Día 7: Iquitos - Leticia

Jueves 15 de febrero de 2018

Está lloviendo. Mi madre dice que ha estado lloviendo toda la noche. Yo no he sentido nada. Paraguas en mano caminamos hasta la calle y aparece un motocarro. Empiezo a pensar que los conductores de estos triciclos a reacción son telépatas. Nos lleva al puerto del Ferry, que está a dos cuadras de la casa. Podríamos haber caminando, pero nos dicen que no es seguro. Son las 3 a.m. Hay una fila de gente esperando en el muelle del ferry: control de pasaportes, tasas, policías revisando los equipajes. Informaciones en español, portugués e inglés. Cuando salimos del edificio terminal y caminamos por las plataformas metálicas hacia el muelle en el río, vemos un enorme barco de dos pisos. La gente se toma fotos. Es algo descomunal. Una vez a bordo nos encontramos en un barco de lujo: dos cubiertas cerradas para pasajeros, cómodos sillones de cuero con una mesa en medio, aire acondicionado. Una azafata nos lleva a nuestro puestos. Es algo completamente fuera de lugar si pensamos en la realidad del país que hemos visto hasta ahora. Avisos por megafonía, instrucciones sobre las medidas de seguridad y el suso de los chalecos como en un avión. Cuando leva anclas y se pone en marcha penas siento la vibración y el movimiento. Es un barco enorme.

No consigo conciliar el sueño. Me entretengo observando los detalles del lujoso barco y del pasaje. Es gente con cierto nivel económico, pero no necesariamente gente de dinero. Parece la escasa clase media de estos lugares, porque aunque viajan bastantes turistas, el grueso son nacionales. El amanecer me encuentra mirando por la ventana al majestuoso río Amazonas. ES inmenso. Si no fuera por la tupida floresta verde que bordea su lecho color café, pensaría en el maro en una ría. Es tan grande que los árboles en ambas orillas (el barco va por el medio del río) parecen el decorado de una película a escala y los pocos botes o canoas que nos encontramos diminutas figuras. Resulta impresionante el contraste. Parecemos un monstruo a punto de devorarlos, levantando una impresionante estela a nuestro paso y olas que rompen contra la orilla. La velocidad del Ferry es considerable. Yo tengo la sensación de estar viajando a Madrid en un cómodo tren AVE, disfrutando del paisaje mientras escribo o leo un libro.

el ferry es el método de transporte más nuevo para unir Iquitos con Leticia y Tabatinga, las ciudades colombiana y brasileña en la llamada triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil. Luego nos enteramos de que el ferry lleva a penas 6 meses funcionando, que lo trajeron directamente de Europa y que aunque su destino era el mar, se convirtió finalmente en este primer ferry de agua dulce en este alto amazonas. En la cabeza de los espaldares de los asientos se puede leer "Fjord", y en el baño algunos elementos mantienen su doble etiqueta noruego/ inglés junto al español, denotando el lugar denotando el lugar de nacimiento del barco.

Afuera llueve. El agua salpica los cristales. No hay cómo abrir las ventanas, tampoco se puede salir afuera por la lluvia y la velocidad a la que navegamos. La gente estira las piernas paseando por el barco o subiendo y bajando a la cubierta donde se encuentra un pequeño bar-cafetería. A las 7 anuncia el desayuno y no trae un sanduche en fundas que dicen "buenazoo". No ha estado tan bueno.

La mañana transcurre. Yo observo el río y con su fluir pienso en toda la gente que nos ha acogido hasta ahora. Vuelvo a tararear River Of My People de Pete Seeger. Me pongo a escribir esta crónica de nuestro viaje. La megafonía me saca de mi oficio de cornista anunciando nuestra llegad al puerto de Pebas. La gente quiere salir a la cubierta externa pero la lluvia no lo permite. Quiero tomar alguna foto, pero desde el interior se que no saldrá bien. Retomamos el viaje. En uno de los giros para salir del puerto una mujer que camina por el barco cae a sentarse junto a nosotros. Tiene ganas de conversar y un acento y habla que me hace pensar que es brasileña, aunque ella afirma ser Loretana y tiene todas sus raíces en Perú y España. Nos cuenta toda su vida: es maestra jubilada, su marido electricista y comerciante, su hijo ingeniero civil, tiene otra hija en Estados Unidos. Nos habla de un proyecto de conservación de la cultura local y nos invita a visitarlo. Nosotros le hablamos de nuestro viaje, yo le cuento del museo y le regalo un tríptico del MACCO. Intercambiamos los datos. Quién sabe si de este estrambótico contacto pueda surgir algo.

