Escritos Cuaresmales
Evangelio: Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan." Jesús le contestó: "Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre"."
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo."
Jesús le contestó: "Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto"." Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le contestó: "Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios"."
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Comentario de Jose Arregi
Queridos amigos y amigas:
Al comienzo de nuestra Cuaresma, miramos a Jesús tentado en el desierto. Él es uno de nosotros. Miramos a Jesús tentado como nosotros, para tener de quién aprender en nuestro camino a la Pascua. ¿Solamente de quién aprender? Eso es decir poco. Miramos a Jesús tentado, para saber y tener con quién caminar. Jesús tentado es nuestro compañero de camino. Él nos reconforta.
El evangelio nos dice que el "diablo" lo tentó. Evidentemente, "el diablo" es una manera de hablar. El "diablo" no es un espíritu maligno que está ahí, dentro de nosotros o fuera de nosotros; no es un ángel tortuoso que nos está instigando al mal. El "diablo" no es un alguien separado de Dios y de nosotros.
"Diablo" viene del griego diábolé, que significa "desavenencia, desacuerdo", y también "acusación falsa, calumnia". Por ahí va lo diabólico: es esa desavenencia instalada en el corazón de nuestro ser, es esa falsa acusación contra nosotros y contra los demás que tantas incomprensiones y angustias y miedos nos provoca.
El "diablo" es una imagen que expresa nuestro ser inacabado y siempre herido, nuestro ser en desavenencia consigo y con los demás, que nos lleva a acusar, dividir, engañar.
¿Qué os imagináis? ¿Que Jesús no era de esta nuestra carne inacabada y herida? Pues sí lo era, y profundamente, y desde lo profundo la fue curando y nos cura. Su ser era nuestro ser: limitado como nosotros, herido como nosotros, hambriento en el desierto como nosotros, en camino hacia la Pascua como nosotros. Tentado como nosotros. También él sintió esa profunda desavenencia interna, ese conflicto de quereres que nos desgarra y nos pone a prueba.
Queremos y no podemos. No llegamos a hacer aquello que querríamos hacer, o a ser como querríamos ser. Querríamos ser mucho mejores de lo que somos, y no conseguimos serlo. O es la misma voluntad la que tal vez se desvanece y tambalea.
A menudo nos sucede que no sabemos ni siquiera lo que realmente queremos. O acaso nos sucede que sí lo sabemos, pero nuestra voluntad no posee la firmeza y determinación necesarias para realizar aquello que queremos. ¡Quién sabe lo que realmente nos pasa!
Algunos lo han llamado "pecado original", pero esta categoría nos ha metido en auténticos berenjenales y, en todo caso, para que "el pecado original" pudiera explicar algo, tendríamos primero que poder explicar "razonablemente" el propio "pecado original", y no hay manera, de modo que no nos sirve.
Una cosa es cierta: no hacemos no podemos hacer todo el bien que queremos, y hacemos muy a menudo a nosotros mismos y a los demás el daño que no querríamos hacer.
Así hablaba San Pablo, y nos basta con ese lenguaje, que no explica nada, sino simplemente describe la realidad. Llevamos profundamente adheridas en nosotros, y están profundamente incrustadas en todas las estructuras e instituciones sociales (y religiosas), muchas tendencias que contradicen nuestro querer más auténtico, el querer bueno y feliz de Dios.
Eso son las tentaciones: las tendencias, inercias, deseos, intereses, poderes y factores que nos impiden realizar nuestro querer más nuestro y verdadero, que es el querer de Dios. Y estamos heridos, y herimos sin cesar.
¿Por qué nos herimos? Yo no diría que lo hacemos por nuestra culpa y maldad. No. Nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás, no tanto por libertad, sino más bien por falta de auténtica libertad. No somos realmente libres, o dicho de otro modo: nuestra naturaleza o nuestro ser están aún inacabados.
