Horarios de verano e invierno

(Diario Información, 17 de noviembre de 2000)

Hace pocas semanas, como cada año, hemos cambiamos la hora de nuestros relojes, atrasándolos sesenta minutos. Y así seguirán hasta la primavera, cuando realizaremos el proceso contrario entrando de nuevo en el llamado horario de verano que, supuestamente, sirve para ahorrar energía.

La primera referencia que se conoce a la posibilidad de ganar horas de luz se encuentra en un ensayo de Benjamín Franklin del año 1784. Sin embargo, fue por primera vez en 1909 cuando un parlamento, el británico, discutió la posibilidad, finalmente aceptada en 1916, de adoptar el horario de verano.

Hoy siguen esta costumbre unos 70 países, con excepciones tan peculiares como la del Estado de Arizona: a diferencia de la mayor parte de los Estados Unidos, no cambia su horario aunque la inmensa reserva que los indios Navajos tienen dentro de este Estado sí que sigue el horario de verano.

Una directiva del Parlamento Europeo y del Consejo del pasado 20 de junio (que he encontrado gracias al Centro de Documentación Europea de la Universidad de Alicante, http: //www. cde.ua.es) incluye un estudio sobre las repercusiones que la armonización de los horarios de verano, totalmente vigente desde 1996, tiene para los Estados miembros de la Unión.

Según la Comisión Europea, el objetivo del horario de verano es alargar las horas de luz por las tardes, lo que se cree que tiene un efecto beneficioso sobre el consumo de energía eléctrica. La mayor luminosidad de las tardes hace que pasemos más tiempo fuera de casa, que prolonguemos las actividades al aire libre y que, por tanto, retrasemos el consumo doméstico de luz eléctrica.

Sin embargo la magnitud de este ahorro es mínima: entre el 0 y el 0,5% y además, cada año que pasa es menor. Debe tenerse en cuenta que entre 1960 y 1983 la proporción de energía utilizada para la iluminación disminuyó del 25% al 10% mientras que aumentó la usada por las industrias, los sistemas de aire acondicionado etcétera.

Por otro lado, el hecho de que exista un ahorro energético global (teniendo en cuenta, por ejemplo, el aumento del tráfico vespertino, el consumo de calefacción por las mañanas o los gastos de programación informática) no ha podido ser establecido con certeza, dado el gran número de hipótesis que son necesarias para hacer una estimación de este presunto ahorro. Tampoco se ha podido determinar con seguridad si son los efectos positivos o los negativos los que dominan en la agricultura, el medio ambiente o la contaminación.

Por tanto, los beneficios conocidos más importantes del horario de verano son sociológicos: dos terceras partes de los encuestados consideran positivo tener más horas de luz por las tardes para realizar actividades al aire libre. Esto genera indirectamente algunos beneficios para las empresas de ocio y turismo. También es posible que el horario de verano contribuya a la seguridad vial de los peatones, al mejorar la visibilidad por las tardes, que es cuando más atropellos se producen.

Finalmente, los estudios concluyen que los cambios de horario no inducen perturbaciones significativas sobre los seres vivos y que las molestias debidas a las dos adaptaciones anuales son siempre transitorias y duran, a lo sumo, una o dos semanas.

En invierno, el horario de verano no se aplica porque el aumento de horas de luz por las tardes va unido a una disminución equivalente por las mañanas. Sin embargo, el informe de la Comisión deja una pregunta sin resolver: ¿Por qué no se adopta el horario de verano todo el año? De esta forma se contentaría a la mayoría que prefiere este horario y también a aquéllos que no desean variar sus costumbres dos veces al año.

RAFAEL C. CARRASCO Departamento de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Alicante