Pregón 2021

PREGÓN SEMANA SANTA, 19 de marzo de 2021. Iglesia de Santiago.

Mª Antonia San Felipe Adán


Quiero en primer lugar agradecer a la Cofradía de la Vera Cruz su invitación para realizar el pregón de esta Semana Santa en un año tan especial. Mi primera reacción fue decir que no porque pensé que poco podría aportar a quienes, como vosotros, lleváis años trabajando en la Cofradía por mejorar las actividades en torno a la Semana Santa. Reconsideré después la decisión porque pensé que asumir este reto me llevaría a realizar una reflexión histórica precisamente porque no estoy especializada en el periodo en el que nacen las procesiones. Un reto así es siempre una aventura intelectual, así que acepté el ofrecimiento. El resultado es lo que hoy voy a contarles esperando interesarles con mi relato. Voy a contarles historias de nuestra historia, tratando de ordenar los fragmentos de un puzzle porque eso es lo que tiene abrir las ventanas del pasado

Para este día, que coincide con la festividad de San José de 2021, digamos que he buceado con pasión en la historia de esta ciudad para ver o, al menos, para imaginar el origen de esta arraigada tradición calagurritana declarada de Interés Turístico Nacional.

He titulado este pregón Mirar para ver, con el fin de recorrer el camino hacia el pasado para tratar de ver mejor nuestro presente. En esta acción de mirar hacia el tiempo del que venimos seguramente encontraremos luces que alumbren nuestro presente. Yo por mi parte intentaré contarles esas cosas que también con el transcurrir del tiempo voy aprendiendo de nuestra historia. Es una experiencia común que las cosas que tenemos más próximas nos pasan desapercibidas de tan cotidianas como nos resultan. Por eso creo que, a veces, miramos sin ver el valor de cuánto nos rodea y tenemos en común. También es cierto que mirando las mismas cosas, no todos vemos lo mismo, porque cada uno observa desde su propia experiencia.

La Semana Santa constituye para los católicos la conmemoración, el recuerdo cíclico de la pasión de Jesucristo. Se rememora cada año la muerte y resurrección de Jesús que supone la clave de su fe, al constituir el nudo gordiano sobre el que se cimenta el cristianismo. Cierto que la historia de Jesús se conmemora en la cultura occidental desde su Natividad pero creo que son los episodios en torno a la pasión los que constituyen la esencia del cristianismo. El recorrido vital al que está predestinado Jesús desde su nacimiento ha alimentado la espiritualidad occidental desde aquel remoto tiempo de la historia.

No podemos olvidar que la búsqueda de lo transcendente, es decir, romper los límites del conocimiento posible es connatural al género humano. El ser humano lleva siglos buscando más allá de lo evidente, haciendo buena, permítanme la licencia literaria, esa poética frase de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry de que lo esencial es invisible a los ojos. Por ello en este recorrido de siglos por nuestra historia también es importante aclarar que el concepto de lo sagrado va más allá del hecho religioso concreto y de la fe. Porque, razón y fe llevan siglos pugnando entre ellos en la mente de los seres humanos, hasta que corazón e inteligencia llegan a un acuerdo de convivencia común o de civilizada ruptura. Cada uno es dueño de ese interior impenetrable que es el pensamiento individual.

Este año 2021 me toca ser pregonera de una celebración de la Semana Santa en el epicentro de una pandemia que está llevando el sufrimiento y la muerte a todo el planeta. Son momentos para pensar, por eso, en este juego que les he propuesto de Mirar para ver, insisto en que miremos de otra manera esta Semana Santa que coincide con la llegada de la primavera en el más amplio sentido que tiene la metáfora en lo humano y en lo religioso. La primavera siempre ha sido una esperanza. Este año, es necesario prescindir de las manifestaciones públicas de la religiosidad, de esas procesiones que recorren nuestras ciudades desde hace siglos porque la epidemia y el sentido común nos lo prohíben. Quizás es un buen momento para la reflexión interior durante estos días de Semana Santa.

Trataré en este pregón de contar cómo se inician las procesiones en Calahorra, acercarnos brevemente a las fuentes que inspiran el arte religioso, en general, pero con ejemplos de nuestra ciudad. Me detendré en la importancia que tuvo Calahorra durante los siglos XVI y XVII en el ambiente ideológico de la Contrarreforma y en el alcance de su legado en nuestra imaginería procesional, especialmente en nuestros Cristos y concluiré con una mención, apoyada en fotografías, a nuestras procesiones de Semana Santa en el período contemporáneo.

La procesión es también una forma de contar una historia, un acontecimiento, unos hechos. La procesión es un procedimiento divulgativo utilizado por la Iglesia católica para extender su mensaje. No está de más recordar que procesionar a los santos o a los cristos de cada localidad es un recurso al que desde antiguo se ha recurrido para espantar las plagas que diezman a la humanidad, se llamen peste o se llamen cólera, así se ha hecho desde tiempos remotos.

En esta Semana Santa atípica se abre ante nosotros la posibilidad de hacer un ejercicio de introspección para tratar de ver lo que no vemos con el ruido y el trajín diario en el que se desarrollan nuestras vidas.

