“No hay duda de que la semiótica trata de los signos como materia principal, pero los examina en relación con códigos e integrados en unidades más vastas, tales como el enunciado, la fi gura retórica, la función narrativa, etc. […] estudia las relaciones entre código y mensaje, y entre el signo y el discurso”
Umberto Eco
Introducción
La «semiótica» constituye hoy un ámbito disciplinar amplio y heterogéneo, porque a través de la historia se han creado diversas escuelas de semiótica. Aunque algunas han decaído o desaparecido, sigue habiendo demasiadas: pragmatistas, analíticas, estructuralistas, formalistas, escuela norteamericana, escuela anglosajona, escuela de París, de Moscú, de Leningrado, de Tartu, de Praga, de Copenhague, de Bloomington, etc. Todo ello impide lograr una mínima unidad, que se ha intentado muchas veces, con el resultado frecuente de crear una semiótica adicional. Para evitarlo, en esta sección se presenta una exposición cronológica, desde la Antigüedad hasta nuestros días con una selección de los autores y temas más relevantes.
A continuación se presentan las etapas de desarrollo de la Semiótica con una orientación cronológica:
1. EL SIGNO EN LA ANTIGÜEDAD.
Las primeras reflexiones documentadas acerca del signo, procedentes de la antigua Grecia, se centran sobre todo en el lenguaje, y su finalidad, lejos de ser inmanente, consiste en justificar un determinado sistema filosófico. Comenzando por Platón, toda su doctrina puede considerarse como una doctrina del signo y de su referente metafísico. En lo que atañe al signo lingüístico, Platón plantea en su diálogo Cratilo el origen del lenguaje, sobre todo el de los nombres y si las palabras convienen a las cosas por naturaleza o por convención. El hecho de que parezca inclinarse por la primera postura se explica quizá desde su filosofía inmovilista: admitir que los signos lingüísticos son producto de la mente humana está peligrosamente cerca de admitir que también lo son las leyes que rigen la sociedad.
Aristóteles, en cambio, opta por el convencionalismo, lógicamente ligado a su concepción de la proporcionalidad como principio orientador de la conducta y de la razón, pues cuanta más regularidad se encuentre en un sistema de comunicación arbitrario y convencional, tanto más eficiente será. Esto quiere decir que para Aristóteles las palabras y nombres son otorgados de forma totalmente arbitraria o cultural, no natural. Mantiene la idea que existe una imposición artificial, creada por el hombre. Expone también su célebre doctrina de que el signo lingüístico significa la cosa u objeto a través de la idea mental o concepto
Con los estoicos se dio un paso importante en el conocimiento de la lengua, e incluso desarrollaron una teoría del signo lingüístico y fueron tal vez los primeros en presentar una semiótica propiamente dicha; es decir, una teoría general del signo, de la cual el signo lingüístico era sólo una parte. Los estoicos, además de introducir, por supuesto, al usuario del signo en el acontecimiento sígnico, introducían otros tres elementos: el signo o significante (to semainon o to semeion), el significado o sentido (to semainómenon o to lektón) y la denotación, referencia u objeto físico (to tynjanon o to pragma).
Pero antes de pasar al Medievo, hay que mencionar la teoría de los signos de San Agustín, de especial interés por el tema del signo, y no sólo el tema del lenguaje, ya que para él es muy importante el problema de la enseñanza, la cual se da mediante la transmisión de mensajes por conducto de los signos. En su diálogo De magistro muestra una acendrada conciencia de la importancia de los signos para la vida humana. Y en el De doctrina christiana dice que las cosas se dividen en signos y significables. Da una definición del signo que se hizo famosa: “es la cosa que, además de la especie [o imagen] que introduce en los sentidos, hace pasar al pensamiento de otra cosa distinta”. Añade ejemplos de signos naturales como la huella o el humo y de signos artificiales o convencionales como el lenguaje. Por eso divide los signos en naturales y artificiales. Explica que los naturales son “los que, sin voluntad y sin ningún deseo de que signifiquen, además de sí mismos hacen conocer algo distinto de ellos, como lo hace el humo, que significa el fuego”. En cambio, los signos dados o artificiales “son los que mutuamente se dan los vivientes para manifestar, en cuanto pueden, los movimientos de su alma, o cualesquier cosas que sienten o entienden”. Así, los seres humanos intercambian, además de signos sensibles, signos inteligibles.
