí Calvario, entendí de él que cada derecho civil protegido por ley en este país había sido infringido en el cuerpo prostituido de Linda. Comencé a ver las violaciones en grupo, las violaciones maritales y las agresiones, la prostitución, y otras formas de abuso sexual como violaciones a los derechos civiles que, en la pornografía, eran sistemáticas e intrínsecas (la pornografía no podría existir sin ellas). Los pornógrafos, era claro, violaban los derechos civiles de las mujeres así como el Ku Klux Klan en este país violaba los derechos de los negros. Los pornógrafos eran terroristas domésticos determinados a imponer, a través de la violencia, un estatus inferior en las personas nacidas hembras. El estatus de segunda clase de las mujeres en sí mismo fue construido a través del abuso sexual; y en el nombre de todo el sistema de la subordinación de las mujeres estaba la pornografía — los orgasmos y el placer sexual de los hombres son sinónimo de la desigualdad sexual explícita de las mujeres. O éramos humanas, iguales, ciudadanas, en cuyo caso los pornógrafos no podían hacernos lo que nos hacían con impunidad, y francamente, protección constitucional; o éramos inferiores, desprotegidas como personas iguales ante la ley, y por ende los proxenetas podían brutalizarnos, los hombres normales podían pasar un buen rato, los proxenetas y sus abogados y los hombres normales podían llamarlo libertad de expresión y nosotras podíamos vivir en el infierno. O los pornógrafos y la pornografía violaban los derechos civiles de las mujeres, o las mujeres no teníamos derecho a la igualdad.
Le pregunté a Catharine A. MacKinnon, quien era pionera en los litigios sobre acoso sexual, si podíamos entablar una demanda de derechos civiles en nombre de Linda. Kitty, Gloria Steinem (una campeona temprana y valiente para Linda), y varias abogadas trabajaron conmigo por más de un año para construir una demanda de derechos civiles. No pudo, finalmente, ser llevada a cabo porque el estatuto de limitaciones de cada atrocidad cometida contra Linda había expirado, y no había ninguna ley en contra de la exhibición y obtención de dinero de las películas que fue obligada a hacer. Kitty y yo estábamos abatidas; Gloria dijo que nuestro día llegaría. Lo hizo — en Minneapolis, el 30 de diciembre de 1983, cuando el Ayuntamiento aprobó la primera legislación de derechos humanos en reconocer que la pornografía era una violación de los derechos civiles de todas las mujeres. En Minneapolis, una ciudad progresiva políticamente, la pornografía había sido atacada como un problema de clase por muchos años. Los políticos, cínicamente restringieron las librerías para adultos a las áreas más pobres y con mayor población negra de la ciudad. La violencia contra las mujeres y niños ya desposeídos se incremento de manera masiva; y los vecindarios experimentaron una gran devastación económica cuando los negocios legítimos se mudaron a otros lugares. La legislación de derechos civiles fue aprobada en Minneapolis porque la gente pobre, la gente de color (especialmente los nativos americanos y los negros) y las feministas, exigieron justicia.
Pero primero, entiendan esto. Desde 1970, pero especialmente después de Snuff, las confrontaciones feministas con los pornógrafos han sido frontales: militantes, agresivas, peligrosas, desafiantes. Hicimos miles de manifestaciones. Algunas fueron dentro de cines en donde, por ejemplo, las feministas de la audiencia gritaban con todo cuando una mujer era lastimada en pantalla. Las feministas fueron arrastradas físicamente de los cines por la policía que argumentaba que los gritos en el celuloide libertad de expresión y los gritos de las feministas estaban alterando la paz. Desplegamos carteles frente a películas en curso. Derramamos sangre sobre revistas y parafernalia sexual designada para lastimar a las mujeres. Nos habíamos comprometido durante todos esos años sin descanso con la desobediencia civil, las sentadas, la destrucción de la propiedad y revistas, el fotografiar a los consumidores, así como con hacer piquetes, entregar panfletos, escribir cartas y debatir en foros públicos. Las mujeres habían sido arrestadas repetidamente: la policía siempre protegiendo a los pornógrafos. En un juicio por jurados, tres mujeres, acusadas con dos delitos y una fechoría por derramar sangre sobre artículos pornográficos, dijeron que estaban actuando para prevenir daños más grandes — violaciones; también dijeron que la sangre ya estaba allí, sólo estaban haciéndola visible. Fueron absueltas cuando el jurado escuchó el testimonio sobre el verdadero uso de la pornografía en las violaciones y el incesto de parte de las víctimas: una mujer violada y una adolescente abusada incestuosamente.
