En nuestra sexta clase comenzamos a ver algunas consideraciones epistemológicas referidas específicamente al ámbito de las ciencias humanas. El texto introductorio que vimos para esto fue el capítulo 19 de Las desventuras del conocimiento científico, de Gregorio Klimovsky. Habíamos visto en el texto de Klimovsky que había una serie de problemas que parecían, al menos a ojos de quienes defienden una propuesta dualista, amenazar la posibilidad de describir las ciencias humanas como regidas por los mismos principios metodológicos que las ciencias naturales. Ante todo, recordemos que Klimovsky presenta este problema de más de una manera: por un lado, lo introduce por medio de una pregunta sobre el “método” hipotético-deductivo: “¿es el método realmente aplicable a disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología social, la economía, etcétera, o su alcance como estrategia general se limita, de hecho, a las ciencias naturales?”[1]. Por otro lado, sin embargo, Klimovsky reconstruye la inquietud sobre que probablemente en las ciencias humanas “no existen cosas tales como regularidades o leyes”[2] y, en consecuencia, tienen que habérselas únicamente con estudios de lo particular, lo específico. En apariencia el primer problema es mucho más general que el segundo: podríamos pensar en principio que la cuestión sobre si las ciencias humanas tratan con hipótesis que deben ser contrastadas con la realidad no se agota en la cuestión sobre si tales ciencias pueden elaborar leyes sobre la conducta humana. Sin embargo, Klimovsky articula las dos cuestiones de la siguiente manera: en la medida, escribe, en que “no se puede hablar de leyes de la historia o de la sociedad” −en virtud, por ejemplo, de la existencia del libre albedrío−,
el alcance del método hipotético deductivo en ciencias sociales o en historia y, en general, en las ciencias donde intervienen las decisiones humanas, de hecho, sería nulo: no existiría el […] nivel de […] las generalizaciones empíricas. ¿Y de qué serviría entonces el método hipotético deductivo? En apariencia, sólo podríamos tratar de vincular entre sí enunciados de primer nivel, pero ya dijimos que no es posible acceder a lo singular a partir de lo singular si no hay un mediador teórico (leyes) que indique que los acontecimientos explicantes son de un tipo tal que determinan o fuerzan al tipo de acontecimientos que se quiere explicar. Como consecuencia, no habiendo leyes, y por tanto explicaciones nomológico deductivas, quedaría vedada la aplicación del método hipotético deductivo. Si bien se podrían "inventar'' sistemas hipotéticos deductivos para las ciencias sociales, éstos no tendrían aplicación alguna en cuanto a predicciones y explicaciones […][3].
Aquí están en juego dos cuestiones: por un lado, que, a efectos de que el “método” hipotético-deductivo (rápidamente ampliado en la dirección de presentarlo como “hipotético-inferencial”, que también requeriría leyes) sirviera de algo, piensa Klimovsky, tendría que proporcionarnos, específicamente, explicaciones y predicciones. Por otro lado, como desarrolló previamente en su libro −y como, en nuestro curso, vimos a partir de la exposición de Carl Hempel sobre la explicación científica−, no es posible explicar un hecho singular a partir de otro hecho singular si no es por medio del “rodeo” de leyes generales. Si, escribe Klimovsky, “se encuentra a un hombre muerto en el suelo y con una copa con un líquido sospechoso a su lado” y alguien explica el hecho afirmando “Este hombre murió por beber este tóxico”, lo que está implícitamente en juego aquí es cierto tipo de conocimiento general, no singular, sobre el “efecto que produce la ingestión de tales o cuales sustancias en el organismo humano”[4]. En consecuencia, piensa Klimovsky, el problema del “método” hipotético deductivo desemboca necesariamente en el problema de si podemos identificar leyes en la conducta humana. Y esto, a su vez, parece amenazado por la cuestión del libre albedrío, la de la (in)existencia de invariantes en la historia y la de los códigos semióticos. En los tres casos, va a señalar −aunque por vías diferentes− que las objeciones motivadas por estos problemas no pueden realmente justificar una alternativa al “método” hipotético-deductivo (o hipotético-inferencial; H-I).