San Agustín divide los signos humanos según los sentidos a los que afectan: vista, olfato, tacto, oido, gusto. Las palabras, por supuesto, son los más importantes de estos signos. Sin embargo, el afirma que nunca comunicamos algo sólo mostrándolo o utilizando un único signo, sino que solemos añadirle otros signos. Por ejemplo, cuando se nos pregunta por un edificio, y lo señalamos, solemos utilizar múltiples signos (verbales y no verbales), para dar con mayor precisión a la información requerida. En conclusión, San Agustín profundiza en la génesis de la utilización de los signos, y su función comunicativa y didáctica; además, aventura una definición de signo supeditada al conocimiento sensible.
2. EL SIGNO EN LA EDAD MEDIA.
Guillermo de Ockham insiste en el carácter de signos que tienen los conceptos, además de los signos sensibles y se percibe como un recolector y crítico de las doctrinas semióticas anteriores, sobre todo de los estoicos, de San Agustín, de Roger Bacon y, probablemente, también de Santo Tomás, aunque da cabida tanto a lo sensible como a lo intelectual.
Santo Tomás de Aquino capta la naturaleza vicaria del signo, su función de remitir a algo diferente. Eso lo lleva a definir el signo así: “El signo es aquello por lo que alguien llega al conocimiento de otra cosa”. Por eso habla de “los signos, que conducen al conocimiento de las cosas” (facientes veritatem ). El signo es algo que envía a otra cosa, que no deja que el conocimiento se detenga en él. De ahí que propiamente la definición del signo, para Santo Tomás, es (al igual que para Peirce) una relación entre tres cosas: el signo, el significado y la facultad cognoscitiva. La esencia, pues, del signo es la relación a otra cosa; no se relaciona tan sólo de manera directa con el hombre, sino que también lo conduce indirecta y mediatamente a lo significado. Tiene una relación con el hombre, con sus facultades cognoscitivas, pero también con el objeto representado. Porque el signo representa, hace presente a otra cosa, remite a ella. A lo largo de su obra se encuentran suficientes elementos para recolectar una doctrina sobre el signo en general y sobre ese signo específico suyo que es el signo lingüístico.
3. EL SIGNO EN LA EDAD MODERNA.
Después del renacimiento escolástico de los siglos XVI y XVII, en la filosofía moderna, el estudio de los signos (tanto en la semiótica como en la filosofía del lenguaje) decae sensiblemente. La modernidad tuvo un interés más epistemológico; sin embargo, hay en este periodo algunos grandes propulsores que contribuyeron a la semiótica y que conviene tomar en cuenta aquí. Uno de ellos es John Locke, quien dio el nombre semiotiké a esta disciplina, y la plantea como algo que se debe desarrollar en el futuro. Otro es Gottfried Leibniz, a quien debe mucho esta rama del saber. Y otro es Charles Sanders Peirce, que recoge la propuesta de Locke y sienta las bases de esta rama tal como la conocemos en la actualidad. El desarrollo de esto se debe, sobre todo, a un gran continuador suyo que fue Charles Morris.
Con ello se verá la construcción de la semiótica moderna en sus fuentes y en sus fundamentos, así como en los principales hitos de su desarrollo. Pues si Locke fue el que lanzó esta idea, ella estaba ya en ejercicio en los escolásticos de su época, como Juan Poinsot o de Santo Tomás. Los escolásticos la cultivaban sin ese nombre, dentro de la lógica material o lógica mayor; en cambio, Locke lanzó la idea de una ciencia independiente de los signos, pero no fue realizada por él, y tuvo que esperar a ser rescatada por Peirce. Con todo, otros modernos, como Leibniz, hicieron sus aportaciones a la semiótica, y la construcción de Peirce tuvo en Morris un conspicuo continuador.
John Locke fue uno de los padres del empirismo inglés. Tuvo una influencia nominalista muy fuerte, aunque la expresó en forma de conceptualismo; es decir, para él los universales son conceptos de la mente, pero sin fundamento en la realidad, sólo son constructos cognoscitivos hechos por el entendimiento humano. Al darse al estudio de las ideas (lo que los escolásticos llamaban species o conceptos), en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) Locke se percata de que ellas y las palabras son indispensables para pensar, y, como tanto unas como otras son signos, resulta que los signos son indispensables para el pensamiento. Por eso Locke da una gran importancia a los signos. Lo hace por su espíritu empirista y nominalista. Los trata en su célebre Ensayo, al final de toda la obra, donde habla de la partición que él propone de las ciencias. Tal partición es trimembre: unas son físicas, otras prácticas y otras semióticas. Esta tercera rama se puede llamar lógica, la cual investiga la naturaleza de los signos que hace la mente para conocer las cosas y comunicar ese conocimiento. Ya que las cosas no siempre pueden estar presentes, la mente se hace una representación de las mismas y éstas son sus signos, a saber las ideas. Y ellas son necesarias para guardar en la memoria ese conocimiento y para comunicarlo a otros.