Como he dicho las procesiones de Semana Santa son una forma de contar, de narrar unos hechos al pueblo, al vulgo que dirían los antiguos, para que comprenda y entienda el mensaje de la Iglesia católica en un tiempo en el que leer era más difícil que mirar para ver. Digamos que las procesiones, salvo que solo miremos lo aparente, es decir, la estética exterior, exceden en sí mismas lo religioso como todos ustedes saben.

El culto público que supone una procesión siempre tuvo y, tiene hoy en día, una misión didáctica que inicialmente consistía en mostrar el sufrimiento de Jesús en el camino hacia la Cruz y en la crucifixión misma que es el punto álgido de su dolor. Pero este hecho supone para el cristianismo el punto culminante de su fe ya que esa muerte contienen la esperanza de la resurrección. De ahí nace el esfuerzo de las iglesias cristianas por contar de forma comprensible la vida de Jesús de Nazaret y, en especial, su muerte y resurrección.

Decía Alberto Manguel que nos cuesta imaginar el sufrimiento ajeno porque aunque lo vemos no lo sentimos. Creo que es totalmente cierto y por ello ya desde la Edad Media los textos cristianos tratan de enseñar, de mostrar el sufrimiento de Cristo para buscar la comprensión y la complicidad del lector o del observador, según los casos.

Es en torno a este deseo de transmitir la doctrina cristiana cuando se produce en el catolicismo un desarrollo el arte religioso en todas sus disciplinas. Digamos que la literatura, las narraciones, en prosa o en verso, basadas en la Biblia serán la fuente de inspiración de escultores y pintores tanto en el Renacimiento como en el Barroco.

Es conocido, aunque hoy resulte una simplificación, que la respuesta de la Iglesia católica a la reforma de Martín Lutero (1483-1546), que supuso un enorme cisma, fue el Concilio de Trento, un concilio ecuménico, desarrollado en veinticinco sesiones entre los años 1545 y 1563. Es a partir de entonces cuando comienza lo que llamamos y conocemos como la Contrarreforma que en España contribuyó al incremento de la religiosidad y a la explosión de todo tipo de disciplinas artísticas al servicio del mensaje del catolicismo. Si nos situamos en los siglos XVI y XVII de nuestra historia observaremos el estallido de las manifestaciones externas de la religiosidad y al mismo tiempo el esfuerzo por difundir el mensaje de la iglesia entre el pueblo.

En Calahorra, sabemos, por las actas municipales de 1560, que se acordó por el concejo calagurritano encargar hachas de fuego para llevar a la procesión del Jueves Santo por la Justicia y Regimiento de la ciudad. Era la forma de iluminar el recorrido cuando no había luz eléctrica. Y nos demuestra ese acta municipal que a ese acontecimiento asistían también las autoridades locales. Ese testimonio nos ilustra de que, en esos momentos, ya existía una procesión de Semana Santa en Calahorra.

De la procesión de san Emeterio y san Celedonio también hay constancia de que 1539 también se acordó la asistencia del concejo a la misma. Aunque también sabemos que, ya en 1522, se sacaron las reliquias, seguramente no las urnas relicario en la forma en que hoy las conocemos, para recibir a Adriano de Utrecht, el papa Adriano VI, a su paso por Calahorra, como digo, en 1522.

Es a partir de mediados del siglo XVI cuando comienzan a crearse las cofradías penitenciales en España. Con anterioridad existieron otro tipo de cofradías, pero no eran de penitencia ni tenían la finalidad de realizar procesiones. El motivo y causa de su proliferación fue oponerse a la idea iconoclasta del protestantismo que negaba el culto a las imágenes sagradas. Como respuesta, el catolicismo español incrementó la veneración de las imágenes y ya no se conformaría con hacerlo en el interior de los templos sino que comenzó a fomentar la procesión de imágenes. Al salir a la calle consideraron que incrementarían la devoción entre los fieles que las contemplaban. Se fomenta fundamentalmente la figura de Cristo crucificado, un dios de carne y hueso, en oposición al frío dios luterano al que sienten lejano. Situados en este punto veamos

¿Cómo y en qué se inspiran los artistas, pintores, escultores, grabadores para transmitir su mensaje a través de sus obras?

No hay que pensar mucho para darse cuenta de que en Calahorra las mejores imágenes de los cristos que se procesionan y adornan nuestros templos son precisamente de los siglos XVI y XVII porque es entonces cuando Calahorra vive un momento de desarrollo de la espiritualidad y de incremento de la práctica religiosa en el clima creado por la Contrarreforma. Digamos que en ese momento se convierte en un referente innegable de la cultura de la época. Me referiré a ello más tarde.

Pensemos, para que nos entendamos, que igual que hoy hay modas, también las hubo en la antigüedad y, por supuesto, hace quinientos años. Resumiré diciendo que asumían unos cánones artísticos que se iban repitiendo en todo el ámbito europeo, ya fuera en el arte religioso como en el profano. El arte religioso también acude a fuentes clásicas de la antigüedad. Así por ejemplo, la portada plateresca de nuestra catedral es una buena prueba de ello pues contiene elementos mitológicos en su parte baja. Pero está claro que, principalmente, acuden a la Biblia y a la literatura que la recrea y que se inspira en los textos sagrados como vamos a ver. Se pueden poner muchos ejemplos pero acudiré a uno próximo y que nos sitúa en nuestra catedral y también en una historia de película como vamos a ver.

