Mathias Goeritz
“Opiniones sobre el arte urbano”, texto para la revista Artes Visuales, núm. 8, Ciudad de México, octubre-diciembre de 1975.
Una opinión generalizada entre los artistas de todas partes consiste en que "aquí no pasa nada" y que "allá las cosas están mejor".
Generalmente esta opinión está justificada. Sin embargo, en el campo del arte urbano, tengo la impresión de que aquí en México, aunque todavía siguen haciéndose las preciosas barbaridades tradicionales, muchos artistas jóvenes enfocan y discuten los problemas con más atención y entusiasmo que en muchas otras partes. {Desde luego, tampoco hay razón para creer que somos la gran cosa, porque, que yo sepa, nada nuevo fue inventado aquí en los últimos años.)
Lo que se entiende generalmente por arte urbano son aquellos elementos plásticos que tienen como función la decoración de espacios necesitados dentro de la ciudad. Por suerte, incluso los tradicionalistas más endurecidos se han dado cuenta de que la colocación de una gran cabeza olmeca o de una esculturita amplificada de Jean Dubuffet, frente a un edificio de cristal, no aporta mucho a la solución del problema de la escultura urbana. La escultura urbana sirve para acentuar, señalar, equilibrar. Es obvio que la Columna de la Independencia, tal como está ubicada en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México, cumple su tarea como arte urbano con más dignidad que muchas cursilerías abstractas de última hora. Pero ya no vivimos en el siglo XIX.
¿De qué, pues, se trata?
En la sesión inaugural de la Reunión Internacional de Escultores que formó parte del Programa de la Olimpiada Cultural de México, en junio de 1968, traté de definir las cosas y dije:
"Los alrededores vitales del hombre moderno son cada vez más caóticos. El aumento de la población, la socialización de la vida y el avance acelerado de una época tecnológica han creado un ambiente de confusión general. La fealdad de muchos elementos utilitarios indispensables y de los anuncios comerciales aplasta a los núcleos urbanos, especialmente en los suburbios y carreteras. Estas últimas, en el siglo de la velocidad y del automóvil han adquirido un significado que nunca antes tuvieron. Urge, por lo tanto, una planificación artística enfocada al urbanismo contemporáneo y a las vÍas de comunicación.
"El artista, en vez de ser llamado a colaborar con los urbanistas, arquitectos e ingenieros, está obligado a trabajar para las minorías que visitan las galerías y museos."
"Un arte integrado desde la concepción al conjunto urbano, es de fundamental importancia para nuestra época. Significa que la obra artÍstica sale del ambiente del "arte por el arte" y establece el contacto con las masas por medio de conjuntos planificados, con el fin de ayudar a convertirlos en una expresión espiritualmente necesaria de la sociedad moderna." En aquel entonces, soñaba yo con la creación de un "Consejo Internacional de Planificación Artística" -con un "Arte Sociológico”- con una escultura urbana que "funcionara espiritualmente" dentro de nuestras ciudades.
El resultado raquítico de estos sueños fue "La Ruta de la Amistad", así como la colocación de unas obras en algunos puntos en aquel entonces estratégicos de la ciudad, como el Estadio Olímpico, el Estadio Azteca, el Palacio de los Deportes.
El problema del arte urbano en México es especialmente complejo. El dilema mayor es que la ciudad creció con carácter explosivo en los últimos 25 o 30 años y sigue creciendo con una rapidez escalofriante. En todas partes nacieron fraccionamientos y muchos de éstos trataron de distinguirse de los demás por la "originalidad" de su diseño, siguiendo las tendencias individualistas de la primera mitad del siglo, de modo que la capital se convirtió en un muestrario de experimentos urbanísticos (y seudo-urbanísticos) en el cual hay de todo: soluciones aceptables, sugerencias interesantes y equivocaciones patéticas.
Con el rápido crecimiento y la necesidad de un cambio de las vías de tránsito, muchos elementos escultóricos que antes tenían su justificación dentro de la ciudad, cambiaron totalmente de carácter. EI "Caballito", por ejemplo, dejó de ser una "escultura funcional" en el sentido arriba mencionado y el Monumento a la Raza se convirtió en un absurdo.
Otras esculturas tuvieron más suerte y "aguantaron" el cambio que se produjo alrededor de ellas, e incluso una que otra está "mejorando", como por ejemplo el Monumento de la Revolución. Es que el arte tiene vida propia.
La culpa de todo lo malo, como siempre, la tienen los norteamericanos por haber inventado el rascacielos. Debido a los edificios-torres, la escultura urbana en su forma tradicional perdió su sentido. Muy pocas obras escultóricas podían competir con los edificios que de repente los rodeaban.
Un ejemplo típico y elocuente ofrece la imponente Unidad Nonoalco-Tlatelolco, obra diseñada por el equipo del arquitecto Mario Pani. El conjunto de edificios altos agrupados a lo largo del Paseo de la Reforma crea un ritmo vertical (de torres) que, vistas como elementos plásticos, son más convincentes que una estatua de Cuitláhuac colocada en la glorieta de la entrada del conjunto urbano. La escultura se ve ridícula y anticuada al lado de los grandes volúmenes de los edificios, mientras la zona arqueológica cerca de la Plaza de las Tres Culturas adquiere un carácter escultórico modernísimo, inesperado. (Parece earth art) Siempre tuve la sospecha de que los arqueólogos son en el fondo estupendos escultores.
Pensando en alternativas, en la actualidad me imagino dos tendencias posibles para los artistas interesados en el problema del arte urbano. Una (que ya empieza a aburrirme, aunque la sigo defendiendo) es la conocida que tiende a un lenguaje relacionado con la arquitectura contemporánea a base de "estructuras primarias" monumentales. La otra se basa en lo contrario: la yuxtaposición, quizá con figuras hiperrealistas u otros elementos que poco o nada tienen que ver con el lenguaje plástico de los alrededores. Estas figuras que, puestas en la calle, no necesitan ser monumentales, subrayan el carácter efímero, no solamente de la arquitectura, sino de nuestro mundo en general, siendo un nuevo tipo de arte popular urbano que así me lo imagino podría provocar resultados interesantes. iA ver si alguien lo entiende y encarga experimentos de ese tipo!
Finalmente, me gustaría decir que, para mí, la Ciudad de México misma es una gigantesca escultura horizontal, en la cual el hombre y sus medios de
transporte figuran como esculturitas móviles subordinadas. Aunque la Ciudad de Nueva York, como escultura, me gusta más, al volar sobre la Ciudad de México, me doy cuenta de que ésta también tiene su chiste.