Desde niña, mi pasión por las ciencias, especialmente la microbiología y la micología, me ayudaba a sobresalir en el ámbito académico. Esta pasión no solo me hacía destacar académicamente, sino que también inclinó las expectativas de mis padres hacia una carrera en medicina. Para todos en mi vida parecía un hecho que sería doctora, lo que reforzaba mi decisión de una carrera en medicina cuando llegué a la escuela superior.
Sin embargo, al llegar a la universidad, mi decisión comenzó a tambalear cuando tomé un curso de educación de forma accidental, el cual despertó una pasión por enseñar. A pesar de este descubrimiento, la presión de cumplir con las expectativas familiares me mantuvo en la decisión que ya había tomado desde hace años.
Dediqué el resto de mi carrera universitaria a las ciencias y a asegurarme un puesto en una escuela de medicina. No obstante, seguí alimentando mi pasión por la educación a través de electivas y actividades extracurriculares. Durante estos años, sentía una creciente frustración y disonancia interna con lo que en mi mente pensaba que tenía que hacer porque era lo que todos esperaban de mí.
No fue hasta que culminé mis horas de observación médica que me di cuenta de que no podía alargar más lo indiscutible y decidí desistir de la idea de ser doctora. Esta decisión de cambiar mi carrera para concentrarme en la educación fue algo radical y una decisión que jamás pensé tomar. Siempre he sido una persona que busca la estabilidad y no le gusta salirse de su zona de confort.