Epistemología, clase 1
Texto: Hempel, Filosofía de la ciencia natural, capítulo 2
1. ¡Observen!
Karl Popper, uno de los más importantes filósofos de la ciencia del siglo XX, cuenta sobre un experimento que solía hacer con sus estudiantes. Llegaba a la clase y les decía: “¡Observen!” y se quedaba unos minutos en silencio, dejándolos observar. Al cabo de un rato, predeciblemente, los estudiantes le preguntaban “bueno, profesor, ¿qué es lo que tenemos que observar?”. Y Popper, triunfal, concluía: “¿Ven? Por eso el inductivismo no funciona”. Algo similar es lo que podemos encontrar en la crítica de Hempel a lo que llama “inductivismo estrecho”. Pero, ¿qué es el “inductivismo estrecho”?
Podríamos decir que, bajo ese nombre, lo que describimos es una posición epistemológica que representa una forma de comprensión “de sentido común” acerca de cómo funciona la ciencia. ¿Cuál sería la idea, a grandes rasgos? Bueno, que, dado que la ciencia se ocupa de conocer un mundo que podemos observar -un mundo que podemos directamente “mirar”, pero sobre el cual también podemos hacer experimentos, encuestas, entrevistas, etcétera- entonces el punto de partida, y la justificación, de la ciencia radica justamente ahí: en la obtención de datos por vía de observación. Vamos a detenernos un rato en reconstruir esta visión del conocimiento científico y luego en considerar las críticas de Hempel.
Para el inductivismo estrecho, la ciencia comenzaría “mirando” el mundo y luego, sobre la base de hacer generalizaciones a partir de los casos observados, llegaría a proponer ciertos enunciados universales, que son las leyes científicas (como “Los metales se dilatan con el calor”, “El consumo de benzodiazepinas y de drogas recreativas afecta la capacidad de concentración” o “Las decisiones electorales están condicionadas por la situación económica”); cuantos más casos hayamos observado que cumplan con cierta ley general, entonces mayor será el grado en que esta ley se encontrará confirmada.
Notemos, a propósito de esto, dos cosas. Por un lado, que para quien es inductivista primero tienen que venir los datos y después las leyes científicas; no al revés, porque debemos dejar que sea la realidad misma la que nos informe sobre el mundo. Por otro lado, noten que introduje la expresión “enunciados universales”. Lo hice porque, más allá de que luego vayamos a ver otras formas de conocimiento, lo más común es asociar la ciencia con enunciados como los ejemplos del párrafo anterior, que hablan de los metales en general, no este trozo en particular; de la capacidad de concentración de cualquier persona, no la de Juan o Ana; de las decisiones electorales de todo el mundo, no las mías ante el ballotage del 2015, que no le importan a nadie. Entonces, ¿qué haría la ciencia, de acuerdo con el llamado inductivismo estrecho? Comenzaría de la observación de fenómenos particulares, de lo que le ocurre a determinada entidad individual en determinado momento y lugar particulares, pero para luego observar casos similares a ese, y desembocar en una ley general.
Por ejemplo, vería que Juan fumó marihuana todo el fin de semana y el lunes su capacidad de concentración era menor que la semana anterior; que Ana viene tomando clonazepam hace un mes y, pese a las ventajas que le trae el dormir mejor, reporta que le está costando más enfocarse en sus lecturas que antes, y así sucesivamente. En consecuencia, si llego a obtener una cantidad suficientemente grande de informes de este tipo, voy a poder obtener, como resultado, lo que consideramos una ley científica; a saber, que −como decíamos hace un momento− el consumo de drogas recreativas y de benzodiazepinas afecta, para la población en general y no para tal o cual persona, la capacidad de concentración.
Bueno, la ciencia tiene que funcionar así, ¿no? No. La ciencia no puede funcionar así, y Hempel se propone argumentar por qué.