Nadie sabe muy bien cómo ocurrió, aunque la imaginación nos ayude a imaginarlo incluso más que las fuentes históricas, pero el hecho cierto es que un hermoso relieve medieval de estilo gótico que representa el Milagro de la Palmera, uno de los episodios de la huida a Egipto, terminó en manos del magnate norteamericano William Randolph Hearst. Ocurrió en una época en la que los millonarios del otro lado del océano venían a Europa a comprar historia. Citado su nombre, William Randolph Hearst, quizá no les diga nada pero sabrán quién es si les digo que es el personaje real que inspiró la magnífica película de Orson Welles, Ciudadano Kane.

También tiene Hearst una funesta relación con España ya que fue a través de sus periódicos y, en concreto, al papel decisivo que el Journal, periódico de su propiedad tuvo en precipitar la guerra de Cuba que puso fin al imperio español en 1898. Su posición sobre la explosión del acorazado norteamericano Maine, culpando a España del sabotaje, fue decisiva para lograr la guerra. Él inauguró la prensa sensacionalista a la que no le importa mentir para conseguir un fin engañando a la opinión pública. Pero no es esto lo que quiero contarles sino en qué fuentes se inspiraron los autores de esa preciosa talla de madera que cuando Hearst tuvo problemas económicos terminó vendiendo, dentro de un lote más amplio de antigüedades, al museo Metropolitan de New York en 1939. Este precioso relieve gótico que vemos llegó al museo neoyorkino desde Calahorra tras pasar por las mansiones del personaje que inspira la película Ciudadano Kane.

El relieve, según la opinión de Manuel de Lecuona, pudo pertenecer a un antiguo retablo gótico que se retiró del culto, allá por , por considerar que estaba pasado de moda para los gustos de la época. La representación de la huida a Egipto ha sido tema frecuente de inspiración para muchos pintores y artistas desde los inicios del Renacimiento, como el cuadro que Giotto pintó en 1305 y también autores posteriores como Joachim Patinir, Gerard David o el propio Tiziano en 1510.

No obstante es cierto que en los Evangelios canónicos solamente el de San Mateo narra el episodio de la huida a Egipto, aunque de forma muy escueta. Sin embargo, los evangelios apócrifos y, en concreto, el conocido como Evangelio de Pseudo Mateo narra de forma más amplia y simbólica algunos episodios de la vida de Jesús en esos días. Ya saben ustedes que la Iglesia católica considera evangelios apócrifos aquellos que, en su opinión, carecen de inspiración divina. Fue el Concilio de Trento en 1546 el que fijó los evangelios canónicos y señaló los apócrifos.

Así que en ese apócrifo se cuenta como al tercer día de viaje, María se encontraba fatigada en el desierto por el calor y José andaba preocupado por la falta de agua en los odres. Para recuperarse del cansancio del camino hicieron una pausa bajo la palmera y María quiso probar los frutos pero la altura del árbol impedía a José alcanzarlos. Según la narración, Jesús ordenó a la palmera que se inclinara para alimentar a su madre. La palmera se inclinó hasta los pies de María y no volvió a su posición habitual hasta que Jesús se lo ordenó produciendo además unos hilos de agua para que José pudiera volver a llenar los odres para calmar la sed del camino.

Este relieve calagurritano está inspirado en un grabado de Martín Schongauer, un pintor y grabador alemán que pertenece a la escuela flamenca del gótico y es anterior a Alberto Durero. La inspiración de su grabado procede o bien del relato del Evangelio apócrifo de la infancia de Jesús o bien, del texto de la Leyenda Dorada, es decir, el libro escrito en el siglo XIII por el dominico Santiago de La Vorágine (arzobispo de Génova). Este libro emblemático circuló profusamente por toda Europa, en los siglos XIV y XV, tanto entre pintores como entre todo tipo de artistas que buscaban en él fuentes de inspiración para sus obras.

Lo mismo ocurrirá con escritores de Flos Sanctorum que narraban las vidas de santos. Se convirtieron en una literatura muy popular en la época siguiendo la tradición marcada por La leyenda dorada. Fue una forma nueva de contar de manera novelada las vidas de los santos llenas de fábulas milagrosas y episodios sobrenaturales que alimentaron rápidamente tanto la imaginación de los pintores y escultores como la de los lectores y lectoras de cortes europeas y conventos. Esta literatura, a qué dudarlo, se convirtió en un elemento de difusión de la ortodoxia contrarreformista en el arte. En esta tradición que Américo Castro llama “mitología hagiográfica”, cabe inscribir los poemas en cuaderna vía del mester de clerecía y los romances populares que narran las vidas de santos. En La Rioja, tenemos las hagiografías poéticas de Gonzalo de Berceo, como su vida de Santo Domingo o el Martirio de San Lorenzo y Santa Oria o la vida de Santa María Egipciaca, un texto muy popular traducido del francés.

También en Calahorra destaca Juan Basilio Santoro o Sanz Toro, un brillante jurisconsulto muy conocido en la época, hasta el punto de que el propio rey Felipe II le ofreció un puesto en su Consejo Real aunque él prefirió “la quietud de su casa y la compañía de sus libros a todos los acrecentamientos humanos”. Tras rechazar el ofrecimiento real, el jurista se dedicó a escribir llegando a impresionar a la propia reina con su libro Prado espiritual. El rey Felipe II, que había recibido de Trento el encargo de guardar la esencia del catolicismo, lo dotó con doscientos ducados de renta.

