Entre las regiones itálicas, la que descuella y sobresale por su importancia histórica es el Lacio, que quiere decir tierra de costa. En el tuvo origen y nacimiento la ciudad de Roma, que, constituida por su posición geográfica en baluarte respecto a la vecina Etruria, y en emporio a un tiempo de comercio fluvial y marítimo, puso fácilmente bajo se hegemonía las demás ciudades italianas y formó con ellas el núcleo del Imperio latino, destinado a ser universal.
Personificación del río Tíber
Rev. de un sestersio de Antonino Pío
Tuvo el antiguo Lacio bien marcados y fijos sus confines al Norte y al Oeste. Los del Este y Mediodía aparecen con la oscilación que les presta el movimiento de la gente sabélica hacia la región latina. Llena está, en efecto, la tradición de Roma de las guerras por ella sostenidas desde sus primeros tiempos contra los volscos, que eran sus confinantes del sur, y contra los sabinos y los ecuos, sus vecinos orientales. Guerras durante las cuales estuvieron ambas fronteras sujetas a continuas variaciones, hasta que, caídos aquellos pueblos en la dependencia romana, llego el Lacio por el mediodía hasta el Liri y aun más allá de este río, hasta Sinuesa. El nuevo territorio anexionado llevo el nombre de Latium Novum. En cambio, el limite septentrional quedo inmutable. El Tíber es a la vez confín geográfico y político, y si bien los dos pueblo latino y etrusco se tocan, y las dos regiones tienen sus respectivos baluartes en la orilla de su pertenencia, el Lacio en el Janículo y la Etruria con Fidenas, ambos, sin embargo, permanecieron extranjeros entre si, como si una alta cadena de montañas, y no un pequeño río, los separase: Trans Tiberim vendere significa para los latinos vender en tierra extraña, ya fuese en Etruria, ya en la Galia o en cualquier otro país.
La llanura del Lacio presenta ciertas ondulaciones, que se agrupan aquí y allá, en colinas. No tienen estas, sin embargo, relación alguna con los montes calcáreos subapeninos, pues están formados de materia volcánica y cubiertas de tierra vegetal. La más elevada de ellas es el monte Albano (Monte Cavo), el cual, por ser la montaña natural del Lacio, debía llegar a ser el centro político de la nación, apenas ésta se organizase.
As grave, (240-225 a.C.). En el anverso Jano bifronte. Reverso: proa de nave.
Pero no es verdaderamente sobre las risueñas alturas del monte Albano, ni en los verdes llanos que le rodean, donde tiene origen la importancia histórica del Lacio. Ya lo poblaban, mucho tiempo hacía, sus primeras villas, cuando a la extremidad noroeste de la región latina, sobre las alturas que acompañan el curso del Tíber, a la orilla izquierda de éste y a breve distancia del mar, llegaron a establecerse otros pueblos que debían ser los fundadores de la futura metrópoli del mundo. Los antiguos inmigrantes no habían podido fijarse en sus pantanos, y si por acaso alguna tribu lo hubiera accidentalmente ocupado, su atmósfera insalubre le habría hecho alejarse. De aquí el tardío origen de Roma. Y sólo cuando las ventajas de su posición geográfica fueron por los latinos notadas y apreciadas, volvieron éstos de su antigua indiferencia y de su explicable descuido. El comercio marítimo no llega a ser objetivo de la actividad de un pueblo, sino con el período que podemos llamar reflexivo de su vida. Las conveniencias del cultivo terrestre se ofrecen desde luego a su comprensión, pero las del tráfico de mar no se le revelan con igual espontaneidad y prontitud. Necesita antes crear las materias que han de ser objeto de sus transacciones; después necesita el conocimiento del arte náutico, sin el cual es impotente para navegar y para vencer el natural terror que la sola vista de las olas inspira a la infancia de su civilización. Roma, pues, señala con su nacimiento una nueva fase en la vida civil del pueblo latino. Ya éste ha obtenido de la agricultura las materias de su comercio; ya ha reconocido la importancia de una posición que domina el Tíber y al mar; y la conciencia de los bienes que podrá depararle su fijación en aquellas alturas vence en él la repugnancia que de aquellos malsanos e infecundos lugares lo habían alejado. Por esto dio a su nueva estancia el nombre de Roma (de rumm, popa), que quiere decir ciudad fluvial. Un ciudad, por lo tanto, levantada sobre la orilla izquierda del río era para el Lacio, a la vez que su emporio comercial, su baluarte estratégico respecto a la Etruria. Y que a estas relaciones comerciales y estratégicas deben referirse los orígenes de Roma, lo prueban, a la vez de su antiquísima correspondencia con Ceraea, emporio del comercio etrusco, y con la propia Cartago, la importancia dada por los romanos a los puentes sobre el Tíber, y hasta la galera que sirvió de insignia a la ciudad. Y esta misión de Roma, ciertamente única, explica el hecho de aparecer sola, sin formar parte de ninguna confederación latina, ni siquiera de la albana, y por qué fue la primera que acuñó moneda y celebró pactos internacionales, y por qué, al contrario de las otras ciudades, hizo de sí el centro de toda su población, desarrollando rápida y potentemente la vida del ciudadano, y por qué, en fin, adquirió tanta importancia en el Lacio.
Dos piezas de el as signatum, primeras monedas romanas
Cuando Roma, ya señora de Italia, comenzó su gran lucha con la reina del Mediterráneo, Cartago, que debía abrirle el camino para dominar el mundo, su ya explicable altivez no podía resignarse a sus propios oscuros orígenes. En aquel tiempo, las proezas de Eneas corrían divulgadas por la Italia toda, y el nombre del hijo de Afrodita era venerado en los pueblos griegos como el de un héroe nacional. Llevábanlo ciudades e islas; de él estaban llenos los libros sibilinos que habían consignado los presagios de las venideras glorias reservadas a su familia. Estos libros, propiedad secular de Roma, fueron por ella venerados y guardados con especial custodia de sus sacerdotes. El oráculo había prometido a la descendencia de Eneas gran porvenir, y la grandeza por Roma adquirida era, sin duda, la realización de tal promesa. Troya cayó para siempre: Príamo, que había usurpado su sitio al hijo de Venus, pagó con su patria y familia la culpa de su ambición. Roma era la nueva Troya, la tierra prometida el héroe despojado: en ella cumplían los dioses el glorioso ofrecimiento. Tiempo después aparecería la leyenda de Rómulo y su hermano Remo, y de la fundación de Roma. Pero ya el poeta cantaba que Troya revivía en Roma.
"In Troia Roma revixsti"