La pornografía, que prioriza el placer de quien visualiza y no de quien lleva a cabo la acción, supone una forma más de prostitución, que puede llegar a ser maquiavélicamente vejatorio, con categorías como las violaciones grupales (lo más buscado en España), pero que también puede disfrazarse de sexo respetuoso, cuando en realidad las personas que lo llevan a cabo sufren las mismas consecuencias que las prostituidas.
Toda la mercantilización de los cuerpos de las mujeres supone una violación de los derechos humanos.
Andrea Dworkin