Juan Basilio produjo una importante obra de la que es interesante destacar un Flos Sanctorum (1585) en dos tomos que dedicó al rey. Felipe II le encargó otros dos ejemplares uno para su hermana y otro para la biblioteca que estaba formando en San Lorenzo de El Escorial. Santoro, tras enviudar, decidió tomar los hábitos y dedicarse a escribir, llegando a ser canónigo doctoral de la catedral de Calahorra.

Estos ejemplos demuestran un esfuerzo evidente por enseñar con textos que superan la literalidad de la Biblia como fuente de inspiración también para la pintura, la arquitectura y la escultura. Vemos así cómo unos artistas se inspiran en otros, es decir, reproducen modelos y así se crea una corriente artística que supera fronteras pero que impone gustos parecidos en el arte de la época.

Así por ejemplo, si nos situamos ante el Cristo de la Vera Cruz y el Cristo de la Agonía y los contemplamos, veremos cómo el cuerpo desnudo de Jesús en el primero es mucho más robusto, más fuerte y vigoroso en apariencia en comparación al cuerpo del Cristo de Bascardo menos fornido pero más bello, quizás más humano porque muestra un Cristo más frágil y de aspecto más vulnerable más característico de la condición humana. Podemos creer que en ambos casos se sigue el gusto del artista pero, casi con toda seguridad, obedece más al gusto de la época y a la proporción canónica que diferencia el final del Renacimiento del Barroco. No soy experta en esta materia pero creo que por ahí van las cosas.


Llegados a este punto quiero formular una pregunta en voz alta, ¿por qué las mejores representaciones de Cristo a las que se rinde culto en Calahorra pertenecen a los siglos XVI y XVII?

Recordemos mirando las imágenes, es decir miremos para ver. Tenemos cronológicamente:

  • Cristo de la Vera Cruz del taller de Guiot de Beaugrant, aprox. 1560, siglo XVI.

  • El Cristo camino del Calvario, conocido como Cristo de Medinaceli, de Juan Fernández de Vallejo, 1580.

  • El Ecce Homo, Gregorio Fernández, hacia 1610, aunque otros la creen más propia de su maestro Francisco de Rincón.

  • Cristo a la columna, Gregorio Fernández, 1625, en el convento de las carmelitas descalzas.

  • Cristo de la Agonía, Juan Bascardo, 1628, en la catedral antiguamente coronando el retablo, después en la capilla de los reyes y hoy en día en una capilla lateral, la de santa Ana.

  • La talla en madera del Cristo articulado (siglo XVII. Anónimo) está en San Andrés y se procesiona en el sepulcro.

Esto no es una casualidad. Las representaciones de la Virgen, me refiero a las que en la actualidad se procesionan, son todas posteriores al XVII salvo la virgen de la Soledad, una dolorosa que mira al cielo como implorando comprensión. Esta imagen dolorosa a mí, particularmente, me gusta especialmente porque mira al cielo sin encontrar respuesta al dolor que está padeciendo como madre. Esta imagen procesional de las de vestir y que concentra, por tanto, en su rostro todo su valor me resulta conmovedora.

La Virgen Gloriosa (virgen de los sastres), tiene otra mirada, hacia abajo, serena que cambia el manto de luto por uno glorioso. Esta imagen de candelero del siglo XVIII que representa una Inmaculada (joyas del siglo XVIII y corona de plata del XIX) brazos articulados a la altura del codo. Es muy hermosa, una madre joven más allá de su simbolismo religioso. Un rostro sereno a todas luces.

La Dolorosa, 1901, encargada por la Cofradía y que es obra de Melitón Madorrán. Era más austera, al menos en mi recuerdo, en su decoración. Ahora se adorna y se embellece con más profusión. A mí, de pequeña me impresionaba por el dolor que muestra y que conmueve.

Vemos pues cómo los Cristos calagurritanos son todos anteriores y fueron realizados, como he dicho, en los siglos XVI y XVII. No quiero excluir la belleza de los pasos posteriores pero me circunscribo a los más antiguos. La razón es bien sencilla, inicialmente las procesiones se centraban casi exclusivamente en la figura de Jesús. Todas las representaciones de Cristo, tanto las que tenemos como las de otras localidades, muestran su sufrimiento con total intensidad con la finalidad de conmover al espectador, de transmitirle la emoción que mueve los sentimientos, son todos ellos una apelación al corazón del espectador. Es la mejor manera de transmitir el mensaje que tanto los escultores como la iglesia querían difundir en el pueblo que lo contemple. En definitiva se dirigen a nuestro corazón que mira y a nuestros ojos que ven.

Nada ocurre en la historia por casualidad: el cambio de mentalidad

En el marco general, aunque se estuviera produciendo un cambio en la conciencia colectiva asumiendo las directrices del Concilio de Trento ni ellos mismos en ese tiempo eran conscientes de que eran protagonistas de una evolución en la mentalidad dominante. Ninguna generación es consciente al cien por cien de los hechos históricos que protagonizan, simplemente los viven. Las clases populares a buen seguro eran ajenas a las preocupaciones de la jerarquía política y religiosa sobre la necesidad de reformar la Iglesia para frenar los excesos de la iglesia medieval. No obstante, sí sabemos que todo ello conllevó un cambio en la espiritualidad que se abrió a enfoques más modernos dirigidos también a los seglares, o a formas de recogimiento y de contemplación diferentes.

