Desde el punto de vista económico, y siguiendo a Paul Romer, se puede considerar una idea como una receta que permite la creación de valor(2) reorganizando objetos previos(3). Por su parte, una metaidea sería una receta para las interacciones sociales que incentiva la producción y la transmisión de ideas(4). Romer considera adicionalmente que, mientras las metaideas son ideas sobre ideas, el crecimiento proviene de las ideas relacionadas con los objetos (Romer, 2015b). Al igual que hay ideas con distintas capacidades de desarrollo y valor económico(5), también hay jerarquías en el espacio de las metaideas. Hay unas pocas, excepcionales y de trascendental relevancia, para las cuales proponemos la denominación de metaideas alfa.
La aparición de una nueva metaidea alfa es un suceso extremadamente raro. Histórico. Una disrupción del mundo previo en todas sus acepciones: económica, sociológica, filosófica, jurídica y política. Por ejemplo, la «ciudad» es una metaidea alfa, y una de las mayores jamás encontradas. La ciudad implica la agrupación densa de humanos y su proximidad física, incentivando los efectos de escala, de aglomeración y de red en el intercambio y generación de ideas. La aparición de la metaidea «ciudad»(6) permitió el inicio de la Historia(7) y, de forma muy importante aunque secundaria, el nacimiento y desarrollo de metaideas beta como el «sector público».
Otro ejemplo sería el «mercado». Esta metaidea alfa implica que el sistema de precios relativos es un instrumento eficiente para, en un ambiente económico de escasez, —como todos los conocidos hasta ahora— revelar las preferencias individuales y sociales con requisitos informacionales mínimos e incentivar la cobertura de dichas necesidades de forma no coactiva. De forma análoga a la ciudad, cuyo desarrollo solo fue posible tras el descubrimiento de la agricultura y, con ella, la aparición de asentamientos físicos estables, la metaidea «mercado», en su concepción actual, solo es posible tras el asentamiento intelectual de los principios de libertad de elección(8) y de libertad de empresa. Es decir, de la libre competencia(9).
Las metaideas alfa no son islas autárquicas. Por ejemplo, la interacción entre el mercado y la ciudad fortalece recíprocamente ambas metaideas y permite descubrir nuevas recetas, compartirlas y mejorarlas. Los beneficios de dicha combinación pueden originar un nuevo diseño para una taza de café o la idea de incrementar el salario de una persona a medida que gana experiencia en su trabajo (Romer, 2015b).
Tradicionalmente, la tercera metaidea alfa es «el método científico». Como resume el discurso de Feynman en Caltech, éste está basado en la comprobación y descarte de las ideas con datos verificables. La refutación no se realiza con opiniones subjetivas, ni atendiendo al principio de autoridad(10). Esta metaidea se inicia con el Renacimiento italiano, se asienta en la Ilustración francesa y, tras la Revolución Industrial inglesa, sigue evolucionando hasta nuestros días(11). Como considera Romer, la ciencia permite acelerar la velocidad a la que los humanos exploran el inabarcable número de posibilidades existentes, descubriendo nuevas y valiosas recetas.
La combinación del método científico con otras metaideas, como ciudad y mercado, nos permite en la actualidad beneficiarnos de una auténtica explosión combinatoria. Desde el microondas a la ropa térmica, pasando por el GPS, el teléfono móvil, la creciente seguridad de los automóviles o las gasolineras automáticas(12). Sin la ciudad los humanos seguirían siendo cazadores-recolectores y sin el mercado y la ciencia serían más pobres e ignorantes.
Gracias a la ciudad, el mercado y la ciencia, la explosión combinatoria ha sido espectacular desde mediados del Siglo XX hasta nuestros días. En dicho marco ha irrumpido la digitalización, caracterizando las dos primeras décadas del Siglo XXI y acelerando aún más la aparición de nuevas ideas. Antes de analizarla con mayor detalle, conviene introducir sucintamente la metaidea del «sector público» y su relación con los otros conceptos.
