¿De qué sirve? 

Por Chris Dunn

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

Presentación de “¿De qué sirve?

 

A la hora de pensar acerca del concepto de la Naturaleza salvaje y su valor es importante diferenciar entre la Naturaleza salvaje como ente objetivo en sí (el conjunto físico de seres y procesos materiales no artificiales y autónomos) y la experiencia o percepción subjetiva que los seres humanos tenemos de ella. No es lo mismo la Naturaleza salvaje en sí que las experiencias y sensaciones que la misma pueda producir en los seres humanos. Muchos de quienes valoran la Naturaleza salvaje demuestran tener problemas para diferenciar ambas cosas (lo subjetivo y lo objetivo, lo cultural y lo natural, lo humano y lo no humano, lo material y lo no material, lo real y lo virtual, etc.) y a menudo, las mezclan en sus análisis y valoraciones, de modo que no establecen claramente la diferencia entre la defensa de la Naturaleza en sí y la defensa de las sensaciones y vivencias que ellos obtienen de la Naturaleza.

Este texto es curioso porque, en él, el autor se centra ante todo en la experiencia de la Naturaleza salvaje y en el impacto objetivo que las tecnologías más modernas (comunicaciones digitales) están teniendo en dicha experiencia subjetiva. Aunque no sólo se queda en eso, sino que a partir de ahí analiza también el impacto en la conservación objetiva de las zonas salvajes que es causado a su vez por ese impacto en la experiencia subjetiva de lo salvaje. Es una forma fenomenológica de enfocar el problema del impacto de la sociedad tecnoindustrial en la Naturaleza que no es muy habitual, pero que no deja de ser interesante y, en gran medida, acertada a la hora de hacernos pensar acerca de ciertas facetas de la noción de lo salvaje.

El enfoque básico del texto en el fondo no es muy diferente del que tenía el artículo de Dave Foreman “Preservar la experiencia de la naturaleza salvaje”[1], sólo que actualizado a la época presente. Cuando Foreman escribió ese capítulo de Confessions of An Ecowarrior, Internet y los teléfonos móviles eran algo desconocido para la inmensa mayoría de la gente e incluso los ordenadores estaban aún relativamente poco desarrollados y extendidos en la sociedad tecnoindustrial de entonces. En consecuencia, Foreman no pudo haber tenido en cuenta (aunque lo hubiese querido) el impacto que las tecnologías digitales de la información y la comunicación acabarían teniendo en la forma en que los seres humanos ven, experimentan, sienten, valoran e interactúan con el mundo en general y con la Naturaleza en particular. Dunn en su artículo viene a suplir en gran medida la carencia de Foreman en el suyo.

Por supuesto, como de costumbre, hay algunas cosas que creemos que es necesario criticar:

·    En particular, no terminamos de entender bien a qué viene el uso que hace el autor, siguiendo a Albert Borgmann, del término “mercantilización” [“commodification”] (referente a la transformación de las cosas, materiales o no, en mercancías para su venta y consumo en un mercado), cuando en realidad de lo que está hablando es de la tecnologización de la experiencia de la Naturaleza. Que en general la introducción en el mercado de ciertas cosas, y de las experiencias y vivencias de las mismas, tienda a acabar conllevando este tipo de efectos negativos, no es en realidad tanto debido a la mercantilización en sí como a la creciente tecnologización que suele acompañarla (el mercado suele imponer una actualización tecnológica constante a quienes quieran mantenerse en él). En realidad, la Naturaleza y la experiencia de la misma se van degradando al hacerse más accesibles y “seguras” para los seres humanos gracias al desarrollo tecnológico. Cada vez más, el uso de aparatos y aplicaciones digitales interfiere tecnológicamente en la experiencia de la Naturaleza. Estas tecnologías no sólo facilitan y vuelven más “segura” la experiencia de la Naturaleza, sino que, precisamente al hacerlo, la estropean. Y aunque dichas aplicaciones tecnológicas las desarrollase y ofreciese gratuitamente un hipotético Estado paternalista (o, para el caso, una imaginaria sociedad tecnoindustrial sin Estado) y sin mercado seguirían, en principio y en gran medida, implicando los mismos efectos perversos en la experiencia humana de la Naturaleza que denuncia el autor. De hecho, un ejemplo elocuente de que el autor y su maestro se confunden al llamar “mercantilización” a lo que en realidad es desarrollo tecnológico es que, curiosamente, el autor no parece considerar mercantilización (ni, por tanto, algo malo) el trabajo que desempeñan ciertos guías tradicionales que rechazan usar tecnologías avanzadas para orientarse y organizar su labor en la Naturaleza, pero que claramente viven también de mercantilizar la experiencia de la Naturaleza (cobran por guiar a los excursionistas, es decir, ofrecen y venden la experiencia de la Naturaleza como mercancía).