Pero, en el ambiente general, el siglo XVI supera la visión del mundo de la Edad Media. Ya desde el siglo XV el humanismo impregnaba la época, como tantas veces se ha repetido. Nace ahí la visión del hombre como centro del mundo, aunque en el pensamiento cristiano sea la propia voluntad de Dios la que requiera ese cambio en la mentalidad. Pico de la Mirandola lo había expresado ya en su De Hominis Dignitate y había cerrado el círculo haciendo que el Dios encarnado, es decir Jesús, fuera el intermediario entre Dios y los hombres, pues él era ambas cosas.

¿Qué estaba ocurriendo en Calahorra en esa época?

Vamos a aproximar el foco de nuestra mirada varios siglos atrás a una ciudad más pequeña, reducida a la colina y a las cuestas que desembocan en la calle Arrabal. La Plaza del Raso todavía no era el eje de la vida ciudadana porque se acaba de trazar ese "raso" en el sentido de planicie. La actual iglesia de Santiago no existe cuando se celebran las primeras procesiones, la catedral está en construcción y en ese momento no era como la conocemos. Estoy hablando del siglo XVI. Los conventos carmelitanos tampoco existen. Ni el de san José, de las monjas encerradas, ni el convento del Carmen, el de los monjes. Ninguno de los dos estaba construido. Tampoco dudamos nadie de que aquella era una época de generalizada pobreza. Si hacemos el esfuerzo de mirar cara a cara a esa época y vamos quitando del mapa de nuestra ciudad todos los elementos citados y muchos otros en los que no me extiendo, podemos imaginar más fácilmente la dimensión urbana de Calahorra.

No podemos ignorar la dureza de la vida de aquel momento y concluirán conmigo que realizar una procesión, aunque solo fuera con una imagen de Cristo Crucificado y unas colgaduras bordadas con su rostro, todo ello acompañado en su recorrido por los canónigos vestidos con sus capas pluviales y un cortejo religioso al que se unían los regidores municipales portando hachas de fuego para iluminar el recorrido debía ser un acontecimiento deslumbrante a los ojos de los calagurritanos.

Ya estamos centrados en la Calahorra del siglo XVI. Sabemos que Calahorra fue sede del Tribunal de la Inquisición hasta 1570 y era la sede de la diócesis, una de las más antiguas de España. Creerán que les cuento cosas que no tienen que ver con la Semana Santa pero ya verán que todo tiene que ver con ella de un modo u otro.

Nos situaremos en la época del obispo Pedro Portocarrero (1545-1600), podríamos ir más atrás en el tiempo pero creo que es suficiente para nuestro propósito. Cuando llega a Calahorra donde estuvo al frente de la diócesis entre 1589 y 1594, Teresa de Jesús (1515-1582), canonizada en 1622, ya había fallecido. Si algo trajo la Contrarreforma fue un cambio sustancial en la vida de los conventos y monasterios donde la vida cotidiana transcurría casi al margen de la Regla, en un retiro cómodo y tranquilo en el que las mujeres de la nobleza se refugiaban y vivían junto a sus criadas.

Es sabido que Teresa de Jesús revolucionó el mundo conventual al restaurar en la Orden del Carmelo Descalzo la vida de pobreza, una Regla renovada que ponía en entredicho la relajada regla monástica que ella misma había vivido en el convento de la Encarnación de Ávila.

Teresa de Jesús, tras su primera fundación, el convento de San José de Ávila en 1560, recorrió caminos y veredas, pueblos y ciudades para fundar conventos. Santa Teresa, “fémina inquieta y andariega, desobediente, rebelde y contumaz como la llamaba el nuncio apostólico del papa Gregorio XIII, tuvo que superar infinitos obstáculos e incluso demostró la habilidad para burlar a la Inquisición con sus escritos. Santa Teresa consiguió un éxito incontestable entre las mujeres de la época al promover una espiritualidad alejada del mundanal ruido que diría fray Luis de León. Las conexiones de Teresa de Jesús con Calahorra son importantes aunque no sean directas.

El obispo Portocarrero fue el primero que intentó fundar un convento de la Regla de Teresa de Jesús en Calahorra pero no consiguió rentas suficientes que lo hicieran posible. Después sería obispo de Córdoba y de Cuenca, pero Portocarrero fue sobre todo gran amigo y protector de fray Luis de León, quien le dedicó sus poesías originales y el tratado De los nombres de Cristo.

Fray Luis era una de las lecturas de las carmelitas ya que sus obras circularon manuscritas hasta que fueron publicadas por Francisco de Quevedo allá por el año 1631. La famosa frase, “como decíamos ayer…” pronunciada por fray Luis de León en su regreso a las aulas, el 29 de enero de 1577, tras casi cinco años encarcelado, tiene que ver con la traducción del Cantar de los Cantares a la lengua romance directamente del hebreo y no del texto latino de la Vulgata de San Jerónimo.

