Día 3 Nuevo Rocafuere - Cabo Pantoja

Domingo 11 de febrero de 2018

Nuevo Rocafuerte amanece tranquilo. Desayunamos y damos un paseo hasta la oficina de migración, en el otro extremo del pueblo. Nos detenemos para ver el flamante Colegio del Milenio de esta localidad. parece algo imposible. Con todos los defectos, el Estado por fin se ha hecho presente en este rincón de la amazonía. Los cambios profundos, los que tienen que darse en la población para que ésta infraestructura perdure, tomarán por lo menos una generación, pero por fin han comenzado.

El trámite en migración es sencillo, hecho a mano porque "a Nuevo Rocafuerte no llega el sistema". Luego nos dirigimos al puerto de la misión, de donde salimos a las 9:30 en un deslizador rumbo a Cabo Pantoja, Perú. Nos lleva el P. Juan Carlos, que va comentando todos los detalles del camino. Yo voy sentado en la punta, equilibrando el bote y disfrutando de una vista exclusiva del río. El curso está tan bajo que a penas hay paso. Nos quedamos barados en la arena un par de veces pero sin dificultad seguimos ruta. A las 11:00 estamos en Cabo Pantoja, el primer pueblo peruano del Napo y lugar de la acción de la novel de Vargas Llosa Pantaleón y las visitadoras.

Cabo Pantoja es también el Rocafuerte antiguo ue Ecuador perdió en la guerra de 1941 con el Perú. Está situado en una alta colina que domina la orilla izquierda del río Napo, algo más allá de la desembocadura del Aguarico en éste. Desde lejos se ve el destacamento militar con su capilla con signos carmelitanos -nos cuenta Juan Carlos- pues fueron misioneros de los Padres Carmelitas Descalzaos los que llegaron hasta este punto en 1928 en una aventura que les llevaría a remontar el río Aguarico en busca de los cofanes.

Como pueblo, Cabopantoja es una cuadricula de veredas de cemento que suben y bajan colinas sembradas de casas de madera y pequeñas chakras. Hay un enorme colegio nuevo, algo similar a las Unidades Educativas del Milenio en Ecuador, en la parte superior del pueblo. En la cima de la loma está también el municipio y la oficina de migración. La persona que nos sella los pasaportes es una chica joven. Le preguntamos de dónde es. No es de Cabo Pantoja. Le han destinado ahí 3 meses y ya se va. Me lo puedo imaginar: acabar la universidad, conseguir una plaza en el sector público y que te destinen a un recóndito pueblo en la frontera debe ser horrible. Lo que para unos es una maravillosa aventura, para los que lo viven día a día debe ser deprimente si no son oriundos del lugar.

En Cabo Pantoja hace un calor terrible. Es uno de esos días en la selva de un calor y un sol infernal. Cambiamos soles en una tienda de ultramarinos y nos vamos a la única hospedería del pueblo, un hostal municipal donde por 3,50 dólares se puede dormir: Naporuna: Hostal Municipal. Nos parece un edificio más o menos nuevo, pero esta desvencijado por falta de mantenimiento: las mallas mosquiteras bostezan para que entren mosquitos, las paredes están sucias y aunque hay baño privado en cada cuarto, no hay agua corriente. No es muy cómodo pero para una noche servirá.

Hay dos comedores en el pueblo. "Patito" nos ofrece un plato de paiche (un pez amazónico de origen prehistórico, tiene aún pulmones en lugar de branquias) frito con arroz y verde. El resto de la tarde dormitamos y paseamos por el pueblo. A la noche Cabo Pantoja empieza a cobrar vida: niños y mayores salen a la fresca, la noche es agradable después de un día de mucho calor: unos niños juegan, y otros se sientan a ver la televisión: sólo hay energía eléctrica de 6 p.m. a 11 p.m. y todas o muchas de las casas tienen su antena satelital Direct TV. Mi madre y yo conversamos de la ida. Cenamos algo en el "Patito" y nos vamos a descansar. Mañana toca madrugar. El catequista aparece poco después y nos dic que la próxima noche nos hospedaremos en la casa de las hermanas en Santa Clotilde. Tanta amabilidad nos abruma.