Un rato después llegamos al siguiente puerto: San Pablo. "El pueblo donde está el hospital y leprocomio donde estuvo el Ché", le digo a mi madre.Nos acercamos emocionados a las ventanas. Le hemos prometido a José Miguel dar con este lugar, pero las referencias eran poquísimas. No podemos bajar al puerto, pero la lluvia ha cesado y nos permiten salir a cubierta. Casi todo el pasaje sale y comienza a tomar y tomarse fotos. O todos son seguidores del Ché y/o han visto la película Diarios de motocicleta, o estaban demasiado cansados de estar encerrados y querían pasear y sentir el Amazonas más de cerca. San Pablo es un pueblo chiquito, uno más en la orilla del Amazonas; ahora con un moderno embarcador para motonaves. Busco un edificio que pueda ser identificado como hospital pero no logro saber cuál puede ser; no obstante en el muelle hay amarrada una ambulancia fluvial.

La parada en San Pablo se nos hace corta. Al ingresar nos preguntan por nuestro origen dos hombres más o menos de mi edad. Ellos son de Jaén, uno trabaja en Iquitos. Conversamos un poco y se sorprenden al escuchar de nuestro viaje. La siguiente sorpresa del viaje será un delfín rosado que juega con las olas y la estela que levantamos al dejar San Pablo, al igual que juegan varias canoas que parecían ir a nuestro encuentro cuando nos acercábamos al puerto.

El resto del viaje se convierte ya en selva y confort adentro. Monotonía y cansancio. Contamos los minutos que faltan para llegar a Santa Rosa, el puerto peruano situado en una isla frente a Leticia y Tabatinga. Llegamos a las 16:30. El desembarco es mucho más ágil y rápido que el abordaje. Cuando bajamos del Ferry Amazonas I, nos encontramos en un precario embarcadero flotante de madera rodeado de juncos. Un enjambre de canoistas nos acosa. Uno se ofrece a llevarnos por 5 soles por persona al puesto de migración y aceptamos. Se nos unen 6 personas más. Completo el pasaje, el motorista nos lleva por un atajo entre juncos hasta la orilla donde está el edificio de migración. Nuestros compañeros del bote son un matrimonio del norte de Italia que apenas habla español y otro matrimonio suizo con niños que se defiende perfectamente en francés, español y alemán.

Cuando entramos en la oficina de migración, ya está próxima a cerrar y no hay sistema. Tenemos que hacer noche en Santa Rosa. Mientras esperamos converso con el suizo sobre nuestro viaje. Conoce el rio y estuvo en Coca hace 18 años Se sorprende cuando le hablo de la ciudad y le muestro un afiche del museo. Él, su esposa y sus dos hijos está haciendo un viaje aún más largo: van hasta Manaos y de ahí a la Guayana Francesa donde nació su hijo. ¡Qué aventura! La nuestra se queda corta.

Por suerte vuelve el sistema y podemos sellar los pasaportes y el mismo motorista nos lleva hasta Leticia. Nos despedimos de nuestros compañeros en el animado y concurrido malecón de Leticia. Le preguntamos al guarda por el parque y la iglesia y nos dice que es cerca, que podemos ir caminando tranquilamente. Son cerca de las 6:30 de la tarde y la ciudad brilla de actividad. Caminamos por una hermosa calle arbolada, vemos los exteriores del museo que buscamos, llegamos a un hermoso parque y a la catedral. Vemos una cas que dice Hnos. Menores Capuchinos. Hemos llegado a casa.

Nos recibe el Hno. John William, con quien hemos contactado por WhatsApp a través de los capuchinos de Ecuador. John es un magnífico anfitrión y nos recibe como buen capuchino. Nos acomoda, nos muestra la casa y la cocina, caliente la cena, se pone su hábito y se va en la moto a celebrar misa. A su regreso nos encuentra en el patio de la casa. Nos pregunta por nuestros planes y hace de un improvisado punto de información turística. Nos habla del origen del museo que vamos a ver, de la labor de los capuchinos en Leticia. Es un hombre entregado en cuerpo y alma a la misión en que creé.