Y de esa naturaleza nuestra inacabada es, precisamente, imagen el desierto. Vivimos en camino. Caminamos a la vida digna de ese nombre. Caminamos a la Pascua. Caminamos a la plenitud de nuestro ser. Caminamos hacia Dios. Y el camino está lleno de pruebas e incertidumbres. Pero debemos caminar. No basta decir: "Así soy y ¡qué le voy a hacer!"
Jesús también caminó, y su camino estuvo sometido a la prueba, la herida, la ignorancia. Y tuvo que aprender a liberar su auténtico querer. Nuestras "tentaciones" son también las de Jesús. El evangelio nos las ha resumido magistralmente: la tentación del pan, la tentación del Dios mágico, la tentación del poder.
En primer lugar, la tentación del pan: "Di que estas piedras se conviertan en panes". Que todas las piedras se conviertan en pan fácil e inmediato: ¿qué más quisiéramos? ¡Pero qué engañoso es!
Es la tentación de satisfacer ya todos nuestros deseos y apetencias, es la tentación de poner nuestro interés inmediato por encima de todo lo demás, es la tentación del consumismo compulsivo y desaforado, es la tentación de pensar que seremos más felices teniendo más.
También Jesús tuvo que hacer frente a esa tentación. Escuchemos lo que dice: "No sólo de pan vive el ser humano". También la palabra nos hace vivir. Y el amor y la belleza. Es decir: Dios nos hace vivir más que todo pan.
En segundo lugar, la tentación del Dios mágico: "Échate y Dios enviará ángeles que te recojan en el aire". Es la tentación de la religión mágica, la tentación de convertir a Dios en explicación y recurso, la tentación de rebajar a Dios a nuestra medida y de utilizarlo para nuestros intereses superficiales.
Pero Dios no nos salva desde fuera. Dios no nos envía ángeles que nos recogen en el aire. Eso sería "tentar a Dios": ser un Dios omnipotente y externo sería la tentación suprema de Dios. Dios no quiere ser omnipotente desde fuera, sino desde dentro de nuestro ser frágil, herido y peregrino. Escuchemos a Jesús: sólo desde nosotros mismos nos puede salvar Dios. Seamos ángeles los unos para los otros, y sólo así será Dios nuestro ángel de la guarda.
En tercer lugar, la tentación del poder: "Todo esto te daré, si te postras y me adoras". Es la tentación de todos los reyes y de todos los reinos. Poseerlo todo y estar por encima de todos. Es "el diablo" por antonomasia: la desavenencia, la lucha, la opresión. El poder aplasta y ahoga.
Dios libera y da aliento. Escuchemos a Jesús: "Sólo a Dios adorarás". Pues Dios sirve y hace libre. Sólo a Dios darás culto, pues Dios sirve y cuida delicadamente la vida de todo viviente. Jesús fue libre porque, en su ser inacabado y herido como el nuestro, sirvió y cuidó y sanó la vida. Así fue Jesús verdaderamente libre, verdaderamente humano. Y así fue verdaderamente divino.
Amigos y amigas, en Jesús vemos la medida y el destino de nuestra humanidad. Nuestra verdadera voluntad libre. Y cada vez que nuestra voluntad flaquea y titubea, él está con nosotros. En nuestro desierto, no caminamos solos: Jesús tentado y herido viene con nosotros. Vamos juntos a la Pascua, a nuestra verdadera libertad, para convertir el desierto de nuestro mundo en un nuevo paraíso.
José Arrregi
Para orar
Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón.
(Liturgia de las Horas)
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LAS TENTACIONES DE CRISTO Y NUESTRA TENTACIÓN
José María Castillo, 21 de febrero de 2010
Hoy, primer domingo de cuaresma, la liturgia de la misa nos recuerda el evangelio de las tentaciones de Cristo en el desierto. Evidentemente, no se trata de un relato histórico. Porque no puede ser verdad que un hombre, que se pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer, sólo sintiera hambre al final, como dice ese relato tan extraño. Podemos estar seguros de que ahí se cuenta algo que le pasó a Jesús, pero no en un momento determinado, sino a lo largo de su ministerio público. Y con ello, lo que se pretende es decirnos, a quienes leemos los evangelios, que también nosotros, al igual que Jesús, estamos sometidos, durante toda nuestra vida, a las mismas tentaciones, que son, sin duda alguna, las peores tentaciones que podemos sentir en este mundo. ¿De qué tentaciones se trata?