Un primer problema que hay que señalar es, como ya vimos con el “experimento” de Popper, que si yo les dijera, como consigna, “comiencen observando, recolectando datos”, ustedes no sabrían, literalmente, qué mirar. Hempel nos plantea el mismo punto cuando nos dice que, puesta simplemente a “observar”, una persona no sabría si ponerse a contar sus pelos, si enumerar −con algún criterio− cuántas “cosas” hay sobre la mesa, qué temperatura hace, qué pensamientos atraviesan su mente… la realidad es inagotable, así que necesitamos algún tipo de “recorte”. En consecuencia, decir solamente “la ciencia empieza observando, recolectando datos” no puede ser suficiente, porque es literalmente impracticable.
Pero tal vez podrían decir que estoy presentando la posición inductivista de manera poco amigable, poco “caritativa”, como se suele decir. Tal vez lo que hay que decir es que la ciencia empieza sin ninguna hipótesis −porque empezar a observar ya suponiendo que, por ejemplo, las benzodiazepinas disminuyen la concentración, en vez de dejar que la realidad nos informe sobre el asunto, sería cegarnos por posibles “prejuicios”− pero, aunque en ese sentido lo primero sean los datos y luego vengan las leyes, sin embargo podemos tener algún tipo de “recorte”. Y este “recorte” vendría dado por el problema que, en cada caso, queremos resolver. Por ejemplo, queremos saber qué factores afectan la concentración de la gente −porque, digamos, nos preocupa que el estudiantado se desconcentre en clases− y entonces vamos a observar el mundo enfocándonos específicamente en la capacidad de concentración de las personas. Acá también estaríamos procediendo de modo “inductivista” en el sentido de que primero tenemos datos (“recortados” a partir de un problema) y después tenemos la teoría, a partir de lo que hayamos observado. Esto seguramente debería funcionar, ¿no? No. De nuevo.
Bueno, pero ¿por qué? Si ya tenemos un problema científico que resolver (“¿qué factores disminuyen la capacidad de concentración?”), ¿no nos brinda eso un “foco” para saber, específicamente, qué debemos observar? ¿Y no es eso justamente lo que nos faltaba antes? El obstáculo ahora es que, sin ninguna “teoría” previa, sin siquiera alguna conjetura acerca de qué factores podrían afectar la concentración de las personas, nuevamente no sabemos bien qué datos observar. Sabemos que algunas personas, como Juan y Ana, se concentran menos que otras, digamos Pedro y Eugenia. ¿Analizamos químicamente el agua que toman Juan y Ana, y la comparamos con la que toman Pedro y Eugenia, para ver si el problema puede venir por ese lado? ¿Nos fijamos en su dieta? ¿Les preguntamos sobre su actividad física? ¿Estudiamos la radiación electromagnética en las áreas en que viven unas y otras personas? ¿Chequeamos si las primeras no están bajo el influjo de un gualicho o de una maldición vudú? Pero notemos que, si elegimos recolectar datos siguiendo alguna de estas pistas, entonces lo que nos está guiando no es solamente el problema que queremos resolver, sino, específicamente, alguna conjetura o hipótesis, es decir, un enunciado que nos brinde una posible solución al problema. Tendremos, ciertamente, que obtener datos para saber cuál es la mejor posible solución, pero −notemos− solo podremos obtener esos datos en la medida en que sepamos que estamos yendo a testear una hipótesis. Y dado que las leyes científicas son básicamente hipótesis corroboradas, a fin de cuentas no era verdad −no podía ser verdad− que el orden en que se practica ciencia sea “primero los datos, luego las leyes”.
2. Primero las hipótesis: la propuesta de Hempel (y una historia de madres muertas)
La posición que el propio Hempel defiende es un inductivismo en sentido amplio −veremos más adelante por qué−, que se opone al “inductivismo estrecho” que, como veíamos nos invita a empezar por los datos. En este punto, la posición de Hempel coincide con lo que en otros materiales −por ejemplo, en Las desventuras del conocimiento científico de Klimovsky− aparece descrito como hipotético-deductivismo. ¿Qué es lo característico de esta visión de la ciencia? Que nos dice, en la línea de lo que veníamos viendo, que una investigación científica debe comenzar elaborando una hipótesis y luego preguntándose qué deberíamos encontrar en la realidad, qué deberíamos poder observar, en caso de que la hipótesis fuera verdadera; es decir, obteniendo una implicación contrastadora de la hipótesis. Vayamos a otro ejemplo, el que da el propio Hempel.
