Biblioteca Popular Profesor Dionisio Chaca
ATREVERSE A PENSAR (1)
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Por Nora Burelli
Directora
Sección Primaria y Nivel Inicial,
del Colegio Nichia Gakuin
Mientras discutíamos con los docentes sobre el perfil de alumno que deseábamos formar, y cual debe ser nuestro rol en ese proceso, llegó a mis manos este relato, escrito por un Químico Premio Nóbel, que reconstruye un suceso ocurrido en una Universidad hace varios años.
“Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba rotundamente que su respuesta era absolutamente acertada. Profesor y estudiante acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía:
“Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro.”
El estudiante había respondido: Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual ala longitud de/edificio.” Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en tísica; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad.
Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de tísica.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que el problema tenía muchas respuestas. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta “Coge el barómetro y dé jalo caer al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro; después se aplica la fórmula altura = 0,5 por a por T2. Y así obtenemos la altura = el edificio.” En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.
Bueno, me respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije ¿y de otra manera?
Sí, contestó, este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas mamando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de mamas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo.
Por supuesto, si es lo que quiere, este es un procedimiento más sofisticado: puede atar el barómetro a una cuerda y mover como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precisión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro, Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
Como era de esperarse, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores hablan intentado enseñarle a pensar”
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nóbel de Química en 1908 contaba la anécdota.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
Creo, sin dudas, que esta brillante exposición nos desafía a reflexionar sobre nuestra tarea docente. Y también, acerca de los objetivos y alcances de la escuela en la formación para la vida personal y profesional de nuestros alumnos.
Cuestiones que, por su importancia y complejidad, merecen un extenso y profundo debate, que llegue a reformular las bases mismas del quehacer diario en la escuela.
Frente a este propósito los miembros del grupo docente de Nichia estamos trabajando para elaborar una propuesta de conjunto. Y a propósito de ella, cada coordinador y docente presentará en este número de Kizuna, algunas indagaciones que está realizando sobre diferentes aspectos que integran el currículum.
El eje de las mismas tiene que ver con las implicancias de “enseñar” a pensar en la escuela. ¿Es posible? ¿Cómo lograrlo? ¿Poseemos las herramientas necesarias para hacerlo aquí y ahora? ¿Puede lograrse sin un trabajo conjunto de la comunidad educativa?
Bien sabemos que estas reflexiones son tan solo una de las instancias de semejante tarea, que intentan simplemente darle dirección y sentido.
Porque se vinculan con metas educativas que, como afirma David Perkins, resultan ser la esencia de la educación: lograr que el alumno retenga conocimientos, los comprenda y, sobre todo, los use activamente.
Es decir, ayudar a que el alumno adquiera “unos conocimientos que no se acumulan sino que se actúan, enriqueciendo la vida de la persona y ayudándola a comprender el mundo y desenvolverse en él.”(2)
Si volvemos a enfocar la situación de nuestro estudiante de física, podremos afirmar que su formación le permitió, más que resolver un problema planteado, desarrollarlo y defender su razonamiento cuando sus conocimientos le permitieron fundamentarlo.
Indudablemente, la meta fue alcanzada. Aprendió a “pensar”.
Y también, ¿por qué no decirlo?, se atrevió a sostener con seguridad y firmeza una respuesta, aun cuando ello conllevase el riesgo de resultar aplazado
Niels Bohr nos indicó, sin querer, el valor de intentar “enseñar a pensar”. Maravillosa y ambiciosa utopía. ¿Por qué no atreverse con ella?
1.- Publicado en KIZUNA (vínculos), revista de cultura y educación del Nichia Gakuin, Año 5- Número 11, Año 2005
2.-.-Perkins, D. “La escuela inteligente”, Barcelona, Gedisa, 1997.