Que el sector público es una metaidea queda patente por su capacidad para generar otras ideas. Por ejemplo, las ideas «Gobierno», «Comisión Europea», «Parlamento», «Ley de Defensa de la Competencia», «encomienda de gestión», «funcionario», «CNMC», «IPN», «ayuda de Estado» o «NASA» no existirían sin el sector público. Por otro lado, el sector público sería una metaidea beta. Es decir, una metaidea extremadamente potente y alta en la jerarquía de ideas generadoras de ideas pero, en la actualidad y por diversos motivos, más limitada.
En primer lugar, es una metaidea derivada. Requiere para su aparición de la preexistencia de una metaidea alfa: la ciudad. Sin el sedentarismo y las aglomeraciones humanas en las ciudades, no sería previsible la aparición inicial del sector público(13).
Junto a su enorme potencial creativo, la ciudad viene también acompañada de potentes desutilidades y problemas de coordinación. De hecho, las interacciones sociales en la ciudad, además de beneficiosas para acelerar el crecimiento y la generación de nuevas ideas, son a menudo fuente de conflicto, tanto dentro de la propia ciudad (justicia, seguridad, salud pública) como con otras ciudades (guerra y defensa). El sector público es la metaidea que se encontró para solucionar estas externalidades negativas, o al menos hasta este momento, la más exitosa para paliarlas.
En segundo lugar, es una metaidea beta porque el sector público actual tiene un menor nivel de permeabilidad que la ciudad frente a otras ideas. Es decir, la capacidad combinatoria del sector público con las otras metaideas principales, mercado y ciencia, ha sido históricamente reducida.
Mientras que las interrelaciones entre ciudad, mercado y ciencia son fructíferas y bidireccionales, casi innatas, el sector público ha mostrado hasta el momento unas menores sinergias con los últimos dos conceptos. Es indudable que la actividad del sector público afecta por diversas vías al mercado(14) y a la ciencia(15). Sin embargo, el recíproco es menos cierto(16). Es como si el sector público tuviese una membrana delimitadora(17) que dificulta la aplicación natural a las funciones públicas de las recetas exitosas derivadas del sistema de precios relativos —en ocasiones, de forma comprensible— y del método científico —un rechazo a la evidencia siempre inexplicable—.
En el Esquema 1 se representan gráficamente las relaciones entre el sector público y las tres metaideas alfa previas a la digitalización.
ESQUEMA 1
Fuente: Elaboración Propia
La digitalización implica que un número creciente de ideas y metaideas pueden ser representadas, almacenadas, tratadas y transmitidas como secuencias ordenadas de ceros y unos, es decir, como «datos digitales». Dichos datos digitales —símbolos de ideas— son susceptibles de ser almacenados masivamente(18), transmitidos velozmente —incluso a grandes distancias, empleando el espacio electromagnético— y tratados eficazmente con máquinas de procesamiento de la información, fiables(19) y, con el tiempo, exponencialmente más potentes(20).
La digitalización facilita, a nivel mundial, una abundancia de bienes valiosos —los datos digitales— que se caracterizan económicamente por ser «no rivales», poco costosos, fácilmente accesibles y replicables(21). Además de los rasgos anteriores, los datos digitales se significan, cada vez en mayor medida, por ser masivos(22), organizables(23), persistentes, trazables, abiertos(24), verificables e inmediatos.
La incipiente era digital está modificando aceleradamente los mercados y los modelos de negocio. A menudo con interés económico y sociológico como, por ejemplo, el incremento de la propensión a compartir o la reducción individual de la preferencia por la privacidad. Otras veces, con implicaciones transversales, tecnológicas, sociales, económicas y jurídicas —como las expectativas a nivel mundial por la economía colaborativa(25)—. La digitalización está incluso afectando a los propios conceptos de empresa, de productor y de consumidor con la aparición de las plataformas digitales o la figura del «prosumidor»(26).
Todas estas modificaciones derivadas de la digitalización son fundamentales para el sector privado. No obstante, sus implicaciones podrían ser aún más profundas para el sector público(27), como se desarrolla en el siguiente apartado.