Día 5: Santa Clotilde - Iquitos

Martes 13 de febrero de 2018

Despertarse de madrugada y vestirse rápido para salir, utilizando la luz de la linterna del móvil es cansado, aventurero y deja comprobar que el móvil sirve para algo más que mandar mensajes de WhatsApp y ver el Facebook.

Guiados por la luz del celular, salimos de la casa y caminamos por un pueblo a oscuras, poblado sólo por perros que ladran a nuestro paso y se alejan de nuestra luz. La noche antes hemos repasado la ruta al puerto y llegamos a él rápidamente. No hay ni un alma, ninguna luz en el puerto. El único bote es nuestro Reivaj, que permanece cerrado y en silencio. Esperamos. Se escuchan ruidos de personas moverse dentro del bote. A las 5:30 el timonel asoma encendiendo las luces y nos invita a entrar. Es un bote igual que el Vichu, salvo por el hecho de que los asientos ahora están en filas de a dos con un pasillo en medio como en un bus. Apenas sube media docena de pasajeros, entre ellos Fray Adrián, que asoma ya de día, a las 6, y se nos une. Fray Pedro nos despide desde la orilla.

No hay más que dos paradas breves en pequeños caseríos cerca de Sta. Clotilde para dejar o recoger encomiendas. Durante el camino Fray Adrián me pregunta por mi trabajo en el museo y por la Misión de Aguarico. Intercambiamos experiencias y nos damos cuenta de que nos une la misma realidad: el mismo río. Recuerdo otra canción de Pete Seeger: River Of My People.

Hay un río de mi gente

y su corriente es rápida y fuerte,

fluyendo hacia un océano imponente

y su curso es profundo y largo.

Muchas rocas y escollos y montañas

buscan apartarlo de su camino

pero incansablemente este río

busca sus hermanos en el mar.

Nos encontrarás en la corriente

dirigiendo con decisión el tiempo a través de la espuma

más allá de los rápidos

podemos distinguir nuestro hogar,

porque hemos trazado mapas de este río

y conocemos su gran fuerza

y el coraje que ella nos da

nos mantiene en nuestro curso.

Oh, río de mi gente,

juntos debemos ir,

navegando hacia ese encuentro

donde sé que mis hermanos esperan.

navegando hacia ese encuentro

donde sé que mis hermanas esperan.

Fray Adrián es de Francisco de Orellana, la ciudad peruana que se encuentra en la desembocadura del Napo y que lleva el mismo nombre ilustre de mi ciudad en honor del "descubridor del río Marañón o de las Amazonas"; a tomado parte de sus vacaciones para visitar Sta. Clotilde y conocer la Misión del Napo, peor en unos días se regresa a Lima donde está estudiando. Hoy se convierte en nuestro acompañante y guía en esta última etapa de camino.

A las 10:30 llegamos a Mazán, un pueblito a orillas del Napo. Antes de bajar del bote un ejército de motoristas otean el interior del mismo y nos hacen señas. Cuando desembarcamos, el puerto es un hormiguero de conductores de motocarros que se pelean por llevarnos. La tensión y presión de ese momento no deja apreciar bien el pueblo. Sólo alcanzo a ver unas calles atestadas de motocarros y gente. Nos subimos a uno de los motocarros y a gran velocidad esa especie de triciclo con motor se desplaza por una pista encementada con selva alrededor, tan estrecha que a penas caben dos motocarros a la vez, y que cruza la península de Mazán hasta Baradero de Amazonas, un pequeño puerto a orillas de este gran río. Han sido a penas 20 minutos en un viaje en motocarro que parecía una montaña rusa.

Baradero es un auténtico barrizal. Llegamos y rápidamente subimos a un nuevo bote de la empresa Vichu. Es como un bus pero en barco, y está medio lleno. No parece que haya hora de partida. Solo podemos esperar a que lleguen más pasajeros y el pasaje se complete. Mientras esperamos, al lado cargan un enorme barco con cajas de cerveza, y en una casa flotante que hace las veces de bar-restaurant suena Dire Straits. Sonrío.