George Berkeley , por su parte, ve el universo como un sistema simbólico y afirma que incluso nuestras percepciones tienen una pura función sígnica, pues constituyen palabras de un lenguaje por medio del cual Dios nos explica el mundo. Afirma que «lo que nosotros conocemos son percepciones individuales, ideas particulares; si queremos dar un significado a nuestras palabras y hablar solamente de lo que podemos entender, creo que podemos reconocer que una idea, que en sí misma se considera como particular, se convierte en general cuando se la hace representar y se la hace estar por todas las demás ideas de la misma especie». La nominalización absoluta de las mismas ideas lleva a la consideración de que no se pueden fundar conocimientos seguros sobre el lenguaje.
Finalmente, destaca la línea de Gottfried W. Leibniz, intermedia entre las dos anteriores. Según este filósofo, cada lengua no solamente refleja la historia de un pueblo, sino que condiciona su mentalidad y sus costumbres. Para este autor un signo es "lo que ahora sentimos y, además, juzgamos que está conectado con algo por la experiencia anterior, propia o ajena”. Así, un signo consta de un vehículo de signo, algo que se significa, algún o algunos intérpretes, que lo perciben en algún tiempo.
4. EL SIGNO CONTEMPORÁNEO
En esta etapa de desarrollo se destaca el filósofo y científico norteamericano Charles Sanders Peirce es considerado comúnmente como el padre de la semiótica contemporánea. Para Peirce todo conocimiento es inferencial y el signo es la única vía de acceso a la realidad. Con esto, toda la atención se centra en la semiosis, que da lugar a una definición triádica del signo: el signo propiamente dicho (representamen), aquello que representa (objeto) y la instancia intermediaria que conecta a ambos (interpretante). A su vez, cada uno de estos elementos puede ser también un signo, con lo que la cadena de la semiosis virtualmente podría prolongarse hasta el infinito. Como el signo se ve enriquecido a lo largo del tiempo con matices nuevos, Peirce sostiene que mediante la semiosis aumenta paulatinamente el conocimiento e interpretaciones sobre el objeto al que representa.
En todos los casos en los que un representamen se dirige a un interpretante mental –lo que sucede casi siempre–, el término «representamen» es equivalente al de «signo ». A su vez, el fundamento del signo es una característica especial, esencial a su funcionamiento como signo. En otras palabras, es la base sobre la que es interpretado el objeto en cuyo lugar está el signo. Esta base puede ser una cualidad, una cosa o suceso actualmente existente (contextual), o una ley o regularidad. Estas bases diferentes sólo están separadas por abstracción, pues en el uso de los signos se encuentran mezcladas: una cualidad ocurre en el espacio y en el tiempo, un suceso opera como signo mediante las leyes y regularidades que le gobierna y una regularidad sólo existe en cuanto a sus ocurrencias contextuales. El objeto de un signo puede definirse como aquel ítem específico dentro de su contexto con el que se relacionan colateralmente todos los interpretantes. El interpretante, por último, es un efecto producido por el signo en la mente del intérprete. Puede ser de diversa índole: una representación, un sentimiento, una acción, etc.
Peirce diferencia tres tipos de interpretantes: el dinámico, que es el efecto semiótico actual de un signo; el final, que es el efecto semiótico que produciría el signo si pudiera satisfacer plenamente la norma por la que pretende ser juzgada; y el inmediato, que es todo lo que es explícito en el signo mismo apartado de su contexto y circunstancias de preferencia. Así tenemos, en Peirce, una semiótica, asociada a la psicología y a la lógica, que se muestra muy fuerte y consistente en sus bases y en su desarrollo inicial.
Charles Morris recoge muchas enseñanzas de Peirce. También se apega a la psicología y a la filosofía. Morris considera la semiótica como la ciencia de la semiosis, o acontecimiento o proceso de signo. La semiótica puede ser pura o aplicada; la primera elabora la teoría semiótica, la segunda analiza la significación, como el signo poético, religioso, etc. Morris habla de distintos usos de los signos: informativo, valorativo, iniciativo y sistemático; igualmente, habla de distintos modos de la significación: designativo, apreciativo, prescriptivo y formativo. Allí entran los distintos tipos de lenguaje: científico, mítico, tecnológico, lógico- matemático, de ficción, poético, político, retórico, legal, moral, religioso, gramatical, cosmológico, crítico, de propaganda y aun el metafísico. Morris habló de la estrecha conexión que tienen las tres ramas de la semiótica resaltando que la pragmática es la más abarcadora y compleja.