Hempel nos cuenta la historia −fascinante y un poco escalofriante considerando cuán poco tiempo pasó desde los hechos en cuestión− de Ignaz Semmelweis, un médico que trabajaba en el Hospital General de Viena, en Austria. La época es la primera mitad del siglo XIX, dentro del turbulento período en el cual, antes de que la mortalidad materna en los partos bajara espectacularmente −uno de los grandes logros de la medicina moderna, después de siglos en que dar a luz era una actividad sin dudas riesgosa−, se daba, a la inversa, el extraño fenómeno de que una mujer tenía más probabilidades de morir en el parto si estaba en un hospital que si daba a luz en su casa, asistida por una partera. De hecho, a causa de esto, en algunas áreas había más muertes post-parto entre mujeres ricas, que tenían acceso a hospitales, que entre las pobres, que no lo tenían y seguían pariendo de la forma tradicional. Esto se debía a que en los hospitales las mujeres solían contagiarse de una enfermedad, conocida como fiebre puerperal, que −en la División Primera del hospital donde trabajaba Semmelweis− tenía una tasa de mortalidad que, a grandes rasgos, estaba alrededor del 10%. Piensen en las mujeres que conocen y que sean madres, e imagínense que una de cada diez de ellas hubiera muerto en el parto. Ciertamente esas tasas espantosas de mortalidad no son las que tenemos hoy en día, y esto se lo debemos a las preocupaciones de Semmelweis, que trató de determinar cuál era la causa de la mortalidad por fiebre puerperal; más en particular, por qué las mujeres de la División Primera de su hospital morían de esta enfermedad en mayor proporción que quienes se atendían en la División Segunda.
Este era, en efecto, su problema científico. Pero, para llegar a una solución, tuvo que elaborar una serie de conjeturas, y luego ir “a los datos” a efectos de ponerlas a prueba. Como veremos inmediatamente, Semmelweis no habría pensado siquiera en recolectar ciertos datos específicos en caso de no haber estado guiado por esas conjeturas o hipótesis.
Semmelweis sabe, solamente, que las mujeres de una de las dos divisiones del hospital mueren en mayor proporción que las de la otra; su tarea es descubrir por qué. Lo que sabe también −y esto sí lo obtiene “de los datos”− es que existe una serie de diferencias entre las condiciones de internación entre una y otra de las dos divisiones, así que la solución al problema tiene que estar producida por alguno de esos factores que son diferentes. Pero no es posible descubrir esa solución simplemente “observando”. Lo que hay para observar es simplemente que hay dos divisiones, que difieren en una serie de cosas, y que en una se mueren más mujeres que en la otra. Nada más. Semmelweis necesita, como nos remarca Hempel, determinar algunas posibles soluciones al problema y ponerlas a prueba.
Por ejemplo: una de las diferencias entre la Primera División y la Segunda era que en la Primera, cuando un sacerdote debía llegar a la enfermería para ofrecerle los últimos sacramentos a una persona moribunda, debía atravesar cinco salas donde se encontraban internadas mujeres. El sacerdote venía acompañado por un acólito, que iba tocando una campanita, todo lo cual podía resultar bastante aterrador y debilitar, “psicológicamente”, a las mujeres que tenían que presenciar este fenómeno; eso las haría más proclives a morir por fiebre puerperal. En la División Segunda, donde el sacerdote tenía acceso a la enfermería sin pasar por otras salas, este factor no se daba. Esto nos permite contar con una primera hipótesis y, en consonancia con ella, con una indicación de qué deberíamos poder encontrar en caso de que ella fuera verdadera. Pasemos en limpio la hipótesis en cuestión, que llamaremos H1:
H1: La causa de la mayor incidencia de la fiebre puerperal en la Primera División es que el paso del sacerdote con su acólito debilita psicológicamente a las parturientas.
