Fabulas

Este era un asno muy juguetón, que no había experiencia a la que se resistiese. Todo lo divertido que veía, quería hacerlo sin detenerse a pensar si era algo idóneo para hacer.

Así, un día le dio por encaramarse al tejado de la casa de su amo y empezar a brincar de aquí para allá juguetonamente.

Tanto brincó que terminó por romper el techo, lo cual disgustó mucho a su amo.

Molesto, este buscó un leño y castigó con severidad al asno, que no comprendía por qué era castigado.

El día anterior había visto a un mono hacer exactamente lo mismo y cuando terminó, en vez de recibir golpes, recibió aplausos de todo aquel que lo había observado.

Pero resulta que los golpes no tardaron en enseñar al asno. Desde ese día comprendió que no se debe imitar todo lo que se ve, pues cada cual es bueno para algo o varias cosas específicas, y no necesariamente para todo aquello que se ve a menudo.


Cuentan que había un perro muy pesado y maleducado, que no desaprovechaba la ocasión para morder a toda persona que pasase cerca de él.

Apenado y para evitar males mayores, su dueño optó un día por colocarle una campanilla al cuello, que alertase a todos de la presencia del can y lo evitasen, para no ser mordidos.

El perro no comprendió el significado y objetivo de la campanilla y fue a presumirla a la plaza, donde la hizo sonar con ostentación.

Cerca de él había una perra que le superaba en experiencia y conocimiento y sin pensarlo le comentó:

-¿Realmente no sé cuál es la causa de que presumas tanto? Si es por la campanilla vas listo amigo, pues no te la han puesto por causa de tus virtudes o buenas cualidades, sino para alertar a todos de tu maldad y malos hábitos.

Entendido esto el perro bajo la cabeza y nunca más hizo sonar su campanilla con alarde. Comprendió que había ganado la campanilla por malo, y más que una ganancia era un castigo que debía cumplir, para resarcir todo el daño que había hecho.


Esta es la historia de un sapo llamado Elbert, que tenía la fea costumbre de robar siempre a sus amigos.

Un día no controló sus impulsos y realmente robó más de lo que siempre lo hacía, por lo que por mucho que se esforzase, tendría que terminar siendo descubierto más pronto que tarde.

Ese día robó la melena a su amigo Thigart el león, mientras jugaban a las escondidas y a este descuidadamente se le cayó. Luego sustrajo el almuerzo de sus amigos Rick y Rosa, cebra y osa respectivamente.

Sus amigos, una vez se percataron de todo lo que les faltaba comenzaron a preocuparse. Creían que podrían haber sido robados por alguien de fuera del bosque, por lo que acudieron consternados a casa de su amigo el sapo Elbert, a ver si a él también se le había perdido algo.

Por mucho que llamaron a la puerta de Elbert, este no respondió, pues andaba fuera de casa roba que te roba a otras criaturas del bosque.

Una vez se cansaron de llamar a la puerta los tres animales se asomaron a la ventana a ver si Elbert dormía o había sido víctima de algún delito mayor. Para su sorpresa vieron que sus pertenencias preciadas habían sido sustraídas por su llamado amigo, por lo que, muy indignados, decidieron tomar venganza.

Así, cuando Elbert llegó a su casa vio cómo sus preciadas hojas, con las que jugueteaba en el pantano, ya no estaban, al igual que otras de sus pertenencias.


Cansadas de no ser vistas, tres de las estrellas más alejadas de la constelación conocida como Alonso fueron a reprocharle a la Luna. Estaba convencidas que el satélite natural del bello planeta Tierra era quien les impedía ser vistas y admiradas por los humanos.

Así, se plantaron frente a ella y le dijeron:

-Cuando decides estar en tu fase de llena absorbes nuestros colores y cuando te da por estar en la de nueva, impides que tu brillo llegue a nosotros. Por culpa de tu indecisión, variabilidad y prepotencia, no somos amadas por los humanos como otras hermanas y primas nuestras, que alegran las noches tristes y solitarias de muchas personas.

Compadecida, la Luna les explicó que era ella la culpable de su infortunio. Eran estrellas muy pequeñas, que requerían crecer más para poder ser apreciadas por el ojo humano.

No obstante, buena como era, la Luna les dio una alternativa.

Les regaló un espejo grande y les dijo cómo usarlo para poderse hacer ver.

-Cuando esté plena muévanlo hacia el planeta de los humanos y cuando más oscuridad haya los humanos guiarán su luz hacia su espejo, -les explicó. –Si hacen lo que les digo, serán estrellas importantes para ellos.

Las estrellas agradecieron profundamente a la Luna y han seguido su consejo hasta la actualidad. Por si fuera poco, esta les regaló un nombre conocido por todos, usado para llamar la ocurrencia de esa linda luz que asoma cuando la luna titila.