Las dos primeras décadas del Siglo XXI se caracterizan por una digitalización acelerada e irreversible del sistema económico. La revolución digital constituye una metaidea innovadora que se extiende mundialmente a gran velocidad, partiendo de un entorno previo ya altamente globalizado. La misma puede favorecer transversalmente la consecución de una creciente libertad económica, es decir, de una competencia más intensa y generalizada. En paralelo, el proceso de digitalización se retroalimenta de una pléyade de innovaciones tecnológicas, económicas y sociales con las que se potencia mutuamente.
Ya en 1974, en su discurso de graduación a los alumnos de Caltech, Richard P. Feynman trazaba genialmente la frontera entre lo que es ciencia y lo que no lo es: «Entonces, se descubrió un método para seleccionar ideas —que era probarlas para ver si funcionaban, y si no funcionaban, eliminarlas—». En su breve y brillante discurso, Feynman subrayaba que dicho método se fundaba irrevocablemente en la honestidad científica: a kind of utter honesty —a kind of leaning over backwards (Feynman, 1974). Esta honestidad técnica, denominada «integridad de Feynman», está circunscrita fundamentalmente al tratamiento y presentación de los datos, los resultados y, en su caso, de las dudas que se hayan producido durante la investigación (Romer, 2015a).
Feynman también alertaba del peligro de emplear solo la forma, la cáscara del método científico. Como ciertos nativos del Mar del Sur que, finalizada la Segunda Guerra Mundial, habían reproducido al detalle las pistas de aterrizaje del ejército estadounidense con el objetivo de que volviesen a aterrizar los aviones militares cargados de avituallamiento. Sin resultados. Sin aviones. La experiencia nos muestra que esto no ocurre solo en el Mar del Sur, ni se limita al periodo de postguerras.
En ocasiones —demasiado a menudo— el sector público permanece anclado en el seguimiento empecinado de un procedimiento, una formalidad anacrónica de plazos, sellos y firmas que pierde de vista el objetivo público perseguido en su actuación. El formulario en papel autocopiativo no es, ni mucho menos, la esencia de la Administración Pública. Es solo su caricatura(1). Las oportunidades que implica la digitalización del sector público para una mejor realización de sus funciones y, en particular, de una regulación económica más eficiente, no se reducen a la conversión de los formularios de papel en formularios online —aunque dicho servicio resulte de utilidad para los ciudadanos—. Los formularios online y las sedes electrónicas son meras concreciones iniciales de las posibilidades que para la Administración atesora la digitalización, la metaidea más potente desde la aparición del método científico.
Pero no nos anticipemos. El apartado 2 presenta la «digitalización» como una nueva metaidea alfa y su relación abstracta con el sector público. En el apartado 3 se estudian las oportunidades de la digitalización para el funcionamiento del sector público y su intervención en los mercados, prestando especial atención al campo de la regulación. En el apartado 4 se valora la conveniencia, en esta nueva era digital, de contar con una Autoridad Independiente de Productividad (AIP) como institución de acompañamiento, consultiva y con competencias tasadas. El apartado 5 resume las conclusiones, ultimando el artículo con las referencias bibliográficas.
El artículo se ilustra con algunos ejemplos recientes en España, de forma que se amenice la lectura, sin perder el hilo conductor del texto principal.