La boda de Jorge y Montserrat fue mucho más que una celebración; fue un momento profundamente emotivo que tuve el privilegio de presenciar y fotografiar. En el corazón de la Ciudad de México, lejos del bullicio habitual, encontraron un pequeño refugio donde se sintieron verdaderamente en casa. El lugar era cálido y acogedor, lleno de detalles personales que hablaban de su historia juntos y de la intención de compartir este día solo con quienes realmente forman parte de su círculo más cercano.
Desde el primer momento se sintió la cercanía entre todos. Éramos pocos, pero cada mirada, cada gesto y cada palabra tenían un peso especial. La intimidad del espacio permitió que las emociones fluyeran sin filtros: las lágrimas sinceras durante los votos, las carcajadas espontáneas en la sobremesa, los abrazos prolongados que no necesitaban explicación. Como fotógrafo, fue un regalo poder moverme con libertad y capturar todo eso desde adentro, no como un observador, sino como parte de la historia.
Jorge, mi mejor amigo, estaba radiante de felicidad, y Montserrat, serena y luminosa, tenía una sonrisa que parecía abrazar a todos. Fotografiar su boda fue un acto de amor, de amistad y de confianza. Me siento profundamente agradecido por haber estado ahí, no solo con una cámara en las manos, sino con el corazón lleno de orgullo por acompañarlos en el inicio de su nueva vida juntos.