La Isla antes de Camarón
Por Juan Silva y Antonio Jiménez Cuenca
Por Juan Silva y Antonio Jiménez Cuenca
De todos es sabido que Camarón nació en La Isla, pero ¿podría haber nacido en otro lugar? No sabemos, pero lo que si es cierto que La Isla de Camarón es también La Isla de un universo de flamencos y flamencas que no podemos olvidar y que conformaron el fango primigenio en el que Camarón se encontró con el flamenco.
Esta isla es La Isla del Fillo, aquel cañaílla que recorría los arrabales de Triana acompañando a su maestro el Planeta.
La de María, a la que admiró Silverio Franconetti y se encargó de divulgar su cante, conocido como el cambio de María Borrico, que sigue escuchándose hoy día.
La del Viejo de La Isla, hermano de María, con su cante corto, fuente de la que bebieron otros estilos de seguiriyas, haciendo su cante desde la Niña de los Peines a Manuel Torre.
La Isla del Santolio, uno de los primeros profesionales que se buscó la vida en Sevilla cantando y tocando la guitarra.
La de Lázaro Quintana, gran seguiriyero, que parece que fue el primero al que se denominó cantante flamenco.
La de Inés la del Pelao, bisabuela de la Niña Pastori, conocedora de muchos estilos y excelente saetera.
La Isla de José Capinetti, el tocaor preferido Aurelio Sellés, que según cuenta tuvo tres noches seguidas a Don Ramón Montoya escuchándolo en Los Gabrieles.
La de Cristobalina la Gitana, una cantaora larga y honda de la que Pastora Pavón dijo: Cada vez que vengo a La Isla esta gitana me cruje los huesos.
Bahía de Cádiz sobre 1813. Esta es La Isla en la que jugó el Fillo y en la que, poco después, nacieron María Borrico y su hermano, el Viejo de La Isla.
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La de las hermanas Mendaña, cuatro bailaoras que pasearon su arte por locales de Madrid y especialmente de Barcelona.
La de El Niño de la Isla, extraordinario cantaor de tangos, que compartió escenarios con Antonio Chacón y Juan Breva.
La Isla de Chano Lobato padre, cantaor festero y sobrado de compás. Su hijo, además del nombre, heredo sus cualidades cantaores paseándolas por todo el mundo.
La Isla de Juan Vargas y María Picardo, que entre los dos lograron convertir en mítica la venta que regentaban, la Venta de Vargas.
La de Juana Cruz y Juan Luis Monje, padres del mito. Juana que hacía las seguiriyas del Viejo, la soleá de Cádiz y las bulerías de Rosa la Papera como nadie. Luis que se peleaba con el cante al compás de sus nudillos haciendo sublimes las seguiriyas y las soleás.
La Isla de Alvarito, con su pregón del marisquero. De El Chato de La Isla con esos fandangos ornamentados con sus característicos arabescos.
La Isla de Juan de Dios, la Lola, la Bizca. El Pelao, la Machucha, los hermanos Pereira, el Chico. Maloyo, Jilguerito, Mariquita, Curra y su hermano, Ramón Vega.
Esta es Isla también de Manuela, de los Fernández, la de Juan Cané, Grosso, Pepe Peralta. La de Chururú, Luisa Pavón, el Nía, el Pocarropa, Serafín. Y Eduardo de Tapia, Toribio, Manano, Jarampa, Perico el Tate, el Mellizo de las Flores, El Gafas, Pepe Tejo, Juan Antonio Guerrero, de los Pereira.
La Isla del Lete, Antonio Quintana, el Niño de la Huerta, el Niño de la Alcantarilla, José Morejón, Antonio Caña, el Compare, el Chaqueta, de Tina Pavó, de Farina.
La Isla de bailaoras como María y Lola Fernández, hijas del Viejo, la Macaca, la Paloma, la Pipote, la Chata la Quirola, Sara Baras. De bailaores como el maestro Pacheco o José Bonfante.
De tocaores como el Moreno, los dos hermanos Bonfante, Paco y Agustín, Buchiriri, Pepe Hierro, Antonio Pavón, Juan el Tate, Chano Gallego, los Lagartos, Paquito y Ramón de La Isla.
Una Isla de otros muchos que se nos habrán pasado y otros tantos que han llegado después
Una nómina de muchos quilates flamencos que no se agota en estas páginas, una Isla cantaora, tocaora y bailaora que renueva y engrandece su presencia, la que siempre tuvo, en el devenir del flamenco. Porque si alguna ciudad ha aportado a nuestro arte, sin duda entre las primeras sobresale La Isla de San Fernando, La Isla de Camarón.
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