En una línea aledaña a la del pragmatismo norteamericano, del que Peirce y Morris fueron cultivadores connotados, se dio la reflexión semiolingüística de la que sería llamada filosofía analítica del lenguaje. Uno de los seguidodes de esta filosofía fue Ludwig Wittgenstein quien exploró los secretos y aparentes contradicciones de la conciencia humana y la “narrativa” que usa para formular y transmitir pensamientos: el lenguaje. Adicionalmente, en lugar de buscar una cosa que fuera el significado de la palabra, prefería obtener ese significado atendiendo al uso de la misma, utilizó su famosa frase: “el significado es el uso”. Así, no buscaba entidades físicas ni abstractas como significado, sino usos, lo cual se muestra su talante pragmático.
El afirma que si una expresión se usa bien es porque pertenece a juegos lingüísticos o juegos de lenguaje que son formas de vida de la comunidad hablante. Es decir, cobran sentido en el contexto de un juego de lenguaje, que se define como “un conjunto de signos aplicados de manera regular en conexión con actividades extralingüísticas (acciones)”. Así entonces, cada juego de lenguaje es un conjunto de palabras y reglas, palabras que son significativas solo en conexión con las actividades que las originaron.
A continuación, se presenta la línea estructuralista de la Semiótica que fue iniciada por Ferdinand de Saussure y continuada por algunos autores destacados que mencionaremos.
EL ginebrino Ferdinand de Saussure tuvo un papel central en el estudio del signo en la lingüística europea. Saussure aspira a definir la lengua como un objeto autónomo de estudio de la disciplina de la lingüística, y para ello se ve obligado a reflexionar sobre la naturaleza del signo lingüístico. La lingüística, según Saussure, sería una parte de la semiología, el estudio general de los signos, y al ser la lengua el sistema de signos más desarrollado, su estudio podría servir de modelo para el de otros sistemas semióticos. Su afán por mostrar la autosuficiencia de la lengua le lleva a excluir de su teoría todo lo exterior a ella: de ahí su definición diádica del signo, entidad psíquica que constaría de un concepto y una imagen acústica. Estas unidades del pensamiento y de la materia fónica respectivamente son segmentadas y enlazadas por la lengua de manera totalmente arbitraria, de modo que los signos únicamente poseen identidad dentro de un sistema de valores enteramente relativos. Es decir, cada signo se caracteriza por oposición a los demás. De esto se puede deducir dos consecuencias fundamentales, aplicables al signo en general: por una parte, su carácter convencional y, por otra, su pertenencia a una estructura en la que cualquier modificación de uno de los elementos repercute en la totalidad del sistema.
Si bien Peirce y Saussure coinciden en algunos presupuestos fundamentales como la convicción de que no existe pensamiento sin signos y la concepción de una interdependencia de los signos (la semiosis infinita), sus distintos objetivos condicionan todo el desarrollo posterior: mientras que Peirce tiene en cuenta a la persona (el intérprete) y la realidad (el referente), Saussure no los considera relevantes. Asimismo, sus estudios han dado lugar a continuaciones de diversa índole, en ocasiones incluso contrapuestas. En general, puede decirse que la teoría de Peirce abrió el camino para el estudio de las relaciones entre la producción del sentido, la construcción de la realidad y el funcionamiento de la sociedad. La de Saussure, por su parte, ha suscitado teorías que han visto a la lengua como interpretante de todo sistema semiológico.
Definía ela semiótica como “una ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”. Ella trataría de los signos en general, esto es, de todo sistema de signos, aunque él privilegió el signo lingüístico. A diferencia de Peirce, que colocaba este estudio en la filosofía y la lógica, Saussure lo ubicaba en la psicología, o, más concretamente, en la psicología social.
Una de sus publicaciones más famosas fue determinante para establecer la dualidad del signo, por contener dos partes: el significante y el significado, relacionadas con ell signo lingüístico. Para él el significante es la imagen acústica de la palabra en cuestión, y el significado es el concepto o la imagen mental del objeto. También afirma que el significante y el significado, en el signo lingüístico, se relacionan de manera arbitraria. Es decir, que son determinados por un grupo de personas y replicados por convención como un acuerdo social.
Posteriormente, Roland Barthes , siguiendo los pasos de Saussure, construyó una ciencia de la literatura, pero sobre todo la semiología. Por eso tiene una crítica literaria, o, mejor, una semiología literaria. De hecho, que, en los sesenta, hizo realidad el sueño de Saussure, de una semiología que fuera el estudio del signo en general, más allá de la lingüística. etc. Dice que la semiología tiene por objeto de estudio todos los sistemas de signos, cualesquiera que sean su sustancia y límites: imágenes, gestos, sonidos melódicos u otros conjuntos de objetos.