Para tener algo de claridad, en un asunto tan serio como éste, lo primero es caer en la cuenta de que las tentaciones más peligrosas no son las que nos impulsan directamente, descaradamente, a hacer el mal, sino todo lo contrario: las tentaciones más malas de la vida son las que nos proponen que hagamos el bien, pero utilizando los medios que, en lugar de conducir al bien, lo que hacen es convertirnos en agentes del mal. El demonio, en efecto, no le dijo a Jesús que abandonara su misión de Hijo de Dios, sino que, si efectivamente era el Hijo de Dios, lo que tenía que hacer es lo que el diablo le proponía. Por tanto, las peores tentaciones no son las que sienten los "malos", sino las que sufren los que se consideran los "buenos", los que quieren ir por la vida como "hijos de Dios", predicando el Reino de Dios. En este caso, el peligro está en los "medios" que Satanás las propone a los misioneros de Dios, para que su misión resulte lo más eficaz posible. Ahí está el peligro. El peor de todos los peligros. Y el más difícil de detectar. Porque el que sufre semejante tentación la ve como una propuesta "inteligente" para lograr el "buen" fin que se persigue.
Esto supuesto, venimos al centro del asunto. A mi manera de ver, quien mejor ha sabido interpretar y explicar el fondo de todo este complicado problema ha sido el genio de Dostoievski, en el episodio del Gran Inquisidor, en Los hermanos Karamazov. El relato de Dostoievski, como es sabido, se sitúa en Sevilla. Y en él se finge que un buen día Jesús se presentó en Sevilla. Inmediatamente, el Inquisidor lo metió en la cárcel. Y le dijo por las claras: "¿Por qué has venido a molestarnos?" Y así empieza el alegato que el Inquisidor le hace a Jesús. A juicio del viejo y austero Inquisidor, Jesús nunca debería haberse resistido a las tentaciones diabólicas: convertir las piedras en pan, aceptar el reinado sobre todos los reinos del mundo, y lanzarse desde la torre más alta del templo y caer al suelo, sin hacerse daño y entre palmas de ángeles. Jesús, a juicio del Inquisidor, nunca debió resistirse a las propuesta del diablo. Porque sólo hay tres fuerzas - prosigue el Inquisidor - capaces de subyugar la conciencia humana: el milagro, el misterio y la autoridad: "Y tú quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando a los hombres la libertad que la necedad y la ignominia natural les impiden comprender, una libertad que les da miedo, porque no existe y jamás ha existido nada más intolerable para el hombre y a la sociedad… Además, te formaste una idea demasiado alta de los hombres, que en el fondo sólo son esclavos…" Nosotros, sin embargo, sigue el cardenal Inquisidor, hemos corregido tu obra basándonos en el "milagro", el "misterio", la "autoridad". Y los hombres han vuelto a regocijarse de que los guíen como un rebaño y de que los hayan liberado de ese funesto don que les causaba tales tormentos". Y el Inquisidor termina diciéndole a Jesús: "Mañana, tras una señal mía, verás cómo el dócil rebaño lleva carbones candentes a la hoguera donde subirás, por haber venido a entorpecer nuestra obra". La respuesta de Jesús, al viejo Inquisidor, fue acercarse a él y besarle los labios exangües. El anciano se estremece, le tiemblan los labios; se acerca a la puerta, la abre y le dice a Jesús: "Vete y no vuelvas más… ¡nunca más!".