Entonces, entiendan esto también: el feminismo funciona; al menos el feminismo primitivo lo hace. Usamos activismo militante para desafiar e intentar destruir a los hombres que existen para lastimar a las mujeres, es decir, los proxenetas que hacen pornografía. Queríamos destruir — no únicamente poner algunos límites educados sino destruir — su poder de lastimarnos; y millones de mujeres, cada una sola en un comienzo, una por una, comenzaron a recordar, a entender, o encontrar las palabras para contar cómo ellas habían sido dañadas por la pornografía, lo que les había sucedido a ellas por culpa de la pornografía. Antes de que las feministas se enfrentaran a los pornógrafos, cada mujer, como siempre, había pensado que sólo ella había sido abusada durante, con o a causa de la pornografía. Cada mujer vivía en soledad, miedo, vergüenza. El terror crea silencio. Cada mujer había vivido en un silencio inquebrantable. Cada mujer había sido profundamente herida por las violaciones, el incesto, las golpizas; pero algo más había pasado también, y no existía un nombre ni una descripción para eso. Una vez que el rol de la pornografía en la creación del abuso sexual fue expuesto — violación por violación, golpiza por golpiza, víctima por víctima — nuestro entendimiento de la naturaleza del abuso sexual en sí mismo cambió. Hablar sólo de la violación, o sólo de las golpizas, o sólo del incesto, no era hablar de la totalidad de cómo las mujeres habían sido violadas. La violación o las golpizas en el hogar o la prostitución o el incesto no eran un fenómeno separado o independiente. Pensábamos: algunos hombre violan; algunos hombres golpean; algunos hombres se follan a niñas pequeñas. Habíamos aceptado un modelo inerte de sexualidad masculina: los hombres tienen fetiches; las mujeres deben ser siempre rubias, por ejemplo; el acto que los lleva al orgasmo debe ser siempre igual. Pero el abuso creado por la pornografía era distinto: el abuso era multifacético, complejo; las violaciones de cada mujer individual eran muchas y estaban interconectadas; el sadismo era excepcionalmente dinámico. Descubrimos que cuando la pornografía creaba el abuso sexual, los hombres los aprendían nuevos trucos que los pornógrafos tenían para enseñar. Descubrimos que cualquier cosa que lastimara o humillara a las mujeres podría ser sexual para los hombres que usaban pornografía; y las prácticas sexuales masculinas cambiarían dramáticamente para dar lugar a las violaciones y las degradaciones promocionadas por la pornografía. Descubrimos que los abusos sexuales en las vida de una mujer estaban intrincada y complejamente conectados cuando la pornografía era un factor: la pornografía era usada para lograr el incesto y entonces el niño sería usado para hacer pornografía; el marido consumidor de pornografía no sólo golpearía a su mujer sino que la ataría, colgaría, torturaría y la obligaría a prostituirse y la filmaría para hacer pornografía; la pornografía usada en las violaciones en grupo implicaría que la violación en grupo sería llevada a cabo siguiendo un guión ya existente, el sadismo de la violación en grupo era realzado por las contribuciones de los pornógrafos. La filmación forzada del sexo forzado se convirtió en una nueva forma de violación sexual de las mujeres. En términos sexuales, la pornografía creó para las mujeres y los niños condiciones similares a las de los campos de concentración. Y esto no es una exageración.
Una psicóloga le contó al Ayuntamiento de Minneapolis sobre tres casos que involucraban a la pornografía como “manual de instrucciones”: “Actualmente o recientemente he estado trabajando con clientes que han sido sodomizados con palos de escoba, forzados a tener sexo con más de 20 perros en el asiento trasero del auto, atados y electrocutados en sus genitales. Estos son [todos] niños entre los 14 y los 18 años… en los que los perpetradores habiendo leído instructivos y manuscritos durante la noche, los usaron como manuales de instrucciones de día o tenían esa pornografía presente en el momento de la violencia sexual.”