Ahora bien, esto es algo que podemos poner a prueba obteniendo los datos relevantes; no necesitamos quedarnos con la conjetura y ya. Por lo demás, noten que, aunque el inductivismo podía parecernos “de sentido común”, también esta otra alternativa −primero una hipótesis, luego la búsqueda de datos que la pongan a prueba− puede encajar bien con algunas de nuestras prácticas cotidianas. Si no funciona el control remoto del televisor y pensamos que eso se debe a que las pilas están gastadas, pondremos a prueba nuestra hipótesis cambiando esas pilas por unas nuevas. Del mismo modo, H1 tiene lo que, como adelantábamos, Hempel llama una “implicación contrastadora”: aquel enunciado que describe un hecho observable que deberíamos encontrar, que deberíamos poder observar, si la hipótesis fuera verdadera. El enunciado en cuestión sería, para el caso de H1, el siguiente, que llamaremos “implicación contrastadora 1” o I1:
I1: Si el sacerdote deja de pasar por la sala y el acólito ya no toca la campanita, entonces la mortalidad por fiebre puerperal en la División Primera disminuirá.
Notemos que hemos dicho que H1 y I1 están relacionadas de una forma particular: si la hipótesis que propusimos es verdadera, entonces la consecuencia observacional tiene que ser verdadera también; es decir, la consecuencia observacional tiene que “encajar” con lo que encontremos en el mundo. En lógica proposicional, la conectiva “si… entonces…”, que representamos con una flecha (→) y que da lugar a un tipo de proposición que llamamos condicional material, tiene precisamente este significado: decimos “Si tal cosa entonces tal otra” para indicar que si el primer enunciado es verdadero entonces el segundo tiene que serlo también; en otras palabras, para señalar que no puede ser el caso que el primero sea verdadero y el segundo sea falso. Si la mortalidad no disminuye cuando el sacerdote deja de pasar por las salas; es decir, si la consecuencia observacional se revela falsa, entonces la hipótesis tiene que ser falsa también. Esquemáticamente, esta relación entre la hipótesis y la implicación contrastadora sería:
H1 → I1
De manera menos esquemática, lo que tenemos es:
Si la causa de la mayor incidencia de la fiebre puerperal en la Primera División es que el paso del sacerdote con su acólito debilita psicológicamente a las parturientas, entonces si el sacerdote deja de pasar por la sala y el acólito ya no toca la campanita, entonces la mortalidad por fiebre puerperal en la División Primera disminuirá.
Notemos que la implicación contrastadora misma (I1) tiene una estructura “si… entonces…”, con lo cual, en rigor, tenemos un condicional material dentro de otro (algo que podríamos representar en la forma H1 →(C→E)). Pero, de momento, solo nos importa el condicional más “grande” (H1 → I1); es decir, la relación entre la hipótesis y su implicación, tomada esta última “en bloque”.
Dada esta relación entre la hipótesis y la implicación contrastadora, es entendible que, cuando la implicación contrastadora se reveló falsa −es decir, cuando, pese a que el sacerdote dejó de pasar por las salas de las parturientas y el acólito ya no tocó la campanita, la mortalidad no disminuyó−, Semmelweis considerara que su hipótesis H1 también era falsa. La negación de una hipótesis a partir de la negación de su implicación contrastadora (es decir, a partir de la falsedad de su implicación contrastadora) es un razonamiento de la forma conocida como modus tollens:
1) H1 → I1 [Si es verdadera H1, entonces es verdadera I1]
2) ¬I1 [No es el caso que sea verdadera I1]
Por lo tanto,
3) ¬H1 [Es decir: no es el caso que sea verdadera H1]
Esto lo llevó a poner a prueba otra hipótesis, guiado nuevamente por las diferencias entre una y otra de las divisiones del hospital. Notó que las mujeres de la División Primera daban a luz de espaldas, y en la División Segunda, de costado. Así llegó a la siguiente hipótesis, que llamaremos H2:
[H2] La causa de la mayor incidencia de la fiebre puerperal en la Primera División es que las mujeres en ella dan a luz de espaldas y no de costado.
Nuevamente, esta conjetura es algo que se puede poner a prueba con la experiencia. Si la hipótesis fuera verdadera, entonces debería ser verdadero el siguiente enunciado:
[I2] Si las mujeres de la División Primera empiezan a dar a luz de costado, entonces la mortalidad por fiebre puerperal en la División Primera disminuirá.