Finalmente se llena el bote y comenzamos la última parte del viaje, ahora por fin por nuestro ansiado Amazonas. Mis primeras vista del gran río no son muy buenas: el barco lleva las lonas transparentes de los laterales bajadas y no se aprecia gran cosa, sólo una vasta extensión de agua color café.

Hora y media después una lancha flotante de la policía revisa la lista de pasajeros. Al fondo se ve toda una orilla repleta de barcos y tras ellos casas. Le preguntamos a Fray Adrián y nos lo confirma: sí, es Iquitos. El muelle al que llegamos no es ni más lujoso ni más ordenado que los anteriores que hemos visto: un embarcadero de madera y tablones superpuestos que conducen a una escalera de madera que sube como un piso de altura y que parece que se va caer en cualquier momento. Cuando subimos al final de ella, aparecemos como por arte de magia en una ruidos avenida de una gran ciudad: Iquitos. Es como si hubiésemos llegado a otro mundo por un mágico pasadizo. Al instante, otro motocarro se detiene. Adrián negocia con él y nos subimos. No tardamos ni 15 minutos en llegar al convento de los Franciscanos y Procura del Vicariato de San José de Amazonas, donde nos hospedaremos. Nos recibe Gilmer, la secretaria y quien ha hecho de agente de viajes por teléfono junto a mi amiga Dominik.

--¿El señor Álvaro? ¡Bienvenidos!

Gilmer nos acomoda en nuestras habitaciones y luego nos indica el comedor.

La casa es austera, como buen convento Franciscano. Está pintada con los colores gris y rojo, igual que la iglesia de Sta. Clotilde, y es de la misma época: se le notan los años. Aunque el Vicariato ya no está encomendado a los Franciscanos, sigue haciendo la casa las veces de Procura y nos encontramos con varios misioneros que están también en Iquitos de paso o descansando: un hermando "de la parte buena de Canadá, Quebec", y las hnas mejicanas de Sta. Clotilde en cuya casa hemos dormido.

Adrián se despide de nosotros luego del almuerzo. Mientras estiramos las piernas aparece un hombre de unos 50 años, barba y bien vestido Se me queda mirando. Me acerco y me presento:

-- Soy Álvaro, vengo del Coca, Ecuador. Trabajo allá para un proyecto del Vicariato de Aguarico.

--Yo soy Javier, el obispo de estas tierras, bienvenido. ¿Y ese acento? ¿De dónde es?

-- De León, España. - Le digo.

-- Ya decía yo -dice el obispo- Yo soy de Badajoz, pero mi padre nació en un pueblito de León, Noceda del Bierzo.

-- ¡Pero si yo soy de Bembibre! - exclamo.

-- Pues somos paisanos,

Sonríe y nos recibe entusiasmados, nos pregunta por el viaje y nuestros planes y nos ayuda a localizar a una pariente, religiosa en la región. El mundo es realmente un pañuelo.

Tras descansar un par de horas Gilmer nos lleva al centro de Iquitos, nos muestra las calles principales. Compramos nuestros pasajes para el Ferry que nos llevará a Leticia el jueves y el avión en que viajaremos a Lima la semana siguiente. El centro de Iquitos nos parece un centro histórico viejo, sucio y desordenado. Según caminamos veo varios edificios que dicen: "Este edificio es patrimonio de la nación" pero no parecen haber invertido en ellos desde la época del caucho. Acompañamos a Gilmer a hacer compras en un supermercado local. Allá nos encontramos con un matrimonio de médicos de Chicago que va a estar dos meses en Sta. Clotilde. Para ellos son las provisiones. Los precios de los alimentos y otros productos en general son mucho más baratos que en Ecuador y me parece que hay mayor variedad. Regresamos a la procura con el motocarro repleto de compras.

Terminamos nuestro primer día conectándonos a internet para enviar mensajes de WhatsApp diciendo "hemos llegado bien". A última hora recibo un correo de la hna. Ángeles, una prima lejana de mi madre que vive en Nauta, al sur de Iquitos y a la que no conocemos. Llama toda emocionada y nos dice que mañana estará en Iquitos.