Desde finales del siglo XIII se sucedieron malas cosechas, hambrunas y pestes. La población disminuyó y muchas tierras de cultivo se abandonaron. El malestar provocó revueltas y persecuciones contra los judíos.
Al haber menos campesinos, los ingresos de los nobles disminuyeron. Para compensarlo, elevaron los alquileres de las tierras, lo que provocó revueltas campesinas como el levantamiento irmandiño en Galicia.
Algunos nobles se enfrentaron para acaparar tierras de sus rivales. O se sublevaron contra los reyes para que les dieran nuevas tierras. Una de estas rebeliones la encabezó Enrique de Trastámara (conde de Noreña) contra su hermano el rey, Pedro I.
La guerra finalizó con la muerte del rey y la entronización de Enrique II en 1369. Así llegó al trono de Castilla la dinastía Trastámara.
Desde mediados del siglo XIV se sucedieron graves problemas en Cataluña por la disminución de la población y el declive económico, agravándose la situación en el siglo XV por epidemias, revueltas y guerra civil.
La dinastía Trastámara accedió al trono aragonés en 1412: el rey Martín I el Humano murió sin herederos; en el Compromiso de Caspe, los representantes de los distintos reinos eligieron rey a Fernando I, hijo de Juan I de Castilla.
La llegada al trono de la nueva dinastía coincidió con el estallido de diversos conflictos sociales:
Los campesinos catalanes o remensas se sublevaron contra los nobles que les reclamaban derechos olvidados. La lucha concluyó con la Sentencia Arbitral de Guadalupe que dio la razón a los remensas.
En Barcelona estalló una guerra civil entre los nobles y burgueses ricos (que deseaban mantener sus privilegios) y el rey Juan II apoyado por artesanos, pequeños comerciantes y remensas. Finalmente el rey tomó la ciudad.
Todo este caos en Cataluña hizo que esta perdiera gran parte de su influencia. Valencia pasó a ser el primer puerto de la Corona de Aragón.