Se dice que fray Luis de León tradujo el texto para Isabel de Osorio una monja del convento del Santo Espíritu de Salamanca, prima suya que se enfrentaba, como muchas mujeres de la época, a un texto en latín que no podía leer sin traducir. La Iglesia temía la divulgación de este libro cuyos versos hablan del amor humano en términos realmente apasionados. Los guardianes de la ortodoxia se oponían a la difusión entre el vulgo de este libro sapiencial del Antiguo Testamento porque temían la influencia que pudiera tener entre los jóvenes y, por supuesto entre las mujeres, teniendo en cuenta la explícita sensualidad de algunos textos y la tendencia a las ensoñaciones que se nos adjudica a las mujeres tradicionalmente y más en aquella época.

Efectivamente, será tratar de hacer accesibles los textos sagrados al vulgo lo que llevará a la cárcel a esta excelsa figura de nuestras letras. Es evidente que ni las monjas ni muchos monjes sabían latín por eso la traducción a la lengua romance y más si se hacía directamente del hebreo y no de la Vulgata de san Jerónimo, suponía el riesgo cierto de ser procesado por la Inquisición.

Sabido es que el Cantar de los Cantares este libro sapiencial del Antiguo Testamento es la base de inspiración de los poetas místicos como perfectamente hemos aprendido de santa Teresa de Jesús y sobre todo, de san Juan de la Cruz.

En Calahorra, poco se ha hablado de ello, aunque últimamente se está intentando profundizar en esa literatura religiosa de excelente calidad que se escribió en el convento de las monjas carmelitas descalzas de nuestra ciudad. Me estoy refiriendo a Cecilia del Nacimiento y a Ana de la Trinidad que vivieron en el convento calagurritano. En Calahorra además de leer a fray Luis, a santa Teresa o a fray Luis de Granada se leían los Flos Sanctorum del calagurritano Juan Basilio Santoro, que lo había dedicado al rey Felipe II y, cabe añadir otro hecho importante, que él era el padre de Feliciana Eufrosina de San José (1564, profesa 1593) otra destacada carmelita del convento de Zaragoza que se fue de Calahorra porque entonces no había en nuestra ciudad conventos de los de Teresa, como ella quería.

Centrémonos ahora en la razón por la que en Calahorra tenemos dos conventos carmelitanos. Les recordaré el cúmulo de coincidencias que se producen para que así sea. Cuando Teresa de Jesús intentaba fundar su primer convento en Ávila, en 1560, con la oposición de casi toda la ciudad será Pedro Ibáñez Díaz, nacido en Calahorra en 1515, su principal apoyo. Este religioso y director espiritual de santa Teresa, hijo de Diego Ibáñez y de María Díaz, profesó en la orden de los dominicos en el colegio de San Esteban de Salamanca, en 1540. La propia santa Teresa lo califica como “el mayor letrado que entonces había en Ávila” (Vida, 33, 16). Fue el padre Ibáñez quien aprobó el proyecto de la santa sobre la fundación del convento de San José de Ávila. También fue el primero que aconsejó a santa Teresa que escribiera el Libro de su Vida. Además Pedro Ibáñez tenía un hermano que seguía viviendo en Calahorra, Juan Ibáñez, que era regidor municipal.

Después del obispo Portocarrero, que intentó fundar un convento de la regla de Teresa para mujeres, sin conseguirlo, llegó el obispo Pedro Manso de Zúñiga en 1594. Había conocido a Teresa en Burgos en 1582 poco antes de su muerte, habiéndola confesado en varias ocasiones.

No me extenderé en esta y otras coincidencias pero sí en el resultado de las gestiones conjuntas de todos ellos ante el rey Felipe II. Fue el canónigo penitenciario, Alonso Ordóñez el que partió a Madrid a conseguir la licencia y para ello buscó la intermediación de fray Diego de Yepes, de la orden de San Jerónimo, por entonces confesor del rey Felipe II y biógrafo de Teresa de Jesús.

Con su apoyo se fundó el convento de las carmelitas descalzas en 1598 y se consiguió con más ilusión que rentas. En aquella época las monjas primeras pasaron hambre y privaciones sin cuento. Se instalaron las primeras monjas en una casa cedida por el chantre en la calle del Cabezo y por su mal estado tuvieron que trasladarse a la calle El Morcillón.

En torno a 1601, poco después de la epidemia del peste de 1600, llegó a Calahorra Cecilia del Nacimiento. Su verdadero nombre era Cecilia Sobrino Morillas (1570-1646) y había nacido en Valladolid. En el convento calagurritano fue maestra de novicias y priora. Ella fue uno de los pilares del convento porque obtuvo dineros y rentas para poder iniciar la construcción del convento que hoy conocemos y además consiguió la fundación en 1603 del convento del Carmen para monjes de la regla de Teresa. Otra monja inquieta como Teresa de Jesús. Era Cecilia una monja especial que además de lo relatado escribía textos místicos en prosa y también liras siendo una poeta muy destacada y reconocida en el ámbito de la mística española.

Un año más tarde que Cecilia llegará al convento Ana Ramírez de Arellano, hija de los señores de Alcanadre, Ausejo y Murillo. En el convento tomó el nombre de Ana de la Trinidad y aunque todo lo que escribió fue destruido se salvaron de la quema 19 maravillosos sonetos, de lo más delicado de la mística española. Desgraciadamente Ana de la Trinidad ha permanecido oculta durante siglos pero ya va llegando el tiempo de reconocerla. Es precisamente la poeta Ana de la Trinidad el personaje de mi primera novela que está próxima a publicarse (La novela Desnuda de mi ser, ya está hoy a disposición de los lectores).