Una vez más, esta relación entre la hipótesis y la implicación contrastadora puede expresarse como H2→I2; esto es:
Si la causa de la mayor incidencia de la fiebre puerperal en la Primera División es que las mujeres en ella dan a luz de espaldas y no de costado, entonces si las mujeres de la División Primera empiezan a dar a luz de costado, entonces la mortalidad por fiebre puerperal en la División Primera disminuirá.
Notemos, una vez más, que son nuestras hipótesis aquello que nos permite saber qué “ir a buscar” en la realidad, qué datos específicos observar. No nos sentamos pasivamente a esperar “ver” cosas, sino que recurrimos a la realidad teniendo en mente la necesidad de poner a prueba las conjeturas que hemos hecho. Y toda esta historia ilustra, piensa Hempel, cómo la práctica científica real no sigue (porque no podría seguir) las normas del inductivismo estrecho.
3. ¿Qué hay con las hipótesis que no se prueban falsas?
Hasta ahora, hemos visto que, para Hempel, la ciencia funciona poniendo a prueba hipótesis que son las que nos guían a la hora de recabar datos, y que dado que ellas están, respecto de sus implicaciones contrastadoras, en una relación de “si… entonces…”, cuando las implicaciones contrastadoras resultan ser falsas esto nos permite concluir que las hipótesis que las implicaban son también falsas. Pero tenemos que ver ahora qué sucede cuando una implicación contrastadora no resulta falsa, sino verdadera, lo cual nos permitirá seguir caracterizando la posición de Hempel frente al inductivismo.
La historia de Semmelweis que nos cuenta Hempel incluye el momento en el que, finalmente, el médico logra formular una hipótesis cuya implicación contrastadora no es falsa. La hipótesis −que llamaremos H3 por brevedad− es la siguiente:
[H3] La causa de la mayor incidencia de la fiebre puerperal en la Primera División es que los médicos que atienden a las parturientas luego de practicar autopsias contaminan a aquellas con “material cadavérico”.
Ahora bien, si esta hipótesis es verdadera, entonces ha de esperarse que, en la medida en que los médicos comiencen a desinfectar sus manos antes de revisar a las parturientas, la mortalidad por fiebre puerperal disminuya. La implicación, entonces, sería la siguiente:
[I3] Si los médicos de la División Primera desinfectan sus manos antes de atender a las parturientas, entonces la mortalidad por fiebre puerperal en la División Primera disminuirá.
Nuevamente, la hipótesis y su implicación contrastadora forman un condicional material, H3→I3. Y, en este caso, la implicación contrastadora resultó ser verdadera: cuando los médicos comenzaron a lavarse las manos entre una autopsia y la atención a una parturienta, esta práctica se vio seguida por un descenso en las muertes por fiebre puerperal.
Ahora bien, recordemos qué es lo que nos dice un condicional material: que no puede ser el caso que la primera mitad, conocida como “antecedente” (lo que viene después del “si”) sea verdadera y la segunda mitad, que llamamos “consecuente” (y que figura después del “entonces”) sea falsa; si la segunda es falsa −como vimos que lo eran I1 e I2− eso nos permite concluir que la primera es falsa también. Pero eso no significa que, a la inversa, si el consecuente del condicional (en este caso, la implicación contrastadora) es verdadero, el antecedente del condicional tenga que ser verdadero también. En otras palabras, la siguiente inferencia es lógicamente inválida:
1) H3→I3 [Si es verdadera H3, entonces es verdadera I3]
2) I3 [Es verdadera I3]
Por lo tanto,
3) H3 [Es verdadera H3]
Esto da lugar a la situación conocida como asimetría entre la refutación y la verificación. El razonamiento que hacemos cuando refutamos una hipótesis es deductivamente válido; el que hacemos cuando queremos verificarla no lo es.