Es más, quizá nos equivoquemos, pero esto del uso erróneo del término “mercantilización” nos huele a contaminación procedente del izquierdismo anticapitalista (ciertas corrientes marxistas heterodoxas también hablan bastante en contra de la “mercancía”).

·    Otro problema concreto, que también parece que el autor ha heredado de Borgmann, es la idea de que la información acerca de las cosas supone inevitablemente su predicción y control. La idea de que la realidad en general y la Naturaleza salvaje en particular puedan ser completamente predichas y controladas mediante la intensificación de la toma de datos acerca de las mismas y su integración y difusión es una simplificación exagerada. Los sistemas complejos son en gran medida inherentemente imprevisibles y, por tanto, incontrolables. Es verdad que, hasta cierto punto y en ciertos aspectos, se cumple que a más información y conocimiento disponibles, mayor capacidad de previsión y control. Pero aquellos que, como el autor y su maestro, se dejan llevar por el pánico acerca de la amenaza de un control total, pasan por alto que la correlación entre información y control tiene unos límites muy estrechos. A menudo el conocimiento y la información acerca de algo lo que nos dicen no es tanto que lo podemos controlar y cómo, sino que en gran medida no podemos controlarlo y por qué.

Además, hacer hincapié en el control como efecto (o como fin previamente buscado) simplifica en exceso los impactos de los seres humanos y su tecnología en la Naturaleza. Muchas (quizá la inmensa mayoría) de las interferencias humanas en la existencia y autonomía de los sistemas no artificiales no tienen ni como propósito ni como efecto aumentar el control sobre estos sistemas. Simplemente sus objetivos (si los hay) son otros; y sus efectos a menudo también. Se puede y, efectivamente, se suele destruir, degradar o perturbar lo salvaje, y/o restarle autonomía, sin pretender controlarlo de antemano y sin acabar controlándolo de hecho. Y, aunque éste sería ya otro tema, a veces, esa degradación se genera incluso pretendiendo “ayudar” a la Naturaleza.

·     Y para acabar y más en general, no nos cansaremos nunca de repetir que las “soluciones” basadas en leyes propuestas por los conservacionistas, como es el caso de las propuestas del autor de prohibir y regular el uso de las tecnologías digitales en las áreas protegidas e impedir la cartografía de ciertas zonas del planeta o incluso los rescates de excursionistas en dichas zonas, si bien podrían ser en el mejor de los casos intentos loables de frenar local y temporalmente la destrucción y subyugación de la Naturaleza que aún queda en la Tierra (y con ello de evitar en cierto modo la corrupción tecnológica de la experiencia humana de lo salvaje), no van a ser realmente soluciones eficaces a largo plazo ni de forma general y no deberían desviar la atención y los esfuerzos de aquellos que realmente desean preservar y recuperar lo salvaje. La única forma de acabar de forma duradera y generalizada con la mayor parte de dicha destrucción y sometimiento será la eliminación física del sistema tecnoindustrial en su conjunto. Y eso no se va a conseguir con leyes.