La cosa está clara: la institución religiosa le teme a Jesús, le teme al Evangelio de Jesús. Y, en el lugar del Evangelio de la libertad, ha colocado los tres pilares de la Religión: el "milagro", el "misterio", la "autoridad". Asentada sólidamente sobre esos tres pilares, la institución religiosa ha sustituido la libertad por la sumisión. Por eso, sin duda, las noticias y los comentarios sobre la religión interesan más que las explicaciones sobre el Evangelio. En definitiva, se trata de algo tan claro como sobrecogedor: en nosotros manda más el Inquisidor que Jesús. Lo que queremos es tener políticos con autoridad, obispos con autoridad, empresarios con autoridad, líderes de todos los colores, pero que tengan autoridad, mucha autoridad, para que se produzca el nuevo milagro, el inesperado misterio que tanto anhelamos. Aunque para tener eso, sea preciso que nos controlen más la libertad, que nos quiten de encima el insoportable peso de la libertad. Y es que, en el fondo - y aquí es donde yo quería venir -, lo que queremos es que otros nos resuelvan el problema. Porque nosotros no estamos dispuestos a cambiar, a asumir nuestra responsabilidad, porque nos han educado a vivir de una forma a la que ya no estamos dispuestos a renunciar. En el fondo - y quizá sin darnos cuenta - lo que realmente estamos haciendo es lo mismo que hizo el Inquisidor: ¡Que se vaya Jesús!, que nos va muy bien con el milagro, con el misterio y con la autoridad. Es decir, nos va bien así, soportando nuestra "llevadera" esclavitud.
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LA ÚLTIMA TENTACIÓN NO ERA LA CHICA
Escrito por Juan Masiá Clavel el 13 Feb 2010
En el retiro preparatorio de cara al próximo Miércoles de Ceniza, al compartir el eco que nos provoca la lectura de Luc 4, 1-11, hay quienes preguntan: “¿Sabía el demonio quién era Jesús? ¿Practicó Jesús en esa ocasión un exorcismo? ¿No estaba Jesús, por su dividnidad, libre de toda tentación desde el principio?”
“Bueno, bueno, vamos por partes, ¡menuda ristra de preguntas! Ante todo, nada de creer en demonios y exorcismos. Y luego, a ver cómo entendemos qué significa tentación”.
Con cara de desconcierto, insisten en la pregunta: “Entonces, ¿no hay que creer que el demonio tienta y no hay que hacer nada para expulsarlo”?
Respondo: Primero: El demonio no forma parte de nuestro credo. Creemos en Dios, no en el diablo.
Segundo, no hace falta ningún demonio para tentarnos, ya nos bastamos nosotros solos con nuestro egoísmo para eso.
Tercero, el exorcismo es una ingenuidad supersticiosa de quien cree en la posesión demoníaca o en la eficacia del exorcismo para superarla, así como un engaño (¡ojalá no sea un timo!) por parte del exorcista que lo practica engañando a quienes lo solicitan…
Dicho esto, vayamos con la narración de Lucas. Jesús no estuvo ayunando cuarenta días, ni se le apareció ningún diablo en el desierto. Esta mitificación dramática personifica en la figura del diablo el tema de la tentación y escenifica la vivencia que Jesús, como auténtico hombre, tiene de la radical contradicción interna que padecemos los humanos, la que Pablo expresó atinadamente en Rom 7, 15: “Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago”.
Las tres tentaciones que escenifican narrativamente los evangelistas son, en realidad, una única tentación, la tentación de convertir la religión en poder y magia al servicio propio: convertir mágicamente piedras en pan para no morirse de hambre y huir del destino humano de la muerte, rendirse ante las ideologías del poder para recibir a cambio algunas migajas de dominio y superar las condiciones físicas naturales con un milagro espectacular propio de los «deus ex machina» que obligue al pueblo sencillo a creer a la fuerza.
Cuando Lucas dice que se aleja el tentador “por un tiempo” hasta otro momento, está adelantando que la hora de la pasión y muerte será para Jesús la de la última tentación.
La tentación para Jesús no era “la chica”, como equivocadamente sugería el pobre filme de Scorsese (influído por arraigados prejuicios antifeministas de la tradición cristiana).
¡La última tentación era bajarse de la cruz!. Le tienta la voz que dice: “sálvate a tí mismo mágicamente, usa el poder…” (Lc 23, 35-37). Él había orado e invitado a orar en el huerto “para no ceder a esa tentación” (Lc 22,40).