Sobre la primera cuestión, Klimovsky reconstruye la objeción señalando que “en las mismas circunstancias, una persona puede decidir la acción Al Y otra la acción A2 o, peor aún, que en las mismas circunstancias una misma persona puede elegir la acción Al y luego, en otro momento, la acción A2. En tal caso, los efectos ante iguales circunstancias no tienen por qué ser idénticos”[5]. En otras palabras, en contraste con lo que podemos hacer a propósito del mundo natural −establecer a título de regularidad que, en determinadas circunstancias, se producen ciertos fenómenos−, esto nos estaría vedado en el caso del conocimiento de la conducta humana, impredecible porque libre.
Frente a esto, Klimovsky señala, en primer lugar, que no es necesario comprometerse con la tesis de que el libre albedrío no existe, considerarla de algún modo corroborada. Alcanza, piensa, con adoptar una posición más mínima: “supongamos que no existe y ello será una guía para nuestras investigaciones pues nos permitirá aplicar en ellas el método hipotético-deductivo”[6]. En otras palabras, se puede asumir la inexistencia del libre albedrío como un supuesto metodológico, el cual se terminará ratificando, en todo caso, a partir del éxito que tenga adoptar tal supuesto: “el método hipotético deductivo ha logrado muchos éxitos científicos en diversas disciplinas, por lo cual puede ser una promesa de éxito suponer que no hay libre albedrío […] y que podemos aplicar el método también en ciencias sociales”[7].
En segundo lugar, el autor aborda la cuestión no ya desde la distinción entre una tesis y un supuesto puramente metodológico, sino desde la oposición entre el libre albedrío individual y el libre albedrío de un conjunto de personas. Tomando el ejemplo de una investigación sobre la conducta de quienes manejan automóviles, Klimovsky señala que quizá “la manera en que cada conductor conduce su coche puede ser el resultado de su libre albedrío, pero no cabe duda de que la conjunción de ‘muchos libres albedríos’ produce una conducta estadística promedio”[8]. Esto es, las distintas diferencias individuales tenderán a anularse unas a otras y en consecuencia nos dejarían como resultado una conducta promedio.
La cuestión de la existencia o no de invariantes en la historia puede superponerse en parte con la del libre albedrío: podría pensarse que no existen tales invariantes porque los seres humanos somos libres y podemos, ante las mismas circunstancias, comportarnos de maneras diferentes. Sin embargo, la inexistencia de invariantes puede deberse también −y esto sería una dificultad más profunda− a que justamente no se repiten tales “mismas circunstancias”: tomando el ejemplo de si existen algo así como “leyes” que se apliquen por igual a distintas revoluciones sociales, Klimovsky señala que “en una revolución intervienen tantos factores pertinentes que, cuando se compara una revolución con otra, es muy poco lo que se encontrará de común entre ellas. Dicho de otro modo, no hallaríamos invariantes que nos permitiesen acceder a leyes sobre las revoluciones”[9].
Ahora bien, a propósito de este problema, la respuesta de Klimovsky no consiste, como en el caso del libre albedrío, en señalar que existen de hecho vías para “puentearlo” y acomodar las ciencias humanas en el marco del “método” hipotético-inferencial. Consiste más bien en señalar que las propias personas que identifican tal problema son las que tienen que presuponer que existen tales vías; que justamente lo que presentan como una alternativa al “método” H-I, motivada presuntamente por la inexistencia de invariantes, en realidad lo presupone. Esta alternativa es reconstruida por Klimovsky así:
puesto que la investigación de leyes y correlaciones no nos lleva demasiado lejos, es preferible poner toda la atención en un hecho singular y en su infinita riqueza antes que tomar muchos hechos y buscar regularidades. El consejo sería: atender a las singularidades y atraparlas en toda su diversidad, lo cual implica un acto que muchas veces se ha llamado comprensión y que significaría algo así como la capacidad total de aprehensión de una estructura singular compleja o bien, como sostenían el filósofo Dilthey y sus seguidores, ponerse en lugar de los actores de esa situación singular. Así, si queremos comprender por qué, por ejemplo, renunció un determinado gobernante, tendremos una gran oportunidad para extraer un enorme conocimiento sociológico analizando toda la composición de esa circunstancia, y será necesario para ello colocarnos en el lugar de tal persona y comprender lo que ha ocurrido[10].
