El Servicio de la Caridad

Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Valladolid. España

«Amaos los unos a los otros como yo os he amado»

«No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan. Da de tu pan al hambriento y da tus vestidos al desnudo. Busca consejo de los prudentes. Bendice al Señor en toda circunstancia, pídele que sean rectos todos tus caminos y que lleguen a buen fin todas tus sendas y proyectos».

(Libro de Tobías 4)

«No me digáis que es imposible cuidar de los otros. Si sois cristianos, lo imposible es que no cuidéis. Pasa aquí lo mismo que en otros campos de la naturaleza, donde hay cosas que no pueden ser contradichas. Pues igual aquí: el compartir radica en la naturaleza misma del cristiano. No insultes a Dios: si dijeras que el sol no puede alumbrar, lo insultarías. Y si dices que el cristiano no puede ser de provecho a los otros, insultas a Dios y lo dejas por embustero. Más fácil es que el sol no caliente ni brille, que no que el cristiano deje de dar luz… Si ordenamos debidamente nuestras cosas, la ayuda al prójimo se dará absolutamente, se seguirá como una necesidad física».

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos. PG 60, 162)

«Nuestras cenas comunitarias expresan en su nombre cuál es su razón de ser: las llamados ágapes, palabra que entre los griegos significa solidaridad. Ayudamos con estos gastos a los pobres… Tratamos a los pobres como hombres preferidos de Dios…

El dinero no influye para nada positivamente en las cosas de Dios. Si se encuentra entre nosotros algún tesoro, no lo reunimos de honorarios, como si vendiéramos lo religioso. Cada uno aporta, si quiere y puede, una cantidad módica, bien sea mensualmente, o cuando él quiere. A nadie se obliga, sino que el que da lo hace voluntariamente…

Todos formamos un solo corazón y una sola alma y por eso no dudamos en comunicarnos los bienes materiales».

(Tertuliano, Apologeticum 29. PL 1, 531)

«En nombre de la justicia, el obispo de Roma, el sucesor de san Pedro, ruega a sus hermanos y hermanas en humanidad a no menospreciar a los hambrientos de este Continente, a no negarles el derecho universal a la dignidad humana y a la posibilidad de la vida. ¿Cómo juzgará la historia a una generación que tiene todos los medios para alimentar a la población del planeta y que se autoexcusa para no hacerlo en una ceguera fratricida? ¿Qué paz pueden esperar los pueblos que no ponen en práctica el deber de la solidaridad? ¿Qué desierto sería un mundo en el que la miseria no encontrase el amor que da la vida…? La solidaridad no encontrará su medida justa si cada uno no toma conciencia de su necesidad… La solidaridad no es un sentimiento superficial y vago por los males que sufren tantas personas cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firma y perseverante de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos de verdad responsables de todos. ¿Quién no desearía que el mundo fuera de hecho fraternal? La fraternidad, para que no sea una palabra vacía, tiene que generar compromisos».

(Juan Pablo II en África, enero de 1991)