Pone particular énfasis en comunicaciones cuya escencia no es verbal, como la moda, la comida o la publicidad ya que hay una gramática o sintaxis y además una semántica de esos usos y costumbres, por ejemplo, del vestir. No significan lo que parecen significar a primera vista, sino algo más hondo: las relaciones sociales (de poder, de riqueza, de prestigio, etc.), con lo cual constituyen uno de los modos en los que el hombre da significado a lo insignificante.
6. EL SIGNO EN EL SIGLO XXI
En el pasado siglo la influencia de la semiótica en la filosofía ha sido limitada. Más aún, las relaciones entre filosofía y semiótica no han sido fáciles, en particular por el incierto estatuto disciplinar de la semiótica, que ha oscilado entre las semióticas aplicadas a campos muy especializados (moda, diseño, cine,etc.) y las pretensiones de una semiótica general como ciencia universal de toda comunicación humana. Desde un punto de vista teórico, la semiótica reclama para sí una función integradora de todos los diversos sistemas simbólicos. Sin embargo, aunque en los años cincuenta algunos consideraron que la semiótica era la disciplina clave para el desarrollo de una teoría unificada de las ciencias, puede afirmarse que hasta hoy no ha llegado a incidir realmente en la investigación académica.
En los Estados Unidos ha sido importante el interaccionismo simbólico de George H. Mead y sus seguidores, que aspira a comprender para qué se realizan símbolos y no sólo en qué consisten. Según estos autores, todos los símbolos humanos, y no sólo el lenguaje, poseen un origen comunicativo y están al servicio de funciones sociales. Inicialmente los símbolos son representaciones externas que cumplen fines comunicativos. En el desarrollo humano sufren un proceso de interiorización por el cual los significantes se condensan y mentalizan, haciéndose instrumentos de autocomunicación, que cumplen funciones cognitivas importantes y definen el plano de conciencia de segundo orden (conciencia de sí mismo). Esta perspectiva, que insiste al mismo tiempo en el origen y naturaleza comunicativa de los símbolos y en el carácter semiótico de la conciencia humana, es la que caracteriza a las posturas interaccionistas.
En Francia, muchos estudiosos del signo comenzaron su trayectoria en la línea del estructuralismo iniciada por Saussure, pero acabaron adoptando posturas críticas hacia la misma, que suelen agruparse bajo el nombre de postestructuralismo. Entre estos autores se encuentran, entre otros, Jacques Lacan, Roland Barthes y Jacques Derrida.
El final del siglo XX y principios del siglo XXI pertenece la propuesta del italiano Umberto Eco de una teoría semiótica unificada. Conjunta elementos tanto de la línea de Peirce como de la de Saussure, con el objetivo de que su definición pueda ser aplicada a cualquier tipo de signo. Para ello se basa en la hipótesis de que si el uso común llama signos a una cantidad muy diversa de fenómenos, ha de existir una estructura de fondo que los haga comunes. Sostiene que hay un signo cuando, por convención previa, cualquier señal está instituida por un código como significante de un significado. Define el signo como la correlación de una forma significante a una (o una jerarquía de) unidad que identifica como significado. En este sentido, sostiene que el signo es siempre semióticamente autónomo respecto de los objetos a los que puede ser referido. Por lo tanto, Eco pone una amplia introducción en la que marcha hacia una lógica de la cultura y da su propia definición de semiótica como “la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”. Eco hace varias críticas a las referencias y definiciones del signo y las formas de clasificarlo, por eso pide una nueva tipología de los signos, ya no basada en los modos de significar, sino en los modos de ser producidos y la relación cultural que contienen.
Como se ve, la línea estructuralista europea es la que más se ha conocido y seguido en semiótica, bajo el nombre saussureano de semiología. Partiendo de la lingüística y tomando como modelo el estudio del lenguaje, aplicó los conceptos lingüísticos a los sistemas de signos no lingüísticos y fue como hizo notables desarrollos en la semiología o semiótica. Después la misma semiología adoptó el nombre de semiótica para colaborar a una mayor uniformidad entre los estudiosos del signo. Y esto significó también su entronque y connubio con elementos de la corriente que viene de Peirce, aunque no se conjuntó del todo. Este intento de conjunción se ve en Eco, quien manifiesta un conocimiento muy grande de la línea peirceana, además de su reconocible formación en el estructuralismo.
Referencias
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