Klimovsky expresa en este punto su acuerdo con las dudas que había expresado previamente Nagel, para quien, si bien “podemos identificarnos en la imaginación con un negociante en trigo y conjeturar cuál conducta adoptaríamos si nos viéramos enfrentados con algún problema que requiera una acción decidida en un mercado fluctuante”. Sin embargo, continúa, “una conjetura no es un hecho. Los sentimientos o los planes que podamos atribuir al negociante pueden no coincidir con los que realmente posee”[11]. Lo verdaderamente irónico del punto de Klimovsky es el supuesto con el cual tendrían que comprometerse quienes defienden la operación de “comprensión”: para asumir que ella puede confiablemente informarnos sobre las motivaciones de los sujetos que intentamos “comprender”, piensa, “tendríamos que formular hipótesis y suponer ciertas leyes, por ejemplo, cierta invariancia en la naturaleza humana […]. Colocarnos nosotros en el lugar del otro significa que hay algo común entre el otro y nosotros, en nuestra naturaleza, y ello es lo que nos permite percibir qué le sucede al otro sobre la base de lo que nos sucede a nosotros”[12]. Pero esto es, en otras palabras, suponer que existen leyes generales acerca de la conducta humana, lo cual es precisamente aquello que la propuesta comprensivista deseaba negar. Entonces, o bien no existe aquí un problema −porque podemos efectivamente conjeturar y contrastar ciertas presuntas leyes generales a propósito de los seres humanos tanto como lo hacemos sobre el mundo natural− o bien el comprensivismo no puede ofrecernos una solución −puesto que, en ausencia de tales leyes, nada garantizará que nuestro esfuerzo “comprensor” nos revele realmente características de otros individuos−.
Es interesante notar, en cualquier caso, una dimensión del problema de la comprensión que, hasta este punto, Klimovsky no abordó: aquella según la cual el fundamento para adoptar un enfoque “comprensor”, que intente captar “poniéndonos en su lugar” la forma en que determinado agente vivió cierta acción, radica no tanto en que no podamos captar leyes generales y debamos en su lugar conformarnos con otra cosa, sino más bien en que hay una característica específica de las acciones humanas, el hecho de ser vividas de cierta forma específica por sus agentes, que nos perderíamos si no pusiéramos en práctica un procedimiento comprensor. Podemos a título de ejemplo −sin adentrarnos en los detalles de la propuesta de su autor− ver una referencia a esta dimensión “interna” de la conducta humana en un pasaje de MacIver que compara tal conducta con un fenómeno natural:
Hay una diferencia esencial, desde el punto de vista de la causación, entre un papel que vuela con el viento y un hombre que huye de una multitud que lo persigue. El papel no conoce ningún miedo ni el viento ningún odio, pero sin el temor y el odio el hombre no huiría ni la multitud lo perseguiría[13].
Podemos decir a grandes rasgos que características de un fenómeno humano como el temor o el odio son parte del significado que las personas involucradas en él le atribuyen; que no existe un paralelo de esto en los fenómenos del mundo natural, y que a captación de tal significado requiere de un método distintivo. Klimovsky solo aborda la cuestión del significado cuando se enfoca en otro problema, el de la comunicación mediante palabras o gestos, pero lo que nos dice a propósito de esto es suficientemente informativo para asumir cuál sería su estrategia para abordar otros ámbitos del significado: Klimovsky no se enfoca en la pregunta “¿Existen los significados en la conducta humana, por ejemplo los significados de gestos y palabras?”, sino más bien “¿Cómo conocemos tales significados?”. Y la respuesta a esta pregunta, piensa el autor, nos llevará una vez más al terreno del “método” hipotético-inferencial. Veamos ahora esta discusión.
A propósito de los códigos semióticos, la problemática del sentido aparece con un significado más claro para este término: lo que abordamos en este caso es que típicamente las personas emitimos sonidos y hacemos otros movimientos corporales que tienen un carácter simbólico; no estaríamos describiendo apropiadamente nada si nos limitáramos a decir “Ella levantó el brazo” o “Ella emitió ruidos” sin saber qué es lo que ella quiso decir al hacerlo. Y esto conllevaría el problema de que “los métodos por los cuales percibiríamos significaciones no son exactamente los mismos que aquellos por los cuales llegamos a establecer las leyes naturales o el comportamiento de los objetos físicos”[14]. Klimovsky, en rigor, no intenta reconstruir la posición en cuestión como indicadora de un presunto obstáculo global para la aplicación del “método” hipotético-inferencial, sino que se limita a presentarla como un señalamiento de la imposibilidad de cierta forma específica, “naturalista”, de aplicar ese “método”: “desde el punto de vista puramente naturalista” sobre el gesto que una persona hace desde la ventana de un edificio,
deberíamos decir, a modo de descripción de la base empírica, que alguien abrió la ventana e hizo tal o cual movimiento con la mano. Es lo que quizás haría un biólogo puntilloso para examinar la conducta de la persona en ese momento. Pero ningún sociólogo admitiría semejante descripción naturalista como una descripción sociológica[15].