En otras palabras, de la falsedad de la implicación contrastadora podemos inferir válidamente la falsedad de la hipótesis, pero de la verdad de la implicación no podemos inferir la verdad de la hipótesis. Esto sería diferente si la relación entre hipótesis e implicación contrastadora no fuera “si H3 entonces I3” (H3→I3) sino “H3 si y solo si I3” (H3↔I3); es decir, si la verdad de I3 fuera una condición necesaria y suficiente para la verdad de H3. Pero I3 es solo una condición necesaria para H3, porque H3 tiene más contenido, “dice más”, que I3. H3 implica otras consecuencias además de , y tal vez alguna de ellas se pruebe, en el futuro, como falsa. En consecuencia, no decimos que la verdad de I3 verifica también la hipótesis H3. Sin embargo, podemos decir que H3 “salió airosa”, que pasó la prueba de la contrastación, a diferencia de lo que había sucedido con hipótesis anteriores.
Ahora bien, que podamos decir esto no significa que la hipótesis solamente no quedó refutada, pero que esté en la misma posición, cognitivamente hablando (que sea igual de “valiosa” como hipótesis) que si simplemente no la hubiéramos contrastado. La hipótesis no fue refutada en el marco de una contrastación en la que habría sido posible que lo fuera (es decir, habría sido posible que la mortalidad por fiebre puerperal no bajara tras las medidas antisépticas dispuestas por Semmelweis) y esto implica, piensa Hempel, que la hipótesis tiene más apoyo luego de haber pasado por esta contrastación que cuando simplemente era una conjetura no testeada. Mas aun, de acuerdo con Hempel, cuantas más contrastaciones exitosas atraviese la hipótesis, mayor será el grado en el que ella estará “confirmada”. Y este es un punto en el que su propia posición confluye con el inductivismo, más allá de que, como vimos, rechaza el inductivismo estrecho.
Esta es una diferencia importante entre la posición de Hempel y la de un autor que veremos más adelante en el curso, Karl Popper. Para Hempel, si bien nunca podemos inferir la verdad de una hipótesis sobre la base de la verdad de sus implicaciones contrastadoras −y en este punto su posición es la misma que la de Popper, también enemigo de la idea de verificación de una hipótesis científica−, sin embargo sucesivas contrastaciones favorables de la hipótesis incrementan su grado de “confirmación” −algo que Popper nunca admitiría−. En ausencia de evidencia que la refute, cuantas más veces una hipótesis haya sido puesta a prueba y salido airosa, mayor será la credibilidad que le atribuyamos, aunque el grado en que se incremente esta credibilidad será cada vez menor (no se incrementa tanto el grado de confirmación cuando ya disponemos de cien contrastaciones favorables a la hipótesis que cuando disponemos de diez). Por otro lado, Hempel señala que no solo el número sino también la variedad de las contrastaciones es de carácter decisivo: una hipótesis resultará mejor confirmada si ha sido sometida a pruebas bajo circunstancias muy diferentes, en las que modificamos deliberadamente una serie de variables, que si únicamente repetimos el “mismo” tipo de experimento una y otra vez. Una contrastación bajo condiciones que cambiamos controladamente es preferible a una en la que no hacemos esto, porque nos permite determinar si una hipótesis con cierto carácter general, que no se refiere solo a ciertas condiciones particulares (a cierto tipo de seres humanos, a cierta temperatura, a cierta masa de los objetos, etcétera), pero que ha sido hasta el momento testeada solo con respecto a esas condiciones, puede salir airosa cuando se la testea a propósito de otras muy diferentes.
4. Recapitulación de contenidos
La tesis epistemológica según la cual la ciencia procede (o debe proceder) partiendo de la observación de fenómenos singulares y luego obteniendo, por generalización, enunciados universales es denominada por Hempel inductivismo estrecho.
Para Hempel, el inductivismo estrecho es impracticable: sin una hipótesis, no sabemos qué es lo que tenemos que observar. De acuerdo con su propia reconstrucción, lo que nos “guía” en la observación son las implicaciones contrastadoras de una hipótesis. Es decir, “vamos a los datos” en vistas a determinar si efectivamente son verdaderos los enunciados que tendrían que serlo en caso de que la hipótesis fuera verdadera también.
Si bien Hempel critica al inductivismo estrecho, considera que una reconstrucción correcta de la actividad científica será inductivista en un sentido amplio. En concreto, para Hempel, cuanta más evidencia particular exista a favor de una hipótesis, mayor será el grado en que ella se encontrará “confirmada”, si bien nunca podrá ser verificada.