13/02/2024
Es innegable que las circunstancias de los contextos actuales y sus numerosas transformaciones están planteando una reconfiguración de los procesos de enseñanza y aprendizaje y, por tanto, de la figura y el sentido de ser docente. Las acciones y las relaciones cotidianas dentro y fuera del aula son revisadas a la luz de esta inclusión de las tecnologías en el proceso educativo, en general, y de la reciente llegada de la Inteligencia Artificial, en particular. Las lecciones derivadas de la pandemia por COVID han puesto de manifiesto la necesidad de aliarse al uso estratégico y crítico de la tecnología al tiempo que debe procurarse el acompañamiento y cuidado del estudiantado y del propio docente. Este reto ha sido motivo de inquietud y de preocupación en numerosos docentes que buscan responder al contexto actual, las necesidades del estudiantado, los requerimientos institucionales y las tendencias profesionales. A continuación te proponemos algunos temas claves en la reflexión sobre la transformación de la labor y el sentido de ser docente hoy:
Es importante reconocer de qué forma la labor docente nutre nuestra experiencia vital. Si bien, la docencia en su sentido profesional puede redituar un bienestar económico y, este valor en sí mismo es fundamental para el desarrollo personal, no puede agotarse en este aspecto la experiencia de ser docente. Asociado a una acción de enseñanza, la docencia debe convertirse en un espacio de formación, descubrimiento y crecimiento personal. No puede olvidarse el valor formativo que la docencia cubre en nuestras vidas. ¿Es la docencia un espacio de aprendizaje permanente, de satisfacción personal y profesional? ¿Percibo crecimiento en lo individual y crecimiento en los otros? ¿Es incluso un espacio lúdico, de exploración, de creación?
El planteamiento de poner al centro a las personas en el proceso educativo implica que la experiencia formativa toma en cuenta los contextos, necesidades, curiosidades y anhelos de quienes participan en él. No sólo al profesorado y el estudiantado que, claramente, forman parte de este proceso educativo, sino a la comunidad, en general, a quienes serán destinatarios de la labor profesional y a quienes son sistemáticamente excluidos en la sociedad, como un ejercicio consciente de procurar su inclusión. Poner las personas al centro no es un planteamiento conveniente egocéntrico de “ponerme a mi” al centro, es una invitación a considerar la indisoluble relación y afectación entre las personas. La labor docente se nutre cuando, además de un diálogo con los saberes profesionales o académicos, se consigue un diálogo que articule los contextos del estudiantado y los de la comunidad (o la otredad) y la posibilidad de sentirse coautor en la construcción de un mundo más humano, más justo.
En cercanía con el aspecto anterior de la centralidad de las personas, el cuidado de las emociones ocupa un papel fundamental en esta transformación del ser docente. Sin caer en las trampas de la cultura de la autoayuda, el reconocimiento y visibilización de las emociones debe ocupar un lugar en la labor docente, tanto en el cuidado de las emociones propias, como en las del estudiantado. Nombrar lo que se siente en el proceso de aprendizaje, contribuye a dotar de sentido la experiencia. Lamentablemente, los índices de depresión y ansiedad entre jóvenes y adultos está incrementando y, ello ha motivado que las instituciones educativas fortalezcan iniciativas y estrategias para atención y prevención de la salud mental. En este sentido, el profesorado ha de cultivar el autocuidado y los procesos de formación que le permitan comprender y canalizar del mejor modo el clima emocional del espacio de aprendizaje.
El uso de la tecnología en contextos de enseñanza y aprendizaje ha contado a lo largo de la historia con partidarios y detractores que, genuinamente, se preocupan por lo que debe cuidarse en la interacción educativa. El modelo clásico de la enseñanza fue severamente trastocado durante la pandemia con el rediseño de actividades presenciales a actividades virtuales e híbridas. Los aprendizajes derivados de ese momento, son oportunos para repensar el impacto y uso de las tecnologías en el proceso que cada docente promueve entre el estudiantado. Repensar la labor docente implica reconocer el uso e impacto de la tecnología en el aula. Si la herramienta es usada y cumple el propósito para el que fue pensada (la colaboración, por ejemplo) merece la pena sostenerla y fortalecerla con otras alternativas (digitales o no) que incidan en dicho propósito. Las herramientas digitales están al servicio del proceso educativo y su uso crítico y estratégico son fundamentales para garantizar su eficacia. Es un hecho que la realidad aumentada (RA), la realidad virtual (RV) y la inteligencia artificial (IA) son una tendencia en el ámbito profesional y que cada vez lo serán más en el ámbito educativo. La pertinencia de su uso debe atender a principios de pertinencia y relevancia y, debe tomar en cuenta, las recomendaciones institucionales para su adopción en el aula.
En el contexto actual la labor y sentido de la docencia se está transformando. Los modelos de enseñanza centrados en la explicación teórica están transitando a modelos donde la investigación contextualizada permite acercarse de una manera compleja al conocimiento. Las interacciones con el estudiantado alternan la conducción con la orientación y el acompañamiento personalizado. No es posible saber aún el impacto que tendrán las tecnologías de IA, RA y RV, pero es un hecho que llegaron para quedarse y que, por tanto, es conveniente mantener un diálogo abierto sobre sus impactos en el proceso de aprendizaje y las transformaciones a que nos invitan para sostener ideales de educación integral.
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