Sam Shepard
La noche que llegaron a Oaxaca había un apagón...

La noche que llegaron a Oaxaca había un apagón. Los vestíbulos de los hoteles estaban iluminados con velas. No quedaban habitaciones libres.

Por fin encontraron un sitio llamado Hotel Nacional, en la parte norte. Las puertas de las habitaciones estaban hechas de barrotes metálicos verticales, como las celdas del cuartelillo de un pueblo de Montana que él había visto cuando pasaba por allí. Cuando subían las escaleras cargados con el equipaje, pudieron ver a través de los barrotes a los ocupantes de las habitaciones. La mayor parte de ellos parecían ruinas humanas y alcohólicos: unos estaban tendidos en el suelo; a otros les colgaba la mitad del cuerpo fuera de los manchadísimos colchones, o estaban desplomados en los rincones, mirando fijamente el piso de cemento.

Cerraron apresuradamente la puerta una vez dentro de la habitación, escondieron las maletas debajo de la cama y buscaron angustiadamente el retrete. No había retrete. Sólo un lavabo en una esquina. Por turnos, se encaramaron al fregadero y dejaron que se escurriera de sus cuerpos toda la «Venganza de Moctezuma» que se habían bebido. La situación les movió sorprendentemente a risa, pero pensaron que lo mejor sería no hacer ruido porque los demás, sufriendo cada uno en su celda, podían pensar que estaban riéndose de ellos.

Durante toda la noche, y sin posibilidad de otra solución, estuvieron turnándose: uno de ellos descansaba sobre el colchón mientras el otro se arrastraba hasta el lavabo. A veces uno de ellos vomitaba mientras el otro trataba de contenerse. A veces vomitaban juntos, y eso les hacía reír más incluso, hasta el punto de que temieron asfixiarse con sus propios vómitos.

Toda la noche mantuvieron encendida la vela en la ventana. Abajo, en la calle, estallaban petardos. Oían las carreras de los críos. Los gritos de los quetzales desde las palmeras. Los clientes del hotel gemían u gritaban en castellano, sin dirigirse a nadie en especial.

Al cabo de un buen rato dejaron de reír y se quedaron tendidos en el colchón, el uno al lado del otro, mirando el viejo enlucido. Zonas húmedas en los sitios donde las tuberías rezumaban. Les dio la temblequera a ambos. Ninguno de los dos habló. Él pensaba en un garito de juego, Julian’s, de la Calle Catorce. Ella tenía miedo de morirse.

Sam Shepard de Crónicas de Motel  6/9/80 San Rafael, Ca.