APUNTE BIOGRÁFICO

Rafael Jerez Mir nació en Granada en 1943 en una familia numerosa. Ésta estaba muy condicionada por la tragedia del padre, médico de profesión, y de toda la rama paterna de la familia (embestida de modo brutal -como tantas otras- desde los primeros días de la guerra civil por la barbarie desencadenada por la rebelión del ejército africanista); pero también contaba con las ventajas culturales y educativas de la convivencia diaria entre tantos hermanos con sus muchos amigos, una madre toda voluntad y empeño y un abuelo (el naturalista mallorquín Juan Mir Peña, catedrático de física y química del Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad desde 1911) con un prestigio notorio como docente y científico en los medios ilustrados de la ciudad, donde murió en 1956.

Al igual que otros muchos niños de clase media, vivió la infancia y la preadolescencia envuelto por la absorbente cultura neocatólica de la época: en la propia familia y el colegio de las Escuelas Pías, a diario; y en la Acción Católica parroquial y los círculos jesuíticos, los fines de semana. Luego, en la adolescencia, continuó interiorizando esa misma cultura neotridentina, pero de un modo más intenso y a fondo: primero, durante dos años, en Getafe (Madrid), tras ingresar en septiembre de 1957 como aspirante al noviciado, a raíz de las vivencias, tan excepcionales (por lo sugestivas y por lo tenebrosas), de los últimos ejercicios espirituales ignacianos, en el cuarto curso del bachillerato; y, luego, tres años más, en Irache (Navarra) y en Albelda de Iregua (Logroño), donde cursó la filosofía eclesiástica, el magisterio y el bachillerato superior en ciencias y en letras.

En junio de 1962 abandonó ese medio cultural, de tipo cerrado y total, tras varios meses de tensiones íntimas alimentadas por el despuntar del propio pensamiento crítico. Preparó el preuniversitario durante el verano y, en octubre, comenzó los estudios de la licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, donde cursó los dos años comunes con algunos buenos maestros. Uno de ellos, Antonio Domínguez Ortiz (1909-2003), le descubrió la necesidad del estudio riguroso de la historia de España para comprender el pasado inmediato de la sociedad española, como clave imprescindible del presente: y con otro, Manuel Pita Andrade (1922-2009), constató cómo se puede enseñar una disciplina de modo ejemplar.

Además, Pita Andrade le acogió como colaborador en su estudio antológico del arte de la provincia de Granada e intentó disuadirle ante su intención de cursar filosofía, aunque la inquietud del discípulo pudo más que los buenos consejos del maestro: en 1964, se matriculó en el primer curso de la especialidad de “filosofía pura” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, donde pudo comprobar bien pronto que estaba adentrándose en un páramo intelectual, con excepciones muy contadas.

En su caso, la más importante de esas pocas excepciones fue, con mucho, la del profesor de ética y sociología, Eloy Terrón Abad (1919-2002), con el que inició una relación regular que duraría toda la vida. Tuvo que hacerlo fuera de las aulas universitarias, porque Eloy Terrón dimitió como profesor adjunto a los dos meses del comienzo de las clases del curso 1965-66, para evidenciar su protesta ante la confirmación por el tribunal supremo de la destitución de José Luis López Aranguren (1909-1996), titular de la cátedra, desposeído de la misma -como el filólogo y filósofo Agustín García Calvo (1926) y otros tres catedráticos más- por respaldar el movimiento de los estudiantes por la democratización de la sindicación universitaria..

Gracias a Eloy Terrón, pudo hacerse ya en octubre de 1966 con los libros de Manuel Sales y Ferré (1843-1910), primer catedrático de sociología de la Universidad española, con los que preparó la memoria de licenciatura (1968). Él le proporcionó también por entonces una biblioteca crítica de historia, antropología y sociología con la que adquirir una formación básica. Y, además, le orientó de modo eficaz para madurar los propios objetivos intelectuales; a saber: pensar la sociedad, con especial atención al caso español, y contribuir en lo posible al impulso de una concepción científica de la filosofía.

Ese bagaje intelectual inicial lo completó en esos mismos años con las lecciones de Agustín García Calvo en sendos cursos anuales sobre los presocráticos y los sofistas que impartió en su academia de la calle Desengaño. De modo que, con todo ello, más los frutos de la experiencia inicial en la docencia de la filosofía y de la preparación de las oposiciones a agregadurías (1969) y cátedras (1970) de Instituto, pudo llenar el vacío de una licenciatura en filosofía (1967) -cursada por lo demás con los mejores resultados académicos-, para combinar, en adelante, la docencia y la investigación.

Comenzó por abordar, como investigador, la interpretación coherente de la historia de la filosofía occidental (1971-1973) y de la historia de la ciencia y la filosofía española (1974-1977), con las claves de los marxistas ingleses de los años treinta, como marco teórico y sociohistórico necesario para entender la significación social del pensamiento y la obra de Manuel Sales y Ferré, que fue el tema de su tesis doctoral (1978).

Ante el impulso, desde los últimos años setenta, de la reforma de las enseñanzas medias, por la vieja y la nueva clase media, abordó la crítica de la misma. Se centró, sobre todo, en el análisis curricular de la filosofía y en el perfeccionamiento de su didáctica. Y aprovechó, para hacerlo, las lecciones de la propia experiencia: en la docencia, como profesor de filosofía, en la enseñanza media, y de historia de la filosofía, en la superior (1980-2002); en la gestión político-administrativa, como director de Instituto (1970-1984) y miembro activo de la dirección de la Sociedad de Profesores de Filosofía de Instituto (1980-1988); y en la investigación, al potenciarla desde entonces mediante su integración en el círculo intelectual del biólogo Faustino Cordón (1909-1919).

Por último, desde finales de 1988, viene ocupándose en la crítica de la sociología de la cultura y la educación, a la luz de la interpretación neodarwinista de la evolución de los animales y su medio: al afrontar la memoria de cátedra (1990) en una Escuela Universitaria de la Universidad Complutense de Madrid, primero; con el estímulo de la enseñanza a futuros maestros y pedagogos en la Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado, de esa Universidad, desde 1993; y con centro, de momento, en la difusión crítica de la obra filosófica, antropológica, sociológica y política de su maestro, Eloy Terrón, tras su jubilación voluntaria en septiembre de 2008.