Como he titulado este pregón Mirar para ver, quiero insistir en esa idea, siempre cierta, de cuánto ignoramos lo que tenemos tan cerca.

Tomemos un respiro en este punto del relato y escuchemos unos versos que expresan el amor místico que tiene como finalidad la búsqueda de Dios y la unión con él. Si el dolor de Cristo crucificado es el objeto principal de la Semana Santa, alcanzar a Cristo en una unión transcendente es la pasión fundamental que mueve el misticismo. Así que escuchemos la experiencia de una monja carmelita, unos versos escritos aquí al lado, muy cerca del lugar en el que nos encontramos, en el convento de las monjas encerradas de Calahorra:

Linces de lo profundo y escondido,

balcones del amor, centros gloriosos,

alegres palmas, triunfos victoriosos,

piedras-toques del oro más subido,


espesas selvas donde me he perdido,

floridos paraísos deleitosos,

pozos de ciencia, senos misteriosos

y dulce suspensión de mi sentido;


sentencias de la muerte y de la vida,

cristales do se ver mejor el mundo,

soles que solos quitan mis enojos

y refugios del ánima afligida,


blancos do mi afición segura fundo

son de Jesús los apacibles ojos.

La belleza y profundidad de estos versos es innegable y también la reflexión que conlleva en torno a la imagen de Jesús y a esos ojos que todo lo ven, esos soles metafóricos que alumbran el camino y en los que se refugia el alma de Ana de la Trinidad, su autora. Hay también en estos versos un Jesús victorioso en el que se apoya porque son de Jesús los apacibles ojos que ve y que la ven.

En este juego que les he propuesto de mirar y ver, me evoca el recuerdo de ese proverbio que siglos más tarde escribirá Machado, El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. Digamos que los místicos ven con otros ojos que el resto del mundo.

Me he extendido en esta cuestión del convento carmelitano de las monjas encerradas, en primer lugar porque siempre he tenido curiosidad por este convento y porque en su capilla, en el retablo que ocupa el lado del evangelio, hay una hermosa escultura, un Cristo a la columna del gran imaginero Gregorio Fernández. No es de extrañar que esté allí y que Cecilia la describa, al patrono del convento, diciendo que les han enviado:

un Cristo a la Columna tan grande como un hombre, y tan perfectísimo que dicen es la primera cosa de España. Esta santa imagen ha más de un año que la tenemos en el coro, con harto consuelo de todas”.

No hemos de olvidar que la talla es de tamaño natural y mide 1,69 metros. Una magnífica escultura que se une a la colección de Cristos de los siglos XVI y XVII con los que cuenta nuestra ciudad.

Con estos detalles que les cuento he querido hacerles llegar la importancia que Calahorra tuvo en ese periodo y las relaciones que existían con figuras claves de la corte del rey Felipe II y con los personajes más relevantes del catolicismo y de la cultura del momento. También he querido poner en valor a escritores, casi desconocidos incluso en Calahorra, como es Juan Basilio Santoro y a escritoras como Ana de la Trinidad que escribieron tan cerca de nosotros y que tan olvidados han permanecido durante siglos.

Después de estas pinceladas sobre el momento histórico que transcurre entre los siglos XVI y XVII buscando el origen de las procesiones en Calahorra, es momento de volver la mirada de nuevo sobre nuestro patrimonio escultórico. Los hemos visto cientos de veces pero a buen seguro que cada mirada tiene una motivación diferente.

Si, como he dicho al principio, nos cuesta imaginar el sufrimiento ajeno, porque aunque lo vemos no lo sentimos y si por ello el arte, en este caso el arte religioso del barroco de la Contrarreforma, está concebido para mover nuestras emociones es tiempo de valorar si los artistas que dejaron su obra en Calahorra lo consiguieron, es decir si removieron entonces y remueven ahora nuestro corazón al contemplarlos. Está claro que la fe ve cosas que la razón ignora y la razón escudriña lo que la fe desdeña por eso estamos ante un binomio de contrarios de difícil convivencia. De lo que no hay duda es de que si el artista, ya sea escultor o poeta, nos emociona más allá del punto de vista desde el que contemplemos su obra es que su calidad supera el aprobado con creces.

Los rostros de Cristo

Si miramos los rostros de nuestros Cristos todos llevan una carga de dolor innegable porque esa es la materia con la que trabajó el escultor para emocionarnos removiendo nuestros sentimientos. La contemplación de los rostros supone mirar las imágenes como si en ellos pudiéramos ver el reflejo de nuestros propios sufrimientos cotidianos multiplicados por una tragedia superior. Nos empuja a la compasión, porque uno siempre se compadece del dolor ajeno aunque no lo sienta como el que lo sufre

En las arrugas, como en el caso del Cristo de la Vera Cruz, con los ojos semicerrados, agonizante, se anticipa una sensación de vejez prematura, como si hicieran real eso de que el dolor avejenta. Es una imagen de un Cristo corpulento, el más musculoso y con más marcados detalles físicos pero muestra su fragilidad humana en la tristeza del rostro. El cabello y la poblada barba no pueden ocultar esa angustia con la que atrae la mirada del espectador.