Como subraya en este punto Klimovsky, aplicar el “método” en cuestión requiere por regla general “referirse a una base empírica” de datos observables que permitan “hacer inducciones o contrastar teorías”[16], pero esta base tiene en las ciencias humanas, se supone, una característica muy particular que es la presencia en ella del fenómeno del sentido. En este punto, sin embargo, Klimovsky va a insistir en que la forma de captar sentidos -que presupone a su vez la captación del código que los vincula con ciertos gestos o palabras- consiste, una vez más, en formular hipótesis y contrastarlas con la experiencia: “aprender un código”, escribe Klimovsky,
no es, como a veces se cree, una actividad de índole ajena a la epistemología, sino más bien similar a las tácticas habituales en la práctica de la ciencia. Un código es, en el fondo, una estructura a la cual se adecuan las conductas de los individuos y es posible, para quien no lo conoce, tratar de captarlo por medio del método hipotético-deductivo[17].
Las atribuciones de significado, pues, son hipotéticas: “Cierto gesto podría ser entendido hipotéticamente como una actitud amistosa, hipótesis que quedaría refutada si a continuación del gesto el usuario nos diera una trompada”[18].
Hemos visto, entonces, lo siguiente:
n Ante todo, a propósito de la cuestión del libre albedrío, vimos que el autor propone una respuesta en dos niveles: por un lado, al margen de si existe o no, podemos asumir como regla metodológica que no hay tal libre albedrío, y ver si nuestra decisión de abordar la conducta humana como si siguiera leyes deterministas resultará o no exitosa; por otro lado, probablemente el libre albedrío de una pluralidad de individuos termine generando una conducta promedio descriptible por medio de leyes científicas.
n Acerca de la presunta imposibilidad de encontrar invariantes en la historia, que permitieran subsumir la acción humana bajo leyes generales, nos respondía que, si no podemos explicar nomológicamente la acción, tampoco podemos “comprenderla” por medio de un ejercicio empático. En efecto, si no podemos encontrar algo así como regularidades que configuren algo así como una naturaleza humana compartida, entonces, ¿qué nos autorizaría a decir que lo que nosotros experimentaríamos bajo ciertas circunstancias sería lo mismo que experimentaría aquel sujeto que deseamos comprender? En definitiva, si nuestra motivación para adoptar un enfoque comprensor es que no podemos (y no solo que no nos alcanza) subsumir bajo leyes, entonces no tendremos una solución apropiada al problema. Esto es por cierto similar a lo que veremos también en el texto de Abel.
n Por último, a propósito del problema suscitado por los códigos semióticos, la respuesta de Klimovsky es, en un sentido muy lato de la expresión, “conductista”: atribuir un significado es hacer una predicción sobre la conducta futura del agente cuyo gesto o cuyas palabras estamos interpretando.
Remarquemos algo importante para los próximos textos: ningún caso Klimovsky cae en la trampa de negar la existencia de significados que, en algún sentido importante, serían conocidos por el agente mismo, y conocer los cuales nos colocaría en una posición análoga a la del agente. Más bien le interesa señalar que el llegar efectivamente a conocerlos no supone un tipo de “empatía”, de “ponerse en el lugar de”, sino más bien otros tipos de operaciones.
[1] G. Klimovsky, Las Desventuras Del Conocimiento Científico, 2a (Buenos Aires: A-Z Editora, 1995), 301.
[2] Klimovsky, 305.
[3] Klimovsky, 306.
[4] Klimovsky, 252.
[5] Klimovsky, 305.
[6] Klimovsky, 306.
[7] Klimovsky, 306.
[8] Klimovsky, 307.
[9] Klimovsky, 306.
[10] Klimovsky, 307.
[11] Ernest Nagel, La estructura de la ciencia (Grupo Planeta (GBS), 2006), 435.
[12] Klimovsky, Las Desventuras Del Conocimiento Científico, 307.
[13] Robert Morrison MacIver, Society: A Textbook of Sociology (Farrar & Rinehart, Incorporated, 1937), 476–77.
[14] Klimovsky, Las Desventuras Del Conocimiento Científico, 308.
[15] Klimovsky, 308.
[16] Klimovsky, 310.
[17] Klimovsky, 310.
[18] Klimovsky, 311.