Una trabajadora social que trabaja exclusivamente con mujeres prostitutas adolescentes testificó: “Puedo decir casi categóricamente que nunca he tenido una clienta que no haya sido expuesta a la prostitución a través de la pornografía… Para algunas mujeres jóvenes esto implica que se les muestre pornografía, ya sea en videos, películas o fotos como se suele hacer, casi como un manual de entrenamiento de cómo representar actos de prostitución… Además, fuera en las calles, cuando está [trabajando] una mujer joven, muchos de los puteros o clientes vendrán con sus pequeños trozos de papel, con fotos que fueron arrancados de una revista y dirán, quiero esto… es como un catálogo de pedidos por correo de actos sexuales, y eso es lo que se espera que representen… Otro aspecto que juega un gran rol en mi trabajo… es que en muchas ocasiones mis clientes son víctimas de múltiples violaciones. Estas violaciones son generalmente grabadas o se toman fotografías del evento. La mujer joven cuando intenta escapar [es chantajeada].”
Una ex prostituta, testificando en representación de un grupo de ex prostitutas que temían exponerse, confirmó: “Fuimos todas introducidas a la prostitución a través de la pornografía, no había excepciones en nuestro grupo, y todas teníamos menos de 18 años”. Todo lo que se les hace a las mujeres en la pornografía había sido hecho a estas jóvenes prostitutas por hombres normales. Para ellos las prostitutas eran sinónimo de pornografía pero también lo eran todas las mujeres, incluyendo sus esposas e hijas. Los abusos a las prostitutas no eran cualitativamente distintos a los abusos a otras mujeres. Este es un incidente de un compendio de dolor: “Una mujer conoció a un hombre en una habitación de un hotel en la 5ta Sala. Cuando llegó allí, fue atada desnuda a una silla. Fue amordazada y abandonada en la oscuridad por lo que a ella le pareció ser una hora. El hombre volvió con otros dos hombres. La quemaron con sus cigarrillos y le pusieron broches en los pezones. Tenían varias revistas S y M con ellos y le mostraron varias imágenes de mujeres que parecían consentir, disfrutar e incentivar este abuso. La retuvieron por 12 horas, violándola y golpeándola constantemente. Le pagaron $50, cerca de $2.33 por hora.”
Las violaciones racistas son activamente promocionadas en la pornografía; y el abuso tiene una dinámica pornográfica distintiva — un sadismo devastador, la brutalidad y el odio llevados a gran escala de la pornografía en sí misma. El video pornográfico “Custer’s Revenge” (La venganza de Custer) generó varias violaciones a mujeres Nativo Americanas. En el juego, los hombres intentan capturar una “squaw”[1], atarla a un árbol y violarla. En el juego sexualmente explícito, el pene entra y sale, entra y sale. Una víctima del “juego” dijo: “Cuando me pidieron que diera mi testimonio, al principio me negué porque algunos de los recuerdos son muy dolorosos y recientes. Estoy aquí por mi hija de cuatro años y otras niñas nativas… Fui atacada por dos hombres blancos y desde el comienzo me hicieron saber que odiaban a mi gente… Y me hicieron saber que la violación de una “squaw” por hombres blancos era prácticamente un honor en la sociedad blanca. De hecho, lo habían hecho un video juego llamado ‘Custer’s Last Stand’ (La resistencia de Custer) [sic]. Me sujetaron contra el piso y mientras uno de ellos acariciaba mi cara y mi garganta con la punta de su cuchillo me dijo, ‘¿Quieres jugar a Custer’s Last Stand? Es genial, tú pierdes pero no importa, ¿no? Te gusta con un poco de dolor, ¿no, squaw?’ Los dos se rieron y luego uno dijo, ‘Hay mucha polla en Custer’s Last Stand. Deberías estar agradecida, squaw, de que chicos bien estadounidenses como nosotros te deseemos. Tal vez te atemos a un árbol y hagamos una fogata a tu alrededor’”.