Hoy la iglesia confronta en su seno la tentación cuando se ve inclinada a optar por el poder, o a buscar peso social y cotas de poder en la vida pública, o a imponer al mundo no creyente normativas presuntamente llamadas de “ley natural” o a fomentar entre los creyentes la religiosidad mágica, ya sea en las pseudo-apariciones marianas o en los exorcismos por intercesión del papa polaco…
Pero, puesto que insiste el personal en preguntar sobre tentaciones, tomémonos nuestro tiempo y vamos a comentar durante esta cuaresma el tema de la tentación, tratando de desmitificarlo. Continuará…
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LA SERPIENTE NO TIENTA, SIMBOLIZA
Escrito por Juan Masiá Clavel el 16 Feb 2010
“Cuando ayer hablé mal de Ticio. en su ausencia, le herí, obré mal”. Así reflexiona Cayo a solas. Quienes le escuchaban le señalaron su prejuicio: se había dejado llevar del rencor. Pero no quiso reconocerlo. Ahora lo reconoce a solas y se dice a sí mismo: ¡Cómo me dejé llevar por el apasionamiento! Claro que quería darle un golpe bajo. En parte lo siento, pero lo cierto es que no me pesa del todo…”
Cayo no se explica lo que le ocurre, lo de la culpabilidad es un lío, ¿tendrá que acabar yendo en busca de terapeuta?
Si Cayo estuviera seguro cien por cien de que una fuerza superior a él le arrastró, el problema se resolvería fácilmente: no es culpable, ha sido el hado, el destino, la Moira griega o como queramos llamarla, o los genes, o las hormonas, o los condicionamientos socio-culturales. Sin hueco para la culpa.
Si Cayo estuviera seguro cien por cien de que es él y nada más que él, con su libertad y responsabilidad, quien hizo daño a Ticio con intención de hacérselo, también la salida es obvia: hay que reconocerlo, pedir perdón y reparar.
Pero lo incomprensible es que tan cierto es que el mal lo hizo Cayo desde su interior como que una fuerza inexplicable, también desde su interior le arrastró a hacerlo. Esa es, decía el filósofo Paul Ricoeur, la contradicción interna, totalmente irracionalizable del fenómeno de la falta y la culpa: somos a la vez arrastrados a “poner” el mal que “ponemos” nosotros. La serpiente, dice el antropólogo hermeneuta, es el símbolo de esta tensión irracionalizable entre ser arrastrado al mal y querer hacer el mal.
En la cuádruple clasificación de los mitos, polémicos (fuerzas de bien y mal en lucha en la creación), órficos (dualismos de almas desterradas), trágicos (Edipos cegados por la divinidad y el destino) y adámicos (escatológicos), solamente en esta cuarta clase ( la del mito bíblico de Adán y Eva) hay lugar para la libertad y responsabilidad. Pero el fenómeno de la falta y la culpa es irracionalizable y exige expresiones simbólicas. Ahí entra en juego la serpiente.
Para huir de confrontar el conflicto de Pablo en Rom 7 (“No hago el bien que quiero, el mal que no quiero, eso ejecuto…, en mi cuerpo percibo criterios diferentes…”) tendemos a usar la salida del chivo expiatorio: Adán echa la culpa a Eva; Eva echa la culpa a la serpiente; echamos la culpa a las tentaciones y pedimos que exorcicen a los demonios.
Hay que desmitificar las tentaciones, las serpientes y los demonios. Pero, como decía el citado filósofo, desmitificar sin renunciar a la riqueza simbólica del mito. Más bien desmitologizar, es decir, liberarse de los usos ideológicos del mito por parte de las religiones institucionalizadas y redescubrir el valor de sugerencia antropológica de sus símbolos.
Desmontar, por tanto, durante esta cuaresma, las tentaciones, diablos y exorcismos de la religión infantilizada, supersticiosa e inmadura, para redescubrir la importancia de confrontar la presencia de lo demoníaco en nuestro interior, en las relaciones humanas, en la insolidaridad e injusticia social y en la raíz de los males que “ponemos” los humanos y con que nos deshumanizamos.