El Cristo de Medinaceli en su camino al monte Calvario parece meditar incluso más allá de su destino. Es un paso sobrio y austero pero de una gran fuerza ya que más allá del resto de la composición el rostro de Jesús es el protagonista indiscutible que da fuerza a la obra del artista. ¿En qué piensa ese Jesús que conoce su destino y que va caminando con su cruz a cuestas hacia él? El espectador puede imaginar lo que quiera y esa es la virtud narrativa de la escultura que Juan Fernández de Vallejo realizó en 1580.

El Cristo de la Agonía, es evidentemente, un Cristo todavía vivo. Sus ojos están remarcados, como delineados porque fue concebido para estar situado en lo alto de un retablo. Al contemplarlo bien podríamos situarlo en el Gólgota en el momento en el que exclama "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27,46 y Marcos 15,34) Su rostro delata la angustia en un momento enigmático del que hay variadas interpretaciones pero que humaniza de nuevo la figura de un Cristo doliente.

El Cristo que se procesiona en el paso del Sepulcro es un rostro que produce desasosiego contemplarlo, porque la muerte impresiona siempre a quien la ve.

Por último, los dos rostros de las obras de Gregorio Fernández, aunque se duda de la autoría del Ecce Homo, son espectaculares. El Ecce Homo, el Cristo de la Caña, es un Cristo que mira más allá de lo que le rodea, ausente de las burlas a las que fue sometido. Una mirada equilibrada en un Jesús hermoso y sereno que transmite a quien lo ve la idea que quiere expresar el autor de que ese Cristo es consciente de su destino. Creo que esta escultura es magnífica.

El Cristo a la Columna, con seguridad de Gregorio Fernández y que, como todos saben están en el convento de las carmelitas, es también un ejemplo notable de la escultura y del gusto predominante en la época. Su mirada enigmática lo sitúa en ese momento de la pasión en el que Jesús resiste múltiples contratiempos y humillaciones intentando que su ánimo no desfallezca. Recordemos aquí, la tradición popular que cuenta que al terminar Gregorio Fernández de esculpir una talla de su tema Cristo a la columna, cobró vida la escultura y preguntó al escultor: -¿Dónde me miraste, que tan bien me retrataste?, a lo que Gregorio Fernández respondió: -En mi corazón, Señor.

Digamos que esa monja carmelita de la que les he leído un poema, Ana de la Trinidad, según ella escribe, veía también en su corazón los apacibles ojos del Cristo al que amaba.

Llegados a este punto toca ir concluyendo y lo haré con una serie de imágenes que nos llevan a nuestro período contemporáneo pero al observarlas veremos con los ojos de hoy la diferencia con el ayer. Las imágenes en blanco y negro me recuerdan la procesión del Viernes Santo en la procesión del Santo Entierro que yo veía en mi infancia con mis padres, generalmente en los Portales de la calle Grande. Me impresionaba, por aquel entonces, el silencio, los penitentes descalzos, la mayoría mujeres y aunque la decoración era cuidada, es evidente que no tenía la vistosidad de hoy en día. Todos sabemos que en los años cuarenta se van ampliando los pasos que salen en procesión, la mayoría donados por empresas calagurritanas. Todo ello fue incrementando la importancia de la procesión.

Podemos decir que en el año 2021 aunque las procesiones no salgan a las calles por la desgracia de la pandemia que estamos viviendo, sí contamos con un elevado número de pasos procesionales que podemos visitar. El aumento en el número de pasos significa, siguiendo la historia que estamos contando, que el relato se ha ampliado, que cada nuevo paso va incrementando lo que se quiere transmitir al espectador. Hoy que la Semana Santa calagurritana está declarada de Interés Turístico Nacional podemos decir que a ella unos se acercan por devoción, otros por tradición otros, por el placer de la contemplación artística o por todas esa razones al mismo tiempo. Calahorra cuenta con un patrimonio religioso importante que hunde sus raíces en el hecho de ser una diócesis muy antigua con todo lo que ello conlleva. Nuestra historia es la que es, y es muy rica, por eso es importante conocerla para respetarla.

Les deseo que esta Semana Santa, pese a no poder disfrutar en la calle de las tradicionales procesiones, tenga otros elementos que la hagan dichosa para ustedes. Cierro este pregón agradeciendo a la Cofradía de la Vera Cruz su esfuerzo por restaurar nuestro patrimonio, por ampliarlo y por conseguir que la Semana Santa calagurritana sea conocida nacional e internacionalmente. Cerraré este Pregón con la imagen del rostro sereno del Ecce Homo y el verso de Ana de la Trinidad: Son de Jesús los apacibles ojos.

Lo acompañaré de otro verso de otra poeta casi desconocida que la historia de la literatura más reciente encaja en el grupo de las llamada “sinsombrero”. Les dejo pues con un verso que en un tiempo como la Semana Santa anima a la reflexión interior, algo muy necesario en este y en todos los tiempos. Ernestina de Champourcin contemplando al Cirineo en el Vía Crucis ayudando a Cristo, escribió: ¿Hay acaso alguna cruz que pueda llevarse a medias?

Muchas gracias a todos ustedes por su asistencia a este pregón organizado por la Cofradía de la Vera Cruz y confío en que el próximo año podamos disfrutar de una Semana Santa como las de siempre.

Mª Antonia San Felipe Adán

Galería de imágenes de ese acto.