La misma intensidad sádica y la misma arrogancia es evidente en la violación en grupo de esta niña de trece años que creó la pornografía. Tres cazadores, en el bosque, mirando revistas pornográficas levantaron la cabeza y vieron a la rubia niña. “Ahí hay una viva”, dijo uno. Los tres cazadores persiguieron a la niña, la violaron en grupo, golpearon sus senos con una arma, mientras al mismo tiempo la llamaban con los nombres que figuraban en las revistas pornográficas desparramadas alrededor del campamento — Chica Dorada, Pequeña Godiva, y del estilo. “Los tres tenían rifles de caza. Dos de los hombres apuntaron sus armas a mi cabeza y el primero de ellos me golpeó uno de mis senos con su rifle y se rieron. Y luego el primero me violó y cuando terminó comenzó a hacer bromas porque yo era virgen… Entonces me violó el segundo hombre… El tercero me obligó a poner su pene en mi boca y me dijo que lo hiciera y yo no sabía cómo hacerlo. No sabía qué era lo que se suponía que tenía que estar haciendo… entonces uno de ellos apretó el gatillo de su arma y yo intenté hacer algo. Entonces, cuando finalmente tuvo una erección, me violó. Siguieron haciendo bromas sobre cuán suertudos habían sido de haberme encontrado en el momento en el que lo hicieron y más bromas porque yo era virgen. Comenzaron a… golpearme y decirme que si quería más, podía volver al día siguiente… No le dije que a nadie que había sido violada hasta que tuve 20 años”. Estos hombres, como los hombres que violaron en grupo a la mujer Nativo Americana, se divirtieron; estaban jugando un juego.
Estoy citando a varios casos representativos pero bastante simples, de todas maneras. Una vez que el rol de la pornografía en el abuso es expuesto, no tenemos únicamente violaciones solitarias o en grupo o abuso infantil o prostitución. Tenemos, en cambio, un sadismo sostenido e intrincado sin límites inherentes o predecibles en el tipo o los niveles de brutalidad que será usada sobre las mujeres y niñas. Lo que tenemos es tortura, tenemos hostilidad asesina.
El abuso saturado de pornografía es específico y se reconoce por su Nazismo en los cuerpos de las mujeres: la hostilidad y el sadismo que generan son carnívoros. Al entrevistar a 200 prostitutas en San Francisco, Mimi H. Silbert y Ayala M. Pines descubrieron un sorprendente patrón de hostilidad relacionado con la pornografía. No se realizaron preguntas sobre la pornografía. Pero las mujeres entrevistadas les brindaron de manera casual tanta información sobre el rol de la pornografía en sus abusos que Silbert y Pines publicaron esa información con la que se toparon. De las 200 mujeres, 193 habían sido violadas siendo adultas y 178 habían sido sexualmente abusadas de niñas. Eso suma 371 casos de abuso sexual en una población de 200 mujeres. El 24% de aquellas que habían sido violadas mencionaron que el violador hizo referencias específicas a la pornografía durante la violación: “El asaltante se refirió a material pornográfico que había visto o leído y luego insistió que las víctimas no sólo disfrutaran de la violación sino también de la violencia extrema”. Cuando una víctima en algún caso le dijo al violador que ella era una prostituta y haría cualquier cosa que él quisiera (para disuadirlo de usar la violencia), en todos los casos el violador respondió de las siguientes maneras: “(1) su lenguaje se volvió más abusivo, (2) se volvieron significativamente más violentos, golpeando y apaleando a las mujeres de manera excesiva, usando usualmente las armas que les habían mostrado previamente, (3) mencionaron haber visto prostitutas en los videos pornográficos, mencionando mayoritariamente pornografía literaria específica, y (4) después de finalizar la penetración vaginal forzada, continuaron su abuso sexual de las mujeres de maneras en las que ellos afirmaban haber visto a las prostitutas disfrutar en la literatura pornográfica que citaban”. Los ejemplos incluían penetración anal forzada con un arma, agresiones sobre todo su cuerpo con un arma, romperles los huesos, apuntar con un arma cargada a la vagina de la mujer “insistiendo en que esta era la manera en la que ella moría en la película que había visto”.