En una “Cuaresma de crecimiento” el tema de la tentación y lo demoníaco nos confronta con la tarea de reconocernos “animales vulnerables” y “criaturas creadoras”, capaces de poner el mal y el bien; necesitando, por tanto, crecer en liberación y en creatividad, los dos grandes temas de la oración de Jesús y de la liturgia bautismal: “Que llegue tu Reino… Líbranos del mal”.
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Escrito por: Juan Masiá Clavel el 18 Feb 2010
“Me tenéis harto, no puedo aguantaros”, dijo Jesús con un cabreo imponente, según cuenta el evangelista Mateo en su versión de los episodios del Tabor (Mt 17, Mc 9 y Lc 9).
Confrontó Jesús tres tentaciones “religiosas” sucesivamente: en la cumbre, en la bajada por la ladera y en el llano.
En la cumbre: la tentación de la religión de evasión pseudo-mística. Pedro quería hacer tres tiendas e instalarse. ”Se está muy bien aquí”. No había entendido nada de nada mientras Jesús hablaba con los profetas sobre su próximo “éxodo”. Jesús hablaba de salirse y Pedro pensaba en quedarse instalado.
En la bajada por la ladera: la tentación pseudoteológica de racionalizar y convertir la fe en elucubraciones teóricas y dogmáticas. Habían ido discutiendo los discípulos por el camino sobre si Elías reaparecería en este mundo antes de que viniera el Mesías o si sería al revés. “Maestro, unos letrados entendidos dicen que antes, y otros especialistas enteraíllos dicen que después. ¿Cuál de los dos tiene razón?¿Quién es ortodoxo y quién está equivocado?”. Jesús en esos casos sale por peteneras, como los maestros del Zen y les desconcierta para desmontar la tentación: “¿Conque tiene que venir “don Elías” a poner orden en el patio? Si aunque viniera no serviría de nada. Ya veis, aquí me tenéis diciendo lo de los profetas y no me hacen ni puñetero caso. Y encima dicen que a este tío hay que cargárselo como al Bautista”.
Los discípulos seguían liados con sus discusiones: “¿Querrá decir el Maestro que el Bautista era Elías redivivo?”
En el llano: la tentación de la religiosidad popular milagrera, supersticiosa y mágica que confunde la epilepsia con la posesión diabólica y espera de Jesús un exorcismo. “Maestro, a mi hijo le dan ataques y se revuelca en el suelo, tus discípulos no han sido capaces de expulsar al diablo, íbamos a llamar al padre Fortea, pero tú, Jesús, tendrás un abracadabra más seguro”. Jesús entonces dijo: “Me tenéis harto, hasta la coronilla. Vaya una generación extraviada (diestramméne) : incapaz de creer en el poder de Dios y creyendo en el poder de los diablos. ¿Hasta cuándo tendré que aguantaros (eos póte anéxomai hymón)?” Se mascaba el silencio, apurado el padre de la criatura y desconcertados los discípulos. De pronto Jesús cambia el “chip” y dice irónicamente. ¿Conque decís que es un demonio? Pues vamos a hacer que se marche. Y se dirigió al niño: “Anda, hijo, ponte en pie, que ya ha pasado el ataque. Y no tengas miedo. No tienes un demonio dentro, estás enfermo, pero puedes curarte si tienes fe en el poder que Dios ha puesto dentro de ti”.
Los discípulos seguían sin entender. “¿Por qué no pudimos echar al demonio nosotros? ¿Es que no hicimos bien el ritual?” “Que no, Perico, que no, que no es abracadabra, que a vosotros, lo mismo que al padre de la criatura lo que os falta es fe, creer en el poder de Dios dentro de vosotros y no en magias y demonios. Que no sé cómo hacéroslo entender y me tenéis harto...”
Orar y cantar con Taizé
Vigilia de la Luz Pascual del 13/02/10
Música: sí / no