Varios estudios muestran que entre el sesenta y cinco y el setenta y cinco por ciento de las mujeres en pornografía fueron abusadas sexualmente de niñas, usualmente incestuosamente, y muchas fueron llevadas a hacer pornografía de niñas. Una mujer, por ejemplo, tuvo que soportar esto. “Soy una sobreviviente de incesto, ex modelo de pornografía y ex prostituta. Mi historia de incesto comienza antes de comenzar la escuela y finaliza muchos años después — era con mi padre. También era abusada por un tío y un pastor… mi padre me obligaba a realizar actos sexuales con hombres en una fiesta para hombres solos cuando yo era una adolescente. Soy de una familia “bien” de clase media… Mi padre es un ejecutivo corporativo que gana $80000 al año, pastor novato y alcohólico… Mi padre fue mi proxeneta pornográfico. En tres ocasiones, entre mis 9 y 16 años me forzó a ser modelo pornográfica… en Nebraska, así que sí, sí sucede aquí.” Esta mujer es ahora una feminista luchando contra la pornografía. Ella escucha a los hombres debatir si existe o no algún daño social vinculado con la pornografía. La gente busca expertos. Tenemos expertas. La sociedad dice que tenemos que probar que el daño existe. Lo hemos probado. Lo que tenemos que probar es que las mujeres somos lo suficientemente humanas como para que el daño importe. Como una liberal que se hace llamar feminista dijo recientemente: “¿Cuál es el daño de la pornografía? ¿Cortarse un dedo con el papel?” Esta mujer era miembro de la presuntamente llamada Comisión Meese.[2] Había invertido un año de su vida mirando la brutalización de las mujeres en la pornografía y escuchando las historias de vida de las mujeres abusadas por la pornografía. Las mujeres no eran muy humanas para ella.
Dentro del dolor y la privacidad, las mujeres comenzaron a enfrentar y luego a contar la verdad, primero a sí mismas y luego a otras. Ahora, las mujeres han dado sus testimonios ante cuerpos gubernamentales, en encuentros públicos, en la radio, en la televisión, en talleres en las convenciones de feministas liberales que encuentran todo esto tan desordenado, tan desprestigiado, tan desafortunado. Especialmente, las feministas liberales odian que este desorden que es la pornografía — el tener que hacer algo contra los abusos de estas mujeres — pueda interferir con sus tan cómodas alianzas políticas con todos esos hombres normales, los consumidores — que también resultan ser, bueno, sus amigos. Ellas no quieren que el hedor de este tipo de abuso sexual — este tipo crudo e indisciplinado que es por diversión y dinero — las contagie. El feminismo para ellas implica tener éxito, no luchar contra la opresión.
Así que aquí estamos: lloren por nosotras. La sociedad, con el beneplácito de demasiadas feministas liberales, dice que los pornógrafos no deben ser detenidos porque la libertad de todos depende de la libertad de los pornógrafos de ejercitar su expresión. La mujer amordazada y colgada continúa siendo la expresión que ejercitan. En la jerga de la izquierda liberal, detenerlos es censurarlos.
La ley de derechos civiles — un modesto acercamiento, ya que no es el cañón de un arma — fue aprobada en Minneapolis, y vetada dos veces por su alcalde. En Indianápolis, una ciudad más conservadora (dónde incluso las feministas liberales son Republicanas certificadas), una versión más acotada fue adoptada: más acotada significa que únicamente la pornografía muy violenta fue cubierta por la ley. En Indianápolis, la pornografía fue definida como la subordinación gráfica y sexualmente explícita de las mujeres en imágenes y/o palabras que incluyen violaciones, dolor, humillación, penetración por objetos o animales o desmembramiento. Los hombres, niños y transexuales utilizados de esas maneras también podían aprovechar esta ley. La ley hizo a los pornógrafos legal y económicamente responsables por el daño que les hacen a las mujeres. Los productores de pornografía, quienes la exhiben, quienes la venden y quienes la distribuyen pueden ser demandados por tráfico en la pornografía. Cualquier persona obligada a hacer pornografía puede hacer responsables a los productores, vendedores, distribuidores o a los expositores por beneficiarse de su coerción y podría removerse el producto de esa coerción del mercado. Cualquier persona que sea forzada a mirar pornografía en su hogar, lugar de trabajo o ámbito educativo, o en público, podría demandar a quien sea que los obligue y a cualquier institución que lo autorice (por ejemplo, una universidad o un empleador). Cualquier persona que sea físicamente abusada o lastimada a causa de una pieza específica de pornografía podría demandar al pornógrafo por daños económicos y lograr sacar esa pornografía de las estanterías. Bajo esta ley, la pornografía es correctamente entendida y reconocida como una práctica de discriminación sexual. El impacto de la pornografía en el estatus de las mujeres es de mantenernos a todas como mujeres de segunda clase: objetivos para las agresiones e inferiores civilmente.
La corte de Estados Unidos ha declarado que la ley de derechos civiles de Indianápolis era inconstitucional. La Corte Federal de Apelaciones dijo que la pornografía hacía todo el daño que las mujeres decían que hacía — causándonos perjuicios físicos e inferioridad civil — pero que su éxito lastimándonos sólo probaba su poder de expresión. Entonces, es libertad de expresión protegida. Comparadas con los proxenetas, las mujeres no tenemos derechos.
Las buenas noticias son que los pornógrafos están metidos en grandes líos y que nosotras lo hicimos. Playboy y Penthouse tienen grandes problemas económicos. Playboy ha estado perdiendo suscriptores y, por ende, su base publicitaria, durante años; y tanto Playboy como Penthouse han perdido miles de puntos de venta al por menor en los últimos años. Les hemos costado su legitimidad. (Digo yo: esto es lo que tenemos que hacer, costarles su legitimidad, explicar al mundo qué es lo que hacen)
Las malas noticias es que estamos en problemas. Hay muchísima violencia contra nosotras, inspirada por la pornografía. Nos hacen a nosotras, a nuestros cuerpos, pornografía en sus revistas y les dicen a los hombres normales que nos den con ganas. Nos persiguen, nos atacan, nos amenazan. Llegaron a dispararle a un centro feminista anti pornografía. Han acosado a feministas en sus propias casas, obligándolas a mudarse. Y los pornógrafos han encontrado a un grupo de chicas (como esas mujeres se llaman a sí mismas) para trabajar para ellos: no las cagonas liberales, sino verdaderas colaboradoras que se han organizado especialmente para oponerse a la legislación de derechos civiles y para proteger a los pornógrafos de nuestro activismo político — la pornografía no debería ser un asunto feminista, dice la presunta feminista. Dicen: La pornografía es misógina pero… El pero en este caso es que nos desreprime. Las víctimas de pornografía pueden dar testimonio, y lo hicieron, de que cuando los hombres se desreprimen, las mujeres salen lastimadas. Estas mujeres dicen ser feministas. Algunas han trabajado a favor de la Enmienda de Igualdad de Derechos o a favor del derecho al aborto o a favor del sueldo igualitario o a favor de los derechos para lesbianas y gays. Pero por estos días, se organizan para evitar que nosotras frenemos a los pornógrafos.
La mayoría de las mujeres que dicen ser feministas pero trabajan para proteger a la pornografía son abogadas o académicas: abogadas como aquellas que nos abandonaron ante Snuff; académicas que creen que la prostitución es romántica, una sexualidad femenina no reprimida. Pero, sean quienes sean, piensen lo que sea que piensen que están haciendo, el hecho que se destaca de ellas es que están ignorando a las mujeres que han sido lastimadas para ayudar a los pornógrafos a lastimar. Son colaboradoras, no feministas.
Los pornógrafos pueden tranquilamente destruirnos. La violencia contra nosotras — en la pornografía, en los medios en general, o entre los hombres — está escalando rápida y peligrosamente. Algunas veces nuestra desesperanza es horrible. No nos hemos rendido aún. Hay resistencia aquí, una verdadera resistencia. No puedo decirles cuán valientes y brillantes son las que resisten. O cuán indefensas o heridas están. Lo que sí está claro: las mujeres más indefensas, las mujeres más explotadas, son las mujeres que luchan contra los pornógrafos. Nuestras hermanas más privilegiadas prefieren no tomar partido. Es una lucha desagradable, sí. El feminismo está muriendo aquí porque muchas mujeres que dicen ser feministas son colaboradoras o cobardes. El feminismo es magnífico y militante aquí porque las mujeres más indefensas están poniendo sus vidas en juego para enfrentarse a los hombres más poderosos por el bien de todas las mujeres. Estén orgullosas de nosotras por luchar. Estén orgullosas de nosotras por llegar tan lejos. Ayúdennos si pueden. Los pornógrafos tendrán que detenernos. No nos rendiremos. Ellos lo saben y ahora también ustedes.
Con amor,
Andrea Dworkin.
[1] NdT: Esposa nativo americana, de manera despectiva.
[2] Denominada por los pornógrafos y sus amigos bajo el nombre de Edwin Meese, un hombre de derecha, la Comisión fue en realidad creada para moderar al ex Fiscal General William French Smith